El político
e historiador Lorenzo de Zavala (Tecoh, Yucatán, 1788-1836) detalla
con juicios y extensas descripciones lo sucedido en la gesta
independentista de 1810-1821 y los primeros años de la vida
independiente de la recién formada nación en su Ensayo
Histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830.
La obra es larga, seriada en forma de crónica, y toma una
perspectiva crítica del proceso que vio nacer a México.
Dicho eso,
el polémico Zavala--que publicó la obra en París en 1831 y murió
apenas cinco años después en la recién independizada Texas, en
donde fue nombrado vicepresidente—nos da una visión ciertamente
más balanceada de lo acontecido en relación a la obra del liberal
nacionalista Carlos María Bustamante. Tampoco toma el extremo
conservador Lucas Alamán. El autor del Ensayo
busca un papel más distante del hecho para analizar lo acontecido
desde un punto más científico, aunque no por eso clínico. A lo
largo de su obra se pueden encontrar juicios sumarios contra las
grandes figuras de la lucha de Independencia.
Antes de
abordar lo que Zavala opina de los corifeos Hidalgo, Morelos, Rayón,
Victoria e Iturbide, diré que uno de los más aspectos más notables
es que se asume, a lo largo de todo su Ensayo,
como un historiador. Para Zavala, la historia es investigación,
reflexión contrastada. El historiador oficioso, añade, se debe
mirar como un juez que llama ante sí a los contadores y testigos de
los hechos, y que les confronta, les pregunte y siempre procure
alcanzar la verdad. En el caso de la Independencia, Zavala no teme
ser parcial, dado su conocimiento directo de lo sucedido.
En ese
aspecto asume que el historiador siempre corre el riesgo de ser
parcial y empañar los hechos con sus propios juicios. En este caso,
el autor se justifica porque él mismo se considera un hacedor de la
historia. La elegante prosa de Zavala, que ha leído a los romanos,
griegos y otros filósofos, limpia de cierta forma los juicios
históricos que hace de las grandes figuras de la Independencia.
Lejos de considerarlos denigrantes a su trabajo, Zavala los ve como
parte esencial de la historia política del país que está en la
búsqueda de su libertad. Dicho eso, Zavala es un federalista y un
liberal, sin duda. Además, admira a los Estados Unidos y cuestiona
el liderazgo de España como nación, dado su apego histórico a la
religión católica y su marcado absolutismo. Sus críticas hacia el
naciente país provienen, de acuerdo con su propia interpretación,
del desorden imperante en los años inmediatos al comienzo de la
lucha de Independencia.
Zavala
considera que la separación de la Nueva España de la península
comenzó de forma errada. Los contrastes sociales del país son
demasiado grandes y domina la ignorancia. Así, ve a la gesta como un
proceso, no un hecho espontáneo. Sólo es a partir de 1808 cuando
empieza la historia interesante de nuestra nación. Acabada la
Independencia, lo que hay es caos.
El país se abrió al extranjero
demasiado pronto y abunda la “charlatanería política”. Pero
Zavala sabe dar crédito y juzgar con datos a los líderes populares
de su época. En la descripción de la lucha independentista contra
los españoles quedan bien parados Miguel Hidalgo (“su problema fue
que nunca planteó una idea de gobierno”1)
y Morelos (“un hombre extraordinario”2).
La lucha fue un momento difícil, agrega, pues mexicanos y españoles
tenían parientes en ambas filas y hubo claro odio entre ellos. Entre
los destacados también incluye a Rayón, Bravo, Matamoros, Mier y
Terán, así como a Guadalupe Victoria. Una vez tomadas las armas,
durante el Congreso de Chilpancingo de 1813, comenzaron las
diferencias entre los recién independizados pues lo ahí reunidos no
tenían conocimientos prácticos de gobierno y estaban “embriagados
con un poder que creían irresistible” y mantenían “teorías
ridículas”.3
Además, el
Congreso era, según Zavala, una mala copia de las por sí
defectuosas Cortes de España, a su vez una copia de la Asambleas de
Francia. Sobre la Constitución de Apatzingán es igual de pesimista:
“[su] único mérito es haber fijado algunas ideas generales de
libertad, y aparecer como un código dado à la nación mexicana, que
parecía con eso tomar una ecsistencia política que no tenía.
Por
lo demás, la constitución no valía nada ni tuvo nunca efecto”.4
Aquí Zavala es crítico con Morelos, pues le reprocha que hubiera
sido mucho más sabio plantear, desde su posición de liderazgo, una
serie de lineamientos republicanos que todos los demás habrían de
seguir. Así se produjo el primer quiebre en las figuras de mando de
la Independencia y fue quizás el “origen de su funesto fracaso”.5
En cuanto a
la sociedad española que habitaba en el México del final de la
Colonia, Zavala considera que era un grupo poco destacado. En
general, eran hombres sin otras preocupaciones mas que las religiosas
y las de sus propios negocios. Eran euro-céntricos, limitados de
perspectiva y poco instruidos. “No había papeles públicos, no
había teatro, no había sociedad, no había bailes, ni ninguna de
estas reuniones en que los hombres se ilustran por las discusiones
[...] ¿Pero cómo podía entrar en las ideas de reformas, individuos
envejecidos en esos hábitos, y endurecidos, por decirlo así, en las
rutinas de una vida semi-monástica?”.6
1Zavala,
Lorenzo de. Ensayo
histórico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830,
México, Instituto Cultural Helénico/Fondo de Cultura Económica,
1985. Vol. 1, cap. IV y V, p. 54.
2Ibid,
pp. 56-57.
3Ibid,
p. 64.
4Idem.
5Ibid,
p. 65.
6Ibid,
p. 67
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