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Cabeza de Jabalí




La frase me pegó en la frente como el brazo de un cactus. Admiro mucho que vivas en la cabeza de la Bestia, me dijo hace unos días Don Boni, un chamán en el desierto del centro de México. Acostumbrado a la magia y la metafísica, el hombre leyó mis pensamientos sin mayor problema.

Durante años aquellos que me conocen me han oído hablar de la Bestia: el animal que nunca duerme, siempre quiere más, y vive gracias a millones de personas que todos los días van de arriba a abajo sobre su pelaje. 

La cabeza del animal es donde yo vivo. Cada fibra de mi cuerpo está adaptada para funcionar en sus fauces, cada pensamiento para sacarle provecho en una simbiosis perder-perder: ella se divierte cuando caminos en su lomo; nosotros salvamos la rutina con su calor.

Si vivo en la cabeza, entonces mis pantallas, mis correos, mis conexiones unocero son el ojo en la mente de la Bestia. Un inmenso repositorio en donde la tensión nunca desaparece, sólo se afloja o aprieta de forma aleatoria. Input-Output. Aquí no hay materialidad. La seguridad de las cosas no es compatible con la Bestia.

La reina del ajedrez no puede tirar como caballo.

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