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“Pasamos de un lujo físico a un lujo emocional, femenino”


(Soy fan de los posmodernos, los únicos pensadores que no te bombardean con un discurso de compra-venta. Saben bien que casi nada tiene sentido en la sociedad hipermoderna en la que vivimos, en donde la mayor parte del intercambio comunicativo se centra en el pedir, prácticamente nunca en el dar. Aquí una entrevista con el francés Gilles Lipovestky, publicada en el 2006 en El País. Hecha por Ferrán Bono)

¿Pervive la imagen histórica de la mujer perversa?
Es de las más antiguas. Pero desde hace unos 50 años está desapareciendo por nuestra forma de vivir. En la publicidad permanece, pero en una segunda lectura, en un juego textual.

Pero sigue vendiendo...
Es una imagen interesada que puede producir nostalgia, como la moda vintage. Pero las connotaciones ya no existen. Es para perfumes, cosméticos. Lo que queda del estereotipo de la mujer fatal es la belleza. La mujer es bella, pero no perversa.

¿Es La tercera mujer de la que hablaba en su libro?
La tercera mujer combina la dinámica de la transición del modelo feminista con cierta imposición de la tradición. Retoma valores como asumir su feminidad.

¿Sigue siendo usted objeto de críticas de grupos feministas?
Intento comprender, no justificar. Sólo propongo una teoría. Lo único que digo es que las mujeres cada vez van asumiendo mayor poder, sobre todo político, pero las diferencias existen. Pienso en cómo pensar la feminidad dentro del feminismo. La mujer goza, toma decisiones, pero también le gusta la lencería. Para mí es comprensible. La mujer que compra lencería sexy no es una mujer objeto. Encarna una feminidad. Quiere ser tan autónoma como un señor, pero no quiere parecer un hombre.

¿Esta situación puede perpetuar el dominio masculino?
No creo. La dominación masculina se ha quedado relegada al poder económico. En la esfera privada, las mujeres actúan como los hombres. Ellas piden el divorcio; van a la escuela, obtienen diplomas. El discurso feminista del siglo XXI tendrá que construirse más allá del victimismo, de la dominación masculina. Hay otros problemas, como la nueva pobreza de las mujeres. Y otros elementos que nos retornan a ese pasado, como la inmigración. Se puede reproducir un modelo machista: las mujeres pueden estar hechas para ser violadas; para estar siempre en casa. Pero es un modelo pasado.

¿Ya no hay machismo en las sociedades más desarrolladas?
Se ha perdido el discurso machista de la superioridad del hombre, que la mujer debe estar en casa. Pero las mujeres siguen haciendo la mayoría de trabajos en casa, porque perviven actitudes concretas, pero no diría que es machismo. Los hombres también hacen cosas, aunque como respuesta a la demanda femenina: 'Ve a comprar al súper, ve a buscar tal cosa...'

¿El hombre y la mujer desempeñan el mismo papel en lo que llama "democratización del lujo"?
En mi libro [El lujo eterno] hablaba de la feminización del lujo. Empieza en el siglo XVIII y continúa, porque el lujo es cada vez más sensual y no es para mostrar poder. Responde a las aspiraciones del individuo, que quiere cosas bonitas. Quiere un coche y que el interior sea agradable. Pasamos de un lujo físico, de cosas materiales, a un lujo emocional. Y lo emocional es muy femenino y está asociado a la sensualidad. La sexualidad, el placer de los sentidos... es la feminización del lujo.

¿Este lujo no es una forma más de legitimar el consumismo?
No. La democratización del lujo es sobre todo la expresión de una sociedad que quiere aprovechar el presente. Antes las clases pobres querían sobrevivir; ahora, viajar y tener coches de marca. Esto potencia los valores hedonistas.

¿Es un avance?
Es una vieja pregunta que se remonta al menos al siglo XVII. Hay dos posiciones: la de Voltaire, que dice que es la expresión de la civilización; y la de Rousseau, que afirma que esto conduce al hedonismo y al final de las virtudes.

¿Y cuál es su opinión?
(Sonríe) Es una pregunta embarazosa. No niego el derecho al lujo, ni hago apología. Hay formas de lujo que me chocan, pero no todas. En São Paulo hay un centro comercial de lujo a pocos metros de un poblado de favelas. Por otro lado, Louis Vuitton manda construir al arquitecto Frank Gehry la sede de su fundación. Es increíble. No podemos condenarlo. Si suprimimos los objetos de lujo, la vida deviene triste. Es una forma de placer, pero también me molesta, porque hay quien no tiene nada. Pero suprimiendo el lujo no vamos a acabar con la pobreza.

¿Puede apuntar algunas ideas de su último libro?
La modernidad da sensación de exceso. Todo tiene que ir siempre más lejos. Al mismo tiempo, la gente busca un equilibrio. Intento mostrar la paradoja del tiempo. La sociedad hipermoderna está centrada en el presente, el tiempo libre, el consumo. Al mismo tiempo surgen más preguntas sobre el futuro y resurge el pasado. Creamos museos por todas partes y vuelven las religiones. Es la paradoja de la hipermodernidad, que supera la posmodernidad. El hombre destroza las interpretaciones de Mahoma. Se pide reparar los crímenes históricos de los occidentales. Pronto se pedirá a los españoles que rindan cuentas por la conquista de América. El pasado se vuelve polémico. Y en el presente, uno vive en la moda, la publicidad, la sensibilidad, el consumismo. Es una paradoja.

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