El
escritor, poeta, articulista y político mexicano Guillermo Prieto
(Ciudad de México, 1818-1897), nos presenta un cuadro de las
costumbres de la vida colonial y los primeros años de la
independencia de la capital mexicana y sus alrededores en el primer
capítulo de su obra multi-volumen Memorias
de mis tiempos,
publicada de forma póstuma.
El
capítulo inicial del libro fue fechado por Prieto el 2 de agosto de
1886 y contiene la infancia del autor en lo antes eran las afueras al
Poniente de la Ciudad de México, la zona conocida como Molino del
Rey, muy cerca de Chapultepec. Ahí, el autor describe con una rica
prosa cómo se vivía en los primeros años del México
independiente. Prieto es también un hábil poeta.
Sus dotes para
describir los alrededores de su casa, así como las costumbres de las
personas que habitaban la zona y convivían con él, pintan un México
con tradiciones muy religiosas, en donde la vida colonial de las
personas con dinero no dista en gran parte de las prácticas de la
misma una vez consumada la independencia.
La vida gira en torno a la
religión, lo mismo que las horas de descanso y la escuela del muy
joven Prieto. En ese gran cuadro costumbrista hay extractos dedicados
a la comida y los espacios dedicados a cada uno de los momentos para
compartirlas.
Los detalles fluyen a lo largo del relato del autor y
son igual de profundos a medida que avanza el texto, en el cual
subyacen las diferencias que nota cuando la Nueva España se separa
de la Corona. Un buen ejemplo de esta convivencia entre el mundo
colonial y el mundo independiente lo vemos en su descripción de las
vírgenes veneradas con mayor pasión por cada sociedad. Cito al
autor:
Horas enteras pasábamos pendientes de los labios de mi tía, oyendo los diálogos sangrientos y las reyertas entre la Virgen de Guadalupe y la de los Remedios: una, como se sabe, partidaria acérrima de los insurgentes, y la otra Virgen exaltadísima por los españoles -Necia, cacariza, le decía la de Guadalupe. -Ordinaria, mala sangre, replicaba la de los Remedios. -Aprende de mí, que soy generala con mi banda y mi bastón. -Eso es porque la dicha de la fea, la bonita la desea.1
Como
pocos autores, Prieto logra captar la esencia de las personas a
través de los diálogos que introduce en su obra. Las palabras,
expresiones y jergas lingüísticas brillan en su contexto, lo cual
ofrece al lector una sentido vivencial más cercano de la época en
relación a otros textos que se limitan a describir un hecho
histórico. Con Prieto se mezclan ambas características. El
resultado es una mayor cantidad de datos para el lector que quiere
entender a la Nueva España del fin de la era colonial.
Si
se trata de entender a las relaciones sociales de la época, esa capa
lingüística descrita arriba con la que Prieto solventa sus escenas
cobra aún mayor importancia. La mayoría de estas viñetas se
desarrollan en la Ciudad de México, un lugar que Prieto admira por
su vida cultural. Ya viviendo ahí, en 1828, ve como el motín de la
Acordada afecta el desarrollo económica y social de la misma: “el
terror abriendo sus negras alas y meciéndose sobre nuestra hermosa
Capital”.2
El edificio comercial de El Parián, en lo que hoy es el Zócalo, es
saqueado. El distinguido sitio del “buen tono” sufre una
“invasión salvaje de robos e iniquidades”. El resultado del
mismo es la llegada de Vicente Guerrero al poder, un hombre con “ojos
negros de una penetración y una dulzura imponderable [y que estando]
cerca de él se sentía la bondad de su alma”.3Para
Prieto, Guerrero es un hombre de alto carácter.
En
la misma estima tiene a Andrés Quintana Roo, el benefactor que
ofrece al autor un trabajo después de que, en 1831, Prieto sufre la
muerte de su padre y la consecuente locura de su madre. El resultado
del fallecimiento es un cambio radical de vida, en donde Prieto debe
dedicarse a la sastrería, en la cual él mismo se advierte como
mediocre. En este periodo de su vida también conoce a muchas
personas, vive la calle, las pulquerías, la Alameda y con las
tristezas pasadas destila su capacidad para el verso.
Poco después,
Quintana Roo, en ese entonces dueño de la casa en donde habita el
presidente Santa Anna--del cual es su ministro de Justicia--lo recibe
en su despacho y escucha sus tragedias. Le ofrece un contacto que le
permite trabajar en Aduanas y otro para que le reciban en el Colegio
de San Juan de Letrán. No es sorpresa que tras ese salvamento lo
describa como un segundo padre, sabio, maestro y bienhechor.4
Las cartas cambiarían para Prieto después de su encuentro con
Quintana Roo. Poco a poco conocería a destacados mexicanos como
Manuel Payno, Casimiro Collado, José Zozaya, y los hermanos Lacunza.
Los últimos fundarían--junto con Prieto y Payno--la Academia de
Letrán, un semillero que reunió a distintos y destacados personajes
para mexicanizar la literatura con el objetivo de separarse de la
peninsular.
1Prieto,
Guillermo. Memorias de mis tiempos, Editorial Porrúa,
México, 1985, p. 11.
2Ibid,
p. 16.
3Ibid.
p. 19.
4Ibid,
p. 30-31.
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