Introducción
En
este texto se abordarán los modelos y principales planes económicos
que el Estado implementó después de la Revolución mexicana. El
periodo histórico analizado abarca buena el siglo XX y algunos años
del siguiente, un lapso en donde los responsables de las políticas
económicas del país apostaron, primero, por la intervención del
Estado y el nacionalismo, seguido de una fuerte industrialización
del país, para finalmente aceptar las corrientes económicas
liberales que las naciones modernas ya habían implementado tiempo
atrás. Como se verá, cada etapa tuvo repercusiones en el desarrollo
del país. Al crecimiento ligado a la coyuntura de la Segunda Guerra
Mundial que tuvo de apoyo a un Estado central fuerte, le siguió un
modelo basado en la solicitud de préstamos que finalmente se
desplomó en 1982 para llegar, finalmente, a la economía de mercado
que vivimos hoy. Con la ayuda que proporciona el paso del tiempo,
esta reseña crítica intentará demostrar que las decisiones del
gobierno mexicano no siempre fueron las mejores, a pesar de que en su
momento levantaron distintos indicadores económicos y sociales,
generalmente a expensa de otros.
NOTA: Este es un ensayo realizado para la maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm como parte de la materia "Introducción a la Historia Económica de México", impartida por la Dra. Iliana Quintanar Zárate.
I. La revolución
mexicana y la reestructuración económica
La
modernización económica del Porfiriato no resolvió las grandes
desigualdades sociales con las cuales el país había vivido desde su
independencia. Si bien la administración Porfirista aumentó la
actividad económica, los beneficios de ésta no llegaron a la
mayoría de las personas. Dicha iniquidad, aunada a la coyuntura
política alrededor de Díaz y los grupos que se oponían a su nueva
reelección, tuvo como costo social el levantamiento armado y la
inestabilidad política experimentada entre 1910 y 1920. La tierra y
las mejores condiciones para los obreros fueron las principales
demandas de los movimientos suscitados en ese lapso, los cuales
rompieron con la estabilidad política que el país había mantenido
durante el Porfiriato. Esto trajo consecuencias económicas, aunque
distintas en alcance y temporalidad según la región afectada.
De
acuerdo con Knight, la Revolución se puede entender por las razones
económicas desiguales trazadas durante el Porfiriato, pero también
por un “combustible popular” que siempre se encuentra en
levantamientos grandes y sociales.1
En el caso de México, el combustible fue político, dirigido en
contra de los abusos de un Estado cada vez más opresor y también
popular-económico, el cual se evidenció en la protesta agraria y la
desbalanceada distribución de la tierra, agrega el autor.
Durante
el periodo más álgido de lucha, el país vivió estragos económicos
en el corto plazo.
La guerra fue más intensa entre marzo de 1913 y
julio de 1914 y fue más que nada afuera de centros urbanos. Según
Medina Peña, la Revolución afectó la economía más como fenómeno
político que como expresión bélica.2
Hubo daños a las vías férreas, así como confiscaciones de granos
y ganado. Pero según el mismo Medina Peña, el daño principal
provino de las políticas monetarias y crediticias de los jefes
revolucionarios de la fase constitucionalista. “Esa etapa armada
revolucionaria desarticuló el sistema bancario y financiero por los
empréstitos forzoso y la emisión de papel moneda (bilimbiques) por
parte de todas las facciones en lucha”, medidas que, sumadas a los
daños estructurales y la desaparición de los mecanismos formales de
crédito, provocaron “una depresión económica generalizada”.3
Esa depresión de la economía interna se agudizó después de 1917
por la desconfianza de inversionistas y ahorrados ante la
incertidumbre de los alcances del artículo 27 constitucional, el
reparto agrario y la creciente fuerza de organizaciones obreras,
relata el autor.
A
pesar de eso, la Revolución logró cambios socioeconómicos de largo
plazo. Además del artículo 27, que estableció que las tierras y
aguas comprendidas dentro del territorio son propiedad de la Nación,
los artículos 23 (prohibición a ser juzgados dos veces por el
mismo delito) y 127 (pago para servidores públicos) fueron
esenciales para comenzar a reconstruir el país a partir de 1920, con
lo que se puedo derrumbar a los pilares políticos del Porfiriato,
incluyendo el ejército, los rurales, los científicos, los
terratenientes y los viejos inversionistas extranjeros, los cuales
“fueron remplazados por nuevos grupos, muy heterogéneos, pero con
perfil social más plebeyo y un poder movilizador mucho mayor que sus
predecesores porfirianos”. 4
En ese mismo esfuerzo de reconstrucción se encuentra la reforma
agraria, la cual fomentó la organización campesina, la educación
rural y le dio orgullo al ejidatario.
En
pocas palabras, siguiendo la tesis de Knight, con la Revolución se
formó un Estado más fuerte y con penetración social. El movimiento
reveló las debilidades del esquema socioeconómico Porfirista, que
resultaría más duradero que aquel que había derrocado. Pero
además, se crearon nuevas instituciones, como el Banco de México
(1925), se movilizaron organizaciones masivas, se domesticó al
ejército y surgió una capa de técnicos “que compartían el
compromiso oficial con el desarrollo nacional”.5
Así,
a partir de 1920, los gobiernos de Álvaro Obregón, Plutarco Elías
Calles y del llamado Maximato fundaron los instrumentos
institucionales con los cuales el Estado posrevolucionario pudo
intervenir en la economía, ante la ausencia de confianza del
empresario o el ahorrador y suficientes recursos del exterior. Como
dijimos arriba, la guerra no destruyó el sistema económico
Porfirista, sino que mostró las debilidades del mismo y re-encauzó
sus esfuerzos hacia los grupos sociales más visibles—más
estridentes--del movimiento. La reconstrucción necesitó de un
Estado interventor. La base fue una Constitución que unió esquemas
liberales con derechos sociales y delineó la responsabilidad de un
Estado nacionalista con la figura presidencial como ariete del
sistema.
Con
la reconstrucción en mente, Obregón pasó los primeros años de su
gobierno tratando de concluir un acuerdo con los acreedores
internacionales sobre la deuda externa, condición de Washington para
reconocer al nuevo gobierno. Lo logró, pero los gobiernos
subsecuentes batallaron con dicho acuerdo. En cuanto al gasto
público, a partir de 1924 se aumentó lo destinado a inversión y
crecimiento económico a costa de lo dedicado a lo administrativo,
con el objetivo de balancear el presupuesto. Se recortaron gastos,
subsidios, áreas redundantes y limitaron compras al exterior. Pero
además, en 1924 se introdujo el ISR para tener más entradas
fiscales. Ese impuesto gravó las ganancias personales y las
utilidades de sociedades y empresas diferenciando las diversas clases
de rentas: las provenientes del capital, las del capital y el trabajo
y las del trabajo propiamente dichas, observa Medina Peña.
Ya
con Calles, en 1928, el sistema bancario comenzó a ver los cambios
establecidos tras el Porfiriato. Se creó la Comisión Nacional
Bancaria para vigilar el cumplimento en la materia y para restablecer
la confianza de ahorradores e inversionistas. Estos cambios legales
habían comenzado desde 1925, con la creación del Banco de México
(aunque fue hasta 1931 cuando comenzó a tener poder por coyunturas
externas). Para 1938, con Cárdenas, ya era el principal agente de la
política económica del país. En ese misma década se crearon
Nacional Financiera (1934), el Banco Nacional de Crédito Ejidal
(1935), Comisión Federal de Electricidad (1937) y Banco Nacional de
Comercio Exterior (1937).
Los
gobiernos posrevolucionarios de la década de 1930 dedicaron buena
parte del gasto público a la construcción de caminos y obras de
irrigación. Esto se hizo con la doble intención de traer más
desarrollo al territorio, pero también aumentar el control del
mismo, en vista de que los ferrocarriles habían sido usados por un
grupo pequeño a lo largo de la Revolución para su enorme beneficio.
Las presas se establecieron para estabilizar al campo y aumentar su
productividad. En el mismo lapso se incrementó la red eléctrica y
telefónica. El sector industrial también creció al ser incentivado
por los gobiernos del mismo decenio, pero más que nada con bienes
producción como el acero y el cemento.
Cabe
destacar que a lo largo de la década de 1930 la economía mexicana
se vio afectada por la crisis de 1929, la cual sobrevino tras el auge
financiero de Estados Unidos que culminó con el crack de Wall
Street. En México, la gran depresión impactó a la economía de
tres formas: primero, disminuyó la demanda y los precios del sector
exportador; segundo, el deterioro de la balanza comercial y de
servicios impactó el nivel de reservas internacionales dentro y
fuera del Banco de México; y tercero, la caída de las
exportaciones y de la actividad económica en general redujo el nivel
de ingresos fiscales y, por tanto, también el gasto público.6
No todo fue negativo, sin embargo, a pesar de que aumentó el precio
de las importaciones, los consumidores tuvieron incentivos para
sustituir bienes importados por bienes producidos internamente, con
lo que la demanda por bienes nacionales aumentó. La actividad
económica mejoró cuando las políticas macroeconómicas se
modificaron, en especial la monetaria y cambiaría, y a que los
términos de intercambio mejoraran como consecuencia de aumentos en
el precio de la plata, lo cual empezó a ocurrir a principios de
1932, anota Cárdenas.7
Las políticas económicas ortodoxas implantadas en el país ayudaron
a que saliera con relativa rapidez de la crisis. La base había sido
una política monetaria restrictiva y la imposición de una Comisión
de Cambios que con un fondo regulador aseguró la estabilidad del
tipo de cambio. El presupuesto se niveló a través de gravámenes al
ingreso, como el ISR.
Así,
vemos que durante el periodo se institucionalizó la Revolución por
medio de un Estado interventor y un gobierno central fuerte. La
creación del PNR en 1929 canalizó la acción del Estado sobre la
economía, bajo la lógica de que el partido reunió bajo un mismo
órgano—si bien imperfecto y sujeto a conflictos de sus distintas
facciones--los intereses obreros, campesinos y de las clases urbanas.
Es decir, de la “familia revolucionaria”. Las demandas
revolucionarias y las mejoras sociales se encauzaron a través de ese
partido único, el cual apoyó una visión nacionalista de la
economía.
II. El nuevo
paradigma: nacionalismo económico
La intervención más notoria del Estado para llevar a cabo el
nacionalismo económico fue durante el periodo de Lázaro Cárdenas
(1934-1940). El partido hegemónico apoyó al mandatario aprobando un
programa que enfocó los esfuerzos de ambos hacia la concreción de
las promesas revolucionarias, en particular aquellas relativas a los
obreros y campesinos. El documento que fue enviado a las comisiones
del PNR con la aprobación de Calles se modificó para sustentar el
gobierno de Cárdenas, el cual comulgaba con ideas más socialistas.
La maniobra cimentó la posición del michoacano en el poder al
aprobarse el texto como el Plan Sexenal de su gobierno.
En vista de los recientes problemas económicos que había enfrentado
México a causa de la Gran Depresión y los vaivenes de las economías
externas, este documento centró los esfuerzos de crecimiento al
interior de la nación, con particular énfasis en el gasto dedicado
a obras públicas y la producción de riqueza proveniente del suelo y
subsuelo nacionales. El Plan intentaba así cumplir con las promesas
de la Revolución, mejorando las condiciones de los trabajadores al
reorientar las condiciones económicas.
El
documento tiene poco de liberal. En el mismo, el individuo fue
sustituido por el colectivo y la iniciativa individual por la
regulación estatal. Su legitimación se basó en dos argumentos: el
primero fue asegurar el bienestar general a través del
fortalecimiento del poder público; el segundo, asumir una posición
defensiva frente a los embates internacionales, tanto políticos como
económicos. La retórica del Plan fue a veces incluso marxista,
justificando las acciones a tomar en nombre del pueblo y “la lucha
de clases inherente al sistema de producción en que vivimos”.8
Sus objetivos se realizarían, de acuerdo con el mismo, a lo largo de
seis etapas.
Los
puntos centrales del plan fueron: a) La agricultura. En este apartado
se estableció el apoyo a los ejidos y la eliminación de los
latifundios. El artículo 27 Constitucional es entendido aquí como
el eje para dotar de tierra y agua a la población para satisfacer
sus necesidades a través de la promoción de la agricultura, las
sociedades cooperativas, la irrigación y la mejor planeación de la
riqueza pecuaria y forestal. b) El trabajo. Se privilegió a las
masas obreras y campesinas, así como a los sindicatos. En este
inciso se dejó en claro que habría una ley sobre el Seguro Social y
se puso de manifiesto que se ayudaría a los obreros a adquirir sus
casas. c) Educación pública. Más que ninguna otra educación
pública, se advirtió sobre la importancia de la educación rural a
través de escuela normales que enseñarían conocimientos básicos y
aquellos ligados a la agricultura (la educación pública tendría un
enfoque de corte socialista durante el sexenio). Otros temas también
fueron incluidos pero con menor extensión, aunque no importancia:
salud, comunicación y obras públicas, gobernación del Estado,
Ejército, Relaciones Exteriores y Hacienda (se estableció la
reorganización del ISR y otros impuestos, y se dijo que el Banco de
México compraría más oro y daría más créditos).
El
apartado más novedoso del documento se tituló “Economía
Nacional”. Si bien privilegió la producción de energía eléctrica
e hidroeléctrica y se advirtió que se eliminarían las
importaciones que compitieran con industrias nacionales--salvo
aquellas necesarias para la vida moderna—en este inciso se dejó en
claro que el Estado haría efectiva la nacionalización del subsuelo
y que ampliaría las zonas nacionales de reserva de petrolera “a
fin de que en todo tiempo se cuente con reserva fija de terrenos
petrolíferos que cubra las necesidades futuras del país”. El
Estado se asumió entonces como un ente regulador para evitar que el
país sólo derivase una “tributación mezquina” de la riqueza
del subsuelo.9
La expropiación petrolera—en donde Estados Unidos y otras
potencias tenían millonarios inversiones--se llevó a cabo el 18 de
marzo de 1938 con la base del Plan Sexenal.
Las
razones por las que Estados Unidos y las potencias no intervinieron
en la expropiación han sido muy estudiadas y una profundización del
tema requeriría mayor extensión que el ofrecido en este espacio.
Simplemente diremos que la coyuntura internacional que enfilaba a las
potencias del Eje contra los Estados Unidos y sus aliados favoreció
el plan nacionalista del gobierno mexicano. Estados Unidos no creyó
que Cárdenas y su gobierno llevarían a cabo esa radical acción.
Cárdenas, claro, había asegurado el apoyo de obreros y campesinos
para gobernar, sustento operado vía la CTM y la CNC. Esta fue la
palanca que usó para forzar la mano de las compañías petroleras
extranjeras que tenían inversiones en México. Los obreros
recibieron el respaldo del gobierno para renegociar su contrato
colectivo frente a las grandes petroleras, las cuales en ese entonces
controlaban buena parte de la explotación y circulación del mineral
en todo el mundo.
Las quejas de los trabajadores de esta industria
fueron canalizadas por medio del Sindicato de Trabajadores Petroleros
de la República Mexicana, creado en 1935 e incorporado a la CTM en
1936 (el grupo sumaba unos 18 mil obreros). Con esa acción quedó
bajo influencia oficial. De forma paralela, y siguiendo lo
establecido en el Plan Sexenal, el gobierno mexicano creó la
Administración General del Petróleo Mexicano en 1937, lo que
disgustó a Estados Unidos. Ese mismo año estalló la huelga contra
las compañías petroleras y el gobierno se puso de lado de los
trabajadores.
En el fondo, de hacerle caso a todas las demandas
laborales de los inconformes, las compañías tendrían que invertir
un total de 44 millones de pesos, una cantidad que les parecía muy
elevada, tanto así como para retirar sus operaciones del país en
negativa a realizar ese pago. El problema se extendió hacia los
tribunales, los cuales juzgaron a favor de los obreros. La resolución
final, en donde el gobierno nacionalizó a las empresas, demostró
que el poder del subsuelo ahora pertenecía al Estado.
De acuerdo con
Meyer, la expropiación “fue la culminación de un propósito más
o menos definido de los gobiernos revolucionarios de modificar la
estructura colonial de una una industria vital para la economía
mexicana” con el objetivo de sustraer la industria petrolera de
manos de empresas extranjeras. La lucha fue corta pero intensa y sus
repercusiones irían más allá del campo puramente petrolero. 10
En la
década de los 40 el esquema implantado por Cárdenas daría un giro
hacia la moderación. Sin embargo, como advierte el propio Meyer, “al
final, las transformaciones efectuadas durante el régimen cardenista
no desembocaron en el tipo de sociedad deseada por sus autores”,
sino que más bien se aprovecharon por los gobiernos que le siguieron
para apoyar un desarrollo económico ligado a la estructura de los
modelos capitalistas.11
III. Un nuevo modelo
de crecimiento: la industrialización
El
sexenio posterior al de Cárdenas marcó un giro en el modelo
económico del país. A partir del mandato de Manuel Ávila Camacho
(1940-1946), se le dio un renovado apoyo al crecimiento basado en el
proteccionismo del Estado y la industrialización con esquemas mixtos
de participación entre privados y gobierno. El foco central del
desarrollo dejaron de ser las clases obreras y el mejoramiento de sus
condiciones sociales.
La
deuda externa
Uno de
los factores primarios de este cambio fue la forma en que se
disminuyó la deuda pública externa, la cual ascendía al 1 de julio
de 1929, antes del advenimiento de la Gran Depresión, a 1 089
millones de pesos, compuesto de 656.5 millones de capital y 443.3 de
intereses vencidos. El grueso se le debía a EEUU. Con la suma de los
títulos, la deuda era de 1 395 mdp.12 Después vino el Plan Sexenal de Cárdenas, lo que dificultó el pago
por las reformas sociales propuestas en ese documento. Pero la
situación de México comenzó a cambiar de 1941, gracias a la
repartición y la inmigración de capitales, al aumento de la
exportación y a otros factores, situación normal en un país
neutral ante el conflicto bélico internacional de ese entonces,
anota Bazant, pues Estados Unidos se apoyó fuertemente en México
para obtener bienes durante la guerra.
Fue ahí donde surgió una oportunidad única para lograr acuerdos
definitivos y ventajosos. Así, al principio de 1941 se empezó a
negociar en tres planos diferentes: petróleo, reclamaciones y la
deuda externa titulada.13 En
1942 se logró un primer acuerdo que redujo la deuda externa titulada
directa de México, de 599 516 222 dólares por capital e intereses,
a 49 560 750 dólares, o sea a menos de 10% de su monto original. Con
ese mismo trato inició el restablecimiento del crédito de México
(el gobierno había decretado suspensión de pagos en 1928). Después,
en 1946, se hizo otro acuerdo. La deuda total ferrocarriles disminuyó
de 557 603 382 a 50 509 630 dólares, en otras palabras a menos del
10% de su valor original. En proporción inversa, los países
involucrados en la Segunda Guerra aumentaron enormemente sus deudas
públicas entre 1940 y 1945.14
¿A qué se debió esta enorme reestructuración? Considerando los
largos años transcurridos desde la suspensión de pagos, postula
Bazant, la mayoría de los nuevos titulares eran probablemente
distintos a los suscriptores primitivos, y habían adquirido los
valores, a precios muy bajos, de los compradores originales. Así
pues mejoraría también la situación de los tenedores de los bonos,
cuyas cotizaciones subirían al reanudarse el servicio de la deuda.15
Otros países, incluyendo las potencias mundiales, habían hecho algo
similar después de la Primera Guerra. El gobierno mexicano aplicó
dicha lógica unos años después.
El proceso de
industrialización
Aunque
a partir de 1940 y a causa de la Segunda Guerra se intensificó en el
país el nuevo modelo económico de producción industrial y
urbanización, las décadas previas ya habían sentado las bases del
mismo. Desde finales del siglo XIX las primeras grandes industrias
se establecieron en el país, pero sus beneficios fueron para unos
cuantos. Es sólo después de la Revolución, según Enrique
Cárdenas, cuando “la industrialización refleja en buena medida la
transformación de la economía, con un efecto relevante en el
sistema político y la sociedad”.16
Entre 1929 y 1939, agrega el autor, se dio una política de
sustitución de importaciones, por un lado; por el otro, el enfoque
económico detallado por Lázaro Cárdenas, como se vio unas líneas
arriba, creó un mercado potencial de consumidores que se unió a
varios segmentos de la sociedad. Así, entre 1932 y 1940 la
producción industrial subió 118 por ciento, pues “la sustitución
de importaciones fue el motor de crecimiento. Cambió el papel del
sector industrial e incrementó su participación en el PIB más que
que ningún otro decenio hasta la actualidad. La demanda se volcó
hacia el interior”.17
Pero
fue a partir de la Segunda Guerra cuando el gobierno ejerció un
poder cada vez más presidencialista, autoritario y centralizado que
cambió la noción de prosperidad, la cual ahora fue de la mano de la
industria y el desarrollo urbano. La mayoría de los esfuerzos
gubernamentales se enfocó en expandir la infraestructura económica
en beneficio de la industria, el comercio y las ciudades.18
El nivel de las exportaciones y las importaciones aumentó
considerablemente, así como el PIB y el gasto en inversión pública
e infraestructura. Sin embargo, la distribución del ingreso se
deterioró.
El
proteccionismo marcó al periodo de 1946 a 1962. Las importaciones
siguieron entrando al país, pero en 1947, bajo la presidencia de
Miguel Alemán, entraron en vigor nuevos lineamientos para importar.
A causa de una devaluación del peso, las importaciones subieron de
precio. En la década de los 50 continuó la política de protección
a la industria nacional. En este caso, los productos que gozaron del
plan de sustitución de importaciones recibieron protección total de
la competencia exterior, dadas las cuotas que el gobierno aplicó a
lo foráneo. Este esquema resultó favorable para empresas asentadas
en México con capital nacional o extranjero, siempre y cuando
produjeran un bien que antes había sido importado. Este fue el
esquema de desarrollo económico que aprovecharon incluso las
transnacionales para recibir protección comercial y vender a un
mercado cautivo.
Nafinsa jugó un papel fundamental en esta etapa,
argumenta Cárdenas, pues funcionó como una red de rescate para los
hombres de negocios en caso de que su inversión fracasara. Si la
empresa quebrara, los hombres de negocios “solicitaban” a Nafinsa
que adquiriera sus acciones, y con ellas la propiedad de la empresa.
Así se evitaba el desempleo y la empresa era considerada como
importante para el desarrollo económico.19
El resultado fue que diversas paraestatales se multiplicaron en todo
el país.
Dicho
plan continuó a lo largo de la década de los 60 hasta que se
derrumbó en 1982. En el primer decenio referido, el PIB aumentó
cada año en 7.1 por ciento y el país se urbanizó.20
Los sectores de crecimiento fueron la manufactura, infraestructura
energética, construcción y servicios gubernamentales. Pero la
distribución del ingreso siguió siendo muy desigual. Para mantener
precios fijos en bienes se subsidió el consumo y las actividades
productivas, pero a costa del erario, el cual pidió créditos
internacionales para mantener su esquema de desarrollo.
El
modelo fue mal diseñado. El sector industrial mexicano no era
competitivo. Existió un oligopolio que permitió que sólo algunas
empresas se desarrollaran bajo una fuerte protección. El resultado
fue un número de empresas ineficientes, con altas tasas para el
erario público a causa de los subsidios que se les otorgaban a cobro
de los consumidores y contribuyentes. El mercado interno, entonces,
se mantuvo artificialmente, pues las empresas tuvieron que haber sido
exportadoras para crecer más allá de sus fronteras y ganar nuevos
clientes.
En el país, como se dijo arriba, imperaban el
desequilibrio de ingresos y los bajos salarios. Las paraestatales
creadas para subsanar la falta de capital privado fueron financiadas
con endeudamiento externo. “Esto aumentó el débito comercial, que
pasó de 457 millones de dólares en 1960 a 1 038 millones en 1970.
El débito acumulado durante el decenio de 60 había alcanzado los 4
mil millones de dólares. Así, el desarrollo se continuó a través
del endeudamiento externo”.21
El
esquema antes descrito se llamó “desarrollo estabilizador”.
Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda entre 1958 y 1970,
racionalizó el plan bajo el argumento del ahorro voluntario y el
aumento de producción por trabajador. Sin embargo, para elevar al
máximo la nueva inversión “se decidió aprovechar también la
capacidad de endeudamiento externo, es decir, la transferencia de
ahorro del exterior”. 22
Además, argumentó el funcionario, “el costo se compensó con
largueza por los beneficios sociales derivados de un desarrollo
económico más rápido...La deuda pública aumentó en forma
apreciable; pero también lo hizo la dimensión de la economía
nacional, lo que permitió una ampliación continua de la capacidad
de endeudamiento”.23
En
pocas palabras, el modelo no se agotó en la década los 60 porque se
detuvo con deuda externa y el auge petrolero de la segunda mitad de
la década siguiente. El “desarrollo compartido” de Luis
Echeverría (1970-1976) funcionó en términos de crecimiento porque
se basó en endeudamiento externo. Pero hubo una devaluación en 1976
y después el endeudamiento se subsanó por los yacimientos
petroleros. Esto le convino al Estado, que también dominaba la
industria eléctrica. El gobierno de José López Portillo
(1976-1982) ignoró lo sucedido en 1976, aplicó más subsidios y con
eso encajó aún más la deuda externa. La crisis estalló en 1982.
La crisis de deuda de
1982
A
inicios de los 60, coincidente con el modelo de desarrollo
estabilizador, dos grupos de funcionarios gubernamentales planteaban
dos esquemas económicos diferentes, observa Elsa Gracida. El primero
quería seguir con el modelo que había operado antes; el segundo,
que comprendía que el mundo comenzaba a cambiar, pedía intensificar
las exportaciones y aplicar ideas económicas más liberales como
palancas para el desarrollo.24
Los tomadores de decisiones del gobierno optaron por el modelo ya
establecido, aquel basado en la deuda y la protección. El problema
fue que tan solo en 12 años, entre 1970 y 1982, la deuda pública
aumentó de 3 259 millones de dólares a 84 100 millones de dólares.25
En
así como a lo largo de la década de los 70 continuaron las dos
visiones descritas arriba. Para el gobierno de López Portillo,
ambas posturas se enfrentaron clara y públicamente. Los empresarios
acusaron entonces, al igual que con Echeverría, que el Estado
generaba inflación a causa de los saldos negativos de las finanzas
públicas y de la cuenta corriente. Pero el gobierno decidió
endeudarse cada vez más y su margen de maniobra se volvió cada vez
más estrecho al depender del endeudamiento exterior para captar
recursos financieros.
El anuncio de 1977 de nuevas reservas
petroleras sirvió para que la administración aplicara una política
expansiva, apuntalada por Pemex, que tuvo como objetivo traer la
prosperidad a la nación. En efecto, las industrias ligadas al
petróleo sí aumentaron su producción: fabricación y ensamble de
autos, autobuses y camiones y algunos productos químicos, pero el
gobierno decidió solicitar más deuda cuando se resintió una baja
en el precio del petróleo aunada a una fuga de capitales.
Finalmente,
en 1981 se canceló la línea de crédito del gobierno mexicano. En
1982 el secretario de Hacienda solicitó que se otorgara a México
una suspensión por 90 días del pago del principal de la deuda
exterior. “Este acto reconoce la crisis mexicana, pero también es
el catalizador de otras crisis a nivel mundial. La raíz es la
acumulación de gigantescas deudas, asociadas con el esquema de
crecimiento, imposibles de reembolsar ahora”, sintetiza Gracida.26
Poco después, el 1 de septiembre de 1982, López Portillo
nacionalizó la banca. El mensaje entre líneas fue un castigo a los
banqueros que habían especulado con la economía llevando sus
capitales fuera del país, así como una crítica implícita al
modelo de mercado del entrante Miguel de la Madrid (1982-1988).
IV. De crisis y
estancamiento
La
etapa posterior a la crisis de deuda de 1982 ha sido caracterizada
por crisis, devaluación, inflación, recesión y ajuste económico,
al mismo tiempo que estabilidad macroeconómica y cambio estructural,
opina Márquez. 27
Este desenvolvimiento continua hasta la fecha. Desde ese fatídico
año, el crecimiento del país, cuando lo ha habido, ha sido
desigual, socialmente desequilibrado y, en general, lento.
Durante
la década de los ochenta imperaron los programas de ajuste y
reordenación del modelo económico. De una economía proteccionista
dirigida por el Estado, se paso rápidamente a una economía de
mercado para subsanar los efectos de la deuda externa. Después de la
crisis de deuda se aplicaron severas medidas para cumplir las metas
de reducción del sector público, los desequilibrios de la balanza
de pagos y la tasa de inflación, condensados en los objetivos del
Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE).
De forma
paralela, a lo largo de la década se hicieron acuerdos con el Fondo
Monetario Internacional y Banco Mundial para normalizar los pagos de
intereses y capital. Así, México y otros países latinoamericanos
se convirtieron en países exportadores de capital a los países
desarrollados. Esto hizo que el crecimiento fuese nulo en la región.
A causa de los efectos de este modelo, a la decenio se le atribuyó
el apelativo de la “década perdida”.
En
México, los años inmediatos a 1982 fueron marcados por la reducción
del gasto en inversión del sector paraestatal con la
desincorporación o privatización de empresas en manos del gobierno
(era de 1 155 entidades al final del sexenio de López Portillo).
Cabe recordar que en 1982, sólo tres meses después de que se
nacionalizara la banca, se hizo la venta de la tercera parte de sus
acciones. “Se trataba de un cambio en la concepción del papel del
Estado en la economía, rechazando implícitamente el
intervencionismo público de la primera mitad del siglo XX”.28
El mercado ahora tendría un papel protagónico. Los años
posteriores vieron acuerdos para reestructurar el vencimiento de las
tasas de interés de la deuda externa, con lo que pudo rescatar el
pago de más de 48 mil millones de dólares.
Sin
embargo, fue 1985—el año de los terremotos del 19 y 20 de
septiembre—cuando el precio del dólar aumentó considerablemente y
las exportaciones mexicanas comenzaron a competir de forma más
atractiva. También fue el año de la eliminación comercial, pues
cuatro quintas partes de los bienes importados fueron liberados de
aranceles. La sustitución de importaciones había quedado en el
pasado. El Plan Baker comenzaría a tomar forma para desarrollar a
los países en deuda de América Latina con préstamos del FMI, Banco
Mundial y gobierno de Estados Unidos mediante la restructuraciuón de
sus deudas (México recibió créditos por 7.7 mil millones de
dólares al aceptar el acuerdo). Las medidas impactaron a México de
forma que aumentó notablemente la cantidad de bienes importados
para, en teoría, aumentar la competencia de los productos
nacionales. El peso estuvo subvaluado. Pero en 1986 cayó el precio
de petróleo. A pesar de eso, el país cumplió con el pago de
intereses y mantuvo firme su política de apertura comercial.
El
costo de estas decisiones fueron periodos de alta inflación. “Esto
fue causado por contener el choque petrolero con un tipo de cambio
subvalorado y un rápido proceso de apertura comercial. En 1986 y
1987 fue de 105.7% y 159.2%”. 29
Las medidas de austeridad no habían logrado atraer suficiente
inversión extranjera. El problema se trató de resolver con el
Pacto de Solidaridad Económica y después el Pacto de Estabilidad y
Crecimiento Económico, introducido por Carlos Salinas de Gortari
(1988-1994). El último intentó, además, lograr la recuperación
económica del país, pues los inversionistas no confiaban lo
suficientemente en la economía mexicana como para aportar los
niveles de flujo de capital extranjero deseados por el gobierno.
Una
de las primeras medidas de la administración salinista para ofrecer
de nuevo esa confianza fue la privatización de la banca, en 1990. El
segundo factor fue le negociación del Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos y Canadá, el cual entró en vigor el 1 de enero de
1994 (el mismo día del levantamiento zapatista en Chiapas, el cual
cuestionó el modelo de desarrollo económico ligado al mercado). Con
esas medidas el país se comprometió a la apertura comercial. “El
mercado pasada a ocupar un papel prioritario sobre el Estado y, en el
crecimiento de las exportaciones, se cifraban las esperanzas para
lograr una recuperación capaz de atender la enorme deuda social
acumulada a lo largo de una década de crisis”, dice Márquez.30
Al mismo tiempo se privatizaron Telmex, Imevisión, Mexicana y
Aeroméxico, minera de Cananea y Real del Monte, Tabacos Mexicanos y
Dina, entre las más sobresalientes. Un total de cinco mil kilómetros
de carreteras fueron concesionados entre 1990 y 1994. También se le
permitió hasta 100% de participación al capital privado en sectores
antes cerrados y se capitalizó el campo, con lo que se logró
aumentar su productividad.
Pero
el castillo se derrumbó con la crisis de 1994. Hacia 1993 ya se
había notado la desaceleración y el aumento del déficit comercial.
La brecha entre exportaciones e importaciones era demasiado grande.
Sintetiza Márquez:
La crisis tuvo que ver
con la banda de flotación de dólar acotada por un deslizamiento
diario máximo fijado por las autoridades. Banxico podía utilizar
las reservas internacionales para meter la paridad dentro de la banda
de flotación, condición aceptable bajo circunstancias de un flujo
sostenido de inversión extranjera. Pero el aumento de la tasa de
interés en EEUU incentivó la salida de inversión extranjera en
cartera y esa demanda de dólares presionó el tipo de cambio,
situándolo en el límite superior de la banda. Para contrarrestar
esto, el gobierno aumentó la oferta de Tesobonos, certificados de
la Tesorería denominados en dólares. Así se ofrecía seguridad a
los inversionistas y se aminoraba la sangría de capitales.31
El
resultado previsible fue un enorme aumento de la demanda de estos
Tesobonos, hacia el final de 1994, lo que incrementó enormemente la
deuda interna del gobierno, comprometiendo con ella la disponibilidad
de reservas en el momento de su vencimiento. También se detuvo el
flujo de inversión extranjera y con eso la acumulación de divisas
del banco central. Así llegó el 1 de diciembre de 1994 y la entrada
de Ernesto Zedillo a la presidencia (1994-2000), quien amplió el
techo de la banda en 15%, lo que causó más especulación. Dos días
después se dejó flotar libremente el dólar, lo que provocó una
macrodevaluación. Esto causó crisis financiera y social ( de 3.4 se
pasó a más de 5 pesos por dólar). La situación se había
complicado previamente con los asesinatos del candidato del PRI Luis
Donaldo Colosio, así como el del líder de ese mismo partido.
El
gobierno mexicano hizo entonces ajustes y recortes para contener los
efectos de la crisis. Se elevó la tasa del IVA del 10% al 15%, lo
que hizo que subiera la inflación. También aumentó la cartera
vencida de los bancos. Una crisis bancaria era inminente. Para evitar
el colapso, Zedillo hizo el Fondo Bancario de Protección al Ahorro
(Fobaproa) y así se amparó el ahorro de sus clientes, pero también
el dinero de los accionistas de los propios bancos, quienes se habían
beneficiado de préstamos exhorbitantes. En 1998 se transformó en el
Instituto de Protección al Ahorro Bancario, institución que
absorbió los pasivos del rescate y los convirtió en deuda del
gobierno federal. Esto significó agregar una carga financiera al
sector púbico de más de 700 mil millones de pesos.32
Entre
1995 y el año 2000 se aplicaron ajustes macroeconómicos. Las
exportaciones generaron crecimiento. Pero la desigualdad social se
hizo más aguda. Hubo pérdida de poder de adquisición. El nivel de
vida de la población disminuyó y marcó con mayor notoriedad la
diferencia económica entre los estados del norte, más
desarrollados, y los del sur del país. Para contrarrestar los
efectos de la crisis se crearon programas de apoyo social
focalizados.
Al
respecto, Moreno y Ros establecen que los reformas económicas de
México fueron acompañadas por cambios en las política sociales.
“Con las reformas de mercados estas políticas públicas fueron
fueron refrendatas de manera gradual hacia el subsidio de la demanda
con acento en el gasto social en un segmento específico de la
población pobre. Asimismo, el gasto social empezó a depender más
de la entrega de transferencias en efectivo condicionadas para
aliviar la pobreza”, afirman los autores.33
Estos programas, a partir del salinato, fueron un componente clave de
la estrategia política del presidente. En ese sexenio se estableció
Pronasol, a lo que siguieron los programas Progresa, en sexenio de
Zedillo, y Oportunidades, con los presidentes Vicente Fox (2000-2006)
y Felipe Calderón(2006-2012), ambos del PAN. Otras iniciativas de
política social desde ese momento han sido la Ley General de
Desarrollo Social, la creación del Coneval (Consejo Nacional de
Evaluación de la Política Social). Fox también estableció el
Comité Técnico para Medición de la Pobreza (2001), el cual
desglosó la pobreza en pobreza alimentaria, pobreza de capacidades y
pobreza de patrimonio.
Los
autores antes mencionados, sin embargo, cuestionan el alcance de
estas políticas. Si bien el gasto social como porcentaje del PIB se
incrementó entre 1988-1994 y 2000-2006 para pasar de un promedio de
7.1% a 10.1%34,
la desigualdad no ha disminuido.
Esto tal vez sea a causa de una
mayor concentración de la riqueza que del ingreso, la cual parece
estar relacionada a una mayor integración internacional ya sea como
resultado del cambio tecnológico y su sesgo hacia el uso intensivo
de mano de obra calificada o de los efectos directos de la
liberalización comercial.35
En épocas recientes se ha observado una mejora en los indicadores de
pobreza, los cuales han sido asumidos por el gobierno como la
demostración del éxito de sus programas sociales, pero la verdadera
razón es distinta argumentan Moreno y Ros: “además del papel de
la migración internacional y de las remesas del extranjero, el
principal factor que explica el enigma de la reducción de la pobreza
en un contexto de lento crecimiento de la economía es la conclusión
de la transición demográfica hacia bajas tasas de fertilidad y de
crecimiento de la población; proceso que ha estado ocurriendo en
décadas recientes. Éste es el “bono demográfico”, en donde
hay más personas por hogar en edad productiva, lo que permite un
mayor ahorro. 36
A
partir del año 2000, las políticas de apoyo social estuvieron
acompañadas de gobiernos que buscaron equilibrio fiscal. Del lado de
las finanzas públicas y como consecuencia de la experiencia de la
crisis de mediados de los años noventa, los gobiernos de Fox y
Calderón adoptaron medidas tendientes a meter un balance fiscal en
equilibrio, con lo cual se garantizó el pago puntual de los
intereses de la deuda pública. El déficit fue nulo o se mantuvo
dentro de márgenes menores a 1% del PIB, y sólo se elevó por
encima de dos puntos porcentuales del producto de 2009 a 2011, como
consecuencia de la baja de ingresos causada por la cursos económica
internacional de 2008-2009, recuerda Márquez.37
“Alcanzar un equilibrio de las finanzas públicas se convirtió
entonces en un componente central de la estrategia económica desde
fines de los años noventa, con la finalidad de minimizar los efectos
macroeconómicos de déficit frecuentes, tal como ocurrió en el
pasado”, concluye esa investigadora.38
- Conclusión
A lo
largo de esta reseña hemos visto como el Estado mexicano ha
intentado crear las condiciones necesarias para aumentar el
desarrollo de su economía a través de modelos en donde la
responsabilidad ha recaído primariamente en el gobierno o, a fechas
más recientes, en el mercado. Desde la época posrevolucionaria, se
han tratado de crear las condiciones necesarias vía un marco legal o
bien regular una situación ya existente. Los resultados han sido
mixtos. Antes de la aceptación de la economía de mercado, el Estado
industrializó y protegió el desenvolvimiento económico de la
nación, pero con un costo altísimo a través de deuda y dependencia
excesiva del petróleo que desencadenó finalmente la crisis de 1982,
con las consecuencias inflacionarias y sociales descritas
anteriormente. El modelo de exportación ha rendido frutos, pero,
hasta el día hoy, el país batalla por conseguir la suficiente
cantidad de recursos de inversiones extranjeras para balancear sus
finanzas. A partir de la fecha antes mencionada, el desempeño
económico ha sido, en general, insatisfactorio. Es un nuevo episodio
de atraso en donde el Estado apuesta por trabajos ligados a
industrias intensivas en capital--venidas del exterior-- en tareas
relativamente poco calificadas, con bajos salarios, mientras asiste a
otros grandes sectores de la población en pobreza a través de
programas sociales focalizados, cuando la solución tendría que ser
abrazar una política de desarrollo ligada a la ciencia y tecnología
y las actividades económicas de mayor valor agregado, tal como ya lo
hacen los países más avanzados.
Obras Citadas
- Bazant, Jan. “La crisis y la Segunda Guerra Mundial (1928-1945)” Enrique Cárdenas (comp.) Historia económica de México, México, Fondo de Cultura de Económica, 1994, pp. 320-347.
- Cárdenas, Enrique. La hacienda pública y la política económica, 1929-1958, México, FCE, 1994, Cap. 1, pp. 23-44.
- Cárdenas, Enrique. “El proceso de industrialización acelerada en México (1929-1982)”, El Trimestre Económico 94. Industrialización y Estado en América Latina, la leyenda negra de la posguerra, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 240-276.
- Gracida, Elsa M. “El agotamiento del modelo de crecimiento, 1970-1982”, El siglo XX mexicano. Un capítulo de su historia, 1940-1982, México, UNAM, 2002, pp. 103-143.
- Knight, Alan. “La revolución Mexicana: su dimensión económica, 1900-1930” Sandra Kuntz (coord.), Historia económica general de México, México, El Colegio de México, 2010, pp. 477-499.
- Márquez, Graciela. "De crisis y estancamiento: la economía mexicana, 1982-2012", Claves para la historia económica de México. El desempeño de largo plazo (siglos XVI-XXI), México, Fondo de Cultura Económica, 2014, pp. 179-215.
- Medina Peña, L. “La reactivación económica”, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-2000, 3ª ed, México, Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 84-117.
- Meyer, Lorenzo. “El régimen cardenista y la solución definitiva del problema petrolero”, Antologías. México para los mexicanos. La revolución y sus adversarios, México, El Colegio de México, 2010, pp. 351-395.
- Moreno Brid, Juan Carlos & Jaime Ros Bosch, Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica, México, Fondo de Cultura Económica, 2010, Cap. 8.
- Ortiz Mena, Antonio. “Desarrollo estabilizador. Una década de estrategia económica en México”, El Trimestre Económico 146, 1969, pp. 365-393.
- Plan Sexenal. Partido Nacional Revolucionario, “Primer Plan Sexenal, 1934-1940”, Enrique Cárdenas (comp.) Historia económica de México, México, Fondo de Cultura de Económica, 1994, pp. 58-109.
1Alan
Knight, “La revolución Mexicana: su dimensión económica,
1900-1930” en Sandra Kuntz (coord.), Historia
económica general de México,
México, El Colegio de México, 2010, p. 486.
2Luis
Medina Peña, “La reactivación económica”, en Hacia
el nuevo Estado. México, 1920-2000,
3ª ed, México, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 85.
3Ibid,
p. 86.
4Knight,
Op.
Cit,
p. 487.
5Ibid,
p. 498.
6Enrique
Cárdenas, La hacienda
pública y la política económica,
1929-1958, México, FCE, 1994, Cap. 1, pp. 42-43.
7Ibid,
p. 44.
8Plan
Sexenal. Partido Nacional Revolucionario, “Primer Plan Sexenal,
1934-1940”, en Enrique Cárdenas (comp.) Historia
económica de México,
México, Fondo de Cultura de Económica, 1994, p.68.
9Ibid,
83-88.
10Lorenzo
Meyer, “El régimen cardenista y la solución definitiva del
problema petrolero”, en Antologías.
México para los mexicanos. La revolución y sus adversarios,
México, El Colegio de México, 2010, pp. 392-394.
11Ibid,
p. 392.
12
Jan Bazant, “La crisis y la Segunda Guerra Mundial
(1928-1945)” en Enrique Cárdenas (comp.) Historia
económica de México, México,
Fondo de Cultura de Económica, 1994, p. 323.
13Ibid,
334.
14Ibid,
pp. 335-342.
15Ibid,
341.
16Enrique
Cárdenas, “El proceso de industrialización acelerada en
México (1929-1982)”, El
Trimestre Económico 94. Industrialización y Estado en América
Latina, la leyenda negra de la posguerra,
México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 220.
17Ibid,
p. 245.
18Ibid,
p. 248.
19Ibid,
259.
20Ibid,
261.
21Ibid,
267.
22Antonio
Ortiz Mena, “Desarrollo estabilizador. Una década de estrategia
económica en México”, El
Trimestre Económico 146,
1969, p. 369.
23Ibid,
p. 384.
24Elsa
M. Gracida, “El agotamiento del modelo de crecimiento, 1970-1982”,
El siglo XX mexicano.
Un capítulo de su historia, 1940-1982,
México, UNAM, 2002, pp. 103-104.
25Ibid,
p. 105.
26Ibid,
p. 131.
27Graciela
Márquez, "De crisis y estancamiento: la economía mexicana,
1982-2012", Claves
para la historia económica de México. El desempeño de largo plazo
(siglos XVI-XXI),
México, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 178.
28Ibid,
p. 182.
29Ibid,
p. 188.
30Ibid,
p. 192.
31Ibid,
p. 198.
32Ibid,
p. 202.
33Juan
Carlos Moreno Brid & Jaime Ros Bosch, Desarrollo
y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica,
México, Fondo de
Cultura Económica, 2010, p. 274.
34Ibid,
p. 275.
35Ibid,
p. 281.
36Ibid,
p. 286.
37Márquez,
Op.Cit,
p. 202.
38Idem.
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