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Mecha corta


La Navidad le gusta a mucha personas por los regalos, la familia, la comida, o la sensación de comunión que se vive por esas fechas.


A mí me gusta por los cohetes.


No los de lucecitas, aunque los aprecio, hablo de los que hacen que tu corazón se salte un latido. Los que sólo truenan y producen un ruido bélico.


Las palomas son demasiado populares. Siempre hay que irse por la última tecnología en cañones y huevos de codorniz, que no son más que una mecha, arena y pólvora, aunque también se pueden conseguir con dinamita.


Nada como tronar un cañón leopardo (lo último) y sentir la onda expansiva que emite. Es un placer que me provoca una alegría inmensa, para partirse de risa. Al menos en mi caso. El de los vecinos quién sabe. O tal vez se molestan porque tu te estás riendo más que ellos, guardados en sus cenas aburridas. Ellos tienen pavo relleno, yo un kilo y medio de diversión al instante.


Y ahí reside su magia. En la brevedad y en su intensidad. Quemando figuras en la noche.

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