En este texto resumiré
los datos más relevantes del tercer capítulo del libro Manual de
Historia de España, Vol. II: La España medieval (1993),
escrito por José Luis Martín, titulado “El califato cordobés”.
El texto describe los periodos de Abd al-Rahmán III (929-961),
Al-Hakam II (961-976) y Almanzor y sus hijos (976-1009).
El autor nos remite a lo
sucedido en Al-Andalus a partir de 929, año en que el emir omeya Abd
al-Rahmán III se proclama califa o sucesor del profeta y con eso
rompe con el grupo abasíes de Bagdad, ligados a la dinastía de
Abu-l-Abbás. Con esto puso fin a las revueltas internas y comenzó
la expansión cordobesa. El gesto también significó un golpe para
los fatimíes, sucesores de Fátima, los cuales pretendían
reunificar el mundo musulmán desde el Norte de África basándose en
corrientes igualitarias. El movimiento no afectó a Bagdad, a cuyos
califas ignoraban los omeyas cordobeses desde el siglo VIII (en el
siglo VIII, los omeyas habían sido sustituidos en Damasco por la
dinastía abasí). Los herederos de Abd al-Rahmán III llevarían ese
título hasta la desintegración política de Al-Andalus en los
primeros años del siglo XI.
El auto-nombramiento de Abd al-Rahmán
III también tenía intenciones comerciales y militares, en
particular para controlar las rutas comerciales del Norte de África
que iban hacia Al-Andalus y que eran amenazadas por los fatimíes.
Para lograr esto, usó a mercenarios beréberes y eslavos, además de
un ejército árabe. Estos grupos ganarían tanto poder que acabarían
siendo una de las causas de la desintegración de Al-Andalus, ante el
descontento de la aristocracia árabe. Antes de ese desenvolvimiento,
sin embargo, el poder que ejercía el califa pasó a manos del
caudillo militar Almanzor (Al-Mansur, “El Victorioso”) y sus
hijos y más tarde a jefes militares beréberes y árabes, quienes se
enfrentaron por el control califal. Esto permitió ganar poder a los
grupos cristianos de la península. Hacia 1031 el califato omeya
desapareció y fue sustituido por reinos o señoríos dirigidos por
jefes militares árabes, eslavos o beréberes.
Abd al-Rahmán III
(912-961) fue emir antes de proclamarse califa. En sus campañas de
pacificación derrotó sublevaciones en Sevilla, Bobastro,
Badajoz-Mérida, Toledo, Zaragoza, entre otras, así como rebeldes
andaluces. En estas conflagraciones también estuvieron involucrados
grupos cristianos del oeste de los Pirineos (asturianos,
pamploneses), y otros grupos del oeste de la península y norte de
Portugal. Después, los califas apoyaron a distintos grupos
cristianos para mantenerlos en discordia. En cuestión comercial,
ofrecieron regalos e hicieron acuerdos con distintos líderes
beréberes del norte de África, así como a los líderes del Imperio
Romano Germánico.
Ahora bien, la
organización del califato fue sumamente vertical. Su figura
sacralizó a la persona en el cargo. Entre otras cosas decidía sobre
el gasto público, la política exterior, el ejército y la
administración a través del primer ministro (los departamentos
quedaban bajo la dirección de un visir). También decidía sobre la
selección de jueces supremos.
El poder del califa
trajo un importante desarrollo cultural en Al-Andalus. Primeramente,
destacó la arquitectura de la ciudad de Córdoba, sus mezquitas,
palacios y barrios (después aquella de Medina al-Zahra). Esto fue un
símbolo del poder centrado en su figura. Hubo también un
florecimiento de la poesía, la filosofía, historia, gramática y la
ciencia, en particular la astronomía y las matemáticas, en donde se
importó el sistema numérico de India, el cual después, en el siglo
IX, pasa al mundo cristiano. Otras técnicas difundidas durante este
periodo fueron: la vela latina, los molinos de viento, y la captación
de aguas subálveas. Lo mismo con la medicina. Se tradujeron libros
médicos del griego, los cuales después llegar al mundo cristiano.
En general, durante el califato omeya se cultivó la posesión de
libros.
José Luis Martín
termina este capítulo afirmando que el poderío de Al-Andalus
comenzó a fenecer a partir de excesiva dependencia de Almanzor en
sus tropas mercenarias. El caudillo tuvo que realizar acuerdos con
estos grupos de beréberes y eslavos para sostener su régimen, lo
que implicó el ascenso social de ambos grupos y la sucesiva
inconformidad de los aristócratas árabes. De la misma forma, subió
impuestos para poder mantener a su ejército, tanto árabe como
mercenario. Tras su muerte, los árabes ejecutaron a su hijo Abd
al-Rahmán Sanchuelo y nombraron califa al omeya Muhammad II.
Al poco
tiempo, los mercenarios beréberes nombrar califa al omeya Sulaymán.
Ambos grupos acabaron por solicitar el apoyo cristiano, lo que
profundizó la división de los distintos reinos en que se dividió
Al-Andalus, a pesar de que, formalmente, hasta el año 1031 se
mantuvo legalmente un califa en el poder cordobés.
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