Experto en
la Nueva España del siglo XVI, el historiador y bibliófilo Joaquín
García Icazbalceta (Ciudad de México, 1825-1894) es uno de los
primeros intelectuales del Mexico decimonónico que realizó su labor
historiográfica sin influencia política abierta, como efectivamente
sí lo hicieron otros autores de su época que avanzaron por los
caminos liberales o aquellos identificados con ideas más
conservadoras. Icazbalceta fue un historiador enfocado en la valía
de las fuentes primarias. Incluso, prefirió muchas veces publicar la
fuente primaria y evitar por completo su interpretación. Dicha
rigurosidad científica es su sello particular y marca un cambio en
el trabajo historiográfico que se realizará en el país tras su
legado.
El autor
nació en una cuna acomodada pero se mudó a España en 1829, cuando
el gobierno mexicano expulsó a los peninsulares. Icazbalceta
regresaró para quedarse en definitivo en 1836. Más allá de ese
acontecimiento, que sin duda marcó su vida, sus biógrafos coinciden
en que no fue hasta la muerte de su esposa, en 1862, que otra
desavenencia personal marcó su vida. En el intermedio, claro, el
país vivió la independencia tejana, la guerra contra Estados Unidos
y después la guerra de Reforma.
Pero dichos sucesos, amen de los
problemas económicos que le crearon, parecen haber pasado a segundo
término en relación a los estrictos hábitos de trabajo que seguía
nuestro autor, el cual se levantaba desde muy temprano para escribir
tras un baño de agua fría, a lo que seguía otro espacio de trabajo
pero ligado a asuntos mundanos de negocios para finalmente comer
hacia las 16:00 horas. Después, despechar en su biblioteca visitas
ligadas al mundo intelectual.1
Dicho orden sistemático nos revela una persona que prefiere la calma
y la soledad al barullo social. En efecto, el autor nunca ocupó
cargo político alguno. Su inquietud intelectual sorprende aún más
cuando se aprecia que fue, en esencia, un autodidacto que desde muy
joven tuvo una clara inclinación hacia la escritura y los idiomas.
El periodo
más productivo de Icazbalceta transcurre entre 1867 y 1884, es
decir, durante la República Restaurada y el Porfiriato. En ese lapso
salieron a la luz sus dos obras más conocidas: Don Fray Juan de
Zumárraga...Estudio Biográfico y Bibliográfico (1881) y
Bibliografía Mexicana del Siglo XVI (1886). La primera es una
defensa del trabajo del religioso para con los indios, acusado por
los liberales de la época de ignorante y fanático. En ese texto lo
rescata de las acusaciones que le habían hecho Teresa de Mier,
Carlos María Bustamante en cuanto a la destrucción de los códices
mexicas, la cual, dice Icazbalceta, había sucedido antes de la
llegada de Zumárraga.
La segunda obra reúne un catálogo razonado
de libros impresos en México entre 1539 y 1600. La magna obra ofrece
una vívida descripción de la Nueva España a la llegada de los
españoles, con todo el dinamismo y los conflictos que ese choque de
civilizaciones trajo consigo. Es tal vez por eso más irónica la
fuerte polémica que vivió cuando su filtró su Carta
Antiaparicionista (1883), en donde manifiesta que el mito de la
Virgen de Guadalupe ha sido una invención. El documento era privado,
dirigido al Arzobispo Labastida, pero su filtración y publicación
como estudio anónimo le atrajo cierta notoriedad que contrastó con
sus prácticas de católico creyente (de hecho, se había expresado
en contra de la confiscación a las propiedades de la iglesia durante
la Reforma).
Dicho eso, el documento sería un buen ejemplo de la
obra general de Icazbalceta: aunque la verdad incomoda, no debe
ocultarse. Esta revisión metódica de la descripción que ofrecen
las fuentes primarias, antes que la interpretación de las mismas,
sería un pilar fundamental de la historiografía mexicana moderna,
la cual iniciaba su desarrollo y viviría momentos importantes
durante el Porfiriato, en donde el positivismo, obsesionado con las
evidencias, sería la ideología dominante.
En general, nuestro autor
vivió convencido que se podía contribuir al conocimiento de la
historia mexicana colonial más efectivamente publicando documentos
raros o inéditos que escribiendo trabajos originales2.
De ahí su celo por coleccionar esos materiales y prepararlos para su
publicación, aún cuando éstos fuesen escasamente vendidos (él
mismo fue un experto impresor, grabador y encuadernador).
Icazbalceta quería serle “útil” al país salvando documentos
que, imaginaba, otros historiadores podrían consultar en el futuro
para comprender mejor a la entelequia llamada México y con
“presentar la exposición
sencillísima de la verdad”, como
él mismo lo definió.3
1
Martínez, Manuel Guillermo. Don Joaquín García Icazbalceta. Su
lugar en la historiografía mexicana. Traducción, notas y
apéndice de Luis García Pimentel y Elguero, Ed. Porrúa, México,
1950, p. 14.
2Ibid,
p. 62.
3Ibid,
p. 57.
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