Doré y su caperucita
Robert Darnton
Elementos Básicos de su obra
La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa
Este texto abordará los puntos centrales de dos capítulos seleccionados del libro La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa del historiador cultural estadounidense Robert Darnton (Nueva York, 1939), un referente de los nuevos caminos que ha tomado la escuela annalítica de la historia. Aquí trataremos de forma sucinta los planteamientos esenciales del texto de Darnton con ejemplos específicos de los dos primeros capítulos: “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca” y “La Rebelión de los obreros: la gran matanza de los gatos de la calle Saint-Séverin”. De entrada, dejaremos en claro que el libro investiga la forma de pensar en Francia en el siglo XVIII.
Pero, ¿qué significa para el autor hacer historia cultural y cómo se relaciona esto con la historia de lasmentalités? Darnton es muy claro al respecto: la historia de las mentalidades es la historia de la cultura porque trata a la civilización como lo hacen los antropólogos. Es historia con espíritu etnográfico. La cultura no sólo se escribe con C mayúscula, es mucho más amplia. “Donde el historiador de las ideas investiga la filiación al pensamiento formal de los filósofos, el historiador etnográfico estudia la manera como la gente común entiende el mundo. Intenta investigar su cosmología, mostrar cómo la gente organiza la realidad en su mente y cómo la expresa en su conducta. No trata de encontrar un filósofo en el hombre de la calle, sino descubrir por qué la vida callejera requiere una estrategia. Actuando a ras de tierra la gente común aprende la ‘astucia callejera’, y puede ser tan inteligente, a su modo, como los filósofos. Pero en vez de formular proposiciones lógicas, la gente piensa utilizando las cosas y todo lo que su cultura le ofrece, como los cuentos o las ceremonias”, escribe el autor en la introducción de su obra1. En este marco, los textos se vuelven ricas fuentes que nos permiten abrevar de la cultura popular del pasado. En concordancia con la escuela clásica de los Annales, nuestro autor pone la mira sobre las clases subalternas, no necesariamente los grandes políticos del siglo XVIII francés. Los documentos y los archivos se convierten en ventanas indispensables para analizar los significados que no conocemos. Esta es la hipótesis central del libro. No todo es texto, advierte, hay que entender que la expresión individual se manifiesta a través del idioma en general, pero aprendemos a clasificar las sensaciones y a entender el sentido de las cosas dentro del marco que ofrece la cultura. Por ello, agrega, debería ser posible que el historiador descubriera la dimensión social del pensamiento y que entendiera el sentido de los documentos relacionándolos con el mundo circundante de los significados, pasando del texto al contexto2. La cultura modela la manera de pensar, y si bien no se pueden utilizar los documentos para tipificar el pensamiento del siglo XVIII, éstos sí nos pueden ayudar para adentrarnos en él, aún tomando ejemplos específicos de ese periodo.
La hipótesis del primer capitulo, “Los campesinos cuentan cuentos: el significado de Mamá Oca”, es la siguiente: “a pesar de las distinciones de rango social y de las particularidades geográficas que permearon a la sociedad del Antiguo Régimen, los cuentos comunicaron rasgos, valores, actitudes y una manera de interpretar el mundo particularmente francesa”3. Y después agrega:
“Los campesinos del Antiguo Régimen trataban de entender al mundo, en toda su confusión creciente y susurrante, con los materiales que tenían a la mano. Estos materiales incluían un vasto repertorio de cuentos derivados de la antigua cultura indoeuropea. Los narradores campesinos de cuentos no sólo los consideraban divertidos, aterrorizadores o funcionales. Creían que ‘eran convenientes para pensar’. Los reelaboraban a su manera, usándolos para construir un retrato de la realidad y mostrar qué sentido tenía este retrato para las personas que estaban en el fondo del orden social”4.
En este proceso de contar cuentos, los campesinos infundían al mundo diversos significados, los cuales en su gran mayoría se han perdido porque estaban insertos en el contexto y las actuaciones que les infundían al momento de relatarlos. Esto se ha perdido porque el historiador no tiene acceso a la sonoridad o gestualidad de los cuenta cuentos originales. Aún así, nos podemos dar una buena idea de la dimensión general de los significados en los textos de esa época: la manera en que están armados, el tono, la combinación de elementos y la acentuación de tramas. Hay una clara distinción entre los cuentos franceses originales que contaban los campesinos y la forma en que Perrault los reinterpretó en el siglo XVII para los niños, de acuerdo con Darnton. Aunque comparten elementos con sus símiles alemanes, italianos e ingleses, son únicos por la forma en que plasman el brutal mundo de los campesinos franceses. Así, los cuentos galos tienen un estilo común, nos dice el autor, que comunica una forma común de interpretar las experiencias. A diferencia de los cuentos de Perrault, no ofrecen moralejas; y a diferencia de los filósofos de la Ilustración, no trabajan con abstracciones. Pero muestran cómo está hecho el mundo y cómo se le puede hacer frente. Con el tiempo y el paso de fronteras sociales cambian, es cierto, pero no pierden su sabor. Su poder de permanencia es fuerte. A diferencia del psicólogo, que observa los cuentos bajo concepciones simbólicas que muchas veces no existen, el historiador focaliza su atención en las mentalidades expresadas a través de los relatos. Con esto puede dejar de lado la interpretación plana de los mismos, la psicológica, que elimina todo su contexto. Para el autor, los cuentos son documentos son históricos. Han evolucionado durante muchos siglos y han adoptado diferentes formas en distintas tradiciones culturales. Se cuentan alrededor del fuego con un narrador experimentado o en las casas. “En vez de expresar el funcionamiento inmutable del ser interior del hombre, sugiere que las mentalités han cambiado”5.
Las recopilaciones de cuentos de finales del siglo XIX y principios del XX nos permiten entrar en contacto con las masas analfabetas que han desaparecido. Volverles la espalda es rechazar uno de los pocos puntos de acceso al mundo mental del campesino del Antiguo Régimen. Los cuentos franceses no son todo mitología, sí pertenecen a un terreno específico de tiempo que es la Francia de los siglos XV al XVIII y, como el sentido común, expresa la base común de la experiencia en un orden social dado6. Los cuetos antes de Perrault revelan todos aquellos rasgos de la vida campesina que se recoge en los archivos. Al mostrar a vida como es, los cuentos ayudaban a los campesinos a orientarse. Mostraban el comportamiento del mundo y la locura de esperar algo que no fuera crueldad de un orden social cruel. Los cuentos les decían a los campesinos cómo era el mundo, explica el autor, y ellos ofrecían una estrategia para hacerle frente. Sin sermones ni moralejas, los cuentos franceses muestran que el mundo es cruel y peligroso. La mayoría no estaban dedicados los niños, pero tendían a ser admonitorios. Son señales de advertencia con la confianza en mendigos, y extraños, algunos pueden tener una conducta edificante, pero habitan en un mundo que parece arbitrario e inmoral. Por eso el autor abre su explicación con el cuento de “La Caperucita”, pero en la versión campesina, a diferencia de la que conocemos en la actualidad, la niña es devorada por el lobo después de hacer un striptease. La desgracia llega y debe soportarse.
Ahora bien, ¿qué elementos vivenciales compartían los campesinos en la época del Antiguo Régimen? La violencia, la fragilidad de la vida, la estratificación social y la astucia sobre el poderoso como una manera de sobrevivir son recurrentes en los cuentos campesinos franceses. También lo son la obsesión por la comida, los caminos, la vida en las villas, las funciones básicas del cuerpo y la sexualidad en su sentido literal, ligada a consecuencias tangibles en el mundo real, como la procreación, que hacía la vida más dura porque un mismo espacio de tierra debía ser dividido entre más personas (esa es una de las razones por las que las mujeres se casaban tarde en esa época, entre los 25 y 27 años, agrega). Los hombres se casaban de nuevo si su mujer moría al parir, lo cual era muy común en ese momento y tenía consecuencias directas en la estructura familiar de los campesinos. Además, los niños se unían a la fuerza de trabajo tan pronto como podían. De hecho, era mal visto que un niño no quisiera trabajar. "Los campesinos de los albores de la Francia moderna habitaban un mundo de madrastras y huérfanos, de trabajo cruel e interminable, y de emociones brutales, crudas y reprimidas”7, sintetiza Darnton. El autor ofrece múltiples ejemplos con los cuentos franceses, de los cuales señala existen unos diez mil, para hacernos entender como lectores modernos que cada uno de estos temas eran el eje de la vida campesina francesa, cuando los sueños de las personas eran muy diferentes a los actuales: casa, tierra y comida. “La Renarde”, por ejemplo, nos muestra la complicada estructura de la herencia, en donde el hermano mayor llevaba la ventaja sobre los demás, y frecuentemente usaba su primogenitura contra sus hermanos para hacerse de mayores recursos. La obsesión por los alimentos se refleja en las múltiples variaciones de “Pulgarcito”, cuando una madre no puede encontrar cómo darle comida a su hijo y lo deja en el bosque, o, como en “El Aprendiz de Brujo”, se lo vende al diablo. La centralidad de la madrastra en las villas francesas la entendemos con “La Cenicienta” y “La Petite Annete”, la versión campesina que retomó Perrault. Aquí la protagonista vive una vida de servidumbre para su madrastra y sus flojas hermanas. Come muy mal (de nuevo, la obsesión por la comida), hasta que se le aparece la Virgen María y le dice que tendrá un banquete cada vez que toque a una de las ovejas que debe cuidar. Annete engorda, lo cual era un signo de belleza en esa época, pero la madrastra la descubre, mata a la oveja y le da de comer el hígado a la protagonista. En vez de hacer eso, lo planta y el árbol sólo se inclina cuando ella se acerca para pedirle fruta, no cuando la madrastra o las hermanas lo hacen. Después de un tiempo pasa un príncipe por el jardín de Annete y dice que se casará con la primera mujer que le baje una fruta del árbol. La comida también aparece como motivo principal en “Los deseos ridículos”, “Le Diable et le meréchal ferrant”, “Royaume des Valdrás”y “La Guolue”, en donde vemos que comer carne era un lujo que los campesinos podían tener muy pocas veces al año. Era un placer acariciado por la imaginación de los campesinos, y por eso sus deseos están ligados en los objetos simples de lo cotidiano: un puerco asado, un salchichón, pasteles, algo diferente a la dieta vegetarianade facto que practicaban. La realización de los deseos se convierte en un programa de sobre vivencia y no en una fantasía para escapar de la realidad, recuerda Darnton.
Sobre la vida en las villas aprendemos de los cuentos que el matrimonio no era la solución a todos los problemas, como lo han retratado interpretaciones actuales del mismo material. El matrimonio obliga a la mujer al meterse al sistema de industria casera, y trabajar para la familia y la granja. Después de cortar heno o cuidar ganado, hay que ir la rueca. Es obligatorio tener un dote para casarse para aliviar este peso, además del peligro de tener hijos (“Les Files mariées à des animaux”, por ejemplo). Otro elementos para sobrevivir en las villas son la desconfianza natural hacia los vecinos (“La Poupée”), y la sagacidad que debe tener la persona para no dejarse aplastar por su prójimo. En los cuentos franceses no se admira al tonto ni al inocente, al contrario, se le castiga en oposición a lo que logra el pícaro cuando utiliza su inteligencia para enfrentar situaciones que están en su contra, como lo demuestran los refranes popular “a listo, listo y medio”; “a buen gato, buen ratón”, etc. Los narradores campesinos no moralizan, sólo cuentan cuentos. La astucia y el ingenio sirven para ser indiferente, no para dominar, y poder seguir en el mundo, aunque esto signifique doblar un poco las reglas. El pícaro no es malvado, precisa, simplemente hace lo mejor que puede en un mundo que no le da cartas favorables hasta que él mismo, tal vez con un poco de ayuda de la Providencia, realiza ciertas acciones para salir de su precariedad. El lenguaje actual aún guarda algunas expresiones de esta manera de ver al mundo, dice Darnton. Cuando se le pregunta a francés cómo va, es usual que responda “Je me defénds”8.
El segundo capítulo del texto analizado, “La Rebelión de los obreros: la gran matanza de los gatos de la calle Saint-Séverin”, hace de lado los cuentos y nos ofrece una historia para comprender la vida de las trabajadores en los talleres de imprenta franceses del siglo XVIII. Nos adentramos en un escrito de Nicolas Contat, quien ve con los ojos de Jérome la forma de entender al mundo de los aprendices, obreros y oficiales de esa industria, la cual es dominada por algunos burgueses que explotan a sus trabajadores sin ningún remordimiento hasta que un día éstos le dan la vuelta, aunque sea momentáneamente, al orden de las cosas. La historia en resumen es la siguiente: Jérome y Léveillé trabajan como aprendices en un taller de imprenta parisino. Todos los días son maltratados y malnutridos por el propietario, quien tiene una esposa que ama a los gatos, animales que abundaban en los barrios de imprenta de la capital. El ruido por las noches no deja dormir a los dos protagonistas. Arriba de su cuarto los gatos maúllan toda la noche. Un día deciden subirse al techo del cuarto, el cual da a la ventana del patrón, y maullar hasta el amanecer. Al otro día, el burgués le pide a los chicos que maten a todos los gatos, salvo a Grise, la mascota de su esposa. Los trabajadores hacen su faena con gusto, se unen los obreros del taller,e incluso montan un juicio teatralizado en donde los animales son muertos de formas brutales hasta que la esposa y el patrón le ponen fin al desorden, no sin antes hacer una rabieta. A la gata Grise la habían matado los dos muchachos antes, al romperle la espalda con una varilla. Al ser acusados por la esposa ellos lo niegan todo, diciendo que nunca se atreverían a faltarle el respeto de esa forma a la esposa del patrón.
Darnton usa este texto para decirnos que el odio de los obreros, objetivado en la matanza de los gatos, se debe a varios factores: su precaria situación laboral, en donde frecuentemente eran tratados como piezas reemplazables (se valoraba la constancia y que no bebieran), y el inmovilidad social de los talleres, en donde la posesión de uno sólo se adquiría por herencia o al casarse con la viuda del propietario original. Los gatos, a su vez, están asociados con la brujería y los rituales y era común, desde la antigüedad, lanzarlos a las piras que ardían en la noche de San Juan cada 24 de junio, al inicio del verano9, así como la sexualidad. Matar a la gata Grise, anota, fue una manera de violar a la esposa del propietario sin realizar ese acto en su brutalidad carnal y de atacar su estilo de vida burgués, ridiculizar el orden de las cosas. Por otro lado, el juicio de los gatos está ligado a la fiesta del carnaval, cuando se hace burla del rey u otra figura dominante en las sociedades francesas. Esta fiesta improvisada en el taller concuerda con los rituales que realizaban los obreros en esos lugares, cuando bebían y comían, bajo la mirada del patrón, en ciertas fechas especiales. Pero el encabronamiento (el prende de chevre) del burgués estaba más ligado a una copie, una especie de actuación que los trabajadores podían seguir repitiendo aún después de haber presenciado el enojo de su jefe. El acto sirvió para que los trabajadores “soltaran vapor” durante su jornada, pues el autor recalca, tanto en este caso como en el de los cuentos, esta rebeldía e insubordinación no puede clasificarse como la semilla del descontento de la Revolución francesa. Al final del día, los obreros seguían estando bajo el yugo de los patrones, lo cual no cambiaría sino hasta finales del siglo XIX10.
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