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Así que abres otro libro, un Bestiario, y te encuentras con la siguiente nota a puño y letra:


“Un regalo para que no sólo cultives tu mente, sino también tu alma y corazón”. Fechado en una Navidad. En blanco y negro. En la primera hoja, en el margen superior derecho.


La ortografía, impecable. La tipografía, manuscrita. Sólo la letra escrita a mano puede dar esa solemnidad al mensaje. Implica detenimiento, reflexión. No es un correo enviado al azar o un mensaje de teléfono con precisión quirúrgica, que busca y espera algo. Aquí hay pestañeo sobre el papel y ya.


Y piensas y dices qué bueno que estás bien. Que estás mejor. Que hoy, de hecho, recibí un correo tuyo sólo porque sí. Porque hay que comunicarse de vez en cuando. Que la esquizofrenia ya pasó, que el odio se disolvió, que la voluntad es más grande que tu ego y el mío juntos. Que no hay mucho de que hablar, porque yo no quiero herirte y tú tampoco, pero que a fin de cuentas hay reconocimiento del Otro.


Eres un estado mental, a veces.

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