Un popular centro comercial en Huixquilucan con boutiques como Mac, Massimo Dutti, Zara, al lado de una de las muchas zonas marginales del mismo municipio. |
En Latinoamérica se hablan cientos de lenguas, pero sólo la desigualdad se entiende desde Mexicali hasta Punta Arenas, Chile.
La diversidad lingüística de la región,
que agrupa a unos 610 millones de personas, sólo es superada por la variedad de
pobrezas que se pueden ver en el mismo espacio geográfico, incluyendo las islas
del Caribe. Es un plano multicolor de extrema pobreza y de oportunidades
inigualables, pero no equivalentes. Los que viven bien lo hacen como el mejor
de los alemanes. Los que no tienen dinero, como el africano más miserable.
Yo vivo en Huixquilucan, un municipio al Poniente de la
Ciudad de México. Es un lugar que ha desarrollado más centros comerciales que
bibliotecas en los últimos cinco años alrededor de una población de 250 mil
personas. En esta pequeña cuña de apenas 143 kilómetros cuadrados, contigua a
la masiva capital del país, se combina la realidad y la tragedia de
Latinoamérica. Los malls y centros comerciales están centralizados en apenas un
manojo de colonias de esta alcaldía. Ahí circulan Mercedes-Benz, BMWs, Ferraris
y la gente puede comprar en las boutiques más caras del planeta. Apenas unos
kilómetros afuera de ese cinturón de abundancia se vive otra realidad, aquella
que marca al municipio, al país y a toda la región.
Tengo una treintena de estadísticas que reflejan este tono desigualitario
en el que me muevo todos los días. Citaré sólo la más clara: la escolaridad
promedio de Huixquilucan es de apenas 10 años. Considerando que se requieren al
menos 18 años de escuela para obtener un título universitario, el lector podrá
intuir el nivel formativo que guarda este sitio.
Esta desigualdad penetra y encalla. Los que tienen se
sienten inseguros porque temen a los que no tienen nada, que los superan en
brazos y bocas. Los que no tienen nada ven la abundancia a tiro de piedra, pero
nunca llegan a tocarla. La inseguridad sube, las políticas se vuelven cada vez
más austeras y el grueso de la población ve pocos cambios en su vida diaria. A
fin de cuentas, lo que importa es tener algo en la merienda.
La CEPAL acaba de publicar su Anuario Estadísticos 2012 y lo más interesante del enorme documento, a mí parecer, está en la página 70,
en donde se muestran los índices Gini de los principales países de la región. Éste
es un cálculo que mide la iniquidad de los valores dados en una frecuencia de
datos. Cuando el coeficiente es 0, hay equidad perfecta (todos reciben un mismo
sueldo, por ejemplo). Cuando la cifra es 1, una persona acumula todo el
ingreso. El índice Gini para México, al 2010, es de 0.481. Esto es un valor
mejor al promedio habitual de la región. Hay países que están un poco mejor,
como Venezuela (0.397) o Uruguay (0.402), pero la gran mayoría tienen un índice
por arriba del .500. El peor es Guatemala, con 0.585.
Es la institucionalización de la desigualdad, como escribió
el sociólogo Harold Kerbo en su “Estratificación Social y Desigualdad”
(1998). Las fuerzas sociales
subyacentes empujan el desarrollo hacia lo prolijo cuando se combinan las
variables adecuadas como educación, valores, un buen clima, y avientan a los
individuos hacia la delincuencia y la pobreza cuando esas mismas variables no
existen en sus estratos, no florecen en su entorno. ¿Pero qué pasa cuando en un
mismo lugar chocan todos los días esas dos fuerzas colosales? Obtenemos a
Latinoamérica, un término bastante vago que entienden mejor los que han pisado
estas latitudes. No son dos mundos separados en tener y no tener, son muchos
niveles de desigualdad separados por varios mundos.
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