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La historia regional de Romana Falcón. La figura del jefe político y su importancia en la descentralización del poder en el estado de México durante el Porfiriato




Introducción 

En este trabajo explicaré la relevancia del poder regional del estado de México durante el Porfiriato y las  postrimerías de la Revolución mexicana. Para esto, utilizaré dos escritos de la historiadora Romana Falcón, quien se ha especializado en el enfoque regional de la disciplina desde la década de los setenta. De acuerdo con esta autora, la historia regional toma relevancia desde la segunda mitad del siglo XX, porque funcionó como contrapeso ante el discurso oficial revolucionario y centralizante. Mediante la historia regional, entonces, se lograron escuchar voces y entender procesos que han enriquecido nuestra comprensión de un fenómeno tan importante como la Revolución, la cual tuvo diversas afectaciones que no fueron tomadas en cuenta por la historiografía oficial.

[Este trabajo forma parte de la materia "Temas selectos de historiografía de México en el siglo XX", impartida por la Dra. Gisela Moncada en la Maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm]

El estudio del papel que jugaron los jefes políticos estatales abre una ventana para comenzar a entender dicha afirmación. En general, los jefes políticos fueron funcionarios intermedios que operaron como bisagra entre los intereses del Ejecutivo, los gobernadores y los caciques locales. Aunque, formalmente, su encomienda fue cuidar que las regiones acataran las órdenes del centro y hubiese gobernabilidad en las mismas, las constantes negociaciones en las que tuvieron que participar acabaron por fragmentar el poder. Las regiones no sólo mantuvieron su autonomía cultural, sino que ganaron fuerza durante este periodo. De otra forma, la Revolución no hubiese sido posible. Para intentar validar esa hipótesis analizaré dos obras que incluyen textos de la autora--ya sea como pluma central o como parte de un esfuerzo compilatorio--publicadas en distintas décadas: Don Porfirio presidente..., nunca omnipotente: hallazgos, reflexiones y debates 1876-1911 (1998) y El jefe político: un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911 (2015).

I. ¿Qué es la historia regional?

Es difícil precisar el concepto de historia regional. Como muchos enfoques históricos nacidos más o menos a la mitad del siglo XX, recibe influencia de diversas otras ciencias sociales, pero en especial de la antropología, la geografía y la demografía. Esa parece ser la única concordancia que existe en la definición de este enfoque histórico entre diversos autores. Una corriente de éstos afirma que la historia regional, necesariamente, debe ligarse a un grupo de personas en un territorio en particular. La otra prefiere desvincular el territorio del proceso histórico que vive la sociedad de ese perímetro, lo cual, muchas veces, implica aumentar o limitar el espacio analizado de forma arbitraria. Lo mismo sucede con otro de los principales puntos contenciosos alrededor de la historia regional. Me refiero a los que argumentan que la historia regional siempre se debe encuadrar dentro de un contexto nacional, siendo lo que sucede en dicho perímetro un reflejo de procesos más amplios y generalizables.

Por el contrario, muchos de los historiadores regionales argumentan que sus propios relatos se pueden mantener sin narrativas nacionalizantes, de ahí que, en muchas ocasiones, este enfoque historiográfico sea con frecuencia confundido con la microhistoria. Este segundo grupo destaca que sus propios relatos deben mantener su independencia frente a las inclinaciones totalizadoras de algunos historiadores porque la división política y el perímetro de sus regiones era, comúnmente, distinto en el pasado. En ese caso, ¿por qué habría de incluirse la historia de esa región en un presente que guarda poca relación entre ambos tiempos? Las respuestas aún crean intensos debates entre los estudiosos del tema. Por si fuera poco, a esta fecha no existe una metodología unificada y compartida por los historiadores regionales. Esta ambigüedad, argumentan sus detractores, diluye el impacto de los estudios de este corte, pues las variables analizadas tienden a diferir de investigador a investigador y de tema en tema. En todo caso, el reto es mayúsculo para convencer a los propios historiadores de que el punto de vista regional es una especialidad que vale la pena ser cultivada.

En México, el crecimiento de la historia regional experimentó un pico cuando se comienzan a cuestionar las narrativas centralizadoras y unificadoras de la Revolución. Aunque no hay una fecha precisa que inaugura el boom de este enfoque histórico, sabemos que al menos desde 1946 se formó una asociación de historiadores regionales para coordinar y “aprovechar los esfuerzos de los historiadores de provincia”  desconocidos por otros historiadores de la República.1

Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia (1968), escrita por el mexicano Luis González y González, se considera una obra seminal del enfoque regionalista, pero otros autores como John Womack, Ian Jacobs, Raymond Buve, Dudley Ankerson, Romana Falcon, Carlos Martinez Assad, Gil Joseph, Mark Wasserman, William Meyers, Evelyn Hu-DeHart y Heather Fowler-Salamini han sido reconocidos por su aporte inicial a este enfoque.2 En el grupo pionero frecuentemente se añaden los trabajos de la década de los 60 de Jesús Silva Herzog, Arnaldo Córdova, Frank Tennembaum y John W.F. Dulles. Para González y González, cabe desatacar, la microhistoria es un subgénero de la historia regional y tiene un papel restringido.3

De acuerdo con Uhthoff López, los trabajos desde el enfoque de historia regional sobre la Revolución han permitido comprender la compleja “diversidad de movimientos sociales, de liderazgos políticos o de programas e idearios revolucionarios”.4 Las investigaciones con este enfoque han resultado en una visión cada vez más multifacética del conflicto a partir de la destrucción del Antiguo Régimen y las subsecuentes negociaciones que se realizaron entre los sectores populares y los nuevos grupos en poder. En la década de los ochenta, cuatro autores avanzaron los estudios histórico-regionales sobre la Revolución: Friedrich Katz, John Tutino, John Hart y Alan Knight.

Durante esta década, los académicos regionalistas retomaron enfoques metodológicos e ideológicos de los etnógrafos estadounidenses y de la Escuela des Annales francesa, la cual derivó en lo que hoy algunos eruditos catalogan como Nueva Historia Social, en donde la historia “de los de abajo”, las mentalidades, el género y los procesos de larga duración se prefiere a la enfocada en las instituciones políticas y diplomáticas.5 En la década de los noventa, la historia regional se enriqueció con otras técnicas antropológicas como la observación participante etnográfica y las ideas del posmodernismo, lo que le dio a este enfoque un nuevo campo de acción interdisciplinar.6 Los trabajos de Mario Cerutti, Sergio Ortega, Brian Hamnett y Romana Falcón destacaron en esta década.

A partir del cuestionamiento al discurso oficialista de la Revolución, opina Martínez Assad, lo local toma relevancia, las regiones ahora tienen poder y se trata de explicar cómo es que el conflicto afectó a cada una de ellas. Surgen “muchos  México”, como recuerda Thomas Benjamin. El caciquismo y el acceso al poder toman una nueva dimensión historiográfica.7  También se le da importancia a los vencidos, aquellos que fueron olvidados por las instituciones del estado en su recuento histórico para explicar el México de mediados del siglo XX y en particular de la década de los 60. Por primera vez se revisan las hipótesis que habían permanecido talladas en piedra durante décadas y los historiadores se dan cuenta de que cada región tuvo su propia guerra, su propia revolución y sus personajes particulares. En pocas palabras, los historiadores se dan cuenta de que los movimientos regionales permitieron forjar a las personas sus propias identidades desde lo particular, no como algo impuesto.

“De los anterior se desprende que la historia contemporánea tiene dos lógicas, complementarias entre sí, la nacional y la regional, que difícilmente pueden abstraerse una de la otra”, agrega Martínez Assad.8 Lo regional supone un conocimiento de lo nacional, pues la historia regional permite acercarse a fenómenos y conocimientos más amplios. En México existen algunos bastiones de este enfoque. Ahí se incluyen El Colegio de Michoacán, la Universidad de Guadalajara, la Universidad de Oaxaca y la Universidad Veracruzana, así como el trabajo de antologías regionales impulsados por Eugenia Meyer en el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora. Para cerrar este apartado definitorio de la historia regional, añado la tipología propuesta por Eric Van Young que divide a los trabajos de esta naturaleza en: 1. estudios políticos de caudillos regionales, redes de élite o movimientos populares; 2. regionalizaciones económicas de gran escala y 3. estudios de indicadores sociales.9

Como noté arriba, la crítica más dura hacia la historia regional ha sido la definición del perímetro a estudiar. Me refiero al término de “región” en sí. Para muchos, la palabra se refiere a la división política estatal. El resultado es, como dice Van Young, que las regiones acaban siendo “no más que artefactos de estadísticas, un residuo de un discurso político”.10 Bajo ese enfoque – puesto que las regiones acaban por subordinarse a una unidad administrativa como un estado, distrito o municipio, según ese mismo historiador – se olvidan los procesos socioeconómicos de las mismas, las cuales pueden ser vistas como sistemas espaciales flexibles que funcionan como bloques en su desarrollo económico.

De acuerdo con Armitage, los historiadores debemos el término “regionalismo” al estadounidense Frederick Jackson Turner, quien dejó un legado difuso para su utilización. De ahí que muchos historiadores americanos prefieran alinearse con el movimiento de la Nueva Historia Regional como lo ha definido Donald Worster: la historia de una región es antes que nada la de su ecología humana evolutiva. En efecto, opina Worster, una región nace cuando un grupo de personas trata de vivir en una parte de la Tierra. Es por eso que el historiador regional tendría primero que conocer cómo es que ese grupo de personas adquirieron esa tierra, y, sólo después, cómo la percibieron y trataron hacer uso de ella.11

Siguiendo esta línea de pensamiento, lo que vale la pena estudiar en las regiones es el conflicto entre personas comunes. Es un espacio ideal porque abarca más que un caso de estudio y menos que lo nacional, siendo las diferencias y conflictos entre estos niveles el asunto a investigar por los historiadores. Las variaciones en la calidad de la historia regional, opina un autor, derivan de la capacidad explicativa de los historiadores y de la relevancia de sus observaciones.12 Otros argumentan que el historiador regional es el eslabón intermedio entre el cronista y el historiador profesional.13 Sus objetivos son difusos, muchas veces ligados a la tierra donde nació el historiador. Pero ese mismo perímetro en donde se asienta una sociedad estudiada puede variar con el tiempo. Así entonces, valdría la pena incluir el espacio físico como una variable más a estudiar, al igual que el tiempo y la sociedad regional específica que desarrolla ahí sus acciones.14 Sin embargo, “podemos pensar en una historia regional en términos de localización de un objeto o sujeto de estudio, pero de ninguna manera como una disciplina dotada de un cuerpo metodológico o analítico especifico”.15

II. ¿Qué es la historia regional para Romana Falcón?

La autora es investigadora de El Colegio de México. Sus líneas de especialización son la tensión entre las clases sociales por sobrevivir y conseguir poder, así como las prácticas cotidianas de aquellas personas que viven en los márgenes; es decir, los de abajo.

También se ha especializado en trabajos que analizan las formas simbólicas de resistencia social y los movimientos populares campesinos e indígenas en el siglo XIX y XX en México. Los temas recurrentes de sus trabajos publicados han sido: caciquismo, clientelismo, relaciones tradicionales y patriarcales, resistencias entre México y España, movimientos agraristas y líderes de la Revolución mexicana. Es frecuente encontrarla como invitada en congresos de historia regional. A la fecha es esposa del historiador Lorenzo Meyer. *

Falcón considera a la historia regional un elemento fundamental para entender la formación del México moderno. Afirma:

Seguir intentando escribir una historia de un México entero en un país que, en rigor, carecía de un Estado nacional […] es una tarea que tiene menos sentido que señalar la diversidad de caminos y  opciones que se abrieron a lo largo y ancho del país y que poco a poco fueron confluyendo en caminos verdaderamente integrados.16

En esos nuevos caminos avanzaron hacia la modernización el campesinado, la nueva burguesía y clases medias, además de los jefes regionales que construyeron su propia lucha revolucionaria. Poco a poco esos mismos líderes se integraron a un sistema centralizante posrevolucionario institucional, pero en muchos casos mantuvieron su vocación autonomista, lo cual les permitió autodeterminarse y producir políticas que disentían del poder hegemónico.17

Falcón opina que el interés por la historia regional se puede ligar directamente con la crisis política de 1968, una época cuando se comenzaron a buscar, con mayor fuerza, alternativas a la historia oficial. Así, este enfoque subraya el nacimiento de una burguesía que abrazó ideologías liberales en detrimento de las tendencias agraristas y populares.18 Los jefes políticos del Porfiriato, entiende Falcón, no eran seleccionados desde la Ciudad de México, sino que la más de las veces eran escogidos por los gobernadores como parte de un sistema de patronazgo estatal. De ahí que muchos de ellos tuvieran arraigo en las localías en los primeros años de la Revolución.19

­Vemos entonces que la historia según Falcón se entiende como la tensión entre aquellos actores que mantienen el poder y los que están abajo a través del paso del tiempo. Aquellos que están abajo con frecuencia están afuera de la centralidad, lo que explica la veta regionalista que ha seguido la autora. La Revolución fue especialmente rica en estas narrativas, muchas de las cuales apenas se están conociendo. Esto es necesario “para comprender en toda su complejidad y sus contradicciones lo que la Revolución significó para los mexicanos. Sin su voz, jamás se entendería. Aquí los héroes no aparecen pronunciando discursos [sino] en sus labores concretas y cotidianas”.20

Como dije arriba, los historiadores mexicanos profundizaron en este acercamiento a partir de 1968. Hubo un vuelco interpretativo. Esa generación del 68, “intentó buscar en la Revolución los orígenes de la profunda desesperanza que la abatía”.21 Los protagonistas se vuelven mexicanos comunes y corrientes, agrega Falcón, como soldados rasos, campesinos, trabajadores sindicalizados, huelguistas, burócratas, amas de casa, líderes intermedios. Es decir, se trata de desvelar un México “pequeño y olvidado”. Eso no quiere decir que se deban soslayar las acciones de los grandes líderes y las instituciones. Al contrario, para Falcón “no se separa lo de abajo de lo institucional, hay dialéctica entre ambos”.22 En efecto, a través de estos conflictos se conoce “la estructura del Estado nacional en lo tocante a sus valores y anhelos fundacionales, estrategias y políticas así como su compleja relación con los sectores que constituyen las bases de la sociedad”.23

Para este trabajo, la figura del jefe político será fundamental, el cual, recuerda Falcón, fue una herencia de la constitución liberal de Cádiz de 1812, que proveía notables prerrogativas para los "jefes políticos" de las provincias, los que serían designados por el rey de España. Esa institución se insertó en México a lo largo de todo el siglo XIX.  Su papel fue relevante en la antesala de la Revolución y el conflicto armado. Fueron funcionarios intermedios que operaron como llave de paso entre el Ejecutivo, los gobernadores y los caciques locales.

La gobernabilidad de una región dependía de su desempeño, así como para el control social y del territorio. De acuerdo con Falcón, los revolucionarios del siglo XX fueron poniendo fin a ese mando hasta acabar con él en la redacción de la Constitución de 1917.24 Pero en el paso intermedio entre la finalización de la parte más violenta de la lucha armada y la redacción de ese texto--cuando los caciques y caudillos comenzaron a reclamar su premio al bando ganador--los jefes políticos y los que estaban de su lado se adueñaron de diferentes regiones, agrega la autora, y los convirtieron en feudos con ejércitos privados. Ahí incluye a Obregón, Serrano, Gómez, Manzo, Topete, Escobar, Guadalupe Sánchez, Aguirre, Almazán y Saturnino Cedillo. Ellos reclamaron para sí cargos políticos, aprovecharon las condiciones económicas a su alcance e hicieron actividad industrial.25 Ahora bien, ¿por qué nació esta tensión entre las regiones?

Según Falcón, la búsqueda de la modernidad y el progreso material durante el Porfiriato contrastaron fuertemente con el anquilosamiento del sistema político, el cual acabaría derrumbándose sobre sí mismo como un polvorón por su incapacidad para romper el autoritarismo y la lógica centralizante del mismo.26 Los jefes políticos tendían a centralizar el poder, pues imponían las decisiones del ejecutivo. Pero al hacer su labor debían balancear sus decisiones frente a las fuerzas y diversos componentes sociales locales, con lo que realmente acababan por descentralizarlo en una especie de tenso baile entre dos, tres o más participantes. Vemos entonces que durante el Porfiriato el poder se negocia, no se impone, como lo ha hecho creer la historiografía oficial.

Durante el periodo los jefes políticos se convirtieron en uno de los cimientos más firmes y extendidos sobre el cual descansó la estructura de poder en su conjunto, dice Falcón. Tal fue el caso de Coahuila, por ejemplo, en donde la red de jefes políticos alineados con el ejecutivo negoció un trueque de fidelidad a cambio de privilegios económicos y autonomía.27 Sin embargo, en ese estado en particular, por ejemplo, acabaron siendo un cuello de botella que “más que permitir que fluyesen las decisiones tomadas en el centro del país, habían terminado por ser un obstáculo ya que, básicamente, respondían a directrices regionales, en este caso las del gobernadores y su círculo íntimo”, con lo que otras facciones de las élites de la zona quedaron relegadas y crearon una espiral de tensiones entre ambas partes que acabaron por ser la chispa que incendió al país.28 Durante el régimen de Díaz, esa tensión fue constante y extendida.

III. La historia regional y los jefes políticos en obras selectas de Romana Falcón

A. Don Porfirio presidente..., nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911

Esta obra fue publicada en 1998. Los compiladores de la misma fueron Romana Falcón y Raymond Buve. Aquí se incluyen ensayos de historiadores de la talla de Carlos Marichal, Paul Garner, Mario Cerutti, John Tutino, Josefina Zoraida Vázquez, Charles H. Hale, Enrique Semo, entre otros. En este ensayo sólo abordaré el escrito de Falcón titulado “Límites, resistencias y rompimiento del orden”.

El corazón de ese trabajo es que durante el Porfiriato distintos grupos sociales del país interpusieron todo tipo de mecanismos y resistencias para hacer prevalecer sus intereses y limitar los mandatos que intentaban concentrar el poder. En pocas palabras, según Falcón, el Estado y la Nación no fueron históricamente—ni lo son ahora, en los umbrales del siglo XXI—instancias coincidentes ni en lo temporal, ni en lo geográfico, ni en la identidad cultural y el sentido de pertenencia”.29 Así, la autora ve continuidades de larga duración en la época porfirista y los siglos precedentes, siendo la tensión entre el centro y las regiones y municipios una de las más importantes.

En el texto analizado se describen las desventajosas condiciones del campesinado mexicano prerevolucionario, un grupo que fue presionado por las ideas liberales e individualistas de la República Restaurada. Estos grupos realizaron resistencias simbólicas a lo largo de toda esta época, pero algunas ocasiones dicho simbolismo – lenguaje, ideología, prácticas culturales – degeneró en violencia. Los jefes políticos de diversas localidades tuvieron que lidiar todos los días con esta situación para esa violencia no fuera permanente, argumenta Falcón. Muchas veces esto se hizo con manipulaciones del aparato legal.

Hubo que dirimir estos conflictos regionales, por ejemplo, en Tlatlaya, Amecameca, Atenco, Atlapulco, La Marquesa, Sultepec, Chalco y el Ajusco. Afirma la autora: “Si bien muchas aristas de los conflictos quedaban sin resolver, las conciliaciones ofrecían paliativos temporales, mantenían cierta confianza en las vías legas y atenuaban la posibilidad de rebeldía”.30 Uno de los grupos más combativos fue el de los campesinos. Muchos se opusieron a la modernidad a través de su relación simbólica con la madera, ciénagas, canales, caminos, animales y uso de tierras.

El jefe político fue el encargado de limitar o reprimir estos problemas comunitarios. Al final, los campesinos sobrevivieron gracias a su capacidad y la relación con jefes políticos y otras autoridades para “dirimir en conjunto su presente y su futuro”. Esta defensa no fue simple y más allá del peligro por romantizar su condición, advierte Falcón, se debe tomar en cuenta que simplemente tenías otros intereses con respecto a a la paz y al progreso porfirista.31

B. El jefe político: un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911

Pasaron seis años entre la planeación de este libro y su publicación. El resultado es un documento de casi 750 páginas, sin duda la obra más ambiciosa de Falcón hasta la fecha. Los temas analizados incluyen desde la descripción física del territorio y los cambios en la demarcación política de sus distritos hasta impuestos, usos de la tierra, leyes, facultades y usos de poder, un amplio cuestionamiento a la modernización liberal, el arte de la conciliación y un recuento de los hechos violentos que marcaron la historia de esta región desde mediados del siglo XIX hasta la antesala de la Revolución. También se incluyen mapas, así como solicitudes y formatos para la adjudicación de terrenos. En pocas palabras, la obra es un ejemplo de la complejidad que implica realizar historia regional.

Al igual que en otras obras de la investigadora, aquí se analiza “el punto de confluencia entre las instituciones de gobierno y quienes ocupan los amplios y oscuros escalones bajos de la pirámide social”.32 En el estado de México, los jefes políticos fueron determinantes para sentar las bases de un gobierno a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero también hubo disparidades, regionalismos y resistencias en ese esfuerzo.

La idea central del libro es que las ideas modernizadoras del Estado liberal no fueron siempre bien aceptadas por las comunidades rurales de la región, lo que obligó a una negociación permanente entre ambas partes. Los jefes políticos batallaron en su empeño para construir lo que hoy conocemos como “México” en este esfuerzo de consolidación del Estado. Fueron eslabones fundamentales que revelan la cultura política de este tiempo en esta región, marcada por un gran contingente popular escasamente estudiado.

Durante la administración porfirista la autora destaca la figura del gobernador José Vicente Villalda, quien estuvo en el cargo de 1889 a 1904. Ligado a los designios del centro de poder, Villalda se encargó de organizar el territorio rural del estado y quitarle poder a las corporaciones de muchos pueblos. También modernizó la administración, inició la desecación del lago de Chalco,  reformó la constitución estatal e inauguró la Compañía Cervecera de Toluca y México y la fábrica de papel de San Rafael. El gobernador es importante, pero el centro del texto camina entre figuras sin gran peso político, olvidados para el tiempo, en tensión con el poder.

Considero que los argumentos de Falcón se manifiestan con mayor nitidez en el capítulo tercero de la obra, titulado “Bienes, derechos e impuestos”. Aquí se profundiza la tensión entre jefaturas políticas y campesinos. En el Porfiriato se intentó integrar a los campesinos e indígenas en modelos modernizadores, en donde poseer tierras los hiciese tanto ciudadanos como contribuyentes. Pero la realidad probó ser infinitamente más compleja, opina Falcón. Al final del Porfiriato, no logró unificarse ni la cultura política de las tierras ni el punto de vista de los jefes políticos que tenían que tratar con las comunidades.

Los jefes políticos tuvieron la encomienda de vigilar las operaciones de administradores y visitar las tesorerías municipales y dar el visto bueno al corte de caja de cada mes.33  A veces incluso forzaban la contribución de la comunidad para una causa particular o una obra de benevolencia. También estuvieron involucrados en la repartición de terrenos tras la desamortización de tierras y fueron determinantes en la valuación de los terrenos de la región para fijar los impuestos a pagar por ellos, así como en la elaboración de catastros y padrones. En ese aspecto fueron un engrane fundamental en la extensa geografía del estado de México. Durante el Porfiriato, los municipios de esta región trataron de disminuir la afectación de la carga impositiva dejando de reportar sus recursos o llevando una doble contabilidad a lo que Díaz les pidió a los jefes políticos apretar las tuercas para aumentar el nivel de recaudación.34

IV. Comentario final

En este trabajo he tratado de constatar que el territorio es un punto clave de autonomía, como establece Falcón. Bajo ese supuesto coincido con la autora en que el objetivo del historiador debe ser desentrañar qué tipo de “comunidad imaginada” somos y evitar, dentro de los posible, realizar juicios de valor.35 En la obra no hay separación entre la base popular y el mundo institucional, hay una dialéctica entre ambos.

Los escritos de la investigadora analizados a lo largo de este trabajo son un reflejo de ese pensamiento. Si he escrito pocos ejemplos específicos de historia regional dentro de las dos obras de Falcón ejemplificadas en este texto, ha sido en concordancia con el estilo de la historiadora, quien prefiere utilizar argumentos tipo “sábana” en lugar de estudios de caso para clarificar sus argumentos. Como señalé al principio de este texto, la ejemplificación de estudios de caso está mucho más ligada a la microhistoria que a la historia regional.

En el trabajo de Falcón, se debe entender que la obra completa, no uno o dos puntos dentro de ella, es lo que remite a clasificarla como historia regional.  Ha quedado claro que los jefes políticos fueron actores esenciales dentro del siglo XIX mexicano y en particular durante el Porfiriato.

Su labor se entiende cuando vemos que la sociedad avanza a un paso menor que las leyes que la rigen. Por eso, a pesar de que la figura del jefe político ya no existe, formalmente, desde la Constitución de 1917, su presencia en la política en constatable a la fecha, pero ahora bajo el nombre de “operadores” regionales, frecuentemente aliados a un partido político. Como a inicios del siglo XX, considero que es con estos actores con quien se debe negociar el poder -- el cual nunca es absoluto -- para unificar planes, estrategias y apoyos.

OBRAS CITADAS

- Armitage, Susan. “From the inside out: Rewriting Regional” en Frontiers: A Journal of Women Studies,  vol. 22, núm. 3, Women's West (2001), pp. 32-47, Universidad de Nebraska, EEUU.
-  Buve, Raymond y Romana Falcón. (compiladores). Don Porfirio presidente...,nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911, Universidad Iberoamericana, Departamento de Historia, México, 1998.
- Falcón, Romana. El agrarismo en Veracruz (1928-1935), El Colegio de México, México, 1977.
---------------------- “Relatos personales de la Revolución” en Historia Mexicana, vol. 36, núm. 2 (142), octubre-diciembre, 1986, pp. 369-381, El Colegio de México, México.
---------------------- “El revisionismo revisado” en Estudios Sociológicos, vol. 5, núm. 14, mayo-agosto, 1987, pp. 341-351, El Colegio de México, México.
---------------------- “La desaparición de los jefes políticos en Coahuila. Una paradoja porfirista” en Historia Mexicana, vol. 37, núm. 3 (147), enero-marzo, 1988, pp. 423-467, El Colegio de México, México.
---------------------- “Introducción. Cuautitlán y don Porfirio” en Don Porfirio presidente...,nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911, El Colegio de México, 1998, pp. 14-36.
---------------------- “Límites, resistencias y rompimiento del orden” en Don Porfirio presidente...,nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911, El Colegio de México, 1998, pp. 385-406.
----------------------- México descalzo. Estrategias de sobrevivencia frente a la modernidad liberal, Plaza y Janes, México, 2002.
---------------------- “El Estado liberal ante las rebeliones populares, 1867-1876”, en Historia Mexicana, vol. 54, núm. 4 (216) abril-junio, 2005, pp. 973-1048, El Colegio de México, México.
------------------- “Un diálogo entre teorías, historias y archivos” en Falcón, Historia desde los márgenes. Senderos hacia el pasado de la sociedad mexicana, 2011, pp. 299-334, El Colegio de México, México.
------------------ El jefe político: un dominio negociado en el mundo rural del Estado de México, 1856-1911, El Colegio de México-El Colegio de Michoacán-CIESAS, México,  2015.
-   Fowler-Salamini, Heather. “The boom in regional studies of the Mexican revolution. Where is it leading?” en Latin American Research Review, vol. 28, núm. 2, 1993, pp. 175-190, Latin American Studies Association, EEUU.
- Ibarra, Antonio. “Un debate suspendido: la historia regional como estrategia finita (comentarios a una crítica fundada)” en Historia Mexicana, vol. 52, núm. 1, julio-septiembre, 2002, pp. 241-259,  El Colegio de México, México.
-  Martínez Assad, Carlos. “Historia regional. Un aporte a la nueva historiografía” en Horacio Crespo et al,  El historiador frente a la historia, corrientes historiográficas actuales, IIH-UNAM, México, 1992 (serie divulgación, 1), pp. 135-144.
-  Miño Grijalva, Manuel. “¿Existe la historia regional?” en Historia Mexicana, vol. 51, núm. 4, abril-junio, 2002, pp. 867-897, El Colegio de México, México.
- Sin autor. “El Instituto de Investigaciones de Historia Regional. (México)” en Revista de Historia de América, núm. 21, junio, 1946, p. 55, Pan American Institute of Geography and History.
- Uhthoff López, Luz María. “La Revolución mexicana en diferentes perspectivas de la historia regional” en Signos Históricos, núm. 21, enero-junio, 2009, pp. 8-11, Universidad Autónoma Metropolitana, México.

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