La economía colonial de la Nueva España: reformas borbónicas, minería, campo y corporaciones económicas. Una síntesis
Este es un ensayo realizado para la maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm como parte de la materia "Introducción a la Historia Económica de México", impartida por la Dra. Iliana Quintanar Zárate.
- Contexto novohispano colonial
La economía de la Nueva España fue un complejo entramado de
intereses, muchas veces conflictivos, entre europeos y castas
novohispanas con respecto a la Corona, así como entre los pobladores
nativos y las estructuras impuestas sobre de ellos por los
colonizadores españoles.
De esta forma, en un periodo histórico netamente mercantilista, la Nueva España representó una curiosa paradoja: era un territorio rico que sustentaba a una población mayoritariamente pobre. Su principal riqueza provino de la exportación de metales, en especial la plata, y la actividad económica ligada a su extracción. Bajo ese esquema, la Corona y un grupo muy reducido de personas devengó la mayor riqueza. Mientras tanto, el grueso de la población vivió bajo esquemas de crédito y pesadas cargas tributarias que dificultaron el desarrollo económico y social del territorio.
De esta forma, en un periodo histórico netamente mercantilista, la Nueva España representó una curiosa paradoja: era un territorio rico que sustentaba a una población mayoritariamente pobre. Su principal riqueza provino de la exportación de metales, en especial la plata, y la actividad económica ligada a su extracción. Bajo ese esquema, la Corona y un grupo muy reducido de personas devengó la mayor riqueza. Mientras tanto, el grueso de la población vivió bajo esquemas de crédito y pesadas cargas tributarias que dificultaron el desarrollo económico y social del territorio.
Hablar de la economía de la Nueva España obliga al historiador a
dividir su estudio entre dos periodos: antes y después de la
implementación de las reformas borbónicas (1760). En las próximas
líneas hablaré de los principales rasgos del sistema económico
previos a esa marca.
A
la llegada de los españoles, el sistema autóctono de auto-consumo
fue trastornado dramáticamente. Puesto que la Corte se encontraba a
miles de kilómetros de distancia, “fue la interacción entre
personas, redes, grupos sociales, instituciones e ideas la que forjó
la práctica de la conquista y del sistema económico que se
estableció bajo el dominio español”.1
Para los grupos prehispánicos, el sistema fue poco favorable. Menos
de 30 años después de la llegada de los españoles, a causa de
guerras y enfermedades, principalmente, la población del centro del
país había disminuido de 25 millones a 6 millones 300 mil.2
Los colonizadores reorganización el país a partir de esas
condiciones demográficas, las cuales tuvieron consecuencias notables
en la economía. La principal de ellas fue la imposición de un
sistema económico basado en la minería, en el cual se desarrollaron
polos y ciudades cercanas a los reales de minas. En esos sitios se
dinamizó la economía y la migración, incluyendo la de indios y—al
menos al principio de la Conquista—de esclavos negros.
A las ciudades llegaron personas con conocimiento de un oficio,
tanto europeos como nativos, además comerciantes, clérigos, etc. En
el viaje del metal hacia las arcas de la Real Hacienda se
beneficiaron otros sectores. La economía mercantilista de la época
convirtió a la minería en el motor económico de la Nueva España.
De la minería y otros oficios se obtenían impuestos para la
Corona. El quinto real se obtuvo del metal extraído en las minas,
así como de los botines de guerra. Se gravaba al
comercio interior mediante la alcabala (a partir de 1575). Los indios no pagaban alcabala Poco a
poco se instauró una red de administración fiscal a lo largo y
ancho del territorio. Para centralizar la producción y comercio de
los metales, en la Ciudad de México se fundó la Casa de Moneda
(1535). Ahí se pagó un impuesto por amonedarlo.
El control de la
Casa terminó hasta poco antes de la época colonial.
Administrativamente, la Segunda Audiencia, establecida en la Ciudad
de México en 1531, fue esencial para instaurar orden entre los
conquistadores y encomenderos. La Audiencia de Guadalajara se fundó
en 1548. A los pueblos de indios se enviaron corregidores y en 1535
llegó Antonio de Mendoza, el primer virrey de la Nueva España.
Durante todo este primer proceso de conquista, la Iglesia se mantuvo
parcial a la Corona, pues desde 1546 ya había establecido el
Arzobispado de México. Para su financiamiento, la Iglesia cobró el
diezmo eclesiástico como parte del patronato real, un esquema que
favoreció a los señoríos y a los religiosos, dado que la Corona se
quedaba con dos novenas partes del mismo y apoyaba con el resto a los
obispados. El diezmo se cobró a los productores españoles y a los
productores indígenas que elaboraban producto de origen europeo.
Ahora
bien, gran parte la Nueva España se convirtió en un territorio
valioso para los recién llegados europeos porque su estilo de vida y
sus costumbres aún estaban ligadas a España. Para eso, necesitaban
traer objetos del Viejo Mundo. Esta mentalidad hizo que la economía
de la Nueva España girase alrededor de la exportación. Incluso para
producir riqueza en el nuevo territorio, los europeos debían traer
distintos materiales a miles de kilómetros de distancia.
Y para
poder traerlos debían producir alguna riqueza inicial, la cual en
gran parte se obtuvo de las minas de la Nueva España, aunque también
al principio de la conquista y hasta 1542, de la exportación de
esclavos. En menor medida, también se comerció con el azúcar. Como
señala Hausberger, para poder importar, fue imprescindible
exportar.3
Puesto que la materia realmente valiosa para los españoles tenía un
fin ultramarino, el mercado interno de la Nueva España fue sumamente
controlado. Esto cambió levemente con las reformas borbónicas, como
explicaré abajo, pero a lo largo del dominio europeo del territorio
que hoy es México la historiografía oficial ha concluido que las
libertades comerciales para los novohispanos fueron muy limitadas,
ligadas a acciones coercitivas por parte de la Corona y a
corporaciones que mantuvieron su dominio a expensas los locales.
¿Quién
administró el intercambio de bienes entre la metrópoli y la Nueva
España? En un principio ese monopolio se le concedió a los
mercaderes de Sevilla, el cual llegó a Consulado en 1543, gracias a
la intensidad del comercio transatlántico (en 1717 se movió a
Cádiz). Sin embargo, en 1592, una vez que las sociedades americanas
se asentaron y se estableció una administración real, ese control
se comenzó a compartir con el Consulado de la Ciudad de México, lo
cual provocó obvias tensiones entre ambos, problema que sólo fue
subsanado cuando la Corona impuso una prohibición para que los
americanos viajaran a Europa a hacer sus negocios y viceversa.
Si
bien la Corona era el beneficiario último de este esquema comercial,
los verdaderos ganadores del mismo fueron los almaceneros, quienes
controlaron la distribución de los productos importados y domésticos
en el interior del país, a través de una red de mercaderes
menores. Su actividad fue crucial para enlazar a las poblaciones de
ambos continentes y, gracias a su organización económica de alto
flujo de efectivo, jugaron un papel destacado como prestamistas.4
Mientras
tanto, en la relación económica entre blancos e indígenas destacó,
como se dijo arriba, la imposición de un tributo y un esquema
llamado de repartimiento forzoso, tanto de mano de obra como de
mercancías. El primero implicaba que el alcalde mayor o el
corregidor ordenase a realizar un trabajo a una parte de la población
bajo su control; en el segundo, el repartimiento forzoso de mercancías, la misma autoridad colonial repartió mercancía,
animales o (a veces) dinero a los pueblos para obtener cosechas o productos. Algunos indigenas se beneficiaron con este modelo.
El esquema también incluía la figura de
crédito otorgado a los indígenas, aunque claro, los más
beneficiados en el esquema resultaron ser los españoles, los cuales
aumentaron el circulante y el movimiento de productos en el
territorio. Las haciendas, por otro lado, se beneficiaron de la mano
de obra indígena para trabajar la tierra, la cual se dividía la más
de las veces en tierras para la producción de mercado y la
subsistencia de sus habitantes. La composición y actividad económica
de las haciendas—usadas incluso hasta principios el siglo XX—varió
enormemente en la Nueva España. Algunas fueron muy productivas,
mientras que otras se encontraron constantemente endeudadas.5
- La relevancia de las reformas borbónicas
Las
guerras del siglo XVII entre España y otros países europeos
ralentizaron la economía transatlántica hacia principios del siglo
XVIII. La llegada de la dinastía de los Borbones a la monarquía
española fue un catalizador para realizar diversas modificaciones
económico-administrativas en la Nueva España y con eso solidificar el control imperial sobre el
territorio. También intentaron modernizar la administración
imperial por medio de privilegios corporativos.
Los actores
privilegiados en el proceso resultaron ser los consulados, tribunales
de minerías, universidades, juntas de comercio y sociedades
económicas, de las cuales se liberaron algunas relaciones económicas
y con eso se robustecieron algunos mercados: en pocas palabras, fue
una modernización conservadora en la cual los monopolios se
combatieron con privilegios corporativos6.
La fundamentación de las mismas se basó en el movimiento de la
Ilustración y la búsqueda de la solución de los problemas mediante
el uso de la razón.
Las principales medidas políticas tendieron a
excluir a los criollos de los puestos políticos más altos y
recuperar aquellos espacios que los peninsulares habían perdido en
la Audiencia novohispana. Pero tal vez de forma más incisiva, las
reformas descentralizaron el poder del virrey y lo trasladaron a
intendentes y comandantes generales ligados directamente a la
península. La Iglesia perdió privilegios, pues sus intereses eran
incompatibles con los del Rey. En el renglón fiscal, se eliminaron
atribuciones fiscales que fueron absorbidas por los superintendentes
y subdelegados de la Real Hacienda. La estrategia fue clara:
destronar a los virreyes y, al mismo tiempo, establecer 12
intendencias y subdelegaciones leales al Corona.
Las medidas se
tomaron para controlar el vasto territorio novohispano y re-ligarlo a
la monarquía. El despoblado Noroeste del territorio, en donde los
jesuitas habían realizado algunos asentamientos, fue un punto focal
para la Corona, la cual incentivó el movimiento de personas hacia
ese destino.
Las medidas económicas más importantes de las reformas mineras
fueron el reforzamiento del monopolio y reducción del precio del
azogue; exención de impuestos para la importación de maquinaria y
materias primas; creación del Tribunal de Minería y del Colegio de
Minería; exención del pago de alcabala a los utensilios utilizados
en la explotación de las minas; creación de un Banco de Avío y
mayor control sobre la producción minera para aliviar la escasez de
circulante; y, por último, administración directa de la Casa de
Moneda.
En cuanto al comercio, se liberó el tráfico mercantil
transoceánico; se motivó un comercio con registros y neutrales y se
crearon consulados en Veracruz y Guadalajara.
La prácticas agrícolas también vieron algunas reformas. Se apoyó
a la industria agro-azucarera con exenciones fiscales, libre
instalación de ingenios y fabricación de aguardiente de caña
(antes prohibido). Además, se llevaron a cabo exenciones impositivas
a los hacendados, un componente de la fibra social que, en su
mayoría, presentaba severas desavenencias fiscales, como señalé
arriba. Finalmente, se eliminó el sistema de repartimiento de
mercancías para evitar el abuso de los alcaldes mayores.
El ámbito fiscal cambió de la siguiente forma: se estableció el
control directo por parte de la Rel Hacienda de las rentas enajenadas
o arrendadas; se delimitaron nuevos pisos alcabalatorios; se
establecieron nuevos monopolios fiscales, como el estanco al tabaco;
se estableció una burocracia fiscal asalariada y se le dio entrada a
los contadores reales para supervisar el manejo del diezmo.
Adicionalmente, se consolidaron los vales reales.
En ese sentido, la reforma al pago del tributo y otros impuestos
permitió mayor control a la Corona por la burocracia fiscal y su
generación de informes en distintas partes del territorio
novohispano. Esto vino aparejado de un mayor control administrativo y
la desintegración del poder que habían mantenido aquellas
instituciones ligadas a la Corona en el territorio novohispano,
viéndose afectada su propia esfera de influencia. Es pocas palabras,
los virreyes y el Consulado de México perdieron poder frente a los
intendentes y los recién creados Consulados de Veracruz y
Guadalajara. Con las reformas también aumentó la producción
minera, el tráfico mercantil y la recaudación de impuestos. Sin
embargo, con las reformas se intensificó el descontento de los
criollos que fueron desplazados de ciertos cargos públicos.
¿Cuál
fue el fundamento ideológico para que la Corona española decidiera
fortalecerse a partir del impulso de la población, la producción y
la circulación de mercancías coloniales? La síntesis filosófica
de dichas reformas fue desarrollada por José Campillo en su Nuevo
sistema de gobierno económico para la América
(1743), con la idea de que había que dar a las vasallos “todos los
medios y maneras de enriquecerse como camino y único medio seguro de
hacerse rico el Erario y el Estado”.7
Con las reformas, en general, hubo mayor control de 1720 a 1750.
Después, hacia 1790, éste se detuvo por crisis o guerras,
lo que se arrastró hasta 1810.
3.
La plata y el campo en la Nueva
España
La
plata fue la sangre que corrió a través de las venas de la economía
de la Nueva España. Si seguimos esa misma analogía, el líquido
vital fue extraído en gran parte de la colonia hacia otras
latitudes, lo que convirtió al territorio en un lugar de enorme
riqueza natural con fuertes carencias económicas en su población.
La Nueva España fue la posesión más importante de la Corona en el
siglo XVIII, gracias al referido metal.
En total llegó a producir
hasta 12 millones de marcos cada cinco año y potenció a los
mercados ligados a su producción, como la sal, tequesquite, cobre,
corambres y el sebo.8
Con esto, la economía creció en el siglo XVIII hasta antes de la
Independencia gracias a la industria ligada a la minería y el
crecimiento económico que generó en ciudades mineras. El principal
crecimiento se dio con las reformas borbónicas. El
Centro-Occidente—en especial Guadalajara y el Bajío— creció más
que el Sur, aunque los asentamientos del Norte también crecieron en
este época.
En general, la producción de oro y plata se enfocó al mercado
externo, pero la producción de metales bajo las reformas borbónicas
produjo una industria que proveyó dinamismo mercantil a regiones que
antes sólo satisfacían a mercados internos. Así, sflorecieron
encadenamientos productivos que generaron mayor explotación de otros
insumos. Estos encadenamientos fueron sectoriales y regionales.
Puesto que las minas más productivas también estuvieron en
Zacatecas, San Luis Potosí y también en Durango (Bolaños) y
Chihuahua, las ciudades mineras produjeron una considerable cantidad
de riqueza secundaria y dinamismo social.
El
problema, como mencioné arriba, es que la exportación de la plata
produjo más riqueza hacia afuera que hacia adentro. El caso
paradigmático está en los conocidos pesos de ocho reales—la
moneda con mayor pureza de plata, utilizada en esa época por todo el
Mundo por su valor—los cuales tuvieron un uso limitado al interior
de la Nueva España. Al final, la Corona tuvo que crear monedas de
denominaciones más pequeñas para aumentar el circulante y dinamizar
el comercio interno.9
Lo
mismo no se puede decir del campo, el cual no recibió el mismo
impulso de la Corona con las reformas borbónicas. Las haciendas
fueron la marca más visible de esta iniquidad, pues el sistema
colonial favoreció la extensión territorial para poder devengar
mayor ganancia de la siembra y cosecha de la tierra, así como de las
actividades ligadas al ganado. En el norte, por ejemplo, una zona
escasamente poblada, se presentaron enormes haciendas. Esto
radicalizó la distribución de la riqueza social a favor de los
grandes terratenientes.
Para Van Young, no hubo un rasgo paradójico
tan claro como el campo para demostrar los contrastes sociales del
siglo XVIII novohispano. Mientras que los blancos ricos buscaron cada
vez con mayor ímpetu ser parte de la vida cultural occidental,
grandes masas de indios buscaron preservar su estilo de vida
tradicional. Esto provocó que se salieran del control de los
primeros. El resultado fue una notoria contradicción en la
distribución social de la riqueza.10
- Las corporaciones económicas en la Nueva España
Las
corporación económicas más importantes del siglo XVIII novohispano
fueron las instituciones eclesiásticas. En esa época, la economía
dependía en gran parte del crédito. Dicho eso, las instituciones
eclesiásticas fueron muy importantes para activar la economía
porque no les convino mantener grandes cantidades de dinero en un
mismo lugar en un mismo tiempo.
Para eso, prestaron dinero de las
siguientes tres formas: agroganadería (poco), negocio inmobiliario
(bastante), y la inversión financiera (el esquema más común). La
idea fue generar rentas con este dinero, el cual sería devuelto a
las arcas eclesiásticas al cabo de un tiempo con réditos de 5%
anualizados. Mientras tanto, el dinero ayudaría a dinamizar la
economía (no se estilizaba, por razones morales, la usura).11
El
crédito eclesiástico, al menos en la Ciudad de México, fue
importante porque alrededor del 72% se usó para inversión
productiva (de ese, 52% correspondió a comercio, 12% a inversión
inmobiliaria y 8% a la agroganadería). El restante 16% se canalizó
a deudas y el otro 12% otras actividades personales12.
En
breve, el crédito eclesial ayudó a la economía a crecer porque
financió a empresarios de diversas ramas, los cuales necesitaban
dinero para comprar mercancías en efectivo. Además, financió la
inversión inmobiliaria y a algunos hacendados, aunque en menor
cantidad por los problemas ligados a las deudas de su tierra. También
sirvió para hacer circular el efectivo y permitir a ciertas clases
mantener su estatus con la adquisición de diversos productos
suntuarios.
Por
último, se usó en caso de emergencias para solventar deudas del
virrey o de la Corona.
Otra
importante corporación económica de la Nueva España fueron los
Consulados, aludidos unos líneas arriba. En general, esas sociedades
reconocidos por la Corona fueron un vehículo para implementar políticas de la
metrópoli, los cuales fueron usados por las élites del imperio
entre 1780 y 1800 para buscar privilegios y moderar asuntos
económicos a su favor.
Ambos buscaron el mismo interés y la Corona
incluso le dio algún grado de empoderamiento a dichas figuras, el
cual fue aprovechado para diseminar conocimiento “útil” que, al
menos en teoría, sería aprovechado para estimular la agricultura,
la industria, el comercio y los asuntos mercantiles. Esta autonomía
creó un sentido de pertenencia en los criollos, los cuales
incubaron, tal vez, un sentimiento ligado a una comunidad política
distinta a la impuesta en su territorio.13
En
el otro extremo de la población entramos el sistema económico bajo
el cual subsistieron la mayoría de los pueblos indígenas durante la
colonia: el repartimiento forzoso de mercancías. Después del
periodo de la encomienda fue el sistema más usado por el grupo
poblacional dominante para explotar al máximo la economía indígena
en beneficio de sectores españoles.
Si bien aumentó el circulante
en las zonas donde fue aplicado, este sistema—eliminado finalmente
en 1786—sirvió más que nada para que los productos obtenidos por
los españoles viajaran a zonas urbanas del territorio. Esto impuso
una fuerte carga sobre las comunidades indígenas, las cuales ya
pagaban tributo y habían estado acostumbradas desde siglos atrás a
la economía de subsistencia, y no a la acumulación (es por eso que
los indios fueron vistos como flojos, indolentes o perezosos por los
españoles).
Como apunta Menegus, los españoles extrajeron un plus
trabajo que llevó a ampliar la circulación de mercancías creando
un consumo indígena rural y así se obligó a los indígenas a
consumir bienes auxiliares. El propio endeudamiento obligó a años
indios a producir más para cubrir el importe de los bienes
recibidos. 14
El repartimiento forzoso tuvo efectos regionales diversos, como en la
zona de las Huastecas, en donde los indígenas con frecuencia
intercambiaron sus mercancías para poder pagar su tributo. Ahí
fueron importante los “regatones” que llevaron sus productos a
otras partes de la Nueva España. 15
Conclusiones
En
términos generales, la economía colonial del siglo XVI-XVII fue una
economía en formación y consolidación. Esto implicó imposición
de control por parte de las autoridades peninsulares. El modelo
mercantilista se favoreció con la creación de una economía
nacional basada en monopolios en donde prevaleció la acumulación de
metales. Sin embargo, la misma época de los cambios borbónicos representa un periodo de paso entre el modelo mercantilista y el liberalismo económico.
Para el enorme imperio español, esto significó un nutrido
flujo de actividad comercial, a pesar del débil control peninsular
en las colonias, en parte por la dimensión del territorio
conquistado y en parte por la distancia entre ambos mundos. Ahí se
produjo un resquicio de espacios de autonomía que los criollos
aprovecharon a partir del siglo XVIII y el cual--cada vez con mayor
intensidad--buscaron aumentar.
Las reformas borbónicas incentivaron
algunas actividades de la economía pero también crearon descontento
en la población criolla porque ésta perdió poder con los nuevos
cambios político-administrativos. Las reformas no fueron un
protoliberalismo,
sino que aún estaban ligadas a estructuras corporativas en donde el
campo de acción de los individuos para producir riqueza fue muy
limitado. Esto se vio reflejado, por ejemplo, en los mecanismos de
crédito de las instituciones eclesiásticas, así como en los
instrumentos de crédito de los pueblos indígenas.
OBRAS
CITADAS
- Escobar, Antonio. “El comercio en las Huastecas. Los indígenas y su participación, siglo XVIII”, en Jorge Silva Riquer y Antonio Escobar Ohmstede, Mercados indígenas en México, Chile y Argentina. Siglos XVIII-XIX, México, Instituto José María Luis Mora, 2000, pp. 87-115.
- Hausberger, Bernd. “La economía novohispana, 1519-1760” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, pp. 41-82.
- Ibarra, Antonio. “La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el periodo colonial tardío” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, pp.211-243.
- Menegus, Margarita. “La economía indígena y su articulación al mercado en Nueva España: El repartimiento forzoso de mercancías” en Margarita Menegus Bonermann (comp.) El repartimiento forzoso de mercancías en México, Perú y Filipinas, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 2000, pp. 9-64.
- Paquette, Gabriel. “State-Civil society cooperation and conflict in the Spanish Empire: the intelectual and political activities of the ultramarine Consulados and economic societies, c. 1780-1820”, en Journal of Latin American Studies no. 39, 2007, pp. 261-298.
- Sánchez, Ernest. “Una modernización conservadora: el reformismo borbónico y su impacto sobre la economía, la fiscalidad y las instituciones”, en Clara García Ayluardo, Las Reformas Borbónicas, 1750-1810, Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 288-336.
- Van Young, Eric. “La era de la paradoja: la agricultura mexicana a fines del periodo colonial (1750-1810)”, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza, 1992, pp. 21-49.
- Von Wobeser, Gisela. “Los créditos de las instituciones eclesiásticas de la ciudad de México en el siglo XVIII”, María del Pilar Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coords.), El crédito en Nueva España, México, Instituto Mora, 1998, pp. 176-202.
1Hausberger,
B. “La economía novohispana, 1519-1760” en Sandra Kuntz
(coord.), Historia
económica general de México. De la Colonia a nuestros días,
México, El Colegio de México, 2010, p.43.
2Cook
y Borah, 1977-1980, vol. 3:13; Gerhard, 1972: 22-25; 1991: 21; 1982:
24 en Hausberger, “La economía novohispana, 1519-1760” en
Sandra Kuntz (coord.), Historia
económica general de México. De la Colonia a nuestros días,
México, El Colegio de México, 2010, p.44.
3Hausberger,
Op. Cit,
p. 43.
4Ibid,
p. 58
5Von
Wobeser, G. “Los créditos de las instituciones eclesiásticas de
la ciudad de México en el siglo XVIII”, en María del Pilar
Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coords.), El
crédito en Nueva España,
México, Instituto Mora, 1998, pp. 197-198.
6
Sánchez, E. “Una modernización conservadora: el reformismo
borbónico y su impacto sobre la economía, la fiscalidad y las
instituciones”, en Clara García Ayluardo, Las
Reformas Borbónicas,
1750-1810, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 335.
7Ibid,
p. 290.
8Ibarra,
A. “La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el
periodo colonial tardío” en Sandra Kuntz (coord.), Historia
económica general de México. De la Colonia a nuestros días,
México, El Colegio de México, 2010, pp. 215-216.
9Ibid,
p. 230.
10Van
Young, E. “La era de la paradoja: la agricultura mexicana a fines
del periodo colonial (1750-1810)”, La
crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares
de la Nueva España, 1750-1821,
México, Alianza, 1992, pp. 21-49.
11Von
Wobeser, Op. Cit,
passim.
12Ibid,
p. 195.
13Paquette,
G. “State-Civil society cooperation and conflict in the Spanish
Empire: the intelectual and political activities of the ultramarine
Consulados and economic societies, c. 1780-1820”, en
Journal of Latin American Studies
no. 39, 2007, p. 269.
14Menegus,
M. “La economía indígena y su articulación al mercado en Nueva
España: El repartimiento forzoso de mercancías” en Margarita
Menegus Bonermann (comp.) El
repartimiento forzoso de mercancías en México, Perú y Filipinas,
México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 2000, p.17.
15Escobar,
A. “El comercio en las Huastecas. Los indígenas y su
participación, siglo XVIII”, en Jorge Silva Riquer y Antonio
Escobar Ohmstede, Mercados
indígenas en México, Chile y Argentina. Siglos XVIII-XIX,
México, Instituto José María Luis Mora, 2000, passim.
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