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Prehistoria de la península ibérica y pueblos prerromanos

En este breve texto sintetizaré lo dicho por Manuel Salinas de Frías en la “Introducción” y el “Capítulo III”, que trata sobre los iberos, de su obra Los Pueblos Prerromanos de la Península Ibérica (Ediciones Akal, 2007).

Salinas de Frías establece que es complejo analizar dicho tema, pues el enfoque para abordarlo dependerá según lo haga un lingüista, un arqueólogo o un historiador. En todo caso, añade, los mejores documentos sobre los pueblos prerromanos pertenecen a los clásicos griegos y romanos, lo que añade mayor dificultad al análisis. Dicho eso, el autor deja en claro desde sus primeras páginas que durante la época franquista la historia de España se hizo bajo prejuicios, con intenciones unitarias. Se decía que esta unidad se había dado con los romanos y después con los Reyes Católicos.

Pero esa posición tradicional se ha modificado con el estudio de los pueblos más detallado de los pueblos prerromanos. Ahora, se ha establecido claramente que no hay relación entre etnia y cultura y que, de hecho,  los pueblos étnicamente distintos pueden puede compartir lengua y cultura, y a la inversa, pueblo de la misma etnia pueden tener culturas diferentes. En todo caso, agrega, no se debe el desarrollo de estos pueblos como un pastel con diversas capas, pues en el avance de los mismos influye también la política y la evolución de la lengua.

No es hasta el siglo VII a. C., dice Salinas de Frías, que tenemos los primeros textos breves sobre la Península. Los autores son sobre todo griegos y fenicios. Pero algunos de estos textos antiguos se confunden con mitología. Después vienen los textos latinos. Para los historiadores, algunos de los documentos más valiosos sobre los prerromanos en la península son aquellos del griego Polibio, Ptolomeo, Estrabón y Tito Livio.

Ahora bien, para abrir la obra, el autor establece que desde el año 2 mil a. C. los primeros celtas llegaron a la Hispania. Éstos eran nómadas, no invasores. De ahí, la cultura prevaleciente en la región se divide en aquellos pueblos que hacen urnas para sus muertos (siglo XI a. C. ) y los que hacen túmulos (siglo VIII a. C). Éste último grupo también hace casas rectangulares, no redondas, de ahí que se identifique con la cultura hallstátitica de otros pueblos centroeuropeos.

En síntesis, si se quiere analizar a los pueblos prerromanos, se debe entender que abunda la heterogeneidad. Los pueblos indoeuropeos—celtas en su mayoría, llegados en el año mil a. C.--están dispersados en la meseta central, el Cántabro y en el occidente de la península. En la parte meridional de la meseta (Andalucía, el Levante, Ebro y una parte de los Pirineos) había población no indoeuropea, que hablaba distintas lenguas y se había establecido desde la Edad de Bronce.

Uno de los pueblos de este “complejo ibérico” que se estableció en el territorio del Ebro fue el de los Iberos. Pero su mismo concepto es difuso, nota Salinas de Frías, pues al principio el término sólo se refirió a la parte del territorio que daba al Mediterráneo y después toda la península hasta el Atlántico.  Hacia los siglos III y II a. C., los pueblos iberos de la costa son:  contestanos, edetanos, ilergavones, cesetanos, layetanos e indigetes. En Aragón y el interior de Cataluña identifica a ilergetes, ausetanos, sedetanos, bergistanos y ceretanos. También se reconocen algunos asentamientos en las Islas Baleares.

Se sabe que la economía de dichos pueblos dependía de los recursos obtenidos a partir de las ovejas, las cabras y los cerdos. En algunas zonas imperaba la agricultura de secano, pero en otras los pueblos subsistían gracias a la de arado de timón y la caza. Tenían alfarería y metalurgia, de ahí que hacia el siglo III a. C. aparecieran las primeras monedas entre los pueblos iberos. Sus vías de comunicación eran la vía Heraklea, que iba toda la costa desde el sur de Galia y atravesaba los Pirineos y continuaba en toda la costa catalana y levantina. La otra eran los afluentes del Ebro, en especial el Jalón. Es probable que exportasen aceites, textiles, vino. De afuera venían joyería, perfumes y cerámicas griegas.

Su sociedad era una aristocracia militar, en donde una masa de población libre, principalmente campesina, que nutría el grueso de los ejércitos y quizá algunos esclavos. Tenían una mentalidad heroica y aristocrática que “busca más el prestigio personal por golpe de mano audaz que la empresa concienzuda y largamente perseguida”, según las fuentes clásicas consultadas por el autor. Sus instituciones políticas eran la monarquía, princeps y regula, en donde algunos de sus líderes más reconocidos fueron Mandonio e Indíbil, los cuales tuvieron contacto y acuerdos con los romanos y cartagineses.  En ellos fue característico la fides, un pacto de honor que se hacía con el hombre, pero que se rompe al morir éste. Al romperse el lazo se daba la per-fidia.

En interesante notar que la fides supone igualdad, como se entendía en Roma, pero en la península ibérica no se diferenciaba entre hospitalidad y clientela, como sí lo hacían los romanos. En la segunda hay una relación de patrones, en donde el patrono tenía deber de asistencia hacia la parte más débil, el cliente, que a su vez le debía al apoyo social, electoral, militar. Otra característica particular de los iberos fue el devotio soldurii. Aquí, los soldados se comprometían a no sobrevivir a su jefe si éste moría en batalla. En intercambio, tenían el derecho de recibir las mejores recompensas tras la lucha.

En cuanto a su religión, el autor afirma que creían en la vida de ultratumba. Hacían incineraciones y las cenizas del difunto se depositaban en una urna que a su vez se colocaba en la tumba. También se han encontrado algunos remanentes de cultos griegos.

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