De las reformas borbónicas a la construcción del régimen posrevolucionario. Algunas líneas generales en la historia del periodismo mexicano
Sumario:
Nacionalismo y cultura, relación con el poder y la búsqueda de la
libertad de prensa, así como la profesionalización del oficio y el
avance técnico de la industria periodística constituyen las
principales líneas transversales sobre por las que se puede analizar
la historia de la prensa mexicana desde la segunda mitad del siglo
XVIII hasta los albores del maximato. Estudiar a la prensa de esta
forma faculta su comprensión como un artefacto subjetivo y rico para
el historiador, en donde se refleja lo esencial de aquella sociedad
que lo produjo, más allá de uno encargado solamente de documentar
hechos.
I.
Introducción
La prensa ha jugado un papel
determinante en la construcción de México. Poco antes de la gesta
independentista y a lo largo de todo el siglo XIX fue un instrumento
de transmisión del nacionalismo y la naciente “mexicaneidad”. Lo
mismo sucedió al concluir la lucha armada de la Revolución
mexicana, es decir, durante la primera década de la construcción
del régimen posrevolucionario. Entretejido en ese discurso de
nacionalismo y cultura podemos hallar tensión entre la prensa y los
distintos grupos de poder. Ese “estira y afloja” ha sido una
característica esencial del quehacer periodístico del país. El
último elemento transversal de la prensa mexicana ha sido el
ininterrumpido avance de la tecnología y de la profesionalización
del oficio periodístico con el objetivo de aumentar el alcance de
las distintas publicaciones periódicas y convertirlas en un negocio
redituable. Estas tres variables forman el triángulo sobre el cual
se ha construido el cuarto poder en México.
[Este ensayo fue realizado para la materia "El periodismo en México. Cambios y continuidades", impartida por el Dr. Arno Burkholder como parte de la Maestría en Historia Moderna de México, de Casa Lamm. Versión en PDF]
Considero que la labor periodística
solo puede nacer y realizarse cuando una sociedad logra identificar
que vale la pena documentar, interpretar y comunicar aquellas
acciones que suceden dentro de ella con el fin de ser utilizadas por
una comunidad imaginada dispuesta a recibir y valorar esos mensajes.
Dicha identificación medio-público parte del orgullo. Ese
sentimiento, me parece, se da cuando una sociedad consigue pensarse
en el tiempo y puede verse a sí misma hacia atrás y hacia adelante.
En ese sentido, las publicaciones periódicas funcionan como un
espejo que informa a la sociedad lo que es relevante para ella misma,
pues los creadores de los mensajes que circulan a través de los
medios forman parte de la comunidad imaginada hacia la cual envían
sus discursos.
Coincido
con Habermas cuando afirma que la concepción de la “esfera
pública” adquiere singular importancia en el siglo XVIII, fecha en
que los basamentos del Antigüo Régimen son cuestionados por la
crítica ilustrada y la racionalidad transmitida en diarios, libros,
cafés, clubes y salones, especialmente en Inglaterra, Francia y
Holanda.1
Así, gracias a la Razón, la prensa política comienza a
institucionalizarse, aparece de forma regular, y ya no sólo en
momentos de crisis, dando cada vez más importancia a “lo público”
y al sentido “educativo” de los medios, lo que dio, por
consecuencia, un nacionalismo que quedó claramente ejemplificado en
la revolución francesa y la independencia estadounidense. Es decir,
se “construyó” y se “inventó” una nueva comunidad de
ciudadanos, diferenciada del clero y la nobleza.2
En pocas palabras, “los medios franceses desempeñaron un papel
necesario tanto en la destrucción de las tradiciones como en la
invención de otras nuevas, en el intento de crear una cultura
política al margen de la Iglesia y del rey”.3
II.
Nacionalismo y cultura
En
el siglo XVIII, la Nueva España también experimentó la creación
de esta “comunidad imaginaria” a través de sus propios medios.
La prensa ilustrada dio “cauce a las aspiraciones y a la conciencia
nacionalista” que culminó en la independencia nacional, como
afirma Tavera.4
Desde la implementación de las reformas borbónicas, en la segunda
mitad de esa centuria, la sociedad recibió la influencia del
pensamiento ilustrado, lo que provocó cambios administrativos,
económicos y culturales. Gracias a ello, e incluso a pesar de la
prohibición formal de hablar sobre asuntos políticos (aunque sí
tocaron temas como la expulsión de los jesuitas y la Revolución
francesa), se desarrolló un periodismo dieciochesco que incluyó
diversas publicaciones de corte científico-cultural-artístico que
resaltaron el orgullo intelectual criollo, entendido aquí como el de
aquellas personas asentadas en la Nueva España con raíces
culturales peninsulares.
Algunas de las publicaciones de este corte
antecedieron, incluso, a la instauración de las reformas borbónicas.
En la lista se incluyen, cuando menos: la primera Gaceta
de México
(1722, obra de Castorena y Ursúa), la segunda Gaceta
de México
(1728, Sahagún de Arévalo y Ladrón de Guevara) y una tercera
Gazeta
de México (Valdés),
un compendio de noticias de la Nueva España que operó de 1784 a
1810. A esta lista se debe añadir El
Mercurio Volante
(Bartolache), Diario
Literario
(1768, Alzate y Ramírez) y la Gaceta
de Literatura
(1788-1795, Alzate y Ramírez).5
En estos escritos hay optimismo y la creación de una nueva
conciencia--sin proponer la separación de España--que tienen el
expreso propósito de servir a la patria y potenciar la idea del bien
común en sincronía con la política paternal de la ilustración
española.6
Así, la Ciudad de México se dice “la metrópoli del Nuevo Mundo”
y los contenidos de los textos se ocupan de “aquello que es útil
para la patria: progreso económico, social y cultural, se divulga la
ciencia, la ciencia aplicada en el desarrollo de pequeñas
industrias, economía privada, y el acrecentamiento de la riqueza de
la corona”.7
Poco
tiempo después, la invasión napoleónica en España lega la
Constitución gaditana de 1812, en donde se trata de transformar al
reino y convertirlo en un Estado moderno. Esa Carta traería
profundos cambios en América y, al menos durante dos años, hasta
que Fernando VII la prohibió en 1814, libertad de prensa en la
península y las colonias. En ese sentido, “la libertad de imprenta
se justifica en su consideración como vehículo privilegiado para la
difusión de las luces, para la ilustración de la nación”.8
Este hecho potenció la actividad de los gaceteros y la aparición de
la opinión pública. Pero hay límites: se impide la critica a la
Iglesia y se responsabiliza al que opina a través de cédulas,
censores y juzgados. A pesar de la prohibiciones, sin embargo, ya hay
“rebelión en el ambiente” y la época independentista ve la
publicación de distintos textos con claras intenciones de autonomía:
El
Despertador Americano,
Ilustrador
Nacional,
Ilustrador
Americano,
Semanario
Patriótico Americano,
Gazeta
del Gobierno Americano en el Departamento del Norte,
Sud,
Correo
Americano del Sur,
Gaceta
del Gobierno Provisional Mexicano en las Provincias de Poniente,
Boletín
de la División Auxiliar de la República Mexicana,
El
Mejicano Independiente,
Ejército
Imperial Mexicano de las Tres Garantías,
Gaceta
del Gobierno de Guadalajara,
La
Abeja Poblana,
Busca-Pies,
y Diario
Político Militar Mexicano.9
Las publicaciones fueron redactadas por un pequeño grupo de
criollos, bien instruido, que “participó de la admiración por los
ideales republicanos estadounidenses y por el pensamiento jacobino
francés”.10
En efecto, los criollos que publicaron estos periódicos “estaban
desenterrados del aspecto noticioso de la prensa”, de ahí que en
la etapa posterior a la independencia se tratase “de establecer el
debate en torno a una variedad de intereses entre los cuales se
encontraban, por supuesto, los políticos”.11
La
consecución de la independencia trajo una intensa lucha por definir
la cultura de la nueva nación. En estas primeras décadas del siglo
XIX conviven en México tres mundos distintos, a decir de un autor,
el indígena, hispano y el estadounidense.12
Los intelectuales proponen la cultura de ese nuevo país, aún cuando
existen claros vacíos entre su forma de ver el mundo y la del
“pueblo”, pues “todo nacionalismo es ficticio, es decir, es una
creación artificial basada en supuestos sentimientos del 'pueblo' o
de las mayorías de un país”.13
De forma vertical, el Estado desarrolla una continua síntesis y
reapropiación de símbolos para producir un sentimiento nacional
“ligado al grupo en el poder” (especialmente después de la
Revolución) y reflejar “lo nuestro”.14
Los medios juegan una labor fundamental tras la guerra contra Estados
Unidos (1846-1848), cuando la psique nacional se encuentra devastada
y la clase intelectual mexicana sufre gran agitación que se
materializa en panfletos, revistas y periódicos como El
Universal,
El
Monitor Republicano
y El
Siglo XIX,
que van dirigidos tanto a la opinión pública articulada como
aquellos que no lo estaban: éstos “propusieron distintas
soluciones para salvar al país e influyeron en la visión de los
mexicanos tenía de sí mismos, de su pasado y de su porvenir. Había
que aprender la lección y actuar”, ya fuese entablando relaciones
militares y económicas más estrechas con el peligroso vecino del
norte, como opinaban los de izquierda pura, o distanciándose del
mismo para buscar mejores alianzas del lado europeo, como preferían
los conservadores.15
En todo caso, la búsqueda de ese proyecto modernizador no era para
todos. Los indios eran “bárbaros y salvajes”, según la prensa
de mediados del decimonónico, pues atentaban “contra los
principales protagonistas de la civilización, sólo que ahora éstos
ya no eran los blancos como sujetos físicos, sino los representantes
del régimen y sus intereses”.16
Los indios debían ser integrados, pensaban los editorialistas de la
época, para ser “útiles”, a pesar de vérseles como sujetos
“inconscientes, perezosos, abyectos, lánguidos”.17
En esta época, la idea de proyecto nacional civilizado se concibe
como europea y blanca y el indígena es un “sublevado empedernido,
en el contexto de las varias guerras regionales, sea la de castas en
Yucatán, la de la frontera norte, o las de Chilapa, la Huasteca o
Papantla”.18
La
Revolución mexicana ampliaría el concepto de nacionalismo para
incluir aspectos culturales que anteriormente habían sido relegados.
Los medios desempeñaron un papel fundamental para formar la idea de
un nuevo país que podía incluir a distintos mexicanos, algunos de
ellos con rasgos que habían sido ignorados durante el Porfiriato o
que habían sido vistos como tangenciales al proyecto modernizador.
En publicaciones fechadas entre febrero de 1913 y noviembre de 1929
se inmortaliza a Madero, Zapata, Carranza y Villa, los cuales logran
su redención cuando les llega la traición y la muerte violenta y la
ceremonia del nuevo régimen olvida los detalles del hecho histórico
y los condensa en símbolos.19
A partir de la llegada de Carranza al poder, la instauración del
régimen constitucionalista hubiera sido imposible sin el apoyo--y a
veces, cuestionamiento--de la prensa urbana, industrial, moderna
nacida en el Porfiriato. Ésta logró “seducir” a sus lectores a
través de textos, ilustraciones, fotografías e incluso publicidad
nacionalista pagada, por ejemplo, por empresas como las tabacaleras
El Buen Tono y La Violeta, o la Compañía Cervecera Toluca y México,
S.A.. Junto con los creadores de los medios, y desde finales del
siglo XIX, las empresas ofertaron sus productos “asociados a la
idea de nación y a los discursos nacionalistas emanados de ésta”,
los cuales se centraron en el progreso y la modernidad.20
III.
Relación con el poder y la búsqueda de la libertad de prensa
Como
mencioné al principio, nacionalismo y cultura van de la mano de la
influencia de los grupos de poder y de la libertad que se desplaza
hacia la prensa. Después de 1821 y hasta mediados del siglo XIX, por
ejemplo, la industria editorial mexicana estuvo marcada por una
intensa lucha de ideologías. Controlar la lectura de los mexicanos,
aunque fuese de un grupo de élite muy reducido, fue determinante
para los editores Vicente García Torres, relacionado con el gobierno
de Mariano Arista (enero de 1851 a enero de 1853) y para el
conservador catalán Andrés Boix.
El primero, fundador de El
Monitor Republicano (1847),
privilegió los textos educativos, útiles, científicos y
literarios; el europeo, los de corte católico y autores de moda.
Hacia 1850 quedaba claro que había que formar las bibliotecas de los
mexicanos, una delicada empresa que mezclaba tanto comercio como una
clara visión del mundo.21
No
fue sino hasta el Porfiriato cuando prensa, gobierno y Estado
lograron ver hacia adelante el mismo proyecto, uno modernizador. Tal
vez el ejemplo más claro de este pensamiento fue el diario El
Imparcial (1896-1914),
el primer diario “metropolitano”, fundado por Rafael Reyes
Espíndola, quien ocho años antes había empezado El
Universal.
El mismo también había sido parte de El
Mundo,
El
Mundo Ilustrado y
El
Heraldo,
otros periódicos que fueron partisanos al régimen y se
caracterizaron por su novedoso formato tipo tabloide, impacto visual
y por dirigirse a un público urbano de clases medias-altas y altas.
En las páginas de El Imparcial se prefirió la información de la
vida cotidiana de la Ciudad de México, en lugar de la información
política vista en El
Siglo XIX,
El
Monitor Republicano y
El
Diario del Hogar,
los grandes diarios liberales previos, y se convirtió en el
periódico más importante del Porfiriato y del grupo de los
científicos. Por eso, al llegar Madero al poder en 1911, desde sus
páginas se montó una ofensiva feroz contra aquel que había
desmantelado el aparato porfirista. “Todo lo que oliese a maderismo
o fuera una consecuencia de la revolución maderista, quedó atrapado
en el argumento […] de la oposición representada por el diario: la
inviabilidad intrínseca del gobierno maderista”.22
Pacificado el país, las hojas de estos diarios partisanos se
vuelvan hacia la cultura, el entretenimiento, el consumo, la moda,
los “sports”, el exterior y también la nota roja. A través de
subvenciones (comprando suscripciones en masa), el Estado retribuyó
el enfoque periodístico de El
Imparcial.
Así, ambos cooperaron para implantar un mismo proyecto, alineado a
los valores del porfirismo. Cuando llegó Madero al poder, el diario
impulsó el miedo y criticó el desorden y la ausencia de paz. Sin
embargo, el proyecto de Díaz había incluido modernización material
y económica, pero escasa renovación política y social. La mujer, a
pesar de ser muy importante, seguía atada a la familia, a pesar de
sus intenciones de incursionar en la vida pública profesional. Los
diarios de la época documentaron las acciones de estas mujeres, pero
desde el marco de referencia de la época: ya fuese como hijas,
madres o esposas eran las encargadas de transmitir los valores de la
época, en esencia victorianos. La biología determinaba
diferencias.23
Durante
la época mencionada hubo una crítica controlada al Estado. Salirse
de esos márgenes implicaba el cierre de los talleres en donde se
publicaban los diarios y el inicio de un proceso legal que costaba
tiempo y dinero a los editores. El candado estaba en la misma
Constitución, aprobada durante el periodo de Manuel González, con
lo cual se reforzó la mordaza del
Estado sobre los diarios. Aquellos que estuvieron en contra, como El
Hijo del Ahuizote
o Regeneración,
fueron hostigados por el régimen. Pero al caer éste e iniciar la
lucha armada revolucionaria aparecieron diversos escritos inclinados
hacia las distintas corrientes y grupos de poder de la época:
maderistas, carrancistas, huertistas, comunistas, científicos, etc.
A diferencia del Porfiriato, ahora no había un modelo claro a
seguir, lo que potenció un debate sobre la mejor forma de
administrar el poder. Ya con Carranza y aún bajo la sombra de la
Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se acercó a los periodistas
mexicanos para convencerles de las bondades de la Nueva Doctrina
Monroe e influir en la política nacional y el gobierno, advertirles
del comunismo y de todo aquello que estuviese en contra de la libre
empresa y del derecho a la propiedad. “Los periodistas mexicanos se
convirtieron en piezas clave de la maniobra wilsoniana para
consolidar nuevas formas de relación con Latinoamérica, basada en
la fraternidad panamericana y en un trato de iguales entre la
potencia naciente y sus vecinos del sur.” 24
Después de la crisis de 1908-1916 había que estar a favor de un
nuevo proyecto. Pero a diferencia de Madero, ahora Carranza
comprendió la importancia de controlar a la prensa. Bajo su mandato
se fundaron El
Universal
(1916), Excélsior
(1917), El
Demócrata (1918).
En esta época y en los años inmediatos posteriores, además,
distintos grupos subalternos como campesinos, obreros e indígenas
ganaron representatividad, como lo demostraron La
Prensa,
El
Hombre Libre
o El
Machete. “La
prensa popular [...] fue un elemento central del México
revolucionario y cumplió con una función democratizadora muy
significativa: la expansión del público”.25
Excélsior,
fundado por Rafael Alducin el 18 de marzo del 1917, un poblano de
familia acomodada con conexiones e inquietudes periodísticas, fraguó
un discurso reconstructivo a favor del régimen iniciado con
Carranza. Sin embargo, se enfrentó con el poder de los sonorenses
Obregón y Calles y su esencia desapareció en 1932 a causa de
distintos problemas políticos (la cobertura al juicio de José de
León Toral) y económicos (deudas), cuando tuvo que declararse en
bancarrota. Sin embargo, sus primeros años de historia permiten
“comprender de qué manera se constituyeron las relaciones entre
los medios de comunicación y el gobierno mexicano y cómo influyeron
en las políticas aplicadas por éste en determinados momentos del
siglo XX”.26
Este diario se construyó sobre el modelo de El
Imparcial:
un impreso atractivo dirigido a las clases urbanas altas, con
tecnología de punta y un enfoque informativo basado en la
industrialización de las noticias, formado por una mezcla de plumas
experimentadas que habían trabajado en diarios parciales a Díaz y
otra vertiente de periodistas jóvenes, con ganas de trabajar y ser
publicados a pesar de su bajo sueldo. Al terminar la parte más
sangrienta de la Revolución, Excélsior
comprendió que había que “organizarse para evolucionar como país”
y se propuso “ser un órgano periodístico alejado de cualquier
filiación política, que brindara información y no propaganda”
que además “apostaba al futuro y a las transformaciones que el
país necesitara para vivir en paz y prosperidad”.27
IV.
Profesionalización del oficio y el avance técnico de la industria
periodística
Distintos
avances técnicos permitieron a la prensa nacional extenderse como
factor de influencia entre las clases acomodadas y las populares. La
revolución industrial trajo a) nuevas máquinas para imprimir más
ejemplares con mejor papel; b) el telégrafo, el cual permitió la
transmisión de noticias de una esquina del país a la otra en
cuestión de segundo; y c) el ferrocarril, con lo cual los diarios y
los documentos pudieron ser entregados a las urbanidades con
regularidad.
Gracias a esto y a los avances en la producción del
papel, el costo de producir cada copia de un diario se hizo más
económico. Otros avances convergieron para crear ediciones más
atractivas. Al menos desde 1827, la litografía había llegado a
tierras nacionales y había dejado una vertiente práctica y otra
académica.+
Por otro lado, la caricatura política, al menos desde la época de
Mariano Arista, se practicaba con regularidad y particular acidez en
los diarios mexicanos.+
Y claro, la fotografía y su precursor el daguerrotipo, desde 1840,
gozaba de gran popularidad, sobre todo en los diarios porfiristas,
los cuales usaron imágenes para “la confección de su discurso
legitimador”.28
En el periodo analizado en este ensayo, las vanguardias artísticas
fueron readaptadas en los anuncios aparecidos en la prensa y con eso
se impulsaron los mecanismos de consumo.29
Todos
estos avances se combinaron con la formación, muy gradual, de
escritores orientados a recabar información interesante de forma
rápida y redactarla bajo cuadros textuales o “géneros”
específicos, tales como la nota, el reportaje o la crónica. La
inmediatez de la información, sobre todo la que se producía en los
frentes bélicos, dejó poco espacio a la escritura literaria y
privilegió un lenguaje práctico, directo y una redacción de tipo
“pirámide invertida”, en donde la información más relevante
desplazaba a los detalles secundarios.
La información se hizo
utilitaria, como lo ejemplificó la carrera de Ángel Pola, hacia el
final del siglo XIX, y su procesamiento suscitó la creación de
“reporters” que supieran los temas relevantes para su sociedad y
pudieran buscarla todos los días a través de distintas fuentes,
trabajando en medios con estructurales jerárquicas verticales
(dueño, director, editor, redactor, reportero). En su caso, al igual
que con otros periodistas de la época influenciados por el
positivismo, lo importante fue el dato, la precisión, la
organización, lo real.30
Los escritores se dieron cuenta de que era más fácil publicar en
los diarios si se adaptaban a este nuevo estilo que crear un libro.
Este grupo materializó la crónica como una mezcla entre literatura
y periodismo de datos, entre arte y escritura circunstancial.31
V.
Conclusión
A
lo largo de este ensayo he tratado de demostrar que un diario se
construye sobre elementos que aportan elementos mucho más profundos
que el simple hecho reportado. Las tres variables aquí analizadas
revelan que la historia de la prensa nacional ha construido de forma
constante variados discursos que, según su coyuntura, pueden ser
leídos por el historiador para armar un pasado rico, siempre y se
tome en cuenta la subjetividad innata adscrita a un medio, en donde
se combina tanto capacidad intelectual como difusión masiva de
ideas.32
El historiador debe tomar en cuenta una “doble subjetividad”, en
donde se une la intención del medio al colocar una información y su
propia interpretación para lograr ver entre líneas aquello que,
muchas veces, es más importante que el dato en sí.33
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2Ibid,
pp. 114-117.
3Ibid,
p. 119.
4Xavier
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México, Club de Periodistas de México, 1963, “Estudio
Preliminar”, p. xvi.
5Ibid,
p. xviii; lxxi
6Ibid,
pp. liv-lix.
7Ibídem.
8Francisco
Fernández Segado, “La libertad de imprenta en las Cortes de
Cádiz”, Revista
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9José
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10Manuel
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12Roberto
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13Ibid,
p. 19.
14Ibídem.
15Ana
Rosa Suárez Argüello, “Una punzante visión de los Estados
Unidos (la prensa mexicana después del 47)”, Cultura
e Identidad,
México, FCE, 1994, pp. 73-75.
16Jesús
Guzmán Urióstegui, “De bárbaros y salvajes. La Guerra de Castas
de los mayas yucatecos según la prensa de la ciudad de México.
1877-1880”, Estudios
de cultura maya,
México, vol. 35, enero de 2010, pp. 128-129.
17Ibídem.
18Teresa
Rojas Rabiela (coord), El
indio en la prensa nacional mexicana del siglo XIX: catálogo de
noticias Tomo I,
México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social, 1987, pp. iii-iv.
19Leticia
Mayer, “El proceso de recuperación simbólica de cuatro héroes
de la revolución mexicana de 1910 a través de la prensa nacional”,
Historia
Mexicana,
México, vol. XLV, núm. 2, octubre – diciembre de 1995, pp.
380-381.
20Lara
Campos Pérez, “Seducción de nación. Conmemoraciones y
publicidad en la prensa mexicana (1910, 1921, 1935, 1960)”,
Secuencia,
nueva época,
México, núm. 88, enero – abril de 2014, México, p. 154.
21Othón
Nava Martínez, “Entre la biblioteca universal y la biblioteca
mexicana. Dos proyectos editoriales vistos a través de la prensa de
la Ciudad de México, 1851-1853”, ponencia, Universidad Autónoma
de Chiapas, abril del 2007, passim.
22Ariel
Rodríguez Kuri. “El Discurso del miedo: El Imparcial y Francisco
I. Madero”, Historia
Mexicana,
México, vol. 40, núm. 4, abril - junio, 1991, p. 716.
23Guadalupe
Ríos de la Torre, “Idea de mujer a través de la prensa
porfiriana”, ponencia, Universidad Veracruzana, marzo de 2004,
passim.
24Ana
María Serna, “Periodistas mexicanos: voceros de la nueva Doctrina
Monroe”, Mexican
Studies/Estudios Mexicanos,
California, vol. 26, núm. 2, verano de 2010, p. 5.
25Ana
María Serna, “Prensa y sociedad en las décadas revolucionarias
(1910-1940)”, Secuencia,
nueva época,
México, núm. 88, enero – abril de 2014, p. 120.
26Arno
Burkholder de la Rosa, “El periódico que llegó a la vida
nacional. Los primeros años del diario Excélsior (1916-1932)”,
Historia
Mexicana,
México, vol. LVIII, núm. 4, abril – junio de 2009, México, p.
1370.
27Ibid,
p. 1390.
+Véase
el ensayo de Arturo Aguilar Ochoa, “Los inicios de la litografía
en México: el periodo oscuro (1827-1837)”, Anales
del Instituto de Investigaciones Estéticas,
México, núm. 90. (2007).
+Véase
el ensayo de Helia Emma Bonilla Reyna,“El Telégrafo y la
introducción de la caricatura francesa en la prensa mexicana”,
Anales
del Instituto de Investigaciones Estéticas,
México, vol. 24, núm. 81, septiembre – noviembre de 2002.
28Judith
de la Torre Rendón, “Las imágenes fotográficas de la sociedad
mexicana en la prensa gráfica del Porfiriato”, Historia Mexicana,
México, vol. XLVIII, núm. 2, octubre – diciembre de 1998, p.
372.
29Ortiz
Gaitán, Julieta. “Arte, publicidad y consumo en la prensa. Del
Porfirismo a la Posrevolución”, Historia
Mexicana,
México, vol. XLVIII, núm. 2, octubre – diciembre de 1998, p.
412.
30Laura
Edith Bonilla de León, “Ángel Pola: un espectador de la
literatura y un profesional del periodismo”, ponencia, S/F.
31Claudia
López Pedroza, “La crónica de finales del siglo XIX en México.
Un matrimonio entre literatura y periodismo”, Revista
de El Colegio de San Luis. Nueva Época,
México, año 1, núm. 2, julio – diciembre de 2011, México, pp.
56-57.
32Jacqueline
Covo, “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y
perspectivas”, Historia Mexicana, México, vol. XLII, núm. 3,
enero – marzo de 1993, p. 693.
33Rosalba
Cruz Soto,“El periódico, un documento historiográfico” ,
Historia
de la Prensa en Iberoamérica,
México, Alianza del Texto Universitario, 2000, passim.
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