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Síntesis: Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán (Andrés Lira)



En este interesante texto de Andrés Lira (México, 1941) se introducen al lector las condiciones materiales y sociales que propiciaron las razones del pensamiento de tres de los historiadores mexicanos más importantes del siglo XIX: Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. La hipótesis del autor, ex director del Colmex y hoy académico del mismo, es que los personajes antes mencionados vivieron condicionantes sociales que determinaron sus marcos ideológicos con los cuales construyeron sus grandes obras.

Para Lira, estas condicionantes políticas y mentales no significan una limitante en el sentido académico, sino una parte esencial de la historia que escribieron Zavala, Mora y Alamán, los tres políticos y de familias con posición económica acomodada.

Los tres vivieron en la misma sociedad decimonónica que fue testigo de la independencia y de difíciles años que le siguieron. Resume Lira: “[…] al describirla, cada uno proyectó su situación y la experiencia del encanto y desencanto de ideas y sistemas políticos postulados en algún momento de su vida. Esa sociedad, al fijarse en sus obras fue, quiérase que no, espejo de discordias”.1

No revisaré los detalles biográficos de los tres escritores con la precisión que hace el autor. Por la brevedad de este texto, me limitaré a decir que Lorenzo de Zavala (1788-1837) fue tal vez el más polémico de los tres por la forma en que terminó su vida, siendo vicepresidente de la entonces recién independizada Texas. Zavala mismo vio cómo los intentos por traer al país un primer intento de lo que hoy se llamaría democracia liberal aún estaba muy lejano.

Lo vivió de cerca con el partido popular y después con el partido del progreso de Gómez Farías. En ambos casos se topó con fuerzas que cerraron el paso a un país recién formado, tal vez, con mayor libertad. Con la llegada de Santa Anna al poder en 1835 se hizo más clara la desavenencia con su patria, en vista del gobierno centralista del veracruzano. Pero ya desde antes, tras el corto gobierno de Vicente Guerrero (que él apoyaba, junto con el partido popular) se había desilusionado de las masas por el golpeteo contra éste último.

La democracia debía ser discriminatoria y tomar en cuenta varios factores para funcionar bien: “población, propiedad o cuerpo moral, porque los representantes deben suponerse interesados en la prosperidad de la nación”.2

Mora (1794-1850) vio de cerca el movimiento independentistas y es, tal vez hasta el día de hoy, el mejor observador del siglo XIX. En su obra México y sus revoluciones (1836) argumenta que el recién creado país debe acercarse a la cultura europea, si bien eliminando los fueros de la Iglesia y el Ejército.

Además, es un gran admirar de la civilización y la vida urbana, en especial del afrancesamiento de la época (pero no de sus costumbres más liberales). En ese marco, los indígenas son parte natural del país, no un elemento activo de su vida política.

Alamán (1792-1853), por el otro lado, considera que el mantenimiento de los privilegios corporativos de la Iglesia y del Ejército son fundamentales para traer orden al territorio. Sus reflexiones se dan en claros momentos de separatismo liberal y conservador. Él pertenece al segundo grupo. De nuevo, vivió la guerra de independencia muy de cerca, así como sus consecuencias. En 1810, afirma, comenzó la destrucción del país y la sociedad.3

Es un claro admirador del pasado colonial. Las batallas de los distintos grupos por el poder iban en contra del orden institucional que él buscaba para que el país creciera. Por eso afirma que las instituciones deberían ser la parte esencial del orden, el cual llevaría al crecimiento económico. Lo peor que podría suceder al joven México es que éstas fuesen improvisadas.

1. Andrés Lira (ed.), Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán, México, Secretaría de Educación Pública, 1984, p.17
2. Ibid, p.20.

3. Ibid, p. 25.

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