Un respaldo digital de los textos para maestría en Historia Moderna de México que estoy haciendo en Casa Lamm. (Si vas a usar estos textos, cita esta fuente! Portas, Eduardo. "Textos sobre Historia". XX del 20XX en www.AppleBoyOK.com, revisado el XX del XX.
Concluida la etapa inicial de la lucha independentista en la recién formada nación, los principales hombres de poder comenzaron a debatir si debían elegir entre un sistema político centralista o liberal. En esta etapa, la cual va a grandes rasgos de la tercera década del siglo SXIX hasta el arribo de Maximiliano en 1864, se implantaron gobiernos apegados a uno de esos dos sistemas de orden. El debate central lo podemos resumir en la siguiente disyuntiva: qué sería más beneficioso para México, ¿un gobierno en donde los estados (provincias) tienen libertad para tomar sus propias decisiones en el terreno ejecutivo, legislativo y judicial o uno en donde los ejes rectores de gubernabilidad emanan y son controlados a detalle desde la capital? Aunque la historia dio la razón a los gobiernos de corte liberal, el debate suscitó enfrentamientos que dejarían marcado al país, el cual adoleció de cuentas públicas negativas durante el lapso histórico referido. En este periodo también se comienza a desmoronar la férrea estructura corporativa que había dejado como legado el pasado colonial español, resquebrajamiento que se entremezcló inevitablemente entre los bandos liberales y conservadores. A lo largo de este periodo, cabe señalar desde ahora, las principales decisiones en México seguían siendo tomadas por aquellos hombres que eran, en su gran mayoría, terratenientes o dueños de algún tipo de propiedad, criollos o con fuertes raíces peninsulares y económicamente acomodados. La capa superior de estos hombres de bien era más bien conservadora, pero había aquellos que comulgaban con ideas liberales, en donde se encontraban los subgrupos radicales y moderados. Los primeros querían cambios inmediatos, los otros, cambios progresivos en los ámbitos religiosos, militares y económicos, para buscar mayores oportunidades de desarrollo y menos privilegios y fueros para los vestigios del ordenamiento español.
Tras el gobierno imperialista de Iturbide se opta por una república federal. El fiel de la balanza para llevar al país hacia un gobierno inclinado hacia la liberalidad, sintetizando hasta ese momentos en el pensamiento en la Constitución de 1824, habían sido los moderados, quienes tuvieron a sus mayores exponentes decimonónicos en Mariano Otero, Manuel Gómez Pedraza y Manuel Payno. La percepción que había alrededor de ellos es que eran oportunistas políticos que tomaban las aguas más propicias para impulsar sus propios intereses. Esa fue el constructo alrededor de ellos durante toda la primera mitad del siglo XIX, una vez que concluyó la gesta independentista. De acuerdo con los conservadores y liberales puros, en 1821 los moderados habían sido amantes del imperio; en 1823, entusiastas republicanos; en 1830 y 1831 ciegos partidarios de un gobierno central; en 1835, consumados centralistas, enemigos acérrimos del federalismo; en 1842, opositores a las bases orgánicos; al año siguiente, sostenedores de ellas y en 1847 los más amigos del federalismo1. Su papel era visto para asegurar el presente, con un carácter acomodaticio a los vaivenes revolucionarios. La principal crítica que se les hacía es que apoyaron el derrocamiento vicepresidente liberal Valentín Gómez Farías, el principal tomador de decisiones en el gobierno de 1833 a 1836 de Antonio López de Santa Anna, quien prefería alinearse con los militares que lo sustentaban en el poder. En general, estaban a favor de resolver los problemas económicos para resolver lo político, adelgazar al ejército y el pacifismo, por eso, opina Fowler, apoyaron la independencia de Texas, para no hacer una nueva guerra. Además, buscaban que el Estado no influyera tanto en la vida de las personas y que los bienes de la Iglesia no fueran repartidos por el Estado, sino por la Iglesia en sí, a diferencia de lo que proponían los liberales radicales2. ¿Cómo se diferenciaban estos dos grupos de los conservadores? Como el nombre lo dice, trataban de retener las principales ideas de la Colonia, hispanismo y religión, pero buscando un gobierno independiente en México.
Estaban desencantados del primer experimento federal y por eso planteaban un regreso ideológico a los orígenes. Le achacaban a los liberales la desunión del país vivida durante la época federalista de Gómez Farías, en especial las iniciativas implementadas contra la Iglesia. Una vez que sacan al vicepresidente, en un movimiento que unió a Santa Anna con los grupos conservadores en virtud de compromisos económicos previos, también logran, mediante presiones a la figura presidencial, retomar el control corporativo del Congreso. Santa Anna, mientras tanto, estaba empeñado en obtener la gloria militar tratando de recuperar Texas, pero la desastrosa campaña en El Alamo, el 6 de marzo de 1836, y su intento por ocultarla, lo hacen perder cualquier capacidad negociadora con las fuerzas conservadoras y así deja la presidencia. Los 10 años de gobiernos federalistas y la intención de replicar a los Estados Unidos no habían traído más que pobreza y fragmentación. Había que regresar al centralismo y al gobierno conservador. Inician entonces una serie de acciones para regresar el poder a las corporaciones—cuidando no caer en el error del pasado de entregar demasiado poder al ejército y con eso formar una oligarquía castrense—a partir de un Congreso reintegrado en su mayoría por facciones que apoyaban el centralismo que pedían un cambio constitucional al respecto. Por esas fechas el gobierno está formado en su grupo más grande por militares y clérigos que buscan un sistema con privilegios similares a los de la Colonia, pero bajo un sistema representativo ; después están los federalistas derrotados, que impulsan un programa similar al de Valentín Gómez Farías (menos poder para el Ejército y fuertes reformas a la Iglesia y la Educación); le sigue el grupo de los moderados y al final los legisladores fieles a Santa Anna y sus metas de ascenso personal3. A partir de que éstos grupos conservadores toman poder del Congreso, tras las presiones que habían usado contra Santa Anna, quien lo había disuelto, comienzan una serie de contrarreformas para deshacer los planteamientos libero-radicales de Gómez Farías. Este periodo lo ocupan los presidentes Miguel Barragán, sustituto interino del generalísimo, y José Justo Corro, quien tomó el puesto a la muerte del primero. Se reforma la Constitución en 1836 y la Iglesia queda casi con las mismas facultades que tenía durante la república federalista, de hecho, ahora el gobierno tiene el derecho de confiscar la propiedad, incluyendo la eclesiástica, cuando hubiere necesidades para hacerlo. La razón detrás de este cambio era la pobreza de las arcas nacionales. El ejército salió mejor librado. Se suprimió la milicia cívica. Después de la derrota de Santa Anna en Texas se llegó a la conclusión de que se necesitaba más fuerza en el mismo y aumentó el gasto militar4.
Los centralistas aplicaron una serie de medidas fiscales para intentar mejorar las finanzas públicas, pero no tuvieron efecto positivo. La crítica principal que habían hecho a los federalistas ahora regresaba para atormentarlos. Devaluaron la moneda al hacerla de cobre, lo que afectó a miles de personas, aplican nuevos impuestos directos a la propiedad y al comercio, lo que vio un súbito aumento de agiotistas, los cuales incluso tenían al gobierno como uno de sus deudores. El gobierno vendió muchas de sus propiedades y puso a los terrenos de la Iglesia como aval en diversas otras transacciones. También se pidió un préstamos a las clases ricas, el 16 de junio de 1836, para consternación de los hombres de bien y los conservadores. Cada nivel de las capas más acomodadas de la sociedad debía pagar una cantidad distinta de dinero al gobierno, el cual buscaba liquidez inmediata. Aquí estaban incluidos muchos comerciantes, y grandes propietarios, hasta el mismo Lucas Alamán. Puesto que la principal exportación del país era la plata, que sumaba hasta 70 por ciento de las exportaciones totales, no se podía competir con los precios de las importaciones baratas que inundaban el mercado. Por eso implantaron distintas medidas proteccionistas en los sectores del tabaco, la industria textil, azucarero, peletero y el del aguardiente, además de prohibir las importaciones de arroz, café, harina, jabón, juguetes, barajas, madera y sal. En suma, los conservadores hicieron un llamado de clase a los hombres de bien de su época para sacar adelante al país, pero les afectó la derrota en Texas, el costo del Ejército, la crisis del Tesoro nacional, el aumento a la tributación y el préstamo forzoso para favorecer al gobierno. Todo esto estaba lejos de lo que se había pronosticado si sacaban a los liberales del gobierno5.
El periodo centralista corre entonces desde 1836 a 1844, tiempo en el cual hay enormes problemas de gobernabilidad ligados a la precaria administración federal. Para ganar mayor control sobre el dinero, los centralistas intentaron reunir mayores poderes en la Hacienda Pública. Aplicaron una reforma de Estado que aún se ve, de cierta forma, en el México moderno. En ese lapso de la historia aplicaron medidas muy claras: sustituir las contribuciones indirectas por las directas, reestructurar las funciones del aparato burocrático y usar mecanismo de recaudación basados en la riqueza personal de los contribuyentes. El estado central debía controlar la cuestión fiscal y eliminar al intermediario: estados, ayuntamientos, corporaciones eclesiásticas. Fueron parte de una reforma de Estado. Sus impuestos tuvieron cuatro rasgos, importados del modelos francés: monopolio de exacción fiscal, simplificación del cuadro tributario, garantía de seguridad a los contribuyentes, y por último: los impuestos sólo se justificaban por su aportación al financiamiento de los gastos públicos. Para esto, eliminaron la figura política de los Estados y los Congresos estatales y en su lugar crearon Departamentos y Juntas Departamentales. El objetivo era que nadie más pudiera fijar una postura fiscal. Lo curioso es que lo seguirían cobrando y manejando los funcionarios estatales. Las reglas las fijaría ahora el estado central. Los gobernadores debían dar razón exacta de cada impuesto. Esto también se hizo para controlar a la burocracia estatal. En abril de 1837 se decreta la separación de los órganos y tesorerías que dependían de los gobiernos locales. Un jefe de Hacienda verificaría el cobro de impuestos aunque se haría en los propios departamentos. Los jefes eran nombrados directamente por Hacienda6. Pero lo que sucedió en realidad fue que los administradores regionales alcanzaron mayor autonomía fiscal y militar que en la Federación o en la Colonia, pues ya no había un control legislativo o estatal que les pusiera coto a sus decisiones, lo cual generó mayor discrecionalidad. En marzo de 1838 se creó el Tribunal de revisión de Cuentas. Pero el tribunal fue suprimido y restablecida la Contaduría Mayor en 1846. El proyecto estuvo ligado a lo político y, al final, hubo magros resultados. Las razones: carencia de legitimación del gobierno, problemas técnicos y la falta de un sistema de administración especializado7.
El sistema centralista comienza a entrar en crisis y se renuevan las luchas ideológicas entre liberales y aquellos que buscan un orden más apegado a los valores que impulsaba la vieja monarquía de la Colonia. El tema revivió con la guerra contra Estados Unidos (1846-1848) y el regreso intermitente de Santa Anna al poder a lo largo de toda esa cuarta década del siglo XIX y su influencia hacia la mitad del mismo. La revolución de Ayutla (1854-1855) finalmente derroca a Su Alteza Serenísima y al poder conservador y de inmediato se comienzan a hacer preparativos para nueva Constitución, la cual sería netamente liberal, pues su discusión sería obra exclusiva de grupos liberales radicales y liberales moderados, la primera vez que eso sucedía en el país8. La nueva carta estuvo aparejada de la Ley Juárez (1855), la Ley Lerdo (1856) y la Ley Iglesias (1857), las cuales limitaban como nunca el poder de los eclesiásticos y del ejército. La nueva Constitución era una continuación de la del 24: se reconoce la abolición de privilegios, que la soberanía recae en la nación y que hay una Constitución escrita por arriba de los poderes públicos y la división de los mismos, y el orden público. Esto es el Estado liberal, o Estado de Derecho. El ser humano se piensa como individualista en la misma veta que las cartas fundamentales de Estados Unidos, la española de Cádiz, y el liberalismo moderado francés. Antes de la Constitución del 57 hay rastros claros del liberalismo en las leyes que rigieron al país: la de Cádiz de 1812, la Federal de 1824, las centralistas de las Siete Leyes y las Bases Orgánicas, y el Acta de Reformas de 1847.
La diferencia es que finalmente, en el 57, el liberalismo se instituye de forma oficial en el país. El problema principal era de representación: para los liberales, la legitimidad está expresada en el pueblo. Para los conservadores, en los legítimos representantes. Por el otro lado, estaba el tema de la soberanía. Al final gana el modelo federal, que evita centralizar el poder en un solo hombre o institución. Para evitar los regionalismos conservadores se elimina el Senado, se suprime la vicepresidencia y se forma un sistema de votación simplificado, pero indirecto: los ciudadanos eligen a los electores, que reunidos en las juntas electorales de distrito procedían a elegir a los diputados, presidente de la República y miembros de la SCJN. La Constitución es finalmente aprobada pero recibe descrédito inmediato porque la gente consideraba impopular sus medidas eclesiásticas y porque el Ejecutivo quedaba desarmado frente a un gobierno del Congreso9. A la larga, el liberalismo fue penetrando poco a poco en la sociedad mexicana, así como en sus elites, pero tal vez se adelantaron a su tiempo y quisieron introducir a México a la modernidad que ya afloraba en otros países. La Constitución de 1857, entonces, es la culminación de un periodo de grandes contradicciones entre un mundo que desaparece y otro que no termina de nacer10.
1 Will Fowler, “El pensamiento político de los moderados, 1838-1850”, Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coords.), Construcción de la legitimidad política en México en el siglo XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1999, pp. 275-276.
2 Ibid, p. 277.
3 Michael P. Costeloe, La república central en México, 1835-1846. “Hombres de bien” en la época de Santa Anna, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 94-95.
4 Ibid, pp. 101-107.
5 Ibid, pp. 110-127.
6 Martín Sánchez Rodríguez, “Política fiscal y organización de la hacienda pública durante la república centralista en México, 1836-1844” en Carlos Marichal y Daniela Marino, (comps.), De colonia a nación. Impuestos y política en México,México, Instituto Mora, 2001, pp. 189-207.
7 Ibid, pp. 208-213.
8 Reynaldo Sordo Cerdeño, “Continuidades y discontinuidades en la organización de los poderes públicos, 1812-1857” Margarita Moreno Bonnet y Martha López Castillo (coords.), La Constitución de 1857. Historia y Legado, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2008, pp. 197-208.
9 Francisco Zarco, Historia del Congreso Constituyente de 1857, México, Senado de la República, 2007, p. 603.
10 Sordo Cerdeño, Op. Cit, p. 198.
La Nueva Historia y la Historia desde Abajo
La Historia Moderna de los 70s y 80s
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ÍCONOS PARA LAS MASAS.
UN ACERCAMIENTO A LA ESTÉTICA SOCIALISTA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX
SUMARIO: La estética del arte mexicano influenciado por las ideas marxistas de la primera mitad del siglo XX convivió en una particular simbiosis con el momento político-social que atravesaba el país. Ambos se alimentaron del otro para introducir al debate público los postulados internacionales del socialismo-comunismo y al mismo tiempo dejaron un importante legado artístico nacional.
INTRODUCCIÓN
Este breve ensayo parte de una inquietud muy personal. El avance de la tecnología y los símbolos que estas tecnologías reproducen en el México del siglo XX han eliminado, casi por completo, los restos de la iconografía socialista mexicana, aquella que nació alrededor de 1920 y se extendió con fuerza hasta 1960. Sin duda, México ha cambiado desde esa fecha. Pero cuando digo que ha cambiado no me refiero solamente la obviedad que nos presenta la materia, sino al espíritu de la época. Si bien los íconos del socialismo son reutilizados esporádicamente, siempre con extremo cuidado, por la izquierda partidista, los sindicatos y algunos movimientos sociales, su memoria ha sido relegada a los archivos y los museos. De vez en cuando, en alguna calle, una referencia que nos remite a la memoria de su razón de ser. De En pocas palabras, los materiales artísticos de contenido socialista se han convertido en historia y de ahí el atractivo que representan para mí al redactar este sintético reporte. Si bien las nuevas tecnologías bombardean continuamente a sus usuarios con elementos, figuras, contenidos que lo ligan con su realidad, los símbolos del socialismo han sido extirpados casi en su entereza del inconsciente colectivo nacional. Esto es irónico. Por un lado, las nuevas tecnologías de la información permiten situarse en la realidad al minuto o conocer aquellos acontecimientos que sucedieron hace cientos, miles de años, con la profundidad que su usuario decida. Pero al momento de redactar estas líneas, a pesar de la inagotable fuente de información que se encuentra a unas teclas de distancia, el México contemporáneo prefiere situarse en una realidad tal vez más seductora: aquella del cambio incesante nacida de la tecnología, un modelo económico que abraza el neoliberalismo y, finalmente, una sociedad que potencia los rasgos más egoístas del individuo. Esto a pesar de que hace relativamente poco, en esta misma tierra, se consideraba al socialismo como una alternativa para el desarrollo. De ahí la importancia de analizar su estética. La ventana a ese México desaparecido se hace menos opaca cuando repasamos la cultura socialista que alguna vez se produjo y sus ideas circulaban por la cabeza del mexicano. Es la hipótesis de este trabajo que el empuje de las ideas socialistas en México hubiera sido mucho menor sin la destacada producción artística de diversos mexicanos. La interacción entre ideas marxistas de la primera parte del siglo XX y las expresiones plásticas del mismo coincidieron con la penetración de dichas ideas en la matriz social mexicana.
Por economía textual, en este escrito primero revisaré los fundamentos de la estética socialista-marxista; después, analizaré el contexto general del nacimiento del socialismo en México y cómo es que estos postulados teóricos fueron adoptados en México por distintos artistas. Por último, ejemplificaré con imágenes varias expresiones de la iconografía socialista en México. Como nota de advertencia, a lo largo de este trabajo no haré distinción semántico entre socialismo y comunismo, si bien el propio Marx consideraba al socialismo como la primera etapa del comunismo, cuando aún es necesaria la intervención del Estado para distribuir la riqueza.
I. BASES DE LA ESTÉTICA SOCIALISTA-MARXISTA
La principal característica del arte marxista es su robusto fundamento teórico. Aunque Marx y Engels tocaron sólo en unas líneas aquello que apreciaban en el arte (la estética y las formas de la Grecia clásica), los artistas ligados al pensamiento marxista extendieron su interpretación a partir de los fundamentos filosóficos que realizaron diversos pensadores socialistas y comunistas del siglo XX. De forma muy general, estos teóricos afirman que el arte socialista es acción. A diferencia del arte previo al pensamiento de Marx, en donde, según los pensadores de este corte, se representaban aquellos valores esenciales de la clase dominante burguesa, los marxistas abogan por el cambio social a partir del trabajo colectivo. De nuevo, esto va en contra de la escuela tradicional europea que apreciaba “el arte por el arte”. Para los marxistas, dicho pensamiento es un claro ejemplo del individualismo burgués que refuerza la desigualdad social, un acto mastubatorio del artista que se deleita en su onanismo y deja de lado al colectivo. Tenemos entonces elementos básicos que se comparten a lo largo del siglo XX cuando nos referimos al arte derivado del pensamiento de Marx y Engels: acción colectiva, interés comunitario, organización del proletariado y la idea de un futuro mejor que se logra con la eliminación de las clases, lo cual conlleva necesariamente una instrucción social, una enseñanza para encontrar este pasaje hacia el cambio.
Aunque esta corriente artística convergería a veces con el futurismo, el constructivismo y la admiración por la máquina (en el entendido de que una sociedad debería funcionar al unísono), los debates para definir un estilo auténticamente socialista son tan extensos que sería imposible explicarlos en este breve ensayo. Tampoco nos detendremos en analizar el debate sobre el formalismo. Basta decir que para este escrito lo realmente importante ha sido encontrar aquellos elementos indispensables para entender lo que significa hablar de arte socialista, es decir, aquellos puntos obligatorios para encuadrar nuestro objeto de estudio en esa muy específica rama del conocimiento: un arte dirigido al colectivo que intenta cambiar a la sociedad....
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ÍCONOS PARA LAS MASAS. UN ACERCAMIENTO A LA ESTÉTICA SOCIALISTA MEXICANA DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX by Eduardo Portas
LAS CONVICCIONES ANTICOMUNISTAS
DE MANUEL GÓMEZ MORÍN
SUMARIO: El fundador del PAN Manuel Gómez Morín construyó un robusto fuerte filosófico a lo largo de su vida para defenderse y proteger a su partido contra la influencia marxista en México, la cual expresó con escueta claridad no sólo en su desarrollo político, sino en sus propio desarrollo vital.
INTRODUCCIÓN
Realizo la selección del tema para este ensayo por una motivación egoísta. El comunismo en México (y otras partes del Mundo, en menor grado) es una de mis obsesiones particulares. Siempre me ha parecido fascinante la división obligada bajo la cual vivió el mundo por una buena parte del siglo XX. Esta batalla ideológica entre comunismo y capitalismo provoca en mí una enorme inquietud investigativa que encauzo a través del estudio de la Historia. Hoy, esta bifurcación artificial del mundo nos parece increíble y hasta ridícula, en vista del aplastante dominio que vive el consumismo y el individualismo, pero por décadas esta batalla ideológica fue un tema de importancia global. Dicho eso, en México eferveció el debate alrededor de las ideas marxistas durante y una vez acabada la Revolución. Los gobiernos de la primera mitad del siglo XX incluso adoptaron distintas medidas de tendencia socialista y, de acuerdo con la literatura que he podido recabar para este breve ensayo, en el país se respiraba tensión entre aquellos que proponían adoptar ideas socialistas y los que no. Manuel Gómez Morín perteneció a este último grupo, pero ¿exactamente qué opinión tuvo sobre la situación de ese México polarizado? Sorpresivamente, no existen muchos testimonios en donde Morín, fundador del Partido Acción Nacional (PAN), hable de manera explícita sobre el comunismo o el socialismo. Lo que he recopilado para este ensayo proviene de las fuentes más accesibles, pero queda sin duda la tarea de visitar el Archivo Manuel Gómez Morín, alojado en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, para profundizar en el trabajo. Por cuestiones geográficas me ha sido imposible asistir a revisar los documentos que se encuentran en ese centro de estudios de la Ciudad de México. Por lo pronto, trataré de formalizar un argumento con otros documentos más accesibles.
I. El entramado filosófico de Gómez Morín
No perderé el tiempo del lector con una larga lista de anotaciones biográficas sobre la vida y obra de Manuel Gómez Morín (1897-1972, originario de Batopilas, al suroeste del estado de Chihuahua). En síntesis, su vida antes de la fundación del PAN, en 1939, es una mezcla de academia, sector privado y función gubernamental. Fue un discípulo avanzado del gran filósofo y escritor mexicano Antonio Caso y formó parte del connotado grupo de los Siete Sabios, una generación inquietas mentes que comenzaron a tener preponderancia pública alrededor de 1915, de ahí que también se le agrupe en la generación que lleva esa mismo año. El lector podrá encontrar un amplio desarrollo del tema en la bibliografía de este ensayo. Aquí hablaré más bien sobre las ideas e inquietudes que fueron determinantes en el pensamiento filosófico de Gómez Morín, en el cual se entretejen sus convicciones anticomunistas y su programa para construir la doctrina del PAN.
Nuestro autor es, antes que nada, una persona que crece durante la Revolución mexicana pero llega a su madurez intelectual una vez que ésta hubo terminado. No pelea en ese conflicto. Sin embargo, dicha experiencia le permite ver que el México posrrevolucionario es un país encerrado en sí mismo a causa de la violencia. El conflicto revolucionario deja profundas huellas en su pensamiento. La tarea de Gómez Morín, desde ese momento, se convierte en un esfuerzo continuo por incluir al país en la vía del desarrollo separado de los extremos del socialismo y del capitalismo desaforado de los Estados Unidos. En ese sentido, la educación y la cultura juegan dos papeles centrales. Para Morín, la cultura atempera la agresividad de los pueblos y propicia un “aire de familia” en el que los mexicanos pueden compartir un suelo y un destino, señala Orozco1. El país necesita izar una bandera espiritual. Es la fase constructiva que viene después del conflicto armado de la Revolución. Krauze ha resumido esta época y los grandes hombres que surgieron en la misma para formar las instituciones mexicanas de la siguiente manera: es una época en que los jóvenes intelectuales se convierten en consejeros gubernamentales, del “general analfabeto, del líder campesino o sindical, del caudillo en el poder”2. Los jóvenes intelectuales mexicanos bien preparados asumen cargos públicos que no necesariamente están relacionados con su formación, como puestos de la diplomacia, administración pública, comercio exterior. Dicho eso, Gómez Morín tiene la voluntad de acabar con ese “estado mental de lucha que su generación y el país habían heredado de la Revolución y organizar la vida de la nación de modo civilizado” para mover las almas en el sentido maderista, proyecto que compartió con José Vasconcelos, al menos por un tiempo, para “organizar primero la vida espiritual del país”. La base de todo esto es la técnica, según Gómez Morín, quien la entiende como algo que va más allá de la ciencia, es decir, “la íntima unión de realidad, propósito y procedimiento”3. O como “la determinación concreta de un fin con realización posible según nuestra capacidad, lenta ascensión por un camino inconfundiblemente trazado de antemano...tanto un arte como un saber”4.
No debemos perder de vista que Gómez Morín pertenece y conoce a un importante grupo de la clase media que comenzó a formarse tras la Revolución. Loaeza ha agrupado a esta veta social posrrevolucionaria en tres grandes grupos, todos los cuales mantenían fuertes posiciones anticardenistas: a) aquellos que impulsaban un nacionalismo que ponía el énfasis en el rechazo a las ideologías extranjeras, en particular al comunismo y a la influencia soviética que estos grupos percibían en la acción gubernamental, b) los que tenían una fuerte desconfianza frente al intervencionismo estatal en el terreno de los derechos del individuo y del sector privado de la economía y c) aquellos integrados a la defensa de los valores y de las costumbres asociadas a la cultura católica5. Aunque el papel de las clases medias cambiaría a partir de 1940, una vez que el gobierno de Manuel Ávila Camacho pugna por un desarrollo a través del mérito individual y se deroga la educación socialista de la Constitución, el rol que éstas jugaron como elemento crítico de los gobiernos con tendencia socialista nacidos después de la Revolución fue indispensable para que Gómez Morín fundara el Partido Acción Nacional. Esa organización nace en el periodo tal vez más álgido del anticardenismo y tiene su base en las clases medias. Quiere recuperar aquello que se perdió en la campaña vasconcelista de 1929 a través de un cambio político ordenado por vía de la moderación, el reformismo y el evolucionismo. Ahí juega un papel fundamental la defensa del individuo ante la amenaza de la política cardenista, una postura fundacional que se retoma en el PAN con Gómez Morín y Efraín González Luna, al personalismo cristiano de Jacques Maritain y el intuicionismo de Henri Bergson. En pocas palabras, a pesar de absorber algunos católicos hostiles que se oponían a los programas cardenistas, “en 1939 el PAN reunía sobre todo a liberales que reclamaban el derecho a la participación política independiente”, señala la autora. En su doctrina destacan claramente dos elementos: persona humana y bien común. Sin embargo, como destaca Garciadiego, Gómez Morín dejó muy claro desde el principio que el PAN sería un partido civil, incluso laico, “de católicos pero no un partido católico”6.
La filosofía del fundador del PAN tiene otras influencias que integra después de su viaje a España, comenzado en 1927. Además de Bergson, recibe la influencias de los escritos dirigistas tecnocráticos de Maurras y el vitalismo de Ortega y Gasset. Además, en su pensamiento el municipio adquiere una enorme relevancia en oposición al Estado, pues el primero debe resolver los problemas antes de que éstos lleguen a las estructuras nacionales.
De Bergson toma el énfasis en la filosofía individual y el culto a la técnica y de Ortega y Gasset la idea de la acción. También admira al general Primo de Rivera y la transformación que desarrolló en España durante esos años, así como al tecnócrata de la dictadura José Calvo y Sotelo. Sobre esta gradiente filosófica se encuentra una fuerte influencia de la religión católica y, ante todo, la inviolabilidad del derecho a la propiedad7.
Esta es la estructura del panista contra el materialismo histórico de Marx. Es un entramado complejo, pero diverso y argumentado. De ese viaje--tal vez como lo hacen siempre todos los viajes lejos de la comodidad de nuestra casa--Gómez Morín también recibe un fuerte compendio de ideas que lo agrupan, al menos de acuerdo con una autora, en el grupo de los mexicanos hispanófilos y antirrevolucionarios8. Aquí se incluye a todos aquellos intelectuales posrrevolucionarios que se preocuparon por moralizar a la sociedad mexicana una vez acabado el conflicto armado. Su objetivo es “recuperar el raigambre colonial que se había perdido con la independencia” porque el triunfo de la revolución soviética y el ascenso del fascismo habían provocado que las masas aparecieran como “entidades sociales amorfas, violentas, fácilmente manipulables, incapaces de generar un pensamiento propio y llevar a cabo acciones independientes”, de ahí la intención de “revalorar el papel del individuo frente a la expansión de la esfera del Estado, y a dirigir una crítica de fondo a, la despersonalización del hombre en los nuevos contextos políticos y sociales”9. En este saco de conservadores hispanófilos a veces se incluye a Gómez Morín y a González Luna (1898-1964), Luis Cabrera (1876-1954), Antonio Caso (1883-1946), Martin Luis Guzman (1887-1977) y Jorge Cuesta (1903-1941). Dicho eso, Gómez Morín admite abiertamente su gusto por la península. En el ensayo “España fiel”, indica:
España y la América nuestra, parecen creer que solo el pasado las liga y las une, sin ver que el viejo ardimiento puede volver a la acción y reanudar la obra que trunco un mal siglo. ¿Acaso no son hispánicas las raíces del actual movimiento mexicano? ¿Quién, como España, entendió nuestro problema? Después de España, nadie hizo nada aquí, ni en el papel si quiera, por la salvación del indio, por la explotación del suelo, por la elaboración de un futuro engrandecimiento. Y en lo mejor de ahora, no se hace otra cosa que andar los viejos caminos que España trazó10.
El deseo de reunirse con la madre patria es uno de los elementos cuestionables del pensamiento de Gómez Morín. Hacia el PAN se extendieron otras interrogantes cuando se fundó. La esencia de los dardos lanzados contra el partido estriba en que en la doctrina del PAN, el Estado mexicano no representaba legítimamente a la nación11. La única manera de reconstruir a la Nación es desde abajo con una ciudadanía que esté preparada para la democracia. Mientras eso no suceda, postulan los panistas, la vida política del país no será verdadera. Adolfo Ruiz Cortines los llamó “los místicos del voto”, opositores de la Revolución, porque son aquellos que se cuestionan moralmente el ejercicio del poder, el cual califican de poco legítimo después de la lucha armada. El origen del poder es lo que provoca inquietudes en Gómez Morín, y mientras esa génesis no sea confiable, habrá ausencia de democracia12.
Para cerrar este apartado menciono que si bien Gómez Morín se opone al comunismo lo hace desde una raíz fundamentada, con bases filosóficas arraigadas en corrientes de pensamiento que tuvieron considerable despliegue entre los otros pensadores de su momento. Sus ideas son muy distintas al ciego odio que le tienen al comunismo algunas organizaciones derechistas de la época, como Acción Cívica Nacional, la cual advierte ante el extremo peligro marxismo porque “pone la propiedad en manos de los trabajadores, establece el terror rojo, persigue la religión, impone la Escuela Socialista y forma un ejército rojo”13. Gómez Morín nunca enarboló argumentos tan burdos ante el comunismo o el socialismo, al menos no en los escritos que recopilé para este ensayo. El ala juvenil del PAN, ya en 1960, guardaba una postura de rechazo extremo hacia todo aquello que tuviera que ver con el comunismo, pero sin argumentos del patriarca de su organización política. No debe sorprendernos que en uno de sus documentos de este subgrupo juvenil acusen que el comunismo se ha infiltrado en todas las universidades públicas del país, la prensa, las editoriales, los intelectuales, el ejército, el gobierno, el PRI y hasta en el pensamiento del mismo Adolfo López Mateos14. Esa vertiente del PAN agrega en su escrito que “es incuestionable que la inmensa mayoría del pueblo mexicano repudia el comunismo, porque sabe que éste significa el desconocimiento de las más elementales libertades y de las tradiciones y esencias nacionales” y que “el único camino capaz de conducirnos a un régimen de justicia social sin suprimir la libertad es la Democracia Cristiana”15. Las posturas de Gómez Morín nunca llegaron a estos extremos, y si lo hicieron, sin duda serían material para un nuevo trabajo investigativo.
II. Manuel Gómez Morín frente al socialismo
Un dato interesante que rara vez se menciona en las biografías oficiales de Manuel Gómez Morín es que tuvo, al menos, inquietudes socialistas en su juventud. Desde temprana edad, revelan sus cartas, le atraían las ideas de la Revolución rusa como una alternativa viable a la situación de México. De hecho, planeaba una revista que abordaría los problemas de México y una “tendencia socialista será la que prive en esa publicación”16. Como muchos otros jóvenes de la época, Gómez Morín era un “marxista sentimental”17. Sin embargo, sus ideas darían un giro radical al pasar los años. A pesar de eso, es interesante notar la evolución que experimentó Gómez Morín al ver la forma en que se aplicaban en México esas mismas ideas socialistas rusas, tan atractivas para muchos.
En la última parte de su vida los esposos Wilkie le hacen una larga entrevista y regresan sobre este asunto. La distancia de los años revela un Gómez Morín muy crítico hacia esas tendencias marxistas iniciales de su juventud. Podemos ver que unos años antes de la fundación del PAN, en 1939, Gómez Morín ya tenía bien claro su rechazo al comunismo y cualquier idea que se le pareciera. Dice:
Ya para 1930 era evidente que el camino ruso era completamente distinto del que nosotros habíamos pensado. El mismo Vasconcelos y otros muchos nos confirmamos en la necesidad de conocer los problemas de México en su individualidad, en su originalidad, y tratar de resolverlos por medios técnicos...Estábamos desilusionados con la continuidad de una economía cada vez más empobrecida y más difícil; estábamos desilusionados con el abandono de los programas iniciales de Lunacharski en materia de educación y de movimiento intelectual; estábamos desilusionados con las pugnas internas que ya eran manifiestas dentro del gobierno de partido y desilusionados con el predominio dictatorial de un partido minoritario adueñado del poder, cuando nosotros queríamos libertad, democracia orgánica, y ya aquí teníamos experiencias de la dictadura18.
Se entiende entonces que Gómez Morín conocía a profundidad lo que proponían los intelectuales rusos de las primeras décadas del siglo XX. La ejecución de estas ideas en la Rusia soviética, desde su perspectiva, no habían logrado lo que esperaba de ellas a causa de un gobierno alejado de los intereses reales de la población. Tanto él como Vasconcelos habían comprendido las principales ideas comunistas, recuenta Gómez Morín, pero se alejaron de éstas por razones ideológicas, las cuales brotarían en la fundación del PAN diez años después de la campaña vasconcelista a la Presidencia en 1929. Es un momento oscuro en el que se encuentra en país. El autor lo recuerda en su ensayo “1915” como un momento en el cual las nuevas doctrinas coincidieron con los postulados evidentes de la Revolución y “encontraron campo propicio en el desamparo espiritual que reinaba en México después del fracaso cabal del porfirismo en la política, en la economía y en el pensamiento”19. Al ver hacia el futuro afirma que a México no le pueden servir los nombres conocidos del socialismo, colectivismo, individualismo, comunismo “que usamos para designar conjuntos teóricos de contenido cambiante e impreciso”20.
El panista está seguro del camino que deberá tomar México en esos momentos posrrevolucionarios. El extremo empresarial y el socialista condenarían al país. Durante su “Informe a la Asamblea Constituyente de Acción Nacional”, rendido el 14 de septiembre de 1939, dice que cualquiera de esos caminos enviaría al país a una “profunda causa de inquietud nacional...que acelerará la ruina (de México)”21. En esa misma asamblea lanza una fuerte consigna en contra del gobierno cardenista, criticando su falta de decisión programática. La Constitución, desde su punto de vista, tiene algunos rasgos comunistas, pero esa falta de decisión del gobierno—por un lado un gobierno eminentemente socialista y otro con sólo una inspiración de esa misma ideología—dan como resultado dividendos negativos:
Nadie ha dicho que la Constitución sea comunista. Se dice que precisamente porque es liberal con rasgos de socialismo, resulta contradictoria e ineficaz en sus dos sentidos; que sus preceptos socialistas no son más que eso, socialismo, y como base de reforma social verdadera resultan por tanto, según el mismo Presidente lo advierte ahora, ineficaces y mucho más atrasados que la legislación social de países apellidados reaccionarios. Se dice, sobre todo, que no ha sido ni es cumplida por el Gobierno. Del Gobierno mismo, pocos dicen que sea comunista. Es comunizante; es frente-populista. Obra como si creyera en el comunismo y en sus más graves errores fundamentales; pero lo niega o, en el mejor de los supuestos, lo ignora y trata de conservar la apariencia de un sistema democrático liberal. Ni el cargo que se refuta es el cargo que verdaderamente se hace, ni la defensa es congruente porque en todo caso sería una defensa de la Constitución, no del gobierno22.
Unos años después, en otra reunión panista, arremetería de nuevo contra esa tendencia socialista que observó en los gobiernos mexicanos de los 20 y sobre todo de los 30. La gran constante de los dardos panistas es la falta de constancia en el gobierno y la incapacidad de los gobernantes mexicanos por entender que si se pudiera marcar una tendencia en las administraciones mexicanas, ésta sería más bien capitalista, no socialista. El marxismo es visto así como una ideología que quiere entrar con calzador en un país que tal vez no es ideal para ello. En esta ocasión, Morín habla en la conmemoración del segundo aniversario de Acción Nacional, el 18 de septiembre de 1941:
Un crudo y primario materialismo, el marxismo político de la última hora, fue adoptado como teleología del régimen. Con todas sus peores implicaciones y consecuencias de negación humana, de esquematización social, de cesarismo demagógico, de sustitución de básicos preceptos morales por el sentimentalismo vacua de una humanidad teórica y abstracta. Y, peor aún, además de que esa teleología se recibía ya degradada, por adopción irracional, sin conexión posible con las realidades materiales o culturales mexicanas, debió cumplir sus efectos dentro de las formas políticas de un liberalismo de adopción artificial también, pero más antigua y arraigada, y de un sistema económico de capitalismo incipiente, manco y desvitalizado23.
Visto de otra forma, Morín afirma que la Revolución no ha funcionado, o si lo ha hecho, ha funcionado de forma parcial y sólo para algunos. Se buscan caminos que enderecen ese intención de cambio. Desde esa perspectiva, las ideas marxistas impulsadas desde Rusia se entienden como un revulsivo, mas no un dogma. Observa Morín:
No se usaba tanto, todavía (en mi juventud), las clasificaciones de izquierda y derecha. Pero, sí era evidente que en el grupo de personas que trabajábamos en Educación entonces, junto a Vasconcelos, la influencia de la Revolución de octubre fue muy grande. Además aún desde los años de la escuela, la lectura de la literatura rusa estuvo de moda también en México. Teníamos, con nuestra Revolución, una inclinación bien acentuada hacia la necesidad de un cambio radical en la estructura social24
Viendo el rápido descontento en el que cayó la Unión Soviética hacia los 30, aún con la Nueva Economía Rusa, el autor se desilusiona por completo de cualquier inclinación socialista en sus postulados teóricos. En definitiva busca un camino más realista que la utopía del proletariado. De acuerdo con Gómez Morín, esto es antes de la campaña vasconcelista de 1929, puesto que
Nosotros creíamos en la individualidad, la originalidad del problema de México y en la necesidad de tratarlo con métodos y fines propios. Por otra parte, nosotros, yo al menos, siempre tuvimos un sentido religioso. De manera que yo no creía, ni puedo creer, en un camino que empieza por combatir un sentimiento religioso....Yo pensaba en un camino más realista, en un camino de resolución real de nuestros problemas. Comenzando, por supuesto, con los dos básicos a mi juicio: el del campo y el de la educación.
Visto a la distancia, la aspiración de los gobiernos mexicanos con influencia socialista “era la moda de ese tiempo y era la secreta aspiración de todos los políticos oficiales, incluyendo Cárdenas: lograr que todos marcháramos a la voz de mando y a compás por las calles”26.
En esa visión del patriarca panista se incluye una abierta visión religiosa para buscar un cambio por el bien de todos, pero no con tintes “fascistoides”, como observa en el PNR, sino con trabajo continuo que no implica, de ninguna forma, la tierra prometida que anhela Marx con la extinción de las clases. En Morín, esta es una lucha auténticamente cristiana con un fin último que sólo verá resultados totales en el más allá, de acuerdo con sus mismas palabras:
Nunca hemos querido adoptar un tono mesiánico, ni nuestras creencias son pietistas: un optimismo pacato que crea que mañana se va realizar en la tierra el Paraíso. Creemos que el hombre está hecho para luchar por el bien y por el bien de todos; que esa lucha no es estéril y pude mejorar y mejora las condiciones de vida de la comunidad y que esa lucha no se va a acabar nunca: hasta que venga el Milenio, el fin del mundo27.
Esas convicciones cristianas están enraizadas en el pensamiento del autor desde que es muy joven y llegan hasta la fundación del PAN. Son transversales a su vida. Cuando aún era maestro, buscando encaminar su acción, Morín le escribe una carta a su alumna Simona Tapia:
Creo, como usted, que el verdadero socialismo y la única acción social eficaz, deben estar inspirados en la idea cristiana y deben realizarse con procedimientos técnicos. En las cosas humanas, mitad biología y mitad espíritu, debe obrarse siempre con doble inspiración del amor y de la técnica que no son contradictorias28.
La joven le responde en todo profético: “Siempre he pensado que México espera algo muy grande usted”29.
Tal vez el pensamiento más ilustrativo sobre el socialismo o el comunismo lo deja el autor cuando escribe sobre la tipografía. En un ensayo publicado mucho después de su muerte, aborda las bondades de la escritura a mano en oposición a la letra tipográfica, maquinal. En texto revela un acercamiento metafórico a un tema por demás político, pero no por eso menos interesante. En el fondo, Gómez Morín es un creyente de las bondades de la creación de los individuos, no necesariamente la eficiencia de los sistemas. Cree en la técnica, sí, pero esa no es sinónimo de ciencia. La técnica tiene la capacidad de elevar el trabajo del hombre, por más modesto que éste sea, por ejemplo la que desarrolla todos los días un sencillo tallerista, alejado de la producción masiva:
Así pueden soñarse los talleres del futuro. Aun los de la producción en masa, cuando lo producido tenga verdadera categoría humana por satisfacer de verdad necesidades del hombre y por ser realmente accesible a todos los hombres; cuando no se produzca para servir a las máquinas ni los productores queden a ellas sujetos, sino que las máquinas sirvan al hombre aliviando su esfuerzo o multiplicando su capacidad creadora; cuando empresarios responsables, en fecunda relación humana con técnicos y trabajadores, produzcan no a causa de la ganancia sino en razón de la obra, para cumplir felizmente el gozoso imperativo interior del trabajo y darle el rico sentido principal de servir al hombre30.
Un espacio aparte merece el trato que Gómez Morín, siendo rector de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1933 y 1934, dio al empuje marxista que intentaba integrar a la institución a ese modelo de pensamiento. En juego estaba la autonomía universitaria. Él mismo trató el asunto con notable delicadeza cuando publicó el breve documento “La Universidad de México. Su Función Social y la Razón de Ser de su Autonomía”. En ese texto incluyó un inciso titulado “Las doctrinas muertas y la enseñanza antisocial y antirrevolucionaria”, en donde deja al lector la suficiente libertad interpretativa para calmar las acusaciones pro derechistas que se le hacían en ese momento. La Universidad, antes que nada, se dedica al mejoramiento del colectivo, sin tendencias o ismos.
Es cierto, como queda dicho ya, que ahora y siempre habrá profesores atrasados y profesores que se adelantan a su tiempo, y que, en los dos casos, para quienes tengan la opinión media, sus enseñanzas aparecerán como muertas o dislocadas. Pero también se ha visto ya que ello no es un defecto sino en cuanto los profesores procedan por la ignorancia o por insinceridad—que son los vicios imperdonables de la labor cultural—y que aun en esos casos el mal que de su acción pudiera desviarse, se corrige orgánicamente por la oportunidad que la libertad de cátedra brinda de cotejar sus enseñanzas con la crítica de otras cátedras o con el resultado de otras investigaciones...En cuanto a que la Universidad profese doctrinas antisociales, contrarias al mejoramiento humano, sólo debe decirse que tal afirmación no es sino el aspecto más vil de la maquinación política que se pretende urdir en contra de la Universidad y de su trabajo”31.
Morín agrega que “la Universidad misma, como institución, aun cuando por adhesión general de sus miembros a una tesis marxista o no, tenga como dominante en su trabajo un cuerpo de doctrina acorde con esa tesis, deberá seguir abierta...al descubrimiento y a la rectificación, al invento y a la crítica”32. La idea del fanatismo le parece extirpable de la vida universitaria porque la educación es el fundamento que motiva al engrandecimiento de una sociedad. Así, la educación no puede contener influencia ideológica que la tilde hacia un pensamiento en concreto, por más notorio que dicho pensamiento sea en un momento determinado de México. Además, la educación, chez Morín, aleja al individuo y a las sociedades de la violencia, ayuda a la construcción de una comunidad. En pocas palabras, ofrece una vida mejor alejada de las doctrinas impuestas. Así, “acepta que el socialismo sea una actitud o convicción racional mas no un catecismo ideológico”33. No es que el marxismo esté vetado, de hecho, señala Gómez Morín, ya se estudiaba en la Universidad antes de su popularidad en el gobierno mexicano y otras manifestaciones sociales34.
Gómez Morín entra a esta discusión filosófica sobre la pertinencia de la influencia marxista en la educación universitaria porque siente que las bases de la autonomía institucional aún no están bien asentadas (apenas se había logrado en 1929). Faltaba sobre todo su ideario de trabajo universitario: objetivo, racional, libre, crítico y plural35. El debate tiene un objetivo transversal, no es sólo un aspecto coyuntural, pues el autor busca forjar la autonomía de la universidad en la práctica, reforzar la capacidad libre y crítica de la investigación que el concepto de autonomía implicaba36. Recordemos que su discurso nace con el objetivo de encontrar un justo medio entre el liberalismo exacerbado, el marxismo en boga y el conservadurismo católico, corrientes de pensamiento que circulaban con fuerza a principio de los 3037.
La educación socialista en México fue un tema revisitado por Gómez Morín. Como sabemos, en 1934 se aprobó una modificación al artículo 3 de la Constitución que introdujo elementos socialistas a su redacción (dicho artículo no sería modificado sino hasta 1946):
La educación que imparta el Estado será socialista, y además de excluir toda doctrina religiosa, combatirá e fanatismo y los prejuicios, para lo cual la escuela organizará sus enseñanzas, actividades de forma que permita crear en la juventud un concepto racional y exacto del universo de la vida social38.
Una vez que hubo dejado su puesto en la UNAM, apenas un año después de la formación del PAN, el autor dirige una fuerte crítica al modelo educativo de ese momento. En su “Informe Rendido a la Segunda Convención Nacional de Acción Nacional”, el 20 de abril de 1940, expresó:
Nada más doloroso para nosotros, para México, y nada más importante para ellos, para la “mafia” internacional izquierdizante, confusionista y simuladora, que la destrucción de la Escuela en México y la imposición violenta de un sistema irracional, anticientíficos, retrógrado, obscurantista, corruptor de las inteligencias y de las costumbres39.
En la última parte de su vida regresaría al tema. El 20 de julio de 1934 el ex presidente y jefe máximo Plutarco Elías Calles, ahora como funcionario del gobierno de Abelardo L. Rodríguez, dio el “Grito de Guadalajara”. En dicho acto dijo que todos los niños de México pertenecerían al Estado, que era obligación del mismo formar su conciencia. Explica Gómez Morín:
No creo que haya sido una tesis nacionalista la que se perseguía, sino una tesis dictatorial: tener el control absoluto, desde la niñez, para que ya cuando llegaran a la mayoría de edad estuvieran habituados a callar y obedecer...No ha habido interés ideológico de fondo en estas gentes del gobierno de México. Creo que su grande, su única aspiración, es continuar en el poder40.
La verdadera intención del gobierno, recuerda, no era realmente acercarse al socialismo, sino dar al mundo una falsa cara de liderazgo izquierdista. Eso por una parte. Por la otra, era “aspiración real de ellos de controlar la mentalidad del pueblo desde los primeros pasos de la formación...Era una especie de fascismo”41.
COMENTARIOS FINALES
Este trabajo me ha servido para equilibrar mi posición frente al PAN y, sobre todo, frente a la figura de Gómez Morín, o al menos para entender sus posturas vigentes sobre diversos temas que circulan todos los días en la esfera pública. En sus escritos y declaraciones, el panista se aprecia como un intelectual que nos ayuda a comprender el interesantísimo periodo posrrevolucionario en México. Primero en los gobiernos de inclinación socialistas y después a través de su actividad académica y partidista, Gómez Morín intentó llevar el México bronco al país que aún busca una sólida institucionalización. Dejar la violencia para pasar a la vida democrática. Esa tarea, en donde el individuo realza un valor fundamental frente a la imposición de un Estado monolítico, es la base de nuestra democracia moderna, para bien o para mal.
OBRAS CITADAS
Aspe, Virginia. “La imposición de la Historia y las Ideas Filosóficas 'Oficiales' En México” en Estudios 109, Vol. 12, verano 2014, Universidad Panamericana, México.
Barragán, Pablo Moctezuma. Los orígenes del PAN. Ehecatl Ediciones, México, 1997.
Garciadiego, Javier & Manuel Gómez Morín. “Religión y Política en la Fundación de Acción Nacional” en Letras Libres, mayo 2012, versión digital disponible en http://www.letraslibres.com/revista/dossier/religion-y-politica-en-la-fundacion-de-accion-nacional, revisado el 8 de junio del 2014.
Gómez Mont, María Teresa. Manuel Gómez Morín. 1915-1939. Fondo de Cultura Económica, México, 2008.
Gómez Morín, Manuel. 1915 y otros ensayos. Ed. Jus, México, 1973.
Gómez Morín, Manuel. “Nobleza de la Tipografía” en Istor: revista de historia internacional, año 8, no. 31, 2007.
Krauze, Enrique. Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana. Siglo XXI Editores, México, 1976.
Krauze., Enrique. “Claroscuros del PAN” en Letras Libres, mayo 2012, versión digital disponible en http://www.letraslibres.com/revista/dossier/claroscuros-del-pan, revisado el 8 de junio del 2014.
Soledad Loaeza. “El papel político de las clases medias en el México contemporáneo” en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 45, No. 2, abril-junio, 1983, UNAM, México.
Orozco, José Manuel. “Manuel Gómez Morín y la educación: su visión de la Universidad”. Estudios 105, Vol. XI, verano 2013, ITAM, México.
Sin Autor. Cómo desarrolla su Acción el Socialismo-comunismo. El Socialismo y el Comunismo ante el sentido Común. Acción Cívica Nacional, México, 1937. Archivos históricos de la Universidad Iberoamericana.
Sin Autor. La Penetración Comunista en México. Ponencia y Conclusiones aprobadas por la Convención Interregional Juvenil que celebró la Organización Juvenil del Partido Acción Nacional los días 2, 3, y 4 de septiembre de 1960 en Matamoros, Tamaulipas, Mexico. Archivos históricos de la Universidad Iberoamericana.
Urías Horcasitas, Beatriz. “Una pasión antirrevolucionaria: el conservadurismo hispanófilo mexicano” en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 72, No. 4, octubre-diciembre, 2010, UNAM.
Wilkie James y Edna Monzón de Wilkie. México Visto en el Siglo XX. Entrevista con Manuel Gómez Morín. Ed. Jus, México, 1978.
1 José Manuel Orozco. “Manuel Gómez Morín y la educación: su visión de la Universidad”. Estudios 105, Vol. XI, verano 2013, ITAM, p. 84.
2 Enrique Krauze. Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana. Siglo XXI Editores, México, 1976, p. 13.
3 Ibid, p. 336-337.
4 Virginia Aspe, Virginia. “La imposición de la Historia y las Ideas Filosóficas 'Oficiales' En México” en Estudios 109, Vol. 12, verano 2014, Universidad Panamericana, México, p.22.
5 Soledad Loaeza. “El papel político de las clases medias en el México contemporáneo” en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 45, No. 2, abril-junio, 1983, UNAM, México, passim. Las citas subsecuentes de este artículos se ubican en las páginas 436 y 437. Por un error tipográfico equivoqué la numeración en mi ensayo. Lo remarco por si el lector desea encontrar las citas con mayor rapidez.
6 Javier Garciadiego y Manuel Gómez Morín. “Religión y Política en la Fundación de Acción Nacional” en Letras Libres, mayo 2012, versión digital disponible en http://www.letraslibres.com/revista/dossier/religion-y-politica-en-la-fundacion-de-accion-nacional, revisado el 8 de junio del 2014.
7 Pablo Moctezuma Barragán. Los orígenes del PAN. Ehecatl Ediciones, México, 1997, pp. 54-55.
8 Beatriz Urías Horcasitas,. Una pasión antirrevolucionaria: el conservadurismo hispanófilo mexicano” en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 72, No. 4, octubre-diciembre, 2010, UNAM.
9 Ibid, p. 604
10 Manuel Gómez Morín. “España fiel” en 1915 y otros ensayos. Ed. Jus, México, 1973, p. 59.
11 Enrique Krauze. “Claroscuros del PAN” en Letras Libres, mayo 2012, versión digital disponible en http://www.letraslibres.com/revista/dossier/claroscuros-del-pan, revisado el 8 de junio del 2014.
12 Ibid
13 Sin Autor. Cómo desarrolla su Acción el Socialismo-comunismo. El Socialismo y el Comunismo ante el sentido Común. Acción Cívica Nacional, México, 1937, p.8. Archivos históricos de la Universidad Iberoamericana.
14 Sin Autor. La Penetración Comunista en México. Ponencia y Conclusiones aprobadas por la Convención Interregional Juvenil que celebró la Organización Juvenil del Partido Acción Nacional los días 2, 3, y 4 de septiembre de 1960 en Matamoros, Tamaulipas, Mexico, pp. 3-27. Archivos históricos de la Universidad Iberoamericana.
15 Ibid, pp. 29-31.
16 María Teresa Gómez Mont. Manuel Gómez Morín 1915-1939. Fondo de Cultura Económica, México, 2008, pp.74-75.
17 Ibid, p. 100.
18 James W. Wilkie y Edna Monzón de Wilkie. México Visto en el Siglo XX. Entrevista con Manuel Gómez Morín. Ed. Jus, México, 1978, pp. 45-46.
19 Manuel Gómez Morín. “1915” en 1915 y otros ensayos, Ed. Jus, México, 1973, p. 21.
20 Ibid, p. 29.
21Manuel Gómez Morín. Diez Años de México. Informes del Jefe de Acción Nacional. Ed Jus, México, 1950, p. 7.
22 Ibid, pp. 24-25.
23 Ibid, p. 78-79.
24 Wilkie & Wilkie, Op.Cit, pp. 45-46.
26 Ibid, p. 60.
27Ibid, p. 122.
28 Gómez Mont, Op. Cit, p. 169
29 Ibid , p. 171.
30 Manuel Gómez Morín. “Nobleza de la Tipografía” en Istor: revista de historia internacional, año 8, no. 31, 2007, p. 85.
31 Manuel Gómez Morín, “La Universidad de México. Su Función Social y la Razón de Ser de su Autonomía” en 1915 y otros ensayos. Ed. Jus, México, 1973, p. 113.
32 Orozco, Op. Cit, p. 105.
33 Ibid, p. 84, p. 104.
34 Ibid, p. 105.
35 Aspe, Op. Cit, p. 20.
36 Ibid, p. 21.
37 Ibid, p. 24.
38 Gómez Mont, Op. Cit. p. 171.
39 Gómez Morín. Diez Años de México. Informes del Jefe de Acción Nacional. Ed Jus, México, 1950, p. 53.
40 Wilkie & Wilkie, Op. Cit, p. 42.
41 Ibid, p. 43.
Reseña
del libro
Reformar
sin mayorías
La
dinámica del cambio Constitucional en México: 1997-2012
(Casar & Marván, coordinadores)
El nuevo libro de María Amparo Casar e Ignacio Marván
es una interesante aunque estrecha visión de los cambios que se han
realizado a la Constitución desde que el poder Legislativo dejó de
ser dominado por el partido hegemónico que nació en las
postrimerías de la Revolución mexicana. Casar y Marván firman como
autores y coordinadores en un documento que incluye los análisis de
otros siete constitucionalistas del CIDE, UNAM e ITAM, los cuales
escriben sobre las modificaciones hechas en materia de derechos
fundamentales (Francisco Pou Giménez), Derechos Humanos, justicia
penal y acceso a la información (Miguel Carbonell), procuración de
justicia (José Antonio Caballero), sistema electoral y de partidos
(Lorenzo Córdova), equilibrio de poderes (Eric Magar), federalismo
(José María Serna) y rendición de cuentas (Sergio López). Cada
autor aporta una mirada complementaria al ensayo inicial escrito por
los coordinadores del texto; sin embargo, ninguno cuestiona a
profundidad un sistema legislativo que permite esta multiplicidad de
modificaciones, las cuales sumaron, de acuerdo con el texto, 69 tan
sólo en el periodo de tiempo analizado. Salvo una breve mención de
la mediocracia hecha por Córdova, tampoco se mencionan los poderes
comerciales, religiosos, o corporativos que han cruzado de forma
transversal distintas épocas de la vida constitucional mexicana a
partir de 1917. De esta forma, el texto se vuelve repetitivo y denso
por las siguientes razones: 1) sin excepción, los autores coinciden
en que la influencia de la globalización ha sido determinante para
que la Carta Magna mexicana aborde con mayor detenimiento lo relativo
a los Derechos Humanos, la transparencia y la rendición de cuentas;
2) que el poder legislativo divido no ha sido impedimento para frenar
la avalancha de cambios en el texto constitucional, los cuales suman
206 entre 1917 y 2012, sino al contrario, los cambios han sido más
intensos aunque más triviales, y, 3) las reformas se han hecho a
partir de una adaptación de los legisladores a los tiempos y
circunstancias que pasan por el país al momento de votar dichas
reformas. A lo largo de este periodo de gobiernos divididos, subrayan
Casar y Marván, las reformas constitucionales se han sólo cuando
los legisladores del PRI se unen en votación con algún otro
partido.
La
fecha de publicación del libro es un tanto desafortunada. Las
recientes modificaciones constitucionales en materia energética,
política y educativa hacen que el libro sea prácticamente obsoleto,
aún cuando su salida al mercado haya sido este año. Decepciona en
particular el ensayo de Córdova Villalobos, quien ignora por
completo cualquier inminente modificación al propio Instituto
Federal Electoral. Me centro en el ensayo del consejero presidente
del IFE porque él mismo cita al 2013 como fecha de la redacción de
su texto. ¿Debemos creer que el propio consejero presidente del IFE
ignorará para esas fechas la pronta sustitución de sus funciones y
lugar de trabajo por el ahora Instituto Nacional Electoral?
Desconozco como un cambio de esa magnitud en la vida constitucional
del país pudiera ser ignorado por la persona que carga con la mayor
responsabilidad en la organización encargada de la vida
política-democrática de México cuando la creación del INE se
propuso en 2013. La única explicación posible para esa falla es
pensar—malamente--que el texto fue escrito en 2012 y sólo se
recalentó para la publicación de este libro (claro que tampoco se
explica como el autor permitiría que un texto tan desfasado viera la
luz con fecha de publicación de este año). Aunque el caso más
notorio es el texto de Córdova, el desfasamiento es general. Ante la
batería de cambios constitucionales aprobados en diciembre y en el
primer periodo legislativo de este año, las tablas y gráficas del
texto reseñado tienen poca utilidad. Es decir, el análisis de los
datos legislativos hasta
el 2012 es visto desde
el 2012, a pesar de que el texto se publicó en 2014.
Ahora
bien, el libro es redimible porque unifica los análisis de distintos
intelectuales en un mismo documento. Pero esa unificación no permite
el disenso. Ninguno de los autores invitados propone una visión que
cuestione los planteamientos del partidismo en México. Casar y
Marván cuestionan la utilidad del “reformismo”, el cual
hipotetizan se puede deber a la obligación de los legisladores por
justificar su corta estancia en el poder, la cual es de apenas tres
años, el enamoramiento de los políticos con el “poder mágico”
que depositan en la Constitución como motor del cambio en las
condiciones materiales y sociales del país, o el nulo costo político
en el que incurrieron los legisladores en el periodo analizado porque
aún no existía la figura de la reelección. Como sea, sintetizan,
los cambios constitucionales que han sucedido en México entre 1997 y
2012 no han sido lo esperado porque 1) no implican per
se
un poder transformador en los social, 2) las reformas a la materia
legal ordinaria pueden ser de mayor trascendencia, 3) muchas reformas
son letra muerta hasta que no se les provean recursos e instituciones
y 4) no se puede analizar a muchas de estas recientes reformas hasta
que se expidan leyes secundarias y su contenido sea puesto en
operación. Los enumerados son problemas que viven a partir del nuevo
constitucionalismo latinoamericano, el cual se centra al comienzo del
siglo XXI y coincide con los los años de gobiernos divididos en
México. Es decir, la situación se extiende a lo largo de todo el
continente, no es exclusiva de México, en donde no es necesaria una
asamblea constituyente para cambiar la Carta Magna, lo que propicia
el alto número de cambios en nuestro país. Si bajo el poder del
partido hegemónico los cambios legislativos sucedían una vez en el
sexenio para que cada gobierno dejara su impronta en el país,
indican todos los coordinadores del libro, con la vida legislativa
pluripartidista los cambios suceden con mayor frecuencia, pero la
impronta es menos profunda, más circunstancial y a veces ligada a
necesidades sociales y políticas del momento. Es interesante notar
que el regreso al poder del partido hegemónico haya traído esa
vieja forma de operar los cambios en el Legislativo, los cuales sin
duda marcarán este sexenio.
El fetichismo constitucional mexicano es denunciado en
particular por los autores que concentran su análisis en los
derechos fundamentales de los mexicanos. Los cambios han sido, desde
1824, parte del pensamiento mágico con el que ha nacido el país y
que intenta, mediante la interpretación de la Carta Magna, corregir
o subsanar efectos negativos que se producen desde el texto primario.
La Constitución no ha sido reemplazada, sino reformada
continuamente, de ahí que la adición de todas las múltiples
modificaciones a sus 136 artículos sumen un total de 533 reformas de
1917 al 2012. La gran mayoría de ellos, en particular en el periodo
de análisis de las cámaras legislativas divididas, han sido en
materia de derechos fundamentales. Le siguen, en número de cambios,
las temáticas del federalismo, seguridad y procuración de justicia,
equilibrio y división de poderes, sistema electoral y de partidos y
por último todo aquello relativo a la transparencia. Destaco la
división artificial que realizan los autores para ordenar el libro
porque detrás de ella se esconde la sombra del poder que he tocado
al principio de esta reseña: bajo su lógica, los cambios en el
texto constitucional sólo se construyen a partir de lo que las
clases gobernantes decidan para sus gobernados. Parece no existir
otra vía para el avance de las condiciones legales y reglas
fundamentales de convivencia de los mexicanos. Esa obviedad nunca es
cuestionada por los autores del texto. Sus capacidades de análisis
no abarcan la realidad más allá de lo puramente legal, textual, y
eso convierte al texto en un recuento más numérico que analítico.
Las razones de los cambios a la Constitución se explican sólo de
forma muy breve, casi por obligación, y se entienden como
condiciones obligatorias del sistema político vigente, en donde, a
pesar de que la realidad muestra su evidente fracaso, no hay un
cuestionamiento profundo de su funcionamiento.
De
esa manera Reformar
sin mayorías. La dinámica del cambio Constitucional en México:
1997-2012
(Editorial Taurus, 2014, 367 páginas) es un libro que sólo
interesará a algunos historiadores constitucionales y tal vez a la
clase política del país. Es un texto hecho, pareciera, para
continuar con el modelo partidista que ha politizado la voluntad del
bien público. (Primavera 2014)
Anotaciones
sobre Walter Lippmann
Una
ventana a la sociedad estadounidense del principios del siglo XX
En
diciembre del 2011 tuve la oportunidad de visitar la casa Walter
Lippmann en el hermoso campus de la universidad de Harvard, a unos
minutos de la ciudad de Boston. La casa, una especie de cabaña con
altos libreros, pisos de madera y un generoso lobby, alberga las
instalaciones de la Nieman Foundation for Journalism. Mi
visita, de apenas un día, ligada a un coloquio sobre el futuro del
periodismo en la era de WikiLeaks, me dejó más preguntas que
respuestas (tal vez una señal de que la visita en efecto cumplió su
objetivo), entre ellas ¿cómo se diferencia el periodismo de Estados
Unidos con respecto al mexicano?, ¿cuáles son las bases que
soportan la estructura mediática de ese país? y la más obvia pero
más pertinente: ¿quién es Walter Lippmann y por qué es
reverenciado como el autor más importante del periodismo moderno
estadounidense? En este breve ensayo abordaré solamente la tercera
pregunta basándome en su obra Liberty and the News (1920) y
agregaré algunos comentarios sobre el tema a partir de Public
Opinion (1922), otra de sus influyentes publicaciones.
Entre
las aportaciones de Lippmann al periodismo también se filtra un
agudo comentario social y una visión de la historia que es a la vez
nítida y liberal. Entendemos mejor el inicio del siglo XX
estadounidense--convulso, rapaz y lleno de idealismos--cuando
analizamos los textos de este importante pensador estadounidense. Su
influencia se extiende más allá del ámbito periodístico y las
ciencias políticas. Es una figura clave para entender el
pensamientos estadounidense tras la Primera Guerra Mundial y el crack
financiero que vendría unos años después de la publicación de las
dos obras aquí referidas.
El
prolífico1
autor nació en Nueva York el 23 de septiembre de 1889, en pleno
expansionismo norteamericano, en el seno de una acomodada familia
judía. Asistió a la Sachs School for Boys y posteriormente a
Harvard, donde inició cursos en 1906. Ahí se familiarizó con el
trabajo de John Ruskin, Barret Wendell y William James, quien lo
visitó después que de Lippmann publicara un artículo en la revista
Harvard Illustrated que cuestionaba el estatus quo de
su época. James fue esencial en el desarrolló de Lippmann. Con el
filósofo discutió la promesa del socialismo, el pluralismo y la
reforma social. Otra gran influencia de nuestro autor fue George
Santayana, así como Beatrice Webb, Sidney Webb, H.G Wells y George
Bernard Shaw. Conocía bien el marxismo, pero no estaba de acuerdo
con el énfasis que se le ponía a la lucha de clases y la
movilización de las masas. Esta inclinación socialista lo llevó a
formar un grupo de discusión con algunos de sus compañeros, los
cuales organizaban seminarios y conferencias con pensadores de su
época. En 1910, Graham Wallas arriba a Harvard a enseñar ciencias
políticas. Wallas cuestiona los fundamentos socialistas de Lippmann
y un año después conoce al periodista Lincoln Steffens, quien lo
contrata como su secretario. Su mentor apoyó a Roosevelt en las
elecciones de 1912 y nuestro autor hizo lo mismo. Un año después
publicó su primer libro, A Preface to Politics, el cual es
bien recibido y lo catapulta para organizar, junto Herbert Croly y
Walter Weyl, el semanario político New Republic. En 1914,
Lippmann rechaza el apoyo inicial que dio al Socialismo en Drift
and Mastery y en la elección de 1916 su opinión favorece al
partido Demócrata y su candidato Woodrow Wilson. Después de
contraer matrimonio con Faye Albertson, en 1917, consigue colocarse
con secretario de Newton Baker, secretario de Guerra de Wilson. En
ese puesto llegó a conocer bastante bien al presidente y fue miembro
de la delegación que asistió a la Conferencia de Paz de París de
1919, en donde también participó en la elaboración de los
principios básicos de la Sociedad de Naciones. Al siguiente año
salió del New Republic y se unió al New York World,
desde donde analizó la cobertura mediática que otros periódicos
daban a las noticias políticas de Estados Unidos y las principales
asuntos internacionales.
Su conclusión fue que los reportes eran
inciertos y sesgados, puntos de vista que sintetizó en Public
Opinion y The Phantom Public. Como veremos más adelante,
Lippmann cuestiona que una democracia pueda sostenerse en una
sociedad compleja que toma sus principales decisiones a partir de lo
que dicen los medios. Tras el cierre del New York World, en
1931, se mueve al New York Herald Tribune. Ahí, a lo largo de
los siguientes 30 años, escribe sobre los asuntos de Estados Unidos
en su columna sindicada Today and Tomorrow. En estos escritos
podemos ver el pragmatismo político de Lippmann: en dicho periodo
apoyó a seis candidatos republicanos y a siete demócratas. En los
30s trabajó de forma cercana con la British Security Coordination,
órgano secreto encargado de favorecer los intereses de la Corona en
Estados Unidos. Siempre en contacto con ese grupo, su papel fue
determinante para acabar con la legislación de neutralidad que
impedía a los Estados Unidos entrar a la Segunda Guerra Mundial y
derroer el falso sentimiento de seguridad frente a la amenaza nazi.
Después de la Segunda Guerra, Lippmann retoma su vertiente liberal y
critica la política exterior de Truman y Eisenhower, pues creía que
era necesario respetar la esfera de influencia soviética. En este
periodo fue el primer autor en utilizar el término “guerra fría”.
También se opuso a las guerras de Corea, Vietnam y al McCartismo.
Murió en 1974, en Nueva York, a los 85 años2.
Aunque
mucho se ha escrito acerca de las incisivas observaciones de Lippmann
a lo largo de la mayor parte del siglo XX, en este texto sólo
abordaré el periodo correspondiente a la publicación de sus
Liberty and the News y Public Opinion, es decir, los
años inmediatamente previos a los 20s. ¿Cómo era Estados Unidos en
esa época? Recordemos que el siglo XIX había sido particularmente
fructífero para los intereses expansionistas de los gobiernos de ese
país. Después de la guerra con México (1846-1848) y la anexión de
Texas, que extendieron enormemente el territorio norteamericano hacia
las costas del Pacífico a partir de la obtención de Wyoming, Nuevo
México, Colorado, Utah, Arizona, Nevada y California, la Unión le
compró Alaska a los rusos (1867), arrebató Puerto Rico a España y
anexó el territorio de Hawaii (ambos en 1898). Hacia la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), los Estados Unidos se habían convertido
en la primera potencia económica y militar del mundo, por arriba del
poderoso imperio inglés. Cualquier debate sobre el poderío del
nuevo líder mundial quedó resuelto en la Primera Guerra: su
participación fue decisiva para darle la victoria a los aliados
cuando los ingleses y franceses se vieron sobrepasados por los
alemanes, a pesar de las reticencias iniciales que atrasaron su
entrada a ese conflicto. Por esos años había una fuerte oposición
de los grupos socialistas que cuestionaban entrar a ese teatro
bélico. En el país había preocupación por la salud del Estado. El
socialismo iba en aumento y el conflicto de clases era intenso. La
guerra era criticada desde los grupos socialistas porque los países
capitalistas avanzados de Europa estaban luchando por fronteras,
colonias y esferas de influencia, competían por Alsacia Lorena, los
Balcanes, África y Oriente Medio. Así, la guerra estalló poco
después del comienzo del siglo XX, en plena exaltación (aunque
únicamente en la élite occidental) del progreso y de la
modernización3.
Los estadounidenses entraron a la guerra sólo después de que
Francia y e Inglaterra sufrieron enormes pérdidas humanas, pero
antes de tomar esa decisión su economía se había visto beneficiada
gracias al abasto de provisiones militares que requerían los aliados
para luchar contra los alemanes. En el fondo, añade Zinn, la guerra
era una excusa para dividir el territorio africano, con sus ricas
vetas minerales, entre las principales potencias europeas e implantar
un nuevo orden mundial basado en el dominio capitalista y la
obtención barata de nuevos bienes que pedían las clases medias y
altas de los países desarrollados. Si Estados Unidos iba a entrar a
esa lucha, debía crear un consenso nacional y el gobierno de Wilson
trabajó duro para conseguirlo. Para ese fin arrancó una intensa
campaña propagandística, implantó el reclutamiento forzoso entre
jóvenes y aplicó severos castigos para aquellos que se negaron a
entrar en combate4.
Lippmann observó claramente esta lucha ideológica entre el gobierno
y los socialistas, un periodo en donde los medios se alinearon con
los intereses de los principales hombres de poder y del mismo
gobierno federal. Aquellos que no lo hacían eran acusado de
desleales. Para los medios que cuestionaron las motivaciones de la
guerra, esto significó un limitado repartimiento de sus textos desde
el mismo correo estadounidense5.
Acabada la Primera Guerra, continúo esta represión gubernamental
contra los sindicatos y socialistas. Los años formativos de Lippmann
coinciden con la época de los grandes negocios y corporaciones
industriales estadounidenses. Las capacidades productivas
norteamericanas permitieron al país entrar de lleno en las dinámicas
del capitalismo financiero, así, durante el período muchos
capitales norteamericanos se dirigieron a México, Centroamérica y
el Caribe, principalmente6.
Pero además del territorio continental americano, en donde reinaba
la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto7,
el país del norte buscaba una influencia cultural y comercial que
sólo podía ser sustentaba por la demostración de su fuerza
militar. Una serie de distintas causas limitarían el desarrollo
estadounidense a partir de la crisis financiera del 298
y su empuje como primera potencia no se volvería a sentir hasta la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945), sin embargo, las bases del
desarrollo y extensión de su influencia habían sido sembradas. Como
lo notó Lippmann, los medios, en especial los periódicos, fueron
una herramienta esencial para dicho fin.
Antes
de entrar a las anotaciones de nuestro autor sobre este tema, hay que
recordar que los diarios estadounidenses en las dos primeras décadas
del siglo XX eran muy diferentes a los actuales. Las diferencias no
estaban basadas solamente en la tecnología, sino en la mentalidad
que había detrás de la producción de los mismos. A continuación
expongo un ejemplo de un diario de época, simplemente para comenzar
a dimensionar las diferencias con los periódicos modernos.
Lo
primero que salta a la vista es la maquetación de la primera plana.
En relación a los diarios modernos, encontramos una enorme cantidad
de texto en donde se tratan temas de todo tipo, sin ningún tipo de
jerarquización. Se combinan temas locales con nacionales, columnas
con notas. Es realmente difícil identificar qué materiales son
opinativos y cuáles son informativos, pero aún los textos que en
teoría deben informar de forma noticiosa sobre hechos se
entremezclan adjetivos, adverbios, juicios de valor y prejuicios con
los hechos “puros”. Otra diferencia fundamental entre los diarios
de la actualidad es la omisión casi entera de los autores de los
textos, es decir, las firmas de los reporteros o columnistas, como se
conoce hoy en día a esa parte del diario. De forma arbitraria
seleccioné esta portada del periódico The Sun
correspondiente al 2 de julio de 1916 simplemente para ilustrar el
panorama mediático al cual se enfrentaba Lippmann y para darle un
contexto a los comentarios del autor que se presentan más abajo. El
lector puede encontrar una hemeroteca virtual con miles de
ejemplares históricos de otros medios en la liga que se presenta
abajo9.
Para
Lippmann, el diario es la Biblia de la democracia, un libro que
determina la conducta de las personas y que, en gran parte de los
casos, es el único que texto que millones de ciudadanos
estadounidenses leen todos los días. El poder que ostentan estos
diarios para decidir lo que es importante y lo que no es un designio
que no había tenido un grupo de hombres desde que el Papa perdió la
sujeción de la mente secular10.
Para que una sociedad democrática prospere, entonces, los medios
deben realizar un trabajo que forme ciudadanos informados que dejen
de lado sus opiniones para fundamentar sus criterios en
información. A causa del enorme dominio que tienen los
diarios sobre las consciencias, decisiones y acciones de las
personas, las noticias deben llegar exentas del sesgo personal de su
redactor, del medio que las publica y de los intereses personales de
la fuente que emite los datos. No hacercerlo de esa forma tiene
implicaciones directas para la democracia, dice Lippmann:
All
that the sharpest critics of democracy have alleged is true, if there
is no steady supply of trustworthy and relevant news. Incompetence
and aimlessness, corruption and disloyalty, panic and ultimate
disaster, must come to any people which is denied an assured access
to the facts11.
Lippmann
sabe que esta imparcialidad absoluta es imposible. Su participación
en la Conferencia de Paz de París le mostró en carne propia la
forma en que trabajaban los reporteros de su época, cuando la
información ya se podía enviar desde Europa vía cable (telégrafo)
a las redacciones estadounidenses.
Los
trabajadores de los medios que fueron enviados a la reunión, salvo
pocas excepciones, carecían de una preparación adecuada para
realizar su profesión. Seguían una agenda alineada con los
intereses de su gobierno o de su medio, tenían un limitado criterio
en lo que se refiere a asuntos internacionales y su lectura crítica
de la situación que vivía el mundo en esos momentos se limitaba a
definir a los buenos y malos de la historia. La corta visión de los
hechos también estaba relacionada con lo que los reporteros
enfrentaban del otro lado: visiones parciales de los acontecimientos
impulsadas con fines propagandísticos por los funcionarios de los
gobiernos victoriosos. Lippmann es crítico con estos funcionarios
(después de todo, él era uno de ellos), pero sus alfileres son más
precisos cuando habla de la dinámica que juegan ambas partes,
aparentemente opuestas, en el entramado general que significa
producir la información que saldrá al otro día en un diario. Lo
sintetiza de esta forma:
What
the correspondents saw, occasionally, was the terrain over which a
battle had been fought; but what they reported day by day was what
they were told at press headquarters, and of that only what they
were allowed to tell. At the Peace Conference the reporters were
allowed to meet periodically the four least important members of the
Commission, men who themselves had considerable difficulty in
keeping track of things, as any reporter who was present will
testify. This was supplemented by spasmodic personal interviews with
the commissioners, their secretaries, their secretaries'
secretaries, other newspaper men, and confidential representatives of
the President, who stood between him and the impertinences of
curiosity. This and the French press, than which there is nothing
more censored and inspired, a local English trade-journal of the ex-
patriates, the gossip of the Crillon lobby, the Majestic, and the
other official hotels, constituted the source of the news upon which
American editors and the American people have had to base one of
the most difficult judgments of their history12.
La
mentira es la moneda de cambio de los medios estadounidenses cuando
se trata de asuntos bélicos. De hecho, agrega, si las mentiras van
dirigidas hacia un enemigo de Estados Unidos, más popular será la
persona que las emita. En el mecanismo de la información que deben
publicar los medios no hay un punto en donde alguien deba hacerse
directamente responsable de cuidar la verdad. Entre el observador de
un hecho noticioso y el lector hay un campo de editores que intentar
cuidar el mejor balance de las noticias, nota el autor, pero el
editor, como está obligado a saber un poco de todo, se convierte al
final en un experto en nada. La cadena noticiosa acaba por
enrarecerse: del reportero que ya tiene prejuicios y una visión
naturalmente subjetiva de los hechos se los pasa a los editores,
quienes pueden incluir sus propios prejuicios en la información.
Después vienen los dueños de los medios, quienes agregan otro
filtro de interpretación a la materia prima, y finalmente el
producto sale para su distribución a miles de lectores. En las dos
primeras décadas del siglo XX esta era la norma. Hoy vivimos en la
era de las opciones, en donde hay tantos productos como posibles
consumidores, incluyendo los mediáticos. La época de Lippmann era
muy diferente y no es sorpresa que haya analizado este tema con tal
obsesión. Al final del día, esta pequeña cadena de hombres tenía
el poder de influir en las decisiones y los comportamientos de
millones de estadounidenses. La censura, como notamos unas líneas
arriba, no era cosa rara y de hecho se daba de otras formas más
sutiles, explica: el costo del envío de un telégrafo
transatlántico, por ejemplo. Sólo las grandes agencias de noticias
europeas, las cuales estaban subsidiadas por el gobierno, podían
pagar por enviar largos textos de información hacia América. Peor
aún, el sistema de envío de cables se congestionaba con regularidad
y no había forma de jerarquizar los contenidos13.
En el
fondo, este sistema de consignación de los hechos crea distorsiones
en la opinión pública, la cual es volátil, imposible de predecir,
y realmente imposible de satisfacer por la fragilidad de sus
interpretaciones. Los grandes hombres, generalmente políticos, usan
los medios para confeccionar el consenso alrededor de sus propios
proyectos o les de su corporación a través de personalidades
ficticias que les construyen los medios14.
El segundo punto que interviene en la formación de la opinión
pública son los estereotipos. Puesto que es imposible cubrir todas
las distintas personas que hay en el mundo, los medios deben basarse
en la creación de estereotipos para hilvanar una realidad digerible
a su audiencia. De otra forma, imperaría el caos. Se debe
generalizar y resumir, elegir ejemplos para tratarlos como casos
típicos. Los diarios estadounidenses están plagados de estos
estereotipos con una base de selección científica poco sana, la
cual acaba por dividir aún más a la sociedad cuando el lector lo
compara con sus vivencias personales:
The
tendency of the casual mind is to pick out or stumble upon a sample
which supports or defies its prejudices, and then to make it the
representative of a whole class15.
Lippman
concluye que las guerras peleadas por Estados Unidos han sido
posibles gracias a la opinión estereotipada que han formado los
americanos acerca de los pueblos enemigos. Subyace el mensaje
pro-democrático que implica vencer al opositor para hacer el mundo
un lugar más seguro para la democracia, resultado que acaba
diluyéndose con el tiempo hasta la formación de un nuevo
estereotipo de un nuevo enemigo.
Real
space, real time, real numbers, real connections, real weights are
lost. The perspective and the background and the dimensions of
action are clipped and frozen in the stereotype16.
Las
libertadas que ofrece la democracia han sido malentendidas, avisora.
De hecho, en sus líneas Lippmann critica la abundancia material que
existe ya en Estados Unidos en las primeras dos décadas del siglo
XX. También existe una abundancia de opiniones y esta es nociva. La
democracia no se debe limitar a la libertad de decir cosas,
sino a libertad de formar un criterio con los datos certeros.
Los medios han sacrificado la veracidad en aras de la instrucción
moral de la misma manera que lo ha hecho Lenin en Rusia con su
propaganda17.
Pero formar un criterio cuesta trabajo, generalmente las personas se
adhieren a las opiniones que más se ajustan a sus propias
preconcepciones, señala Lippmann. El gobierno estadounidense lo
torna difícil, pues han obligado a las personas a pensar
nacionalmente, tal como lo hizo Roosevelt cuando ocupó la secretaria
de Marina durante la Primera Guerra18.
Los medios tiene que intentar ver más allá de eso y centrarse en
los hechos, no las opiniones, que las noticias generan, de
preferencia bajo una metodología estandarizada:
That, I
think, constitutes the meaning of freedom for us. We cannot
successfully define liberty, or accomplish it, by a series of
permissions and prohibitions. For that is to ignore the content of
opinion in favor of its form. bove all, it is an attempt to define
liberty of opinion in terms of opinion. It is a circular and liberty
is obtainable only by seeking the principle of liberty in the main
business of human life, that is to say, in the process by which men
educate their response and learn to control their environment. In
this view liberty is the name we give to measures by which we
protect and increase the veracity of the information upon which we
act19.
La
constante lucha por conseguir esa libertad, a pesar del gobierno y
los intereses mediáticas, sería retomada por diversos autores,
incluyendo Noam Chomsky en su conocido libro Manufacturing Consent
(1988). La tesis original es de Lippmann y aún se mantiene vigente
al día de hoy, a pesar de que otras teorías de la comunicación más
elaboradas han refinado el papel de las audiencias, los efectos y los
canales de emisión por los cuales los medios diseminan sus
contenidos para formar a la opinión pública. En palabras de nuestro
autor:
Government
tends to operate by the impact of controlled opinion upon
administration. This shift in the locus of sovereignty has placed
a premium upon the manufacture of what is usually called consent20.
Para
Lippmann la historia es un proceso y
el primer nodo de la cadena de los hechos históricos es el
reportero. Es el eslabón más delicado de la línea, pues de él
depende, en gran parte, todo aquello que se desarrollará después en
las redacciones y la consciencia de las personas que leen su texto.
Pero estos procesos son difíciles de percibir porque llevan décadas
en realizarse y, salvo contadas ocasiones, se refieren a
abstracciones. El ejemplo más claro es la materialidad que ofrece la
inauguración de una fábrica, por ejemplo, o la aprobación de una
iniciativa en el Congreso, a diferencia del cambio social que arriba
con los procesos migratorios, por ejemplo, o los programas de
gobiernos que impulsan las dependencias gubernamentales. En el primer
grupo estamos hablando de objetos, en el segundo, de ideas. Lippmann
acentuó la dificultad a la que enfrentaban los reporteros cuando
trataban de abordar estos temas y la complejidad de hacerles
entendibles para el lector promedio de Estados Unidos. Además cuando
hablamos de ideas y abstracciones es casi imposible hablar de
cuantificaciones, agrega, porque los resultados sólo se aprecian en
largos periodos de tiempo. Sólo los comunicadores más despiertos
notan estos cambios en las estructuras fundamentales de la
sociedad21:
While
the reporter will serve no cause, he will possess a steady sense that
the chief purpose of "news" is to enable mankind to live
successfully toward the future. He will know that the world is a
process, not by any means always onward and upward, but never quite
the same. As the observer of the signs of change, his value to
society depends upon the prophetic discrimination with which he
selects those signs.
Sin
embargo, el grueso de los reporteros de su época (y sin duda también
de la nuestra), son personas mal pagadas, con nula preparación, con
un limitado uso del lenguaje (su propia herramienta de trabajo) y
poca valoración de sus acciones: en los años del análisis de
Lippmann nunca firman su nota en los periódicos en donde trabajan, a
pesar de que la observación de los hechos históricos es un
privilegio al cual muy pocos pueden acceder. Sus recomendaciones para
mejorar la profesión serían un parteaguas para el periodismo
durante décadas. Puesto que la salud de una sociedad sólo puede
depender de la calidad de información que recibe, los recolectores y
fabricantes de la misma deben tener prestigio público, firmar sus
noticias (y hacer públicos los nombres de los editores de los
diarios), escribir con un lenguaje que privilegie los hechos y no las
emociones, así como tener un mapa mental bien claro de los intereses
corporativos que mueven a la sociedad. El derecho a la protección de
las fuentes periodísticas sería otro tema apuntalado por Lippmann.
En pocas palabras, todo se senitetiza en una formación que lleve a
la búsqueda de la verdad en lugar de la discusión de
opiniones que nublan la certeza:
In going
behind opinion to the information which it exploits, and in making
the validity of the news our ideal, we shall be fighting the battle
where it is really being fought...True opinions can prevail only if
the facts to which they refer are known; if they are not known,
false ideas are just as effective as true ones, if not a little more
effective22.
Conclusión
Las
aportaciones de Lippmann fueron indispensables para entender del
desarrollo de los medios y el funcionamiento de la política
estadounidenses en las primeras dos décadas del siglo XX, tal como
el autor lo ha plasmado en Liberty and the News y Public
Opinion. La modernización, la inmigración y el despliegue
industrial de los Estados Unidos sirven de trasfondo a Lippmann para
que profundice sobre la articulación del poder y su relación con
los medios masivos de comunicación. Es una visión ligada a la
sociología y la psicología, áreas que habían permanecido
distanciadas de la Comunicación norteamericana hasta que Lippmann y
otro grupo de pioneros (notablemente George Gallup) comenzaron a
investigar los alcances de los efectos que producían los medios en
los ciudadanos y como es que esta influencia cambiaba su
comportamiento y actitud con respecto a los asuntos cotidianos y
aquellos relacionados a la esfera pública.
La
influencia del autor se siente hasta la actualidad. Sus aportaciones
son la base del paradigma de Lasswell-Nixon, el modelo comunicativo
más importante para aquellos que estudian esta ciencia. Aunque el
trabajo de Lasswell (y las posteriores aportaciones de Nixon) se
desarrollaron hasta 1948 en su libro Power and Personality y
su artículo Structure and Function of Mass Communication--una
vez que la Segunda Guerra Mundial había mostrado al mundo las
consecuencias que puede traer una propaganda sin límites y una
prensa partisana--la marca de Lippmann en este paradigma es notable
en cuanto a la preponderancia que se le da a los medios de
comunicación23.
La comunicación moderna—que basa su esencia en la Retórica
de Aristóteles cuando plantea quién dice qué a quién—no se
comprende sin las ideas de Lippmann, las cuales enmarcó de forma
magistral en su crítica a la sociedad norteamericana de principios
de siglo.
1
Además de las dos obras ya señaladas, Lippmann escribió: A
Preface to Politics (1913), A Preface to Politics (1913),
Drift and Mastery (1914), The Stakes of Diplomacy
(1915), The Political Scene (1919), The Phantom Public
(1925), Men of Destiny (1927), American Inquisitors
(1928), A Preface to Morals (1929), Interpretations
1931-1932 (1932), The Method of Freedom (1934), The
New Imperative (1935), Interpretations 1933-1935 (1936),
The Good Society (1937), U.S. Foreign Policy: Shield of
the Republic (1943), U.S. War Aims (1944), The Cold
War (1947), The Public Philosophy (1955), con William
O. Scroggs: The United States in World Affairs 1931 (1932),
The United States in World Affairs 1932 (1933) entre muchos
otros artículos periodísticos. Su extensa bibliografía se puede
ver aquí:
http://www.ranker.com/list/walter-lippmann-books-and-stories-and-written-works/reference
2John
Simkin, “Walter Lippmann” en
http://www.spartacus.schoolnet.co.uk,
publicado en septiembre de 1997 y revisado
para este trabajo el 23 de julio del 2013.
3
Howard Zinn, La otra historia de los Estados
Unidos, Argitaletxe HIRU, 2005, p. 330.
4Ibid,
p. 334.
5Ibid,
p. 342.
6
Rodríguez Díaz, María del Rosario y Margarita Espinosa Blas,
“El Caribe. Intereses estadounidenses y mexicanos en los albores
del siglo XX”, Revista Brasileira do
Caribe, vol. XI, núm. 21, julio-diciembre,
2010, Universidade Federal de Goiás, pp. 283-285.
7
Pedro Pascual Martínez, ”Dos centenarios del expansionismo
norteamericano: México (1848), Cuba y Puerto Rico (1898)”, EHSEA,
N. 15 I Julio-Diciembre, 1997, Universidad de Alcalá de Henares,
pp. 341-364, passim.
8
Elena Sciricca, “Estados Unidos y la crisis de 1929” en: Pozzi,
Pablo A. y Fabio Nigra (comps.), Huellas
imperiales. Historia de los Estados Unidos de América 1929-2000,
Imago Mundi, Buenos Aires, pp. 65-90.
9
El proyecto Chronicling America. Historic
American Newspapers, una iniciativa de la
Biblioteca del Congreso de Estados Unidos ofrece al interesado miles
de ejemplares en versión digital de cientos de diarios publicados
desde 1690 a la fecha. La página permite buscar en su base de
datos mediante filtros estatales, nombre de diario, rango de tiempo
e incluso por palabra clave. La página de inicio es la siguiente:
http://chroniclingamerica.loc.gov
La portada de The Sun
puede ser visualizada aquí:
http://chroniclingamerica.loc.gov/lccn/sn83030272/1916-07-02/ed-1/seq-1.pdf
10
Walter
Lippmann, Liberty
and the News,
Ed. Hardcourt, Brace and Howe, Nueva York, 1920, pp. 47-48.
11 Ibid,
p. 11.
12 Ibid,
pp. 44-45.
13 Ibid,
p. 46.
14
Walter Lippmann, Public
Opinion,
publicado originalmente en 1922, capítulo I, punto 2, párrafo 1.
Disponible en texto simple en Project Gutemberg en la siguiente liga
http://www.gutenberg.org/cache/epub/6456/pg6456.html,
colocada en septiembre del 2004 y revisada para este trabajo el 22
de julio del 2013.
15 Ibid,
capítulo X, punto 8, párrafo 6.
16 Ibid,
capítulo X, punto 10, párrafos 3.
17
Lippmann, Liberty
and the News,
p. 51.
18 Ibid,
p. 52.
19 Ibid,
p. 67.
20 Ibid,
p. 62.
21 Ibid,
p. 89.
22 Ibid,
p. 70.
23
Ángel Benito, Teoría General de la
Información, Ed. Pirámide, Madrid, 1982,
pp. 185-200.
REFERENCIAS CITADAS
- Benito, A. Teoría General de la Información, Ed. Pirámide, Madrid, 1982.
- Lippmann, W. Public Opinion, publicado originalmente en 1922. Disponible en texto íntegro en Project Gutemberg en la siguiente liga http://www.gutenberg.org/cache/epub/6456/pg6456.html, colocada en septiembre del 2004 y revisada para este trabajo el 22 de julio del 2013.
- Lippmann, W. Liberty and the News, Ed. Hardcourt, Brace and Howe, Nueva York, 1920.
- Martínez, P. ”Dos centenarios del expansionismo norteamericano: México (1848), Cuba y Puerto Rico (1898)”, EHSEA, N. 15 I Julio-Diciembre, 1997, Universidad de Alcalá de Henares.
- Rodríguez, M. y Espinosa, M. “El Caribe. Intereses estadounidenses y mexicanos en los albores del siglo XX”, Revista Brasileira do Caribe, vol. XI, núm. 21, julio-diciembre, 2010, Universidade Federal de Goiás.
- Sciricca, E. “Estados Unidos y la crisis de 1929” en: Pozzi, Pablo A. y Fabio Nigra (comps.), Huellas imperiales. Historia de los Estados Unidos de América 1929-2000, Imago Mundi, Buenos Aires.
- Simkin, J. “Walter Lippmann” en http://www.spartacus.schoolnet.co.uk, publicado en septiembre de 1997 y revisado
para este trabajo el 23 de julio del 2013.
- Zinn, H. La otra historia de los Estados Unidos, Argitaletxe HIRU, 2005.
OTROS RECURSOS: hemeroteca virtual de diarios estadounidenses disponible en http://chroniclingamerica.loc.gov bibliografía completa de Lipmann: http://www.ranker.com/list/walter-lippmann-books-and-stories-and-written-works/reference
Vicente
Riva Palacio
Un
análisis historiográfico de su obra
México
a través de los siglos, tomo II
La
obra historiográfica más importante del siglo XIX pertenece a
Vicente Riva Palacio. La colección México a través de los
siglos (1884-1889), compuesta de cinco tomos que van desde la
época prehispánica hasta la Reforma, es un trabajo de proporciones
enciclopédicas que tiene como intención mostrar el progreso
histórico y esencia mexicana. Su intento unificatorio está ligado
al proyecto positivista que sirvió de marco para su redacción, una
época en donde el orden y la ciencia dieron un nuevo sentido
optimista a una nación que había sufrido una invasión, otra
intervención, la pérdida de la mitad de su territorio y un
sinnumero de problemas gubernamentales en los 50 años posteriores a
su Independencia.
El trabajo de Riva Palacio fue producto de un grupo
de personas—varias escritores reciben crédito en los distintos
tomos, aunque el texto es fruto de recopiladores, documentalistas y
editores--pero el aglutanamiento general de la obra se le atribuye al
él mismo. El sello de Riva Palacio es la linealidad, el progreso de
la historia, de México en sí, rumbo a un nuevo gobierno positivista
que implantaría la idea de la sociedad como un organismo vivo, en
crecimiento continuo, con esencia una particular, que forzosamente
debía pasar por varias etapas antes de llegar a su madurez. En
dicho cuerpo hay conflicto entre los que buscan el cambio y los que
no, lo cual provoca la evolución de la misma sociedad, la cual se da
en tres etapas: 1. metafísica, en donde el hombre no tienen ninguna
comprensión de su entorno, por lo que produce dioses naturales, como
el fuego, la lluvia, etc, 2. teológica, cuando el ser humano
comienza a desarrollar su razón y pasa de la monolatría al
monoteísmo, en donde crea instituciones de adoración y regulación,
como las Iglesias y 3. la positiva, que tiene como fundamento el
descubrimiento de la razón y de las leyes naturales que gobiernan al
universo, con lo que ya no necesita las antiguas creencias, porque
puede entender y dominar los fenómenos.
Estas ideas atravesaron de
forma transversal las distintas áreas de conocimiento del último
cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente: la
educación, la urbanización, el derecho, la polítoca, y claro,
también la historia, gracias, en gran parte, a un discurso
pronunciado por Gabino Barreda el 16 de septiembre de 1867 en
Querétaro, en donde estaba presente Benito Juárez. Barreda, quien
estudió en Francia, aprendió los principios del positivismo del
mismo Augusto Comte e interpretó la historia de México a la luz del
giro positivista, que daba a México un futuro promisorio en vista de
las arduas etapas que había pasado en las décadas anteriores
siempre y cuando mantuviera el orden y una vía clara hacia el
progreso, una visión radicalmente distinta a la que había impulsado
los historiadores conservadores y liberales desde el final de la
lucha independendista, los cuales veían un país al borde de la
desaparición y la anarquía. Así lo habían forjado las constantes
guerras, internas o externas, el desorden y la corrupción
gubernamental. Pero con el positivismo, que busca la linealidad en
los procesos, el avance excélsior
sin perder la esencia, México adquiere un nueva visión
optimista de su desarrollo el cual ha pasado por las distintas etapas
en las cuales se dividen los cinco tomos de México a través de
los siglos: la prehispánica
(nacimiento), virreinal (infancia vinculada al soporte católico), la
relativa a la guerra y la independencia conseguida (uso de razón), y
finalmente la Reforma (consolidación del Estado). El trabajo de Riva
Palacio es la justificación ideológica de este cambio y de la
necesidad de una figura presidencial fuerte. El texto debe entenderse
como una obra de su época, cuando la búsqueda de la esencia
nacional era el reto más difícil que planteaba la modernidad.
Riva
Palacio es otro de esos “hombres renacentistas” del siglo XIX.
Aunque defiende el idealismo en oposición al materialismo, su obra
es claramente definible por sus mismos rasgos dentro de la época
positivista. En la redacción de su texto se filtran algunos visos
del romanticismo: el papel del mestizo, por ejemplo, en donde la
conquista tiene la razón de producir el mestizaje y por lo tanto son
la esencia del mexicano porque dicha mezcla no cabe en lo indio ni en
lo español. Es krausista porque intenta mantener el carácter
espiritual del liberalismo, la idea, pero el progreso por etapas en
los cuales organiza su magno trabajo lo colocan dentro del marco
positivista. Tal vez por eso sea clasificado como un ecléctico. Su
vida también tiene un poco de eso. Riva Palacio nace en 1832 en la
Ciudad de México. Su padre fue defensor de Maximiliano y su madre
fue hija del general Vicente Guerrero. En 1854 se graduó como
abogado del Colegio de San Gregorio y en 1855, al triunfo de la
revolución de Ayutla, fue regidor de la Ciudad de México y al año
siguiente diputado nacional. En el gobierno de Juárez rehusó el
ministerio de Hacienda pero en la misma época comienza a escribir
parte de su prolífica obra literaria, en donde se incluyen comedias
y dramas. En 1862 organiza una guerrilla
para unirse a las fuerzas del general Zaragoza y luchar contra los
franceses. En los años siguientes es nombrado gobernador del Estado
de México, Michoacán y general en jefe
del Ejército del Centro, en donde dirige los sitios de Toluca y
Querétaro. Derrotado el imperio, en 1867, Riva Palacio regresa a su
vida privada, pero poco después es nombrado ministro de la Suprema
Corte de Justicia. En 1876, al triunfo de la revolución de Tuxtepec,
consigue ser ministro de Fomento del gobierno porfirista y participa
en distintos diarios como editor y redactor, incluyendo El Pito
Real, El Radical y El Ahuizote. Después, en 1884, es encarcelado
por sus dichos contra el presidente Manuel González y por tener
posibilidades de llegar a la presidencia de la República. En prisión
escribe la mayor parte del segundo tomo de México a través de
los siglos, obra publicada
originalmente por la editorial Ballesca y Cía. Por
esas fechas también publicó Los Ceros, una galería de
contemporáneos (1882), en donde critica el materialismo
positivista de connotadas figuras públicas de esa época. Sus
textos, que antes había publicado bajo seudónimos en folletos e
impresos periódico, le ganaron la enemistad de diversos sectores.
Porfirio Díaz lo destierra a España como ministro representante de
México. Ahí defiende el estatus independiente del país y extiende
su obra literaria. Muere en Madrid en 1896 y sus restos son traídos
de regreso a México hasta 1936 y se depositan en la Rotonda de los
Hombres Ilustres1.
Su
vasta colección privada de textos de la Inquisición le permiten
redactar con soltura el segundo tomo de México a través de los
siglos. El texto había sido solicitado inicialmente bajo el
encargo del presidente Manuel González para comprender solamente la
época de la intervención francesa, pero Riva Palacio decidió
extender el periodo analizado y catapultar la visión progresista de
la historia. El conocimiento virreinal que tenía a su disposición
en sus propios archivos tal vez lo impulsaron a robustecer el
conjunto de su obra en vista del proyecto que quería impulsar. La
historia relatada en el segundo tomo no es un texto de anticuario,
sino que está conectada hacia atrás y hacia adelante, para formar
una visión general de las vicisitudes
nacionales. Parte de esa unificación histórica la aportan las casi
dos mil imágenes que acompañan el rico texto2,
escrito bajo los cánones del lenguaje diáfano, moderno, sin
grandilocuencias, que se opone al exagerado estilo del que habían
adolecido muchos escritos del México poscolonial.
El contenido
visual es elaborado y realmente se convierte en otra capa de
conocimiento paralela a la textual, en donde cada tomo suma más de
mil páginas, gracias a la diversidad contenida en el mismo:
retratos, facsímiles de
códices y libros antiguos, monumentos, paisajes y mapas, los cuales
acompañan cada uno de los libros contenidos dentro de los cinco
tomos. El primero, que aborda el México prehispánico, fue escrito
por Alfredo Chavero. Sigue el de Riva Palacio, en donde el autor
destaca el papel de las instituciones españolas en territorio
mexicano, la imposición de éstas en territorio americano y el
proceso que siguió el choque de esos mundos para formar una nueva
cultura. Aunque la portada de este tomo da crédito a Chavero como
escritor del mismo, los historiógrafos coinciden en que el grueso
del texto fue redactado por el mismo Riva Palacio cuando estuvo
encarcelado en Tlatelolco
tras su desentendido con Manuel González. El tomo segundo de la obra
llamado “El Virreinato” fue elaborado por el propio Riva Palacio,
basándose
en sus propios archivos de esa época, cartas inquisitorias,
crónicas, documentos antropológicos, e historiadores y filósofos
de época y modernos (los cuales a veces usa para dar consideraciones
generales sobre el mundo y el comportamiento humano) .
El autor describe prolíficamente las instituciones europeas, la
imposición de éstas en América y el largo proceso que durante
tres siglos representó el violento establecimiento de una nueva
cultura. Destaca los aspectos que le parecen sobresalientes del
periodo colonial, y que se advierten como un intento por conciliar
dos visiones del mundo, la indígena y la española, que dieron
origen del pueblo mexicano. Así, la independencia es vista como el
producto natural del influjo de ideas modernas que penetraron poco a
poco en la Nueva España, de acuerdo con el mismo Riva Palacio:
Las
doctrinas de los filósofos modernos convertidas por la revolución
en principios políticos, hicieron ver a los pueblos y a los
hombres que en cada vasallo existía un ciudadano; el soplo de la
libertad agitó también los ánimos en España, sublevándolos
contra el absolutismo, y en México sintió el pueblo la necesidad
de la independencia para llegar por ella a la libertad....La Nueva
España era el campo preparado y dispuesto para recibir la semilla
de la independencia y de la libertad3.
El
tercer tomo, alusivo a la guerra de Independencia, fue escrito por
Julio Zárate. El cuarto, que va de 1821
a 1855, correspondió a Enrique Olavarría y Ferrari y José María
Vigil fue el encargado de realizar el último, el cual refiere los
acontecimientos que van de la Revolución de Ayutla hasta la
instauración de la República de 1867. A lo largo de la obra se
aprecia una clara diferencia que ubica a Riva Palacio en una
categoría de historiador levantada sobre los hombros del triunfo del
liberalismo, en donde se busca la unificación de la historia, no la
construcción de la
misma, como lo habían
hecho otros historiadores decimonónicos en el pasado4.
La obra de Riva Palacio es más bien una “gran fábrica de la
historia”, en donde un producto cohesionado es producido por un
grupo de personas, cada una con responsabilidades muy específicas,
como la ha descrito Ortiz Monasterio5.
Así, vemos que la concepción de la historia de Riva Palacio es más
bien determinista, en donde la meta final de México era llegar a la
modernidad en la cual estaba entrando el país con el porfiriato. El
proceso para llegar sería dificultoso, pero al final, se puede ver
una columna vertebral en donde los siglos cambian, pero la esencia de
México permanece. La “Introducción” a su segundo tomo deja en
claro que la influencia de la Corona sobre la Nueva España era
desequilibrada y que así lo hizo la península de forma voluntaria.
A pesar de eso, los españoles no aplastaron la cultura local, lo que
gradualmente permitió el desarrollo de una patria. La semilla de esa
evolución hacia la independencia está en la época virreinal. El
papel más importante en esta obra lo tienen los mestizos (hijo de
español e india):
Aquella
clase, muy numerosa ya en la sociedad, que ni era india ni podía ser
española, tuvo la necesidad de amalgamarse y reconocerse como
mexicana6.
La
independencia entonces es algo necesario y sólo se entiende a partir
de la creación de una nueva raza que combina dos mundos. La historia
colonial que narra los acontecimientos de ilustres españoles
realmente debe ser considerada como parte de la península. Se debe
reencauzar la visión hacia la cultura del nuevo pueblo que nacía,
señala en sus “Consideraciones Generales” hacia el final del
tomo7.
Además, la historia no es solamente una recopilación de datos, sino
que lleva detrás de sus narraciones un caudal de consideraciones
filosóficas y sociológicas:
Pero el
hombre ha llegado á ser hoy á los ojos de la ciencia una
antigüedad : la ciencia procura y comienza ya á leer, y sabe que
debe leer un resumen completo de la que se han ocupado, porque cada
miembro, cada órgano, historia de cada hombre en los elementos que
le componen, y conocer sus abuelos, y lo que han hecho y en lo cada
nervio guarda el recuerdo de las pasadas existencias; cada parte del
organismo puede denunciar con su atrofia ó su desarrollo, con su
predisposición ó su sensibilidad, el uso que de él han hecho las
generaciones anteriores. El detalle estructural de una mandíbula
indica el régimen de la alimentación de un animal antediluviano
sin que sea necesario acudir al examen del coprólito, y si alguna
utilidad puede prestar la historia, no será sin duda la de
contarnos si Nerón mandó asesinar á Agripina, sino las causas
generales sociológicas que llevaron al pueblo romano á tal grado de
decadencia que llegara á celebrar el apoteosis de aquel
monstruo8.
Y unos párrafos más tarde agrega un
enuniciado que sintetiza su legado en el pensamiento historiográfico
nacional:
Para conocer y comprender
la marcha de la humanidad ó de un pueblo no son los detalles los que
deben presentarse, sino el movimiento, las tendencias, los choques
de las grandes agrupaciones, que de no ser así tratados escaparían
á la inteligencia, como no se podría conocer á un individuo si en
vez de presentar el conjunto de sus facciones en un retrato, una por
una fueran mostrándose éstas, perfectamente dibujadas...9
La
influencia de Riva Palacio aún se siente al día de hoy. Sus
observaciones e interpretaciones sobre México deben ser tomadas en
su contexto, es cierto, pero la fortificación de datos que ha
construyó con su magna obra la convierten en el documento
historiográfico más importante del siglo XIX y seguramente uno de
los más importantes de la extensa historiografía mexicana.
1
“Vicente Riva Palacio (1832-1896)”, Diccionario Porrúa de
Historia, Biografía y Geografía de México, Ed. Porrúa,
México, 1986, disponible en
http://www.bicentenario.gob.mx/reforma/index.php?option=com_content&view=article&id=75,
revisado el 24 de julio del 2013.
2
“México a través de los siglos”, sin autor o
fecha de publicación, en
http://www.senado2010.gob.mx/docs/cuadernos/historiografiaIndependencia/b16-historiografiaIndependencia.01.pdf,
revisado el 24 de julio del 2013.
3
Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, Tomo
II, Ed. Cumbre, México, 1967, p. 915.
4
Guillermo Zermeño, “La historiografía moderna en México:
algunas hipótesis”, en Takwá, Núm. 8, Otoño 2005,
pp. 37-46, disponible en
http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/takwa/Takwa8/guillermo_zermeño.pdf,
revisado el 24 de julio del 2013.
5
José Ortiz Monasterio, México eternamente: Vicente Riva Palacio
ante la escritura de la historia, Fondo de Cultura Económica,
México, 2004, pp.185-225.
6
Riva Palacio, Op.Cit, p. 905.
7
Ibid, p. 898.
8
Ibid, pp. 900-901
9
Ibid, p. 902.
REFERENCIAS CITADAS
- S/A “México a través de los siglos”, sin autor o fecha de publicación, enhttp://www.senado2010.gob.mx/docs/cuadernos/historiografiaIndependencia/b16-historiografiaIndependencia.01.pdf, revisado el 24 de julio del 2013.
- S/A “Vicente Riva Palacio (1832-1896)”, Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, Ed. Porrúa, México, 1986, disponible enhttp://www.bicentenario.gob.mx/reforma/index.php?option=com_content&view=article&id=75, revisado el 24 de julio del 2013.
- MONASTERIO, J.O., México eternamente: Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.
- RIVA PALACIO, V., México a través de los siglos, Tomo II, Ed. Cumbre, México, 1967.
- ZERMEÑO, G, “La historiografía moderna en México: algunas hipótesis”, en Takwá, Núm. 8, Otoño 2005, pp. 37-46, disponible en http://148.202.18.157/sitios/publicacionesite/pperiod/takwa/Takwa8/guillermo_zermeño.pdf, revisado el 24 de julio del 2013.
Fuente: http://kaosenlared.net |
Diez
características del “giro lingüístico” posmoderno
1.
En los 70s 80s el giro lingüístico hizo un gran esfuerzo por
romper los enfoques deterministas socioeconómicos y ahora ponen
énfasis en los factores culturales, entre los cuales el lenguaje
juega un papel clave. No se trata de reemplazar una interpretación
social por una lingüística, sino de examinar de qué manera ambas
se relacionan.
2.
Punto de partida de síntesis posmoderna: toda realidad no sólo
es comunicada a través del lenguaje y el discurso, sino que de una
manera muy fundamental también es constituido por éstos.
Filosofía del lenguaje: el
lenguaje no tiene ninguna relación importante o regular con el mundo
(Barthes, Derrida, Berkhofer, Jenkins). Las palabras y los textos
adquieren significado no por su relación con el mundo, sino por su
relación con otras palabras y textos.
3.
Por eso el lenguaje no puede
revelar la realidad. La historia no se refiere a la realidad de un
pasado, sino únicamente a sí misma, al igual que el lenguaje.
Jenkins: el significado (el pasado) no es otra cosa que el
significante (historia). Además, las descripciones del mundo
siempre omiten detalles. Ninguna descripción que utilice el lenguaje
puede capturar la totalidad
(Lyotard). En el texto histórico, los lectores están frente a los
artificios, el texto y el acontecimiento está escindido, son cosas
distintas. Es imposible representar los acontecimientos del pasado
con toda su particularidad, y por lo tanto, la historia es imposible.
4.
Giro lingüístico de EEUU: se reconoce la importancia del lenguaje o
el discurso en la constitución de las sociedades. Las estructuras y
procesos sociales se ven cada más como productos de una cultura
entendida como una comunidad comunicativa. Algunos usaron esta
teoría para decir que la historia se reducía a semiótica, otros
vieron en el lenguaje una herramienta para abordar la realidad social
y cultural.
5.
Pocock, Skinner, Kosselleck. Analizan las ideas de los grandes
autores ya no como creaciones de grandes mentes, sino como parte de
un discurso de una comunidad intelectual. Ven estructuras
discursivas a lo largo de grandes periodos. Difieren de los
posmodernos pues dicen que las ideas siguen siendo producidas y
articuladas por seres humanos pensantes que están conscientes de lo
que hacen y que reflexionan y articulan su discurso dentro del marco
de su comunidad. Su discurso presupone una comunidad de actores
relativamente autónomos que pueden comunicarse entre sí porque
hablan con un lenguaje en común mediante el cual pueden afectar al
mundo político y social. El discurso contribuye a la formación de
la realidad política, por la que a su vez también resulta afectado.
Se construyen estructuras políticas y sociales (Kosselleck). El
contexto es el
conjunto de convenciones que delimitan el rango de las afirmaciones
disponibles a un autor determinado. Es decir, que las palabras NO
siempre expresan fielmente las intencionalidades
de los autores. Así se elimina la posibilidad de encuadrar autores o
hechos históricos en categorías que ni los autores conocían y que
sólo más tarde estuvieron disponibles (Skinner).
6.
Más cercanos a un análisis de historia política que pone de
relieve los símbolos más que los conceptos están Hunt, Furet,
Agulhon, Ozouf y Sewell y Robin. Todos estudian la Francia
revolucionaria. Hunt dice que a través del lenguaje, su fantasía y
sus actividades políticas cotidianas, los revolucionarios
participaron en la reestructuración de la sociedad. La clave
fueron las posiciones, imágenes y retórica simbólicas de los
revolucionarios.
7.
Steadman y Childers se concentran más directamente en el lenguaje.
El lenguaje no sólo expresa, sino que constituye la realidad
social. Aceptan la existencia de estructuras y procesos sociales
reales y ven en el lenguaje una herramienta para examinarlos. La
experiencia de lenguaje está inmersa en un lenguaje que le confiere
su estructura. Childers estudia la conformación de la Alemania nazi.
Los factores económicos y sociales están dentro del marco del
lenguaje político empleado en Alemania. Este lenguaje refleja
distinciones sociales reales, pero también conforma la conciencia
política y social de las clases que lo hablan y oyen. Analiza el
vocabulario de los partidos, grupos de intereses, gobierno, personas
para delinear su conciencia política.
8.
Scott es más radical en su lectura feminista de la historia. Adopta
a Foucault y Derrida. Concuerda con el último al decir que el
lenguaje tradicional establece un orden jerárquico que con el tiempo
consistentemente ha sometido a las mujeres. Dice que el género
está constituido por el lenguaje. Dice que la realidad sólo se
adquiere mediante el lenguaje. No niega las estructuras sociales y
políticas, sino que afirma que deben estudiarse a través de su
articulación lingüística.
9.
El giro lingüístico reorienta la
investigación histórica hacia los modos de representación de la
realidad antes que a la realidad misma. No busca determinar la verdad
de los acontecimientos, sino entender cómo se vuelven
tangibles para los propios
agentes. No se niega la realidad histórica, pone en sí en cuestión
el supuesto de la existencia de punto arquidémico alguno, situado
por encima de los puntos de vista particulares, desde el cual podemos
tener alguna suerte de acceso privilegiado a la realidad.
10.
McCullagh: hay que darle crédito a los posmodernos por haber
expuesto los límites de las descripciones de manera tan clara. Los
artículos y verbos NO captan cada detalle del pasado.
REFERENCIAS
-
George Iggers, “El ‘giro lingüístico’: ¿el fin de la
historia como disciplina académica?, en Luis Gerardo Morales
Moreno comp., Historia de la historiografía contemporánea (de 1968
a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, pp. 213-233.
-
Elías José Palti, “El ‘giro lingüístico’ y la
dinámica de la reflexividad de la crítica”, en Reflexiones en
torno a la historiografía contemporánea, México, UAM-A, 2002, pp.
49-68.
-
Keith Windschuttle, “Una crítica al giro posmoderno en la
historiografía occidental”, en Luis Gerardo Morales Moreno comp.,
Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros
días), México, Instituto Mora, 2005, pp. 257-277.
Entre Liberalismo y Centralismo
Tras el gobierno imperialista de Iturbide se opta por una república federal. El fiel de la balanza para llevar al país hacia un gobierno inclinado hacia la liberalidad, sintetizando hasta ese momentos en el pensamiento en la Constitución de 1824, habían sido los moderados, quienes tuvieron a sus mayores exponentes decimonónicos en Mariano Otero, Manuel Gómez Pedraza y Manuel Payno. La percepción que había alrededor de ellos es que eran oportunistas políticos que tomaban las aguas más propicias para impulsar sus propios intereses. Esa fue el constructo alrededor de ellos durante toda la primera mitad del siglo XIX, una vez que concluyó la gesta independentista. De acuerdo con los conservadores y liberales puros, en 1821 los moderados habían sido amantes del imperio; en 1823, entusiastas republicanos; en 1830 y 1831 ciegos partidarios de un gobierno central; en 1835, consumados centralistas, enemigos acérrimos del federalismo; en 1842, opositores a las bases orgánicos; al año siguiente, sostenedores de ellas y en 1847 los más amigos del federalismo1. Su papel era visto para asegurar el presente, con un carácter acomodaticio a los vaivenes revolucionarios. La principal crítica que se les hacía es que apoyaron el derrocamiento vicepresidente liberal Valentín Gómez Farías, el principal tomador de decisiones en el gobierno de 1833 a 1836 de Antonio López de Santa Anna, quien prefería alinearse con los militares que lo sustentaban en el poder. En general, estaban a favor de resolver los problemas económicos para resolver lo político, adelgazar al ejército y el pacifismo, por eso, opina Fowler, apoyaron la independencia de Texas, para no hacer una nueva guerra. Además, buscaban que el Estado no influyera tanto en la vida de las personas y que los bienes de la Iglesia no fueran repartidos por el Estado, sino por la Iglesia en sí, a diferencia de lo que proponían los liberales radicales2. ¿Cómo se diferenciaban estos dos grupos de los conservadores? Como el nombre lo dice, trataban de retener las principales ideas de la Colonia, hispanismo y religión, pero buscando un gobierno independiente en México.
Estaban desencantados del primer experimento federal y por eso planteaban un regreso ideológico a los orígenes. Le achacaban a los liberales la desunión del país vivida durante la época federalista de Gómez Farías, en especial las iniciativas implementadas contra la Iglesia. Una vez que sacan al vicepresidente, en un movimiento que unió a Santa Anna con los grupos conservadores en virtud de compromisos económicos previos, también logran, mediante presiones a la figura presidencial, retomar el control corporativo del Congreso. Santa Anna, mientras tanto, estaba empeñado en obtener la gloria militar tratando de recuperar Texas, pero la desastrosa campaña en El Alamo, el 6 de marzo de 1836, y su intento por ocultarla, lo hacen perder cualquier capacidad negociadora con las fuerzas conservadoras y así deja la presidencia. Los 10 años de gobiernos federalistas y la intención de replicar a los Estados Unidos no habían traído más que pobreza y fragmentación. Había que regresar al centralismo y al gobierno conservador. Inician entonces una serie de acciones para regresar el poder a las corporaciones—cuidando no caer en el error del pasado de entregar demasiado poder al ejército y con eso formar una oligarquía castrense—a partir de un Congreso reintegrado en su mayoría por facciones que apoyaban el centralismo que pedían un cambio constitucional al respecto. Por esas fechas el gobierno está formado en su grupo más grande por militares y clérigos que buscan un sistema con privilegios similares a los de la Colonia, pero bajo un sistema representativo ; después están los federalistas derrotados, que impulsan un programa similar al de Valentín Gómez Farías (menos poder para el Ejército y fuertes reformas a la Iglesia y la Educación); le sigue el grupo de los moderados y al final los legisladores fieles a Santa Anna y sus metas de ascenso personal3. A partir de que éstos grupos conservadores toman poder del Congreso, tras las presiones que habían usado contra Santa Anna, quien lo había disuelto, comienzan una serie de contrarreformas para deshacer los planteamientos libero-radicales de Gómez Farías. Este periodo lo ocupan los presidentes Miguel Barragán, sustituto interino del generalísimo, y José Justo Corro, quien tomó el puesto a la muerte del primero. Se reforma la Constitución en 1836 y la Iglesia queda casi con las mismas facultades que tenía durante la república federalista, de hecho, ahora el gobierno tiene el derecho de confiscar la propiedad, incluyendo la eclesiástica, cuando hubiere necesidades para hacerlo. La razón detrás de este cambio era la pobreza de las arcas nacionales. El ejército salió mejor librado. Se suprimió la milicia cívica. Después de la derrota de Santa Anna en Texas se llegó a la conclusión de que se necesitaba más fuerza en el mismo y aumentó el gasto militar4.
Los centralistas aplicaron una serie de medidas fiscales para intentar mejorar las finanzas públicas, pero no tuvieron efecto positivo. La crítica principal que habían hecho a los federalistas ahora regresaba para atormentarlos. Devaluaron la moneda al hacerla de cobre, lo que afectó a miles de personas, aplican nuevos impuestos directos a la propiedad y al comercio, lo que vio un súbito aumento de agiotistas, los cuales incluso tenían al gobierno como uno de sus deudores. El gobierno vendió muchas de sus propiedades y puso a los terrenos de la Iglesia como aval en diversas otras transacciones. También se pidió un préstamos a las clases ricas, el 16 de junio de 1836, para consternación de los hombres de bien y los conservadores. Cada nivel de las capas más acomodadas de la sociedad debía pagar una cantidad distinta de dinero al gobierno, el cual buscaba liquidez inmediata. Aquí estaban incluidos muchos comerciantes, y grandes propietarios, hasta el mismo Lucas Alamán. Puesto que la principal exportación del país era la plata, que sumaba hasta 70 por ciento de las exportaciones totales, no se podía competir con los precios de las importaciones baratas que inundaban el mercado. Por eso implantaron distintas medidas proteccionistas en los sectores del tabaco, la industria textil, azucarero, peletero y el del aguardiente, además de prohibir las importaciones de arroz, café, harina, jabón, juguetes, barajas, madera y sal. En suma, los conservadores hicieron un llamado de clase a los hombres de bien de su época para sacar adelante al país, pero les afectó la derrota en Texas, el costo del Ejército, la crisis del Tesoro nacional, el aumento a la tributación y el préstamo forzoso para favorecer al gobierno. Todo esto estaba lejos de lo que se había pronosticado si sacaban a los liberales del gobierno5.
El periodo centralista corre entonces desde 1836 a 1844, tiempo en el cual hay enormes problemas de gobernabilidad ligados a la precaria administración federal. Para ganar mayor control sobre el dinero, los centralistas intentaron reunir mayores poderes en la Hacienda Pública. Aplicaron una reforma de Estado que aún se ve, de cierta forma, en el México moderno. En ese lapso de la historia aplicaron medidas muy claras: sustituir las contribuciones indirectas por las directas, reestructurar las funciones del aparato burocrático y usar mecanismo de recaudación basados en la riqueza personal de los contribuyentes. El estado central debía controlar la cuestión fiscal y eliminar al intermediario: estados, ayuntamientos, corporaciones eclesiásticas. Fueron parte de una reforma de Estado. Sus impuestos tuvieron cuatro rasgos, importados del modelos francés: monopolio de exacción fiscal, simplificación del cuadro tributario, garantía de seguridad a los contribuyentes, y por último: los impuestos sólo se justificaban por su aportación al financiamiento de los gastos públicos. Para esto, eliminaron la figura política de los Estados y los Congresos estatales y en su lugar crearon Departamentos y Juntas Departamentales. El objetivo era que nadie más pudiera fijar una postura fiscal. Lo curioso es que lo seguirían cobrando y manejando los funcionarios estatales. Las reglas las fijaría ahora el estado central. Los gobernadores debían dar razón exacta de cada impuesto. Esto también se hizo para controlar a la burocracia estatal. En abril de 1837 se decreta la separación de los órganos y tesorerías que dependían de los gobiernos locales. Un jefe de Hacienda verificaría el cobro de impuestos aunque se haría en los propios departamentos. Los jefes eran nombrados directamente por Hacienda6. Pero lo que sucedió en realidad fue que los administradores regionales alcanzaron mayor autonomía fiscal y militar que en la Federación o en la Colonia, pues ya no había un control legislativo o estatal que les pusiera coto a sus decisiones, lo cual generó mayor discrecionalidad. En marzo de 1838 se creó el Tribunal de revisión de Cuentas. Pero el tribunal fue suprimido y restablecida la Contaduría Mayor en 1846. El proyecto estuvo ligado a lo político y, al final, hubo magros resultados. Las razones: carencia de legitimación del gobierno, problemas técnicos y la falta de un sistema de administración especializado7.
El sistema centralista comienza a entrar en crisis y se renuevan las luchas ideológicas entre liberales y aquellos que buscan un orden más apegado a los valores que impulsaba la vieja monarquía de la Colonia. El tema revivió con la guerra contra Estados Unidos (1846-1848) y el regreso intermitente de Santa Anna al poder a lo largo de toda esa cuarta década del siglo XIX y su influencia hacia la mitad del mismo. La revolución de Ayutla (1854-1855) finalmente derroca a Su Alteza Serenísima y al poder conservador y de inmediato se comienzan a hacer preparativos para nueva Constitución, la cual sería netamente liberal, pues su discusión sería obra exclusiva de grupos liberales radicales y liberales moderados, la primera vez que eso sucedía en el país8. La nueva carta estuvo aparejada de la Ley Juárez (1855), la Ley Lerdo (1856) y la Ley Iglesias (1857), las cuales limitaban como nunca el poder de los eclesiásticos y del ejército. La nueva Constitución era una continuación de la del 24: se reconoce la abolición de privilegios, que la soberanía recae en la nación y que hay una Constitución escrita por arriba de los poderes públicos y la división de los mismos, y el orden público. Esto es el Estado liberal, o Estado de Derecho. El ser humano se piensa como individualista en la misma veta que las cartas fundamentales de Estados Unidos, la española de Cádiz, y el liberalismo moderado francés. Antes de la Constitución del 57 hay rastros claros del liberalismo en las leyes que rigieron al país: la de Cádiz de 1812, la Federal de 1824, las centralistas de las Siete Leyes y las Bases Orgánicas, y el Acta de Reformas de 1847.
La diferencia es que finalmente, en el 57, el liberalismo se instituye de forma oficial en el país. El problema principal era de representación: para los liberales, la legitimidad está expresada en el pueblo. Para los conservadores, en los legítimos representantes. Por el otro lado, estaba el tema de la soberanía. Al final gana el modelo federal, que evita centralizar el poder en un solo hombre o institución. Para evitar los regionalismos conservadores se elimina el Senado, se suprime la vicepresidencia y se forma un sistema de votación simplificado, pero indirecto: los ciudadanos eligen a los electores, que reunidos en las juntas electorales de distrito procedían a elegir a los diputados, presidente de la República y miembros de la SCJN. La Constitución es finalmente aprobada pero recibe descrédito inmediato porque la gente consideraba impopular sus medidas eclesiásticas y porque el Ejecutivo quedaba desarmado frente a un gobierno del Congreso9. A la larga, el liberalismo fue penetrando poco a poco en la sociedad mexicana, así como en sus elites, pero tal vez se adelantaron a su tiempo y quisieron introducir a México a la modernidad que ya afloraba en otros países. La Constitución de 1857, entonces, es la culminación de un periodo de grandes contradicciones entre un mundo que desaparece y otro que no termina de nacer10.
2 Ibid, p. 277.
3 Michael P. Costeloe, La república central en México, 1835-1846. “Hombres de bien” en la época de Santa Anna, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 94-95.
4 Ibid, pp. 101-107.
5 Ibid, pp. 110-127.
6 Martín Sánchez Rodríguez, “Política fiscal y organización de la hacienda pública durante la república centralista en México, 1836-1844” en Carlos Marichal y Daniela Marino, (comps.), De colonia a nación. Impuestos y política en México,México, Instituto Mora, 2001, pp. 189-207.
7 Ibid, pp. 208-213.
8 Reynaldo Sordo Cerdeño, “Continuidades y discontinuidades en la organización de los poderes públicos, 1812-1857” Margarita Moreno Bonnet y Martha López Castillo (coords.), La Constitución de 1857. Historia y Legado, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2008, pp. 197-208.
9 Francisco Zarco, Historia del Congreso Constituyente de 1857, México, Senado de la República, 2007, p. 603.
10 Sordo Cerdeño, Op. Cit, p. 198.
De las reformas
borbónicas a la Constitución de 1857
Una síntesis
Me parece que la mejor
síntesis del periodo analizado durante el curso lo ofrece Reynaldo
Sordo Cerdeño en una de las últimas lecturas que abordamos. En su
artículo “Continuidades y discontinuidades en la organización de
los poderes públicos, 1812-1857” el autor opina que el primer
liberalismo mexicano, de 1812 a 1857, fue moderado en su esencia y su
principal preocupación fue la de constituir a la nación.
Ahora
bien, para llegar a ese punto sabemos que el país tuvo que pasar un
fuerte proceso de cambio, incluyendo una violenta lucha armada y que
antes de esa lucha, la Nueva España ya había entrado a un proceso
modernizar a partir del impulso de reformas borbónicas, las cuales
afectaron el desarrollo económico, social y política de la colonia.
Esos cambios, desde mi punto de vista, dejaron una profunda huella en
las capas más preparadas de la sociedad novohispana y a partir de
ese momento comenzaron las inquietudes liberales para poner a México
en sintonía con los demás países que entraban a la modernidad,
entendida como el progreso a partir del avance de la ciencia y el
desarrollo económico-social. A lo largo del periodo se formó un
bloque conservador que anhelaba los acentos más carecterísticos del
dominio español, es decir, un régimen que impulsara la ley y el
orden aparejado a la devoción católica. Y aunque estos grupos
conservadores valoraban los planteamientos esenciales de la colonia,
coincidían en que México, por natural desarrollo, había conseguido
la suficiente madurez como para regirse con autonomía.
Es decir, aún
el grupo que hoy consideramos antagónico a los liberales—puros o
moderados—ya planteaba un cambio notorio en la forma de
organización política del recién creado país, aunque en lugar de
voltear hacia los modelos estadounidenses y franceses de poder
preferían hacerlo hacia la madre patria. Coincido con Sordo Cerdeño
cuando señala que cada una de las Constituciones que se aplicaron en
el México decimonónico tuvieron rasgos liberales, generalmente en
sentido ascendente, aún con los gobiernos conservadores y
centralistas de tercera y cuarta décadas del XIX. Estamos hablando
de una línea que se expresa, con algunas curvaturas en la
Constitución de Cádiz de 1812, la Federal de 1824, las centralistas
conocidas como las Siete Leyes y las Bases Orgánicas y el Acta de
Reformas de 1847.
En todas hay elementos comunes de un Estado
liberal, el cual sería sintetizado, en blanco y negro, en la Carta
de 1857. Y si bien cada bando acusaba al otro de llevar el país a la
ruina y la anarquía a través de distintas medidas económicas,
conflictos bélicos internos y externos, así como religiosos, lo
cierto es que se concluye ese periodo con la afirmación
constitucional que define a México como una república
representativa, democrática y federal, compuesta por estados libres
y soberanos en todo lo concerniente al régimen interior, pero unidos
en una federación. De Iturbide al 57 hay una gran diferencia
conceptual de lo que se entendía por “México”, estamos de
acuerdo, pero las corrientes subyacentes detrás de cada uno de estos
sistemas de gobierno autónomo implican que los habitantes de esta
nueva nación ya no pueden verse como lo hicieron durante 300 años
de Colonia, es decir, como súbditos de un poder absoluto que se
encontraba a muchas leguas de distancia.
El cambio es violento en
toda su concepción y, visto en retrospectiva, tal vez no debamos
sorprendernos de los extremos que lucharon por conseguir el poder
tras el derrumbamiento del viejo mundo en el cual habían vivido.
Vemos entonces como penetra el liberalismo, en donde van ideas que
afectan casi todos los ámbitos de la sociedad, pero principalmente
lo religioso-económico, y construye una nación llena de
contradicciones, pero nación al fin. Tal vez lo cambios que impulsó
este pensamiento no siempre coincidieron con lo que la sociedad vivía
en su cotidianidad: este estira y afloja marcó la primera mitad del
siglo XIX mexicano y las ideas que proponía, y esto es lo más
importante, llegaron a conocerse en donde antes no se creía posible.
Conceptos
fundamentales alrededor de la obra
Historia
y tropología. Ascenso y caída de la metáfora
de
Frank R. Ankersmit
El
historiador holandés Frank R. Ankersmit (Deventer, 1945) plantea en
su obra Historia y tropología. Ascenso y caída de la metáfora
(2004) una serie de debates sobre el papel de historiador actual en
vista del auge del posmodernismo en comparación con el modelo
tradicional historista. Para el autor, la posmodernidad obliga a
historizar la distancia epistemológica del historista. Es decir, el
pasado se convierte en un presente privado de cercanía, como una
parte de nuestra identidad que se volvió ajena y distante. Por lo
tanto, no es un pasado adjetivado en sí, sino la diferencia,
lo que es el objeto de la experiencia histórica. Desde el punto de
vista posmoderno se duplica nuestra conciencia de
nosotros mismos y de nuestro presente y por eso hay distancia entre
pasado y presente. No se reifica el pasado, en el sentido marxista,
como lo hace el historismo. El historismo, por el contrario,:
“objetivó el pasado y lo vio como un proceso lineal. El
historiador está colocado en una cima segura y transhistórica desde
donde contempla el río del tiempo”1.
Es decir, el otoño llegó a la historiografía occidental porque
redujo el compromiso con la ciencia. La relación con el pasado se
construye hoy a través de la metáfora.
Ankersmit
postula que vivimos en una época que produce demasiado conocimiento
historiográfico. El problema es que ya no tenemos textos ni pasado,
sólo interpretaciones, lo que nos mantiene en un estado de
“alcoholismo intelectual” en donde impera el exceso. Hacemos esto
porque queremos que la historia sea útil, pero este es un punto de
partido erróneo. La historia no puede ser útil porque, al igual que
las demás artes, pertenece a la cultura, lo que vuelve nula
cualquier intención de “utilidad” que se le quiera atribuir a
los textos actuales, en donde la información adquiere cualidad casi
físicas arrastradas desde el punto de vista científico moderno2.
Para los posmodernos, por el contrario, tanto la filosofía de la
ciencia como la ciencia misma son el punto de partida de sus
reflexiones. En ese contexto, la información se multiplica y se
evalúa según el legado intelectual que origine. Mientras más
poderosa es la interpretación, más textos genera para el
posmoderno. Esto es claramente visible en los textos de corte
histórico. En la posmodernidad la realidad es la información misma,
ya no la realidad detrás de esa información. Esto pone al
historiador contemporáneo es un complejo embrollo, puesto que las
interpretaciones históricas del pasado sólo se hacen reconocibles
cuando se les contrasta con otras interpretaciones; “son lo que son
sólo con base en lo que no son. Por lo tanto, toda idea histórica
tiene de forma intrínseca una naturaleza paradójica”3.
La
historia es realmente una disciplina posmoderna. De entrada, su
herramienta principal es el lenguaje, en el cual hay resistencia
entre la realidad. El lenguaje del historiador nos da la ilusión de
la realidad, dice el autor, sea ficticia o genuina. De acuerdo con
Gombrich, agrega el holandés, el lenguaje del arte no es una
representación mimética, sino un remplazo de la realidad. Entre
lenguaje y arte no hay oposición, sino que ellos mismos son
“seudorrealidad”, y por tanto, se sitúan dentro de la realidad.
La historia, como señalamos unos párrafos más arriba, estaría
entonces más cerca del arte4.
Esto es importante porque en la posmodernidad, el estilo, la manera,
implica una decisión con respecto de la materia, el contenido. En la
modernidad, lo importante era el contenido. Dicho esto, Ankersmit
ofrece el siguiente corolario: “El escrito histórico posee la
misma opacidad y dimensión de contenido que el arte. Es por eso que
sí importa el estilo para hablar de la materia...El arte y el
escrito histórico se contrastan con la ciencia”5.
La diferencia entre modernidad y posmodernidad con respecto a la
escritura histórica es clara: para los primera, la evidencia es
evidencia de que algo sucedió en el pasado; para la segunda, la
evidencia señala hacia otras interpretaciones del pasado. La
evidencia no envía de regreso al pasado, sino que genera la pregunta
respecto de lo que el historiador puede hacer con ella aquí y ahora.
En los periodos históricos, como en la vida de los hombres, lo más
importante muchas veces es lo que no está revelado. El historiador,
tal vez, por eso tiene algunos rasgos de psicoanalista: ambos tratan
de proyectar un patrón sobre rastros. Cuando el pasado “se deja
ir” es donde descubrimos lo que es realmente importante.
Ankersmit
delimita las diferencias entre las distintas perspectivas que han
tomado los historiadores sobre su práctica y las compara con la
visión que pudiéramos tener de un árbol. Para el historiador
esencialista, lo importante será el tronco. Los historistas están
en las ramas y ven hacia el tronco. El posmoderno simplemente ve las
hojas: su objetivo ya no es la integración, la unidad, la síntesis
o totalidad, como lo fue con los historistas (y en un momento con los
historiadores del pensamiento), sino los trozos
históricos. La historiografía occidental, aquella centrada en el
hombre blanco europeo, ha quedado desfasada. El tronco de la cultura
europea es sólo uno más dentro de un gran bosque cultural. Ya no
hay metanarraciones como en el pasado (la Razón, la lucha de
clases). Más aún, “el
historiador ya no tiene la tarea de reconstruir de forma científica
el pasado. Nos ha llegado al hora de pensar sobre el pasado, más que
investigarlo. El significado es más importante que la
reconstrucción”6.
En la actualidad, nuestra relación con el pasado es más metafórica
que literal. La dimensión metafórica en el escrito histórico es
más importante que las dimensiones literales o de hechos reales. El
historiador posmoderno, agrega, no rechaza el escrito histórico
sino que llama la atención al círculo vicioso de los modernos que
nos haría creer que nada existe fuera del tronco del árbol del
pasado. Sin embargo, fuera de él se encuentra un reino entero del
propósito y significados históricos7.
Esta
transición entre el modelo tradicional historista, el cual trajo el
mayor auge para la disciplina histórica, y en enfoque posmoderno
obliga algunas precisiones. Recordemos que, a diferencia del
historia, el posmoderno rechaza las metanarraciones y la
periodización, pues éstas legitiman el avance de la razón y la
ciencia. Pero el historismo es aún anterior a esas metanarraciones,
pues se desarrolló a finales del siglo XVIII y principios del XIX y
sigue siendo la fuente principal de la conciencia histórica
contemporánea. Ankersmit recuerda que una lectura minuciosa de
Ranke, máximo expositor del historismo, revela que el historiador
realmente estudia lo particular para revelar el curso del desarrollo
general. Esa es la razón por la que divide la historia en relatos
independientes y se convierte así en el precursor de los
microrrelatos de la posmodernidad. Vemos como la historia
dio paso a las
historias8.
El historismo es entonces el camino medio entre el historiador
esencialista y el posmoderno. Su aproximación a los documentos es lo
que difiere: el
historista interpreta la experiencia como una realidad histórica que
se da de forma independiente; el posmoderno tendrá sus dudas acerca
de la autonomía que el historista atribuye a la realidad pasada. La
diferencia es la experiencia y el lugar de la realidad histórica. En
este proceso se engarza la nostalgia, recuerdo investido de
sentimiento, la cual nos da una experiencia más auténtica e intensa
del pasado. Dicho esto, la diferencia entre ambos enfoques parece más
clara: el historista pretende revivir el pasado, sumergirse en él,
tener las mismas experiencias. El posmoderno sabe que eso es
imposible, respeta la distancia que existe entre él y la historia.
Pasado
y presente están unidos en sus diferencias. Es una paradoja de
unidad9.
El
pasado historista es claro y distinto, tiene bordes bien delimitados.
Al historista le interesa saber las características de ese pasado.
La experiencia nostálgica del pasado es para el historista una
premisa que debemos explotar para profundizar nuestro conocimiento
acerca de nuestra relación con el pasado. Busca unidad, o
comprehensión
configurativa
(Mink), para encontrar coherencia. El posmoderno dice que el pasado y
el presente no pueden separarse. La experiencia de un pasado es la
experiencia de una diferencia, y si bien en el historismo también
hay diferencias, éstas se dan dentro del pasado en sí. “El
presente, el historiador mismo, no es un ingrediente de esa
diferencia...el historista excluyó el reino de las experiencias de
sus consideraciones”, nota Ankersmit10.
En el fondo, resume, el posmodernismo es una radicalización del
historismo. Hay fragmentación de historias y complejidad al elaborar
contextos. Puesto que se elimina la metáfora, se elimina la visión
unificada del pasado, se hacen pequeñas historias. Debido a la
disolución de la metáfora, la realidad objetiva del pasado se
abandona por la hiperrealidad posmoderna, por una realidad histórica
que nace sólo gracias a la experiencia, pensamiento y escritos
históricos. En ese tenor, la historia de las mentalidades
problematizó lo que antes creíamos estático del pasado (amor,
amistad, sexualidad), pues encuentra diferencias en sus nuevos
objetos de estudio, en nuevas experiencias de nostalgia. No estudia
sólo los objetos, sino cómo los objetos encarnan una distancia con
y dentro
de nosotros. Así, se deshace la objetivación historista y
positivista. Es el eterno
retorno del
cual habló Nietzsche, una crítica al tiempo lineal historista. Lo
que importa es el momento eterno en donde se despliegan una serie de
líneas paralelas (historistas) en donde se puede conectar en un sólo
momento (de forma historista), o de forma independiente y de forma
individual, como más bien lo hacen los posmodernos. No hay más
tiempo finito, se rompe la secuencia lineal11.
1
Frank R. Ankersmith, Historia y tropología. Ascenso y caída de
la metáfora, México, FCE, 2004, p. 456.
2Ibid,
pp. 315-322.
3Ibid,
pp. 323-327.
4Ibid,
p.
329.
5Ibid,
p. 333.
6Ibid,
pp. 341-348.
7Ibid,
pp. 350-351.
8Ibid,
pp. 359.
9Ibid,
pp. 360-386.
10Ibid,
p. 420.
11Ibid,
431-456.
Joaquín
García Icazbalceta
Un
análisis historiográfico de su obra
Carta
acerca del origen de Nuestra Señora de Guadalupe
La
rigurosidad de las fuentes como línea temática para desarrollar un
trabajo. Ese es el credo que sigue el historiador mexicano Joaquín
García Icazbalceta a lo largo de su Carta “Antiaparicionista”
(1883), la cual manifiesta claramente que el mito de la Virgen de
Guadalupe ha sido una invención. En el texto, sin embargo, se filtra
el debate interno que el autor, un católico creyente, tiene con las
evidencias que le demuestran cómo se derrumba uno de los pilares del
catolicismo mexicano. Tal vez por eso el trabajo de Icazbalceta sea
doblemente valioso: su carta no sólo es un diálogo público con las
autoridades religiosas encomendadas a proteger la religión oficial
mexicana, sino un espejo en el cual el historiador se refleja a sí
mismo con una verdad que le es incómoda a todas luces, pero que no
debe ocultarse. Esta revisión metódica de la descripción que
ofrecen las fuentes primarias, antes que la interpretación de las
mismas, sería un pilar fundamental de la historiografía mexicana
moderna, la cual iniciaba su desarrollo y viviría momentos
importantes durante el Porfiriato, en donde el positivismo,
obsesionado con las evidencias, sería la ideología
dominante. Icazbalceta nace en la Ciudad de México en 1825. Su
familia, conformada por un padre español y una acomodada madre
mexicana, tuvo que emigrar a Cádiz apenas unos años después del
nacimiento del autor en vista de las ley de 1829 que decretaban la
expulsión de los peninsulares que habitaban el recién formado país.
La familia regresó en 1836, una vez que España habría reconocido
la independencia de México.
En estos primeros trazos de su vida
destaca el fervor católico de los padres y el amor que tienen por la
madre patria. Siendo la madre de familia de terratenientes y el padre
un comerciante, es muy probable que no vieran con buenos ojos las
revueltas sociales que llevaron a la vieja colonia a independizarse.
En vista de los cambios en el sistema educativo tendientes a la
liberalidad, los progenitores decidieron educar al joven Joaquín en
casa con tutores privados, los cuales le dieron una instrucción
clásica de latín, griego, francés, italiano y algo de alemán. De
forma paralela, se dedica a los negocios y, por gusto propio, a
coleccionar libros raros y antiguos. Ya de joven, el autor conoce a
Lucas Alamán, la figura conservadora más importante del siglo XIX y
pelea en 1847 en la guerra contra Estados Unidos, específicamente en
la batalla de Molino del Rey. Al terminar el conflicto regresa a sus
negocios y se hace más aguda su búsqueda de incunables, lo cual
combina con la práctica católica y una fuerte añoranza al suelo
español. Sus amigos son los libros. Se siente a gusto con ellos, no
los puestos públicos, y ahí encuentra su pietismo y su paz.
Prefiere la compañía de la escritura estoica en su gran biblioteca.
Se casa en 1854 pero enviuda en 1862. Para esta época ya es un
reconocido filólogo, escritor, historiador y bibliógrafo, además
de editor y, unos años más tarde, en 1875, miembro fundador de la
Academia Mexicana de la Lengua. Su primer trabajo importante es la
traducción al español de la Historia de la Conquista de Perú,
de William H. Prescott, la cual se publica en 1849. En la lista se
añade Antología en el templo (un compendio de oraciones
litúrgicas publicada en 1862 a la muerte de su esposa), Colección
de documentos para la historia de México (1850), y una notable
lista de documentos originales que fueron descubiertos por el autor y
publicados con el fin de escribir una historia sobre y para México,
como por ejemplo, una carta de Hernán Cortés dirigida a Carlos V en
1524 o una misiva de Humboldt enviada al virrey de Iturrigaray en
1803. En 1877 editó los Coloquios espirituales y sacramentales y
poesías sagradas del olvidado poeta y teólogo del siglo XVI
Fernán González de Eslava, y acompañó el texto con una obra de su
autoría llamada Representaciones religiosas en México en el
siglo XVI. En 1880 publica una reedición de El Arte de la
lengua maya, de Gabriel de San Buenaventura, edición original de
1684. Cuatro años después, lanza su Nueva colección de
documentos para la historia mexicana, en donde añade aún más
textos sobre el siglo XVI a su trabajo original lanzado un tiempo
atrás. También escribió, desde su propia imprenta, un centenar de
monografías sobre cronistas, misioneros y conquistadores, las cuales
unifica en su Diccionario universal de historia y geografía,
aunque muchas de ellas lograron colocarse en publicaciones periódicas
de su época como El Renacimiento, La Estafeta o el
Boletín de la sociedad geográfica y estadista. Su interés
biográfico por figuras del siglo XVI alcanza su punto más alto en
el libro Don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de
México (1881). Ahí defiende el trabajo del religioso para con
los indios, acusado por los liberales de ignorante y fanático. En
ese texto lo rescata de las acusaciones que le habían hecho Teresa
de Mier, Carlos María Bustamante y el mismo Prescott en cuanto a la
destrucción de los códices mexicas, la cual, dice Icazbalceta,
había sucedido antes de la llegada de Zumárraga. Ya en 1886 saca
Bibliografía mexicana del siglo XVI , tal vez el texto más
importante del autor. En dicho impreso reúne un catálogo razonado
de libros impresos en México entre 1539 y 1600. La magna obra ofrece
una vívida descripción de la Nueva España a la llegada de los
españoles, con todo el dinamismo y los conflictos que ese choque de
civilizaciones trajo consigo. Después inició un Vocabulario de
mexicanismo, pero su muerte en 1894 lo frenó en la letra G1.
Para
Icazbalceta, la historia es una creación literaria que tiene su
origen en la pasión que pone el hombre en la búsqueda de la verdad,
la cual cautiva al intelecto humano. La historia es ciencia cuando
indaga la realidad del pasado y una parte de la moral y la ética
cuando enjuicia los actos consumados. El ser humano es curioso por
naturaleza y cuando encuentra una ruina de civilizaciones pasadas, su
instinto es indagar sobre lo que ahí pasó. El ejemplo inmediato es
México y, en particular, el siglo XVI, fecha en que se dieron
cambios históricos que trajeron como resultado la mixtura del
europeo y el indígena. Al igual que otros autores conservadores,
Icazbalceta considera que la Conquista fue un beneficio para los
atrasados pueblos americanos. El mexicano, opina, no tiene “una
gota” de aquellos indios que experimentaron la conquista de los
españoles. En ese sentido, rechaza las motivaciones independistas
que sugieren regresar a las raíces y olvidar el pasado español. En
esa línea coincide con su amigo Alamán: lo español aventaja lo
autóctono y por ese camino debe avanzar el país2.
Dejamos
en claro, entonces, que Icazbalceta reúne las dos principales
características del conservadurismo mexicano: la fundamentación de
una sociedad basada en la fe católica y las raíces hispanas. Como
dijimos al iniciar este texto, esa es justamente la razón por la que
sorprende a más de uno su Carta acerca del origen de Nuestra
Señora de Guadalupe (1883). El documento tiene un origen sui
géneris. Tras publicarse su extensa biografía de Zumárraga,
los lectores de nuestro autor cuestionaron la ausencia completa del
tema referente a la Virgen de Guadalupe, que, de acuerdo con el canon
mexicano, se apareció cuatro veces al indígena Juan Diego en 1531.
Uno de los lectores del texto de Icazbalceta fue el entonces
Arzobispo de México D. Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. El
autor le responde las inquietudes del prelado acerca de las opiniones
que él, como historiador, tiene sobre la aparición mariana.
Icazbalceta le dice de forma sintética y sin miramientos: la
tradición guadalupana es una invención, muy a pesar suyo. La misiva
nunca se pensó como un documento público, pero fue copiada en
diversas ocasiones y circuló en la sociedad de época. El texto es
relevante porque el mismo autor señala en sus primeras líneas que
no es una interpretación eclesiástica, pues no se considera
“instruido” para dicha opinión3.
A lo
largo de 70 puntos, detalla el silencio que existe en una robusta
variedad de documentos del siglo XVI sobre la supuesta aparición de
la virgen. Destaca la ausencia de mención del propio Zumárraga, de
los propios documentos nahuas, la imposibilidad del brote de flores
en diciembre y la poca probabilidad de que “Guadalupe” fuera un
nombre náhuatl. Además, señala las inconsistencias de los estudios
de Miguel Cabrera y José Ignacio Bartolache, citados por los
apologistas desde su publicación en el siglo XVIII. Icazbalceta
quiere dejar los hechos a la vista, sin tocar su fe. Esto lo resuelve
con una redacción sobria, directa, que asemeja un análisis clínico
pero que tiene un articulado fortísimo que liga estudios, bulas,
apologías, cartas, concilios, manuscritos, mapas y pinturas. El
punto central es el siguiente: “antes de la publicación del libro
del P. Miguel Sánchez, no se encuentra mención alguna de la
Aparición de la Virgen de Guadalupe á Juan Diego"4.
El citado texto se refiere a la Imagen de la Virgen María Madre
de Dios de Guadalupe, publicado en 1649 por ese presbítero.
Antes de esa fecha, argumenta nuestro autor, no hay una sola
referencia al milagro católico. Si el hecho de 1531 fue tan
espectacular como la leyenda afirma, ¿por qué no existe
documentación primaria de esa época que lo refiera? La
argumentación sigue el tono que se ejemplifica a continuación, de
nuevo, haciendo referencia al religioso del cual ya había estudiado
ampliamente:
El
primer testigo de la Aparición debiera ser el Ilmo. Sr. Zumárraga,
á quien se atribuye papel tan principal en el suceso y en las
subsecuentes colocaciones y traslaciones de la imagen. Pero en los
muchos escritos suyos que conocemos no hay la más ligera alusión al
hecho ó á las ermitas: ni siquiera se encuentra una sola vez el
nombre de Guadalupe. Tenemos sus libros de doctrina, cartas,
pareceres, una exhortación pastoral, dos testamentos y una
información acerca de sus buenas obras. Ciertamente que no
conocemos todo cuanto salió de su pluma, ni es racional exigir
tanto; pero si absolutamente nada dijo en lo mucho que tenemos, es
suposición gratuita afirmar que en otro papel cualquiera, de los
que aun no se hallan, refirió el suceso5.
Si
Zumárraga hubiera conocido de tal hecho maravilloso, continúa,
seguramente lo hubiera difundido a los cuatro vientos. Tampoco se
mencionada nada en los documentos que registró Alonso de Montúfar,
sucesor de Zumárraga. No se menciona, como se le ha atribuido
falsamente, la erección de ermitas guadalupanas6.
Nada dicen tampoco Motolinía, Gante, Fuenleal, Bartolomé de las
Casas—los primeros religiosos en México—ni el primer virrey
Antonio de Mendoza. Una docena de las principales crónicas de esa
época, escritas tanto por españoles como indios, tampoco aluden a
la aparición7.
Pero además, Icazbalceta señala cómo se ha modificado un texto de
Fray Bernardino de Sahagún, quien sí habla de la virgen, para
falsear el hecho. Así, el testimonio original de Sahagún “es ya
algo más que negativo”8.
Torquemada y Bernal Díaz tampoco tocan el asunto de la aparición.
Los apologistas hacen una y otras vez el mismo error: confunden la
aparición de la virgen y la pintura de Juan Diego con la antigüedad
del rito, afirma Icazbalceta. Creen que uno el sigue al otro, cuando
en realidad existen sin relación9.
Lo mismo pasa con los mapas y pinturas. El texto del presbítero
Sánchez está fundamentado en ideas peregrinas, pues
Mas
he aquí que el Br. Sánchez publica un libro (el primero en que se
vió la historia de la Aparición á Juan Diego), y todo cambia como
por encanto. ¿Era que en aquel libro se relataba, apoyada con
documentos auténticos é irrefragables, una historia gloriosa, hasta
entonces desconocida? NO. La verdad siempre se abre camino, y el
autor principia por esta confesión: "Determinado, gustoso y
diligente busqué papeles y escritos tocantes á la santa imagen y su
milagro: No los hallé, aunque recorrí los archivos donde podían
guardarse: supe que por accidentes del tiempo y ocasiones se habían
perdido los que hubo. Apelé a la providencia de la curiosidad de
los antiguos en que hallé unos, bastantes a la verdad". Sigue
diciendo muy á la ligera, que confrontó esos papeles con las
crónicas de la conquista, que se informó de personas antiguas, y
por último que aun cuando todo eso le hubiera faltado, habría
escrito, porque tenía de su parte la tradición10.
El
libro de Sánchez fructificó porque cayó en una época de
misticismo que valoraba las imágenes y que necesitaba de milagros,
opina. El fervor guadalupano, en todo caso, revivió mucho después
de circunstancias más terrenales, como la peste 1737 que “y con
tal motivo se renovaron en Roma las instancias con grandísimo
empuje. El resultado fué la concesión del rezo el 25 de mayo de
1754”11.
Además, el nombre de la virgen no tiene raíces del náhuatl, sino
que se la dieron los españoles que la vieron porque tenía algún
parecido con la imagen del coro del santuario de Extremadura12.
Más bien los españoles aprovecharon la analogía entre sus
creencias y las de los indios para extender su religión13.
En fin, que “á nadie puede quedar duda de que la Aparición de la
Sma. Virgen el año de 1531 y su milagrosa pintura en la tilma de
Juan Diego es una invención, nacida mucho después”, sintetiza
Icazbalceta14.
Las
fracturas en el rito guadalupano no quebraron la religiosidad del
autor, quien afirma al final de su carta que la guadalupana es la más
antigua, devota y respetable virgen de México y que tal vez se pudo
haber equivocado en sus argumentaciones. Dichas líneas solamente
engrandecen el rol historiográfico de Icazbalceta, quien muy a pesar
de su constante auto-depreciación se ha convertido en una referencia
obligada para cualquier historiador que desee hablar del siglo XVI
mexicano.
1 Natalicio González, “Icazbalceta y su obra” en Historia Mexicana, México, vol., III, núm. 3, ene-mar 1954, pp. 367-383.
2 Ibid, pp. 383-388.
3 Joaquín García Icazbalceta, Carta “Antiaparicionista” de Joaquín García Icazbalceta (1883), texto íntegro en formato HTML simple disponible enhttp://www.scribd.com/doc/116070165/Carta%C2%B4Antiaparicionista%C2%B4-de-Joaquin-Garcia-Icazbalceta-1883, recurso publicado el 12 de agosto del 2012 y revisado el 13 de julio del 2013, punto 2.
4 Ibid, punto 8.
5 Ibid, punto 12.
6 Ibid, punto 13.
7 Ibid, punto 16.
8 Ibid, punto 19.
9 Ibid, puntos 21 al 26.
10 Ibid, punto 36.
11 Ibid, punto 57.
12 Ibid, punto 66.
13 Ibid, punto 68.
14 Ibid, punto 32.
REFERENCIAS
CITADAS
GARCÍA
ICAZBALCETA, J. Carta “Antiaparicionista” de Joaquín
García Icazbalceta (1883), texto íntegro en formato HTML simple
disponible en
http://www.scribd.com/doc/116070165/Carta%C2%B4Antiaparicionista%C2%B4-de-Joaquin-Garcia-Icazbalceta-1883,
recurso publicado el 12 de agosto del 2012 y revisado el 13 de julio
del 2013.
GONZÁLEZ,
N. “Icazbalceta y su obra” en Historia Mexicana,
México, vol., III, núm. 3, ene-mar 1954, pp. 367-390,
disponible en
http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/PL8VLPPVH2X6AQRP7I5XTCDP9XKYTG.pdf
Modernidad vs. Posmodernidad en la Historia
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José
María Roa Bárcena
Un
análisis historiográfico de su obra
Recuerdos
de la invasión norteamericana (1846-1848)
El
apoyo a los proyectos políticos desde el escritorio y el tintero. La
obra de José María Roa Bárcena, periodista y funcionario
conservador del decimonónico mexicano, nos revela, entre líneas, la
conclusión a la que llegó la capa intelectual de la última fase de
la lucha entre liberales y conservadores previa al porfiriato. Al ver
un país endeudado, dividido, que había sufrido una invasión
norteamericana y francesa en un corto lapso de tiempo, el autor
señala en sus Recuerdos de la invasión norteamericana
(1846-1848) por un joven de entonces, obra publicada en 1883, que
la falta de acuerdos entre mexicanos es lo que había llevado a
México a la postración. Si la nación habría de sobrevivir en el
nuevo mapa político mundial, en donde Norteamérica y Europa tocaban
la melodía a seguir, era indispensable mantenerse unidos. De otra
forma, argumenta Roa en sentido didáctico, en México se podría
repetir el pasmoso cuadro que él vio con sus propios ojos cuando
apenas tenía 20 años.
Roa
Bárcena nace en Jalapa, Veracruz, en 1827, en una familia de
comerciantes acomodados. Sus padres lo educan bajo un estricto
régimen religioso y el joven dedica sus primeros años de trabajo a
las labores mercantiles. En el fondo, sin embargo, él tiene
inquietudes literarias. Hacer versos y prosa junto con su amigo Juan
Díaz Covarrubias en un periódico de Jalapa que ellos mismos se
encargan de repartir. Apenas a los 20 años es testigo de la invasión
estadounidense en Jalapa. Esto marcaría su vida. Unos años después,
en 1853, viene a la Ciudad de México y conoce a José Joaquín
Pesado, con quien entabla una estrecha amistad. Esto le permitió
relacionarse con el círculo literario y periodístico de la capital.
Así se le abrieron las puertas para hacer
poemas de amor y religión en la prensa capitalina, además de
traducciones en inglés y francés.
Desde
1855 hasta 1867 hace periodismo. Vive de eso casi exclusivamente.
Está ligado a la cultura y a su definición política conservadora.
En 1865, ya con Maximiliano gobernando el país, forma parte de la
Academia Imperial de Ciencias y Literatura. En 1866 recibió la orden
de Guadalupe. Además, apoyó públicamente la posibilidad de traer
un emperador a México. En sus artículos
periodísticos apoya la invasión francesa porque dice que así se le
pondrá fin a las revueltas en México. La monarquía es la única
solución contra las dos ideas enfrentadas en la nación. Al mismo
tiempo, defiende a Iturbide, de quien dice fue inteligente cuando
tomó el gobierno nacional, el 1822, porque unió posiciones en
contra y conservó la fe y el culto de los antepasados coloniales y
no le hizo caso a las innovaciones peligrosas que venía allende el
Atlántico. Aunque después se desligó
de Maximiliano por las reformas liberales que impulsó, su
vinculación con las ideas y propuestas conservadores no pasaron
desapercibidas para el gobierno de Benito Juárez que regresó al
poder en 1867. A causa de sus ideas políticas y el apoyo que dio al
imperio es encarcelado en el Convento de la Enseñanza. Sin embargo,
la política conciliadora de los republicanos le permite salir de
prisión y reactivar su vida pública. El primer paso que da con ese
fin, en 1869, es hacia el periódico El
Renacimiento, encabezado por el
intelectual Ignacio Manuel Altamirano, quien unió a un grupo de
renombrados poetas y escritores para formar una verdadera literatura
nacional que replica, tal vez de manera asincrónica, los intentos
por unir al país más allá de las diferencias entre liberales y
conservadores. En 1875 fue socio fundador y tesorero de la Academia
de la Lengua y ocupa la silla 10 hasta su muerte. Ya en el gobierno
de Porfirio Díaz es designado consejero del recién inaugurado Banco
Nacional de México y se hace miembro de la Junta Directiva de la
Lotería Nacional. La integración al gobierno porfirista, que unió
a liberales y conservadores, es el marco bajo el cual nuestro autor,
muerto en 1908, publica la obra que aborda este ensayo1.
Desde
las primeras líneas del texto Roa Bárcena encuentra las razones de
la invasión de Estados Unidos, las cuales se circunscriben a su
política del Destino Manifiesto. Pero, ¿por qué los Estados Unidos
buscan expandir sus fronteras a lo largo de su historia, ya sea forma
física, comercial y cultural? El historiador estadounidense
Frederick Jackson Turner postula que para el imaginario colectivo de
esa nación, la frontera es el “punto de contacto entre la barbarie
y la civilización”2.
Es decir, desde que el europeo llega a territorio americano y se topa
por primera vez con los indios surge lo que conocemos hasta hoy en
día—pero que seguramente era más marcado en la época de Roa
Bárcena—como lo “americano”. El movimiento constante hacia el
Oeste se vuelve algo netamente americano, ya no europeo. Es un
concepto del cual se han apropiado los gobiernos y habitantes de ese
país desde su misma fundación. Poco a poco, la frontera de los
Estados Unidos avanza hacia las planicies del centro del país,
cuando, guerra tras guerra, los norteamericanos vencen a los pueblos
nativos, principalmente entre los siglos XVII y XVIII, aunque todavía
quedaban algunos resabios en el decimonónico. Pero además, señala
Jackson, el europeo aprende de su experiencia móvil en cada estado
fronterizo que gana tierra adentro, siendo las montañas Apalaches la
primera barrera natural que divide a las colonias del Atlántico del
rico terreno que antes habitaban los indios y que, hacia el sur, ya
habían conquistado los españoles. Los estadounidenses no tienen
historia, añade Jackson, pero la hacen de su propia evolución
social. Salvo los pescadores del Este, los americanos avanzan hacia
el Pacífico y con ellos su propia mitología y justificación del
progreso. Cuando se termina el terreno físico hacia dónde avanzar
viene el comercio. La compra-venta de productos en el camino estaba
bien implantada en esta dinámica de avance. Los comerciantes unían
los caminos hacia el Oeste con el Atlántico, lo que propició el
individualismo. La frontera es el nuevo campo de oportunidad. Es lo
que fue el Mediterráneo para los griegos, “dando lugar a nuevas
instituciones y actividades” y el lugar donde se rompe el vínculo
de la costumbre y triunfa el desenfreno3.
La primera etapa de Estados Unidos se cierra cuando se acaba la
frontera física hacia dónde avanzar, sintetiza Jackson. México
vive esa parte final del primer expansionismo fronterizo de los
Estados Unidos. Aunque en la época de Porfirio Díaz el país del
norte continuaría con una ofensiva comercial para avasallar a
México, los años mozos de Roa Bárcena absorben la fase primera del
empuje estadounidense.
Para
nuestro autor, entonces, el país del norte sigue un programa
expansionista y usurpador4.
Los objetivos de su obra son más ambiciosos que el simple registro
de los hechos de la guerra con Estados Unidos. En sus páginas
advierte que ese país sigue siendo un peligro para los intereses de
los mexicanos, intenta comprender el papel de México en el conflicto
y, de forma didáctica, señala que los mexicanos deben estar unidos
para evitar que se viva una situación similar. Las detalladas
descripciones de los problemas que tuvieron los mandos mexicanos
durante las batallas son reflejo de esta desunión y una de las
causas de la derrota. Otra causa es el desbordado orgullo que sentían
los mexicanos al haberse separado de España. Una lógica obtusa del
momento, señala Roa, es que si México se había independizado de
España y los franceses habían invadido a los primeros, seguramente
significaba que México era un país poderoso. Este orgullo “ciego”
fue una de las razones trágicas que dio inició a la guerra, además
del hambre de territorio nuevo por parte de Estados Unidos5.
Es una guerra en donde el más fuerte toma algo del más débil,
iniciada por una excusa: la supuesta invasión a Texas por parte de
México, estado que había conseguido separarse del territorio
nacional en 1836 y que Estados Unidos se había anexado en 1845. Roa
argumenta que de pronto los invasores se habían convertido en los
invadidos, en vista de la reacción que tuvo el gobierno
norteamericano ante las acciones mexicanas y sintetiza:
Texas
fue la causa para México, pero sólo el pretexto de Estados Unidos.
México debió hacer e hizo todos los esfuerzos posibles para
someter a su autoridad al Estado o Departamento rebelde; y más
tarde se vio en la indeclinable necesidad de protestar contra su
anexión a los Estados Unidos y hasta defender sus propias
fronteras—las que le quedaban después de perdido Tejas—que la
invasión norteamericana venía ocupando con posterioridad a la
absorción de aquella parte de nuestro territorio6.
Además,
el gobierno de ese país le había dado armas y dinero a los tejanos
para separarse de México. La respuesta del gobierno de Santa Anna
era inevitable y hasta cierto punto esperada por el presidente James
K. Polk, lo cual serviría de sólida argumentación para que el
Congreso estadounidense le diera permiso para iniciar una ofensiva
militar contra México.
La
lectura de Recuerdos…
es ágil y muy placentera. Recordemos que el autor había publicado
diversos textos sobre el tema durante su etapa como periodista, lo
que hace que el libro contenga capítulos escuetos, temáticos, a
manera de compendio periodístico, que comienzan con las razones
verdaderas de la guerra y termina con el armisticio entre los dos
países, así como los detalles de la firma del Tratado
Guadalupe-Hidalgo de 1848, el cual laceró el territorio y el
espíritu nacionales. Estado Unidos, en pocas palabras, no dudó en
aplastar a un enemigo más débil y es muy probable que lo siga
haciendo. Pero el libro no se limita a despotricar contra el país
vecino. A lo largo de sus 800 páginas y 35 capítulos hay un
esfuerzo del autor por entender las motivaciones y acciones de ambos
bandos. Su lenguaje es rico, sumamente descriptivo, y saca ventaja de
las experiencias que vivió de primera mano cuando llegaron las
tropas del enemigo a Veracruz. Además de sus ojos y su perspicaz
observación, Roa toma diversas fuentes para lograr una
fundamentación casi inapelable, entre ellas partes militares
de cada uno de los jefes de las distintas batallas, documentos
oficiales, periódicos, informes, instrucciones y memorias. Su visión
es de los vencedores y los vencidos. Se apoya en los textos de
Balbotín, Spencer y Ripley. La riqueza de observación de la obra
queda bien ejemplificada cuando el autor describe las prácticas y
actitudes de los soldados estadounidenses en su lugar de nacimiento.
Las pasiones no ofuscan los ojos de Roa, más bien pinta un buen
cuadro de los invasores:
Aparte
de este vicio [la embriaguez], nada irregular había en la conducta
de los invasores. Absteníanse de molestar a los vecinos, guardaban
compostura en los templos, socorrían a los mendigos y simpatizaban
con los vendedores de frutas y baratijas…lo que llamaba más la
atención en tal gente era el respeto a las mujeres, tradicional en
los pueblos de su raza: con excepción de algún caso de rapto,
inmediata y severamente castigado, casi nada dieron que decir allí
en esta línea los invasores, y se puede asentar que la prostitución
no estaba en auge entre ellos7.
Unas
líneas más abajo, Roa escribe que muy pocos soldados de EEUU eran
católicos, salvo los irlandeses, y que muchos protestantes traían
la Biblia. Este nivel de observación es una característica
obligatoria para el periodista, pero muy pocas veces se combina con
el mismo talante en un historiador. Una larga lista de 23 anexos al
texto enriquecen esta minuciosidad en los detalles. La salvación
para los mexicanos es la unión católica, con la cual renacerían
“la virilidad y el patriotismo” que se opone a la sensualidad
atea de los invasores en una lucha de David contra Goliat8.
Porque si bien las cosas han cambiado en el porfiriato, en donde son
patentes la paz pública, el desahogo rentístico, la organización
militar, la seguridad individual y el aumento de los medios de
trabajo y del bienestar material9,
los intereses de la Doctrina Monroe siempre estarán a la vuelta de
la esquina. Ese razonamiento comienza a ser usado para limitar el
comercio de México con Europa y apuntalar una América para los
Estados Unidos. En ese punto, Roa se pregunta:
Si
las rivalidades y los intereses creados por la guerra separatista han
hasta aquí impedido que el coloso siga extendiéndose hacia el Sur
a costa nuestra, ¿quién—a no contar con la intervención
favorable de la Providencia—podrá pensar con ánimo sereno en el
porvenir de México?10
El
patriotismo de los mexicanos, argumenta, no es suficiente para
enfrentar los intereses estadounidenses. Los mexicanos son culpables
de inexperiencia, engreimiento, ambición y abuso de la fuerza,
características que también adolece la sociedad de mediados del
decimonónico. Y aunque México no enfrenta una nueva guerra, sí
está en riesgo de perder su nacionalidad y “hasta las razas que la
pueblan” si no hace frente al vecino11.
El
texto de Roa es una fuente indispensable para entender la guerra con
Estados Unidos y es una veta esencial por la forma como presenta los
acontecimientos y los detalles. Es una última llamada contra el
expansionismo de ese país, el cual tomaría distintas máscaras en
los años siguientes. No es gratuito que la obra de Roa siga siendo
sumamente importante al día de hoy y haya sido reconocida por
diversos historiadores modernos, entre ellos Josefina Vázquez de
Knauth, Francisco Castillo Nájera, y Gastón García Cantú como
una obra esencial de la historiografía mexicana12.
REFERENCIAS
CITADAS
ARTETA,
B. “José María Roa Bárcena” en Ortega y Camelo (coords.),
Historiografía mexicana. En busca de un discurso integrador de la
nación, 1848-1884, México, UNAM, 1996, pp. 241-256.
JACKSON
TURNER, F. “El significado de la frontera en la historia
americana” en Secuencia, Núm. 07, enero-abril, 1987,
Instituto Mora, pp. 187-207.
ROA
BÁRCENA, J.M. Recuerdos de la invasión norteamericana
(1846-1848) Por un joven de entonces, Tomos I y II, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991 (1883).
1
Begoña Arteta, “José María Roa Bárcena” en Ortega y Camelo
(coords.), Historiografía mexicana. En busca
de un discurso integrador de la nación,
1848-1884, México,
UNAM, 1996, pp. 241-244.
2
Frederick Jackson Turner,
“El significado de la frontera en la
historia americana” en Secuencia,
Núm. 07, enero-abril, 1987, Instituto Mora, pp. 192-193.
3
Ibid, p. 212.
4
José María Roa Bárcena, Recuerdos de la invasión
norteamericana (1846-1848) Por un joven de entonces, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991 (1883), p. 29.
5
Ibid, p. 37.
6
Ibid, p. 29.
7
Ibid, p. 318.
8
Ibid, p. 788.
9
Ibid, p. 787.
10
Ibid, pp. 314-315.
11
Arteta, Op.Cit, p.
255.
12
Hipólito Rodríguez en el prólogo de la edición citada en este
texto de Recuerdos de la invasión
norteamericana (1846-1848).
De
Certeau y White
Reflexiones
alrededor de la escritura de la historia
La
creación de un producto que calificamos como histórico guarda
diversas características que lo hacen diferente de una narración de
otra área del conocimiento humano. Estas características no se
encuentran a simple vista. Están embebidas en la estructura
intangible de los textos históricos, de acuerdo con los pensadores
Michel de Certeau y Hayden White. Ambos autores agregan una densa
capa de reflexión al acercamiento y producción que debemos tener
los historiadores en la interpretación y creación de nuestro
trabajo. El entendimiento de estos factores es crucial para
determinar cómo se contó el pasado; pero más que eso, cómo
entendemos nuestro presente.
Para
White (Tennessee, 1928), hay un rompimiento claro entre la función
que desempeñaba una obra histórica en el siglo XIX y la actual. En
su Metahistoria,
señala que en el decimonónico la “historia” era un modo
específico de existencia, la “conciencia histórica” un modo
específico de pensamiento y el “conocimiento histórico” un
dominio autónomo en el espectro de las ciencias físicas y humanas.
Todo esto cambia en el siglo XX, cuando los historiadores y los
críticos del método histórico del siglo XIX señalan que hay
serias dudas respecto a una conciencia específicamente histórica,
se insiste en el carácter ficticio de las reconstrucciones y se
discute un lugar en las ciencias para la historia1.
La conciencia histórica, en la modernidad, tal vez no es más que
una base teórica para la posición ideológica desde la cual la
civilización occidental contempla su relación no sólo con las
culturas y civilizaciones que le precedieron, sino con las que son
sus contemporáneas en el tiempo y contiguas en el espacio. Así, la
conciencia histórica se puede ver como un prejuicio específicamente
occidental por medio del cual se puede fundamentar en forma
retroactiva la presunta superioridad de la sociedad industrial
moderna, sintetiza White. En las grandes obras de la historia se
encuentran estas características a partir de la elaboración de una
estructura verbal en forma de discurso de prosa narrativa que dice
ser un modelo de estructuras y procesos pasados con el fin de
explicar lo que fueron representándolos2.
Pero además, cada autor tiene una concepción histórica diferente.
Su posición como posibles modelos de representación o
conceptualización histórica no depende de la naturaleza de los
"datos" que usaron para sostener sus generalizaciones ni de
las teorías que invocaron para explicarlas; depende más bien de la
consistencia, la coherencia y la fuerza esclarecedora de sus
respectivas visiones del campo histórico, postula White. De forma
más relevante, sin embargo, su categorización como modelos de la
narración y conceptualización históricas depende de la naturaleza
preconceptual y específicamente poética de sus puntos de vista
sobre la historia y sus procesos. Los grandes autores tienen
estructuras formales distintas, a veces, antagónicas lo que produce
marcos conceptuales para explicar un mismo conjunto de datos, añade3.
Con White, las obras pueden ser diacrónicas (procesionales), en
donde se destaca el hecho del cambio y la transformación del proceso
histórico o sincrónica (estática), es decir, destacando el hecho
de la continuidad histórica. Diferencias: algunas expresan líneas
poéticas, el espíritu de la época, otros penetran más allá de
los acontecimientos a fin de revelar las "leyes" o
"principios" de los cuales el espíritu de una época
particular es sólo una manifestación o forma fenomenal. Otros ven
la historia como una contribución al esclarecimiento de problemas y
conflictos sociales de su momento, mientras que otros hacen
comparativos para ver cómo difieren en su momento del pasado, lo que
se conoce como una mentalidad "de anticuario". Hay dos
niveles de conceptualización para que el historiador haga su
historia: la más conocida es la crónica, en donde selecciona y
ordena datos en bruto del registro histórico con el fin de que ese
registro sea más comprensible para un público.
Los hechos se
ordenan de forma temporal en que ocurrieron y después se hacen
relato al ordenar los elementos de un espectáculo o proceso de
acontecimientos que se supone tiene comienzo, medio y fin
discernibles. Hay motivos inaugurales, finales y de transición. Las
crónicas son abiertas en ambos extremos porque pueden seguir
indefinidamente y comienzan en donde diga el historiador. El otro
nivel es el del relato, el cual tiene una forma discernible que
distingue los hechos contenidos en ellos de los demás
acontecimientos que pueden aparecer en una crónica de los años
cubiertos por su desarrollo. Se dice que la finalidad del historiador
es explicar el pasado hallando o revelando los relatos que yacen
ocultos en las crónicas y que la diferencia entre historia o ficción
reside en el hecho de que el historiador halla sus relatos, mientras
que el escritor de ficción inventa los suyos4.
El historiador también inventa, afirma White. El mismo hecho puede
servir como un elemento de distintos tipo en muchos relatos
históricos diferentes, dependiendo del papel que se asigne en una
caracterización de motivos específica del conjunto al que
pertenece. Ahora bien, la ordenación de hechos selectos de la
crónica en un relato plantea el tipo de preguntas que el historiador
debe anticipar y responder en el curso de la construcción de su
narrativa. Preguntas del tipo ¿qué pasó después?, ¿cómo sucedió
eso?, ¿por qué las sucedieron así y no de otro modo?, ¿cómo
terminó todo?. Esas preguntas determinan las tácticas narrativas
para el relato del historiador. Estas preguntas son distintas al tipo
¿qué significa todo eso?, ¿cuál es el sentido de todo eso?
Esas
preguntas tienen que ver con la estructura de conjunto completo de
hechos considerados como un relato completo y piden un juicio
sinóptico de la relación entre determinado relato y otros relatos
que podrían ser hallados en la crónica. Estas preguntas se
responden a partir de tramas.
Existen al menos cuatro modos de tramar: este elemento es lo que le
da significado a un relato mediante la identificación del tipo de
relato que se ha narrado. Los cuatro tipos de trama, dice White a
partir de la división realizada por Northrop Frye en su Anatomy
of Criticism: romance
(drama de autoidentificación simbolizado por la trascendencia del
héroe del mundo de la experiencia, su victoria sobre éste y la
liberación de este mundo, como por ejemplo en la leyenda del Santo
Grial. Virtud sobre vicio, bien sobre mal); tragedia
(sugiere la liberación parcial de la condición de caída y un
escape provisional del estado divido que los hombres encuentra en el
mundo); comedia
(igual que arriba, pero se reconcilian hombres con hombres, con su
mundo y su sociedad, los conflictos son armonizables) y sátira
(excluyente con el romance. La verdad es tomada de forma irónica, el
mundo ha envejecido el mundo gris se pinta de gris)5.
Continúa White: admitimos que una cosa es representar "lo que
sucedió" y "por qué sucedió así", y otra muy
distinta proporcionar un modelo verbal, en forma de narración, por
el cual explicar el proceso de desarrollo que lleva de una situación
a alguna otra apelando a leyes generales de causalidad. Entre los
historiadores nunca ha habido un acuerdo científico para hacer
historiografía. Esto significa que las explicaciones históricas
tienen que basarse en distintos presupuestos metahistóricos sobre la
naturaleza del campo histórico, presupuestos que generan distintas
concepciones del tipo de explicaciones que pueden utilizarse en el
análisis historiográfico. Lo que está en juego en la
interpretación son diferentes nociones de la naturaleza de la
realidad histórica y de la forma apropiada que un relato histórico,
considerado como argumentación formal, debe adoptar. Así, entonces
hay cuatro formas que puede adoptar la formación histórica,
considerada como argumento discursivo, de acuerdo con Stephen C.
Pepper en su World
Hypotheses: formista:
esta teoría de la verdad apunta a la identificación de las
características exclusivas de objetos que habitan el campo
histórico. Se le asignan clase y atributos a los objetos, géneros y
específicos y etiquetas, individuales, colectivos, concretos,
abstractos. De esta forma diferencia su mundo. Esto lo hace Herder,
Carlyle, Michelet, Niebuhr, Mommsen, Trevelyan. Es formación es
dispersiva, antes que integrativa. La segunda forma es la
organicista,
en donde las explicaciones son integristas y por lo tanto un poco más
reductivas. El historiador intenta ver en las particularidades los
procesos que se resumen en totalidades que son mayores que, o
cualitativamente diferentes, de la suma de las partes. Lo hacen
Ranke, von Sybel, Mommsen, Treitschke, Stubbs, Maitland. Cristalizan
hechos aparentemente dispersos. Evitan leyes del procesos histórico
en el sentido de causales universales e invariantes. Más bien hablan
de principios o ideas que informan los procesos individuales
discernidos en el campo y todos los procesos tomados en conjunto. Salvo los religiosos, no creen en la causalidad.
En tercer lugar está
la forma mecanicista,
donde las posiciones de las historiadores son reductivistas antes que
sintéticas, aunque también integran. Ven los actos de los agentes
que habitan el campo histórico como manifestaciones de agencias
extrahistóricas que tienen su origen en el escenario donde se
desarrolla la acción descrita por la narración. Buscan leyes
causales que determinan los desenlaces de procesos descubiertos en el
campo histórico. Tal es el caso de Buckle, Taine, Marx, incluso
Tocqueville. Como el organicista, esta forma tiende a la abstracción.
Buscan leyes igual que un científico busca las leyes que dominan la
naturaleza. La última forma es la contextualista.
Aquí, los acontecimientos pueden ser explicados en el contexto de su
ocurrencia. Por qué ocurrió como ocurrieron se explicará por la
revelación de las relaciones específicas que tenían con otros
sucesos que ocurrían en su espacio histórico circundante. Estos
historiadores identifican los hilos que unen al individuo o la
institución con su especioso presente sociocultural. . Esto se llama
“coaligar”. Lo hacen W.H. Walsh, Isaiah Berlin, Burckhardt. No
creen en reglas universales, más bien creen en relaciones efectivas
que se presume que han existido en momentos y lugares específicos,
cuyas causas primera, material y final no pueden ser conocidas nunca.
En pocas palabras, recogen un objeto y lo ligan con su contexto a
través de hilos6.
La ortodoxia histórica tiende a aceptar más a los modelos formistas
y contextualistas. Los historiadores organicistas o mecanicistas
dicen que los anteriores escogen esos modelos por conservadores y
para no alterar el orden de las cosas. El siguiente nivel de
metahistoria en los textos que realiza el historiador es la
implicación ideológica. Esto se hace, recordemos, porque el estudio
del pasado se hace a partir de la comprensión de los hechos del
presente. El historiador no puede escapar de esa condición. Las
cuatro posiciones que se filtran en el discurso textual del
historiador, dice White, son: anarquismo
(cambio en cualquier momento); conservadurismo
(el menor cambio posible); radicalismo
(cambios ahora) y liberalismo
(en el futuro remoto la estructura habrá sido mejorada)7.
Los historiadores incluyen estas consideraciones ideológicas en la
explicación de su campo histórico y su construcción de un modelo
verbal de sus procesos de narración. Una vez que han quedado claros
los tres niveles en que trabajan los historiadores para conseguir su
efecto explicativo en sus narraciones—narración, trama,
ideología--el autor considera el problema de estilos
historiográficos. El estilo representa una combinación particular
de modos a tramar, de argumentación y de implicación ideológica.
Pero éstos no se pueden combinar de forma indiscriminada en una obra
histórica, aunque hay afinidades naturales. Antes de aplicar a los
datos el aparato conceptual que usará para configurarlo, sin
embargo, el historiador tiene que prefigurar el campo, es decir,
constituirlo como objeto de percepción mental. Este acto poético es
indistinguible del acto lingüístico en que se prepara el campo para
la interpretación como dominio de un tipo particular, es decir, para
que un dominio determinado pueda ser interpretado, primero tiene que
ser construido como terreno habitado por figuras discernibles.
“Se
enfrenta el campo histórico como un gramático a una nueva lengua.
Su primer problema es distinguir entre los elementos y sólo después
puede empezar a hacer una interpretación de lo que significa
cualquier configuración de elementos o transformación de sus
relaciones”, agrega el estadounidense8.
Este acto de preconfigurar todos los sucesos que tiene en documentos
es un acto poético
en la medida en que es precognoscitivo y precrítico en la economía
del propio historiador. También lo es porque se hace antes de que
empiece la escritura de lo que realmente pasó. Es decir, crea el
objeto de su análisis y predetermina la modalidad de las estrategias
conceptuales que usará para explicarlo. Las estrategias
explicatorias no son infinitas. Hay cuatro tropos
(estilos) que corresponde a los cuatro tropos principales del
lenguaje poético. El primero es la metáfora
(analogía o símil o transferencia de las cosas. Representativa);
metonimia
(cambio de nombre, el nombre de una parte de una cosa puede sustituir
al nombre del todo, como en la frase "cincuenta velas"
cuando en realidad lo que se quiere decir es "cincuenta barcos".
Reduccionista); sinécdoque
(una parte se puede usar para simbolizar una cualidad inherente a la
totalidad, como en la expresión "es todo corazón".
Integrativista) y finalmente, la ironía
(se niega en el nivel figurativo, pero se afirma en lo literal.
Negativa)9.
Ahora bien, la teoría de los tropos caracteriza los modos dominantes
del pensamiento histórico que tomaron forma en Europa en el siglo
XIX. Cada una de estos tropos avanza y evoluciona a lo largo de ese
siglo hasta la aprehensión irónica del “irreductible relativismo”
de todo conocimiento (ironía). Su primera fase: 1800-1830 (se
repudia la ironía). Le sigue la fase 1830-1870 (época de los
grandes historiadores), y finalmente la de 1870-1900 (Nietzsche,
metáfora irónica, se dan cuenta de sus verdaderas limitaciones;
Croce, la crisis refleja el triunfo de una actitud mental irónica).
En
La Escritura de la
historia, Michel de
Certeau (Chambéry, 1925-1986) postula que el gesto que traslada
ideas a lugares es el gesto del historiador. La operación histórica
se refiere a la combinación de un lugar social, de prácticas
científicas y de una escritura. hay leyes silenciosas que organizan
al espacio producido por un texto. Y de forma más tajante, afirma
que toda investigación histórica se enlaza con un lugar de
producción socioeconómica, política y cultural. Está enraizada en
una particularidad. El lugar dejado en blanco u oculto por el
análisis que exageraba la relación de un sujeto individual con su
objeto, es nada menos que una institución del saber. La obra
histórica sólo tiene valor cuando es reconocida por los pares. Esto
es importante porque así se señala el origen de las ciencias
modernas en donde hay un lenguaje científico, un boletín, y en
donde cada grupo es su propia ley. Da una base social a una
doctrina10.
Pero la práctica de la investigación depende siempre de la
estructura de la sociedad. La sociedad vuelve posible unas
investigaciones y prohíbe otras. Esta es la doble función del
lugar. Las imposibles están excluidas del discurso. Hacer historia
es una práctica. Cada sociedad se piensa históricamente con los
instrumentos que le son propios. Instrumentos no son sólo medios: la
historia está mediatizada por la técnica. Frente a lo dado y lo
creado, entre la naturaleza y la cultura, se desarrolla la
investigación. La historia emprende una manipulación, transforma
las materias en productos standard.
Lo transporta de una parte de la
cultura (documentos) a otra (historia). Convierte en cultura los
elementos que extrae de campos naturales. Los orígenes de nuestros
archivos modernos implican ya, en efecto, la combinación de un grupo
(eruditos), de lugares (bibliotecas) y prácticas (copiado,
impresión, comunicación, clasificación)11.
En síntesis: la representación--escenificación literaria-- no es
histórica sino cuando se apoya en un lugar de la operación
científica, y cuando está, institucional y técnicamente, ligada a
una práctica de la desviación referente a modelos culturales o
teóricos contemporáneos. No hay relato histórico donde no está
explicitada la relación con un cuerpo social y con una institución
de saber. Además es necesario que haya "representación";
debe domarse el espacio de una figuración. Aun si hacemos a un lado
todo lo que se refiere, hablando con propiedad, a un análisis
estructural del discurso histórico, tenemos que considerar la
operación que nos hace pasar de la práctica investigadora a la
escritura12.
La escritura distorsiona en lo referente a los procedimientos de
análisis. La historiografía es didáctica y magistral. Nos
proporciona modelos en el cuadro ficticio del tiempo pasado. Es una
construcción arbitraria. La narración sirve para poner en un mismo
grupo los contrarios. De otra forma no puede existir. Hay tiempo. Hay
temporización para poner en orden las cosas. El discurso se
establece como un saber del otro y se construye con citas, capaz de
hacer venir un lenguaje referencial que actúa como realidad, y de
juzgarlo bajo el título de un saber. Se gana en credibilidad. Se
desdobla la el discurso. Así, toda escritura histórica comprende
construcción y erosión de unidades, incluso cuando trae en escena a
los muertos. Introduce en el decir lo que ya no se hace13.
1
Hayden White, Metahistoria,
México, FCE, 1992 (1973), p.13.
2
Ibid, p. 14.
3
Ibid, p. 15.
4
Ibid, pp. 16-17.
5
Ibid, pp. 18-21.
6
Ibid, pp. 24-29.
7
Ibid, pp. 32-35.
8
Ibid, pp. 39-40.
9
Ibid, pp. 41-46.
10
Michel de Certeau, La escritura de la historia, México, UIA,
2000. pp. 67-76.
11Ibid,
pp. 84-86.
12
Ibid, p. 101.
13Ibid,
pp. 103-117
Francisco
de Paula de Arrangoiz
Un
análisis historiográfico de su obra
Méjico
desde 1808 hasta 1867
La
obra del conservador Francisco de Paula de Arrangoiz representa la
historia circular, justificante, que percibe a la época colonial de
México como la edad de oro de un país que se encontraba severamente
fragmentado a causa de las distintas pugnas intestinas por el poder
hacia el último tercio del siglo XIX. Aunque hoy tal vez
califiquemos su trabajo como retrógrado, incluso hasta malinchista,
debemos recordar que nuestro autor vivió la invasión estadounidense
a la capital del país, la intervención francesa y las cruentas
batallas entre liberales y conservadores. No debe sorprendernos,
entonces, su llamado al orden que conlleva la instauración de una
nueva monarquía en México, tal como efectivamente sucedió bajo el
imperio de Maximiliano. Y aunque dicho emperador traicionó los
ideales conservadores que buscaban Arrangoiz y sus correligionarios
al traer al príncipe europeo a México, su obre Méjico desde
1808 hasta 1867 debe ser considerada como un referente
historiográfico para entender la mentalidad y las esperanzas de los
“hombres de bien” de ese complejo momento histórico.
El texto al que hace referencia este trabajo fue publicado por
primera vez en Madrid en 1871 y 1872. Ese es un dato revelador. Desde
1854, Arrangoiz había dejado de ser ministro plenipotenciario en
Washington para marcharse a París y nunca más regresar a México
(dos años antes había sido cónsul general en Nueva York y Nuevo
Orleáns). Fue destituido de su cargo a raíz de su traslado a Europa
sin avisarle al Gobierno mexicano. Previamente se había cobrado el
uno por cierto de la comisión en la venta del territorio de La
Mesilla a Estados Unidos. El gobierno de Santa Anna, sorprendido, le
recriminó su decisión y Arrangoiz la justificó, ya en 1855,
diciendo que ese trámite había sido ajeno al consulado. La anécdota
es importante porque nuestro autor no sólo fue a París para
“ponerse en cura”, como alegó al Gobierno. Desde ahí,
participó activamente en el acercamiento de los conservadores para
traer a Maximiliano a México. Tuvo contacto directo con el
archiduque, el emperador de Austria y los diputados que viajaron
desde México para el mismo fin (Ignacio
Aguilar, José María Gutiérrez
de Estrada, José Manuel Hidalgo y Joaquín Velázquez de León)1.
La historia es importante para resaltar la posición desde la cual
Arrangoiz escribió su obra. Si tomamos la fecha de publicación de
su libro y el tiempo desde que salió de México, un periodo de un
total de 20 años, podemos entender su visión panorámica de los
acontecimientos nacionales. Los juicios contra los liberales son
claros: representan ideas que no están en concordancia con la
realidad histórica de México; es decir, una nación que nació de
una monarquía católica e hispana. Los liberales, con sus ideas “no
españolas” que apoyan un gobierno federalista en donde las
corporaciones militares y eclesiásticas ven disminuido su poder,
sólo han traído desorden y anarquía al país. Lo que México
necesita, entonces, es un gobierno con una monarquía centralista que
cohesione de nuevo país. No pide el retorno intacto del poder
virreinal, pero sí aboga por las ventajas que conlleva la tradición
de mantener a un príncipe europeo en el poder. Su obra más
conocida, señala Arrangoiz en la introducción del texto, puede ser
vista como la continuación de Apuntes
para la historia del segundo imperio mejicano
(1869). Este es un texto que intenta justificar de forma elaborada
las razones para traer al archiduque a México, así como para
profundizar las razones del fracaso de su gobierno:
Mi
libro de 1869 comprendía, puede decirse, un solo período, un solo
cuadro histórico: el Imperio de Maximiliano, pero este periodo,
cerrado por un gran desastre; ese cuadro histórico cuya última
dolorosísima escena se verifica en Querétaro, necesitaba, para ser
estudiado con perfecta claridad, la noticia exacta de épocas y de
sucesos que precedieron y que prepararon, sin duda alguna, el
establecimiento del segundo imperio2.
Es
decir, se necesita del pasado para entender el presente. Pero este es
un pasado armado pensando en el objetivo más grande que subyace a lo
largo de todo el texto: la necesidad de un gobierno que respete los
valores esenciales del México pre-independentista, a decir, la
religión, el orden, la propiedad privada, la división de clases y
de forma paralela la desmitificación de México como un país lleno
de bárbaros surgidos a partir de la separación de España. La
estructura que sigue la obra, la cual tiene una extensión de casi
mil páginas, continúa con la línea expuesta por el autor en las
primeras hojas de su texto. La primera parte va 1808 hasta 1820, es
decir, cuando las estructuras anteriormente sólidas de la Nueva
España empiezan a dar signos claros de inestabilidad para dar al
paso al desorden, caos, de la revuelta de Hidalgo a causa de la
invasión francesa en España por Napoleón y el subsiguiente debate
de la Constitución de Cádiz. En 1820, según el autor, parecía
restablecido el orden en el país. En la segunda parte de la obra se
avanza desde el reestablecimiento de la Constitución de Cádiz, la
cual había sido derogada cuando Fernando VII regresó al poder en
1814, y se recibe la noticia de este hecho Veracruz hasta la
formación de la Asamblea de Notables y designación de la Regencia
en Mexico en 1863. De esta fecha al final del segundo imperio se
extenderá la tercera y última parte, la cual termina con el
fusilamiento de Maximiliano. Aunque el autor nunca justificó el
esquema que sigue su libro, nos podemos dar cuenta de que es un orden
netamente conservador, pues los eventos destacados giran alrededor de
las figuras monárquicas europeas y no los levantamientos en la Nueva
España, como usualmente lo hacen los autores liberales del siglo
XIX. La textura de la redacción de la obra es tersa. Las páginas
corren una tras la otra con una prosa fluida, diáfana, sin mucha
grandilocuencia, excepto cuando se refiere a los liberales, con quien
es prolijo en adjetivos calificativos que desaprueban su mandato. La
obra es fácil de leer en gran parte porque se basa durante largos
pasajes, a veces de forma íntegra, en la Historia
de Méjico
(1849-1853) de Lucas Alamán, el intelectual y político conservador
más importante que haya dado México. Del patriarca conservador toma
los puntos esenciales y no diverge en gran cosa: la más importante,
sin duda, es que guarda una imagen positiva e idílica del régimen
colonial, cuando se produjeron realmente grandísimos bienes a la
humanidad y a la civilización, dice el autor. Sólo disiente de
Alamán cuando señala que es un error creer que el poder en el
México independiente estaba en manos exclusivamente de los blancos;
más bien, la menos la mitad era de los mestizos3.
Dicha fuente es la más importante de toda la obra, sin duda. Incluso
el título de la obra que analizamos aquí es un guiño dirigido
hacia la de Alamán. Hay algunas cartas y citas numéricas a partir
del trabajo de otros contemporáneos, pero la obra del jefe
conservador es la más notoria de todas ellas, llegando
frecuentemente a copiar páginas enteras de la Historia
de Méjico.
Alamán es su obra base y hay una profunda admiración de Arrangoiz
hacia él:
Este
sabio mexicano publicó en su patria esta obra notabilísima, por
desgracia muy poco conocida en Europa, y dio en sus capítulos tan
insigne testimonio de veracidad, recto juicio y c rítica severa e
imparcial, que en los veinte años transcurridos desde su
publicación, veinte años de disturbios, agitaciones y mudanzas…no
hubo más que dos personas que refutaron algunas de las aserciones
del señor Alamán [ aquí se refiere a Anzorena y Tornel]4.
El
autor también se apoya en sus mismas vivencias para explicar su
versión de la historia de México del siglo XIX. Como en el caso de
Alamán, nuestro autor viene de una familia acomodada. Arrangoiz
nació en 1812 en Jalapa, justo cuando la Nueva España peleaba por
su Independencia. Su abuelo paterno fue gobernador de Guanajuato.
Desde joven aprende inglés y francés, lo cual le abrió las puertas
a una carrera política y diplomática. En 1841 es nombrado cónsul
de México en Nuevo Orleáns bajo el gobierno de Anastasio
Bustamante, puesto en el que permaneció hasta 1845. Los problemas
entre México y Estados Unidos lo obligan a cerrar el consulado. Un
año después es nombrado cónsul en La Habana. En la presidencia de
José Joaquín de Herrera trabaja como ministro de Hacienda durante
cuatro meses de 1849 en lo que se conseguía a otro funcionario para
ocupar el puesto. Pero ese mismo año salta al ayuntamiento de la
Ciudad de Mexico para trabajar al lado de Alamán, quien tenía
entonces el carácter de presidente de este organismo. Antes de salir
hacia Europa, como notamos unos párrafos más arriba, trabajó de
nuevo, en 1854, como cónsul de Nuevo Orleáns en el último gobierno
de Santa Anna. Ahí se entrevistaron con él Melchor Ocampo, Benito
Juárez y José María Mata, los liberales expulsados de México
acusados en abril de ese año de preparar una campaña contra el
presidente. El trío fue con el cónsul para pedirle una constancia
sobre las actividades que realizaban en Nueva Orleáns, a lo cual,
sin que sepamos las razones, Arrangoiz se
negó.
Frente a esta situación, Ocampo debió conseguir un escrito firmado
por periodistas y comerciantes, donde se declaraba que los personajes
mencionados no hablan llevado a cabo actividades de filibusterismo5.
El episodio pasó sin mención en la obra del conservador, tal como
lo hacen los demás liberales, salvo cuando se trata de
desprestigiarlos. La lucha entre liberales y conservadores se gesta
con más fuerza a partir del experimento que significó la
instauración de un gobierno federalista durante 10 años, después
de la Constitución de 1824. La parte conservadora de la sociedad
está desencantada. Los liberales atacaron sus privilegios
corporativos, en particular aquellos de la Iglesia y el Ejército, y
ahora culpan a los liberales de la desunión que impera en el país.
A partir de las reformas liberales de 1833 impuestas por el
vicepresidente Gómez Farías, el grupo eclesiástico del país se
vuelve particularmente reacio. Los conservadores desprestigian a los
liberales a través de la prensa partisana y al mismo tiempo acuden
al presidente Santa Anna, recluido en uno de sus frecuentes viajes a
su hacienda veracruzana “Manga de Clavo”, para derogar las leyes.
Con esto, inicia la reacción por la cual los “hombres de bien”
reafirman su poder y tratan de eliminar la ideología liberal y el
federalismo. Santa Anna depone a todos aquellos liberales radicales
del Congreso. Previamente había adquirido compromisos financieros
con la Iglesia. Así, con la promesa de un préstamo por parte del
clero para salvar las finanzas de su administración, desmantela al
gobierno liberal. El enemigo a vencer es el federalismo que había
sembrado la discordia en el país al impulsar regionalismos fuertes.
De acuerdo con el grupo opositor a los liberales, en el país reina
el bandidaje y México camina hacia la anarquía total, pues los
estados, a partir de la Constitución de 1824, tienen un aval de
autonomía. Todo eso cambia cuando Santa Anna deroga la reforma
liberal--la cual, entre otros puntos, afectaba a la Iglesia como
principal propietaria del país, proponía una educación más laica
y liberal, y la disminución del aparato militar—manda elegir a
nuevos diputados federales y estatales. En el proceso de elección
legislativa las corporaciones retoman su poder (el proceso, bastante
complejo, estaba basado en un método indirecto de votación en el
cual tenían gran peso los congresos estatales y el Senado).
Establecido el nuevo Congreso en 1835, se busca fundar un nuevo
gobierno distinto al federal, el cual se fundamentaría, poco
después, con las Siete Leyes de 1836, es decir, con una Constitución
centralista. Una buena parte de los conservadores y liberales
moderados buscaban un poder más centralista para que un gobierno
nacional impusiera su autoridad y mantuviera el control en las
regiones. Santa Anna, con ánimos dictatoriales, es la figura en la
cual recae ese cargo. En lo que arma su gobierno, decide combatir a
los tejanos, los cuales aprovechan la coyuntura política nacional
para buscar su independencia, pues no veían con buenos ojos los
ánimos centralistas del Congreso. Santa Anna, animado por sus ansias
de gloria, lucha contra los tejanos y pierde estrepitosamente. En
1837 regresa ridiculizado (como interino había dejado a su hombre
de confianza Miguel Barragán, sustituido a su muerte después por
José Justo Corro) . Los conservadores, al mismo tiempo, continúan
el desprestigio hacia los liberales. Los únicos que pueden y deben
gobernar al país son los hombres de bien, aquellos que no necesitan
el dinero de un puesto público para subsistir, y por ende, son
personas que ya tienen propiedades y pueden buscar el bien público
desde su posición en el gobierno. Es decir, son católicos,
propietarios y sobre todo, aliados de la Iglesia, el mayor
terrateniente del país y el pilar económico de la nación6.
Arrangoiz está
consciente de la complejidad que vive México, y, como él mismo
explica, allanan el terreno para la llegada de un príncipe
extranjero al gobierno del país. La federación, de acuerdo Alamán
y replicado el mismo pensamiento
por Arrangoiz, no ha traído mas que destrucción7.
El último recurso es insertar a un europeo que ponga orden en el
país, pues "para él [pueblo mexicano] monarquía y
restablecimiento del catolicismo, con su clero regular y secular eran
sinónimos", dice Arrangoiz en su carta del 13 de abril de 1865
en la que expone a Maximiliano las razones de su renuncia. La caída
del imperio sucede porque Maximiliano no cumple con la función
primaria por la que es traído a México e impulsa un programa
liberal acorde con la corriente europea del momento. A
Maximiliano en realidad, según Arrangoiz, no le interesaba México;
su objetivo era conquistarse a los liberales austrohúngaros y llegar
a ceñir la corona del Imperio austriaco: "El trono de México
no era para él más que el teatro de su estreno". Por su parte
Napoleón III, interesado en hostilizar al Papa, impuso a Maximiliano
una política liberal; el convenio secreto entre los dos emperadores
hacía burla de los principios conservadores y monárquicos8.
Una cosa es tener un gobierno monárquico y otra muy diferente, para
el autor, es un gobierno dictatorial, que México conoce bien. La
raíz de estos gobiernos catastróficos es la lucha independentista
violenta:
Creo
que habré convencido a mis lectores de que no fue la causa de la
insurrección de 1810 ni la de la proclamación de la independencia
en 1821 el odio de los mexicanos al gobierno teocrático militar, a
la tiranía de España. Habrán visto, pues, que son novelas y
romances todo lo que han escrito varios hispanoamericanos y
extranjeros sobre las causas de la independencia de México; que
hecha ésta marchando de motín en motín, tiranizado el país unas
veces por dictaduras militares inmorales como la de Santa Anna, pero
que respetaba la propiedad y daba garantías de seguridad; otras por
la feroz dictadura de la desenfrenada demagogia, representada por el
mismo Santa Anna, en 1829 y 1833; también por Gómez Farías en
1833, y por Juárez, al último, que nada respetaba ni a la
religión, ni al individuo que no pensaba como ella, ni a la
propiedad9.
Los
conservadores, los hombres que son la nación verdadera, agrega el
autor, acudieron al fin al único remedio que podía salvar su
nacionalidad y sus tradiciones, y lo consiguió después de largos
trabajos, a la monarquía10.
La perdición es innovar por innovar y el camino de la nación se
vislumbra complicado, francamente negativo, tras la amarga
experiencia que significó la perdida de la mitad del territorio
nacional después de la guerra contra Estados Unidos y el posterior
fracaso del imperio:
La
caída del imperio es la señal de la desaparición completa de la
independencia de la República Mexicana; no han de pasar muchos años
sin que continúe la obra de 1848, por los Estados de Sonora,
Chihuahua, Durango, Coahuila, N. León y Tamaulipas que son
limítrofes de los Estados Unidos, con setecientos mil almas entre
todos. La ocupación del resto de México será obra más lenta: los
americanos de Estados Unidos quieren los terrenos, pero no quieren a
la población; no quieren vivir, no ya con los indios y las castas,
sino tampoco con los blancos de la raza latina: ha de preceder la
destrucción de ésta a la ocupación de todo México, realizándose
el proyecto, aunque ocultamente, de 1848, para dar a los Estados
Unidos, bien que muy aparentemente, un honrosos pretexto para ocupar
a México y arrojar al sur de Tehuantepec a las razas indias y
mestizas11.
La
obra de Arrangoiz es una ventana al credo conservador de mitades del
siglo XIX. Su fe en un pasado idílico colonial marca la búsqueda de
un punto de asimiento sólido frente a la inestabilidad por la que
pasaba el país en esos momentos. El problema para Arrangoiz y su
grupo ideológico es que el pasado no puede traerse de regreso, a
pesar del empuje metódico que realizaron al confeccionar la historia
del país para justificar sus propias acciones. Su plan terminaría
abruptamente sobre el Cerro de las Campanas la mañana del 19 de
junio de 1867. Su legado historiográfico, al igual que el de Alamán,
van unidos a esa desencadenación fatal de los hechos.
1Leonor Correa, “Francisco de Paula Arrangoiz” en Ortega y Camelo (coords.), Historiografía mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884, UNAM, México, 1996, pp. 192-196.
2Francisco de Paula de Arrangoiz, Méjico desde 1808 hasta 1867. Ed. Porrúa, México, 1974, p. 9.
3José Antonio Matesanz, “Notas sobre el Conservadurismo de Francisco de Paula de Arrangoiz” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, UNAM, Vol. 6/Documento 64 disponible en http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc06/064.html
4Arrangoiz, Op.Cit, p. 9.
5Correa, Op.Cit, pp. 189-191.
6Micheal P. Costeloe, La república central en México, 1835-1846. “Hombres de bien” en la época de Santa Anna, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 52-125, passim.
7Matesanz, Op.Cit.
8Ibid.
9Arrangoiz, Op.Cit, p. 876.
10Ibid.
11Ibid, p. 877.
REFERENCIAS
CITADAS
ARRANGOIZ, F.
Méjico desde 1808 hasta 1867. Ed. Porrúa, México,
1974.
COSTELOE, M.
La república central en México, 1835-1846. “Hombres de bien”
en la época de Santa Anna, México, Fondo de Cultura Económica,
2000, pp. 52-125.
CORREA,
L. “Francisco de Paula Arrangoiz”
en Ortega y Camelo (coords.), Historiografía mexicana. En
busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884, UNAM,
México, 1996, pp. 189-222.
MATESANZ, J.A.
“Notas sobre el Conservadurismo de Francisco de Paula de Arrangoiz”
en Estudios de Historia Moderna y
Contemporánea de México, UNAM,
Vol. 6/Documento 64 disponible en
http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc06/064.html
Peter Burke
Reflexiones sobre la importancia de la historia visual en la obra Visto y No Visto
Los documentos visuales pueden ser aprovechados en el proceso de creación de textos históricos. Aunque los historiadores, en general, han relegado a la imagen en sus trabajos, la obra Visto y no Visto del inglés Peter Burke (1939, Stanmore) enfatiza que las evidencias visuales pueden llegar a convertirse en un recurso indispensable si se usan correctamente. En la fotografía y el cine, por ejemplo, se pueden encontrar estados mentales históricos, tendencias subjetivas, que de otra forma no podrían ser traducidas a la palabra escrita. La iconografía y la iconología, mientras tanto, nos ayudan a descifrar aquellos documentos que contienen claves culturales para que el historiador pueda lograr un trabajo más rico.
La nueva historia, afirma el autor en la introducción de su texto, sólo se puede realizar con nuevas fuentes de información1. La imagen se vuelve así testimonio histórico de fases pretéritas del desarrollo del espíritu humano, a través de las cuales podemos leer estructuras de pensamiento y representaciones de una determinada época, añade Burke citando al historiador cultural Jacobo Burkhardt (1818-1897). Pero además, las fuentes visuales son testimonio de la sensibilidad de la vida y nos ayudan a construir la historia de la gente sencilla, de la gente de abajo (Ariès). Son testimonio efectivos porque nos permiten “imaginar el pasado de un modo más vivo”, indica el autor2. Y no sólo desde abajo, es bien conocida la representación plástica que existe de los hombres y las instituciones de poder de Occidente, tales como reyes o príncipes y la Iglesia católica.
La riqueza de las imágenes, monumentos o edificios, sólo por mencionar las vertientes más importantes de esta documentación histórica, reside en que todas ellas, aunque sean pobres en calidad, pueden servir como testimonio histórico. El problema, claro, es que las imágenes, aunque comunican, no hablan de regreso. Esto las vuelve frágiles y nos arriesgamos a mal interpretarlas cuando las leemos entre líneas. Por esa razón, el autor aconseja tratarlas con cautela y nunca olvidar que han sido producidas con un objetivo particular en donde “no existen las miradas inocentes”3.
La fotografía y el retrato son dos medios en donde el artista nunca pierde de vista dicha finalidad. El historiador debe conocer esto de antemano para estudiarles. Desde muy temprano en la historia de la fotografía, en la tercera década del siglo XX, el hombre comenzó a guardar escenas “documentales” de la vida diaria, cotidiana. Si bien este tipo de producción cumplía un fin utilitario para resaltar la veracidad de las mismas, la verdad es que desde ese entonces se utilizó como un refuerzo para producir en el espectador un objetivo específico, ya sea compasión al fotografiar a niños de la calle a partir de la solicitud de una obra de caridad que comisionó al fotógrafo, o un interés comercial cuando se usó con fines publicitarios4. El formato de la fotografía también interviene en el efecto que produce en aquel que la ve. Se busca la nostalgia con el tono sepia, la crudeza con el blanco y negro, una textura particular con cada pliego de papel para imprimir una foto (aperlado, matte, brillante).
Además, la gran mayoría de las placas sacan a gente posando, lo cual le quita naturalidad a la escena. La trascendencia de la fotografía resulta entonces de la misma acción que implica: es posible que nunca sea un testimonio completamente verídico de la historia, pero ellas mismas sí lo son. Lo mismo sucede con el retrato, muy popular entre los hombres ricos y poderosos de décadas siglos pasados. La misma naturaleza del retrato, en donde una persona posa para un artista durante horas, a veces días, implica que hay poca naturalidad en el acto. Pero esto es secundario. El retrato es una fórmula simbólica. La gente retratada asume ciertos gestos, se pone sus mejores ropas, utiliza ciertos artefactos en el mismo. Tal vez por eso sea un error pensar en el retrato como un reflejo de la persona, pues hay un choque claro entre el yo del artista y el del modelo, quien se piensa diferente a como lo visualiza el pintor y más aún su propia sociedad. Los accesorios refuerzan esta autorrepresentación: una llave en el retrato de un gobernador implica que es la autoridad de su ciudad, un perro de buena salud en un retrato renacentista simboliza el vigor de su amo5. Sintetiza Burke: “los retratos no recogen la realidad social sino las ilusiones sociales, no tanto la vida corriente cuanto una representación especial de ella. Son un testimonio impagable a todos los que se interesan por la historia del cambio de esperanzas, valores o mentalidades”6. Hay una enorme riqueza en el análisis de una serie de retratos que nos revelan el cambio a través de los siglos en la simbología del poder: el uso de los cetros, las coronas, los uniformes y trajes de la monarquía, etc. Las convenciones cambian, y con esto cambian las mentalidades. El testimonio histórico se ve en la imagen. Hacen explícito aquellas partes de los textos que damos por hecho como historiadores. Dan testimonio de lo que no se puede expresar con palabras, en particular de los sentimientos de las épocas (en paisajes por ejemplo). Los detalles revelan grandes hallazgos en las formas básicas que repite el artista.
Encontrar el significado hasta el más mínimo detalle de una obra de arte y darle significado al mismo tiene nombre: iconografía e iconología. A través de ambas podemos traducir en palabras los significados de las imágenes. Es una tarea subjetiva, llena de peligros, pero es lo más avanzado que tenemos, pues no existen muchos documentos que clarifiquen las intenciones artísticas de sus creadores. El proceso de análisis iconográfico e iconológico siempre esta ligado al entendimiento de una cultura. El mensaje que nos intenta decir una obra se descifra y se puede poner en palabras a partir de nuestro entendimiento contextual de la misma. Los iconógrafos hacen hincapié en el contenido intelectual de las obras de arte, en la filosofía o la teología que llevan implícitas. Los cuadros no está sólo para verse: hay que leerlos. Esto se hace desde hace muchos años, al menos desde el primer arte cristiano, recuerda Burke. Los iconógrafos más importantes, los cuales dejaron escuela a partir de sus publicaciones alrededor de la Segunda Guerra Mundial, son Aby Warburg, Saxl, Panofsky, Wind, Cassirer. En general, comparten tres niveles de análisis de una obra: el entendimiento preiconográfico, en donde sólo se observa la literalidad de una obra; el análisis iconográfico, es decir, su sentido histórico, y finalmente, la interpretación iconológica, en donde se revela el significado intrínseco, cultural, de una obra (su espíritu)7. Así, los iconógrafos estudian detalles. Ponen en contexto la imagen con otras imágenes y yuxtaponen textos y otras imágenes con la imagen que quieran interpretar.
A veces estos textos están en las mismas imágenes, pero hay que saber leerlos de forma iconográfica, agrega Burke. Pero el historiador no es crítico de arte; debe trascender la iconografía para no redundar en la descripción del zeitgeist de la época que estudia8. Los paisajes, por ejemplo, no pueden ser tomados siempre como representaciones literales de una época. Son una imagen de una imagen, una revelación de sentimientos y estados de ánimo y una apreciación del cambio de la naturaleza. El artista nos dice cómo percibe al mundo y por eso a veces se introducen aspectos que de otra forma no tendrían que estar ahí. Son nacionalismo, ideología incluso cuando nos presentan desiertos y tierras olvidadas (lo que puede representar desposeimiento)9. Con la iconografía y la iconología escribimos palabras que nos revelan contexto cultural a partir de imágenes que vienen de ideas. Un desciframiento logocéntrico, sin duda, pero lo más cercano que tenemos a un método para hacer mejor historia a partir de ellas.
Manuel Payno
Un análisis historiográfico de su obra
El Fistol del Diablo
La producción escrita del pensador y político decimonónico Manuel
Payno es notable porque nos remite a la pugna interna que vive un mexicano con
una sensibilidad especial para intentar entender el momento histórico que pasa
por la nueva nación. Con Payno todo funciona en polaridades. El autor conoce
bien los extremos. Tal vez por eso su pensamiento político se inclinó más bien
del lado de los liberales moderados, en reacción a los discursos radicales de
los dos grupos que luchaban en ese momento por el poder (liberales y
conservadores) ofuscaban a la razón. La obra El Fistol del Diablo (1845-1846) sintetiza bien esta visión binómica del México
independiente en sus primeras décadas, como veremos adelante. Es un libro que
denuncia los extremos de su época y propone la conservación de la fe racional
católica, basada en evidencias tangibles, como salida personal al caos social
del momento.
Payno nace en el año de 1820
en la Ciudad de México a una familia acomodada. Desde muy joven entró a
trabajar al gobierno. Gracias a las influencias de su padre, logró colocarse a
los 14 años en la aduana de la capital. De ahí pasó a la aduana de Matamoros.
En los 1840s ya había fundado una editorial e imprimió textos encaminados a
contribuir a las tareas educativas del Colegio del Espíritu Santo (él mismo
había pertenecido a la Academia de Letrán). Esa misma década, cuando entraba a
sus 20 años de vida, fue secretario del general Mariano Arista, diplomático en
Suramérica, administrador del estanco de tabacos en Zacatecas y enviado de
Mariano Riva Palacio para analizar el sistema penitenciario de Estados Unidos.
Su vida política se intensificó en la mitad del siglo: fue ministro de Hacienda
con los presidentes José Joaquín de Herrera (1850-1851), Mariano Arista
(también en 1851) y con Ignacio Comonfort en dos ocasiones (1855-1856 y también
algunos meses en 1857, después de regresar al gobierno). Si el intenso
movimiento gubernamental de Payno refleja algo es la enorme inestabilidad que
existía en la administración federal mexicana, la cual sólo se vería
intensificada con un golpe de Estado contra Comonfort en 1861. Al autor se le
declaró culpable de alta traición y fue encarcelado. Ese mismo año fue absuelto
por una amnistía. Al año siguiente, ya con la declaratoria de suspensión de
pagos de Juárez escribió bajo encargo presidencial la obra México y sus
cuestiones financieras con la España, la Inglaterra y la Francia. Aunque se opuso por escrito y de forma pública a una monarquía
extranjera en México, lo que le ganó un encarcelamiento, consigue ser regidor
de la Ciudad de México en el imperio de Maximiliano, lo que le ganó fuertes
críticas. Tal vez tomó el puesto porque consideró que el europeo podía instaurar
un gobierno en México con ideas más avanzadas, más liberales, una ironía
considerando que lo había traído al poder los conservadores. Sus pensamientos
anti-monárquicos quedaron establecidos en la Carta que sobre los asuntos de
México dirige al señor general Forey, comandante en jefe de las tropas
francesas, el ciudadano Manuel Payno (1863). Después, en los gobiernos de Juárez, Lerdo de Tejada,
González y Porfirio Díaz ocupó distintas carteras diplomáticas. En 1893 regresó
al país, agotado. Al año siguiente ocupó un puesto en el Senado y murió en
noviembre1.
Sobre el tema particular de
la guerra contra Estados Unidos de 1846-1848, la cual cruza prácticamente la
mitad de camino de la vida de nuestro autor, Payno defendió a los liberales
diciendo que no trataron de negociar la venta de territorio al vecino del
norte. Esto no resultó del todo cierto, pues algunos liberales sí pensaban que
Estados Unidos podría eliminar algunas de las viejas estructuras de la colonia
que impedían, de acuerdo con su posición, el avance del país: la Iglesia y el
poder desmedido del ejército. Esto tendría repercusiones en la guerra de
Reforma. En 1859, cuando el gobierno de Juárez invita al de Estados Unidos para
firmar el tratado McLane-Ocampo y es rechazo por los estadounidenses, se crea
un movimiento a dos bandas: el senado de ese país lo rechaza pero buques de
Estados Unidos intervienen en la guerra de Reforma mexicana al apresar a los
barcos españoles que se dirigían a Veracruz para colaborar en el cerco del
ejército conservador que se cerraba sobre Juárez. En pocas palabras, ese año la
lucha interna mexicana y el consecuente triunfo de los liberales se dio en
parte por la participación a su favor de los estadounidenses2.
Esto chocaba con la pintura
que Payno había dibujado sobre los Estados Unidos en un capítulo de la Apuntes
para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848), obra atribuida a su amigo
Guillermo Prieto. Sabemos que Payno fue uno de los redactores de la misma,
específicamente del capítulo “Polkos y Puros”. Aunque el libro critica las
acciones y la desorganización de los mexicanos en la guerra, es abiertamente
crítico contra los Estados Unidos quien siempre está al “acecho de las
ocasiones favorables a sus proyectos” y guarda sus intenciones “bajo la
cuerda”, pues llevan una máscara que oculta sus “planes de política audaz y
dominadora”3. En su apartado describe
las fallidas intenciones de la rebelión relativas a impedir el aprovechamiento
de los bienes eclesiásticos para cumplir las necesidades del gobierno radical
de Valentín Gómez Farías, cuando el clero tomó el control del movimiento a
través de militares como Matías de la Peña y Barragán. Payno condena el
levantamiento porque coincide con el avance de las tropas de EEUU en Veracruz.
Hace un juicio netamente anticlerical. En un momento en que la existencia misma
de México se veía incierta a causa de la guerra y los torbellinos políticos
internos, no hubiera sido políticamente correcto aceptar que los Estados Unidos
efectivamente ayudaron a los liberales en su lucha interna, como mencionamos
arriba.
La
constante en la vida alrededor de Payno es la inestabilidad política. Aunque
era liberal, era más bien de la corriente moderada, aquella que pedía cambios
en la nación de forma gradual, progresiva, sin sobresaltos que entorpecieran el
avance de México hacia el progreso. Aunque era católico creyente, creía en la
necesidad de reformar la administración eclesiástica para delimitar su poder.
En general, los moderados de la primera mitad del siglo XIX, empezando a
finales de la tercera década de ese siglo, postulaban tres ejes de reforma
progresiva para el país, sintetizados en el pensamiento de Mariano Otero:
primero, crecimiento económico a través de reformas agrícolas que fragmentaran
las tierras de los grandes y ricos propietarios para que éstas pasaran a un
mayor número de manos productivas, esto, en consecuencia, activaría la
industria nacional. En segunda instancia, buscaban el adelgazamiento del
ejército para sustraer las ansias despóticas de los gobernantes emanados de las
filas castrenses. Y, en tercer lugar, una repartición de los bienes de la
Iglesia a partir de la misma Iglesia, no desde la burocracia gubernamental4. Lo moderados eran mal vistos. Los
conservadores los acusaban de ladearse del lado más conveniente del momento
político; los liberales puros los acusaban de ser demasiado medrosos y tomarse
las cosas con demasiado calma. Su papel era
visto para "asegurar el presente", no tenían un principio claro, pues
sus creencias políticas se percibían de carácter acomodaticio en
todos los vaivenes revolucionarios. Además, se les acusaba de
reaccionarios por haber provocado la caída de Gómez Farías, apoyando la
revuelta de los polkos de 1847. También se les causaba de traidores por haber
firmado el Tratado de Paz De Guadalupe-Hidalgo (1848) con lo cual se perdió la
mitad del territorio a EEUU. Valentín Gómez Farías, un furioso presidente
anti-clerical, los calificaba de falsos liberales y de firmar sólo proyectos
que les convinieran de acuerdo con sus circunstancias. La cabecilla de los
moderados en ese momento era Manuel Gómez Pedraza, quien se oponía directamente
al proyecto de los liberales que deseaban el retorno de la Constitución de 1824
(“sin cola y pura federación”). Desde el punto de vista de Gómez Farías, estas
posiciones moderadas eran vistas como un anhelo secreto para establecer una
monarquía de avanzada, que hiciera impulsar los planes de progreso nacionales.
En 1845, se percibía a los moderados como una pandilla de equilibristas cuya
verdadera propuesta era apoyar los proyectos de hombres de bien con elementos
aristocráticos e impedir el reestablecimiento de la federación5.
Estos vaivenes políticos
sirven de trasfondo para las ideas de Payno, representadas en sus dos novelas costumbristas
más famosas: El Fistol del Diablo y Los
Bandidos de Río Frío (1889-1891). En ambas, los
extremos sociales son denunciados y propone el camino de la racionalidad
intermedia, impulsada por la fe, como una respuesta ante la decadencia social.
El formato de ambos textos es notable: es una novela por entregas que sólo se
puede conseguir como libro terminado hasta después de haberse completado la
corrida completa. Esto creaba tensión en la narrativa de la obra y mantenía a
los lectores ávidos a la nueva entrega.
En esa época, esta era una forma popular de encontrar historias
románticas que ensalzaban el espíritu de los mexicanos usando símbolos, pliegos
y lenguaje nacionales. Estas novelas, ilustraciones y escritos periódicos
fueron esenciales para la construcción del nuevo país6.
El Fistol del Diablo no es diferente. Aquí,
sin embargo, no tratamos el conflicto social de aquellos que tienen y los que
buscan, por cualquier medio, acceder a las riquezas del otro, como leemos en Los
Bandidos. El protagonista de la historia es un
joven aristócrata de 22 años llamado Arturo, no un grupo de ladrones que
podrían representar el desorden, el desfogue, lo oscuro y lo animal en una
sociedad porfiriana7. Ambos son relatos
ficticios, con un lenguaje netamente romántico, con protagonistas dramáticos
que llevan sus sentimientos a flor de piel. En El Fistol, el joven central quiere conseguir el amor de forma desesperada y
para esto hace un pacto con el diablo, ser sin historia, dispuesto a ayudar a
conseguir lo que le piden a cambio
de un precio más alto. Arturo, el protagónico, busca el amor en distintos tipos
de mujeres que representan los distintos estratos sociales del México
decimonónico: las de la alta aristocracia, las humildes que son buenas de
corazón, los que buscan salir adelante aunque las circunstancias y su físico no
les favorezcan. En el texto se hace una dura critica a la sociedad mexicana,
llena de contrastes, la cual se sostiene sobre la envidia, lujuria e
hipocresía. La única forma de avanzar es no teniendo conciencia, como explica
el diablo, aunque al mundo lo dominen las pasiones. El gobierno es criticado,
así como los jueces, diplomáticos y generales que sólo ven por ellos. El
diablo, llamado Rugiero, le
explica a Arturo la realidad del mundo una vez que ha fracasado en su primer
intento de conquistar a alguna mujer en un gran baile nocturno, habitual para
los ricos de la época:
Qué locos y
miserables son los hombres…El que se considera con más experiencia no es más que un niño. Creedme, Arturo; en el mundo se
necesita descargarse de ese fardo que se llama conciencia:
una vez conseguido esto se abre al hombre una carrera de gloria, amor, de
honores, de distinciones y de riqueza8.
Después, el diablo le describe distintos tipos de hombres y mujeres
del baile que representan el poder terrenal, el cual han conseguido arrollando
a los otros o realizando algún tipo de pecado. Aquí aflora el catolicismo de
Payno. Su cosmogonía aclara lo que es bueno y malo. La historia, entonces, es
el camino hacia el progreso, aunque los designios divinos sean inescrutables
para el hombre. Hay avance, pero el hombre, por su naturaleza y condición
temporal, no puede entenderlo del todo. Ante esta incertidumbre, lo único que
resta es adherirse a la fe, creer en los planteamientos básicos del catolicismo
que ofrecen mayor seguridad que las modas terrenales. Lo que es bueno tiene
expresiones de materialidad objetiva, hay una fe tangible que se puede ver en
el mundo, aunque aparezca escondida en primer plano. Tal es el caso de Celeste,
una pordiosera que recibe la ayuda de Arturo cuando ella lo lleva a su casa y
conoce a su familia, venida a menos después de la lucha de independencia (en
donde la redacción de la obra deja a Hidalgo y Morelos bien parados) y la
enfermedad. A Celeste no le queda otra más que salir a pedir limosna. Arturo se
percata de esto y ve la bondad inherente en la belleza oculta de la muchacha:
La mujer que es
una hija tan excelente—decía Arturo para sí—y que sigue con su amor a sus padres, hasta el grado mayor de la pobreza y de
la desgracia, no puede menos que de ser una excelente
esposa9.
Esta es una obra pedagógica que muestra a los lectores el camino
que debe seguir un buen mexicano. La redacción del texto es ágil, lleno de
diálogos para aligerar el paso de las hojas. Aunque hay un personaje central,
se le da espacio a los secundarios para entender sus motivaciones (una ventaja
de las novelas por entrega). Los personajes, tal vez por eso, aparecen más bien
algo planos, pero eso no es una crítica a Payno, es una nota del periodo
histórico en el cual se escribió la obra.
Las leyes son un “embrollo”10,
las prisiones “infames”11, el
siglo es corrupto y merece discutirse moralmente12,
la Iglesia aún guarda un enorme poder gracias a la práctica de la confesión, lo
que le permite conocer la vida íntima de los mexicanos13, se hacen juicios morales basados en
la apariencia de las personas, como cuando Arturo le regala el fistol de
brillantes a Celeste y sus vecinas de barrio la juzgan de “pícara, bribona e
infame”14 y se le acusa de forma injustificada
de prostituta y ladrona. La virtud femenina que debe cuidarse al máximo es la
virginidad, personificada en Elena15.
En fin, el autor pinta trazos largos en sus personajes para demostrar la
sociedad en la que vive, en donde todos van hacia caminos desconocidos, los
cuales, tal vez, también lo eran para el mismo Payno. Las pasiones, al final, llevan a la violencia y la muerte.
La vida los personajes es frágil, tal como la del México decimonónico.
1Miguel Soto. “Manuel Payno” en Ortega y Camelo (coords.), Historiografía mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884, UNAM, México, 1996, pp. 55-65.
2Ibid, p. 63
3Guillermo Prieto. Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos [edición facsimilar de la de 1848], Siglo XXI Editores, México, 1970, p. 2.
4Will Fowler. “El pensamiento político de los moderados, 1838-1850: el proyecto de Mariano Otero”, en Connaughton, Illades y Pérez Toledo (coords.), Construcción de la legitimidad política en México en el siglo XIX, UAM, México, 1999, pp. 296-299.
5Ibid, p. 62-65.
6Laura Suárez de la Torre. “La construcción de una identidad nacional (1821-1855): imprimir palabras, transmitir ideales”, en Nicole Giron (coord.), La construcción del discurso nacional en México, un anhelo persistente (siglos XIX y XX), Instituto Mora, México, 2007, passim.
7Paul Vanderwood. “Los bandidos de Manuel Payno” en Historia Mexicana Vol. 44, No. 1, Manuel Payno y su tiempo, (Jul-Sep, 1994), El Colegio de México, México, pp. 116-121.
8Manuel Payno. El Fistol del Diablo, Ed. Porrúa, México, 1967, pp. 19-20.
9Ibid, p. 33.
10Ibid, pp. 48-49.
11Ibid, p. 53, pp. 117-121.
12Ibid, p. 57.
13Ibid, pp. 58-61.
14Ibid, p. 72.
15 Ibid, pp. 158-174.
REFERENCIAS CITADAS
FOWLER, W. “El pensamiento político de los moderados, 1838-1850: el
proyecto de Mariano Otero”, en Connaughton, Illades y Pérez Toledo
(coords.), Construcción de la legitimidad política en México en el
siglo XIX, UAM, México, 1999, pp. 275-300.
PAYNO, M. El Fistol del Diablo, Ed.
Porrúa, México, 1967.
PRIETO, G. Apuntes para la historia de la guerra entre México y los
Estados Unidos [edición facsimilar de la de 1848],
Siglo XXI Editores, México, 1970.
SOTO, M. “Manuel Payno” en Ortega y Camelo (coords.), Historiografía
mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884, UNAM, México, 1996, pp. 55-70.
SUÁREZ DE
LA TORRE, L. “La construcción de una identidad nacional
(1821-1855): imprimir palabras, transmitir ideales”, en Nicole Giron (coord.), La
construcción del discurso nacional en México, un anhelo persistente (siglos XIX
y XX), Instituto Mora, México, 2007, pp.141-166.
VANDERWOOD, P. “Los bandidos de Manuel Payno” en Historia Mexicana Vol. 44,
No. 1, Manuel Payno y su tiempo, (Jul-Sep, 1994),
El Colegio de México, México, pp. 107-139.
La Nueva Historia y la Historia desde Abajo
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Guillermo
Prieto
Un
análisis historiográfico de su obra
Apuntes
para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos
Las
ideas del liberalismo decimonónico quedaron plasmadas en la obra de
Guillermo Prieto, un prolífico hombre que vivió la mayor parte del
complejo siglo XIX mexicano. Sus Apuntes para la historia de la
guerra entre México y los Estados Unidos (1848) representan bien
esta inclinación hacia los ideales liberales, criticando al mismo
tiempo las ambiciones del país del norte y los desatinos de los
líderes mexicanos. Para el autor, la historia es un avance hacia el
progreso y los ideales del Partido Liberal. Todo va en consecución
de esos objetivos. Sin embargo, Prieto no sólo es reconocido por sus
escritos políticos, también se le recuerda por su poesía, sus
relatos en crónica ligados a su carrera periodística y su capacidad
para entender los asuntos económicos nacionales.
Desde
muy joven, Prieto estuvo expuesto a una cultura crítica basada en la
argumentación discursiva. Nació en Molino del Rey, al poniente de
la capital, en 1818, donde su padre dirigió una panadería. Al morir
su abuelo, la familia se trasladó a la Ciudad de México. Poco
después, 1831, murió su padre, lo que empujó a su madre a la
demencia. Prieto entonces muda su vida a casa de dos mujeres cuyo
padre había sido empleado de su familia. Nuestro autor decide
entonces pedir ayuda al ministro de justicia Andrés Quintana Roo,
quien había participado en la guerra de independencia como uno de
los principales impulsores de la fallida Constitución de Apatzingán,
primero, y también del Congreso Constituyente que vio nacer a la
Constitución mexicana de 1824. Quintana Roo, un liberal casado con
Leona Vicario, participó en la redacción de la independencia de
México y ocupó diversos cargos en los gobiernos de la recién
creada nación, así como otros puestos legislativos. Además, era
cercano de José María Morelos. Este acercamiento con un hombre que
ya terminaba su vida (Quintana Roo murió en 1851) sin duda fue
esencial para la formación liberal del joven Prieto. Con la ayuda de
ministro consiguió un cargo como aprendiz de Aduana y también lo
inscribió en el Colegio de San Juan de Letrán, un espacio conocido
por su educación liberal, alejada de los dogmas religiosos. En ese
mismo espacio físico el inquieto Guillermo fundó junto con otros
alumnos la Academia de Letrán, un lugar que reunió a los jóvenes
más destacados de su época que también funcionaba como un
semillero de futuros líderes gubernamentales y sociales. La Academia
se preciaba de mantener agitados grupos de debate literario para
formar una nueva literatura netamente mexicana, aunque sin duda
también usaron el espacio para el debate político. Las habilidades
oratorios de Prieto rindieron frutos. En 1837, en un discurso que
pronunció en el colegio, Prieto criticó al gobierno de Anastasio
Bustamante, presidente de la república. Éste lo mandó llamar, y,
después de la entrevista que sostuvo con él, lo hizo su protegido,
le dio un nombramiento que lo convertía en una especie de secretario
particular y lo puso a cargo del Diario Oficial. El movimiento
representaba un saltó vertiginoso en la carrera de cualquier
persona, independientemente de su alta formación. La rápida
inclusión en el gabinete de Bustamante nunca ha sido bien
clarificada por los historiadores, lo único que sabemos es que ese
brinco le sirvió a Prieto para comenzar una larga e intermitente
carrera política. Fue secretario de Hacienda con Juárez (dos
veces), Mariano Arista y Juan Álvarez, diputado en 15 ocasiones y
representante de Puebla del Congreso Constituyente de 1856-1857,
así como ministro de Relaciones Exteriores con José María
Iglesias. Salió del gobierno cuando Santa Anna tomó el poder,
gobernante criticado en sus Apuntes.
Durante su lapso en la
administración federal vivió polémicas que lo marcaron de por
vida, incluyendo su papel en el grupo de los “polkos” que se
constituyó como una fuerza de presión para destituir al presidente
Valentín Gómez Farias en 1847, un furioso anticlerical. Esta
deposición llevaría a la Guerra de los Tres Años. Prieto se
arrepentiría de esta acción durante el resto de sus días, según
explica en sus Memorias. El autor también tuvo una fuerte
desavenencia con Juárez, una vez que se hubo unido al gabinete de
éste tras el golpe de estado de 1847. La invasión de los franceses
de 1861 y el gobierno itinerante de Juárez hicieron imposibles las
elecciones presidenciales en ese momento. Así, en Paso del Norte,
Chihuahua, acusó a Juárez de violar la Constitución, pues esta
estipulaba que, de no haber elecciones el primero de diciembre, el
presidente saliente debería entregar el mando al presidente de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación1.
La
vida de Prieto no se limitó a la esfera pública. Escribió poesía,
publicó varias obras de ese género y de hecho ganó un premio en
1890, siete años antes de su muerte, que lo definía según una
encuesta del diario La República como el poeta más popular
de su época. El presidente Altamirano lo catalogó como el poeta de
la patria por excelencia . Pero su trabajo periodístico tal vez sea
más notable aún. En los años 40 del siglo XIX participó en las
redacciones de El Siglo Diez y Nueve, El Monitor
Republicano, la revista literaria Mosaico Mexicano y
confundó el periódico satírico Don Simplicio. Incluso fundó
junto con su hijo en Brownsville, Texas, La Bandera de México,
cuando salió del país a causa de la invasión francesa. Otras obras
literarias acompañan este trabajo, incluyendo Versos Literarios,
Musa Callejera y Romancero Nacional. El interés de
Prieto por lo medios de difusión periódica e impresos de mayor
envergadura no es gratuito. Tras conseguir la independencia, México
vivió una proliferación de nuevas redacciones, las cuales se
inclinaron hacia distintos proyectos políticos y culturales. Estos
trabajos fueron determinantes para formar la identidad de la recién
creada nación, impulsando un nuevo espacio de expresión cultural
para plasmar símbolos de unión hacia distintos rincones del país,
ya fuera mediante periódicos, revistas o panfletos. El lenguaje
usado por los mexicanos en esas publicaciones también fue
determinante para la cultura nacional, pues se difundieron palabras
que no necesariamente estaban reconocidas como castellano oficial.
Las letras románticas mexicanas encontraron un espacio ideal para
cantar el esplendor de la nueva nación. Además de Prieto, en esta
labor fueron relevantes: Gómez de la Cortina, Carlos María
Bustamante, Couto, Lafragua, Quintana Roo, Marianao Otero, Bautista
Morales, Gondra, Lacunza, de la Rosa, y Payno2.
Los editores-impresores de la primera mitad del siglo XIX
fueron indispensables para la construcción del estado mexicano, pues
se unieron al gobierno y formaron una cultural junto con los
gobernantes que encabezaron el poder, tal como lo era Prieto. Estos
editores-impresores difundieron un imaginario y fueron mediadores
culturales del país a través de los materiales impresos que
difundieron3.
La
importancia que Prieto le da a lo impreso es clara desde las primeras
letras de Apuntes para la historia de la guerra entre México y
los Estados Unidos. Aunque el texto fue escrito por hombres
afines al pensamiento político del autor4,
sabemos que la introducción fue obra de Prieto. Ahí se nos explica
que la obra fue prohibida en 1854 por hablar mal del gobierno del
general Santa Anna, quien aparece como el principal responsable, del
lado mexicano, de la pérdida de la mitad del territorio nacional
tras el conflicto con Estados Unidos. Los redactores de los Apuntes
son prohibidos de ocupar cualquier cargo en el gobierno santanista y,
peor aún, se confiscan todos los ejemplares de la obra. Este fue un
trabajo colectivo: a cada autor se le encargaron uno o varios
capítulos y su labor fue la de recolectar distintos documentos para
después redactar su texto, el cual era discutido entre todos para
notar omisiones o datos inadecuados. “Hecho esto”, dice Prieto,
“se repetía la discusión párrafo á párrafo, decidiendo en caso
de disputa la mayoría por medio de votaciones”. Los redactores
habían vivido la invasión estadounidense a México, así que
trataron de asegurar la imparcialidad del texto al repartir los
capítulos para que los testigos dieran sus apuntes de los mismos a
otros de los pensadores. Podemos intuir que esta práctica era común
para Prieto desde sus años en la Academia de Letrán en donde se
acostumbraban los círculos literarios. Prieto redactó, además de
la introducción, los capítulos titulados "La presidencia del
general Anaya", "México el 9 de agosto", "El
Peñón", "Padierna", "Molino del Rey",
"Chapultepec, Garitas, etcétera”, es decir, 6 de los 34
apartados de la obra. Los costos del libro fueron repartidos entre
todos.
La
guerra contra los Estados Unidos y la sucesiva entrada del ejército
estadounidense a la capital del país sacudieron fuertemente la
consciencia de Prieto y de los hombres que compartían sus ideales.
El libro fue escrito en Querétaro para desahogar sus preocupaciones
y frustraciones, tal como agrega en la parte inicial del mismo. Tal
vez por eso encontremos en el mismo una especie de supra-lección de
lo que significaba para Prieto vivir junto a los Estados Unidos.
Existe un peligro real, latente, de ser consumidos por la ambición
de ese pueblo. En respuesta, se tienen que hacer más visibles, más
patentes, la cultura y la ideología de lo mexicano. Es la única
salida que le queda a un país consumido por guerras y problemas
políticos internos, eso sin contar los enormes problemas de Hacienda
y liquidez que se vivieron a lo largo de prácticamente todo el siglo
XIX, sin importar el grupo que ocupara el poder (Prieto intentó, en
cierta medida, resolver estos problemas económicos al reorganizar
las aduanas marítimas e impedir que se aprobara un arancel
proteccionista5.
Escribió sobre esto en sus Memorias de Hacienda).
El país
había vivido en la primera parte del siglo XIX un gobierno dominado
por corporaciones, entre las que se contaban la Iglesia, militares,
comerciantes y políticos, lo que hizo sumamente largo y doloroso el
proceso hacia una república en que las libertades individuales, no
esos grupos de interés, fueran privilegiadas por la ley, en
específico, por la Carta Magna de 18576.
Prieto vivió esta lucha de proyectos políticos y sociales y
profundizó en los problemas para lograr un proyecto unificador de
país en sus Lecciones de Historia Patria (1886), la cual
expone las dificultades de los gobiernos mexicanos con ligas
corporativas, en especial las religiosas. Esta reducción de
intereses a lo grupal ofusca la visión panorámica que debía tener
una nueva nación. Por eso la invasión de los Estados Unidos dejó
una marca permanente en la psique de los hombres que habían
propugnado por un proyecto liberal que validara la autonomía de
México ante el mundo. De ahí la desconfianza con la que nuestro
autor ve a los yanquis, una nación que simula sus verdaderas
intenciones. México es “presa fácil” de este pueblo “fuerte y
emprendedor” a razón de sus pugnas internas, puesto que:
Su
situación desventajosa no podía ocultarse á las miradas
escudriñadoras de los Estados Unidos, que en acecho de las ocasiones
favorables a sus proyectos, los llevaron adelante por mucho tiempo
ocultamente y bajo de cuerda, hasta que puestos en el disparadero,
tuvieron que arrojar la máscara y descubrir sin embozo los planes
de su política audaz y dominadora7.
Los
episodios de la lucha se puede leer por separado y contienen una
fuerte carga romántica. Es frecuente el uso de un lenguaje
recargado, lleno de frases inclusivas, en donde se describe a los
mexicanos notables como “defensores de la nación”. Hay elogios
al pueblo de México ante el ataque de un enemigo claramente
superior, tanto en armamento como en disciplina. En el texto también
se filtran descripciones de la ineptitud que tenía el lado militar
mexicano. En el fondo, los hechos relatados en Apuntes son el
registro que guarda México en una melodía mucho más larga, en
donde la historia se convierte “en faro de la moral, revelación
sublime de la Providencia, alma de la experiencia, astro excelso que
nos guía entre las tinieblas del futuro”8.
La historia puede crear ciudadanos civilizados y patriotas, pero sin
duda tendrán que ser liberales. Por eso la historia es didáctica y
pragmática: perfecciona al ser y hace al hombre concurrir con la
gran obra de la humanidad. La historia también es propaganda cuando
se convierte en historia oficial, la cual tiene funciones muy
prácticas en una nación como México: la propaganda de los
principios liberales tiene como principio consolidarse y aspirar al
progreso.
En
esa lucha, Estados Unidos forja su historia al mismo tiempo que
México. Quieren extenderse por todo el continente para que ninguna
nación pueda competir contra ellos. México, por ser vecino, ha
tenido una relación dificultosa, cristalizada, según explica
Prieto, en los funcionarios que EEUU ha enviado como representantes
al país. Así, la anexión de Texas fue causada por las
elucubraciones de su “pérfido vecino” y el congreso tejano que
extendía los dominios de esa tierra hasta el Río Bravo, el cual
había sido límite natural de Luisiana:
El primer
argumento, en que se apoyaba con refinada malicia el gobierno de una
nación que se precia de inteligente y civilizada, habría sido
ridículo aun en boca de un niño. ¿A quién podría convencer que
la declaración del congreso tejano importara un título legal para
la adquisición de los terrenos que se apropiaba tan descaradamente?
Si semejante principio hubiera de reconocerse, deberíamos estar muy
agradecidos á aquellos señores diputados, que
tuvieron la bondad de conformarse con tan poco, y no declararon que
los límites del Estado rebelde se estendían hasta San Luis, hasta
la capital, ó hasta nuestra frontera con Guatemala9.
El
autor ilustra su descripción a lo largo de 400 páginas, punto por
punto, la cual finaliza hasta las negociaciones de paz después de la
invasión estadounidense a la Ciudad de México, en 1848. Este un
libro que intenta explicar a detalle tanto las causas como los hechos
de la pérdida de la mitad del territorio nacional, sin duda, pero
también de las micro-decisiones que tomó cada grupo en la guerra
para explicar, con enorme detalle, el acontecer de las personas que
la vivieron. Santa Anna es criticado en su contexto, explicando las
consecuencias de sus decisiones. Por arriba del dictador, sin
embargo, el autor concluye que la causa real y efectiva de la guerra
fue el espíritu de engrandecimiento de Estados Unidos. Prieto hace
un juicio sumario de sus acciones contra México y con eso resume su
obra:
La historia
imparcial calificará algún día para siempre la conducta observada
por esa república contra todas las leyes divinas y humanas, en un
siglo que se llama de las luces, y que no es sin embargo sino lo que
los anteriores, el de la fuerza y la violencia”10.
La
historia ha dado la razón a Prieto y de ahí la notable influencia
que su obra ha tenido en decenas en miles de historiadores, tanto
nacionales como estadounidenses, prácticamente desde la publicación
de la misma.
REFERENCIAS
CITADAS
ARTETA,
B. “Guillermo Prieto” en Ortega y Camelo
(coords.), Historiografía mexicana. En busca
de un discurso integrador de la nación, 1848-1884,
UNAM, México, 1996, pp. 35-55.
CARBAJAL,
L. “La
contribución de Guillermo Prieto a la conformación de la Hacienda
Pública” en
Análisis
Económico, vol. XXVI, núm. 62, 2011, pp.
139-163, Universidad Autónoma
Metropolitana, Azcapotzalco, México.
LEMPÉRIÈ,
A. “De la república corporativa a la
nación moderna. México (1821-1860)” en Antonio Annino y François
Xavier Guerra (coords.), Inventando la nación:
Iberoamérica, siglo XIX, Fondo de Cultura
Económica, México, 2003, pp. 316-346.
PRIETO,
G. Apuntes para la
historia de la guerra entre México y los Estados Unidos [edición
facsimilar de la de 1848], Siglo XXI
Editores, México, 1970.
SUÁREZ
DE LA TORRE, L. “La construcción de una
identidad nacional (1821-1855): imprimir palabras, transmitir
ideales”, en Nicole Giron (coord.), La
construcción del discurso nacional en México, un anhelo persistente
(siglos XIX y XX), Instituto Mora, México,
2007, pp.141-166.
1
Begoña Arteta, “Guillermo Prieto” en Ortega y
Camelo (coords.), Historiografía mexicana.
En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884,
UNAM, México, 1996, pp. 35-38.
2
Laura Suárez de la Torre, “La construcción de una identidad
nacional (1821-1855): imprimir palabras, transmitir ideales”, en
Nicole Giron (coord.), La construcción del
discurso nacional en México, un anhelo persistente (siglos XIX y
XX), Instituto Mora, México, 2007,
pp.141-166.
3
Ibid, p. 141.
4
De acuerdo con la obra, también participaron en la redacción de
distintos capítulos: Ramón Alcaraz, Alejo Barreiro, José María
Castillo, Félix María Escalante, José María Iglesias, Manuel
Muñoz, Ramón Ortiz, Manuel Payno, Ignacio Ramírez, Napoleón
Saborio, Francisco Schafino, Francisco Segura, Pablo M. Torrescano y
Francisco Urquidi.
5
Lilia Carbajal Arenas, “La
contribución de Guillermo Prieto a la conformación de la Hacienda
Pública” en Análisis
Económico, vol. XXVI, núm. 62, 2011, p.
139, Universidad Autónoma
Metropolitana, Azcapotzalco, México.
6
Annick Lempériè,
“De la república corporativa a la nación moderna. México
(1821-1860)” en Antonio Annino y François Xavier Guerra
(coords.), Inventando la nación:
Iberoamérica, siglo XIX, Fondo de Cultura
Económica, México, 2003, pp. 316-346, passim.
7
Guillermo Prieto, Apuntes para la historia de
la guerra entre México y los Estados Unidos [edición facsimilar de
la de 1848], Siglo XXI Editores, México,
1970, p. 2.
8
Arteta, Op.Cit,
p. 42.
9
Prieto, Op.Cit, pp.
26-27.
10
Prieto, Op.Cit, p.
28.
El nacimiento de una nueva nación
Tras la gesta independista mexicana en la que convergieron ideas
de autonomía y oportunismo político, vino un periodo marcado por el debate para
encontrar el mejor tipo de gobierno para la nueva nación. Durante este periodo
se extiende la dualidad que marcó el proceso que concluyó con la entrada del
Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 28 de septiembre de 1821: por un
lado se encuentra un grupo denominado conservador que favorece la idea de la
continuidad de instituciones y formas híbridas derivadas del gobierno español;
del otro, el bando liberal que pretende comenzar un nuevo orden basado en ideas
de poder aglutinadas desde otras latitudes, apoyados sobre una ideología que
tiende a olvidar lo español y resaltar el pasado ancestral del país. Ambos
proyectos, sin embargo, aún se enmarcan en un país con estructuras corporativas
de poder, estas sí traídas desde la colonia, en donde la repartición del mismo
se encuentra limitado a unas cuantas manos.
El primer gobierno del país
sintetiza la última afirmación. Agustín de Iturbide, quien había combatido a
los rebeldes independentistas antes conseguir el apoyo suficiente para ponerle
fin a la lucha contra los españoles, logró subir al poder gracias a su
capacidad política para prometer un gobierno en donde los grupo clave de la
Nueva España mantuvieran su influencia. Estas ideas quedaron cristalizadas en
el plan de Iguala de febrero de 1821. El punto clave de las acciones del
Ejército Trigarante y del documento es que eran una reacción contra el
liberalismo constitucionalista peninsular (1820-1822). Es por eso que fue
aceptado por la Iglesia y los poderes de la Nueva España. Con la restitución de
la constitución de Cádiz en 1820 habían surgido en la Nueva España facciones
combativas formadas por radicales. Esto amenaza al virreinato1. Iturbide decidió actuar contra otra
posible insurgencia, la cual había ensangrentado al país lo suficiente y para
1815 estaba en una fase de semi-hibernación.
Los primeros meses del corto
gobierno de Iturbide, del 18 de mayo de 1822 cuando el Congreso lo proclama
emperador al 19 de marzo de 1823 cuando abdica, estuvieron marcados por esta
tensión corporativa entre los grupos políticos y mercantiles que apoyaron su
idea original y los grupos militares que lo sustentaban en el poder. Iturbide,
siendo militar, se inclinó con frecuencia hacia el lado castrense, lo que le
trajo problemas para gobernar. Su plan de gobierno involucraba elecciones
representativas por clases y corporaciones para reunir al Congreso
Constituyente y con eso fraguar una Carta Magna, en vista de que la monarquía
española había rechazo su ofrecimiento de gobernar a la nueva nación. Del lado
contrario estaba la Junta Provisional Gubernativa, compuesta por destacados
criollos que habían apoyado su plan para independizar a México. En la Junta
había un contingente republicano que veía con muy malos ojos las intenciones
absolutistas de Iturbide, dada la experiencia que habían vivido bajo el dominio
español y la restitución de la monarquía en España una vez que Fernando VII
había sido liberado por Napoleón. En la Junta estaban reunidos los poderes
eclesiásticos, militares y funcionarios del virreinato, los cuales apoyaron los
planes de independencia sólo después de los Tratados de Córdoba de agosto de
1821. La importancia del grupo es que sirvió como aglutinante de intereses
corporativos para declarar la independencia y el apoyo a la Constitución de
Cádiz de 1812 con lo cual sustentaban una representación nacional adjudicada.
La Junta delegó el poder al Consejo de Regencia, presidido por Iturbide. Al
mismo tiempo, aumentaron las diputaciones provinciales, pero se mantuvieron las
instituciones españolas. En las elecciones quedaron como diputados aquellos que
representaron poderes corporativos, que si bien admiraban a Iturbide, no sabían
de política, aunque otro buen número había tenido experiencia en las Cortes
españolas. Finalmente se forma el Congreso Constituyente e Iturbide queda
subordinado a éste. El resultando conflicto de poderes inmovilizaría a la
nación durante su gobierno: para mantener su administración necesitaba más
recursos que dependían de cambios legales supeditados a los grupos de poder
legislativos. Ante el impasse, Iturbide
disuelve el Congreso el 31 d octubre de 1822, encarcela a los diputados, impone
gravámenes impopulares y surgen grupos de oposición (principalmente en
Veracruz, comandados por Santa Anna) con lo cual pierde el apoyo corporativo
que lo había llevado al poder, incluyendo el de los militares. El emperador
acabo su imperio porque se enfrentó a tres problemas desde el inicio de su
periodo, los cuales no pudo resolver: 1. restablecer el control político y
fiscal sobre su territorio. 2. reclamar la lealtad a una población harta de la
inseguridad y la atomización y 3. crear una base fiscal nueva y estable para
poder pagar el ejército. Iturbide creyó que con su popularidad podría alcanzar
esto, pero las elites criollas esperaban que los liberaran de la tributación
colonial y la demanda de prestamos sin garantías. No darían más dinero al
gobierno y esto acabó por ser la principal barrera de su corto imperio2.
La negativa de las elites a
pagar nuevos impuestos tal vez tuvo que ver con su incapacidad para entender el
concepto de “nación” y de identidad, términos que tal vez no decían mucho a los
habitantes del reino de la Nueva España. En ese sentido, los
editores-impresores de la primera mitad del siglo XIX jugaron un papel
fundamental en la construcción del estado mexicano3.
Estos hombres produjeron un imaginario colectivo con estereotipos creados a
partir de mitos para relacionarlos con ideas específicas de nación y fueron
mediadores culturales del país a través de los materiales impresos que
difundieron. Su objetivo fue impactar en amplios sectores de la población.
Gracias a ellos, los habitantes de la antigua Nueva España lograron
identificarse con una idea de nación o una
idea de México. Esto fue un proceso lento y una reflexión paulatina.
Los intereses de grupo
estuvieron marcados en la Constitución de 1824, con lo cual se reflejaban los
cambios políticos que el nuevo país había vivido en su corta vida
independiente. Su base fue la Constitución de Cádiz de 1812, pero eso no quiere
decir que fuera una copia de la misma. Al contrario, en el texto ya se puede
vislumbrar la evolución de las estructuras españoles que ya existían y la
culminación para que los mexicanos dejaran de ser súbditos de la Corona y
comenzaran a ser ciudadanos de su patria. La Constitución entonces está marcada
por la extensión de soberanía que debían tener las provincias mexicanas. Ahí
reside el nudo de la discusión política de ese momento, pues la carta establece
que el nuevo país tendrá un gobierno nacional. Los grupos de poder de las
provincias y ayuntamientos quieren negociar la extensión de su soberanía dado
que ceden parte de su poder al nuevo gobierno. El Congreso Constituyente de
noviembre de 1823 se divide en cuatro grupos: estadistas radicales que decían
que los estados sólo cedían su poder al gobierno nacional y que eran soberanos;
otros decían que la nación era la única soberana y que las personas, no los
estados, la poseían. Los
diputados, ende, representaban a la gente, no a los estados. Bajo esa lógica,
el Congreso tenía más poder que los congresos estatales; en medio de estos dos
estaban aquellos que debían que ambos compartían la soberanía. (moderados); una minoría centralista se
oponía al federalismo y decían que se necesitaba un gobierno nacional fuerte
para prosperar4. La soberanía era el
punto más debatido: algunos insistían en que fueran los estados, otros el
pueblo. Por lo mismo, y para mantener a raya cualquier intención absolutista,
el texto define las funciones de un poder Ejecutivo que es más bien débil,
divido en un presidente y un vicepresidente (esto cambiaría hasta finales del
siglo XIX). En este momento el Congreso seguía manteniendo el poder e incluso
los secretarios de estado le servían. Puesto que los indígenas no formaban
parte del centro corporativo, su papel estaba aún muy relegado. Fueron
invisibles para los hombres poder, a diferencia de la demás ciudadanía, de la
cual se buscó su instrucción una vez consumada la independencia por ser
necesario para el país5. Los
indios sólo se concebían como individuos, no ciudadanos. Por eso quedaron
excluidos del proceso de construcción nacional. En este momento eran inferiores
social y económicamente.
La lucha entre los grupos liberales y
conservadores también fue una pelea para apropiarse de la historia. Como
aludimos al principio, estaban aquellos, como Lucas Alamán, que encontraban
chocante intentar construir un modelo político republicano sobre bases
históricas coloniales como las mexicanas. Pero además, los conservadores
reprobaron la gesta de Hidalgo cuando los tiempos políticos lo dictaron. El
cura, para ellos, era violento y sólo complicó con su levantamiento un proceso
que se habría dado naturalmente, pues la madurez política y económica de la
Nueva España haría inevitable la autonomía de España. De nuevo, cada grupo
carga con su propia creencia y es necesario sustentarla en oposición al otro:
para los conservadores, la historia de la México empieza con la Conquista, para
los liberales existe desde mucho antes y la Colonia es una época de oscuridad6. La Independencia para algunos es el
resultado de un proceso de maduración natural; para otros, la violenta ruptura
con un pasado colonial que era necesario olvidar. Los opuestos se manifiestan
en Hidalgo, figura reverenciada por los liberales; e Iturbide, a quien los
conservadores consideran el verdadero artífice de la Independencia. Incluso las
celebraciones de septiembre se convirtieron en asunto político: mientras los
gobiernos liberales preferían las del 16 de septiembre que recuerdan el grito
de Dolores, los conservadores consagran la entrada del Ejército Trigarante a la
Ciudad de México del 27 de septiembre. El grito de Dolores es satanizado por
los segundos por ser el comienzo de una lucha de castas que también hirió el
origen español del país. El Plan de Iguala representa para los conservadores el
equivalente del grito: ahí se afirma la sangre española, la lengua castiza y la
religión católica de los padres, en la cual la religión también es cultura7. Incluso ya con el gobierno de los
liberales de la segunda mitad del siglo XIX la educación pública, girando
alrededor de esta dicotomía, se convirtió en un intenso tema de debate8.
La
lucha entre liberales y conservadores continuaría también en la segunda mitad
del siglo XIX. Este segundo lapso ve la Constitución de 1857 radicalizada en
las Leyes de Reforma de 1859-1860. Es así como al
proyecto de una república de corte tradicional (comunitaria y católica) se
opuso en el México de la primera mitad del siglo XIX a la propuesta de una
república liberal que se asemejaba al idea nacional heredado del iusnaturalismo
y de la Revolución francesa9.
1 Alfredo Ávila,
“El gobierno imperial de Agustín de Iturbide” en Will Fowler (coord.), Gobernantes
mexicanos, México, Fondo
de Cultura Económica, 2008, t.1, pp. 30-31.
2 Bárbara Tenenbaum, “Sistema tributario y tiranía: las finanzas públicas durante
el régimen de Iturbide, 1821-1823” en Luis Jáuregui y José Antonio Serrano
Ortega (coords.), Las finanzas públicas en los siglos XVIII-XX, México, Instituto Mora, 1998, p. 213.
3 3 Laura
Suárez de la Torre, “La construcción de una identidad nacional (1821-1855):
imprimir palabras, transmitir ideales” en Nicole Giron (coord.), La
construcción del discurso nacional en México, un anhelo persistente (siglos XIX
y XX), México, Instituto
Mora, 2007, pp.141-142.
4 Jaime E. Rodríguez O. “The Constitution of 1824 and
the formation of the Mexican State” en Jaime E. Rodríguez O (ed.),The
Origins of Mexican National Politics, 1808-1847, Delaware, Scholary Resources, 1997, pp. 76-78.
5 Manuel Ferrer Muñoz y María bono López, “Las etnias
indígenas y el nacimiento de un Estado Nacional en México” en Virginia Guedea
(coord.), La Independencia de México y el proceso autonomista novohispano,
1808-1824, México,
UNAM-Instituto Mora, 2001, pp. 359-364.
6 Tomás Pérez Vejo, “Hidalgo contra Iturbide: la polémica sobre el significado de la guerra
de independencia en el México anterior a la república restaurada” en Moisés Guzmán Pérez, Guerra
e imaginarios
políticos en la época de las independencias, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, 2007, pp. 195-196.
7 Ibid, p. 216.
8 José Antonio Aguilar Rivera, “Inventando la Nación”
en Nexos, publicado
el 1 de mayo del 2013 y revisado el 17 de junio del 2013 en
http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2204086
9 Annick Lempériè, “De la república corporativa a la
nación moderna. México (1821-1860)” en Antonio Annino y François Xavier Guerra
(coords.), Inventando la nación. Iberoamérica, siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
2003, pp. 317-318.
Elementos
básicos de la obra
El
Queso y los Gusanos
El
cosmos según un molinero del siglo XVI
de
Carlo Ginzburg
El choque entre la cultura oral y la
cultura escrita es el tema de discusión principal de esta obra del italiano
Carlo Ginzburg, quien pone como trasfondo de su investigación el encarte
inquisitorial llevado a cabo en el siglo XVI contra el molinero Domenico
Scandella, mejor conocido como Menocchio. La obra, publicada por primera vez en
1976, pertenece a la escuela annalítica de la historia; en este caso, por su extensa
indagación de las condiciones materiales, sociales y psicológicas que dan vida
al mundo y a la cosmogonía de Menocchio por medio documentos de época,
principalmente las actas de sus jueces, e interpretaciones que cruzan lo
netamente documental con los estudios folclóricos, vivos. El texto profundiza
en la vida de las clases subalternas con el acercamiento que el autor hace a la
vida del molinero, que si bien advierte que es un caso extremo, no por eso deja
de ser un valioso representante de una compleja lucha interna entre ideas
religiosas oficiales y la conformación de nuevos pensamientos ligados a su
propio juicio y concepción del mundo, catalogada en ese momento como
heresiarca.
Al autor le interesa
encontrar la relación, si es que existe, entre la cultura de las clases
subalternas de la Europa preindustrial, relegada por siglos como algo de poco
valor, y las clases dominantes. La encomienda se complica por la imposibilidad
de acceder a los recursos orales del pasado popular. Este planteamiento con bases
marxistas toma un nuevo giro en la obra de Ginzburg. Como señala en el prefacio
del libro, quiere conocer hasta qué punto la “cultura primitiva” es subalterna
de una cultura dominante. O por el contrario, es que ¿producen las clases
subyugadas contenidos alternativos? Tal vez, se pregunta, podría existir una
circularidad entre ambos niveles de cultura. La respuesta a estas preguntas es
un poco más compleja. De acuerdo con el autor, las clases subalternas producen
desviaciones de interpretación de los contenidos impuestos desde arriba. El
autor sustentará esta hipótesis con una diversidad de argumentos religiosos
expuestos por Menocchio ante la Santa Inquisición que chocan con el canon
católico. Menocchio ha creado estas ideas a partir de lecturas que él mismo ha
realizado, su propia experiencia vital, los fragmentos de cultura oficial que
conoce y sobre todo la injerencia de un mundo netamente imbuido en la cultura
oral, antiquísima, que aún rodea al molinero. Los estudiosos, agrega, han
relegado esta área de estudio y mucho la han catalogado como simple
“deformación”, pero además, el problema fundamental para el historiador que
decide abordar estos temas es que siempre lo hará de forma indirecta a través
de documentos escritos, pues le es imposible acceder a la cultura oral que ha
cargado con las ideas populares de los campesinos del siglo XVI. Dicha
metodología implica un problema de entrada: para empezar, que los documentos
fueron escritos por individuos vinculados de alguna forma con la cultura dominante
(en esa época la mayoría de los campesinos europeos eran analfabetos; de hecho,
lo era tres cuartas partes de la sociedad); en segundo lugar, que al dejar en
escrito estas ideas, creencias y esperanzas de campesinos y artesanos del
pasado se han agregado filtros intermedios y deformantes.
Ginzburg
propone entonces estudiar no ya la cultura producida por las clases populares, sino la
cultura impuesta a
las clases populares. Otros investigadores ya lo han hecho, pero su enfoque ha
sido defectuoso, continúa el autor, pues se han dedicado a estudiar la
literatura del colportage, aquellos libritos de recetas, santos, o hazañas increíbles que se
vendían en ferias y poblaciones rurales por comerciantes ambulantes para
intentar dilucidar en ellos una visión campesina del mundo atribuyendo a ellas
una total pasividad cultural (Mandrou). Dilucidar la fisonomía de la cultura
popular exclusivamente a través de los proverbios, los preceptos, las novelitas
de la Bibliothèque bleue
es absurdo, sintetiza Ginzburg en su prefacio. Otros han visto en la literatura
del colportage una
expresión espontánea de una cultura popular infiltrada por valores religiosos
en donde la tradición oral no ha dejado huellas (Bollème). Un tercer grupo ha
profundizado en la cultura popular a través de lo plasmado por Rabelais en su Garantúa o Pantagruel , que si bien aporta material
interesantísimo nos deja deseando una investigación directa, sin
intermediarios, del mundo popular (Bachtin). Más novedoso, pero no por eso más
preciso, es el estudio de las clases subalternas que viven una extrañación
absoluta de la cultura (Foucalt). Tal vez exista influencia entre ambos mundos,
clase alta y baja, que converja en nuevos planteamientos circulares. El
molinero protagónico, que si bien es notable porque sabía leer y escribir,
ofrece una ventana al pensamiento popular
del siglo XVI porque nos permite ver las características de su periodo
histórico. No es un campesino típico, advierte, pero esa singularidad nos
revela la cultura de su época y su propia su clase, de la cual “nadie se
escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación”. Y
después agrega:
Como
la lengua, la cultura ofrece al individuo un horizonte de posibilidades
latentes, una jaula flexible e invisible
para ejercer dentro de ella la propia libertad condicionada. Con claridad y lucidez inusitadas Menocchio articuló el
lenguaje de que históricamente disponía. Por ello en sus confesiones podemos rastrear, con una facilidad
casi exasperante, una serie de elementos convergentes,
que en una documentación análoga contemporánea o algo posterior aparecen dispersos o apenas mencionados. Ciertos sondeos
confirman la existencia de indicios que nos llevan
a una cultura rural común. En conclusión: también un caso límite (y el de Menocchio
lo es) puede ser representativo1.
La riqueza del análisis de sus
testimonios está en el enfoque cualitativo. Al leer libro nos damos cuento de
que en el pensamiento de Menocchio existe un desfasamiento, completamente
involuntario, entre las obras que lee y la manera en cómo las interpreta. Esto
nos deja ver, señala el autor, el desfase entre los textos de la literatura
popular y el modo en que los leían los campesinos y artesanos. La clave es que
las actitudes del protagonista no son reducibles a un solo libro, sino que sus
afirmaciones provienen de vestigios antiguos, tradiciones orales, que se
remontan a un pasado casi indescifrable. Con cautela, Ginzburg afirma que no
existe una sola cultura campesina preindustrial dilucidable a través de elaboraciones
colectivas, sino que este caso, al igual que cualquier estudio que intente lo
mismo, es valioso por su singularidad.
El
periodo histórico que vive nuestro protagonista es particularmente interesante.
Confluyen la cultura de la imprenta y la Reforma. Lo escrito le permite
confrontar libros con su tradición oral en la que se había criado y le
facilitan la expresión de un conglomerado de ideas que siente en su interior.
La Reforma le permite comunicar sus ideas religiosas y de clase al cura del pueblo,
a sus paisanos, a los inquisidores, y, si hubiera podido, al clero que siente
como aplastante en su posición de clase dominante, señala Ginzburg. Comenzamos
a ver, entonces, que la gigantesca ruptura que supone el fin del monopolio de
la cultura escrita por parte de los doctos y del monopolio de los clérigos
sobre los temas religiosos había creado una situación nueva y potencialmente
explosiva. Ante la posible convergencia de ideas entre las clases populares y
las altas, la Contrarreforma inicia una época altamente caracterizada por la
rigidez jerárquica, el adoctrinamiento paternalista de las masas, la
erradicación de la cultura popular, la marginación más o menos violenta de las
minorías y los disidentes2.
Menocchio, para Ginzburg, es un eslabón perdido de un mundo oscuro, de una
cultura que fue destruida.
¿Cuál
era la cosmogonía de Menocchio y por qué fue acusado por primera vez por la
Inquisición en 1583? Gracias a los
documentos del proceso en su contra que aún existen, sabemos que nació en 1532
en el pueblo de Montereale, entre las colinas de Friuli, cercas de los Alpes
del Véneto. Era padre de siete hijos y sus actividades eran las de molendero, carpintero, serrar, hacer
muros y otras cosas, pero fundamentalmente trabajaba como molinero y vestía las
prendas tradicionales del oficio: bata, capa y gorro de lana blanca. En su
pueblo convive una sociedad con características arcaicas muy marcadas. Las grandes familias feudales ejercen
un fuerte poder en la religión y el poder efectivo lo tienen los lugartenientes
venecianos sobre un antiguo parlamento medieval que aún sostiene facultades
legislativas. Hay dos fuerzas en partidos opuestos: los zamberlani, favorables a Venecia y los strumieri, hostiles a esa ciudad. En medio de
estas pugnas hay una intensa lucha de clases. En el campo alrededor del pueblo
se reunían campesinos en “conventículos” que mataron a nobles en una
sublevación de 1511, algunos décadas antes del nacimiento del molinero. El
movimiento fue aplastado pero la violencia amedrentó a la oligarquía veneciana
y con eso se esbozó una política de contención de la nobleza friulana. Desde
1511, refiere Ginzburg, se acentuó la tendencia veneciana de apoyo a los
campesinos de Friuli frente a la nobleza local. Se forma entonces la Contadinanza, un órgano que ostentaba funciones no
sólo fiscales, sino también militares, y a través de las llamadas ‘listas de
hogares’ recaudaba una serie de tributos, y mediante el reclutamiento de
campesinos echado a suerte, organizaba una milicia rural con base local. Así, el autor encuentra un vínculo
entre los campesinos y el poder veneciano como contrapartida a la nobleza
local. Las tensiones entre ambos grupos y sus tributaciones provocan la pobreza
del pueblo y sus habitantes, con el tiempo, migran hacia Venecia.
Con
ese entendimiento del mundo que habita Menocchio, sabemos que el 28 de
septiembre de 1583 es denunciado al Santo Oficio pronunciar palabras heréticas
e impías, una propuesta muy grave en ese momento. Los testigos lo acusaron de
hacer proselitismo de ideas religiosas contrarias al canon y de difundir ideas
que criticaban el orden social del momento, en donde los prelados “nos tienen
dominados” pero ellos “se la pasan bien”. Además, decía que conocía a Dios
mejor que ellos, sostenía que blasfemar no era pecado ( “Cada uno hace su
oficio, unos aran, otros vendimian, y yo hago el oficio de blasfemar”) y que
creía en un dios casi panteísta:
“El
aire es Dios... la tierra es nuestra madre…¿quién os imagináis que es Dios?
Dios no es más que un hálito, y todo lo
que el hombre pueda imaginarse…todo lo que se ve es Dios, y nosotros somos dioses…el cielo, tierra, mar, aire,
abismo e infierno, todo es Dios…qué creéis, ¿que Jesucristo nació de la virgen María?; no es posible que le haya
parido y siguiera siendo virgen: puede
que haya sido algún hombre de bien o el hijo de algún hombre de bien”3.
Las autoridades locales se enteran. Un
tribunal eclesiástico lo cita. Pero el 4 de febrero de 1584, visto el curso que
tomó la instrucción sumarial, el inquisidor fray Felice da Montefalco, lo hace
arrestar y llevar esposado a la cárcel del Santo Oficio de Concordia. El 7 de
febrero sufre un primer largísimo interrogatorio. Ahí expande sus ideas y nos
revela el sentido del libro de Ginzburg:
“Yo
he dicho que por lo que yo pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra,
aire, agua y fuego juntos; y aquel
volumen poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se forman gusanos, y éstos fueron los
ángeles; y la santísima majestad quiso que aquello fuese Dios y los ángeles; y entre aquel número de ángeles también
estaba Dios creado también él de aquella
masa y al mismo tiempo, y fue hecho señor con cuatro capitanes, Luzbel, Miguel,
Gabriel y Rafael. Aquel Luzbel quiso
hacerse señor comparándose al rey, que era la majestad de Dios, y por su soberbia Dios mandó que fuera
echado del cielo con todos sus órdenes y compañía;
y así Dios hizo después a Adán y Eva, y al pueblo, en gran multitud, para
llenar los sitios de los ángeles echados.
Y como dicha multitud no cumplía los mandamientos de Dios, mandó a su hijo, al cual prendieron los judíos
y fue crucificado”4.
Después
agregó críticas contra el latín por ser una herramienta de dominación de los
ricos contra los pobres que no la entienden, lo que los obliga a buscar un
abogado para defenderse. También señaló que no cree en los sacramentos por ser
mercancías, salvo la eucaristía, que tocaba en la hostia al Espíritu Santo y
separa a los hombres de los “bichos”, según Menocchio, lo cual iban en contra
de lo establecido por la Iglesia.
La misa y la eucaristía son para el molinero factores civilizatorios,
advierte Ginzburg. La lista continúa: despotrica contra la estructura
eclesiástica por su agobiante poder, no cree en las reliquias ni imágenes y
rechazaba que Cristo hubiera muerto para redimir a la humanidad. Menocchio sabe
bien que existen superiores y pobres y que el pertenece al segundo grupo.
Critica más severamente a las autoridades religiosas que a las políticas porque
“todo es de la Iglesia” y ésta “aplasta a los pobres”5
con la solidez de la propiedad eclesiástica que contrasta con la pobreza
campesina.
Las
ideas que rebotan violentamente en el pensamiento de Menocchio vienen de varios
libros que le fueron prestados, como él mismo lo refiere, o que él mismo
compró. La mayoría son religiosos: la Biblia en lengua vulgar, El Florilegio
de la Biblia que
combinaba aspectos canónicos y comentarios religiosos con evangelios apócrifos,
Il Lucidario della Madonna, Il Lucendario de santi, Historia del Giudicio, Il cavallier Zuanne de Mandadilla, Il Sogno dil Caravia, y los que se añaden en el segundo
proceso que se lleva a cabo contra el molinero, quince años después del
inicial: Il Supplimento delle cronache, Lunario al modo di Italia calculato composto
nella citta di Pesaro dal eccmo. dottore Marino Camilo de Leonardis, el Decamerón de Boccaccio y, un libro que muy
probablemente sea el Corán. Pero más importante que el texto es saber cómo los leía, dice Ginzburg. El tamiz que le
da Menocchio a la lectura nos
remite continuamente a una cultura distinta de la expresada por la página
impresa: una cultura oral6. Fue la página impresa con la cultura
oral, de la que era depositario, lo que indujo a Menocchio a formular —primero
a sí mismo, luego a sus paisanos, y hasta a los jueces— ‘las opiniones...
sacadas de su cerebro’, concluye el autor. Menocchio resalta el sentido de
ciertos detalles sobre otros en esas lecturas, tal como sucede cuando explica
que la Virgen María no era inmaculada a partir de lo que había leído en Lucidario
della Madonna y visto en
los frescos de la iglesia de san Rocco de Montereale. María se encuentra al
lado de otras “virgencillas”. Al interior de la mente del protagonista hay
entonces un rompimiento en donde se efectúan fusiones, transposiciones y las
plasma en palabras y frases. Hay una reelaboración original que no viene de un
vacío. En su cerebro confluyen corrientes doctas y corrientes populares. Entre
la página impresa y la cultura oral se forma una mezcla explosiva, tal como
vemos en el extracto del interrogatorio que el autor incluye en su libro. La
experiencia cotidiana del nacimiento de gusanos en el queso putrefacto servía a
Menocchio para explicar el nacimiento de seres vivos —siendo los primeros, los
más perfectos, los ángeles— a partir del caos, de la materia «espesa e
indigesta», sin recurrir a la intervención divina7.
En opinión de Ginzburg, Menocchio vive en primera persona el salto histórico
que separa el lenguaje gesticulado y oral de lo cristalizado sobre el papel. El
primero es casi una prolongación del cuerpo, el otro, una cosa de la
mente. La hegemonía de cultura
escrita sobre cultura oral fue fundamentalmente una victoria de la abstracción
sobre el empirismo y, en el case límite del molinero, revela que es sumamente
complejo intentar definir lo que comprende una cultura popular de la Europa
preindustrial, a pesar de que la época es una de profundos cambios
subterráneos, en ambas direcciones, entre la cultura alta cultura y la cultura
popular8. En la gran mayoría de los casos, como
le sucedió al mismo Menocchio, las evidencias simplemente fueron destruidas.
1 Carlo
Ginzburg, El Queso y los Gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Ed. Océano, México, 1998, p. 25.
2 Ibid, p. 30.
3 Ibid, p. 39.
4 Ibid, p. 41.
5 Ibid, p. 55.
6 Ibid, pp. 77-78.
7 Ibid, p. 106.
8 Ibid, p. 201.
William H. Prescott
Un análisis historiográfico de su obra
Historia de la Conquista de México
El historiador bostoniano William H. Prescott condensa
en su Historia de la Conquista de México el
espíritu ilustrado con el romanticismo propio del momento que le tocó vivir. Es
una obra que se ha convertido en un referente para los historiadores
anglosajones y un documento clave para entender la formación de México desde el
punto de vista distinto al de los historiadores nacionales. El texto, como
veremos en este ensayo, sintetiza una visión romántica de los personajes
principales bajo una estructura ilustrada, y si bien contiene juicios de valor
netamente decimonónicos, no por eso deja de ser un libro rebosante de datos
cruciales sobre la historia de México.
Antes que nada ¿cuál es la circunstancia de
vida de Prescott? Su fecha de nacimiento nos da varios indicios interesantes
sobre el doble espíritu que vive en la obra más importante del autor. Nacido en
Salem, Massachussets, en 1796, en el seno de una familia acomodada, Prescott se
establece en Boston a partir de 1808 y estudia en Harvard. En esa universidad
pierde el ojo izquierdo en un accidente y se gradúa en 1814, con mucho trabajo,
como historiador. Al graduarse se va a Europa para hablar con distintos médicos
e intentar curar su vista, pero el viaje tiene el doble efecto de despertar su
curiosidad intelectual, algo que sucedía con frecuencia con los viajes al viejo
continente que realizaban los pensadores del siglo XIX, pues la travesía les
ofrecía amplitud de miras en relación a sus realidades caseras. Como
intelectual, Prescott admira a Walter Scout, Chateaubriand, y de Benjamín,
todos románticos. Además, siguiendo la tradición de ese movimiento que resalta
las emociones del hombre, Prescott aprende griego y latín y otras idiomas. El
punto clave de sus años formativos en Harvard sucede cuando conoce al académico
George Ticknor, quien lo acerca al mundo hispánico. Este encuentro fue
fundamental para Prescott, pues en 1837 ya había escrito Historia del reinado de
los reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel, su primer libro sobre el mundo español.
Además del texto que aborda este ensato, Prescott escribió Historia de la
Conquista de Perú (1847) y dejó incompleto su Historia del reinado de Felipe II, Rey
de España
(1855-1858). En su vida también
influye el álgido periodo del inicio independiente de Estados Unidos, en donde
se conjuntan los designios del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. En este
momento, que se comparte con los años formativos de nuestro autor, se fundan
los principios políticos del orden interno de la nueva nación, comenzando con
la guerra contra Inglaterra de 1812. El Destino Manifiesto, cuyas bases
existían desde el siglo XVII, se aplica en la realidad con la adquisición de
Luisiana (1803), la anexión de la Florida (1819), y el agresivo expansionismo
hacia el Oeste del territorio americano. Hacia el final de la vida de Prescott,
Texas se une a los Estados Unidos (1845) y se vive una guerra con México
(1846). El ambiente interno de los Estados Unidos es uno de tensión. Los
estados del norte tienen una cultura muy distinta a los del Sur, en donde
impera el esclavismo, lo que llevaría a una guerra civil entre ambos poco
después de la muerte de Prescott en 18591.
Ahora,
¿por qué el bostoniano es considerado como el historiador anglosajón más
importante en temas hispánicos? Para empezar, está el uso que hace de las
fuentes en su magna obra, publicada en 1843 tras cinco años de trabajo, la cual se expande a lo largo de dos
volúmenes y más de mil páginas. El autor hace un uso sistemático, ordenado,
científico y reiterativo de las obras con las cuales fundamenta su escritura
del choque entre el mundo prehispánico y la llegada de los españoles. Sus
libros de referencia favoritos son Bernal Díaz del Castillo y su Historia
Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Historia de México de Francisco Xavier
Clavijero, Cartas de Relación del propio Hernán Cortés,
Sahagún y su Historia general de las cosas de Nueva España, además de otros documentos
primarios de la época colonial que incluye en el apéndice de su obra. La obra
del norteamericano debe mucho en estructura al Ensayo Político del Reino de
la Nueva España
de Humboldt, los capítulos están organizados de forma temática y cronológica, y
las descripciones de la vida prehispánica son prolijas. Cabe señalar que la
obra de Prescott es especial por la temática en sí. Al momento de la aparición
del libro, los principales historiadores del país se habían focalizado en
aspectos más recientes de la historia nacional, notablemente la independencia y
el proceso de la formación política del país a partir de ese hecho. Es por eso
que el libro del bostoniano hiere algunas de las sensibilidades de los lectores
decimonónicos y, sin duda, también de los mexicanos actuales: en el devenir de
la historia, los indios son sólo una fase del camino que la nación mexicana
debe pasar para llegar hasta donde se encuentra al momento de la redacción del
texto: una síntesis de lo europeo con lo prehispánico, en donde lo primero
tiene ventajas claras, objetivas, materiales y espirituales, sobre la vieja
estructura indígena, la cual, según nuestro autor, se empeña en vivir en
condiciones miserables, desaprovechando las bondades que trae la civilización.
La modernidad en el caso de México viene de los hispanos.
Estados
Unidos ha vivido un proceso interesante de acercamiento a la cultura española.
Desde el siglo XVII su interés principal se centró en sus fuentes literarias.
Sin embargo, al igual que Prescott, otros escritores participaron
en la construcción del mito de la España romántica. De esta corriente no ha
habido libro más duradero que el famoso Tales from the Alhambra de Washington Irving. Publicado en 1831, sigue a la venta casi
dos siglos después con ediciones sucesivas2.
Prescott es, al lado de ese otro enorme autor, el hombre que hizo de España un
país de reinos y estructuras monárquicas opuestas a todo lo que los Estados
Unidos ya eran cuando el bostoniano escribió su Historia de la Conquista de
México. Mientras que América ve hacia adelante
con la razón, con una estructura republicana y novedosa, España es fanática en
su religión, anquilosada en su monarquía. Este versión de la península
encontraría eco en las caricaturas publicadas durante la guerra del 1898, cuando
se dibujaba a España como un torero decrépito de barba blanca, un símbolo del
pasado, sin vigor para afrontar el presente3.
En el siglo XX, al igual que en el tiempo en que Prescott redactó su obra, el
estudio del hispanismo se consideraba un tema exótico, accesible sólo para una
elite. Esto cambiaría con durante la revolución española de 1934, cuando la
prensa cubrió el conflicto, pero sólo de forma superficial. La verdad es que
España, en la mayor cantidad de los casos, ha sido vista por los Estados Unidos
como un país más de Suramérica. El interés político de los asuntos españoles ha
fluctuado en Washington en relación con las guerras europeas y los cambios de
gobierno de Franco hacia la democracia (y su consecuente impacto económico),
pero este interés siempre ha sido tangencial o, en el peor de los casos,
simplemente turístico-solar. Los especialistas en cultura española de las
universidades estadounidenses, aunque tuvieron un breve periodo de fama en los
60 y 70, como dijimos más arriba, son más bien personajes que no han adquirido
enorme fama porque su área de interés es demasiado específica y muy ajena a la
realidad actual y a los procesos políticos que han vivido los norteamericanos.
Dicho eso, es doblemente notable el esfuerzo de Prescott por hacer de este tema un asunto relevante en la
academia de su país. Su obra es un referente, hasta este día, para aquellos
incipientes historiadores que buscan entender el mundo desde el punto de vista
estadounidense, no sólo aquellos que estudian el hispanismo. Por arriba de
todas estas consideraciones externas, no podemos olvidar que Prescott nunca
viajó a México antes o durante la redacción de su obra. El autor ve en los
documentos la historia más poética jamás contada, de acuerdo con sus propias
palabras. Sus críticos, por el contrario, señalan que este punto no puede ser
soslayado y afecta claramente en la subjetividad que el autor imprime a la
descripción de la cultura indígena, en particular cuado se refiere a ellos
desde su tiempo y circunstancia: los indios siguen en su pobreza porque quieren
y porque la historia así lo ha decidido, una afirmación problemática para
cualquier persona que haya visitado el país, aún a mediados del siglo XIX. El
problema no es tan simple. Otro contraste con los historiadores mexicanos
contemporáneos del bostoniano: mientras que nacionales idealizan el pasado
indígena, Prescott lo ve como una etapa de la historia de México. Ende, la
historia es un avance continuo hacia el Progreso tutelado por la Providencia y
todo aquello que interfiera con ese camino inevitable debe ser mal visto.
El lenguaje de la obra analizada es rico, con una especie de tensión
novelada que lo hace muy agradable a la lectura. La estructura interna de la
obra es romántica, con personajes que representan polos distintos para la
historia de México. Por un lado, Moctezuma personifica a la antigua sociedad
mexica y se encuentra en oposición directa a Cortés, quien, por su hazañas y su
linaje europeo es el gran héroe del libro. Esto no quiere decir que los personajes
sean planos. Al contrario, la profundidad de la obra reside en la complejidad
que Prescott da a los dos grupos para entender las motivaciones de cada uno.
Los indios viven un gobierno sui géneris, una monarquía que se apoya en la
opinión de cuatro nobles, quienes también son electores. Esto ya representa un
avance civilizatorio de los pueblos de Anáhuac. Para el autor, hay grados de
civilización y las comparaciones de los mexicas con otras grandes
civilizaciones del pasados, otro rasgo romántico, son frecuentes en toda la
obra. En su texto compara a los mexicanos con los egipcios, aunque éstos
lograron mayores logros. Los griegos también son extrapolados, en especial por
su desarrollo artístico, en donde los reyes texcocanos Nezahualcóyotl y su hijo
Nezahualpili están a la altura de la poesía helénica (a Texcoco también lo
admira por su sistema judicial, seudo parlamentario, aunque aún lejos de una
sociedad moderna y occidental). Los de Anáhuac son inferiores a los Inca, pero
claramente superiores a los pueblos indígenas de la América Septentrional, los
cuales para el autor son hordas sanguinarias e ignorantes porque nunca han
querido integrarse a la civilización estadounidense. Los indios que aún viven
en Estados Unidos, opina, no entienden los conceptos blancos para mejorar su
vida. Mientras los europeos que llegaron a las trece colonias hicieron avanzar
la civilización, los indígenas se estancaron y se fueron al bosque. Esto,
recalca Prescott, no sucedió en México. Los indios del territorio de Anáhuac
son superiores a los grupos del norte . Los resultados están a la vista de
todos, en la materialidad de sus obras. Por eso, la edad de oro de los pueblos de Anáhuac
fue la tolteca en cuanto a sus logros en arquitectura y mecánica; después
siguen los texcocanos por su despliegue intelectual. Su monarquía fue superior
a cualquiera otra de su tiempo. Los aztecas, además, eran similares en cuanto al desarrollo de las civilizaciones
asiáticas, mientras que los texcocanos eran más refinados. Esa inclinación hacia
lo sensible se da gracias al rey Nezahualcóyotl y su hijo. Mientras que
Moctezuma es supersticioso y afecto a extender en demasía el poder de los
sacerdotes, Nezahualcóyotl es más refinado. La
decadencia del primero está ligada, chez
Prescott, en este punto. Moctezuma descuido sus funciones militares y de
gobierno, lo que preparó la Conquista de los españoles. La religión de los
azetcas, en tanto, es la principal causa de sus desgracias. Los aztecas son un
pueblo de guerrero y sacerdotes, pero ese enorme poder que se le dio a los
asuntos religiosos representa el fanatismo decadente de una civilización que no
se puede calificar como moderna. Los sacrificios, en particular, son
incomprensibles para Prescott, un protestante liberal:
El culto azteca era notable
por lo escrupuloso de su ceremonial, y disponía favorablemente a los que lo
profesaban para admitir el pomposo y brillante ritual de la religión romana; no
fué difícil pasar de las fiestas y ceremonias de una religión, a las fiestas y
ceremonias de la otra; transferir el culto a los ídolos espantosos de aquel
culto, a las bellas imágenes en pintura y escultura que adornaban la catedral
cristiana. Verdad es que los convertidos comprendían mal los dogmas de su nueva
fe y aún menos comprendían su verdadero espíritu; pero si el filósofo se ríe al
ver esta conversión, más bien de forma que de substancia, el filántropo debe
consolarse al considerar cuánto ganaron la humanidad y la moral con la
sustitución de ceremonias inmaculadas y pacíficas en vez de los cruentos y
abominables sacrificios de los aztecas4.
Aún con
estas severas críticas a los pueblos de Anáhuac, el autor dedica grandes
descripciones a la vida y los asuntos indígenas que considera relevantes. Es
una visión en donde los españoles llevan la mejor parte, sí, pero en donde
también se aprecia el valor de una cultura que tenía aspectos redimibles, así
como los tenía el propio Moctezuma:
Tales ejemplos de
desacato eran rarísimos; los modales suaves y amables de Moteuczoma, y sobre
todo, su liberalidad, que con el vulgo es la más popular de las virtudes,
hicieron que fuese generalmente amado de los españoles. La arrogancia que le
había caracterizado en sus días de prosperidad, le abandonó en la adversa
fortuna. Su carácter, parece que sufrió con el cautiverio un cambio algo
parecido al que experimentan los animales feroces de los bosques, cuando se ven
entre las rejas de una jaula El
monarca indio conocía el nombre y calidad de todos y cada uno de los españoles,
y a algunos les mostró singular afecto; consiguió del general que le sirviera
de paje uno llamado Orteguilla, que a fuerza de estar cerca de Moteuczoma,
llegó a aprender la lengua mexicana lo bastante para servir útilmente a sus
compatriotas. Moteuczoma se complacía en tratar con Velázquez de León, capitán
de su guardia, y con Pedro de Alvarado, Tonatihu o el sol, como le llamaban los
aztecas, a causa de su rubia cabellera y de su brillante armadura. ¡La claridad
del día suele ser a veces el preludio de una horrible tempestad!5
Siguiendo
esta lógica romántica en donde se glorifican las acciones de los grandes
hombres, Prescott guarda un lugar especial para Hernán Cortés, sin duda el
hombre más importante de su obra. Cortés y el grupo de españoles que lo
acompañó en su primer viaje a la Nueva España es aventurero, valeroso. Su
hazaña no tiene parangón en la historia, pues apenas un puñado de hombres fue
suficiente para conquistar a una civilización entera. Estos hombres, para
Prescott, son notables y el más notable de todos ellos es su capitán, quien
aquí describe en los años posteriores a la conquista de México, cuando se
dispone a navegar por el Pacífico y descubrir que hay al norte del territorio
central indígena:
Mas, como este tranquilo
género de vida no satisfacía su espíritu inquieto y aventurero, buscó
entretenimiento, usando del nombramiento en que se le permitía explorar los
misterios del grande Océano del Sur. En 1515» dos años antes de su vuelta a
España, había enviado una escuadrilla a las Molucas. La expedición fué seguida
de algunos resultados ventajosos; mas como no pertenecen a Cortés, su narración
encontrará lugar más a propósito en los anales marítimos de España, donde ya ha
sido hecha por la misma mano maestra que tanto ha trabajado por ilustrar, sobre
este punto, la historia de su patria…. Finalmente habíanse explorado hasta los últimos
ancones del golfo de California, o del Mar de Cortés, como lo llaman los
españoles en honor de su gran descubridor; y se había demostrado que en vez del
paso que se suponía existir hacia el Norte, este océano incógnito estaba
encerrado entre los brazos del gigantesco continente. Tales fueron los
resultados de aquellas expediciones, que habrían bastado a saciar la ambición y
a formar la gloria de un hombre común6.
Cortés es el
héroe que amerita el uso de adjetivos en una obra que, en su estructura más
clara, es ilustrada, en vista de su cientificidad argumentativa. Pero detrás de
ese compendio de trabajo racional se vislumbran claramente las emociones y
subjetividades que animaron al autor a redactar su texto bajo un punto de vista
romántico, oponiendo dos mundos, con dos figuras centrales que representan la
mejor síntesis de cada uno.
No es sorpresa que el trabajo de Prescott sea
un documento de referencia obligatoria en la historiografía nacional al día de
hoy. Su legado lo encontramos claramente en la Historia de Méjico de Lucas Alamán, quien también admira a Cortés y describe a los
españoles como el pueblo que trajo la civilización al territorio nacional. La
diferencia más clara está en el tratamiento que ambos dan a los indígenas y a
la religión católica: mientras que para Alamán los indígenas son casi
invisibles, para Prescott representan los aspectos negativos de un pueblo
primitivo que, aunque desfasado, otorga elementos sincréticos al México
contemporáneo. El catolicismo es factor de unión para Alamán; para Prescott,
liberal protestante, por el contrario, es un religión que puede llegar a
fanatismos peligrosos, tal como lo evidenció durante la Inquisición. La
influencia de la obra del bostoniano también llega al ejército estadounidense,
el cual aprovechó las detalladas descripciones de México para su invasión
decimonónica. En México, llamó la atención a José Fernando Ramírez, Joaquín
García Icazbalceta, Manuel Orozco, Manuel Larrainzar, Alfredo Chavero, Justo
Sierra, Genaro García y Carlos Pereyra, pensadores que apreciaron la rigurosa
estructura que el estadounidense imprimió en su obra7.
1 Alicia Mayer, “William H. Prescott” en Ortega y Camelo (coords.) El Surgimiento de la Historiografía Nacional, UNAM, México, 1997, pp. 447-449.
2 Stanley G. Payne, “Los Estados Unidos y España: Percepciones, imágenes e intereses” en Cuadernos de Historia Contemporánea, Vol. 155 2003, 25, Universidad Complutense de Madrid, España, p.155.
3 Ibid, p.156.
4 William H. Prescott. Historia de la Conquista de México, Tomo II. Ediciones Mercurio, Madrid, sin año de publicación, p. 516.
5 Ibid, p. 12.
6 Ibid, pp. 571-575.
7 Mayer, Op.Cit, p. 452.
DOCUMENTOS CITADOS
PAYNE, S. “Los Estados Unidos y España: Percepciones, imágenes e intereses”
en Cuadernos de Historia
Contemporánea, Vol. 155 2003, 25 155-167,
Universidad Complutense de Madrid, España.
MAYER, A. “William H. Prescott” en Ortega y Camelo (coords.) El
Surgimiento de la Historiografía Nacional, UNAM,
México, 1997, pp. 447-468.
PRESCOTT, W.H. Historia de la Conquista de México, Tomo II. Ediciones Mercurio, Madrid, sin año de publicación.
LUCAS ALAMÁN
LOS AÑOS PREVIOS AL LEVANTAMIENTO DE HIDALGO
IDEAS CENTRALES DE SU OBRA
HISTORIA DE MÉJICO, VOLUMEN I
Una presentación en PowerPoint de estos apuntes puede ser vista aquí.
Opinión sobre la lucha rebelde: No fue una guerra de nación a nación fue un levantamiento de la clase proletaria contra la propiedad y la civilización.
Se opuso a las transformaciones que rompen la continuidad, pero no a la Independencia en sí. En las Cortes de Madrid luchó activamente por la Independencia.
La historia es de los grandes acontecimientos, la de los grandes hombres. Son los hechos los que han cambiado el destino de las naciones. La conquista y la independencia son estos dos momentos para México. La historia universal tiene un sentido determinado, una razón extrahumana que la guía (Providencia).
- Sobre la abdicación de Bayona, refiere que no había ejemplar similar en la historia de la monarquía española, lo que causó movimientos insospechados en el imperio. (p.163)
- Tiene una fuerte aversión criolla. Es regalista hispánico ilustrado. Para Alamán, la época de oro de la Nueva España fue la borbónica de Carlos III, es decir, cuando España intentó trasnformar el virreinato en una colonia moderna.
- Para Alamán, esto se debió a la visita que hizo José de Gálvez.
- Refiere: el despotismo del monarca hizo cesar el de los agentes subalternos, y desde entonces no ven en estos aquellos actos arbirrarios que se suelen encontrar en la historia de los virreyes de Méjico del siglo XVII (p. 85)
- El problema es que los criollos no han sabido conservar la riqueza de sus padres europeos a causa de su "educación viciosa y su propensión al ocio". Lo ocioso estaba en los estudios que los conducían a la Iglesia o a la abogacía. Luego de eso echaban al trabajo flojo de una oficina que le diera escasos medios para subsistir (p.10)
Sobre el inicio de la independencia, seña que arrancó a la N.E. de "profundo sosiego y dulce paz".
Conoce y trata a Hidalgo en Guanajuato antes de la lucha
Le dice "El Zorro" por taimado y derrochador, jugador y mujeriego. Se dejó vencer por el amor propio. Alamán ve a Hidalgo en Guanajuato conviviendo con sus primos y describe que ninguno se imaginaba lo que sucediería despuñes. (p. 22)
El 26 de mayo de 1810, la regencia española decrretó la abolición de los tributos de los indios. En octubre de ese año, el virrey Venegas hizo extensiva esa gracia a las castas.
Alamán dice que la abolición de los tributos por parte de Riaño el 26 de septiembre de 1810 en Guanajuato fue una concesión al miedo de un levantamiento. Esto originó chistes y burlas y opuso a la plebe en favor de Hidalgo.
Antes de entrar a la lucha, expone los antecendentes de la riqueza de Guanajuato (se basa en Humboldt), la nobleza de caracter del intendete Riaño y la probidad de sus habitantes.
Opnión de los virreyes de 1808-1810: Iturrigaray, un corrupto; Garibay, hombre de corta capacidad; el arzobispo Lizana y Beaumont no corrió suerte en un momento de gran agitación.
Compara al México antiguo con la Italia del siglo de Oro. La maquina del virreintao funcionaba adecuada y regularmente y podia autoregularse. Pero la adopción en España de las ideas ilustradas y los principios de la Rev. francesa tuvieron consecuencias desastrosas para sus posesiones en América. La maquinaria de la administración de las Indias se destruyó de un solo golpe con las Cortes de Cádiz.
Causas de la Independencia: indirectamente y menor grado la independencia de EEUU, la revolución francesa y los escritos de la ilustración. La Inquisición, por lo tanto, persiguió con mayor celo a los criollos y peninsulares en las colonias, lo que creo más descontento, e incluso se dieron intentos de revuelta (indio Mariano).
Medidas erroneas en las colonias: la consolidad de los Vales Reales, lo que provocó la ruina de comerciantes y agricultores que le debían dinero a la Iglesia. Esto aumento el descontento de propietarios y del clero. También, que Humboldt había dado un concepto de riqueza exagerado en la nueva nación.
Fuentes: Antonio Annino. "El ocaso del patriotismo criollo en México" en Historiapolitica.com, Moisés Gonzalo Navarro. "Alamán e Hidalgo" en XXX, y Enrique Plasencia de la Parra. "Lucas Alamán"en Ortega y Camelo (coords.) El surgimiento de la Historiografía Nacional. UNAM, México, 1997, pp. 307-348
Doré y su caperucita
Robert
Darnton
Elementos
Básicos de su obra
La
gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura
francesa
Este texto abordará los
puntos centrales de dos capítulos seleccionados del libro La gran matanza de
los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa del historiador cultural estadounidense
Robert Darnton (Nueva York, 1939), un referente de los nuevos caminos que ha
tomado la escuela annalítica de la historia. Aquí trataremos de forma sucinta los planteamientos
esenciales del texto de Darnton con ejemplos específicos de los dos primeros
capítulos: “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca” y “La
Rebelión de los obreros: la gran matanza de los gatos de la calle Saint-Séverin”.
De entrada, dejaremos en claro que el libro investiga la forma de pensar en
Francia en el siglo XVIII.
Pero, ¿qué significa para el
autor hacer historia cultural y cómo se relaciona esto con la historia de las mentalités? Darnton es muy claro al respecto: la
historia de las mentalidades es la historia de la cultura porque trata a la
civilización como lo hacen los antropólogos. Es historia con espíritu etnográfico.
La cultura no sólo se escribe con C mayúscula, es mucho más amplia. “Donde el
historiador de las ideas investiga la filiación al pensamiento formal de los
filósofos, el historiador etnográfico estudia la manera como la gente común
entiende el mundo. Intenta investigar su cosmología, mostrar cómo la gente
organiza la realidad en su mente y cómo la expresa en su conducta. No trata de
encontrar un filósofo en el hombre de la calle, sino descubrir por qué la vida
callejera requiere una estrategia. Actuando a ras de tierra la gente común
aprende la ‘astucia callejera’, y puede ser tan inteligente, a su modo, como
los filósofos. Pero en vez de formular proposiciones lógicas, la gente piensa
utilizando las cosas y todo lo que su cultura le ofrece, como los cuentos o las
ceremonias”, escribe el autor en la introducción de su obra1.
En este marco, los textos se vuelven ricas fuentes que nos permiten abrevar de la
cultura popular del pasado. En concordancia con la escuela clásica de los Annales, nuestro autor pone la mira sobre las
clases subalternas, no necesariamente los grandes políticos del siglo XVIII
francés. Los documentos y los archivos se convierten en ventanas indispensables
para analizar los significados que no conocemos. Esta es la hipótesis central
del libro. No todo es texto, advierte, hay que entender que la expresión
individual se manifiesta a través del idioma en general, pero aprendemos a
clasificar las sensaciones y a entender el sentido de las cosas dentro del
marco que ofrece la cultura. Por ello, agrega, debería ser posible que el
historiador descubriera la dimensión social del pensamiento y que entendiera el
sentido de los documentos relacionándolos con el mundo circundante de los
significados, pasando del texto al contexto2.
La cultura modela la manera de pensar, y si bien no se pueden utilizar los
documentos para tipificar el pensamiento del siglo XVIII, éstos sí nos pueden
ayudar para adentrarnos en él, aún tomando ejemplos específicos de ese periodo.
La
hipótesis del primer capitulo, “Los campesinos cuentan cuentos: el significado
de Mamá Oca”, es la siguiente: “a pesar de las distinciones de rango social y
de las particularidades geográficas que permearon a la sociedad del Antiguo Régimen,
los cuentos comunicaron rasgos, valores, actitudes y una manera de interpretar
el mundo particularmente francesa”3. Y después
agrega:
“Los campesinos del Antiguo Régimen
trataban de entender al mundo, en toda su confusión creciente y susurrante, con
los materiales que tenían a la mano. Estos materiales incluían un vasto
repertorio de cuentos derivados de la antigua cultura indoeuropea. Los
narradores campesinos de cuentos no sólo los consideraban divertidos,
aterrorizadores o funcionales. Creían que ‘eran convenientes para pensar’. Los
reelaboraban a su manera, usándolos para construir un retrato de la realidad y
mostrar qué sentido tenía este retrato para las personas que estaban en el
fondo del orden social”4.
En este proceso de contar cuentos, los
campesinos infundían al mundo diversos significados, los cuales en su gran
mayoría se han perdido porque estaban insertos en el contexto y las actuaciones
que les infundían al momento de relatarlos. Esto se ha perdido porque el
historiador no tiene acceso a la sonoridad o gestualidad de los cuenta cuentos
originales. Aún así, nos podemos dar una buena idea de la dimensión general de
los significados en los textos de esa época: la manera en que están armados, el
tono, la combinación de elementos y la acentuación de tramas. Hay una clara
distinción entre los cuentos franceses originales que contaban los campesinos y
la forma en que Perrault los reinterpretó en el siglo XVII para los niños, de
acuerdo con Darnton. Aunque comparten elementos con sus símiles alemanes,
italianos e ingleses, son únicos por la forma en que plasman el brutal mundo de
los campesinos franceses. Así, los cuentos galos tienen un estilo común, nos
dice el autor, que comunica una forma común de interpretar las experiencias. A
diferencia de los cuentos de Perrault, no ofrecen moralejas; y a diferencia de
los filósofos de la Ilustración, no trabajan con abstracciones. Pero muestran cómo
está hecho el mundo y cómo se le puede hacer frente. Con el tiempo y el paso de
fronteras sociales cambian, es cierto, pero no pierden su sabor. Su poder de
permanencia es fuerte. A diferencia del psicólogo, que observa los cuentos bajo
concepciones simbólicas que muchas veces no existen, el historiador focaliza su
atención en las mentalidades expresadas a través de los relatos. Con esto puede
dejar de lado la interpretación plana de los mismos, la psicológica, que
elimina todo su contexto. Para el autor, los cuentos son documentos son históricos. Han evolucionado durante
muchos siglos y han adoptado diferentes formas en distintas tradiciones
culturales. Se cuentan alrededor del fuego con un narrador experimentado o en
las casas. “En vez de expresar el funcionamiento inmutable del ser interior del
hombre, sugiere que las mentalités han cambiado”5.
Las recopilaciones de cuentos de finales del siglo XIX y principios del XX nos
permiten entrar en contacto con las masas analfabetas que han desaparecido.
Volverles la espalda es rechazar uno de los pocos puntos de acceso al mundo
mental del campesino del Antiguo Régimen. Los cuentos franceses no son todo
mitología, sí pertenecen a un terreno específico de tiempo que es la Francia de
los siglos XV al XVIII y, como el sentido común, expresa la base común de la
experiencia en un orden social dado6. Los cuetos antes de Perrault revelan
todos aquellos rasgos de la vida campesina que se recoge en los archivos. Al mostrar
a vida como es, los cuentos ayudaban a los campesinos a orientarse. Mostraban
el comportamiento del mundo y la locura de esperar algo que no fuera crueldad
de un orden social cruel. Los cuentos les decían a los campesinos cómo era el
mundo, explica el autor, y ellos ofrecían una estrategia para hacerle frente.
Sin sermones ni moralejas, los cuentos franceses muestran que el mundo es cruel
y peligroso. La mayoría no estaban dedicados los niños, pero tendían a ser
admonitorios. Son señales de advertencia con la confianza en mendigos, y extraños, algunos pueden tener una
conducta edificante, pero habitan en un mundo que parece arbitrario e inmoral.
Por eso el autor abre su explicación con el cuento de “La Caperucita”, pero en
la versión campesina, a diferencia de la que conocemos en la actualidad, la niña
es devorada por el lobo después de hacer un striptease. La desgracia llega y debe soportarse.
Ahora bien, ¿qué
elementos vivenciales compartían los campesinos en la época del Antiguo Régimen?
La violencia, la fragilidad de la vida, la estratificación social y la astucia
sobre el poderoso como una manera de sobrevivir son recurrentes en los cuentos
campesinos franceses. También lo son la obsesión por la comida, los caminos, la
vida en las villas, las funciones básicas del cuerpo y la sexualidad en su
sentido literal, ligada a consecuencias tangibles en el mundo real, como la
procreación, que hacía la vida más dura porque un mismo espacio de tierra debía
ser dividido entre más personas (esa es una de las razones por las que las
mujeres se casaban tarde en esa época, entre los 25 y 27 años, agrega). Los
hombres se casaban de nuevo si su mujer moría al parir, lo cual era muy común
en ese momento y tenía consecuencias directas en la estructura familiar de los campesinos.
Además, los niños se unían a la fuerza de trabajo tan pronto como podían. De
hecho, era mal visto que un niño no quisiera trabajar. "Los campesinos de
los albores de la Francia moderna habitaban un mundo de madrastras y huérfanos,
de trabajo cruel e interminable, y de emociones brutales, crudas y reprimidas”7, sintetiza Darnton. El autor ofrece múltiples ejemplos con los cuentos
franceses, de los cuales señala existen unos diez mil, para hacernos entender
como lectores modernos que cada uno de estos temas eran el eje de la vida
campesina francesa, cuando los sueños de las personas eran muy diferentes a los
actuales: casa, tierra y comida. “La
Renarde”, por ejemplo, nos muestra la complicada estructura de la herencia, en
donde el hermano mayor llevaba la ventaja sobre los demás, y frecuentemente
usaba su primogenitura contra sus hermanos para hacerse de mayores
recursos. La obsesión por los
alimentos se refleja en las múltiples variaciones de “Pulgarcito”, cuando una
madre no puede encontrar cómo darle comida a su hijo y lo deja en el bosque, o,
como en “El Aprendiz de Brujo”, se lo vende al diablo. La centralidad de la
madrastra en las villas francesas la entendemos con “La Cenicienta” y “La
Petite Annete”, la versión campesina que retomó Perrault. Aquí la protagonista
vive una vida de servidumbre para su madrastra y sus flojas hermanas. Come muy
mal (de nuevo, la obsesión por la comida), hasta que se le aparece la Virgen
María y le dice que tendrá un banquete cada vez que toque a una de las ovejas
que debe cuidar. Annete engorda, lo cual era un signo de belleza en esa época,
pero la madrastra la descubre, mata a la oveja y le da de comer el hígado a la
protagonista. En vez de hacer eso, lo planta y el árbol sólo se inclina cuando
ella se acerca para pedirle fruta, no cuando la madrastra o las hermanas lo
hacen. Después de un tiempo pasa un príncipe por el jardín de Annete y dice que
se casará con la primera mujer que le baje una fruta del árbol. La comida también
aparece como motivo principal en “Los deseos ridículos”, “Le Diable et le meréchal
ferrant”, “Royaume des Valdrás”y “La Guolue”, en donde vemos que comer carne
era un lujo que los campesinos podían tener muy pocas veces al año. Era un
placer acariciado por la imaginación de los campesinos, y por eso sus deseos
están ligados en los objetos simples de lo cotidiano: un puerco asado, un
salchichón, pasteles, algo diferente a la dieta vegetariana de facto que practicaban. La realización de los
deseos se convierte en un programa de sobre vivencia y no en una fantasía para
escapar de la realidad, recuerda Darnton.
Sobre la vida en las villas aprendemos de los cuentos que el matrimonio
no era la solución a todos los problemas, como lo han retratado
interpretaciones actuales del mismo material. El matrimonio obliga a la mujer
al meterse al sistema de industria casera, y trabajar para la familia y la
granja. Después de cortar heno o cuidar ganado, hay que ir la rueca. Es
obligatorio tener un dote para casarse para aliviar este peso, además del
peligro de tener hijos (“Les Files mariées à des animaux”, por ejemplo). Otro
elementos para sobrevivir en las villas son la desconfianza natural hacia los
vecinos (“La Poupée”), y la sagacidad que debe tener la persona para no dejarse
aplastar por su prójimo. En los cuentos franceses no se admira al tonto ni al
inocente, al contrario, se le castiga en oposición a lo que logra el pícaro
cuando utiliza su inteligencia para enfrentar situaciones que están en su
contra, como lo demuestran los refranes popular “a listo, listo y medio”; “a
buen gato, buen ratón”, etc. Los narradores campesinos no moralizan, sólo
cuentan cuentos. La astucia y el ingenio sirven para ser indiferente, no para
dominar, y poder seguir en el mundo, aunque esto signifique doblar un poco las
reglas. El pícaro no es malvado, precisa, simplemente hace lo mejor que puede
en un mundo que no le da cartas favorables hasta que él mismo, tal vez con un
poco de ayuda de la Providencia, realiza ciertas acciones para salir de su
precariedad. El lenguaje actual aún guarda algunas expresiones de esta manera
de ver al mundo, dice Darnton. Cuando se le pregunta a francés cómo va, es
usual que responda “Je me defénds”8.
El segundo capítulo del texto analizado, “La
Rebelión de los obreros: la gran matanza de los gatos de la calle Saint-Séverin”,
hace de lado los cuentos y nos ofrece una historia para comprender la vida de
las trabajadores en los talleres de imprenta franceses del siglo XVIII. Nos
adentramos en un escrito de Nicolas Contat, quien ve con los ojos de Jérome la
forma de entender al mundo de los aprendices, obreros y oficiales de esa
industria, la cual es dominada por algunos burgueses que explotan a sus
trabajadores sin ningún remordimiento hasta que un día éstos le dan la vuelta,
aunque sea momentáneamente, al orden de las cosas. La historia en resumen es la
siguiente: Jérome y Léveillé trabajan como aprendices en un taller de imprenta
parisino. Todos los días son maltratados y malnutridos por el propietario,
quien tiene una esposa que ama a los gatos, animales que abundaban en los
barrios de imprenta de la capital. El ruido por las noches no deja dormir a los
dos protagonistas. Arriba de su cuarto los gatos maúllan toda la noche. Un día
deciden subirse al techo del cuarto, el cual da a la ventana del patrón, y
maullar hasta el amanecer. Al otro día, el burgués le pide a los chicos que
maten a todos los gatos, salvo a Grise, la mascota de su esposa. Los
trabajadores hacen su faena con gusto, se unen los obreros del taller,e incluso
montan un juicio teatralizado en donde los animales son muertos de formas
brutales hasta que la esposa y el patrón le ponen fin al desorden, no sin antes
hacer una rabieta. A la gata Grise la habían matado los dos muchachos antes, al
romperle la espalda con una varilla. Al ser acusados por la esposa ellos lo
niegan todo, diciendo que nunca se atreverían a faltarle el respeto de esa
forma a la esposa del patrón.
Darnton usa este
texto para decirnos que el odio de los obreros, objetivado en la matanza de los
gatos, se debe a varios factores: su precaria situación laboral, en donde
frecuentemente eran tratados como piezas reemplazables (se valoraba la
constancia y que no bebieran), y el inmovilidad social de los talleres, en
donde la posesión de uno sólo se adquiría por herencia o al casarse con la
viuda del propietario original. Los gatos, a su vez, están asociados con la
brujería y los rituales y era común,
desde la antigüedad, lanzarlos a las piras que ardían en la noche de San Juan
cada 24 de junio, al inicio del verano9,
así como la sexualidad. Matar a la gata Grise, anota, fue una manera de violar
a la esposa del propietario sin realizar ese acto en su brutalidad carnal y de
atacar su estilo de vida burgués, ridiculizar el orden de las cosas. Por otro
lado, el juicio de los gatos está ligado a la fiesta del carnaval, cuando se
hace burla del rey u otra figura dominante en las sociedades francesas. Esta
fiesta improvisada en el taller concuerda con los rituales que realizaban los obreros
en esos lugares, cuando bebían y comían, bajo la mirada del patrón, en ciertas
fechas especiales. Pero el encabronamiento (el prende de chevre) del burgués estaba más ligado a una copie, una especie de actuación que los
trabajadores podían seguir repitiendo aún después de haber presenciado el enojo
de su jefe. El acto sirvió para que los trabajadores “soltaran vapor” durante
su jornada, pues el autor recalca, tanto en este caso como en el de los
cuentos, esta rebeldía e insubordinación no puede clasificarse como la semilla
del descontento de la Revolución francesa. Al final del día, los obreros seguían
estando bajo el yugo de los patrones, lo cual no cambiaría sino hasta finales
del siglo XIX10.
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Lucas Alamán
Un análisis
historiográfico de su
Historia de Méjico
Con justa razón el tiempo se ha encargado de clasificar
a Lucas Alamán como el fundador ideológico del conservadurismo
mexicano. El término se ha relacionado con una visión retrógrada
de la realidad, una que ve a la historia como algo inamovible,
estático, cerrado a cualquier cambio que signifique una mejora
social o política. Sin embargo, al analizar su Historia de
Méjico, magna obra publicada entre 1849 y 1853, nos percatamos
de que el conservadurismo de Alamán es realmente un llamado al orden
en donde ciertas instituciones juegan un papel fundamental en
oposición al revuelto clima político que presenció durante su vida
entre el año 1792, cuando nació en Guanajuato, y su muerte en 1853
en la capital del país. Las instituciones que representan el orden
para Alamán son la Iglesia como actor público, un gobierno fuerte
(incluso tutelado por una monarquía, si es necesario), un ejército
bien armado, un poder legislativo reducido y, sobre todo, una
economía basada en la propiedad privada que pueda hacer crecer al
país, conceptos todos que funcionaron de manera muy distinta en los
primeros años de la vida independiente del país. De ahí nace el
resquemor de Alamán, de vivir en un país que avanza por derroteros
institucionales muy distintos a los que él considera como ideales.
México, desde su punto de vista, no tiene porqué replicar las
divisiones de poder republicanas cuando su origen es distinto a las
potencias europeas que las apuntalan (y mucho menos el modelo de
Estados Unidos). Forzar al país en un encuadre desligado de su
realidad es la razón por la que encontramos cierto pesimismo y una
acérbica crítica al movimiento de lucha independentista
en la obra de Alamán. Del desorden no podía surgir un país que
compitiera con la vanguardia occidental de su época. En ese momento,
al menos, la realidad le daba razón: pocos años de su muerte,
México perdió la mitad de su territorio tras una guerra contra
Estados Unidos (1847-1848), la cual incluyó la ocupación a la
Ciudad de México, acto que presenció el autor desde su casa en San
Cosme.
El
punto de rompimiento entre lo que México podría ser y lo que es
deviene es la cruenta lucha de los rebeldes por conseguir su
autonomía de España. La división de la
Historia de Méjico está hecha de tal forma
que el grueso del material comprende los puntos de ruptura de la
nueva nación. De los tomos I al IV nos enteramos de lo que sucede
entre 1808 y 1819: los sucesos de los años inmediatos previos al
movimiento, la revolución de 1810, las campañas de Morelos, las
diferencias y rompimientos entre los jefes insurgentes, la decadencia
del movimiento, la campaña de Mina y la pacificación completa de la
NE. En el tomo V avanzamos desde 1820 a 1852: la revolución de
Iturbide, el Plan de Iguala, el triunfo del movimiento, la Regencia,
el Imperio de Iturbide y su fin, el inicio de la república federal
y, en el último capítulo, vemos el testimonio político del autor,
en donde presenta el programa de acción del Partido Conservador.
Cada tomo es amplio, de unas 600 páginas. Sus fuentes provienen de
muy variada índole, tales como memorias, diarios, papeles oficiales,
gacetas de gobierno, partes militares, entrevistas, planos y mapas,
además de apoyarse en autores como Humboldt, Servando Teresa de
Mier, José María Tornel y José María Luis Mora, aunque sea de
forma mínima en este último. Carlos María Bustamante, sin duda, es
la referencia más citada en toda la obra de Alamán; lo hace cientos
de veces. El autor se encarga de rebatirlo, criticarlo y desmentirlo,
tomando los mismos documentos que toma Bustamante pero
interpretándolos de forma distinta, frecuentemente para denigrar al
movimiento de Independencia. El oaxaqueño representa todo lo que el
otro no quiere ser. En donde uno escribe de forma elaborada y
florida, Alamán prefiere el lenguaje parco y directo. El primero
enaltece el caos y la glorifica en su Cuadro
Histórico de la Revolución Mexicana de 1810,
cuando el segundo busca el orden y los orígenes para explicar cómo
se llegó a la realidad que enfrenta México a la mitad del siglo
XIX1.
Son visiones opuestas de un mismo hecho las que motivan al
guanajuatense a escribir su propio relato, tal como delinea en el
prólogo del Tomo IV de su Historia de Méjico.
Al contrario de Bustamante, señala que busca contar lo bueno y lo
malo que ha hecho cada partido con el objetivo de eliminar las
exageraciones ideológicas que expresan los pensadores que justifican
el desorden acaecido con la guerra. Su objetivo es exorcizar las
telarañas mentales que cargan los mexicanos de su tiempo para
desmitificar lo que realmente pasó durante los años de lucha
armada, impulsadas por las facciones políticas, pues no se explica
cómo se puede venerar una guerra con las conmemoraciones anuales del
16 de septiembre. A su obra la califica como un golpe de luz que
excita diversas opiniones ante una audiencia que ha vivido con un
velo sobre los ojos. El autor es muy claro al respecto: “El
triunfo de la insurrección hubiera sido la mayor calamidad que
hubiera podido caer sobre el país”2.
El valor de la obra de Alamán reside entonces en la deconstrucción
que hace de la obra Bustamante. Página por página, nota de pie tras
nota de pie, el lector comienza a vislumbrar un trabajo exhaustivo de
búsqueda de fuentes primarias, ya sea testimoniales o documentales,
algo que carecen muchas de las obras de otros historiadores de su
época, al menos con este nivel de profundización, de
sistematización y de claridad. El despliegue crítico de Alamán se
aprecia mejor cuando vemos la extensión de su obra de forma
cronológica, espacio en donde el relato guarda cierta tensión
cuando el autor salta del bando de los rebeldes al de los realistas y
explica sus motivaciones para realizar sus empresas. Esta es la
historia de los grandes acontecimientos de un cúmulo de hombres con
deficiencias y pasiones, distinta a la que presenta Bustamante. Los
hechos de ruptura forman a la nueva nación: la Conquista y la
Independencia, en donde el primero tiene mucho de redimible y el
segundo casi nada. En el primero caso, la hazaña de Hernán Cortés
es la guía para descubrir el génesis del nuevo país. El español
es resuelto y decidido y la Conquista es todo Cortés. Su legado
resalta en el presente: la fundación de la Ciudad de México, el
inicio de la evangelización y la misma nacionalidad mexicana3.
(En este sentido, cabe recordar que nuestro autor fue representante
legal del duque de Terranova, descendiente del conquistador y por
esos tiempos era uno de los hombres que derivaba mayor riqueza de sus
rentas y arrendamientos en México. Entre 1835 y 1837 se vendieron
los bienes legados por Cortés, y Alamán fue el responsable de
llevar a cabo esas transacciones. El clima antiespañol de los años
1828 y 1833, así como distintas disposiciones legales que
confiscaron los inmuebles del duque, hicieron que éste comenzara una
venta a distancia, desde Europa, de sus posesiones. Alamán jugó un
papel crítico en esas acciones de mediación de compra-venta. En
ese entonces, México era un país sumamente inestable y así lo
percibían los otros países europeos. Es por eso el duque decidió
vender sus propiedades antes de que el gobierno nacional se las
volviera a confiscar. El mexicano, por cierto, acabó por administrar
una hacienda de Atlacomulco que al final no se pudo vender. Después
de su muerte, su hijo continuó administrando dicha hacienda4).
La Conquista es rompimiento, sí, pero después
de éste, decía, debía surgir un orden de las cosas dando
legitimidad a lo que en algún momento fue violencia. De ese nuevo
orden proviene todo lo que somos los mexicanos hoy: idioma, religión,
costumbres. Además, México no necesita de las ficciones mitológicas
de la historia, como lo necesitaban los romanos de acuerdo con Tito
Livio, para enorgullecerse como nación. La historia para Alamán es
así la genealogía
de las naciones, la quinta esencia del ser, su origen. Si el origen
es noble, se es noble, se es degradado si el origen es degradado5.
Esta manera estamental, estratificada, de ver la historia es común
en los distintos
pensadores decimonónicos, cuando el proceso histórico aún se ve
como algo común a las naciones y la historia universal tiene un
sentido determinado de progreso. En contraste con lo que vivió al
comienzo de su vida en su propio Guanajuato y lo que vive al momento
de redactar su texto, quiere buscar una significación que le dé una
justificación moral a algo que de otro modo es un caos, con una
Providencia ausente. A diferencia de la Independencia, la Conquista
se considera como una virtud gracias a sus consecuencias y no a causa
de los métodos que emplea. Ninguna conquista es justificable,
admite, pero todas las naciones las han sufrido y se han forjado
gracias a ellas. La guerra de Independencia, en cambio, tiene poco de
redimible aunque algunas acciones específicas de muy pocos hombres
lo hayan sido: impero el caos lleno de violencia, las esperanzas
frustradas, las pasiones y las necesidades.
Todo
esto choca con la esencia del autor. De pequeño vivió en la ciudad
más rica de la Nueva España y no perdió sus posesiones porque su
madre logró convencer a Hidalgo, en pleno levantamiento, para evitar
el saqueo. Después viene a la ciudad de México y estudia las
ciencias exactas de la minerología, química y botánica. De ahí se
va a Europa y refuerza su formación para regresar al país en 1820 y
trabajar como secretario de la Junta de Sanidad en el virreinato de
Juan Ruiz de Apodaca. En 1821 es electo como diputado para las Cortes
de Madrid y se convence de la superioridad del orden europeo. Siendo
criollo, confirma que la Nueva España puede ser parte del imperio
aún si pide su autonomía, bajo un nuevo estatuto (similar
a lo que vive actualmente Canadá en su relación con el Reino
Unido). Al final, sin embargo, Madrid no acepta esta figura. Criollo
de nacimiento, tiene amistades importantes en la política y favorece
a las industrias minera y textil, las cuales ve como un motor de
desarrollo nacional. Gracias a su formación, ocupa el ministerio de
Relaciones Interiores y Exteriores con el gobierno provisional de
1823, en donde continúa bajo el mandato de Guadalupe Victoria hasta
renunciar al puesto en 1825.
Después de un breve periodo fuera de la
administración en donde se dedicó a la industria, regresa al
gobierno de Anastasio Bustamante en el año de 1832, en donde tiene
una fuerte influencia en la cartera de Relaciones de Exteriores,
periodo en el que negoció con Estados Unidos el límite territorial
de la colonización en Texas. Renuncia al puesto y se le acusa
infructuosamente de ser el autor intelectual del fusilamiento de
Vicente Guerrero, absolución que recibió en 1834. Sin cargo
público, en 1846, dirige el diario El Tiempo y en 1849,
organiza el Partido Conservador y su órgano de difusión, El
Universal. Gana las elecciones municipales pero renuncia y en
1851 es elegido diputado y senador. Ya en el gobierno de Santa Anna,
quien volvió al poder a petición de los conservadores, es nombrado
de nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
No
es sorpresivo, entonces, que los rebeldes choquen con su ideal, con
su posición ordenada, acomodada del mundo. En ese marco entra
también la religión. Para los hombres de su época era un elemento
básico de su vida; para Alamán es un factor que une. La Conquista,
recalcamos, tiene sentido porque instaura la religión católica y
trae la civilización a los salvajes indios, inferiores a las
culturas europeas, y se ve como una cruzada, la cual podría ser
escrita en una novela de caballería. Este esquema maniqueo se repite
cuando describe las acciones de los insurgentes contra los españoles
en 1814 en el Tomo IV de su Historia de Méjico:
La de las
lomas de Santa María, más que una función de guerra, se asemeja a
las ficciones de los libros de caballería, en que un paladín
embestía y desbarataba a una numerosa hueste: en esta, Iturbide con
trescientos sesenta valientes, acomete en su campo a un ejército de
veinte mil hombres acostumbrados a vencer, con gran número de
cañones, y vuelve triunfante entre los suyos, dejando al enemigo en
tal confusión, que realizándose la fábula en que la fecunda
imaginación del Ariosto finge que la discordia conocida por el
arcángel San Miguel por orden de Dios se introduce en el campo de
los moros y hace que éstos se destruyan peleando
entre sí, los insurgentes combaten unos con otros, y llenos todos de
terror se ponen en fuga, el primero Morelos, con su escolta llamada
de los cincuenta pares, abandonando artillería, municiones
y todo acopio de pertrechos hecho a tanta
costa y en tanto tiempo para venir a ponerlo en poder del enemigo6.
Los
insurgentes tuvieron todo para terminar el conflicto contra los
españoles, añade, pero su anarquía acabó por subyugarlos a los
peninsulares. El virrey Calleja los eliminó uno por uno. El gran
problema para Alamán es que ese desorden aún se filtra en las
instituciones mexicanas y son la causa de la precaria situación del
país.
Esta misma
ha sido en nuestros días la historia de la guerra con los Estados
Unidos. Y este es el peligro al que se halla expuesta la República,
por las mismas causas que frustraron tantos esfuerzos en la
revolución de 1810. Inútil fue la feroz energía de Morelos;
inútiles los constantes aunque interesados intentos de D. Ignacio
Rayón, para establecer un
gobierno de que él hubiese de ser el jefe; la constancia de los
diputados del congreso de Apatzingán para formar una Constitución
entre riesgos y privaciones; el noble carácter de D. Nicolás Bravo;
el sacrificio de su padre y de su tío; el denuedo de Galeana; la
capacidad militar de Terán y de D. R. Rayón, las ventajas que
procuró a Victoria el terreno que ocupaba; el tesón de Guerrero,
no queriendo admitir el indulto de que dieron mil y mil pruebas
Trujano, Rosales, Mina y sus compañeros y otros tantos; todo fue
infructuoso, todo se desvaneció ante el desorden, la anarquía y el
espíritu de rivalidad, de egoísmo,
de pillage y de privadas ambiciones, que fue el carácter
de aquella revolución7
Para
Alamán, la Independencia no fue una guerra de nación a nación, fue
un levantamiento de la clase “proletaria” contra la civilización.
Por eso, dice, vemos entre los jefes del movimiento a tanto hombres
“perdidos, notables por sus vicios o salidos de las cárceles”. A
causa de eso, una parte de la sociedad respetable (su parte, claro),
reaccionó para defender sus bienes y familias, lo que dio fuerzas y
proporcionó recursos al gobierno: eso fue
lo que sofocó el deseo general de independencia. En su primer
momento, añade, la revolución comenzó por un engaño, se propagó
y se sostuvo por los medios más inmorales y atroces y terminó
pidiendo perdón al vencedor, “degollándose o entregándose
vilmente unos a otros para merecerlo”8.
La Independencia que tanto se celebra, ya en su época, fue obra de
otros hombres y de otras combinaciones, resultando de otras causas y
el efecto natural de la “sencilla evolución de cambiar de frente
el ejército, movido por alta jerarquía del clero en odio de la
Constitución española, de suerte que la independencia vino a
hacerse por los mismos que hasta entonces habían estado
impidiéndola”9.
La lucha es una masa amorfa que representa un peligro y rompe con la
continuidad que habían instaurado los españoles y en consecuencia
los criollos como él. De ahí el rechazo de Alamán a los pregoneros
demagogos de su tiempo que alababan al movimiento armado. En su
esencia, la turba está compuesta de hombres poco admirables:
Los
hombres más perdidos, los criminales salidos de las cárceles, se
ponían al frente de estas bandas de forajidos, y a la voz de “viva
la América”, grito de guerra que vino a ser una expresión
proverbial para significar robo y pillaje, que fue sustituyendo poco
a poco al de la Virgen de Guadalupe, o que se usaba simultáneamente
con este, llevaban al exterminio y la desolación a todos los lugares
que tenían la desgracia de caer bajo su poder. Estado miserable de
desorden y de anarquía, que sin embargo se ha pretendido renovar en
1847, como medio eficaz para de guerra para rechazar la invasión
extrangera, siendo esta una de las funestas consecuencias que ha
producido la falsa representación de los hechos de la época de que
vamos tratando, pues a fuerza de celebrar como heroico
todo lo que entonces aconteció, se creyó que podía ser digno de
imitación, lo que no debió ser nunca mas
que motivo de escarmiento10
Iturbide sale mal parado como alguien ambicioso que
aprovechó la lucha de los rebeldes para forzar una monarquía en un
país sin la historia o las instituciones para sustentarla; Morelos,
también es criticado como un cura afecto a las mujeres, parte del
clero bajo, que perdió su fama militar después de su huída en la
batalla de Lomas de Santa María, tras el estallido rebelde, en la
provincia de Valladolid. Otros insurgentes reciben descriptivos
similares.
El propósito de la empresa en la obra de Alamán,
concluímos, es el aprendizaje para no repetir los errores del pasado
que han traído al ejército yanqui hasta la Ciudad de México. Es
una historia causalista en donde el historiador se mete a los hechos,
los desmenuza, para darle claridad al lector. Y si la historia de
México es trágica en su obra es a causa de haber roto con el orden
establecido que habían traído los españoles, ligado a la
Providencia, ligado a la continuidad. Ahí empieza el pasado
histórico de México, de ahí viene la civilización y no es
necesario evocar a los aztecas ni para enaltecer
el origen del chocolate, el cual debió ser un “muy desagradable
brebaje” antes de que fuera combinado con leche y azúcar11.
1
Enrique Plascencia de la Parra, “Lucas Alamán” en El
Surgimiento de la Historiografía Nacional, Ortega
y Camelo (coords), UNAM, México, 1997, pp. 345-346.
2
Lucas Alamán, Historia de Méjico,
Tomo IV, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp. Editores, México,
1884, pp. 555-556. (Versión E-Libro disponible en www.archive.org
en http://bit.ly/12rg1DI
)
4
Jan Bazant, “Los
bienes de la familia de Hernán Cortés y su venta por Lucas Alamán”
en Historia Mexicana,
Vol. 19, No. 2 (Oct-Dec., 1969), pp. 228-247, El Colegio de México,
México, passim.
6Alamán,
Op.Cit, pp. 10-11.
7Ibid,
p. 554.
8Ibid,
p. 555.
9Ibid,
p. 556.
10Alamán,
Historia de Méjico, Tomo II, Ed. Jus, México, 1942, p. 216.
REFERENCIAS CITADAS
ALAMÁN, L. Historia de Méjico, Tomo II, Ed. Jus, México, 1942.
ALAMÁN, L. Historia de Méjico, Tomo IV, Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp. Editores, México, 1884. Versión E-Libro disponible en www.archive.org en http://bit.ly/12rg1DI
BAZANT, J. “Los bienes de la familia de Hernán Cortés y su venta por Lucas Alamán” en Historia Mexicana, Vol. 19, No. 2 (Oct-Dec., 1969), pp. 228-247, El Colegio de México, México.
PLASCENCIA DE LA PARRA, E. “Lucas Alamán” en Ortega y Camelo (coords) El Surgimiento de la Historiografía Nacional, UNAM, México, 1997, pp. 307-348.
Roger Chartier
Reflexiones sobre el capítulo Historia del libro e
Historia de la Lectura
contenido en su obra El mundo como
representación
Con Roger Chartier nos metemos de lleno en
el mundo de la historia cultural. Aquella que Dosse relaciona con la cultura
material que recubre los otros niveles de la historia. Chartier (Lyon, 1945) ve la historia desde el
punto de vista de los cambios que suscita el libro y la lectura en las
sociedades, en este caso entre el siglo XVI y XVIII. Para este historiador francés
de la escuela de los Annales, la circulación multiplicada del
escrito impreso transforma las formas de sociabilidad de Antiguo Régimen, lo
cual permite nuevas ideas y modifica las relaciones con el poder1.
Aquí nos encontramos con la historia de larga duración que esconde diversas
inflexiones en su continuidad, en donde no hay un protagonista humano en un
antes y un después, sino que el centro de sus descripciones son la vida
cotidiana de la lectura, de las personas corrientes de las sociedades pasadas,
como apunta sobre la historial cultural Dosse2.
Las sociedades, entonces, son conciencia histórica. Sobre esa misma línea,
vemos la historia del libro y la lectura como parte un fragmento del saber, de
la historia en serie, que desgarra el tiempo y no un busca un sentido total del
devenir humano3. Se reproducen
estructuras y se investigan las particularidades de cada sociedad. Como
profundizaremos más adelante, para Chartier el movimiento de la lectura y de
los libros está en la elite. Los textos que leen las capas más altas de la
sociedad, después de un tiempo y tras algunas modificaciones, llegan a los
estratos más populares a través de distintas publicaciones diseñadas
específicamente para ellas. Bajo esa lógica, el progresismo sólo puede venir de
los dominantes, de la cultura alta que arrastra tras ella al conjunto social:
el binomio alta-baja cultura se convierte en el lugar de la restitución de las
sociedades del pasado. Sí, los humildes renacen en su singularidad, en su mundo
aparte, pero sólo en el cuadro insuperable del poder de los poderosos4.
Chartier
explica dos hipótesis que guían el trabajo de investigación de la lectura y el
libro. La primera se basa en la operación de construcción de sentido realizada
en la lectura como un proceso históricamente determinado cuyas modalidades y
modelos varían según el tiempo, los lugares, los grupos. La segunda, considera
que las significaciones de un texto dependen de las formas a través de las
cuales es recibido y apropiado por sus lectores (o auditores). Estos, de hecho,
no se enfrentan jamás con textos abstractos, ideas separadas de toda
materialidad; manejan o reciben formas cuyas organizaciones gobiernan su
lectura (o su escucha), es decir, su posible comprensión del texto leído (o
escuchado). El autor señala que las formas producen sentido y que un texto
adquiere el significado y el estatuto de inédito en el momento en que cambian
los dispositivos del objeto tipográfico que lo propone a la lectura. “También
debemos tener en cuenta que la lectura siempre es una práctica encamada en
gestos, espacios, costumbres”5. Parte
de los objetos y no de las clases para explicar lo social y señala que lo
esencial es comprender cómo
los mismos textos pueden ser aprehendidos, manejados y comprendidos en formas
diversas porque la lectura no es sólo una operación abstracta de intelección:
es la puesta en marcha del cuerpo, la inscripción en un espacio, la relación
consigo mismo y los demás (por ejemplo, la lectura en voz alta que sirve para
trasladar conocimiento a aquellos que no saben leer, pero también para cimentar
formas de sociabilidad que a veces son resguardo del mundo privado, tales como
la intimidad familiar, la convivialidad mundana o letrada). Además, la
materialidad importa. Las transformaciones en la presentación de los textos
teatrales franceses entre los siglos XVI y XVIII, aquellas en donde se numeran
las escenas, la evocación de personajes al inicio de cada pasaje, las
indicaciones al margen del nombre del que habla, tuvieron un efecto importante
en la legibilidad de las obras. El nuevo formato se hace más manejable, los
textos adquieren nueva teatralidad y con
esto, nuevas formas de interpretación.
La
sociedad del Ancien Régime va cambiando, de
forma muy lenta y sin percatarse, gracias a la entrada de la cultura impresa.
Aún los analfabetos se ven afectados por estas nuevas mentalidades ligadas a la
página impresa. El libro no se reduce a una propiedad: como una onda expansiva,
está presente en los rituales, los espacios públicos, los lugares de trabajo. Y
gracias a la palabra que lo descifra, la imagen que lo repite, poco a poco se
vuelve accesible para aquellos que no puede leer o que sólo lo comprenden de
forma rudimentaria6. Muchos lectores, incluso, sólo comprenden los textos
cuando una voz mediadora los lee, una práctica común en ese momento no sólo en
la sociedad francesa, sino también en inglesa y la española, señala. La lectura
no es sólo algo individual, solitario, silencioso. Lo escrito y los objetos que
lo transportan es importante porque tiene la capacidad de moldear el espíritu.
Esto no quiere decir que la lectura silenciosa fuera relegada. Más bien, la
lectura en voz alta era una práctica más común que en nuestros días. Chartier
nos recuerda que ya en los siglo XVI y XVII la lectura silenciosa se convierte
en el acto por excelencia de ocio íntimo de las elites de Europa Occidental. Es
un placer retirarse de los asuntos del mundo y disfrutar del espacio íntimo al
lado de un buen texto. El contraste con nuestra época surge cuando el autor
describe que en ese momento que la lectura es una práctica de sociabilidad, ya
sea para realizar una lectura docta o más relajada. Algunas obras, como La
Celestina de Fernando de Rojas,
reflejan dicha practica social y lo plasman entre sus líneas: en su edición del
año 1500 hay indicaciones para que el lector lea en voz alta de tal o cual
forma. El objetivo es cautivar al auditorio que escucha la lectura del texto.
Lo mismo hace Cervantes en El Quijote. La lectura en voz alta
también se hace para pasar el tiempo, como lo describe Samuel Pepys en un viaje
de 1668 de Cambridge a Londres. En su incómodo carro también viaja una mujer.
Después de cierto rato, ambos comienzan a leer en voz alta, el uno para el
otro, para hacer más agradable el camino7 (incluso también comienzan a cantar, junto con sus
sirvientes). La
lectura hecha en común socializa; la lectura silenciosa, por el contrario, es
considerada como algo que cautiva al lector por lo que lee para hacerlo olvidar
entre el mundo que es suyo y el que pertenece a los libros8.
Todo lo cual nos lleva a tratar la literatura de los
libros azules, aquellos textos baratos, encuadernados, casi siempre con
cubierto de papel azul. Como señalé al principio, es una lectura que se hace a
partir de la modificación y difusión masiva de textos que han aparecido, en
primera instancia, en las capas superiores de la sociedad francesa y después
percolan hacia abajo. Algo similar, aunque en una multitud de formatos, se
repite al día de hoy: la obra original elevada, compleja (casi siempre un
texto), transmuta en formatos más “digeribles” para la televisión, el cine o
las historietas. La obra original se estupidifica para las masas que consumen
de forma automática los productos hollywoodenses, las telenovelas. Se hacen
adecuaciones a la historia para que sean más claras, se eliminan personajes, se
sintetizan argumentos. La invención de Oudot en Troyes en el siglo XVII, que
tuvo su apogeo en la época de Luis XIV, vive bien hoy día. El objetivo es el
mismo: transformar el texto original para constituir el material para un nuevo
público. Es el inicio de la cultura popular francesa (aunque Chartier hace
precisiones a esta categorización), destinada los lectores más humildes del
Antiguo Régimen, aunque el modelo se repitió con éxito y sus respectivas
variaciones en Inglaterra (chapbooks)
y España (pliegos de cordel). La Biblioteca Azul sumó cientos de miles de
ejemplares publicados por diversas casas editoriales y vendidos a precios
accesibles para las masas. Sus características se repiten hoy día bajo la
maquinaria de los medios masivos de comunicación, ya sea tradicionales o
digitales. Una de las características esenciales de los textos azules es que
nunca fueron escritos para tal fin, en consecuencia, debían pasar fuertes
modificaciones de forma y fondo para hacerlos más comprensibles a los nuevos
lectores. También era común dividir los extensos párrafos de la obra original
en bloques de texto más pequeños e inventar capítulos nuevos en donde antes no
los había. La fórmula extrae del repertorio de textos ya publicados aquellos
que parecen convenirle mejor para alcanzar al gran público que es su objetivo
(el autor señala que por eso no podemos hablar del nacimiento de una “cultura
popular” en sí). De esta manera, las estructuras mismas del libro están
gobernadas por la forma de lectura que los editores creen ser aquella de la
clientela que buscan conquistar9. Esta es
una forma de lectura cortada, vacilante, que no es la misma que la de las
elites letradas de la época. Es un catálogo formado por reconocimiento, no
descubrimiento. La veta “popular”, dice Chartier, está en las modificaciones a
las obras originales para conseguir nuevos lectores. La estructura de la obra
determina si es posible realizar nuevas adaptaciones, el modo de lectura cambia para una nueva audiencia. Así, de
la relación entre texto, impreso y lectura, surge una nueva figura, que se da
cuando un texto de letra estable y de forma fija es aprehendido por nuevos
lectores, que lo leen de otra manera. La consecuencia es que la obra original
pierde su “sacralidad” porque el nuevo público pasa de un texto a otro. El
catalogo es vasto: textos católicos, novelas, literatura graciosa o de
caballería, cuentos de hadas, parodias de género, libros prácticos (jardinería
o cocina), de preferencia en entregas seriadas. Los editores de Troyes buscan
novedades y se apoderan de los título de moda cuando expira el privilegio del
primer editor. La clave es que los textos eruditos sigan una cierta línea
narrativa, sin importar el género, para hacerles ciertas modificaciones que
eliminen una extrema memorización de detalles que compliquen su
inteligibilidad. Se “poda” el
texto para eliminar descripciones demasiado largas o estados psicológicos de
los personajes porque no hacen avanzar la trama. El lenguaje mismo se
moderniza, se olvidan las fórmulas viejas y difíciles, se suprimen adjetivos o
adverbios para captar la atención con enunciados cortos, concisos, lineares10. La censura aparece en textos que son
críticos a la religión católica, en especial, pero también en pasajes que
describen con demasiado detalle aspectos escatológicos o sexuales. Se incluye
una imagen, generalmente en la portada, para ayudar al lector a comprender el
libro.
A diferencia del lector de los libros azules, el cual
evolucionó entre 1660 y 1780, el consumo mediático de contenidos simplificados de
las audiencias de hoy día parece
seguir estable. Mientras la Biblioteca Azul nace con un público citadino, pasa
por una faceta popular y llega finalmente a una ruralización de la lectura, tal
como lo denunciarían las elites de la Francia revolucionaria11, los nuevos modelos de difusión
digitales parecen haber ayudado al reencuentro de nuevos públicos con aquellos
contenidos añejos, del cine estadounidense de los 70 y 80, e incluso de las
películas mexicanas de esa misma época. El servicio digital Netflix, que basa
su catálogo en películas secundarias, de baja manufactura de ese periodo(“churros”)
ha crecido exponencialmente en los últimos tres años. En la actualidad cuenta
con 29 millones de suscriptores en todo el mundo y cada año estima aumentar 800
mil nuevos clientes. México es el
país con mayor número de horas consumidas de contenido en esa plataforma, de
acuerdo con el director de la compañía12. Las nuevas series que ofrece (House
of Cards, por ejemplo) están basadas
en las tragedias clásicas de Shakespeare, pero adaptadas al mundo ficticio de
la alta política que se desarrolla en Washington D.C. La misma trama, dosificada, reducida, para una audiencia
receptiva a los nuevos formatos de presentación televisada digital. Son los nuevos libros azules pero en formato
de serie o película, entregados en streaming digital hasta la propia sala del consumidor.
1 Roger
Chartier. El mundo como representación. Ed. Gedisa, Barcelona, 2002, p.107.
2 François
Dosse. Una Historia en Migajas.
Universidad Iberoamericana, México, 2006, p. 166.
3 Ibid, p. 175.
4 Ibid, pp. 167-169.
5 Chartier, Op.Cit, pp. 107-108.
6 Ibid, p. 117.
7 Ibid, p.
127.
8 Ibid, p.
143.
9 Ibid, p.
113.
10 Ibid, p. 153.
11 Ibid, p.
158-161.
12 Carlos Fernández de Lara. “Mexicanos, quienes más
consumen Netflix en el mundo”, en Netmedia.info, publicado el 30 de agosto del 2012 y revisado el 2
de junio del 2013 en http://bit.ly/SY7NLe
Niceto de Zamacois
Un análisis
historiográfico de su obra
Historia de
Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días
El
análisis de los escritos del bilbaíno Niceto de Zamacois nos revela
el complicado proceso por el cual pasó el recién independizado
México para transitar hacia una nación con identidad propia, a
pesar de la ruptura que vivió con España. Zamacois es el vínculo
entre el proyecto mexicano que decide ver hacia delante sin odio
hacia su pasado colonial, en el cual, de hecho, puede encontrar un
rico legado para entender su situación hacia la mitad del siglo XIX.
Españoles y mexicanos no deben estar separados por una guerra, sino
unidos por distintos rasgos culturales que comparten ambas culturas y
que entrelazan a ambos países de forma ineludible. Su magna obra
Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros
días contiene las semillas de este pensamiento, como veremos más
adelante.
Zamacois es
interesante porque representa el punto de vista de un español que
escribe y ve a México desde la distancia, pero no por eso
superficialmente. El pensador vasco nació en 1820 en Bilbao, pero
vivió durante muchos años en México en diferentes momentos de su
vida. Su familia se dedicó a las artes, lo que seguramente influyó
en su formación. Antes de venir por primera a México, en 1840,
aspiró los conflictos políticos entre liberales y conservadores de
su país natal: los liberales querían modificar a la España
tradicional para moldear una monarquía constitucional; los
conservadores, mantener un reinado como siempre se había conocido.
Al autor lo marcó la guerra carlista en 1834 que opuso los intereses
absolutistas borbónicos y sus descendientes contra los del grupo
liberal partidario de Isabel II de España. El conflicto impactó el
pueblo natal de Zamacois y debió dejarle una profunda huella y un
enorme afán de paz y estabilidad, un afán por conservar, opina De
la Torre Rendón1.
Al llegar a México se topa con un ambiente similar al de España, en
donde los grupos liberales y conservadores del independizado país se
diputan el poder. Además, México aún tenía un claro sentimiento
antiespañol. Para Zamacois esto era una contradicción: ¿cómo se
puede tener una conciencia nacional en un nuevo país si se intenta
olvidar el pasado? El autor no sólo lo planteaba de forma teórica,
en la abstracción de las letras, pues durante su primera estancia de
diecisiete años en nuestro país se casó con la mexicana Francisca
Rubio y emprendió la tarea de estudiar a detalle el suelo mexicano,
sus orígenes, sus particularidades que desembocaron en la
independencia de la península y un proyecto de nación que buscaba,
hacia mediados del siglo XIX, un sistema político muy diferente al
que había tenido durante 300 años. Las pugnas de poder habían
nacido casi de forma inmediata junto con el nuevo país, cuando
Agustín de Iturbide asume su corto imperio mexicano.
El
gobierno de la Regencia y el de Emperador fue el primer gobierno
independiente que los mexicanos lograron establecer después de la
entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México en septiembre
de 1821. Once años de violencia y caos habían finalizado con un
pacto entre poderes que, en apariencia, resguardaba los intereses
criollo de autonomía y hacia un esfuerzo por conciliarlos con
aquellos de las elites comerciales y los de la Iglesia, en donde
había muchos peninsulares. Iturbide, quien fue militar realista,
sería el encargado de aglutinar esos intereses a partir de un
gobierno formado por la Junta Provisional Gubernativa, compuesta de
renombradas personalidades del virreinato, militares y clérigos.
Este grupo declaró la Independencia y la vigencia de la Constitución
española de 1812, la representación nacional adjudicada (soberanía)
y delegó el poder a un Consejo de Regencia, presidido por Iturbide.
Recordemos que la Independencia de México se había catalizado en
contra de la experiencia absolutista y constitucional de gobierno en
España. De acuerdo con Ávila, las acciones del Ejército Trigarante
fueron una reacción al trienio de liberalismo constitucional español
de 1820, 1821 y 18222,
cuando Fernando VII acata la Constitución de 1812. Previamente, en
1814, al regresar al poder, había implantado el absolutismo,
soslayando el trabajo de los representantes populares que asumieron
el poder cuando el monarca fue preso por Napoleón.
Con la
restitución de la constitución en 1820, había surgido en México
nuevas facciones combativas formadas por radicales. Esto amenaza al
virreinato. Iturbide entonces decidió actuar contra otra posible
insurgencia y hace un gobierno sustentando en dos pactos: el plan de
Iguala de febrero de 1821 y el tratado de Córdoba firmado por Juan
O'Donojú e Iturbide el 24 de agosto de ese mismo año. Ambos decían
que el país sería una monarquía titulada por Fernando VII o algún
miembro de la casa real española o quien fuera nombrado por las
Cortes mexicanas, la cual se encargaría de hacer una constitución
análoga a las necesidades del país. Mientras eso pasaba, seguiría
vigente la Constitución de 1812 en los aspectos que no contrariaban
a la Independencia.
El asunto crucial, claro, es que ni Fernando VII ni ningún otro
representante de su corona asumirían el ofrecimiento mexicano porque
consideran que seguían en guerra con el recién formado país. Así
lo fue hasta 1840. Iturbide asumió el puesto vacante y aunque el
sistema de gobierno mexicano cambiaría en los años subsecuentes, la
tierra estaba lista para ver un creciente número de conflictos entre
peninsulares y mexicanos, ya sea por causas económicas, políticas o
sociales, siendo tal vez la expulsión de españoles del país en
1827, en el gobierno de Guadalupe Victoria, el momento más crítico.
Cabe señalar que un año antes de la llegada de Zamacois a México,
en 1839, había unos 5 mil españoles en México3.
Es importante recordar que en esos años, y todavía en la segunda
mitad del siglo XIX, la colonia española estaba constituida por dos
ramas. Por un lado, los españoles que ya residían en la Nueva
España al efectuarse la independencia, y que según los Tratados de
Córdoba, al consumarse la separación, se convirtieron en ciudadanos
mexicanos. A partir del establecimiento de la legación española en
México, este grupo se convirtió de inmediato en el protagonista de
muchos de los problemas que surgieron entre la nación mexicana y la
española, pues ya eran poseedores de un importante poder económico
y social y, por lo mismo, también político. Uno de los primeros
asuntos que el ministro español Calderón de la Barca trató a su
llegada el país en 1839 fue justamente el estatus jurídico de sus
compatriotas. Las leyes mexicanas establecían que todos los
extranjeros que residían en el país debían pedir anualmente una
carta
de seguridad que
tenía que ser solicitada por los ministros diplomáticos al gobierno
de México. Por tanto, uno de los primeros asuntos que Calderón
atendió fue tratar de evitar que a los españoles se les obligara,
“contra su voluntad, a ser ciudadanos mexicanos” y buscar que el
gobierno los reconociera como súbditos de su majestad católica y
les otorgara su respectiva carta de seguridad, que en ese momento se
les negaba por ser considerados ciudadanos de este país4.
Por el otro lado tenemos la deuda española en México, la cual no se
resolvió sino hasta 1890.
El origen del conflicto económico había
sido el tratado de paz definitivo firmado entre México y España en
1836, en donde se estipulaba que el gobierno mexicano reconocía como
deuda interna toda la que había contraído el gobierno español
durante el virreinato, y ambos gobiernos, así como lo que los
sucedieran, desistirían de hacer cualquier reclamación. Sin
embargo, el asunto no era sencillo, pues en México existía una ley,
del 28 de junio de 1824, que se refería al reconocimiento de deudas
públicas y cuyo artículo primero estipulaba que se reconocía las
deudas contraídas en la nación mexicana por el gobierno de los
virreyes hasta el 17 de septiembre de 1810. Por lo que, mientras esta
ley aceptaba la deuda hasta dicha fecha, el tratado de paz estipulaba
que México reconocía las deudas contraídas durante los 300 años
que duró el virreinato,
es
decir, hasta septiembre de 1821. El problema de México, incluso
desde la antes de la Independencia, es que vivía una situación
económica precaria. Sus ingresos se basaban en rentas aduanales, no
en la producción interna, y desde que se formó el gobierno
independiente de Iturbide, la burocracia y los militares que lo
habían sostenido en el poder sumaban la mayor parte de los gastos
del erario5.
Los conflictos financieros derivarían en una invasión por parte de
las naciones europeas acreedores, décadas después. En el frente
político social, la conspiración monárquica de 1845-1847 polarizó
a los realistas mexicanos que apoyaban esa vieja forma de gobierno y
a los liberales, que desde entonces desconfiaron de los primeros. La
consecuencia fue un fuerte antihispanismo entre la sociedad mexicana.
Zamacois llega al
país en ese delicado contexto nacional. Siguiendo la tradición de
su época, el español contribuyó sus escritos en diversas
publicaciones periódicas mexicanas, incluyendo La
Espada de Don Simplicio
(1856). Previamente ya había publicado Los
misterios de Méjico
(1851). En ambas tribunas intentaba crear una cultura nacional y un
ambiente de concordia entre españoles y mexicanos. Antes de salir
por dejar el país en 1857, tal vez por un clima adverso contra los
peninsulares que había derivado en actitudes antihispànicas,
Zamacois
promovió el reencuentro entre mexicanos y españoles. En enero de
ese año se habían roto las relaciones diplomáticas entre ambos
países. De este modo, coincidió con su coterráneo Anselmo de la
Portilla en el anhelo por que se concretaran el entendimiento y la
fraternidad entre estos dos pueblos6.
Para esa fecha ya había publicado distintas obras literarias y
poéticas.
Después, en 1860,
Zamacois regresa México en un momento cuando aún se realizaba la
incursión militar francesa en el país, sino que más bien había un
compás de espera, de previsión. Y con Maximiliano en México,
Zamacois se convierte en un observador privilegiado y lo plasma en
sus columnas en los periódicos imperialistas El Cronista de
México y La Sociedad Mercantil. El autor permanece en el país
cuando se instaura la República en 1867, pero en 1873 regresa a
España, sitio en donde finalmente comienza a redactar su magna obra
sobre México. Regresa a México en 1883, tal vez con la intención
de presentar la obra en la sociedad porfirista, pero fallece en 1885
en la capital del país.
¿Qué
objeto persigue su Historia de Méjico, obra que abarca 18 mil
páginas extendidas en 20 tomos? Zamacois quiere hace una historia
integral del país. Por eso quiere indagar, identificar y difundir
los orígenes y rasgos culturales de la nación mexicana, los cuales
servirían como elementos unificadores de los mexicanos. La
información está dividida en forma cronológica, manteniendo un
orden que, de acuerdo con Zamacois, explica el progreso de la nación
a través del tiempo. Tal vez por un rasgo de su época le dedica
mayor presencia a la época independiente de México (9 tomos) en
relación al México prehispánico (uno), la Conquista (tres), la
Colonia (dos) y otros cinco al movimiento de independencia. El
proceso termina en la obra hasta 1867, cuando Zamacois ve que Benito
Juárez tiene las condiciones a su favor para instaurar la
estabilidad en el país. Los tomos fueron publicados entre 1876 y
1882, pero Zamacois los comenzó a preparar desde 1860, cuando aún
estaba en México, para poder recopilar la información de muy
distintas fuentes: reales órdenes, circulares, actas, documentos
hemerográficos, observaciones directas, las obras historiográficas
de Carlos María Bustamante y Lucas Alamán. La lectura de la obra es
ágil, galopante, pues el autor no tiene miedo a utilizar la riqueza
del lenguaje y las metáforas para explicar los hechos climáticos de
la historia mexicana.
México es la
segunda patria del vasco. Es un conservador, pero con toques
ilustrados, pues entiende la historia como un devenir, como un
proveco, y para dicho propósito es esencial mantener la estabilidad,
la paz y el orden. Pero Zamacois no es un tradicionalista, no aboga
por una regresión histórica. Siendo la prosperidad de los pueblos
una proclama del movimiento ilustrado, recayó sobre el autor el
influjo del "espíritu del siglo”, aunque también podríamos
decir que coincidió con los postulados del positivismo que empezaba
a germinar en México por las mismas fechas en que el historiador
vizcaíno trabajaba en su Historia de Méjico7.
La historia enlaza una época con otra, presentando sus luces y
adelantos, afirma Zamacois en la introducción de su obra. El
acontecer mexicano es ascendente y progresivo y no está exento de un
motor divino.
La Historia de
Méjico ha sio catalogada como un texto de historia general de
nuestro país. Esto se debe a que el autor concibe los hechos de la
nación bajo un fin pragmático en el cual los grandes hombres juegan
un papel fundamental. La historia tiene un fin pragmático,
didáctico, pues enseña a los hombres las malas y buenas acciones
aquellos hombres que les precedieron.
Tal
es el caso del tomo VII de su extenso trabajo, en donde habla de la
gesta independentista. El capítulo X del mismo lo dedica a Morelos.
En su relato se propone conciliar a la sociedad mexicana porque, bajo
su lógica, la Nueva España ha alcanzado para ese momento su mayoría
de edad y ha adquirido el derecho de independizarse de la metrópoli
española. Por eso subraya las acciones de los grandes hombres que
impulsaron la gesta. No hay odio hacia los conquistadores, hay un
camino lógico que innevitablemente deviene en un país nuevo. Son
fases de un mismo proyecto que permiten unificar los intereses de los
liberales y conservadores porque cada grupo, bajo su lógica, está
buscando un mismo objetivo. No hay héroes o traidores, un cambio
radical con lo que habían escrito otros historiadores del siglo XIX.
No hay razón de enfretamientos partidistas. A Morelos lo describe
como un ser excepcional y resalta su aspecto clerical (el autor era
católico practicante), pero más que eso, lo coloca como un
personaje sin el cual no se entiende el proceso independista en el
sur del país una vez que ha caído Miguel Hidalgo. Morelos es un
gran militar, combate en ejércitos bien formados, a diferencia de
Hidalgo, que usaba grandes bloques de gentes sin orden ni preparación
que huían al primer cañonazo:
La
fisonomía de Morelos era el espejo que reflejaba su carácter.
Su
severo ceño, que se mantenia inalterable como las rocas del mar
así
en los embates de sus alteradas ondas
como
en la calma, revelaba la firmeza de sus resoluciones,
la
calma y la frialdad que precedían a sus
deterininaciones
irrevocables, una vez
consideradas
convenientes al resultado de sus planes....
Había
abrazado la causa de la independencia por íntima conviccion8
La información
exclusiva que Zamacois extraído del Archivo Nacional de Méjico luce
en su obra. Rara vez se había descrito al caudillo del sur de esta
forma, con este nivel de humanidad:
En
sus costumbres, no guardó toda la pureza
que
corresponde al sacerdote católico,
y
en consecuencia de humanas fragilidades, tuvo
varios
hijos en mujeres desconocidas do su pueblo.
Sus
armas favoritas...eran las pistolas, y siempre
llevaba
un par de ellas en los bolsillos de la chaqueta,
cuando
iba de pie; otro par en la cintura cuando iba
a
caballo, y dos pares más en la cabeza de la silla de montar...
Cuando
se acostaba, colocaba las pistolas
junto
a la cabecera del lecho, y por las tardes solía
ejercitar
largos ratos en tirar al blanco con ellas. Su
manejo
en los caudales que entraron en su poder fué
siempre
puro. Muchas y gruesas fueron las sumas que
tuvo
a su disposición en los cinco años que hizo la campaña.
;
pero jamás separó un solo real para su provecho
particular,
sino que todo lo invirtió religiosamente en los
gastos
del ejército.
Ageno
al lujo, sus gastos personales eran rnuy reducidos,
y
no habiendo tornado nunca mascque lo muy
preciso
para llenarlos, vivió sin fausto y murió
sin
dejar bienes ningunos de fortuna9.
El gran libertador de
los mexicanos se convierte en el némesis principal del ejercito
español, pero en la redacción de Zamacois éstos no aparecen como
villanos. La descripción de las victoras de Morelos es sintética,
sin hacer alarde de la violencia y la sangre. Los españoles pierden,
sí, pero el autor no describe su derrota con saña. La revolución
es una empresa que tiene un objetivo superior, que supera los
conflictos temporales del hombre, aunque en ese lapso algunos
destaquen por arriba de otros. El fin último es la paz, en donde el
crecimiento de las personas y de los países es consecuencia de la
armonía entre los pueblos y los proyectos que defienden por breves
destellos los grupos de hombres.
1 Judith de la Torre Rendón, “Niceto de Zamacois” en Historiografía mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884 (coords. Ortega & Camelo), UNAM, México, 1996, p. 550.
2 Alfredo Ávila, “El gobierno imperial de Agustín de Iturbide” en Gobernantes mexicanos (coord. Will Fowler), Fondo de Cultura Económica, México, 2008, pp. 30-31.
3 Adriana Gutiérrez Hernández, “Juárez, las relaciones diplomáticas con España y los españoles en México”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 34, julio-diciembre, UNAM, 2007, p. 33.
5 Bárbara Tenenbaum, “Sistema tributario y tiranía: las finanzas públicas durante el régimen de Iturbide, 1821-1823” en Las finanzas públicas en los siglos XVIII-XX (coords. Jáuregui y Serrano), Instituto Mora, México, 1998, pp. 209-226, passim.
7Ibid, p. 561.
8Niceto de Zamacois, Historia de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, tomo VII, Parres y Comp. Editores, Barcelona-México, 1878, p. 44 (Versión E-book disponible en http://www.bicentenario.gob.mx/).
9Ibid, p. 47-48
REFERENCIAS
CITADAS
ÁVILA,
A. “El gobierno imperial de Agustín de Iturbide” en
Gobernantes mexicanos (coord: Will Fowler), Fondo de Cultura
Económica, México, 2008, pp. 29-49.
DE
LA TORRE RENDÓN. “Niceto de Zamacois” en Ortega y Camelo
(coords) Historiografía mexicana. En busca de un discurso
integrador de la nación, 1848-1884, UNAM, México, 1996, pp.
549-572.
GUTIÉRREZ,
A. “Juárez, las relaciones diplomáticas con España y los
españoles en México”, en
Estudios
de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 34,
julio-diciembre, UNAM, 2007, pp. 29-63
TENENBAUM,
B. “Sistema tributario y tiranía: las finanzas públicas
durante el régimen de Iturbide, 1821-1823” en Luis Jáuregui y
José Antonio Serrano Ortega (coords.), Las finanzas públicas en
los siglos XVIII-XX, Instituto Mora, México, 1998, pp. 209-226.
ZAMACOIS,
N. Historia
de Méjico, desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días,
tomo VII, Parres y Comp. Editores, Barcelona-México, 1878. (Esta
versión E-book de la obra completa se encuentra disponible en
http://bit.ly/19nJxdL, sitio de
la Biblioteca Digital Mexicana)
La Historia Moderna de los 70s y 80s
Mapa Mental (pulsa sobre la imagen para verla a detalle)
José María Luis Mora
Un análisis historiográfico de la
obra
México y sus Revoluciones
Tiempo y subjetividad. Cuando
revisamos la obra de José María Luis Mora (1794-1850) nos percatamos de la
tiranía de la contemporaneidad que abraza a los historiadores. Los documentos
están escritos en un momento histórico específico, el cual cubre con un velo,
invisible para quien redacta, las observaciones y juicios del historiador. El
texto de Mora titulado México y sus Revoluciones (1836), no está exento de dicho fenómeno,
y si bien el cúmulo de información que el autor plasma a lo largo de los tres
tomos de su obra es un referente invaluable para cualquier lector, no por eso
debemos olvidar la muy particular visión desde donde escribe. Para Mora, un
ilustrado, el progreso es el fin de la historia. México se circunscribe en ese
camino de avance continuo desde la Conquista, pero varios elementos se oponen a
esta marcha: la religión, los fueros a las corporaciones y la población
indígena. Con Mora, el progreso es material y espiritual, uno no puede estar
dividido del otro. Tal vez por eso algunos los califican como un liberal,
aunque esa calificativo no aplique en todas sus opiniones.
El
lugar de nacimiento es importante para entender a nuestro autor. Oriundo de
Chamacuero, Ciudad Comonfort, en Guanajuato, vio desde muy pequeño la
desigualdad imperante en un estado mestizo que también era una de las
principales fuentes de ingresos para la Corona gracias a su robusta producción
mineral. Así lo había sido durante siglos. Mora no vivió el inició de la
Independencia desde su estado porque apenas a los 12 años dejo su pueblo natal
y entró al Colegio de San Ildefonso.
En ese recinto, conocido entonces como la Real y Pontificia Universidad
de México, se tituló como licenciado en Teología en 1819, mismo año en que tomó
las órdenes de sacerdote. En 1820 ya era doctor en Teología y daba cátedras de
Latinidad y Humanidades en su alma máter. En el ínter, de 1818 a 1820, estudió
en el Seminario Palafoxiano de Puebla. Durante todo este lapso formativo, Mora
tuvo una actitud distante al conflicto revolucionario1.
Hay que recalcar que durante buena parte de la vida colonial de la Nueva
España, la única opción educativa para muchas personas fue la formación
clerical. Mora aprovechó esa estructura para mantenerse cerca de los libros,
del conocimiento, y con eso adquirir una formación que le diera estructura
argumentativa a sus escritos, que si bien pueden llegar a ser confusos y
rebuscados, no por eso dejan de estar bien encuadrados con evidencias sólidas.
En 1825, de hecho, obtendría un nuevo título como abogado. Este conocimiento
cercano de la estructura religiosa y educativa en la capital de la Nueva España
lo convirtió en un acérrimo crítico de la Iglesia como institución. Mora tenía
una aversión manifiesta contra aquellas instituciones en donde unos cuantos
monopolizaran el poder y tal vez ninguna empresa ejemplifique esa
característica organizativa como el clero.
Aunque él mismo aprovechó esta
situación, Mora estaba tajantemente en contra del ambiente monacal que imperaba
en los colegios de la Nueva España, el cual denigraba al joven individuo que
entraba en ellos. Siendo ilustrado, odiaba las supersticiones que la Iglesia
utilizaba para controlar a sus fieles. La Iglesia robaba la voluntad y la
identidad de sus estudiantes y además limitaba el trato de los hombres con las
mujeres, lo cual traía problemas posteriores. Mora llevó este programa
anticlerical a la reforma educativa de 1833 cuando fue asesor del
Vicepresidente Valentín Gómez Farias y miembro de la Dirección General de
Instrucción Pública y director del Establecimiento de Ciencias Ideológicas y
Humanidades. El punto seis de su documento proponía “la destrucción del
monopolio del clero en la educación pública”. El plan fue aprobado por el
Congreso, pero apenas diez meses después fue derogado por el Presidente Santa
Anna, presionado por la Iglesia. La Conquista había delegado la formación de
los jóvenes bajo los preceptos de la Santa Madre Iglesia, y esto, para Mora,
era una de las explicaciones del atraso en el cual se encontraba la el México
colonial. El autor lo argumenta con claridad cuando explica la expulsión de los
jesuitas en 1767 por órdenes de Carlos III:
Esto no podía
hacerse, especialmente en México, sino corriendo grandes riesgos. Los
inconvenientes de este instituto que consistían en la ambición, en el espíritu
de dominar y monopolizar la enseñanza a su favor que animaba a sus miembros,
eran demasiado espirituales para que pudiese comprenderlos la multitud; los
Jesuitas habían sabido por otras parte captarse la veneración y el respeto de
los Mejicanos por su porte decente y regular, por sus actos de beneficencia,
por su infatigable celo en promover la educación de la juventud… [Pero] Sus
excesivas riquezas y el hallarse apoderados casi exclusivamente de la educación
de la juventud mexicana, les daba un influjo desmedido sobre todas las clases
de la sociedad que componían la colonia, porque aunque tenían enemigos, entre
los regulares especialmente, eran para ellos poco temibles, en razón de que
semejantes contarios carecían del prestigio que daban a los Jesuitas el mérito
y los servicios efectivos hechos en beneficio del público2
La cita también nos sirve para profundizar en las
concepciones periodísticas de Mora. Siendo un ilustrado, aprovechó con creces
la oportunidad que le ofreció la apertura periodística al acabar la
Independencia para escribir en diversas publicaciones. Los medios impresos
periodísticos le daban la oportunidad de jugar con la opinión pública, algo que
definía como “la convicción universal de una verdad debida a su examen y
discusión”3. Como vimos en el párrafo anterior, usa
con frecuencia la figura de la opinión pública para expresar lo que él cree que
es mejor para la generalidad. Ahí, claro, también entra la perspectiva de Mora
para definir lo que es mejor para un país en cuanto a su sistema de gobierno,
el cual vislumbra en su idoneidad como un Estado en donde los individuos
tuvieran libertadas garantizadas contra la tiranía del Estado mismo, donde los
propietarios ejercieran sólo el derechos de ciudadanía, donde hubiera libertad
de prensa, un sistema judicial independiente, jurados populares y un sistema
federal, representativo y popular, pero no necesariamente democrático4. Esta vigilancia contra la tiranía y el
desarrollo de las instituciones se apuntala con la opinión pública, razona
nuestro autor. Al menos antes de dejar México e instalarse en París, Mora cree
en la supremacía de las leyes: son algo mágico porque se basan en la perfecta
igualdad5.
Ese Estado federal que opera con las
instituciones debe proteger los derechos del individuo y garantizar, asimismo,
los derechos básicos de sus habitantes. Ende, hay que evitar las
interpretaciones haciendo leyes claras, pocas secundarias, y teniendo siempre
en cuenta que la ley irá cambiando con el tiempo, pues una generación no tiene
derecho a limitar el desarrollo de las que siguen con sus propia letra legal.
Los grandes enemigos de esta idea que iguala a los hombres son las
corporaciones. Además de la Iglesia, en el tiempo de Mora el Ejército aún
guardaba muchos fueros especiales, así como los jueces. En ambos casos, su
participación en la política debía estar vedada porque los tres grupos
corporativos inevitablemente encausaban el interés público hacia el suyo
propio. En una nación que aspiraba a la modernidad, nadie debía tener derechos
especiales sobre los otros. Los diversos cargos públicos que tuvo nuestro
historiador, entre los que se cuentan diputado provincial de México y del
Congreso del Estado de México (1822 y 1823) y diputado por Guanajuato (1832),
además de los que mencionamos arriba con el vicepresidente Gómez Farias,
seguramente lo mantuvieron en
contacto con esa realidad de la nueva nación, en donde cada grupo peleaba por
implantar su propia razón.
En
todo este discurso progresista destaca, sin embargo, la visión que tiene de los
indígenas. Desde las primeras hojas del Tomo III de la obra analizada nos damos
cuenta del marcado celo que pone en describir las acciones de los
conquistadores españoles, basándose en particular en Bernal Díaz del Castillo y
el propio Hernán Cortés. En su “Advertencia” Mora explica que es mejor retomar
la historia desde su perspectiva porque vivieron el momento. Los aztecas,
mientras tanto, no habían tenido gran progreso porque no tenía ciencia, como lo
evidencian su agricultura y su tecnología. Además, prosigue, no había una gran
población en el territorio nacional, como lo han querido hacer ver algunos
cronistas que exageran la cifra para hacer más grande su hazaña cuando son
clérigos o conquistadores par justificar su discurso. A lo largo de toda la
primera parte de la primera parte del Tomo III de su obra hay una clara admiración por Cortés y
un soslayo a los nativos americanos.
Los indígenas, para Mora, carecen de
imaginación y tenían defectos; por lo tanto, deben integrarse al estilo de vida
urbano, criollo, que surge en la nueva nación cuando termina la colonia. Con
los mismos derechos, los indios deben integrarse, mezclarse, o desaparecer,
pues fueron tratados como menores de edad durante demasiado tiempo y se han
convertido en un lastre. Ya más adelante, en la gesta independista, no habla de
los indios porque afirma que ellos no fueron los responsables de sacudirse el
yugo español: “Aquí sólo se hablará de los proyectos de los Españoles para
sustraerse de la dominación de la metrópoli, y crear de entre ellos mismo un
gobierno soberano”6. La Independencia,
gracias al aumento de la población blanca en la Nueva España, era algo
“inevitable”7.
Pero
el autor también acusa deficiencias de espíritu en el México que él observa.
Hacia el final del Tomo I de su obra, en donde describe la condición actual en la que se
encuentra el país, hace algunas anotaciones de la moral pública que impera en
la sociedad. De nuevo critica duramente a la Iglesia porque confunde a los
mexicanos cuando interpreta el delito como pecado, por el uso de su imagología,
pero también ve la distancia que separa a México de Europa, a pesar de que en
ese lado del Atlántico, en donde él se haya al redactar su libro, también se
práctica el catolicismo:
Cuando los deberes
sociales no sólo están apoyados por la sanción religiosa sino por el
convencimiento práctico de que el cumplimiento de las leyes refluye en la
propia utilidad; cuando esta convicción se haya difundido por todas las clases
de la sociedad y penetrado hasta la última, como sucede en Europa; finalmente
cuando se sepa distinguir con más precisión los deberes del ciudadano, de los
del cristiano y de la perfección religiosa, entonces quedará establecida
definitivamente la moral pública en México. Esta obra empezó en la República
hace más de veinte años, en ella se ha adelantado bastante; pero le falta mucho
por llegar a la perfección que obtendrá sin duda aunque no sea posible señalar
la época8.
Tal vez no deba sorprendernos que una líneas más
adelante el autor señale que el “estado de revolución” que ha visto el país
continuará por mucho tiempo.
Después de su
muerte en París, la historia le daría la razón a lo largo de todo el siglo XIX,
cristalizando su pensamiento como una ventana obligatoria para entender la
primera mitad del decimonónico mexicano
-->
1 Anne Staples, "José María Luis Mora" en El
Surgimiento de la Historiografía Nacional (coords.: Ortega & Camelo), UNAM, México, 1997,
pp. 241-243
2 José María Luis Mora, Mejico y sus revoluciones.
Tomo III, Librería de la
Rosa, París, 1836, pp.259-260. (Versión E-Book. Ver vínculo completo al final
de este texto)
3 Mora en Anne
Staples, "José María Luis Mora" en El Surgimiento de la
Historiografía Nacional
(coords.: Ortega & Camelo), UNAM, México, 1997, p.246.
4 Staples, Op.Cit, p. 252.
5 Adriana Luna González. "La recepción de ideas de
Gaetano Filangieri en José María Luis Mora: un primer acercamiento al contexto
constitucional mexicano" en Istor. Revista de Historia Internacional, CIDE, 2007, Número 29, Año VIII,
pp.133-134.
6 Mora, Op.Cit, pp. 196-197.
7 Ibid, p. 258-259
8 José María Luis Mora, México y sus revoluciones.
Tomo I, Ed. Porrúa,
México, 1950, p. 466.
REFERENCIAS CITADAS
LUNA, A. "La recepción de ideas de
Gaetano Filangieri en José María Luis Mora: un primer acercamiento al contexto
constitucional mexicano" en Istor. Revista de Historia Internacional, CIDE, 2007,
Número 29, Año VIII, pp. 120-149.
MORA,
J.M.L.
México y sus revoluciones. Tomo I, Ed. Porrúa, México, 1950.
MORA,
J.M.L.
Mejico y sus revoluciones. Tomo III, Librería de la Rosa, París,
1836. Disponible en su integridad en http://bit.ly/10S1IkV
STAPLES, A. "José María
Luis Mora" en El Surgimiento de la Historiografía Nacional (coords.: Ortega
& Camelo), UNAM, México, 1997, pp. 241-256.
De las reformas bórbónicas a la Independencia de la Nueva España.
Una súper síntesis.
El fin del México colonial y su entrada al mosaico de
naciones fue un proceso difícil y convulso. Los actores y las masas que
participaron en este momento histórico, que aquí delimitaremos entre el último
tercio del siglo XVIII y la consumación de la lucha armada independentista, no
podían saber las consecuencias de sus acciones, pero un análisis a la distancia
nos ofrece cierta claridad para intentar entender sus motivaciones y resultados
que se consiguieron una vez que se firmó el Plan de Iguala en 1821.
¿Cómo era la Nueva España en el último tercio del
siglo XVIII? Para empezar, no existía el término “nación”, tal cual hoy lo
conocemos. Los habitantes de este territorio vivían bajo el entendido de que
era vasallos del Rey de España, tal como lo habían sido durante tres siglos. En
la península, el Consejo de Indias y la Casa de Contratación de las Indias
trataban los asuntos de las colonias. En la Nueva España, hasta 1786, la cabeza
de la organización eran el Virrey y la Real Audiencia, seguida de los gobiernos
provinciales y las alcaldías mayores y los corregimientos, más abajo estaban
los ayuntamiento españoles y los cabildos de indios. Las ciudades como México,
Guanajuato y Zacatecas jugaban un papel nodal porque articulaban la vida
religiosa, económica y social de la colonia. La sociedad estaba divida
claramente entre peninsulares, criollos, indios y castas, y convivían
diariamente en las ciudades, aunque generalmente no se mezclaban entre ellos. Los pueblos indios, por otro lado,
mantenían una estructura de organización propia. La pobreza, tal como lo había
sido a lo largo de toda la colonia, se acentuaba por la desigualdad que
desempeñaban las clases del escalafón superior social y las migraciones del
campo a la ciudad ya eran conocidas1.
Para
ordenar el gasto, evitar el dispendio superfluo, y obtener mayores entradas de
dinero, la nueva monarquía borbónica realiza una serie de instrucciones en
1760. El visitador José Gálvez las aplicaría en la Nueva España en 1765. Con
este fin, Gálvez funda en México en 1766 la Contaduría General de Propios,
Arbitrios y bienes de Comunidad. Entre 1766 y 1784 cambia fundamentalmente la
administración de la Nueva España: se elimina la autonomía financiera de los
municipios que existía desde el siglo XVI, y las poblaciones se someten a la
vigilancia del poder virreinal2.
Después, en 1786, se publica la Ordenanza de Intendentes, la cual retoma los
planteamientos de Gálvez. La ley de 1760 cumplía con su objetivo: que los
ayuntamientos informaran con precisión a la Corona sobre el estado de sus
finanzas. Hacia 1810, entonces, las once intendencias de la NE estaba bajo
fiscalización sistemática y uniforme de los contadores de cada región y de la
Contaduría de Propios y Arbitrios de la capital del virreinato.
Bajo este férreo control
español se produce, poco a poco, una crisis. Las reformas borbónicas, las ideas
de la ilustración y las revoluciones en Estados Unidos y Francia aceleran este
proceso3. Desde los años 1730 se habían
comenzado a introducir a la Nueva España el racionalismo y las ciencias
aplicadas. Surge la ilustración criolla que fortalece el antagonismo entre
europeos y el primer grupo. Se comienza a fundamentar una identidad de los
americanos frente a los del viejo continente para establecer su propia
identidad frente a aquellos con bases histórico-culturales y de esta manera
articulan sus reivindicaciones políticas. Esto trae movimiento económico y por
primera vez surge el pensamiento de que el Estado es un conjunto de individuos a
los cuales hay que poner en condición de buscar y lograr sus máximas ventajas
económicas personales. Se buscaba poner en movimiento la economía de las provincias fomentando obras de
infraestructura. Algunos señalan que estas reformas intentaban centralizar el
poder aún más en una colonia que ya tenía dos centros bien definidos: Madrid y
México, pero realmente fue una mixtura de medidas las que se vivieron con las
reformas borbónicas. Se creó la Real Hacienda, por ejemplo, la cual podía
decretar órdenes y ponerlas en vigor en las haciendas públicas y municipales.
Otra medida descentralizadora: se establece la Junta Superior, una especie de
segunda suprema corte, aparte de la Audiencia, para todo el virreinato.
Las
decisiones importantes se dejaban para el Rey, sin embargo. Esto no evitó que
la aplicación de las reformas borbónicas dividiera al estatus quo que gobernaba la Nueva España porque muchas de las funciones
específicas que tenía el Virrey le fueron arrebatadas y delegadas en oficinas
supervisadas directamente por la Corona. Así, se comienza a generar una mezcla
de intereses criollos, arraigados en tierras americanas, en donde las capitales
de provincia se alinean con las medidas de Gálvez y el nivel provinciano rural
gobernado por grupos tradicionales con mayor autonomía frente a las capitales
de provincia y México. En ese sentido, las intendencias creadas por Gálvez son
el artífice más importante para restarle poder al Virrey4.
Con los cambios de la monarquía modernizadora se quiere limitar también la corrupción.
Los intendentes son fieles al Rey, todos españoles peninsulares. Al mismo
tiempo, se le da un poco de mayor poder al criollo para satisfacer sus
crecientes demandas de autonomía. Sin embargo, estos intereses criollos fueron
afectados por las reformas: se establecen los monopolios del azogue y continúan
otros.
Este sustrato de diferencias
económicas y sociales es tierra fértil para aumentar la tormenta política que
cae sobre la península española en 1808 cuando es invadida por Napoleón. La
Corona le había cedido el paso por su territorio cuando el francés marchó para
invadir Portugal. Aprovechando la situación, decidió también instalarse en
España, para obligar que Carlos IV abdicara a favor de su hijo Fernando VII con
el objetivo ulterior de colocar a su hermano José en el trono español. Por toda
España, en consecuencia, surgen movimientos a favor de Fernando VII. La
invasión es una crisis que no conoce la Corona española, pues nunca un invasor
había desplazado al Rey. Ante esto, se organizan poderes paralelos en juntas
regionales, retomando el pacto ancestral que liga al Rey con sus vasallos a
través de Cortes. Así, entre 1808 y 1810, los liberales españoles dan los
primeros pasos para covertir una monarquía absolutista en una monarquía
constitucional porque la monarquía tradicional había sido decapitada5. Las Cortes constituyentes se reúnen en
Cádiz en septiembre de 1810, uno de los últimos reductos no dominados por
Napoleón, para comenzar a redactar su carta, proceso en el cual participarían
los representantes de todas las colonias, aunque no con la mismo número que los
peninsulares. Del otro lado del Atlántico también sacude la crisis. Entre 1808
y 1810, las respuestas de los españoles peninsulares y americanos a la captura
del Rey fueron los primeros síntomas de una revolución que afectó a todo el
mundo hispánico, aunque las colonias reaccionaron más lento porque no
enfrentaban la invasión de un gobierno extranjero en 1808. La intención de
Francia era controlar el gobierno, derrotar a la resistencia y después extender
el control político sobre la América hispana.
En el Nuevo Continente, sin
embargo, ningún oficial reconoció el sistema francés. Replicando el modelo español, también se formaron juntas. Esto
trajo nuevas voces de autonomía en las colonias. Se profundizaron las
diferencias entre oficiales de la Corona y elites americanas. En la Nueva
España, los criollos pedían el autogobierno en apoyo a Fernando VII. La
soberanía, de pronto, cayó sobre la sociedad lo cual fue un factor exógeno para
la revolución independiente6. En ese
momento, la nación española constituye todos los habitantes del imperio. De
forma paralela, los que viven en las colonias aprovechan el momento para buscar
mayor autonomía a través de la Constitución de Cádiz, que sería promulgada en
1812, y la lucha armada que estalla en 1810. Con las reivindicaciones no se
plantea exigir la creación de un estado nuevo, sino la autonomía: hacerse cargo
de las instituciones del gobierno local sin dejar de ser considerados españoles7. Al mismo tiempo, puesto que el Virrey
Iturrigaray no está atado a ninguna autoridad de la península, se corre el
riesgo de que actúe de forma independiente y arbitaria. Entonces los
comerciantes peninsulares de la Nueva España lo deponen de forma violenta en 1808.
Razonan que no les conviene cortar la línea directa con la Corona. En 1809, el nuevo virrey reconoce la
autoridad de la Junta Central y se formalizan elecciones para mandar un
representante de la Nueva España, quien acaba siendo el peninsular Miguel de
Lardizábal. En Europa, el diputado solicita distintas mejoras para la Nueva
España, siempre reconociendo la autoridad de Fernando VII8.
Poco después de dan los debates para la Constitución de 1812. Si bien la
participación de diversos novohispanos fue crucial para defender los intereses
americanos9, lo planteado en la Constitución es más
ideológico que práctico, pues al regresar a la Corona en 1814, Fernando VII
reinstaló el absolutismo10.
Además, el discurso legislativo de los novohispanos provenía más que nada de
las elites y en ese sentido era una simulación para continuar el poder español11. Entremezclado en ese discurso, estos
grupos ilustrados exaltaron un discurso nacionalista sin símbolos tradicionales
españoles (la Virgen del Pilar, el pendón real), que pide igualdad de derechos
y que rechaza los malos gobiernos que emanen de la península. Este sentimiento
es replicado es las clases subalternas menos favorecidas, hartas de los altos
impuestos, la escasa movilidad social y la monstruosa diferencia social, que si
bien continuó a lo largo del siglo XIX, el discurso que apuntaló para
combatirla sirvió para aglutinar a los insurrectos alrededor de unos cuantos
criollos. Los indios, preocupados por los intereses de su comunidad y su
particular cultura de devoción popular12,
se unieron al movimiento. Cuando Hidalgo es muerto en 1811, la semilla
revolucionaria ya germina con los levantados, pues vive la ideología
antigachupina que rechaza a los individuos peninsulares que vienen “a hacer las
Américas” y largarse. La insurgencia popular, en la cual participan muchas
mujeres bajo distintos visos13,
avanza con altibajos entre 1810 y 1821 con esta ideología política. Las
desigualdad se agudiza con la sequía de 1809-1810, suben los precios y los
indios ven afectada su estructura de dominio patriarcal. La presión los obliga
a unirse con Hidalgo. Los insurgentes populares lucharon por las autonomías de
los pueblos basadas en la tierra y las culturas religiosas, y configuradas por
el patriarcado14.
Es importante recalcar que, si bien Fernando VII
regresó al trono en 1814, la lucha insurgente continuó. Por un lado, los
realistas tomaron vuelo para aplastar a los rebeldes, quienes siguieron en la
batalla, con distintos niveles de intensidad, en algunos territorios aislados,
en particular en la Huasteca golfina, Tierra Caliente y las zonas del altiplano
como El Mezquital, Otumba, los llanos de Apan y el Bajío. Hacia 1815, la
insurgencia política decae, pero se mantiene la sublevación popular dispersa.
Sin embargo, en 1820, cuando Fernando VII acepta la Constitución de Cádiz, se
renuevan las voces liberales que piden soberanía. Iturbide, quien había sido realista, ve un resquicio para forjar una
coalición que proponía una reconstrucción tan radical de la soberanía que condujo
a la independencia política. En lugar de luchar contra Guerrero, Iturbide
negoció con él. El programa que unió al ex comandante realista y al inflexible
insurgente político exigía una monarquía constitucional mexicana. El Plan de
Iguala del 24 de febrero de 1821 proclamaba tres garantías fundamentales:
religión, independencia y unión para españoles americanos e inmigrantes, elites
poderosas y líderes provinciales, ex realistas e insurgentes políticos. La
insurgencia popular quedó fuera, elemento que crearía discordia a lo largo de
todo el siglo XIX.
1 Manuel Miño, El mundo novohispano. Población, ciudades
y economía, siglos VXII y XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 2001,
p.61.
2 Dorothy Tanck, Pueblos de indios y educación en el
México colonial, 1750-1821, México, El Colegio de México, 1999, pp.17-75, passim.
3 Horst Pietschmann, “Protoliberalismo, reformas
borbónicas y revolución: la Nueva España en el último tercio del siglo XVIII”,
en Josefina Zoraida Vázquez (coord.), Interpretaciones del siglo XVIII
mexicano. El impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992, pp. 29-30.
4 D.A. Brading, “La Revolución en el Gobierno” en Mineros
y comerciantes en el México borbónico (1763-1810), México, Fondo de Cultura Económica, 1975, pp.
60-61.
5 Anthony McFarlane, “Crisis y Transición: los balances de poder en Hispanoamérica”, en
Roberto Breña (ed.), En el
umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810, México, El Colegio de México, 2010, pp.
95-105.
6 Francisco Xavier Guerra, “El ocaso de la monarquía
hispánica: revolución y desintegración”, en Antonio Annino y François Xavier
Guerra (coords.), Inventando la nación. Iberoamérica, siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
2003, pp.117-151.
7 Alfredo Ávila, “Nueva
España, 1808-1809”, en Roberto Breña (ed.), En el umbral de las revoluciones
hispánicas: el bienio 1808-1810, México, El Colegio de México, 2010, pp. 128-148.
8Jaime Rodríguez, “1809:
el año de transición”, en Brian Connaghton (coord.), 1750-1850:
La Independencia de México a la luz de cien años. Problemáticas y desenlaces
de una larga transición, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2010, pp.
213-214.
9 Manuel Chust, “Legislar y Revolucionar: la
trascendencia de los diputados novohispanos en las Cortes Hispánicas,
1810-1824”, en Virginia Guedea (coord.), La Independencia de México y
el proceso autonomista novohispano, 1808-1824, México, UNAM-Instituto Mora, 2001, pp. 23-82, passim.
10 Roberto Breña, “El primer liberalismo español y su
proyección hispanoamericana”, en Ivan Jaksic y Eduardo Posada Carbó
(eds.), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
2011, p. 67.
11 Fernando Vizcaíno, “El nacionalismo en las Cortes de
Cádiz”, en María Luisa Rodríguez et. al., Independencia y
Revolución. Contribuciones en torno a su conmemoración, México, Universidad Nacional
Autónoma de México, 2010, pp. 45-71.
12 Eric Van Young, “In the gloomy caverns of paganismo:
popular culture, insurgency, and nation-building in Mexico, 1800-1821”, en
Christon I. Archer, The Birth of Modern Mexico, 1780-1824, Wilmington Delaware, Scholary
Resources, 2003, pp. 41-65.
13 Jaime Olveda, “Las mujeres insurgentas, 1810-1821”, en
Jaime Olveda (coord.), Independencia y revolución. Reflexiones en torno
del Bicentenario y el Centenario, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 2010, tomo III, pp. 45-80.
14 John Tutino, “Soberanía quebrada, insurgencias
populares, y la Independencia de México: La guerra de independencias,
1808-1821” en Historia Mexicana, LIX:1, 2009, pp. 41-45.
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Fernand Braudel
El Mediterráneo y
el mundo mediterráneo en la época de Felipe II
Con Fernand Braudel continuamos la línea de pensamiento annalista que abordamos en nuestra entrega pasada cuando
hablamos de forma breve sobre Los Reyes Taumaturgos de Marc Bloch. Para Braudel, la historia es mucho más
que una serie de actos “explosivos” reservados para los políticos de cada época.
La historia se comienza entender cuando analizamos las estructuras materiales e
inmateriales de los pueblos, las cuales afectan la vida social y cultural de
las personas que se desarrollan en ellos y van desde la geografía y las
condiciones climáticas hasta, por ejemplo, las sillas que usan las personas de
determinada cultura para sentarse a comer. La historia total de Lucien Febvre,
mentor de Braudel, sigue viva con el autor de El Mediterráneo y el
mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949),
quien asegura en el Prefacio de su obra que el historiador debe incorporar a
sus estudios las perspectivas de distintas ciencias sociales como la economía,
sociología, antropología y geografía para enriquecer su entendimiento de las
personas y sus acciones en el pasado, que por cierto, muchas veces aun se
pueden ver en el presente.
En este sentido la duración de los hechos, las
culturas y sus elaboraciones colectivas así como el medio ambiente en el cual
se desarrollan sólo puede entenderse bajo tres tipos distintos de historias,
las cuales Braudel describe en el Prólogo de su obra y se entrelazan a lo largo
de la redacción de su texto: 1. La
historia casi inmóvil (aquí también la llamaremos de larga duración) es aquella
del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea; historia lenta en fluir
y en transformarse; hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de
ciclos incesantemente reiniciados, la cual el autor desarrolla extensamente en
la primera parte del libro. 2. La historia lenta (mediana duración), entendida
como la historia social, de los grupos y de las agrupaciones, elaborada en la
segunda parte del libro. Y finalmente, 3. La historia tradicional o corta,
confeccionada a la medida del individuo, la historia de los acontecimientos, la
agitación de la superficie, las olas que alzan las mareas en su potente
movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas, como
apunta el autor1. En este pequeño texto
desarrollaremos algunos ejemplos de estas tres duraciones a partir de la
segunda edición francesa del texto de Braudel (1966), obra corregida y aumentada y en donde, como el autor mismo
precisa, tuvo que reescribir capítulos enteros a causa de las nuevas problemáticas
desarrolladas en el intervalo desde la salida de la primera edición. También salpicaremos nuestras
explicaciones con ejemplos específicos de la forma en que la economía y la
geografía intervienen en el desarrollo de los pueblos del Mediterráneo,
materias que se interconectan de forma natural con las duraciones que utiliza
el autor. Tomamos nuestros ejemplos del Capítulo primero de la parte inicial
del libro titulada “La Influencia del Medio Ambiente”.
Dejémoslo claro desde ahora: la obra aquí
analizada es vasta. Los dos volúmenes del texto en castellano suman más de mil
setecientas páginas. Pero a diferencia de otras obras históricas en las que la
historia se narra de forma cronológica, Braudel salta de una conexión a otra
porque el gran protagonista de su obra es el mar Mediterráneo, un complejo de
mares. Es un ser que se entiende mejor cuando se analizan las llanuras y montañas
alrededor de él y la vida que se mezcla con la tierra. Porque el Mediterráneo también es
diversidad, no todo es olivares y naranjos. También hay pasajes montañosos
cubiertos de nieve contra los cuales, a sólo unos kilómetros de las soleadas
costas, los hombres se han enfrentado desde hace miles de años (historia
larga). El invierno recrudece las condiciones, por ejemplo, del Atlas marroquí,
en donde León el Africano, en la primera mitad del siglo XVI, tuvo la mala
fortuna de que le robasen el bagaje y la ropa cuando intentó franquearlo
(historia corta)2. Al igual que Bloch, el autor
enfoca el grueso de sus ejemplos en las clases subalternas, no en los grandes
protagonistas de la historia, para ilustrar sus modelos basado en duraciones.
Si aquí usamos a León el Africano es para explicar de manera clara lo que se
propone el autor, que utiliza documentos muy diversos como fuentes (cartas
religiosas, inventarios, mapas, textos académicos de su época, literatura clásica
de cada país), así como observaciones antropológicas del presente, vivas. La
realidad está hecha de estructuras que se intersectan entre sí, y los hombres
juegan en ellas mientras están vivos. Los hechos de los grandes líderes son
apenas movimientos trémulos en un inmenso tablero en donde se juega la vida y
brotan los acontecimientos. “Me parece
que Paul Ricoeur expresa con lucidez el contenido del acontecimiento”, explica
Corcuera, “el acontecimiento no es necesariamente breve y momentáneo como una
explosión. Es una variable de la trama. El esquema de las duraciones permite a
Braudel construir modelos que den cuenta
de la realidad”3, tal como lo vemos cuando
regresamos a nuestro ejemplo hídrico:
Estas nieves perpetuas nos explican la
larga historia del “agua nieve” de la zona del Mediterráneo, que ya Saladino
dio a beber Ricardo Corazón de León y de la que el príncipe Carlos abusó hasta
encontrar la muerte, en el caluroso mes de julio de 1568, estando preso en el
palacio de Madrid4.
El “agua nieve”
es la historia de larga duración, aquella que pasa con una recta trasversal
distintas generaciones y que tiene una explicación específica, de corta duración,
en la acción de los monarcas. Y ahora, sobre este miso tema, un ejemplo de la
mediana duración, aquella que se vive como la historia social:
En la Turquía del siglo XVI, el «agua de
nieve» no era siquiera un lujo de los ricos. En Constantinopla, y en otros
lugares —Trípoli de Siria, por ejemplo, los viajeros mencionan a vendedores de
agua de nieve, trozos de hielo y sorbetes, artículos que se pueden comprar por
unas pocas monedillas. Belon du Mans nos refiere que la nieve de Brusa llegaba
a Constantinopla en cargamentos enteros. Podía obtenerse en cualquier época del
año, dice Busbec, quien se sorprende al ver que los jenízaros la beben
diariamente en Amasia, en Anatolia y en los campamentos del ejército turco. El
comercio de la nieve es tan importante que los Pachas se interesan en la
explotación de las minas de hielo: Mehemet Pacha ganaba con ellas, según se
dice en 1578, hasta 800 000 cequíes al año5.
Más adelante,
cuando Braudel nos habla de la vida en la montaña, profundizamos en la
relevancia de la clases subalternas de la historia. “¿Diremos, entonces, que
las montañas son algo así como los barrios pobres del Mediterráneo, sus
reservas proletarias?”6, pregunta el autor. En las siguientes páginas
de su historia, explica que la vida en las montañas puede ser rica, favorecida
por los recursos naturales, pues la misma es baluarte contra los soldados o los
piratas y a veces, de baluarte temporal se convierte en refugio, definitivo7, tal como lo vemos en esta muestra de
historia larga:
Lo demuestra con bastante claridad el ejemplo de los
puszto-válacos, que desalojados de las llanuras por los campesinos eslavos y
griegos, vagaron como nómadas durante toda la Edad Media a lo largo de los
espacios libres de los Balcanes, de Galitzia a Servia y al mar Egeo, empujados
sin cesar, pero empujando, a su vez, a otros8.
La geografía y
la economía de la montaña están íntimamente relacionados. Por un lado, la
población de las montañas siempre es menor a las de las ciudades que se encuentran
más abajo. Por eso, explica, la montaña se ve forzada a vivir de sí misma en
cuanto a lo esencial; debe producirlo todo, como sea: cultivar la vid, el trigo
y el olivo, aunque ni el suelo ni el clima sirvan para ello9. No hay montaña que no tenga tierras labrantías:
Espoleto se halla en medio de una llanura extensa; Aquileya cultiva azafrán,
trigo, cebada; en Cosenza se da el maíz. Además, la montaña es también el reino
de los productos lácteos y del queso. La montaña es marginal, su historia
consiste en no tenerla, agrega Braudel, porque las grandes civilizaciones del
mundo pasan ante ella y la vida en las montañas sigue casi igual. El latín
llega con mucho trabajo o de plano no llega, prolifera la magia y la superstición,
y se guardan sistemas de gobierno muchas veces distintos a los de las
poblaciones abiertas, como sucede con la vendetta hasta hoy día10. Y
cuando los montañeses migran a la ciudad, como lo han hecho en distintos
ejemplos de historia media, traen sus costumbres, como los armenios, quienes
deben su éxito a que eran gente ruda, acostumbrada a pasarlo mal, resistentes y
de pocas necesidades, “verdaderos montañeses, en una palabra… Eso es realmente
la montaña: una fábrica de hombres para uso ajeno; su vida difusa y pródiga
alimenta toda la historia del mar”11.
La
vida se forjó en las montañas porque las llanuras primitivas, al inundarse,
eran fuente de mosquitos y de malaria. Estas planicies no viven su edad de oro,
su bonificación, hasta que el cultivo y la irrigación disminuyen la cantidad de
agua estancada. Ejemplo de historia larga y comercio: la historia de los
arrieros de España, que surcan las Castillas de norte a sur en el invierno y
viceversa en el estío cargando trigo, sal, lana, madera, personas. La historia
de España no se entiende sin esta trashumancia12 y tampoco sin el desarrollo de Sevilla, la
planicie más rica del reino, la cual incluso concentraba las riquezas de América.
Sevilla vive, también con una conexión al mar, y por eso, como todas las
planicies acaba convirtiéndose en una potencia económica y humana, en una
fuerza: “Pero no vive para sí misma: ha de vivir y producir para el exterior. Y
esto, condición de su grandeza, es también —en un siglo XVI donde nadie tenía
seguro el pan cotidiano— la causa de su dependencia y miserias”13. En síntesis:
un ejemplo de historia larga y de geografía y economía indivisibles. Siglos
pasan para que se desarrollen paroxismos y crisis, que algunos pueden confundir
con determinismo14,
y de estructuras que se construyen y también se deterioran y se alternan
indefinidamente15,
puesto que, al final de siglo XVI, las poblaciones comienzan a ver más allá del
mar interior y voltean hacia Atlántico.
1
Fernand Braudel. El
Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Fondo de Cultura Económica,
México, 1987, pp. XVII-XVIII.
2 Ibid, p. 31.
3 Sonia
Corcuera. Voces y Silencios en la Historia Siglos XIX y XX. Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p. 190.
4 Braudel, Op.Cit, p. 33.
5 Ibid.
6 Ibid, p.
36
7 Ibid.
8 Ibid,
p.37.
9 Ibid, p.
39.
10 Ibid,
pp. 41-49.
11 Ibid,
pp. 62-63.
12 Ibid,
pp.68-69.
13 Ibid,
p.105-109
14 Corcuera, Op.Cit., p. 193.
15 Braudel, Op.Cit, p. 132
Lorenzo de Zavala
Un análisis historiográfico de su
Ensayo Histórico de las Revoluciones de
México desde 1808 a 1830
El yucateco Lorenzo de Zavala
cristaliza el difícil surgimiento de México como nación en la compleja orquesta
de países del ajetreado siglo XIX. El historiador, escritor y político fue un
crítico feroz de las estructuras y el poder formalizado en el territorio que
antes se conocía como la Nueva España, el cual sintetizó en su Ensayo
Histórico de las Revoluciones de México desde 1808 a 1830, texto publicado en París en 1831. Hacia el
final de su vida, nuestro autor cambió de residencia a Texas, y fue un
personaje fundamental para que ese territorio se separara de México y
consiguiera su independencia. Zavala creía en el espíritu del federalismo y
vivió las dificultades de su patria para asumirlo en pleno. Las huellas de ese
distanciamiento con México están plasmadas en su Ensayo Histórico, como veremos en este análisis.
El lugar de nacimiento de Zavala es
el primer indicador para comenzar nuestro acercamiento crítico. El yucateco
nació en Tecoh, un sitio localizado unos 30 kilómetros al sureste de Mérida.
Desde esta visión periférica, Zavala se dio cuenta del manejo de poder en la
Nueva España y como, a pesar del logro que significó la gesta independista de
1810 a 1821, la forma en que manejaba este poder no cambió significativamente.
El poder seguía estando dividido en unas cuantas familias. Uno de los retos de los grupos
políticos con pretensiones nacionales fue establecer compromisos con las
también divididas oligarquías estatales, señala Campos García1. Tras la instauración de la primera
república federal, las fuerzas liberales se reconstituyeron en facciones
organizadas en torno a las logias escocesa y yorkina que agudizaron el
conflicto que se generalizó desde las elecciones de 1826 por el control de las
legislaturas estatales que, de acuerdo con la Constitución federal, dieron su
voto para renovar la presidencia de la República. El autor agrega que los
resultados de esa elección anticiparon el declive de la legitimidad de los
procedimientos electorales, el
cual tocó fondo al revertirse el triunfo presidencial de los escoceses por la
movilización populista de la Acordada y la rebelión de Antonio López de Santa
Anna, comandante de Veracruz.
Un año después, en 1829, el pronunciamiento de Jalapa derrocó al gobierno yorkino cuestionado por su ascenso, su política financiera, el apoyo a las milicias y el proteccionismo. Este hecho es importante, pues cuando Zavala forma parte del gobierno federal, se enteró de las intenciones centralistas de Santa Anna para gobernar junto con las clases privilegiadas y le envió su renuncia2. En esta práctica de deponer gobiernos se enlazó entonces la conducta personal y los intereses particulares de las jerarquías militares a quienes acudían los líderes civiles para dirimir sus diferencias, agrega Campos García. Puesto que las votaciones no siempre eran favorables a los grupos dominantes, las votaciones se controlaron mediante intimidación de los castrenses. Las fuerzas armadas en Yucatán tenían un enorme poder en el sistema de votación indirecto que aún imperaban en esa época, en donde sólo ciertos ciudadanos podían elegir a sus representantes populares. Zavala vivió este fenómeno desde muy cerca, el cual destruyó el federalismo en la Península y abrió la política a una amplia participación y representación militar3.
Un año después, en 1829, el pronunciamiento de Jalapa derrocó al gobierno yorkino cuestionado por su ascenso, su política financiera, el apoyo a las milicias y el proteccionismo. Este hecho es importante, pues cuando Zavala forma parte del gobierno federal, se enteró de las intenciones centralistas de Santa Anna para gobernar junto con las clases privilegiadas y le envió su renuncia2. En esta práctica de deponer gobiernos se enlazó entonces la conducta personal y los intereses particulares de las jerarquías militares a quienes acudían los líderes civiles para dirimir sus diferencias, agrega Campos García. Puesto que las votaciones no siempre eran favorables a los grupos dominantes, las votaciones se controlaron mediante intimidación de los castrenses. Las fuerzas armadas en Yucatán tenían un enorme poder en el sistema de votación indirecto que aún imperaban en esa época, en donde sólo ciertos ciudadanos podían elegir a sus representantes populares. Zavala vivió este fenómeno desde muy cerca, el cual destruyó el federalismo en la Península y abrió la política a una amplia participación y representación militar3.
Es interesante resaltar que aunque Zavala fue un
ferviente federalista en principio, no siempre actuó en consecuencia. Su
abultada carrera como político indica que fue diputado de las Cortes españolas
representando a Yucatán, parte del Congreso mexicano, gobernador del Estado de
México en dos ocasiones, cofundador del partido yorkino, ministro de Hacienda,
embajador en Francia y vicepresidente de Texas. En el Estado de México gobernó
de 1827 a 1829 y después de 1832 a 1833, lapsos en donde cambió la capital a
Toluca e hizo diversas obras para mejorar el estado apelando a un discurso
federalista, a pesar de que sus detractores lo acusaron de haber ganado la
elección con compra de votos a desarrapados, empleando tropa armada para
presionar a favor del partido yorkino4.
En el inter de las gubernaturas mexiquenses, en 1828, el presidente Guerrero lo llama para formar parte de su gabinete y aplica una política netamente centralista en los asuntos fiscales del naciente país. Estas contradicciones le trajeron fuertes críticas a lo largo de su carrera política, pero ninguna fue tan polémica como la relación que vivió con los Estados Unidos, pues además de ser un amigo cercano de Joel R. Poinsett, representante plenipotenciario de México de 1825 a 1830, le dirigió un libro en donde destacaba la lucha del estadounidense por la libertad chilena y por su posición política ante México, recalcando la pertinencia de gobiernos liberales sobre aquellos que mostraran tendencias absolutistas, como lo fue el de Agustín de Iturbide. De los Estados Unidos pensaba que, a diferencia de Europa en donde los países eran gobernador por monarcas que detentaban el poder al estilo pueblo-rey, este nueva nación era la conquista de la industria y la civilización “reunida a la fuerza expansiva de una población que busca en las regiones meridionales la riqueza y la dulzura de clima5. Las cursivas son del propio Zavala. Su opinión, en cambio no podía ser más negativa de España, nación
En el inter de las gubernaturas mexiquenses, en 1828, el presidente Guerrero lo llama para formar parte de su gabinete y aplica una política netamente centralista en los asuntos fiscales del naciente país. Estas contradicciones le trajeron fuertes críticas a lo largo de su carrera política, pero ninguna fue tan polémica como la relación que vivió con los Estados Unidos, pues además de ser un amigo cercano de Joel R. Poinsett, representante plenipotenciario de México de 1825 a 1830, le dirigió un libro en donde destacaba la lucha del estadounidense por la libertad chilena y por su posición política ante México, recalcando la pertinencia de gobiernos liberales sobre aquellos que mostraran tendencias absolutistas, como lo fue el de Agustín de Iturbide. De los Estados Unidos pensaba que, a diferencia de Europa en donde los países eran gobernador por monarcas que detentaban el poder al estilo pueblo-rey, este nueva nación era la conquista de la industria y la civilización “reunida a la fuerza expansiva de una población que busca en las regiones meridionales la riqueza y la dulzura de clima5. Las cursivas son del propio Zavala. Su opinión, en cambio no podía ser más negativa de España, nación
que sigue bajo el yugo férreo de
la actual familia reynante, que ofrecerá al mundo civilizado el espectáculo de
la ignominiosa esclavitud y de la superstición más degradante. Mientras la
Europa progresa en la carrera de la libertad España es un país anatema y de maldición; un país en que no es permitido
pensar ni mucho menos decir lo que se siente; un país en que los extrangeros no
pueden internarse sin temer ser perseguidos por una policía obscura y suspicaz,
o tal ve insultados por un pueblo supersticioso excitado por los frayles6.
Vemos, entonces, como hay una admiración clara de nuestro autor
hacia el país vecino del norte y un rechazo fuerte a la religión que ciega el
criterio de las personas y los gobiernos que aglutinan el poder en unos cuantos
individuos o en la figura de un rey. México, de acuerdo con Zavala, tiene más
rasgos en , por razones históricas, con la nación europea, su problema es que
también ha trasladado algunas de sus instituciones, como la religión, en la
Nueva España. Para Zavala, libertad es sinónimo de amplitud de miras, criterio
que se complica cuando se ve afectado por las supersticiones religiosas. Este
ferviente anticlericalismo le trajo problemas.
Como legislador, criticó la situación privilegiada de la Iglesia, pretendiendo la supresión del clero regular y las nacionalizaciones de las propiedades eclesiásticas, lo que hizo que lo expulsarán del país y fuera enviado como representante de la corte de Luis Felipe de Francia, hecho que equivalía a su retiro de la política en México. Ahí en París escribió su Ensayo. Además, la Constitución de México de 1824 se vio fuertemente influenciada por los trabajos de legisladores novohispanos en las Cortes de Cádiz, en donde participó nuestro autor. La Constitución española de 1812, de corte liberal, fue el fruto de esa labor. En el texto se acotan las facultades del Rey para que el monarca no tenga poder absoluto, sino que lo comparta con las facultades que tienen las mismas Cortes y sus Secretarios de Gobierno. De hecho, un total de 54 artículos del texto hablan específicamente de Rey y sus funciones7. Zavala veía más allá de este juego. Nuestro autor señala que “por un lado las Cortes hacían leyes cada vez más liberales, pero los virreyes y españoles de México las manejaban a su conveniencia”8. Es decir, que aún cuando en la letra España y México buscan mayor igualdad entre su pueblo y gobierno, aún persiste en la práctica la desigualdad. En ese sentido, ambos países se encuentran alejados de la idea que Zavala tiene de un país de vanguardia, en donde “el interés de la comunidad y los derechos del pueblo son símbolo de un mundo civilizado”9.
Como legislador, criticó la situación privilegiada de la Iglesia, pretendiendo la supresión del clero regular y las nacionalizaciones de las propiedades eclesiásticas, lo que hizo que lo expulsarán del país y fuera enviado como representante de la corte de Luis Felipe de Francia, hecho que equivalía a su retiro de la política en México. Ahí en París escribió su Ensayo. Además, la Constitución de México de 1824 se vio fuertemente influenciada por los trabajos de legisladores novohispanos en las Cortes de Cádiz, en donde participó nuestro autor. La Constitución española de 1812, de corte liberal, fue el fruto de esa labor. En el texto se acotan las facultades del Rey para que el monarca no tenga poder absoluto, sino que lo comparta con las facultades que tienen las mismas Cortes y sus Secretarios de Gobierno. De hecho, un total de 54 artículos del texto hablan específicamente de Rey y sus funciones7. Zavala veía más allá de este juego. Nuestro autor señala que “por un lado las Cortes hacían leyes cada vez más liberales, pero los virreyes y españoles de México las manejaban a su conveniencia”8. Es decir, que aún cuando en la letra España y México buscan mayor igualdad entre su pueblo y gobierno, aún persiste en la práctica la desigualdad. En ese sentido, ambos países se encuentran alejados de la idea que Zavala tiene de un país de vanguardia, en donde “el interés de la comunidad y los derechos del pueblo son símbolo de un mundo civilizado”9.
Con estas marcadas diferencias sociales como
trasfondo, la independencia de México de España era inevitable. Pero a
diferencia de otros pensadores, como su contemporáneo Carlos María Bustamante,
que ven un futuro promisorio para la nueva nación americana, Zavala considera
que la independencia ha servido de muy poco porque los procesos de cambio en
México están entorpecidos por personas ignorantes. La gesta independentista no
fue un proceso espontáneo, sino un proceso, y es a partir de 1808 cuando
empieza la historia interesante de nuestra nación, pues “la historia de los
pueblos comienza con el principio de la vida, con el espíritu que anima a las
naciones”10. La Conquista, explica
a lo largo de las primeras páginas de su Ensayo, varió el curso de los pueblos de México, pero
no se puede considerar como el nacimiento de la nación mexicana, porque los
aztecas “permanecían embrutecidos por los españoles, y era necesario que los
oprimidos nunca pudiera entrar al mundo racional, en la esfera moral en que
viven los demás hombres”11.
La Iglesia jugaba un papel fundamental en ese ejercicio de nulificación, considera el autor, quien señala que el gobierno colonial estaban fundado sobre los siguientes seis puntos: 1. por el terror, 2. la ignorancia de los indios conveniente para los españoles, 3. la educación religiosa, 4. una incomunicación judaica sobre todos los extranjeros, 5. el monopolio del comercio, las propiedades y los empleos, y 6. un número de tropas como policía más que soldados del ejército12. Después de la Independencia ya no hay terror y se usan la libertad y la igualdad, pero la ignorancia ha dado lugar a la “charlatanería política” que se apodera de los negocios públicos y conduce a un estado de “caos y a la confusión”. Si bien ya no existe el monopolio comercial de la Colonia, éste se ha abierto a los extranjeros de forma indiscriminada, el problema, ahora, es que éstos no se quedan en México.
La Iglesia jugaba un papel fundamental en ese ejercicio de nulificación, considera el autor, quien señala que el gobierno colonial estaban fundado sobre los siguientes seis puntos: 1. por el terror, 2. la ignorancia de los indios conveniente para los españoles, 3. la educación religiosa, 4. una incomunicación judaica sobre todos los extranjeros, 5. el monopolio del comercio, las propiedades y los empleos, y 6. un número de tropas como policía más que soldados del ejército12. Después de la Independencia ya no hay terror y se usan la libertad y la igualdad, pero la ignorancia ha dado lugar a la “charlatanería política” que se apodera de los negocios públicos y conduce a un estado de “caos y a la confusión”. Si bien ya no existe el monopolio comercial de la Colonia, éste se ha abierto a los extranjeros de forma indiscriminada, el problema, ahora, es que éstos no se quedan en México.
En la descripción de la lucha independista contra
los españoles, la cual ocupa 10 de
los 21 capítulos del libro, quedan bien parados Miguel Hidalgo (“su problema
fue que nunca planteó una idea de gobierno”) y Morelos (“los anales mexicanos
consagrarán a su memoria recuerdos eternos”). La lucha fue un momento difícil,
agrega, pues mexicanos y españoles tenían parientes en ambas filas. Entre los
destacados también incluye a Rayón,
Bravo, Mier y Terán, así como a Guadalupe Victoria. Este movimiento, precisa
Zavala , sólo se pudo dar cuando comenzaron a llegar impresos de otros países a
la Nueva España y se abren las puertas a las obras clásicas de Montesquieu,
Filangieri, Vatel.
Con este influjo de nuevas ideas, los mexicanos comenzaron a querer imitar a sus vecinos de Estados Unidos, dejar atrás el yugo colonial, porque "el amor de la libertad es tan natural a la especie humana, que es imposible hacer desaparecer en el hombre las semillas de este principio de su existencia social"13. De nuevo, vemos como la reflexión crítica, la filosofía, son para Zavala los elementos clave para construir pueblos con criterio. México está lejos de esa posibilidad, pues en la nueva nación existe una aristocracia eclesiástica, militar y civil, en donde al mismo tiempo existen fueros y privilegios para un grupo reducido de personas en el marco de un gobierno popular:
Con este influjo de nuevas ideas, los mexicanos comenzaron a querer imitar a sus vecinos de Estados Unidos, dejar atrás el yugo colonial, porque "el amor de la libertad es tan natural a la especie humana, que es imposible hacer desaparecer en el hombre las semillas de este principio de su existencia social"13. De nuevo, vemos como la reflexión crítica, la filosofía, son para Zavala los elementos clave para construir pueblos con criterio. México está lejos de esa posibilidad, pues en la nueva nación existe una aristocracia eclesiástica, militar y civil, en donde al mismo tiempo existen fueros y privilegios para un grupo reducido de personas en el marco de un gobierno popular:
El país está destinado a tener
guerras perpetuas entre partes heterogéneas y de opuesto síntesis, las cuales
deben desaparecer. Hay una Constitución liberal, pero con una religión oficial
y sin tolerancia, tropas privilegiadas y jefes militares en los mandos civiles;
concentos de religiosos, tres millones de personas sin propiedad ni modo de
subsistir, medio millón que pueden votar pero que no saben leer ni escribir,
tribunales militares juzgando sobre causas privilegiadas, por último todos los
estímulos de una libertad ilimitada y la ausencia de todas las garantías
socales14.
Si México está condenado a ese futuro porque su nacimiento ha sido
convulso, ¿para qué sirve entonces contar la historia de una nación tal como lo
hizo Zavala? Nos queda claro que tiene el propósito de justificar sus ideas
frente a sus contemporáneos, así como explicar y defender su actuación ante los
mexicanos de las próximas generaciones, pero además de eso, nuestro autor se
debate constantemente en las implicaciones que tiene la verdad, a la cual el
historiador nunca puede acceder en su totalidad.
"Así como los historiadores antiguos
buscaban la verdad, los modernos han pretendido tenerla; la pretensión no deja
de ser temeraria cuando se considera cuánto se necesita, principalmente en los
hechos políticos, para conseguirla”15.
Para Zavala, la historia es investigación, reflexión constrastada.
El historiador oficioso, añade, se debe mirar como un juez que llama ante sí
los contadores y los testigos de los hechos, los confronta, les pregunta y
procura alcanzar la verdad, es decir, llega a la existencia del hecho tal como
ha acontecido. El dilema surge
porque el historiador nunca puede ver el hecho mismo y “sólo juzgar con
analogías”: así, los hechos se juzgan por su propia esencia y en relación a los
testigos16.
Además, el historiador siempre corre el riesgo de ser parcial, y de empañar los hechos históricos con juicios. Su primer deber es, según Zavala, no omitir ninguna de las circunstancias que den a conocer los sucesos y las personas en toda su extensión. Esta concepción sobre la verdad y la historia, postulada por el mismo autor, destaca cuando la comparamos con su Ensayo, repleto de juicios personales, algunos durísimos, contra los líderes políticos de su tiempo y del pasado colonial mexicano. El autor se siente seguro de calificar a los hacedores de la historia porque él mismo se considera como uno y, aparte, recordemos, ha leído a los clásicos romanos y griegos y a los filósofos europeos más destacados. Tal vez por eso considere a la historia política como un proceso en busca de libertad, así como una lección práctica que lleva al conocimiento pleno del hombre individual y social.
Además, el historiador siempre corre el riesgo de ser parcial, y de empañar los hechos históricos con juicios. Su primer deber es, según Zavala, no omitir ninguna de las circunstancias que den a conocer los sucesos y las personas en toda su extensión. Esta concepción sobre la verdad y la historia, postulada por el mismo autor, destaca cuando la comparamos con su Ensayo, repleto de juicios personales, algunos durísimos, contra los líderes políticos de su tiempo y del pasado colonial mexicano. El autor se siente seguro de calificar a los hacedores de la historia porque él mismo se considera como uno y, aparte, recordemos, ha leído a los clásicos romanos y griegos y a los filósofos europeos más destacados. Tal vez por eso considere a la historia política como un proceso en busca de libertad, así como una lección práctica que lleva al conocimiento pleno del hombre individual y social.
¿Debe sorprendernos entonces, que hacia el final
de su vida Zavala fuera vicepresidente de Texas y buscara con ahínco la
independencia de ese territorio y después apoyara su anexión a los Estados
Unidos? ¿Qué fuera uno de los firmantes originales de la Declaración de
Independencia tejana y hoy sea considerado en ese territorio por igual junto
con Stephen F. Austin? La actuación y las opiniones del autor nos revelan que
desde muy joven sintió la necesidad de fundamentar un pensamiento liberal y
federalista en un pueblo que así lo reconociera. México, como se percató
prontamente nuestro autor, tendría un difícil camino por recorrer antes de
abrazar plenamente ese modelo de gobierno, no sólo en discurso, sino en los hechos.
1 Melchor Campos García. “Faccionalismo y Votaciones” en Historia Mexicana, vol. LI, núm. 1, julio - septiembre, 2001, El Colegio de México, México, pp. 59-60.
2 Teresa Armendares. "Lorenzo de Zavala" en El Surgimiento de la Historiografía Nacional (Coordinadores: Ortega y Camelo), UNAM, México, 1997, p. 220
3 Campos García, Op.Cit, p. 61.
4 Armendares, Op.Cit, p. 215
5 Lorenzo de Zavala. Ensayo Histórico de las Revoluciones de México desde 1808 a 1830, Imprenta Dupont et Laguionte, París, 1831, p. 300. (Versión e-book. Ver vínculo completo al final de este texto)
6 Ibid, p. 6.
7 La Constitución de 1812, así como diversas interpretaciones a la misma, se puede revisar en esta liga: http://www.cadiz2012.es/constitucion.asp
8 Zavala, Op.Cit, p. 76.
9 Ibid, p. 3.
10 Ibid, p. 9.
11 Ibid, p. 13.
12 Ibid, p. 21.
13 Ibid, p. 47
14 Ibid, p. 24
15 Lorenzo de Zavala en Armendares, Op.Cit, p. 224.
16 Ibid, p.225.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ARMENDARES,
T. "Lorenzo de Zavala"
en El Surgimiento de la Historiografía Nacional (Coordinadores: Ortega y Camelo), UNAM, México,
1997, pp. 213-240.
CAMPOS
GARCÍA, M. “Faccionalismo y
Votaciones” en Historia Mexicana,
vol. LI, núm. 1, julio - septiembre, 2001, El Colegio de México, México, pp.
59-102.
VIZCAÍNO,
F. “El nacionalismo en las
Cortes de Cádiz”, en Independencia y Revolución. Contribuciones en torno a
su conmemoración (María Luisa
Rodríguez et. al), UNAM, México, 2010, pp. 45-71.
ZAVALA,
L. Ensayo Histórico de las
Revoluciones de México desde 1808 a 1830, Imprenta Dupont et Laguionte, París, 1831. Disponible en su
integridad en http://books.google.com.mx/books?id=MItt9qYlU34C&printsec=frontcover&source=gbs_ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false
La
Constitución de 1812 se encuentra disponible en su integridad en http://www.cadiz2012.es/constitucion.asp
Reporte de Lectura
Los Reyes
Taumaturgos de Marc Bloch
En estas breves líneas se abordarán los puntos más importantes del
Prefacio, la Introducción y el primer libro de la obra Los Reyes Taumaturgos (1924), del historiador Marc Bloch. En este texto, el autor francés,
personaje clave junto a Lucien Febvre en el desarrollo de la corriente de
pensamiento de historia total sintetizada en la primera etapa de la revista Annales
de Historia Económica y Social, explica los
orígenes y el fundamento material y psicológico del rito del tacto que
efectuaron los reyes de Francia e Inglaterra a partir del año 1000,
aproximadamente, para curar a los súbditos que padecían escrófulas. A lo largo
del texto, Bloch utiliza distintos documentos para tratar de entender ese fenómeno,
lejano para el lector moderno, tales como cartas de monjes y abates, textos
históricos escritos por sus contemporáneos, documentos que abordan la historia
de la medicina, así como documentos antropológicos, geográficos, psicológicos y folclóricos. Este método
multidisciplinario para explicar las estructuras que enmarcan los hechos históricos
fueron el gran aporte de la corriente annalítica de la historia. Cabe resaltar que los términos representaciones
colectivas y conciencia colectiva, que el autor cita con frecuencia en el libro
primero titulado “Los orígenes”, son importantes porque:
algunas afectan a toda la vida social,
aparecen en gran número de pueblos, y siempre muy semejantes al menos en sus
grandes líneas. Se dirían sintomáticas de estados de civilización determinado,
y varían con éstos1.
El autor cita como una de las referencias de esta idea al antropólogo
escocés James Frazer, quien “nos enseño a encontrar vínculos, ignorados por
mucho tiempo, entre ciertas concepciones antiguas sobre la naturaleza de las
cosas y las primeras instituciones políticas de la humanidad”2. En este sentido, las ideas del sociólogo Émile
Durkheim también jugaron un papel importante en la redacción de los textos de
Marc Bloch. El primero enseñaba que una sociedad se mantiene unida gracias a
una conciencia colectiva, es decir, al
conjunto de sentimientos y creencias comunes de
sus miembros3. Bloch
dice que el objetivo del libro es tocar un tema que los historiadores de los
reyes nunca han tocado y desde la Introducción habla de conciencia colectiva. Sin embargo, específica, el estudio
aislado de la curación hubiera sido condenarse de antemano a no ver en ellos más
que una “ridícula anomalía”, sin vinculación alguna con las tendencias
generales de la conciencia colectiva4. La focalización sobre los reyes,
explica, la hace porque la figura real domina toda la evolución de las
instituciones europeas, y el desarrollo político de las sociedades humanas de
ese continente se ha resumido en las “vicisitudes del poder” de las grandes
dinastías5. A diferencia de la labor que han hecho otros
historiadores, que buscan documentos de la organización administrativa,
judicial y financiera, Bloch, quiere penetrar en las creencias alrededor de las
casas reinantes, pues el folclore nos dice más que cualquier tratado
doctrinario. Los reyes no sólo ostentan poder, sino que:
Mediante las institución
monárquica, las sociedades antiguas satisfacían un cierto número de necesidades
eternas, perfectamente concretas y de esencia absolutamente humana, que las
sociedades actuales sienten de modo parecido y que siempre procuran
satisfacerlas, generalmente, por otros medios6.
El tacto de las escrófulas en Francia e
Inglaterra, así, es más antiguo que las dinastías históricas de Francia e
Inglaterra y durante el periodo analizado en el libro conservó una vitalidad
profunda y siguió dotada de una “fuerza sentimental” que operó sin cesar. Se
adaptó a las condiciones políticas nuevas, religiosas, incluso de los propios
ritos de curación. El autor quiere explicarla en su perduración y evolución,
quiere hacer una explicación total para contribuir a la historia política de
Europa. Con ese propósito, en el libro veremos documentos de diversa índole:
libros de cuentas, piezas administrativas de todas clases, literatura
narrativa, escritos políticos o teológicos, tratados médicos, textos litúrgicos,
textos literarios, ilustraciones de monumentos, citas folclóricas y antropológicas,
tratados de reliquias y hasta un juego de cartas, pues:
En biología, explicar la
existencia de un organismo no es sólo investigar su padre y su madre; es también
determinar los caracteres del ambiente que le permite vivir; a la vez que
obliga a modificarse. Ocurre lo mismo--mutatis mutandis--con los hechos
sociales7.
Antes de pasar al capítulo
primero del texto, cabe hacer una pausa para resaltar que con la aparición de Los
Reyes Taumaturgos el
autor funda la antropología histórica, de acuerdo con el prólogo de Jaques Le
Goff contenido en la edición del texto del año 2006 publicada por el Fondo de
Cultura Económica. Le Goff, quien continuó la escuela annalítica de historiadores, señala que nuestro
autor plantea un dilema esencial para el historiador: ¿cómo es que un fenómeno que, sin importar sus
trasfondos mágicos y folklóricos, fue implementado por el restringido círculo
de la cúspide de la jerarquía social y cultural (el rey y su corte, los
obispos, los liturgistas y los teólogos) pudo involucrar a la totalidad del
pueblo? Estas relaciones entre la teoría y las prácticas de la élite y las
creencias y mentalidades “comunes” constituye el meollo del milagro real, añade,
en donde la opinión eclesiástica (ideología oficial) y la medicina popular y el
folclore médico hicieron que el tacto de las escrófulas se volviera un lugar
común de la medicina en los tratados erudititos. Entonces, ¿cómo pudo creerse
alguna vez en este milagro si las escrófulas se curan por sí mismas? Etienne
Bloch, hijo del historiador, interpreta a nuestro autor diciendo que lo que creó
la fe del milagro fue la idea de que debía existir un milagro8.
Este nuevo enfoque sobre las masas resalta el aspecto marxista de Bloch,
pero en donde el alemán entendía el avance de la historia como una lucha
constante de clases que sigue una linealidad dialéctica (opresores-oprimidos),
el annalista utiliza las bases del
marxismo para hacer un relato en donde voltea a ver a los olvidados, a los
subalternos, para tratar de comprender su cultura y tradiciones sociales porque
los historiadores no han tratado estos temas, han preferido la historia del
poder y la de los hombres que lo representan.
El libro primero, Los Orígenes, se divide en “Los comienzos del tacto de
las escrófulas”, en su parte primera.
Ahí, Bloch toca los temas de las escrófulas y los comienzos del rito
francés y del inglés. La parte segunda se titula “Los orígenes del poder de
curación de los reyes: la realeza sagrada en los primeros siglos de la Edad
Media”. Aquí se trata la evolución de la realiza sagrada, su consagración y el
poder de curación de lo consagrado, y la política dinástica de los primeros
Capetos (en Francia) y de Enrique I Beauclerc (Inglaterra). El autor aporta las
primeras evidencias para sustentar las hipótesis que señalamos en la entrada de
este texto, es decir, que en la Europa medieval había innumerables enfermos que
ansiaban ardidamente curarse, y estaban dispuestos a recurrir a los remedios
que les indicara el saber común9. Los reyes de
Francia e Inglaterra, por el simple contacto de sus manos, realizado según los
ritos tradicionales, pretendían curar a los escrofulosos. Pero a diferencia de otros
historiadores, Bloch hace un entramado multidisciplinario de sus argumentos. En
la parte primera de libro primero, cita un escrito del monje Guibert, abate de Nogent-sous-Coucy, quien era
crítico de un diente de Cristo que había sido colocado en el monasterio de San
Medardo de Soissons. La reliquia era falsa, afirmaba Guibert. En ese
texto sobre reliquias se encuentra una referencia a Luis VI, de quien dice podía
curar las escrófulas de forma común, pues sólo ciertos hombres elegidos por Dios podían realizar milagros, no
cualquier persona con una reliquia10. Otras citas multidisciplinarias se encuentran en
este primer libro: el panegírico del monje Helgaud que habla de las facultades
curativas de Roberto el Piadoso11; las cartas de Pierre de Blois, francés que vivió
hacia finales del siglo XII en la corte de Enrique II de Inglaterra en donde
afirma que vio al monarca curar las escrófulas12; al
doctor Crawford, historiador de la medicina, quien opina que, hablando de escrófulas,
en esta época era posible confundir entre bubones y adenitis13; el relato
del pastor Guillermo Tooker del siglo XVI, donde le confiere el honor del don de curar al
rey Lucio, primer cristiano que gobernó Gran Bretaña (aunque Bloch dice que el
relato no merece ningún crédito porque el monarca nunca vivió)14; al Macbeth de Shakespeare que cita
al rey Eduardo el Confesor como el iniciador del rito inglés del tacto real15; la Biblia y la Enciclopedia Bíblica16; una carta de Fulberto,
obispo de Chartres, dirigida a Roberto el Piadoso en donde lo llama “Santo
Padre” y “Santidad”17 para explicar el vínculo curación-consagración; y
la creencia folclórica, estudiada por la antropología, que detalla que aún en
los tiempos de redacción del libro, en ciertas provincias francesas, el polvo
barrido de las iglesias y el musgo que crece en sus paredes, poseen propiedades
sagradas18.
1
Marc Bloch. Los Reyes Taumaturgos,
Fondo de Cultura Económica, México,
1988, p. 59.
2 Ibid, p. 58.
3 Sonia Corcuera. Voces y Silencios en la Historia
Siglos XIX y XX. Fondo de Cultura
Económica, México, 1997, p. 158.
4 Bloch, Op.Cit, pp. 24-26.
5 Ibid, p.
26.
6 Ibid, p.
27.
7 Ibid, p.
28.
8 Etienne Bloch. Marc Bloch. El historiador en su
laboratorio. México, Universidad Autónoma
de Tabasco, 1ª ed., 2003. La referencia se incluye en el PDF de los apuntes de
clase.
9 Marc Bloch, Op.Cit, p. 36.
10 Ibid, p.
38.
11 Ibid, p.
44.
12 Ibid, p.
48.
13 Ibid
14 Ibid, p.
49.
15 Ibid, p.
50.
16 Ibid,
pp. 70-72.
17 Ibid, p.
78
18 Ibid, p. 80.
Joel R. Poinsett
Un análisis historiográfico sobre
el libro Notas sobre México
El estadounidense Joel
R. Roberts Poinsett produjo uno de los documentos más interesantes sobre el
México independentista cuando escribió Notas sobre México. El documento es relevante no sólo
porque ilustra al recién independizado país de los primero años de la década de
1820, sino porque el redactor está desprovisto de los argumentos nacionalistas
mexicanos que incluyen otras obras de esa época y que ven al país desde una óptica
más cercana pero más ideologizada, ya sea a favor o en contra de la monarquía
española que había dominado a la Nueva España. Con Poinsett vemos al nuevo país
de forma más panorámica, lo cual no quiere decir que el escritor no incluya su
propio bagaje de experiencias y sentimientos cuando describe a la gente y las
costumbre de México.
Dejemos
en claro algunos puntos clave de la vida del autor antes de pasar al análisis
del texto. En el caso particular de Poinsett, las vivencias ayudan mucho para
entender desde dónde está mirando al país, de entrada, obviamente, porque es
una persona que viene de los Estados Unidos. Poinsett nace en 1779 en
Charleston, Carolina del Sur, en una familia acomodada. Desde muy joven recibe
una formación privilegiada. Hace su formación básica en Inglaterra, aprende
francés, español, italiano, alemán y estudia a los clásicos; después, regresa
al Reino Unido para hacer su educación superior en la Universidad de Edimburgo.
Al darse cuenta de que no tiene facultades para la Medicina, intenta
inscribirse en Real Academia Militar de Woolwhich. No es admitido formalmente,
pero estudia teoría y tácticas militares, operaciones de caballería,
artillería, ingeniería, matemáticas, fortificaciones y dibujo.
Ya en 1800
regresa a Charleston y su padre lo empuja a estudiar la abogacía. El joven
Poinsett abandona el estudio cuando ve que no tiene interés ni aptitud para
realizar esa profesión. Inmediatamente después emprende un viaje que lo
llevaría por diversos países y con tratar de satisfacer sus tendencias de
observador natural. Entre 1801 y 1809 recorre Francia, Italia, Suiza, Prusia,
Suecia, Rusia, Kazán, Ucrania y Canadá. En ese trayecto conoce a cargos
elevados de gobierno, incluyendo al zar Alejandro de Rusia, quien lo invita a
formar parte del ejército ruso, cargo que el joven Poinsett declina. No sería
hasta 1810 cuando consigue un cargo diplomático en el gobierno estadounidense
para Chile y Río de la Plata. En Suramérica, promueve la independencia de Chile
de la Corona española e incluso redacta un borrador de Constitución para lo que
sería la nueva nación, basándose en la letra de la Carta Magna estadounidense.
Después, en 1815, regresa a Estados Unidos y es dos veces legislador por
Carolina del Sur hasta que en 1822, cuando Agustín de Iturbide es proclamado
emperador de México, el Presidente James Monroe le pide que viaja algunos meses
al país vecino para evaluar la naturaleza del gobierno iturbidista y recomendar
si Estados Unidos debe o no reconocer al imperio1.
Así,
Poinsett llega a México en octubre de 1822. Ahora bien, ¿cuál era el contexto
diplomático entre ambas naciones en ese momento? Estados Unidos aún no fijaba
bien los límites territoriales implementados en el tratado Adams-Onís, firmado
con España. Puesto que México se había independizado de la Corona en 1821, este
era un punto crítico a resolver entre las dos naciones. La tesitura se
complicaba aún más porque Iturbide había subido al trono en 1822 en un proceso
dudoso y comienza una oposición a su régimen, la cual aplasta temporalmente al
arrestar a 66 opositores, primero, y después, disuelve la Legislatura. Los
Estados Unidos quieren saber más del imperio y por eso envían a Poinsett, quien
es recibido con honores por los mexicanos, pues creían erróneamente que venía
como ministro plenipotenciario. Desde un inicio, como revela Poinsett, el
gobierno de Iturbide le parece que no tiene el apoyo de la mayoría y va contra
las instituciones democráticas que el estadounidense había sido instruido a
defender: “Su usurpación de la autoridad principal fue de lo más notorio e
injustificado y su ejercicio del poder ha sido arbitrario y tiránico”, señala
en sus Notas… después de su entrevista con el emperador2.
Su obra está salpicada de críticas en contra de Iturbide y lo que representa una
monarquía en México, la cual considera ridícula, tanto por sus formas como por
su desconexión con el pueblo, enojo que Poinsett se encargaría en recoger y
trasladar a su texto, ya sea de comentarios aleatorios en la calle o de
argumentos más elaborados, como el de la condesa de Regla. Es claro que
Poinsett no tiene intención de comunicar a su gobierno que debe ratificar al
emperador. El estadounidense recoge sus apuntes en el otoño de 1822, regresa a
Estados Unidos en 1823 y publica su obra en 1824. Durante ese lapso se retrasa
el respaldo de Estados Unidos al gobierno imperial de México, el cual cae en
marzo de 1823. En 1825 el gobierno de Estados Unidos envía a Poinsett como
ministro plenipotenciario y con eso reconoce a la nueva nación.
El escrito de Poinsett es el fundamento
para que los Estados Unidos vislumbren en México un rico territorio para
comercializar sus bienes y promover sus instituciones. Pero el documento de
nuestro autor realmente refleja una cosmogonía mucho más amplia con respecto a
México y el papel de Estados Unidos como vecino del recién creado país. Desde
el punto de vista estadounidense, es un designio divino expandir el liberalismo
republicano y las instituciones que representan. Aunque el Destino Manifiesto
no sería utilizado con soltura hasta 1845 por el periodista John L. O’Sullivan,
los fundamentos de la expansión americana habían nacido al mismo tiempo que su
independencia de Inglaterra en 17763.
En 1820, durante su discurso de la conmemoración
número 200 de la fundación de la colonia Plymouth, el político Daniel Webster
argumentó que a los estadounidenses les deparaba un gran futuro. Webster estaba
seguro que los Estados Unidos crecerían y que nada los podría detener hasta que
tocaran las costas del Pacífico, y que, aún llegando a ese cuerpo de agua, esa
no era una obstrucción, sino un servicio para otros fines4. Un argumento similar había dado
Thomas Paine en su escrito independentista de 1776 titulado Common Sense. Ahí decía que los estadounidenses
tenían el poder de comenzar un nuevo mundo. También, debemos recordar, antes de
que el Destino Manifiesto se introdujera en la ideología del gobierno a partir
de los 1840s, los Estados Unidos ya habían adquirido de los franceses, en 1803,
el enorme territorio de Lousiana, que por esa época se extendía desde el Golfo
de México y las llanuras centrales del país hasta casi tocar el territorio de
Oregon y la salida al Pacífico. Hasta antes de esa compra, los estadounidenses
había estado limitados del Atlántico al Río Mississippi, y así se hizo una
constante en el imaginario colectivo del estadounidense avanzar hacia el Oeste5.
Pero hay otra capa igual
de importante que nos ayuda a entender las motivaciones de Estados Unidos con
respecto a México, cristalizadas por Poinsett, que tienen que ver con le
geopolítica mundial de los años 1820s: la Doctrina Monroe. Cabe recordar que en
1823 el impero inglés demuestra un interés oficial por las recién
independizadas colonias de España. El secretario del exterior inglés George
Canning le envía el mensaje al presidente James Monroe y al secretario de
Estado John Quincy Adams vía el ministro americano en Gran Bretaña Richard
Rush. Los Estados Unidos ven como una amenaza para sus intereses las
intenciones de la Gran Bretaña, pues si dejan entrar a ese imperio a América
significaría que puede entrar cualquier otro: francés, español (de nuevo) o
alemán. Recordemos que en 1815 ya se había creado una Santa Alianza en Europa
para combatir a Napoleón, la cual estaba formada por Gran Bretaña, Rusia,
Austria, y Prusia. Su intención, además de mantener la paz después de la caída
del francés, era la de extender los poderes de las monarquías autocráticas
tradicionales. Para el zar Alejandro y los otros líderes de la Alianza, una
democracia equivalía a anarquía, revolución y herejía.
Esta Alianza fue
determinante para regresar el poder a Fernando VII, después del movimiento
constitucional de los españoles en 1812. Esto fue percibido en Estado Unidos
como el regreso de la Corona a Hispanoamérica, o en su caso, de un nuevo
régimen en donde las antiguas colonias españolas pasaban a manos de otras
potencias europeas, pues era inconcebible que los países de la Santa Alianza
enviaran tropa y gastaran sus recursos sólo para ayudar a la Corona española,
que además no tenía el mismo poder que antes. Estados Unidos ve que la
intención de los europeos es recolonizar Hispanoamérica y dividirla entre ellos
mismos. En medio de este complejo cuadro, Inglaterra había sido alienada de los
intereses de la Santa Alianza, pues los monarcas autócratas consideraban que en
el modelo de la monarquía constitucional inglesa se le daba demasiada
importancia al pueblo. Así, en caso de que la Santa Alianza invadiera las
antiguas colonias españolas y Gran Bretaña se opusiera, esto tendría un efecto
contrario para Estados Unidos, pues las ex colonias españolas verían en los
ingleses un aliado natural y las "arrojaría a sus brazos", como
explicó Adams al presidente Monroe. El resultado sería que ahora habría nuevas
colonias de Gran Bretaña en América. Los Estados Unidos debían actuar pronto y
de forma decisiva, añadía Adams. Así nace la doctrina Monroe: Europa no debería
tocar el territorio americano, pero además, los Estados Unidos no tolerarían
que las potencias europeas colonizaran de nuevo el territorio americano. En
contraparte, los estadounidenses no intervendrían en las colonias europeas o en
Europa misma. La esfera de influencia de Estados Unidos, entonces, quedaba
establecida6.
Bajo
ese caleidoscopio es como debemos ver el texto de Poinsett, quien nunca aboga
por una intervención armada en México, cabe señalarlo, pero sí busca extender
la influencia de Estados Unidos en los asuntos mexicanos para el beneficio de
ambas naciones. De eso está convencido. Tal vez su larga estadía por Europa le
daba la suficiente altura de miras para determinar el mejor camino que debía
recorrer un país que recién había entrado en la esfera política internacional.
Su concepción de la historia es que el Progreso trae beneficios materiales y
espirituales para el hombre, y para esto se deben mantener instituciones
republicanas liberales que propicien el comercio y el desarrollo, en donde el
pueblo tenga el suficiente poder para incidir en su gobierno. Esto, claro, va
en contra de los preceptos monárquicos que Poinsett percibía en el imperio de
Iturbide. Ve en México un pueblo que puede salir de su desigualdad siempre y
cuando tomé las decisiones correctas tuteladas por los Estados Unidos.
Veamos
algunos ejemplos más de esta aversión que el estadounidense tiene en contra de
Iturbide. En un texto tan diáfano como sus Notas sobre México, escritas a manera de diario, es
interesante destacar las incisivas críticas que el escritor hace a la figura
del Emperador, las cuales están entrelazadas con sus observaciones de las
costumbres, el comercio y los sitios en donde habitan los mexicanos, los cuales
generalmente salen bien favorecidos, salvo cuando habla de los “léperos” (los
que están en pobreza extrema). Además, por su económico estilo al redactar,
queda claro que había leído las obras de Lorenzana, Alzate, Clavijero,
Boturini, Mier, Robinson y Humboldt, a quienes usa con liberalidad y, en el
caso del último, cita ampliamente. En su precisión hay una influencia notable
del Ensayo Político sobre la Nueva España (1811) de Humboldt, en quien se basa para muchos
de sus datos7. Sobre Iturbide dice:
Algunas de las personas
con quienes he conversado aquí [Puebla], han trabajado para convencerme de que
Iturbide fue elevado al trono por la voluntad unánime del pueblo. Esto apenas
lo puedo creer. Que un país, tras de sufrir las consecuencias de un gobierno
popular mal organizado, y después experimentar durante algún tiempo todos los
horrores de la anarquía y de la guerra civil, se refugie en el despotismo, no
es raro ni poco frecuente; pero que se conforme con vivir bajo un gobierno
arbitrario, inmediatamente después del triunfo de una revolución, me parece lo
más extraño8.
Después de entrevistarse con
Iturbide, en donde afirma que México ha contactado al gobierno inglés para
financiar su imperio:
Juzgando a Iturbide por
sus documentos públicos, no le considero como un hombre de talento. Obra
rápidamente, es audaz y resuelto y nada escrupuloso en elegir los medios para
lograr sus fines9.
El entramado en contra de Iturbide lo escribe en la
parte central de su texto. Al mismo tiempo que critica al Emperador teje la red
de lo que será su base de relaciones para su retorno a México en 1825, ahora ya
instalado como ministro plenipotenciario. Aunque el objetivo de su gobierno es
hacer una oferta por Texas, Poinsett, gracias a su experiencia previa en la
nación, sabe que dicha empresa es una pérdida de tiempo y dilata su exposición
ante las autoridades mexicanos. Mientras tanto, promueve en México la
democracia y exalta las virtudes de los Estados Unidos. Para este fin, el
estadounidense utiliza con gran habilidad su poder como miembro destacado de la
logia masónica del rito de York, en donde también participaban mexicanos de
poder que se inclinaban hacia el liberalismo propuesto por Estados Unidos. Del
lado contrario estaban aquellos que pertenecían a la logia escocesa,
identificados por valores monárquicos. Poinsett usó esa polaridad a su favor
para impulsar a los políticos mexicanos afines.
La masonería mexicana de las primeras décadas del siglo XIX,
señala Vázquez Semadeni, estuvo estrechamente ligada con la actividad política
del naciente país. Las identidades políticas de los grupos que contendían por
el poder fueron construidas —en el debate público— a partir de sus proyectos de
nación, de su concepción del sistema político y de la forma de gobierno que
preferían, pero también se delinearon a partir de sus pertenencias masónicas10. Para contrarrestar las tendencias
monárquicas de los mexicanos notables que pertenecían a la logia escocesa y difundir
las virtudes de las instituciones federales, Poinsett usó el rito de York de
forma que las elecciones de 1828 incluyeron a Vicente Guerrero como el
candidato liberal, a la sazón gran maestro de la Gran Logia Nacional Mexicana,
aunque en el grupo había otros destacados como Lorenzo de Zavala, Ignacio
Esteva, José María Tornel y Anastasio Bustamante. La red de yorkinos hizo una
fuerte campaña a favor de su candidato y aunque al final perdió la elección, la
alharaca fue lo suficientemente fuerte como para arrebatarle el triunfo al
moderado Manuel Gómez, vía el Congreso. En la comisión encargada para revisar
el caso predominaban los yorkinos.
Así, agrega Vázquez Semadeni , aunque el plan implementado por la Gran
Logia no fue suficiente para que Guerrero fuera designado presidente, las
acciones que habían realizado sí les fueron muy útiles, pues gracias a las
representaciones de los ayuntamientos, al discurso yorkino en los papeles
públicos y a los movimientos armados y populares a favor de Guerrero, los yorkinos
pudieron sostener —en el congreso y en los impresos— que los representantes no
habían respetado los deseos de sus comitentes11.
Entre
otros temas, el libro de Poinsett es una referencia importante sobre la vida en
la Ciudad de México. Aunque entró a México por el puerto de Veracruz, bajó por
Puebla y subió al bajío después de estar en la Ciudad de México en su primera
visita de 1822, gran parte de sus descripciones las dedica a la capital y a sus
habitantes. Califica al Valle de México como “magnífico”12 y cuando la capital es vista a la
distancia “supera a cualquiera otra ciudad de la América del Norte”13. A pesar de que es un ferviente
opositor al catolicismo, destaca las bellezas naturales de las iglesias y
cúpulas de la capital. Sin embargo, las enormes brechas sociales de la
población de la capital hieren los ojos14.
No tememos espacio para detallar lo que dice de cada una de ciudades, caminos y
personas que conoce en México, pero, en general, el estadounidense hace juicios
basados en su posición social, en donde favorece la comodidad y la estética,
como lo hace de forma frecuente cuando describe la comida y los mesones en
donde se queda en sus viajes. México es un país muy rico, pero aún no ha sido
explotado al máximo, dice entrelíneas el autor.
Poinsett
muere en Carolina del Sur en 1851. Aunque muchos mexicanos lo han descalificado
por su visión estadounidense de lo que debería ser el país, me parece que
debemos tomar sus Notas sobre México como un documento en donde la información en sí,
los datos, toman un valor más importante que los discursos políticos. Hay una
enorme cantidad de detalles en su escrito. La gran mayoría vienen de
observaciones incisivas, sin filtros que distorsionen una carrera de relevos
generacional, de historiador a historiador, en donde la información que se nos
presenta vale su peso en oro. El mismo esquema de pase de información lo ha
seguido el Departamento de Estado hasta este día, como nos lo reveló WikiLeaks
en el 2009, a pesar de la reticencia de las autoridades estadounidenses que
hicieron todo lo posible para el mundo no supiera las opiniones sobre otros
países de sus propios funcionarios. Con Poinsett, la información ya estaba ahí,
disponible para quien hubiera querido tomar su libro.
1 Jaime E Rodríguez. “Joel Roberts Poinsett” en El
Surgimiento de la Historiografía Nacional (Coordinadores: Ortega y Camelo), México, UNAM, 1997,
p.183-188
2 Joel R. Poinsett. Notas sobre México. Ed. Jus, México, 1950, p. 117.
3 Shane Mountjoy, Manifest destiny. Westward expansion, Ed. Chelsea House Publishers, Estados
Unidos, 2009, pp. 9-10.
4 Ibid, p. 14.
5 Ibid, p. 15.
6 Edward J. Renehan Jr. The Monroe Doctrine. The
cornerstone of American Foreign Policy, Ed. Chelsea House Publishers, Estados Unidos, 2007,
pp.79-87.
7 Rodríguez, Op. Cit., p. 195.
8 Poinsett, Op.Cit, p. 85.
9 Ibid, p.188.
10 María Eugenia Vázquez Semadeni. “Las
obediencias masónicas del rito de York como centros de acción política, México,
1825-1830”. En Liminar. Estudios Sociales y Humanísticos, vol. VII, núm. 2, diciembre, 2009, p.
41.
11 Ibid, p. 49.
12 Poinsett, Op.Cit, p. 90.
13 Ibid, p. 91.
14 Ibid, p. 95.
REFERENCIAS
RODRÍGUEZ O, J. E. “Joel Roberts Poinsett” en El Surgimiento de la Historiografía Nacional (Coordinadores: Ortega y Camelo), México, UNAM, 1997, pp.183-199.
MOUNTJOY, S. Manifest destiny. Westward expansion. Ed. Chelsea House Publishers, Estados Unidos, 2009, pp. 9-20.
POINSETT, J.R. Notas sobre México. Ed. Jus, México, 1950.
RENEHAN, E.J. The Monroe Doctrine. The cornerstone of American Foreign Policy. Ed. Chelsea House Publishers, Estados Unidos, 2007, pp.78-101.
VÁZQUEZ S., M.E. “Las obediencias masónicas del rito de York como centros de acción política, México, 1825-1830”. Liminar. Estudios Sociales y Humanísticos, vol. VII, núm. 2, diciembre, 2009, pp. 41-55, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, San Cristóbal de las Casas, México.
¿Qué se debe
entender por clase y por experiencia de clase en los principios decimonónicos
de Carlos Marx y Federico Engels
y qué en los
principios de Thompson?
Las diferencias esenciales entre estos pensadores surge de la conciencia
de clase que cada uno elabora para sustentar sus teorías. Para el binomio
Marx-Engels, en una sociedad dividida en clases, la conciencia social, en todas
sus formas, tiene un carácter de clase, como explica Konstantinov, puesto que
cada clase social elabora sus propias concepciones, ideas y teorías, en donde
las ideas y opiniones son producto de sus condiciones de vida y responde a sus
intereses de clase1.
Para Thompson, sin embargo, la
conciencia de clase siempre está ligada a la experiencia cultural de la misma.
De acuerdo con el mismo autor, la conciencia de clase es la forma en que se
expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones,
sistemas de valores, ideas y formas institucionales2. Es decir, si no hay conciencia no hay
clase, porque ésta se liga a una cultura3.
Lo contrario se mantiene en el caso de Marx y Engels: como hay clase hay
conciencia, y este es el fundamento de la diferenciación social.
Vayamos un poco
más atrás y tratemos de definir lo que significa el término clase para Marx y
Engels. Para ellos, el fundamento
de las diferencias de clase ha de buscarse en las condiciones materiales y económicas
en que viven los hombres. Las diferencias en cuanto al modo y la proporción en
que las clases perciben la parte de riqueza social de que disponen, añade
Konstantinov al interpretarlos, emanan de la relación que mantienen con los
medios de producción, es decir, de la posición que ocupan en la producción
social. En consecuencia, la división de la sociedad en clases y las diferencias
entre ellas no se hallan determinadas por el régimen de distribución de los
productos, sino por el modo de producción4.
La clase es una formación de opuestos, una formación antagónica en donde
siempre hay dos clases fundamentales: aquellos que poseen los medios de
producción y los que no. Las relaciones mutuas entre las clases, así como la
lucha entre ellas, expresan la “contradicción fundamental” del modo de producción
correspondiente y de la sociedad en su conjunto5.
En las sociedades divididas en clases imperan, además, las ideas de las clases
dominantes y las clases oprimidas que, de espaldas a sus propios intereses,
asimilan estas ideas políticas, jurídicas y morales. Esto sucede porque las
clases dominantes disponen de los medios de producción material y, frecuentemente,
también los medios de producción espiritual para diseminar sus ideas.
El
aparato ideológico de las clases dominantes propaga su propia ideología
mientras se mantengan firmes las bases económicas de su dominio. Pero el cambio
es inevitable, de acuerdo con el marxismo. Una vez que las relaciones económicas
se convierten en trabas para el desarrollo de las fuerzas productivas y surgen
en la sociedad las premisas materiales o los elementos de una nueva sociedad,
aparecen también nuevas ideas que sirven de arma a las fuerzas sociales
avanzadas en su lucha por crear una nueva sociedad6.
Esta cambio, como dijimos, es inevitable, puesto que así lo propone el propio
materialismo dialéctico e histórico cuando acepta que la ciencia y el
desarrollo acompañan el desenvolvimiento de las sociedades del hombre, en
oposición a un idealismo reaccionario en donde imperan las creencias metafísicas
en la sociedad (como sucedía en el feudalismo, por ejemplo).
El materialismo
dialéctico, científico, se aplica también al conocimiento de la vida social,
pero es diferente al materialismo que había surgido antes de Marx y Engels, el
cual no ponía al proletariado y su lucha en el centro del cambio social de la
historia. La experiencia de clase decimonónica, entonces, está ligada a la
conciencia de clase. Sólo se puede dar antes porque es ahí donde se reconocen
las diferencias sociales, dialécticas, entre el trabajador que vende su tiempo
y su esfuerzo por un salario y debe trabajar en una fábrica en condiciones
desfavorables. Cuando el proletario se percata de que estas condiciones de
diferenciación son reales con respecto al dueño de los medios de producción
entonces hablamos de una experiencia de clase que intenta cambiar.
Con Thompson, la experiencia de clase es la mediación histórica
entre las relaciones de producción y la conciencia de clase. Para el marxismo
clásico, ésta es la lucha de clases y no la experiencia7.
La conciencia de clase es la forma en que los trabajadores responden al conjunto
de experiencias sociales, a eventos como conflictos laborales, huelgas y la
respuesta que emplean en sus luchas sociales contra la explotación, con
actitudes en su comunidad, con la familia. Ahora bien, la conciencia de clase
es el modo en que se abordan estas experiencias en términos culturales. Una de
las grandes aportaciones que hace Thompson es dar una nueva definición a la
cultura, en donde ésta se define como un proceso social creador de un
determinado estilo de vida vinculado a la sociedad y a la economía8.
En esta forma de vida, los hombres a través de la experiencia humana establecen
su propia representación mediante hábitos, conductas, cosmovisión del mundo, es
decir, una conciencia. Aquí, la experiencia es un elemento de formación de
clase, pues a través de ella, una persona adquiere conciencia de su posición
social y sus intereses. Para este autor, la clase es una formulación social y
cultural que surge de procesos que sólo pueden estudiarse mientras se resuelven
por sí mismo a lo largo de un periodo histórico considerable. Pero además, si
observamos a esos hombres a lo largo de un período suficiente de cambio social,
observamos pautas en sus relaciones, sus ideas y sus instituciones. La clase la
definen los hombres mientras viven su propia historia y, al fin, y al cabo,
esta es su única definición. No es una cosa abstracta divida en propiedad,
renta y ocupación9.
Para entender mejor a Marx,
Thompson describe la experiencia del obrero fabril en el cambio social que vive
Inglaterra entre 1790 y 1840: hay distancia entre el patrono y el hombre,
transparencia en la explotación, injusticia porque el nuevo patrón no tiene
autoridad tradicional ni obligaciones, pérdida de independencia, dependencia
total con respecto a los instrumentos del patrón, monotonía y pérdida del
tiempo libre. El hombre se reduce a un instrumento. El antagonismo se acepta entonces como un intrínseco a
las relaciones de producción10, por lo que esta clase trabajadora llegó a sentir
una identidad de intereses comunes a ella frente a sus gobernantes y a sus
patronos. Así se crea una experiencia en virtud de la confrontación social que
viven estos trabajadores, la cual, junto con sus costumbres y sentimientos,
crean una cultura.
92 E.P. Thompson. “Primera parte: El árbol de la
libertad”, La formación de la clase obrera en Inglaterra, vol. 1, Barcelona, 1989, pp. XIII-XIV.
3 Blanca
García. “La historia social y cultural: Thompson”, en Saúl Jerónimo y José Ronzón
(Coord.), Reflexiones en torno a la historiografía contemporánea, México, UAM-A, 2002, p. 9.
8 Ibid
Carlos María Bustamante
Un análisis historiográfico de la “Carta
Primera”
de su obra
Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana
Carlos María Bustamante es un hombre
de su época. Sus principales escritos reflejan el espíritu de su tiempo de
forma indivisible. Nacido en Oaxaca en 1774, Bustamante narra y vive en carne
propia la lucha independentista en la Nueva España cuando era un hombre joven,
lo que impregna sus textos con pasión, juicios y emociones. Adelantándose a su
tiempo, el escritor cubre con un velo de romanticismo los párrafos dedicados a
las acciones de los hombres que participaron en la gesta histórica contra la
Corona. Este criollo, abogado de formación, también potenció el alcance de los
medios de comunicación de su época para formar en la opinión pública un ideal
alrededor de la Independencia y, con eso, marcar para la posteridad a los que
serían recordados como héroes y villanos. Su intención al escribir es dejar
constancia de los hechos y hacerles justicia. En ese sentido, podemos decir que
Bustamante es el primer historiador oficial de México. En sus textos hay
rivales que luchan dentro de un escenario más grande que ellos mismos, en este
caso, la consecución de un nuevo país, sintetizado en un novedoso proyecto de
nación. Adelanto que en este breve ensayo sólo utilizaremos ejemplos de la
“Carta Primera” de su Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana para ilustrar nuestras afirmaciones, en
particular de la segunda edición corregida y aumentada que se publicó entra
1843 y 1846.
Veamos el contexto social que vivió nuestro
autor. Hacia el final del siglo XVIII, la Nueva España experimenta un fuerte
cambio a partir de la instauración de las reformas borbónicas. El objetivo más
importante de éstas—aunque el punto es discutible— es enviar más recursos, de
forma más ordenada, hacia la Corona. Para este fin es determinante la creación
de intendencias y con eso romper el férreo control que los virreyes tenían
sobre el territorio. La Nueva España sigue siendo un país sumamente
centralizado, pero con la reorganización administrativa se intenta reducir el
poder de grupos influyentes tradicionales y, además, en el fondo tienden a una
liberalización1. Para reducir las
posibilidades de corrupción con este cambio en el esquema burocrático de la
Nueva España, la península coloca en puestos clave a funcionarios españoles y
desplaza a los criollos hacia puestos secundarios.
Esto provoca descontento
entre americanos, que ya sentían el yugo imperial con impuestos, limitaciones
del mercado y la desigualdad social de las castas. Del otro lado del Atlántico,
en la primera década del siglo XIX, España enfrenta una crisis imperial como
nunca antes a causa de la invasión napoleónica y la subsiguiente colocación de
su hermano José Bonaparte en el trono, en el año de 1808. Este hecho sacude con
igual fuerza a España y a sus colonias: la monarquía es decapitada. En Europa
surgen Juntas populares en distintas ciudades peninsulares para enfrentar a los
franceses. Las Juntas son, en resumen, un revolución de las provincias. Buscan
intentar solucionar problemas locales representando la soberanía de Fernando
VII. Esta fuerza de las provincias llega con todo su arrastre a España en 1810
para solucionar problemas locales mientras esperan la restauración de la
monarquía2. En esencia, la nación se convierte en
el pueblo en virtud de un pacto ancestral en donde se retoma el fundamento de
la monarquía a través de las Cortes, es decir, un sistema en donde el rey
ofrece protección a los súbditos de distintas cortes siempre y cuando le rindan
fidelidad.
El pueblo español recuerda ese pacto cuando decide organizarse por
sí mismo para luchar contra las franceses a través, primero, de las Juntas
provinciales y una Junta Central, seguido del Consejo de Regencia de España e
Indias y, finalmente, Las Cortes de Cádiz. En todos los casos, el objetivo de
estos sistemas es asumir el poder en ausencia de Fernando VII, quien se
encuentra Bayona limitado por Napoleón. La Nueva España se encuentra en un
dilema porque una parte de la burocracia virreinal permanece inmovilizada. Pero
un grupo importante de criollos ve con recelo lo que sucede con los españoles,
a pesar del papel que juega Francia con respecto a la consecución de la
autonomía. El propio Bustamante considera que Napoleón es un personaje que podía liberar a
América, vencer a los Borbones. Sin embargo también piensa que puede
convertirse en su tirano3. Finalmente, este pequeño grupo de
criollos, en donde se encuentra el mismo Bustamante, decide no esperar a que
Fernando VII, el monarca legítimo, regrese al trono. Las desigualdades de
América con respecto a España en los nuevos sistemas de representación son
demasiado grandes (en Las Cortes, por ejemplo, sólo tienen un representante por
colonia a pesar de población y extensión territorial, cuando España tiene 250).
Los criollos novohispanos ven una coyuntura adecuada para buscar su autonomía.
Así inicia la lucha independista.
Bustamante tiene opiniones al
respecto de este proceso y sabe expresarlas con soltura. Además de abogado,
antes del inicio del movimiento, ya había trabajado, en 1805, como editor de
El Diario de México, dirigido
por Jacobo Villaurrutia y había publicado artículos de todo tipo, excepto de
política porque la censura virreinal no lo permitía. Nuestro autor continuaría
esta veta periodística después de la Independencia. Este aspecto es fundamental
para entender las motivaciones psicológicas de Bustamante. En el siglo XIX, las
publicaciones periódicas de la Nueva España tienen un claro interés de formar
una conciencia nacional 4. Aunque
la publicación de noticias no se entendía como lo entendemos hoy, en donde se
informa a un público sobre actualidades, los periódicos contenían textos para
levantar el orgullo nacional.
Esto viene de la tradición ilustrada del último
tercio del siglo XVIII, cuando los editores novohispanos publican textos
científicos y descriptivos sobre el territorio nacional para demostrarle a los
europeos que América no es territorio salvaje, sino que también puede guiarse
por la razón a pesar de que los europeos tenían más recursos y más voces para
expresar sus opiniones. Se quiere educar a la gente. Por otra parte, la censura
de la Nueva España del último tercio del siglo XVIII afectaba la disponibilidad
de ideas a través de medios impresos, pues se necesitaba el permiso del
gobierno para imprimir una gaceta. En 1784, por ejemplo, se le da permiso a
Manuel Antonio Valdés para publicar su Gaceta de México si sus escritos trataban de puntos geográficos
del país y otras curiosidades de la historia natural. La sugerencia era también
una prohibición para publicar otros artículos "inconvenientes".
Entonces se nombró a un revisor. Las gacetas novohispanas fueron, más que un
espejo fiel de lo que sucedía durante la época, el relflejo de una realidad que
las autoridades, por un lado, y los editores, por otro, querían mostrar5.
Después, entre 1812 y 1820, ya
con la libertad de prensa que otorga la Constitución España redactada en las
Cortes de Cádiz en ese primer año referido, aparecen una diversidad de
publicaciones periódicas en la Nueva España y se abre el comercio a impresos de
otros países como Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Esta ventana refresca
con nuevos modelos y formatos a la prensa nacional6.
Algunos años después, ya en la primera década de vida independiente, los
editores novohispanos debaten con editores de otras naciones y entre ellos
mismos, por ejemplo, sobre la actuación de la religión y el Papa (El Correo
Semanario de México vs. El
Defensor de la Religión) o el
mejor modelo de gobierno para la Nueva España (La Gaceta Imperial de México, pro Iturbide, vs. La Abispa de Chilpancingo, en donde escribe el propio Bustamante). Los
impresos proponen ideas para construir la nación. En La Abispa, Bustamante dice que los verdaderos héroes de la Independencia habían
sido Morelos e Hidalgo, no Iturbide, como trataba convencer La Gaceta
Imperial. El objetivo de
Bustamante es difundir la epopeya de 1810 para que sirva de apoyo doctrinario
al nuevo Estado. La Gaceta
decía que el libertador era Iturbide, no gente del pueblo, ni las fechorías de
Hidalgo.
El Cuadro de Bustamante se inserta dentro de esa lógica. Al igual que nuestro
autor, los editores criollos de
los diarios de la primera década de la independencia buscaban sustentación
histórica en el pasado reciente colonial y el pasado lejano para ubicar al país
entre las naciones europeas. Su
obra más famosa, aparecida por primera vez entre 1821 y 1827 pero reeditada en
1843 y 1846 es un texto partisano, adjetivado y nada objetivo con respecto a lo
que él mismo vio y vivió en la lucha independentista y los años inmediatos
posteriores. En su “Carta Primera”, Bustamante incluye el golpe de estado de
1808 en la Nueva España que tiene como consecuencia el arresto del Virrey
Iturrigaray y el relato del inicio de la escaramuza de Guanajuato en la
Alhóndiga de Granaditas entre el 15 y el 28 de septiembre de 1810. No es
gratuito, entonces, que el autor escriba su texto en cartas, pues así obtiene
mayor holgura para redactar: “El estilo epistolar es por sin duda el más propio
para desempeñar esta empresa”7.
En cuanto el texto en sí, Bustamante es prolijo
en adornos verbales, el uso de adjetivos y juicios personales. Este no es texto
objetivo. También escribe, de vez en cuando, usando la primera persona, lo que
es normal si entendemos su objetivo de escribir sus textos como cartas, pero
irregular cuando se trata de analizar la historia a posteriori. El texto es marcadamente nacionalista. El autor
quiere convencernos de la valía de un nuevo proyecto nación que se separa de
España, que tiene su propia idiosincrasia y gradientes poblacionales, en donde
los criollos están en la punta de lanza. En este sentido, también usa frecuente
alusiones religiosas. Hay blancos y negros, como es el caso de Agustín de
Iturbide, que en esta “Primera Carta” aparece como un redentor, aunque en otros
escritos nuestro autor lo critica por haber elegido la monarquía como sistema
político para México:
Iturbide será grande porque fué dócil, y más grande aún,
porque oyendo la voz de su patria, y correspondiendo a su llamamiento, empuñó
La espada, desafió a La muerte, y colocó sobre el antiguo Tenoxtitián el pendón
augusto de nuestra libertad politica8.
Unos párrafos más adelante explica la situación que vivía la Nueva
España en cuanto a la lucha de poder entre los distintos grupos peninsulares
cercanos al Virrey José de Iturrigaray, que decidieron aprehenderlo porque
percibían su intención de proclamarse monarca de la incipiente nación, en vista
de los problemas que España combatía en su propia tierra (dejamos la redacción
del propio Bustamante en el texto):
Desde aquel momento, y por tan escandalosa
agresión quedaron rotos para siempre los lazos de amor que habían unido a los
españoles con los americanos. El pueblo se irritó cuando leyó en las esquinas la
proclama del acuerdo que le imputaba este delito. Levantáronse cuerpos de
hombres Ilamados por antifrasis patriotas, los cuales se les dió el nombre de chaquetas,
por el trage
con que aparecieron vestidos…El Sr. Iturrigaray estuvo deturpado con la nota de
avaro, miles los de su familia robaban escandalosamente a su nombre, y él
apenas percibía el décimo. Tenia genio duro, e ignoraba el arte de ganarse los
corazones quo poseyeron Bucareli, Azanza y Revillagigedo9.
Como señalamos arriba, nuestro autor enmarca la lucha independista
entre buenos y malos. En el primer grupo identifica a Ignacio Allende (“mi
antiguo amigo”), Miguel Hidalgo y Costilla, Antonio Cumplido, Antonio
Castro, José Maria Izazaga, José
Maria Abarca, Lorenzo Carrillo y José María Morelos (“cura de Nucupétaro y Carácuaro,
es decir, el gran Morelos”, “hombre modesto”). Ahí, claro, está el propio Bustamante, relator privilegiado de los
hechos, quien dice que el grupo de criollos en lucha tiene dos objetivos:
primero, “que
sucumbiendo España, podíamos nosotros resistir, conservando este país para
Fernando VII. Segundo: que si por este motivo quisieran perseguirnos, debíamos
sostenernos”13. La escritura de estos
acontecimiento, lo dice el mismo tiene un sentido mucho más amplio, ligado a la
posteridad: “que no se perdiera la memoria de
los principales sucesos de la revolución, y que estos sirviesen de estímulo a
los mexicanos para resistir una nueva invasión que entonces creíamos
indefectible” y para que los hoy disfrutan de las ventajas de la autonomía lean
estos hechos con “admiración y entusiasmo” 14.
Hacía el
final de su “Carta Primera”, el autor relata lo que sucedió en los primeros
días de la lucha armada en Guanajuato y la toma de la Alhóndiga de Granaditas.
Las razones del levantamiento en ese sitio, de acuerdo con el autor, son los
tributos que el pueblo debe pagar al gobierno en vista de la estrecha relación
que mantenían con los jesuitas antes de ser echados de la Nueva España en 1767.
Otra de las razones tiene que ver con las condiciones en las que trabajaba la
gente para desaguar las minas, “echándoles lazo”, lo que predispuso al pueblo,
dice, a tomar “una extraordinaria venganza a sus opresores”. El 26 de septiembre, finalmente, después
once días de haber comenzado la rebelión, las autoridades locales perdonan los
impuestos a la plebe (dejamos la redacción del propio autor):
Era esta una marca do ignominia que el gobierno
español había echado al pueblo de Guanajuato en castigo de las demostraciones
de dolor quo había mostrado cuando la espulsión de los jesuitas, a quienes
vivía muy reconocido por su eficacia en el servicio público de su instituto.
Aquel día no so oyeron espresiones de aplauso, como era de esperar; tanto mas,
cuanto que se había solicitado eflcazrmente de la corte Ia liberación de aquel
tributo afrentoso El pueblo oyó la nueva de este favor, como se oyen las
gracias concedidas por la necesidad y no por Ia benevolencia 15
Pero la solución llega muy tarde. A pesar de esta medida y de la
superioridad numérica de la tropa de Hidalgo, los españoles le responden que no
conocen otra forma de gobierno en la Nueva España mas que la del Virrey
Francisco Javier Venegas y la que está por decidirse en Las Cortes, agrega
Bustamante. “En tal virtud, estaba dispuesto a defenderse hasta lo último con
los soldados que lo acompañaban”. Antes de continuar con la lucha que sucederá
en Guanajuato, Bustamante introduce un elemento de tensión al señalar en el
último enunciado de su “Carta Primera” que es menester describir en otro texto lo
que pasaba entonces en Querétaro.
REFERENCIAS
BUSTAMANTE, C.M. Cuadro
Histórico de la Revolución Mexicana,
(Sin editorial), pp. 1-29.
CLAPS, M.E. “Carlos María Bustamante” en El Surgimiento
de la Historiografía Nacional (Coordinadores:
Ortega y Camelo), México, UNAM, 1997, pp.108-126.
CRUZ SOTO, R. “Las publicaciones periódicas y la formación de
una identidad nacional”, en Estudios
de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 20, 2000,
pp. 15-39.
MCFARLANE, A.
“Crisis y Transición: los balances de poder en Hispanoamérica”, en
Roberto Breña (ed.), En el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio
1808-1810, México, El Colegio de
México, 2010, pp. 95- 127.
PIETCSCHMANN, H.
“Protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución: la Nueva España en el
último tercio del siglo XVIII”, en Josefina Zoraida Vázquez, Interpretaciones
del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992, pp. 27- 65.
1 Horst Pietcschmann.
“Protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución: la Nueva España en el
último tercio del siglo XVIII”, en Josefina Zoraida Vázquez, Interpretaciones
del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbónicas, México, Nueva Imagen, 1992, p.
61.
2 Anthony McFarlane. “Crisis y
Transición: los balances de poder en Hispanoamérica”, en Roberto Breña (ed.), En
el umbral de las revoluciones hispánicas: el bienio 1808-1810, México, El Colegio de México,
2010, p. 127.
3 María Eugenia Claps. “Carlos María Bustamante” en El
Surgimiento de la Historiografía Nacional (Coordinadores: Ortega y Camelo), México, UNAM,
1997, p.122.
4 Rosalba Cruz Soto. “Las publicaciones periódicas y la
formación de una identidad nacional”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Históricas, v. 20, 2000, p. 15.
5 Ibid, p. 27-28.
6 Ibid, p. 31.
7 Carlos María Bustamante. Cuadro Histórico de la
Revolución Mexicana, p. 2.
8 Ibid
9 Ibid, p. 7-10.
13 Ibid, p. 13.
14 Ibid, p. 18.
15 Ibid, p. 26.
Historicismo VS. Positivismo
(Pulsa sobre la imagen para ver el esquema con mayor detalle)
Antes de definir las caractéristicas esenciales de cada uno, expongo las ideas que comparten:
1. LA HISTORIA SERÁ CIENCIA
2. LA HISTORIA SE HACE CON DOCUMENTOS
3. LA HISTORIA SE CENTRA EN LO PARTICULAR
4. NO PRETENDEN FIJAR REGLAS
3. LA HISTORIA SE CENTRA EN LO PARTICULAR
4. NO PRETENDEN FIJAR REGLAS
Historicismo
-Comienza en la primera mitad del siglo XIX y su influencia se siente hasta 1945.
-Particularizan en el análisis histórico en lugar de generalizar. No buscan leyes naturales para aplicarlas de forma general. Piensa la historia como la sustancia clave de toda la realidad social.
-La historia de algo es una explicación suficiente de este algo. Se puede dar cuenta de los valores de algo descubriendo sus orígenes. La naturaleza de algo está comprendida por completo en su desarrollo. La explicación de la historia surge de los documentos. El significado se lo da el relato.
-El empuje más fuerte se da en Alemania y después en Gran Bretaña. Principales exponentes: Ranke, Bernheim , Droysen, Niebuhr, Sybel, Gervinus y en GB Macaulay, Carlyle, Stubbs y Acton.
-Ranke utiliza la crítica filológica: 1. Análisis de fuentes, en su mayoría literarias y narrativas. Las fuentes primarias debían ser para el historiador más dignas de confianza. 2. El historiador somete a crítica interna las partes más significativas del documento y luego mostraba cómo el punto de vista particular de cada autor afectaba la exposición de los hechos. Las posibles deficiencias de la interpretación se debían a la subjetividad de fuentes y no al trabajo del historiador, porque este mantenía su distancia y tomaba todas las precauciones para no contaminarlas.
-Berheim: La historia es ciencia del espíritu que se distingue de las naturales por su método. Es indispensable a todo historiador una buena preparación filosófica.
-Para Meinecke, Alemania era el suelo propio para el historicismo desde la Reforma luterana porque se propicia la introspección. Antencesores alemanes del historicismo: Lessing, Wonkelmann, Schiller y Kant, además de Moser (valorar la universalidad de lo particular), Herder (universaidad a partir de lo especifico y concreto) y Goethe (romanticismo).
-Particularizan en el análisis histórico en lugar de generalizar. No buscan leyes naturales para aplicarlas de forma general. Piensa la historia como la sustancia clave de toda la realidad social.
-La historia de algo es una explicación suficiente de este algo. Se puede dar cuenta de los valores de algo descubriendo sus orígenes. La naturaleza de algo está comprendida por completo en su desarrollo. La explicación de la historia surge de los documentos. El significado se lo da el relato.
-El empuje más fuerte se da en Alemania y después en Gran Bretaña. Principales exponentes: Ranke, Bernheim , Droysen, Niebuhr, Sybel, Gervinus y en GB Macaulay, Carlyle, Stubbs y Acton.
-Ranke utiliza la crítica filológica: 1. Análisis de fuentes, en su mayoría literarias y narrativas. Las fuentes primarias debían ser para el historiador más dignas de confianza. 2. El historiador somete a crítica interna las partes más significativas del documento y luego mostraba cómo el punto de vista particular de cada autor afectaba la exposición de los hechos. Las posibles deficiencias de la interpretación se debían a la subjetividad de fuentes y no al trabajo del historiador, porque este mantenía su distancia y tomaba todas las precauciones para no contaminarlas.
-Berheim: La historia es ciencia del espíritu que se distingue de las naturales por su método. Es indispensable a todo historiador una buena preparación filosófica.
-Para Meinecke, Alemania era el suelo propio para el historicismo desde la Reforma luterana porque se propicia la introspección. Antencesores alemanes del historicismo: Lessing, Wonkelmann, Schiller y Kant, además de Moser (valorar la universalidad de lo particular), Herder (universaidad a partir de lo especifico y concreto) y Goethe (romanticismo).
Positivismo
-Su edad de de oro es la segunda mitad del siglo XIX y va en ascenso hasta los 1930s.
-Su preocupación principal es el método, la regulación de la práctica heurística y el objetivo esencial del documento, y su explotación como base de cualquier discurso historiográfico. Creen en el progreso y el desarrollo. La historia no es ciencia de la observación, sino del razonamiento.
-A esta tendencia también se le llama etapa metódica-documental. No teorizan sobre su objeto y realizan su trabajo más que nada con documentos escritos.
-El empuje más fuerte se da en Francia. Principales exponentes: Charles Victor Langlois y Charles Seignobos, Bauer. Antecesores directos: Fustel de Coulanges, Louis Bourdeau, Lacombe, Buckle, Taine.
-El texto positivista por definición es Introducción a los Estudios Históricos (1898), de Langlois & Seignobos. Se enseña a estudiantes cómo transformar la historia en ciencia positivista.
-Su preocupación principal es el método, la regulación de la práctica heurística y el objetivo esencial del documento, y su explotación como base de cualquier discurso historiográfico. Creen en el progreso y el desarrollo. La historia no es ciencia de la observación, sino del razonamiento.
-A esta tendencia también se le llama etapa metódica-documental. No teorizan sobre su objeto y realizan su trabajo más que nada con documentos escritos.
-El empuje más fuerte se da en Francia. Principales exponentes: Charles Victor Langlois y Charles Seignobos, Bauer. Antecesores directos: Fustel de Coulanges, Louis Bourdeau, Lacombe, Buckle, Taine.
-El texto positivista por definición es Introducción a los Estudios Históricos (1898), de Langlois & Seignobos. Se enseña a estudiantes cómo transformar la historia en ciencia positivista.
-El deber fundamental es la búsqueda de la objetividad. Para entender un texto hay que interpretarlo históricamente y determinar su sentido literal mediante una operación linguística.
-Explicar un hecho no significa buscar sus causas profundas, consiste simplemente en unirlo o enlazarlo con otro que le precede. El proceso se repite para vincular todos los hechos.
-La historia se hace con documentos. Nada puede suplirlos, y donde no los hay, no hay historia.
-Lo fundamental es el método para recolectar documentos ("heuristica"), analzar e interpretar ("operaciones analíticas externas e internas"), críticarlos (operaciones sintéticas) para redactar textos históricos: el material se organiza, de preferencia, de forma cronológica.
-El orden cronológico es la realidad misma. No meten elementos paralelos porque esto crea tensión y se acerca a los elementos literarios. Se un lenguaje sencillo y claro, sin emociones.
-El aprendizaje técnico del historiador consiste en todos los conocimientos que puedan proporcionar los medios de descubrir, comprender y examinar críticamente los documentos.
-Explicar un hecho no significa buscar sus causas profundas, consiste simplemente en unirlo o enlazarlo con otro que le precede. El proceso se repite para vincular todos los hechos.
-La historia se hace con documentos. Nada puede suplirlos, y donde no los hay, no hay historia.
-Lo fundamental es el método para recolectar documentos ("heuristica"), analzar e interpretar ("operaciones analíticas externas e internas"), críticarlos (operaciones sintéticas) para redactar textos históricos: el material se organiza, de preferencia, de forma cronológica.
-El orden cronológico es la realidad misma. No meten elementos paralelos porque esto crea tensión y se acerca a los elementos literarios. Se un lenguaje sencillo y claro, sin emociones.
-El aprendizaje técnico del historiador consiste en todos los conocimientos que puedan proporcionar los medios de descubrir, comprender y examinar críticamente los documentos.
FUENTES
- Ariostegui, Julio. "El Nacimiento y Desarrollo de la Historiografía" en La Investigación Histórica. Teoría y Método. Ed. Crítica, Barcelona, 2001, pp. 74-135.
- Matute, Álvaro. (compilador). El Historicismo en México. Historia y Antología. UNAM, México, 2002, pp. 15-32.
- Corcuera, Sonia. Voces y Silencios en la historia Siglos XIX y XX. Fondo de Cultura Económica, México, 1997, pp. 146-183.
- Langlois, Charles & Seignobos, Charles. Introducción a los Estudios Históricos, Ed. La Pléyade, Argentina, 1972, pp. 7-153.
- Ariostegui, Julio. "El Nacimiento y Desarrollo de la Historiografía" en La Investigación Histórica. Teoría y Método. Ed. Crítica, Barcelona, 2001, pp. 74-135.
- Matute, Álvaro. (compilador). El Historicismo en México. Historia y Antología. UNAM, México, 2002, pp. 15-32.
- Corcuera, Sonia. Voces y Silencios en la historia Siglos XIX y XX. Fondo de Cultura Económica, México, 1997, pp. 146-183.
- Langlois, Charles & Seignobos, Charles. Introducción a los Estudios Históricos, Ed. La Pléyade, Argentina, 1972, pp. 7-153.
Fray Servando Teresa de Mier
Un análisis historiográfico de su
obra Memorias
Cuando hablamos de una
obra escrita desde las vivencias personales que motivan a su escritor tenemos
que voltear a ver Fray Servando Teresa de Mier. No diré que la Independencia no
hubiera sido posible sin sus escritos y su empuje ideológico a favor de una
patria libre de la influencia de la Corona española, pero lo que sí diré que
gracias a su legado es mucho más claro entender ese periodo de la historia de
México que comprende los años inmediatos previos a la lucha y el brusco
nacimiento de la nueva nación después de 1821. Dos temas son clave para
entender a Mier en ese contexto: su formación como sacerdote dominico y los
viajes que realizó por Europa y Estados Unidos antes y durante la lucha armada
que resultó en la Independencia de México. Con el hábito adquirió sus
habilidades para discurrir, fundamentar y exponer sus ideas de forma lógica,
así como basarse en documentos para argumentar sus propias interpretaciones.
Con sus viajes a otros países conoce distintos sistemas de gobierno y
organización política y opina que México aún no tiene un papel destacado en el
concierto de naciones. Estos dos aspectos de su vida los expone Mier en sus Memorias (publicación póstuma de 1876), aunque
su Historia de la Revolución de la Nueva España, escrita entre 1811 y 1813 fuera
del país, es su texto más famoso.
Mier nace el 8 de
octubre de 1763 en Monterrey, Nuevo Reino Unido de León. A los 17 años toma el
hábito de Santo Domingo en la Ciudad de México. En 1794 predica las honras
fúnebres de Hernán Cortés y su sermón es recibido con éxito. Se le pide
entonces que dé el sermón con respecto a la aparición de la Virgen de
Guadalupe, el 12 de diciembre de ese año, en la Ciudad de México. Mier da un
discurso sumamente polémico porque afirma que los indios ya habían sido
educados en el catolicismo antes
de la llegada de los españoles, pero lo habían olvidado. Esto iba en contra de
todo el esfuerzo y la barbarie de la Conquista1,
pues entonces no habría tenido caso la justificación evangelizadora de la
Corona española para imponer su autoridad en la Nueva España. El discurso le
trae problemas inmediatos. Al día siguiente se abre un proceso eclesiástico en
su contra y se le suspende la licencia para enseñar y predicar. En 1795 lo
remiten a una celda en el convento de Santo Domingo. Dos meses después se le
castiga con 10 años de reclusión en el convento de Nuestra Señora de las
Caldas, en Cantabria, España. También se le prohíbe toda enseñanza pública por
cátedra, púlpito y confesionarios2. En
junio de 1795 parte desde Veracruz, en donde pisa la cárcel de San Juan de
Ulúa. Al llegar a España, sin embargo, se escapa de Las Caldas y otras cárceles
y conventos, la primera de muchas veces que realizaría la fuga. Este primer
contacto con Europa sería determinante para su desarrollo y para fundamentar un
discurso apologético sobre la religión católica en la Nueva España, al mismo
tiempo criticando a las autoridades eclesiásticas que lo encarcelaron
injustificadamente (en particular al Arzobispo Alonso Núñez de Haro) y exponiendo sus argumentos para que
él ganara en razón. Ambos aspectos son plasmados en Memorias. Para probar que no negó la
tradición guadalupana dice lo siguiente:
La primera [prosición] fue que el
Evangelio ha sido predicado en América siglos antes de la conquista por Santo
Tomás, a quien los indios llamaron ya Santo Tomé en lengua siriaca, como los
cristianos de Santo Tomé en el Oriente; ya Chilancambal, en lengua chinesa,
cosas muy para notar; ya Quetzalcohualt (sincopado Quetzacoatl) en lengua
mexicana. Porque quetzal, por la preciosidad de la pluma de
Quetzalli, correspondía en las imágenes aztecas a la aureola de nuestros
santos, así como zarcillos y rayos alrededor de la cara era un distintivo de la
divinidad, y, por consiguiente, vale como decir santo.
Y coatl,corruptamente coate, significa lo mismo que Tomé, esto
es, mellizo, por la raíz taam, pues en hebreo se
dice Thama o Taama, y con inflexiones
griegas Thomas, a quien, por lo mismo, los griegos también
llamaban Dydimo en su lengua. Thomas qui dicitur Dydimus. 3
Como se observa, en la argumentación
también se entrelazan los estudios que el propio Mier había hecho del náhuatl
para encontrar una conexión lingüística entre los mexicas y la cristiandad,
aunque hoy esa liga se haya demostrado sin sustento. Su segundo argumento se
basa en una aparición diferente a la de Juan Diego, que el propio Mier
retrotrae a 1531, año del famoso hecho para los católicos.
El segundo hilo está tomado a mi ver de
otra aparición que cuenta Torquemada hecha a orillas de la Laguna en un viernes
del año 1575 a un indio de Azcatpozalco, que cita con los dos nombres de uso
entre los indios, a quien apareció la Virgen en forma de india, con manto azul,
es decir, en figura de la Tonantzin, perpetua aparecedora de los indios
antes y después de la conquista, aunque siempre a uno solo, y revelándole cosas
secretas… Muy parecida es esta admiración de la constancia del indio, aunque
desairado, en llevar los recados de la Virgen, con lo sucedido a Juan Diego; y
no dudo que aquéllos sirvieron de tipo a los de éste, porque también la
aparición a Juan Diego la pone en viernes el manuscrito mexicano4.
Pero tal vez los aspectos
teóricos-filosóficos de esta obra del sacerdote Mier se entienden mejor cuando
vemos el propósito de Memorias. En este aspecto sigo la línea analítica de
Ordóñez para analizar un texto. Para entender al autor, cita el autor, es
necesario conocer el objetivo de su obra, su intencionalidad, así como los
sujetos y los héroes y villanos5. El
sujeto, claro, es el propio Mier y su idea es plasmar un texto autobiográfico
para encontrar una justificación a su polémico discurso guadalupano. La primera parte de Memorias se titula
“Apología”, y está dividida en seis partes, cada una la cual expone que la
pasiones de las autoridades eclesiásticas fueron la causa real de su
aprisionamiento. Los enemigos son aquellos religiosos con poder que han
olvidado la tarea original de la Iglesia. En la parte V de su obra, Mier hace una
aguda crítica a los obispos católicos, pues considera que han tomado demasiada
importancia sobre los sacerdotes, estos últimos obligados a asumir una posición
poco favorable ante el poder que tiene el obispado.
¿De dónde, pues, viene esta prepotencia a
los obispos, ante quien los presbíteros hoy no se atreven a presentarse sino
temblando, como los esclavos ante su amo? Muchas causas podría señalar; pero
dos han sido las principales. La primera el poder coactivo que les han dado los
reyes, especialmente en Europa, donde les concedieron feudos y señoríos para
que les ayudaran a domesticar los bárbaros del Norte. Y la segunda las falsas
decretales que se introdujeron como una peste en la Iglesia a mitad del siglo
VIII, trastornando toda su antigua y santa disciplina [167] conforme a sus
verdaderos y legítimos Cánones, y sobre cuyo ruinoso fundamento, apuntalado por
el monje Graciano con sutilezas escolásticas, Concilios supuestos y obras
apócrifas de los padres, se levantó todo el edificio del moderno Derecho
canónico 6.
Ahora veamos la segunda
parte de Memorias,
en donde Mier detalla el proceso que se llevó en contra de él en España y donde
también relata sus impresiones sobre París, Roma, Barcelona, Madrid y Portugal,
una vez que se escapó hacia Burgos. En este texto no trataré lo relativo al
proceso, sino sus impresiones sobre Europa y cómo es que esto influye en sus
ideas políticas con respecto a la Nueva España.
Hay
que recordar que en esa época, la Nueva España era la colonia más redituable
para la Corona por su fuerte extracción de plata, la cual nos detalla Humboldt.
El prusiano relata el complicado proceso para obtener plata tras sacarse de las
minas, sistema en donde el mercurio es indispensable 7.
Las reformas borbónicas iniciadas por el visitador José Gálvez en 1766 habían
disminuido el precio del azogue (mercurio) y además se había dado una exención
de impuestos para la maquinaría y materias primas de la minería8. La colonia vivía un fuerte cambio
social en donde confluían peninsulares, castas, criollos con las ideas
tradicionales y aquellas de la Ilustración, en donde el individuo toma un papel
central en el Estado y se le deben dar las oportunidades necesarias para
desarrollarse9. La Nueva España,
entonces, ofrece riquezas para aquel que las pueda aprovechas desde su posición
social, lo que conlleva a una fuerte estratificación y desigualdad social. Los
países que visita Mier en este momento, entre 1795 y 1805, ya bien entrado en
la tercera década de su vida, van a la vanguardia en el intercambio de ideas
ilustradas. Este contexto lo lleva a concluir que los hombres sólo podían aceptar un gobierno cuando, formado
por delegados electos, era sentido por todos como “obra suya y para su propio
bien”10. Compara a Inglaterra (a la cual
admira) con los otros sitios de Europa que visita, y así se forma una idea
clara de que en el Viejo Mundo hay países mejores que otros. Y aunque afirma
que convive con personas y clérigos educados, tiene la oportunidad de tratar
asuntos mundanos gracias a su estancia en conventos e iglesias, en donde
convive con el pueblo. Su visión de España y su relación con América es
clarísima, la de un hombre que ha analizado el pasado y ve el presente con ojos
diáfanos: “España vive de la
América, como Roma de las bulas; y en cuanto se dificulta el transporte
marítimo, no se encuentra allí sino hambre y miseria”11. Sobre Francia da una larga
descripción de sus particularidades litúrgicas y después, cuando aborda los
asuntos seculares del país critica al gobierno despótico de Bonaparte y los
peligros de las votaciones con un pueblo sin instrucción:
Pasando de lo eclesiástico á contar
algunas cosas seculares, se trató entonces, ya se supone, por insinuación de
algunos amigos convenidos, de dar á Bonaparte^ en recompensa de la paz de Amiens
el Consulado por diez años. Pero él, que por una instrucción violenta había
destruido el Directorio y los dos Consejos de los quinientos y los ancianos, á
los cuales sustituyó el Consulado, el Cuerpo legislativo y el Senado, se hizo
nombrar cónsul á vida, pensando ya, sin duda, en el Imperio. Entonces vi que
todo es fraude en el mundo político. Se abrieron registros para que el pueblo
concurriese á dar su voto. Ocurren á firmar los interesados; y los que no
concurren, porque no quieren consentir, pero tampoco quieren declararse por
enemigos, se dan por favorables, conforme á la regla qui tacet, consentiré
videtur, ó quien calla otorga. Y luego se publica que hubo en su favor tantos
millones. Y ¿quién podrá ó se atreverá á desmentir públicamente la especie?
|Pobre pueblo! Y ciertamente nunca vi uno más ligero, mudable y fútil que el de
Francia. Basta para arrastrarlo, hablarle poéticamente, y mezclar por una parte
algunas agudezas que son su ídolo, y contra la contraria el ridículo, que es el
arma que más temen. Allá los hombres son como mujeres, y las mujeres como niños
12.
Ya en Italia, visita Roma y Nápoles, en donde
analiza sus costumbres y hace un juicio sumario de la población:
Ya estamos en el país de la perfidia y el
engaño, del veneno; el del asesinato y el robo. Es necesario en Italia estar
listos con sus cinco sentidos, porque allí se mantienen de collonar, como ellos
dicen, los unos á los otros, es decir, engañarse. Y nada iguala al contento que
ellos muestran cuando se han burlado de alguno. Lo celebran como una hazaña de
su ingenio. La lengua es la más á propósito para mentir, porque toda es
cortesía y exageraciones 13
1 Yael Bitrán Goren.
“Servando Teresa de Mier” en El Surgimiento de la Historiografía Nacional (coordinadores:
Ortega y Camelo), UNAM, 1997, p.70
5 Manuel Ordóñez
Aguilar (coord.). Introducción al Análisis Historiográfico. Problemas Generales
de Teoría y Filosofía de la historia y estudios de caso, UNAM, 2010.
7 Alejandro de Humboldt. Ensayo
Político de la Nueva España. Edición con estudio preliminar, revisión de texto,
cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Media, Porrúa, 1966, p. 190
8 D.A. Brading. Miners
and Merchants in Bourbon Mexico 1763-1810. Cambridge at the University
Press, 1971.
9 Horst
Pietcschmann. “Protoliberalismo, reformas borbónicas y revolución: la Nueva
España en el último tercio del siglo XVIII” en Josefina Zoraida Vázquez, Interpretaciones
del siglo XVIII mexicano. El impacto de las reformas borbónicas. Nueva Imagen,
1992, p. 32
10 Alfredo Ávila.
“Cuestión Política. Los debates en torno del gobierno de la Nueva España
durante el proceso de Independencia”. Publicado en Historia Mexicana, vol. LIX, núm. 1,
julio-septiembre, 2009, pp. 77-116. El Colegio de México. Disponible en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=60015910003
15 Ibid
¿Qué puede considerarse Historia crítica en el
siglo XIX
e Historia crítica en el siglo XX?
La historia
ha tenido dificultades para definirse como ciencia. Antes de que comenzara su
camino hacia la cientificidad estuvo más ligada a la crítica, y no fue hasta
que el pensamiento ilustrado del siglo XVIII instauró una formalidad de trabajo sustentado en documentos válidos que el historiador comenzó a tejer
una historia científica.
La palabra crítica se empieza a usar en el siglo XVI,
cuando algunos, sobre todo monjes, comienzan a revisar los textos clásicos de
Aristóteles, por ejemplo, para cotejar si éstos habían sido bien traducidos de
su lengua original. Estos primeros intelectuales comenzaron a ver éstos libros
con ojo crítico y a realizar sus propias interpretaciones sobre las
traducciones y comentarios que habían hecho de estas obras aquellos que los
habían trabajado anteriormente1. Se
valora la veracidad de las fuentes. Ya en el siglo XVII, Jean Mabillon
(1632-1707), arropado por la intelectualidad e independencia económica que
ofrecían los monasterios, continúa con esta labor documentalista. Con su obra De
Re Diplomatica, el
francés sienta las bases para escribir textos históricos revisando la veracidad
de las fuentes.
Pero la
concepción de la historia como ciencia nace en el siglo XVIII, junto al
espíritu ilustrado de los alemanes Guillermo Von Humboldt, su hermano
Alejandro, y Leopoldo Von Ranke. El segundo extiende la cientificidad de su
mentor a lo largo del siglo XIX integrando un eje narrativo a los hechos que
descubre en documentos. Hay una masa caótica de datos que se encuentran en
documentos, los cuales hay que seleccionar con cuidado si se quieren realizar
interpretaciones fundamentadas. Este estilo de contar la historia “tal como
sucedió”, sin fantasías, se convertiría en el estilo de facto contra el cual
lucharían las principales corrientes del siglo XX, como lo describiré más
abajo. El estilo narrativo de Von Ranke es preciso, sin rodeos y escribe desde el lado del historiador.
Además, no parte desde una idea
predeterminada, ideológica, para hacer su discurso, salvo la marcha del
progreso eurocéntrico. No intenta introducir elementos interpretativos desde
otras ciencias sociales (economía, demografía, sociología) y cuando hace
juicios sobre ciertos aspectos que nota en la vida de las figuras políticas que
analiza en el tiempo, lo hace desde un punto de vista de hombre universal
ilustrado. Veamos algunos ejemplos de su Historia
de los Papas en la Época Moderna, empezando por lo que piensa sobre la
opinión pública. "Así ocurre que en el curso del tiempo con frecuencia se
trasforma en su contraria. Ha establecido el papado y ha contribuido a su liquidación"2. Ahora sobre la coincidencia: "El
espíritu humano necesita la coincidencia, o por lo menos la desea, pero si se
trata de convicciones religiosas, cuyo fundamento es un profundo sentimiento de
comunidad, entonces esa necesidad se hace incontenible"3.
Sobre la forma de pensar de Ignacio de
Loyola que comenzaría una de las órdenes más importantes del mundo católico
después de ser herido en batalla, cuando fue soldado: "Cuanto más se
demora su curación y menos resultados promete, las fantasías religiosas van
prevaleciendo"4. Con Van Ranke se
sintetiza al proceso iniciado por Humboldt que reúne fuentes auténticas, las selecciona, las analiza, deja
que los documentos deshagan las posibles contradicciones de época y finalmente
explica lo que realmente sucedió si tiene significado histórico5. Los historiadores se limitan a narrar
los hechos, a narrar lo que verdaderamente pasó. Cualquier deficiencia en la
interpretación de los textos se debe a la subjetividad de las fuentes y no al
trabajo del historiador, porque este debe mantener su distancia y además tomaba
todas las precauciones para no contaminarlas.
¿Desde
dónde parten las críticas dirigidas hacia esta cientificidad? Los historiadores
del siglo XX forjarían sus propios movimientos en oposición a este método, así que considero
importante delimitarlos (notablemente, a
finales del siglo XX se regresaría a esta forma tradicional de hacer historia,
una vez que la posmodernidad explorara las distintas formas del subjetivismo al
momento de redactar textos históricos6). Veamos: Ranke nunca acepta que los
documentos son depositarios de la verdad en sí, de la objetividad, y que el
historiador no puede separarse de sus circunstancias personales ni su entorno
social. En ese tenor surgen, ya en el siglo XX, distintas tendencias
historiográficas ligadas a la herencia del siglo XIX: positivismo, materialismo
histórico, historicismo; después: con la renovación historiográfica de las
entreguerras: la escuela de los Annales de Bloch y Febvre, la historiografía marxista
sustentada en la lucha dialéctica social,
y la historia cuantitativa y serial.
En las últimas décadas domina la
política y narrativa históricas, la historia del tiempo presente y el
posmodernismo; y finalmente, antes de regresar a la tradición asentada por
Ranke, en un giro conservador, está la historia total y la fragmentación de las
distintas historias (económica, social, de la mujer)7.
Estas escuelas tienen en común que hicieron más análisis que interpretación, y
se interesaron más por las causas y las consecuencias que en el qué y el cómo.
Además, se preocuparon por ser interdisciplinarios e interpretan y muchas veces
critican el concepto del progreso nacido en la Ilustración. Aunque cada una de
estas tendencias entró en crisis a lo largo del siglo XX, su propia existencia
basta para marcar una diferencia clara con la forma de ver al mundo de los
historiadores científicos que publicaron sus grandes obras en el siglo XIX.
1 Sonia Corcuera. Voces y Silencios en la historia Siglos XIX y XX.
Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
2 Leopoldo
Von Ranke. Historia de
los Papas en la Época Moderna. Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p. 68.
3 Ibid, p.
69.
4 Ibid, p. 90.
5 Corcuera.
Op. cit, p. 132-134.
6 Carlos Barros. “El Retorno de la Historia”, 1999,
en Historiografía
Crítica del Siglo XXI, Boris Berenzon (compilador), UNAM, 2004
Un corte seccional del volcán Chimborazo en Ecuador, una de las ilustraciones realizadas por Humboldt. Más información al pulsar la imagen. |
Humboldt. Un análisis
historiográfico de su
Ensayo Político sobre el Reino de
la Nueva España
Cuando hablamos de
Alejandro de Humboldt y su obra magna hablamos de un hombre de su época, ligado
al pensamiento científico de la Ilustración del siglo XVIII, pero no por eso
limitado a los designios de su tiempo. Por el contrario, en su texto se
aprecian distintas posiciones que hoy, con el paso del tiempo, consideramos
esenciales para entender el avance del humanismo en las labores científicas,
así como oberturas de otras ciencias que han tomado mayor relevancia desde la
publicación de su trabajo, tales como la ecología, geografía y economía.
Ese texto se fundamenta
en el Libro 4, Capítulo 11, del Ensayo1,
apartado que trata el estado de las minas de la Nueva España. Para hacer el
análisis historiográfico tomaremos los principios básicos definidos por Ordóñez2 aunque nos tomaremos la libertad de
hilvanarlos en un orden distinto al que él plantea por la sencilla razón del
espacio requerido para esa tarea.
Empezamos este ensayo
situando el contexto de Humboldt. Como mencionamos al principio, nuestro autor
es un ilustrado, uno de los más importante de una época. Ese periodo que hoy
conocemos como la Ilustración fue un movimiento que se catalizó principalmente
en el siglo XVIII, y consistió en el desarrollo de la ciencia, la cultura y el
pensamiento. Sus raíces son varias: el Renacimiento, el cual mira hacia el
hombre en lugar de ver hacia Dios; la Revolución inglesa (1640-1660), que evita
el ascenso del absolutismo y reafirma el derecho a la libre creencia; y
finalmente, la crítica y la duda en la filosofía que plantaron Descartes,
Bacon, Hume y Hobbes antes de Humboldt.
Un aspecto esencial que marca a esa
época es la intención de obtener respuestas universales a las preguntas más
importantes del hombre. Notamos esto porque esa forma de pensar sería
cuestionada tras el fallecimiento de nuestro autor, cuando la máquina adquiera
mayor relevancia y las sociedades se ven obligadas a especializar su
conocimiento para convertirlo en un saber “útil”, específico, y se relegan un
interés “generalista” de la ciencia.
Humboldt nació en
Berlín, reino de Prusia, el 14 de septiembre de 1769, en el seno de una familia
noble. Su padre, Alexander Georg Von Humbolt, fue militar de carrera y combatió
en el ejército de Federico El Grande, pero al ser herido se dedicó a la vida
cortesana. Su madre fue Marie Elisabeth Coloma, de ascendencia hugonote En este
contexto destaca la figura de Wilhelm, su hermano mayor, otro filósofo de la
Ilustración. Su hermano lo consideraba una persona con una inteligencia
privilegiada, “la más grande con que me he topado en mi vida”, pues Alejandro
tenía la capacidad de unir las ciencias naturales con las morales3.
La posición de nuestro autor prusiano
era privilegiada, el matrimonio de sus padres era una fusión de propietarios
(junkers) con una burguesía ascendente de orientación intelectual, la segunda
de estas características, un aspecto del lado materno de la familia4. Humbolt combinaba el tesón alemán con
el espíritu francés de las letras, y detestaba la provincialidad de su natal
Berlín5.
Sus inquietudes cosmopolitas obtenían
su mejor salida en los salones ilustrados de su ciudad, en donde las personas
asistían para compartir las últimas noticias de la época, hacer relaciones y
cultivarse. En la universidad de Frankfurt estudió el cameralismo, algo que
hacían sus contemporáneos para trabajar como hombres de Estado. Alejandro
trabajó por un tiempo como funcionario del Departamento de Minas de Prusia, lo
que se refleja claramente en su trabajo, e incluso ocupó un puesto en la
corte—por razones económicas— después de realizar sus viajes por América, pero
su alma era la de científico. Además de su enorme interés por la Geografía,
estudió astronomía, minería y botánica en el periodo comprendido entre 1797 y
1799, antes de zarpar rumbo al Nuevo Continente6.
Humboldt era un explorador. Los estudios que realizó tenían por objetivo
ensanchar su conocimiento antes de hacer su viaje, aprovecharlo al máximo. Su
pasión era conocer y recabar los datos para saber como “sucedieron las cosas en
realidad”, una estructura mental que había aprendido de su científico favorito
(Carl L. Willdenow), así como de Leopoldo Van Ranke (1795-1886), padre de la
historia moderna fundamentada en hechos documentados. Su madre muere y en 1799, con la gran herencia que ella le
había dejado, decide comenzar su viaje financiado por su propia bolsa.
Un viaje
previo de circunnavegación, pagado por el gobierno francés, ya había sido
abortado. Sus escritos los genera a partir de lo visto en las Américas entre
1799 y 1804, empezado por el Sur (Venezuela) para después subir a México,
entrando por Acapulco, país donde
realizaría sus expediciones entre 1803 y el año de su partida.
Una vez planteado el contexto
personal y social del prusiano, entremos al Ensayo en sí. ¿Qué estaba pasando
con la Nueva España el momento del arribo de nuestro autor? En la península, la
Corona estaba viviendo un momento decisivo en su historia. En 1750, luego de
una guerra de sucesión, la Casa de Habsburgo pierde el imperio español y éste
pasa a los Borbones, línea de sangre que aún se encuentra en el poder. La
intención de los nuevos monarcas es transformar el imperio, valiéndose de
la Ilustración para controlar con
mayor fuerza su territorio y obtener más ganancias.
Toman acciones tajantes
para lograr esto: reorganización su territorio de la Nueva España en
intendencias, hacen un gran censo y traen a un enorme ejército e igual
burocracia para remover a los criollos de los puestos de decisión de esta
colonia. Cobran nuevos impuestos, además del tributo que ya exigían a los
indígenas; ahora también se tasa a profesionales y por la extracción de
minerales. La Real Instrucción del 30 de julio de 1760 echa a girar la rueda,
la cual es aplicada en la Nueva España, cinco años después, por el visitador
José de Gálvez7.
Se cobra por la
producción de distintas mercancías, como la plata, la sal, los naipes, los
gallos y el tabaco8. Los metales eran una
parte fundamental de esa tasación, pues México era la colonia productora de
plata más importante de España, punto que trataremos más adelante. El libre
comercio estaba prohibido. Se endurece la organización social y el régimen de
castas, las cuales marcaban la posición de un individuo en la sociedad, y si
bien en la práctica la gente se mezclaba y convivía entre sí, las divisiones
entre clases eran muy claras, algunos incluso la han llamado segregacionsita9.
Humboldt llega a esa realidad, un
territorio con gran riqueza, vasto, pero al mismo tiempo con una enorme pobreza
y desigualdad social. Sus propias conclusiones al respecto van por esa vía: una
mala administración de las minas conlleva a la estratificación y la
desigualdad. La Corona dedica sus recursos a la extracción de plata en lugar de
la agricultura. Por eso, hacia el final de su Ensayo señala que la verdadera
riqueza de un país no se fundamenta en sus metales:
“A pesar de esta utilidad efectiva, hagamos nuestros votos para que los mexicanos, conociendo sus verdaderos intereses, tengan presentes que los únicos capitales cuyo valor crece con el tiempo, son los productos de la agricultura, y que las riquezas nominales son ilusorias cuando un pueblo no posee las materias primeras que sirven para el mantenimiento del hombre, o que dan ejercicio a su industria”