Del Arco argumenta que el franquismo no puede considerarse como un
régimen del tipo que se instauró en Alemania o Francia. En cambio,
prefiere llamarle “parafascita”. Eso sí, fue un producto de las
entreguerras. Debe entenderse en ese contexto. Europa se debate en
ese momento entre ideas liberales, socialdemócratas y autoritarias.
La diferencia estriba en que el franquismo y los regímenes de este
corte no se comparten los componentes y aspiraciones
revolucionarios. En España, agrega el autor, hubo grupos de apoyo
pero también de fuerte oposición.
Los grupos claves que apoyaron al
franquismo y lo mantuvieron a flote fueron las clases medias-bajas,
medias y medias-altas rurales; es decir, grupos nada aristocráticos.
“Hombres que se coaligarían en los poderes locales con las élites
tradicionales, defendiendo ahora en tiempos de paz los intereses de
todos ellos”, sintetiza. El Estado hizo operar la maquinaria
ideologica para “dialogar” con la sociedad española. Ahí se
fundamentaron las raíces del nuevo régimen y los valores del mismo,
en este caso, una “cultura de victoria”, dice el autor, en la que
se bañarían los vencedores y de la que quedarían excluidos los
vencidos. Esta ideología está ligada a la tradición derechista
española, ligándose con algunas ideas modernas de Primo de Rivera,
“potenciándose durante la II República”, pero también brotó
de una considerable parte de la población española que se oponía a
la democracia.
Este grupo consideraba que España había estado 200
años en decadencia a partir de la decadencia comenzada “a finales
del siglo XVII, continuada con la afrancesada Ilustración, seguida
por el pernicioso liberalismo del XIX, plasmada en el Desastre del 98
y que tocaría fondo en la fatídica II República”. En esta
mentalidad se encontraban los falangistas. Al igual que en Alemania e
Italia, la violencia de la Guerra Civil se convirtió en una fuerza
creadora. Ahí giró la historia, la cual sólo acabaría con la
eliminación del materialismo, el ateísmo, el parlamentarismo, lo
extranjero, el liberalismo, la masonería, lo judío, el marxismo, la
modernidad, sintetiza Del Arco.
Sus símbolos, sus “energías
movilizadoras” encarnizadas en “verdaderos españoles”, fueron:
la reposición de la bandera y el himno monárquico, la celebración
de actos de desagravio, la vuelta de los crucifijos a las escuelas,
los discursos, las arengas y las concentraciones, las misas y las
procesiones. Los nuevos españoles serían portadores de cualidades
como el honor, la fe, la valentía, el sacrificio, el desprecio a la
muerte o la justicia. El caudillo para llevar a cabo esta
transformación sería Francisco Franco.
Después, el autor aborda el segundo aspecto característico del
franquismo: la violencia. Como ningún otros país europeo, el
régimen reprimió de forma sistemática a diestra y siniestra. Las
acciones específicas de la represión fueron: “sacas, paseos,
fusilamientos y consejos de guerra sin la menor garantía jurídica.
Una represión que fue arrastrada con la misma intensidad durante
todos los años que duró la guerra civil, segando las vidas de los
enemigos del naciente franquismo”. Entre 1936 y 1939 se estiman en
más de 100 mil las víctimas de la represión franquista. A esto hay
que sumar las cárceles y campos de concentración de los años 40.
Por último, Del Arco profundiza en la pobreza y la desigualdad de
la riqueza que se dio durante este periodo de la historia española.
No fue sino hasta 1952 cuando la producción regresó a los niveles
de la preguerra. “Los rendimientos agrícolas decrecieron, la
industrialización se frenó, el paro se extendió, el coste de vida
se elevó exponencialmente y se impusieron unos salarios de miseria”.
Pero además, los funcionarios cercanos al régimen gozaron de
prerrogativas para «ordenar» la vida de posguerra.
Decidirán sobre
la aplicación de la política agraria, sobre el funcionamiento de
las industrias, sobre el abastecimiento, sobre la comercialización y
venta de productos… y por, supuesto, gestionarán las cartillas de
racionamiento. Gestionarán el hambre, resume el autor. Los
beneficiados fueron algunos miembros de las clases altas,
medias-altas y mediasbajas, donde residían los apoyos sociales del
régimen. Sin embargo, “las clases bajas, los obreros, los
jornaleros, los más humildes, aquéllos que el propio franquismo
consideró en su ideología como enemigos sufrieron una represión
económica sin precedentes”, finaliza el autor.
En la oposición además estaban los maquis, que lucharon en guerrillas hasta los 50s. la posguerra, el contubernio de Munich (1962). En 1959 nace la ETA, otro opositor. Euskadi Ta Askatasuna. En 1962 se definen como Movimiento Revolucionario Vasco de Liberación Nacional. En 1964 comienzan su guerra. En 1968 hacen el primer atentado y se condena a cadena perpetua a 9 de ellos (primero fue a muerte).
Se decían que pertenecían a una Democracia Orgánica. Después de la II GM se alista al régimen. Esto va de 1945 a 1953. Se dice que se castigara, mas no se derrocará. Se dejo a España fuera del Plan Marshall y de la ONU. Se aisló económicamente a España. Ante esto, Franco forma un nuevo gobierno en 1945, uno más plural dentro de las familias del franquismo. En RE pone a un católico para tener mejores relaciones con España y otros países cristianos. Hace las leyes para decirle al mundo que España se asemeja a otros países de Occidente. Como ejemplo está la Ley de Sucesión a la Jefatura de Estado (1947). España es un reinado católico, social y representativo. Franco puede proponer a su sucesor y si es malo derrocarlo. Por eso nombra en 1967 a Juan Carlos, Prícnipe de España.
El declive se da de 1969 a 1975. Fracasa en muchos frentes comerciales, diplomáticas, educativas, obreros y con la Iglesia. Hay una oposición política al régimen. Hay la Marcha verde en Marruecos.
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