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La economía colonial de la Nueva España: reformas borbónicas, minería, campo y corporaciones económicas. Una síntesis



Este es un ensayo realizado para la maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm como parte de la materia "Introducción a la Historia Económica de México", impartida por la Dra. Iliana Quintanar Zárate.


  1. Contexto novohispano colonial

La economía de la Nueva España fue un complejo entramado de intereses, muchas veces conflictivos, entre europeos y castas novohispanas con respecto a la Corona, así como entre los pobladores nativos y las estructuras impuestas sobre de ellos por los colonizadores españoles. 

De esta forma, en un periodo histórico netamente mercantilista, la Nueva España representó una curiosa paradoja: era un territorio rico que sustentaba a una población mayoritariamente pobre. Su principal riqueza provino de la exportación de metales, en especial la plata, y la actividad económica ligada a su extracción. Bajo ese esquema, la Corona y un grupo muy reducido de personas devengó la mayor riqueza. Mientras tanto, el grueso de la población vivió bajo esquemas de crédito y pesadas cargas tributarias que dificultaron el desarrollo económico y social del territorio.

Hablar de la economía de la Nueva España obliga al historiador a dividir su estudio entre dos periodos: antes y después de la implementación de las reformas borbónicas (1760). En las próximas líneas hablaré de los principales rasgos del sistema económico previos a esa marca.

A la llegada de los españoles, el sistema autóctono de auto-consumo fue trastornado dramáticamente. Puesto que la Corte se encontraba a miles de kilómetros de distancia, “fue la interacción entre personas, redes, grupos sociales, instituciones e ideas la que forjó la práctica de la conquista y del sistema económico que se estableció bajo el dominio español”.1 Para los grupos prehispánicos, el sistema fue poco favorable. Menos de 30 años después de la llegada de los españoles, a causa de guerras y enfermedades, principalmente, la población del centro del país había disminuido de 25 millones a 6 millones 300 mil.2 

Los colonizadores reorganización el país a partir de esas condiciones demográficas, las cuales tuvieron consecuencias notables en la economía. La principal de ellas fue la imposición de un sistema económico basado en la minería, en el cual se desarrollaron polos y ciudades cercanas a los reales de minas. En esos sitios se dinamizó la economía y la migración, incluyendo la de indios y—al menos al principio de la Conquista—de esclavos negros.

A las ciudades llegaron personas con conocimiento de un oficio, tanto europeos como nativos, además comerciantes, clérigos, etc. En el viaje del metal hacia las arcas de la Real Hacienda se beneficiaron otros sectores. La economía mercantilista de la época convirtió a la minería en el motor económico de la Nueva España.

De la minería y otros oficios se obtenían impuestos para la Corona. El quinto real se obtuvo del metal extraído en las minas, así como de los botines de guerra. Se gravaba al comercio interior mediante la alcabala (a partir de 1575). Los indios no pagaban alcabala  Poco a poco se instauró una red de administración fiscal a lo largo y ancho del territorio. Para centralizar la producción y comercio de los metales, en la Ciudad de México se fundó la Casa de Moneda (1535). Ahí se pagó un impuesto por amonedarlo. 

El control de la Casa terminó hasta poco antes de la época colonial. Administrativamente, la Segunda Audiencia, establecida en la Ciudad de México en 1531, fue esencial para instaurar orden entre los conquistadores y encomenderos. La Audiencia de Guadalajara se fundó en 1548. A los pueblos de indios se enviaron corregidores y en 1535 llegó Antonio de Mendoza, el primer virrey de la Nueva España. Durante todo este primer proceso de conquista, la Iglesia se mantuvo parcial a la Corona, pues desde 1546 ya había establecido el Arzobispado de México. Para su financiamiento, la Iglesia cobró el diezmo eclesiástico como parte del patronato real, un esquema que favoreció a los señoríos y a los religiosos, dado que la Corona se quedaba con dos novenas partes del mismo y apoyaba con el resto a los obispados. El diezmo se cobró a los productores españoles y a los productores indígenas que elaboraban producto de origen europeo.

Ahora bien, gran parte la Nueva España se convirtió en un territorio valioso para los recién llegados europeos porque su estilo de vida y sus costumbres aún estaban ligadas a España. Para eso, necesitaban traer objetos del Viejo Mundo. Esta mentalidad hizo que la economía de la Nueva España girase alrededor de la exportación. Incluso para producir riqueza en el nuevo territorio, los europeos debían traer distintos materiales a miles de kilómetros de distancia. 

Y para poder traerlos debían producir alguna riqueza inicial, la cual en gran parte se obtuvo de las minas de la Nueva España, aunque también al principio de la conquista y hasta 1542, de la exportación de esclavos. En menor medida, también se comerció con el azúcar. Como señala Hausberger, para poder importar, fue imprescindible exportar.3 

Puesto que la materia realmente valiosa para los españoles tenía un fin ultramarino, el mercado interno de la Nueva España fue sumamente controlado. Esto cambió levemente con las reformas borbónicas, como explicaré abajo, pero a lo largo del dominio europeo del territorio que hoy es México la historiografía oficial ha concluido que las libertades comerciales para los novohispanos fueron muy limitadas, ligadas a acciones coercitivas por parte de la Corona y a corporaciones que mantuvieron su dominio a expensas los locales.

¿Quién administró el intercambio de bienes entre la metrópoli y la Nueva España? En un principio ese monopolio se le concedió a los mercaderes de Sevilla, el cual llegó a Consulado en 1543, gracias a la intensidad del comercio transatlántico (en 1717 se movió a Cádiz). Sin embargo, en 1592, una vez que las sociedades americanas se asentaron y se estableció una administración real, ese control se comenzó a compartir con el Consulado de la Ciudad de México, lo cual provocó obvias tensiones entre ambos, problema que sólo fue subsanado cuando la Corona impuso una prohibición para que los americanos viajaran a Europa a hacer sus negocios y viceversa. 

Si bien la Corona era el beneficiario último de este esquema comercial, los verdaderos ganadores del mismo fueron los almaceneros, quienes controlaron la distribución de los productos importados y domésticos en el interior del país, a través de una red de mercaderes menores. Su actividad fue crucial para enlazar a las poblaciones de ambos continentes y, gracias a su organización económica de alto flujo de efectivo, jugaron un papel destacado como prestamistas.4

Mientras tanto, en la relación económica entre blancos e indígenas destacó, como se dijo arriba, la imposición de un tributo y un esquema llamado de repartimiento forzoso, tanto de mano de obra como de mercancías. El primero implicaba que el alcalde mayor o el corregidor ordenase a realizar un trabajo a una parte de la población bajo su control; en el segundo, el repartimiento forzoso de mercancías, la misma autoridad colonial repartió mercancía, animales o (a veces) dinero a los pueblos para obtener cosechas o productos.  Algunos indigenas se beneficiaron con este modelo. 

El esquema también incluía la figura de crédito otorgado a los indígenas, aunque claro, los más beneficiados en el esquema resultaron ser los españoles, los cuales aumentaron el circulante y el movimiento de productos en el territorio. Las haciendas, por otro lado, se beneficiaron de la mano de obra indígena para trabajar la tierra, la cual se dividía la más de las veces en tierras para la producción de mercado y la subsistencia de sus habitantes. La composición y actividad económica de las haciendas—usadas incluso hasta principios el siglo XX—varió enormemente en la Nueva España. Algunas fueron muy productivas, mientras que otras se encontraron constantemente endeudadas.5

  1. La relevancia de las reformas borbónicas

Las guerras del siglo XVII entre España y otros países europeos ralentizaron la economía transatlántica hacia principios del siglo XVIII. La llegada de la dinastía de los Borbones a la monarquía española fue un catalizador para realizar diversas modificaciones económico-administrativas en la Nueva España y con eso solidificar el control imperial sobre el territorio. También intentaron modernizar la administración imperial por medio de privilegios corporativos. 

Los actores privilegiados en el proceso resultaron ser los consulados, tribunales de minerías, universidades, juntas de comercio y sociedades económicas, de las cuales se liberaron algunas relaciones económicas y con eso se robustecieron algunos mercados: en pocas palabras, fue una modernización conservadora en la cual los monopolios se combatieron con privilegios corporativos6.
La fundamentación de las mismas se basó en el movimiento de la Ilustración y la búsqueda de la solución de los problemas mediante el uso de la razón. 

Las principales medidas políticas tendieron a excluir a los criollos de los puestos políticos más altos y recuperar aquellos espacios que los peninsulares habían perdido en la Audiencia novohispana. Pero tal vez de forma más incisiva, las reformas descentralizaron el poder del virrey y lo trasladaron a intendentes y comandantes generales ligados directamente a la península. La Iglesia perdió privilegios, pues sus intereses eran incompatibles con los del Rey. En el renglón fiscal, se eliminaron atribuciones fiscales que fueron absorbidas por los superintendentes y subdelegados de la Real Hacienda. La estrategia fue clara: destronar a los virreyes y, al mismo tiempo, establecer 12 intendencias y subdelegaciones leales al Corona. 

Las medidas se tomaron para controlar el vasto territorio novohispano y re-ligarlo a la monarquía. El despoblado Noroeste del territorio, en donde los jesuitas habían realizado algunos asentamientos, fue un punto focal para la Corona, la cual incentivó el movimiento de personas hacia ese destino.

Las medidas económicas más importantes de las reformas mineras fueron el reforzamiento del monopolio y reducción del precio del azogue; exención de impuestos para la importación de maquinaria y materias primas; creación del Tribunal de Minería y del Colegio de Minería; exención del pago de alcabala a los utensilios utilizados en la explotación de las minas; creación de un Banco de Avío y mayor control sobre la producción minera para aliviar la escasez de circulante; y, por último, administración directa de la Casa de Moneda.

En cuanto al comercio, se liberó el tráfico mercantil transoceánico; se motivó un comercio con registros y neutrales y se crearon consulados en Veracruz y Guadalajara.

La prácticas agrícolas también vieron algunas reformas. Se apoyó a la industria agro-azucarera con exenciones fiscales, libre instalación de ingenios y fabricación de aguardiente de caña (antes prohibido). Además, se llevaron a cabo exenciones impositivas a los hacendados, un componente de la fibra social que, en su mayoría, presentaba severas desavenencias fiscales, como señalé arriba. Finalmente, se eliminó el sistema de repartimiento de mercancías para evitar el abuso de los alcaldes mayores.

El ámbito fiscal cambió de la siguiente forma: se estableció el control directo por parte de la Rel Hacienda de las rentas enajenadas o arrendadas; se delimitaron nuevos pisos alcabalatorios; se establecieron nuevos monopolios fiscales, como el estanco al tabaco; se estableció una burocracia fiscal asalariada y se le dio entrada a los contadores reales para supervisar el manejo del diezmo. Adicionalmente, se consolidaron los vales reales.

En ese sentido, la reforma al pago del tributo y otros impuestos permitió mayor control a la Corona por la burocracia fiscal y su generación de informes en distintas partes del territorio novohispano. Esto vino aparejado de un mayor control administrativo y la desintegración del poder que habían mantenido aquellas instituciones ligadas a la Corona en el territorio novohispano, viéndose afectada su propia esfera de influencia. Es pocas palabras, los virreyes y el Consulado de México perdieron poder frente a los intendentes y los recién creados Consulados de Veracruz y Guadalajara. Con las reformas también aumentó la producción minera, el tráfico mercantil y la recaudación de impuestos. Sin embargo, con las reformas se intensificó el descontento de los criollos que fueron desplazados de ciertos cargos públicos.

¿Cuál fue el fundamento ideológico para que la Corona española decidiera fortalecerse a partir del impulso de la población, la producción y la circulación de mercancías coloniales? La síntesis filosófica de dichas reformas fue desarrollada por José Campillo en su Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743), con la idea de que había que dar a las vasallos “todos los medios y maneras de enriquecerse como camino y único medio seguro de hacerse rico el Erario y el Estado”.7 Con las reformas, en general, hubo mayor control de 1720 a 1750. Después, hacia 1790, éste se detuvo por crisis o guerras, lo que se arrastró hasta 1810.

3. La plata y el campo en la Nueva España


La plata fue la sangre que corrió a través de las venas de la economía de la Nueva España. Si seguimos esa misma analogía, el líquido vital fue extraído en gran parte de la colonia hacia otras latitudes, lo que convirtió al territorio en un lugar de enorme riqueza natural con fuertes carencias económicas en su población. La Nueva España fue la posesión más importante de la Corona en el siglo XVIII, gracias al referido metal. 

En total llegó a producir hasta 12 millones de marcos cada cinco año y potenció a los mercados ligados a su producción, como la sal, tequesquite, cobre, corambres y el sebo.8 Con esto, la economía creció en el siglo XVIII hasta antes de la Independencia gracias a la industria ligada a la minería y el crecimiento económico que generó en ciudades mineras. El principal crecimiento se dio con las reformas borbónicas. El Centro-Occidente—en especial Guadalajara y el Bajío— creció más que el Sur, aunque los asentamientos del Norte también crecieron en este época.

En general, la producción de oro y plata se enfocó al mercado externo, pero la producción de metales bajo las reformas borbónicas produjo una industria que proveyó dinamismo mercantil a regiones que antes sólo satisfacían a mercados internos. Así, sflorecieron encadenamientos productivos que generaron mayor explotación de otros insumos. Estos encadenamientos fueron sectoriales y regionales. Puesto que las minas más productivas también estuvieron en Zacatecas, San Luis Potosí y también en Durango (Bolaños) y Chihuahua, las ciudades mineras produjeron una considerable cantidad de riqueza secundaria y dinamismo social.

El problema, como mencioné arriba, es que la exportación de la plata produjo más riqueza hacia afuera que hacia adentro. El caso paradigmático está en los conocidos pesos de ocho reales—la moneda con mayor pureza de plata, utilizada en esa época por todo el Mundo por su valor—los cuales tuvieron un uso limitado al interior de la Nueva España. Al final, la Corona tuvo que crear monedas de denominaciones más pequeñas para aumentar el circulante y dinamizar el comercio interno.9

Lo mismo no se puede decir del campo, el cual no recibió el mismo impulso de la Corona con las reformas borbónicas. Las haciendas fueron la marca más visible de esta iniquidad, pues el sistema colonial favoreció la extensión territorial para poder devengar mayor ganancia de la siembra y cosecha de la tierra, así como de las actividades ligadas al ganado. En el norte, por ejemplo, una zona escasamente poblada, se presentaron enormes haciendas. Esto radicalizó la distribución de la riqueza social a favor de los grandes terratenientes. 

Para Van Young, no hubo un rasgo paradójico tan claro como el campo para demostrar los contrastes sociales del siglo XVIII novohispano. Mientras que los blancos ricos buscaron cada vez con mayor ímpetu ser parte de la vida cultural occidental, grandes masas de indios buscaron preservar su estilo de vida tradicional. Esto provocó que se salieran del control de los primeros. El resultado fue una notoria contradicción en la distribución social de la riqueza.10

  1. Las corporaciones económicas en la Nueva España

Las corporación económicas más importantes del siglo XVIII novohispano fueron las instituciones eclesiásticas. En esa época, la economía dependía en gran parte del crédito. Dicho eso, las instituciones eclesiásticas fueron muy importantes para activar la economía porque no les convino mantener grandes cantidades de dinero en un mismo lugar en un mismo tiempo. 

Para eso, prestaron dinero de las siguientes tres formas: agroganadería (poco), negocio inmobiliario (bastante), y la inversión financiera (el esquema más común). La idea fue generar rentas con este dinero, el cual sería devuelto a las arcas eclesiásticas al cabo de un tiempo con réditos de 5% anualizados. Mientras tanto, el dinero ayudaría a dinamizar la economía (no se estilizaba, por razones morales, la usura).11

El crédito eclesiástico, al menos en la Ciudad de México, fue importante porque alrededor del 72% se usó para inversión productiva (de ese, 52% correspondió a comercio, 12% a inversión inmobiliaria y 8% a la agroganadería). El restante 16% se canalizó a deudas y el otro 12% otras actividades personales12.

En breve, el crédito eclesial ayudó a la economía a crecer porque financió a empresarios de diversas ramas, los cuales necesitaban dinero para comprar mercancías en efectivo. Además, financió la inversión inmobiliaria y a algunos hacendados, aunque en menor cantidad por los problemas ligados a las deudas de su tierra. También sirvió para hacer circular el efectivo y permitir a ciertas clases mantener su estatus con la adquisición de diversos productos suntuarios. Por último, se usó en caso de emergencias para solventar deudas del virrey o de la Corona.

Otra importante corporación económica de la Nueva España fueron los Consulados, aludidos unos líneas arriba. En general, esas sociedades reconocidos por la Corona fueron un vehículo para implementar políticas de la metrópoli, los cuales fueron usados por las élites del imperio entre 1780 y 1800 para buscar privilegios y moderar asuntos económicos a su favor. 

Ambos buscaron el mismo interés y la Corona incluso le dio algún grado de empoderamiento a dichas figuras, el cual fue aprovechado para diseminar conocimiento “útil” que, al menos en teoría, sería aprovechado para estimular la agricultura, la industria, el comercio y los asuntos mercantiles. Esta autonomía creó un sentido de pertenencia en los criollos, los cuales incubaron, tal vez, un sentimiento ligado a una comunidad política distinta a la impuesta en su territorio.13

En el otro extremo de la población entramos el sistema económico bajo el cual subsistieron la mayoría de los pueblos indígenas durante la colonia: el repartimiento forzoso de mercancías. Después del periodo de la encomienda fue el sistema más usado por el grupo poblacional dominante para explotar al máximo la economía indígena en beneficio de sectores españoles. 

Si bien aumentó el circulante en las zonas donde fue aplicado, este sistema—eliminado finalmente en 1786—sirvió más que nada para que los productos obtenidos por los españoles viajaran a zonas urbanas del territorio. Esto impuso una fuerte carga sobre las comunidades indígenas, las cuales ya pagaban tributo y habían estado acostumbradas desde siglos atrás a la economía de subsistencia, y no a la acumulación (es por eso que los indios fueron vistos como flojos, indolentes o perezosos por los españoles). 

Como apunta Menegus, los españoles extrajeron un plus trabajo que llevó a ampliar la circulación de mercancías creando un consumo indígena rural y así se obligó a los indígenas a consumir bienes auxiliares. El propio endeudamiento obligó a años indios a producir más para cubrir el importe de los bienes recibidos. 14 El repartimiento forzoso tuvo efectos regionales diversos, como en la zona de las Huastecas, en donde los indígenas con frecuencia intercambiaron sus mercancías para poder pagar su tributo. Ahí fueron importante los “regatones” que llevaron sus productos a otras partes de la Nueva España. 15


Conclusiones


En términos generales, la economía colonial del siglo XVI-XVII fue una economía en formación y consolidación. Esto implicó imposición de control por parte de las autoridades peninsulares. El modelo mercantilista se favoreció con la creación de una economía nacional basada en monopolios en donde prevaleció la acumulación de metales. Sin embargo, la misma época de los cambios borbónicos representa un periodo de paso entre el modelo mercantilista y el liberalismo económico.

 Para el enorme imperio español, esto significó un nutrido flujo de actividad comercial, a pesar del débil control peninsular en las colonias, en parte por la dimensión del territorio conquistado y en parte por la distancia entre ambos mundos. Ahí se produjo un resquicio de espacios de autonomía que los criollos aprovecharon a partir del siglo XVIII y el cual--cada vez con mayor intensidad--buscaron aumentar. 

Las reformas borbónicas incentivaron algunas actividades de la economía pero también crearon descontento en la población criolla porque ésta perdió poder con los nuevos cambios político-administrativos. Las reformas no fueron un protoliberalismo, sino que aún estaban ligadas a estructuras corporativas en donde el campo de acción de los individuos para producir riqueza fue muy limitado. Esto se vio reflejado, por ejemplo, en los mecanismos de crédito de las instituciones eclesiásticas, así como en los instrumentos de crédito de los pueblos indígenas.

OBRAS CITADAS

  • Escobar, Antonio. “El comercio en las Huastecas. Los indígenas y su participación, siglo XVIII”, en Jorge Silva Riquer y Antonio Escobar Ohmstede, Mercados indígenas en México, Chile y Argentina. Siglos XVIII-XIX, México, Instituto José María Luis Mora, 2000, pp. 87-115.
  • Hausberger, Bernd. “La economía novohispana, 1519-1760” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, pp. 41-82.
  • Ibarra, Antonio. “La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el periodo colonial tardío” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, pp.211-243.
  • Menegus, Margarita. “La economía indígena y su articulación al mercado en Nueva España: El repartimiento forzoso de mercancías” en Margarita Menegus Bonermann (comp.) El repartimiento forzoso de mercancías en México, Perú y Filipinas, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 2000, pp. 9-64.
  • Paquette, Gabriel. “State-Civil society cooperation and conflict in the Spanish Empire: the intelectual and political activities of the ultramarine Consulados and economic societies, c. 1780-1820”, en Journal of Latin American Studies no. 39, 2007, pp. 261-298.
  • Sánchez, Ernest. “Una modernización conservadora: el reformismo borbónico y su impacto sobre la economía, la fiscalidad y las instituciones”, en Clara García Ayluardo, Las Reformas Borbónicas, 1750-1810, Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 288-336.
  • Van Young, Eric. “La era de la paradoja: la agricultura mexicana a fines del periodo colonial (1750-1810)”, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza, 1992, pp. 21-49.
  • Von Wobeser, Gisela. “Los créditos de las instituciones eclesiásticas de la ciudad de México en el siglo XVIII”, María del Pilar Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coords.), El crédito en Nueva España, México, Instituto Mora, 1998, pp. 176-202.

1Hausberger, B. “La economía novohispana, 1519-1760” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, p.43.
2Cook y Borah, 1977-1980, vol. 3:13; Gerhard, 1972: 22-25; 1991: 21; 1982: 24 en Hausberger, “La economía novohispana, 1519-1760” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, p.44.
3Hausberger, Op. Cit, p. 43.
4Ibid, p. 58
5Von Wobeser, G. “Los créditos de las instituciones eclesiásticas de la ciudad de México en el siglo XVIII”, en María del Pilar Martínez López-Cano y Guillermina del Valle Pavón (coords.), El crédito en Nueva España, México, Instituto Mora, 1998, pp. 197-198.
6 Sánchez, E. “Una modernización conservadora: el reformismo borbónico y su impacto sobre la economía, la fiscalidad y las instituciones”, en Clara García Ayluardo, Las Reformas Borbónicas, 1750-1810, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 335.

7Ibid, p. 290.
8Ibarra, A. “La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el periodo colonial tardío” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México, 2010, pp. 215-216.
9Ibid, p. 230.
10Van Young, E. “La era de la paradoja: la agricultura mexicana a fines del periodo colonial (1750-1810)”, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España, 1750-1821, México, Alianza, 1992, pp. 21-49.
11Von Wobeser, Op. Cit, passim.
12Ibid, p. 195.
13Paquette, G. “State-Civil society cooperation and conflict in the Spanish Empire: the intelectual and political activities of the ultramarine Consulados and economic societies, c. 1780-1820”, en Journal of Latin American Studies no. 39, 2007, p. 269.
14Menegus, M. “La economía indígena y su articulación al mercado en Nueva España: El repartimiento forzoso de mercancías” en Margarita Menegus Bonermann (comp.) El repartimiento forzoso de mercancías en México, Perú y Filipinas, México, Instituto Dr. José María Luis Mora, 2000, p.17.

15Escobar, A. “El comercio en las Huastecas. Los indígenas y su participación, siglo XVIII”, en Jorge Silva Riquer y Antonio Escobar Ohmstede, Mercados indígenas en México, Chile y Argentina. Siglos XVIII-XIX, México, Instituto José María Luis Mora, 2000, passim.

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