La histórica escena del golpe, autoría de del diario ABC. |
En .este espacio resumiré brevemente los puntos esenciales de la
lectura “‘¡Quieto todo el mundo!’ El 23-F y la transición
española”, autoría de Jesús De Andrés. En dicho texto se trata
de explicar la razón del golpe, el cual sucedió el 23 de febrero de
1981, perpetrado por el teniente coronel Antonio Tejero al mando de
una fuerza de casi doscientos guardias civiles que asaltó el
Congreso de los Diputados, “poniendo en marcha un golpe de Estado
que intentaría trastocar de raíz la consolidación del joven
sistema constituido en 1978” como parte de la transición española.
Cabe resaltar que los tres generales condenados por participar en el
golpe, Milans del Bosch, Armada y Torres Rojas, habían participado
activamente en la guerra civil.
El golpe se llevó a cabo de la siguiente forma, según el autor:
“Tejero, al frente del golpe de los espontáneos, ejecutó una
acción espectacular (la ocupación del Congreso y el secuestro del
Gobierno en pleno) con la intención de ser respaldado por el
Ejército; Milans del Bosch, como líder de los generales de alta
graduación, se pronunció ocupando Valencia al frente de la III
Región Militar en espera de ser imitado por el resto de Capitanías;
el coronel José San Martín y otros oficiales de Estado Mayor de la
división acorazada Brúñete, Pardo Zancada entre ellos, llevarían
a cabo el golpe de los coroneles ocupando Madrid y tomando los
principales centros neurálgicos de la capital; el general Armada,
por su parte, intentó reconducir la operación de forma
constitucional al pretender ser votado por los propios
parlamentarios”. El resultado final fue el fracaso del golpe de
Estado.
Pero, ¿por qué razones se dio este golpe contra la transición?
Ahí, De Jesús explica que esta fue una acción colectiva con la
particularidad de que no surge desde abajo sino desde la cima y que
resalta porque se ha escrito más de este hecho que de ningún otro
en la transición española. Su hipótesis es la siguiente: “en
determinadas coyunturas políticas, en un escenario en transformación
en el que las élites se disputan el poder, pueden dar lugar a la
aparición de movimientos golpistas; la formación de estos grupos se
verá favorecida por la existencia de colectivos que, compartiendo
intereses y códigos culturales, articulen discursos políticos
anclados en una subjetiva razón de Estado y defiendan una solución
golpista; tras una fase de organización, reclutamiento y consecución
de recursos, los actores involucrados estarán en disposición de
ejecutar su acción”.
Tras la muerte de Franco, continúa, las estructuras políticas
tardaron en abrazar la nueva cultura democrática. Diversas
instituciones como Consejo del Reino, las Cortes o el Consejo
Nacional del Movimiento, aún estaban en manos de los continuistas a
favor del sistema franquista. Eso cambio poco a poco por diversos
factores. “La oposición, cuya presencia se hacía cada vez más
manifiesta, el aumento de la conflictividad social y laboral, las
expectativas abiertas en los países occidentales y la convicción
del rey Juan Carlos sobre la necesidad de reformar en mayor o menor
grado el sistema, hicieron que su transformación fuera
irremediable”. Así, la dimisión del presidente Carlos Arias, el 1
de julio de 1976, y la llegada de Adolfo Suárez al Gobierno dejaron
claro que la metamorfosis del franquismo, tal y como había sido
conocido hasta ese momento, era el horizonte a corto plazo, apunta De
Jesús.
Tres fueron los grandes opositores al cambio. Cito al autor: “1)
el grupo perteneciente al sector más radical de la clase política
franquista, con unas características generacionales propias y que
veía cómo el fin del sistema sería su propio fin, por lo que su
supervivencia en los cargos —y el reparto de sus prebendas—
dependía, en buena medida, de la del propio régimen. Este grupo, el
conocido “bunker”. 2) Un pequeño pero poderoso sector financiero
y empresarial que consideraba, posiblemente de forma acertada, que su
fortuna y privilegios eran consecuencia directa del franquismo. 3) Un
sector de las Fuerzas Armadas muy radicalizado que, además de
mantener una exagerada preocupación por el orden público y la
unidad territorial, consideraba a aquéllas portadoras del espíritu
del 18 de julio y cimiento y pilar del régimen franquista,
defensoras por tanto de sus principales valores: nacionalcatolicismo,
conservadurismo y corporativismo”. Su suman a éstos la parte más
retrograda de la Iglesia Católica y un considerable grupo de
periodistas. En general, todos se oponían al nuevo régimen tanto
por ideología como por pragmatismo.
Pero esta oposición no hizo eco en las urnas. De ahí que, según
el autor, “la extrema derecha llegase al convencimiento de que su
única baza con posibilidad de éxito para evitar el definitivo
desmoronamiento del régimen franquista pasaba por la presión con el
fin de empujar a los militares a ejecutar un golpe de Estado”.
Había que crear un clima de tensión que condujera a la intervención
militar. El discurso de esta grupo, difundido en medios controlados
por ellos mismos, era catastrofista. También idealizaban el pasado.
Así, se orqustró un discurso agresivo y distorsionado contra el
nuevo sistema democrático.
Al final, agrega De Jesús, “la derrota de los golpistas
contribuiría a consolidar el sistema democrático aunque al precio
de realizar un giro conservador aceptado por todos los partidos. La
moderación alcanzó de forma especial al PSOE, que por otra parte,
en su perspectiva de alcanzar el poder, ya había dejado a un lado
cualquier veleidad radical”. Irónicamente, el mismo Tejero se
presentó con el siguiente lema a las elecciones generales de octubre
de 1982: “¡Entra con Tejero en el Parlamento!”, apunta De Jesús.
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