Algunas interpretaciones sobre el papel de las clases sociales en la obra Ocho Mil Kilómetros en Campaña, de Álvaro Obregón
I.
INTRODUCCIÓN
Dentro
de la extensa producción documental escrita sobre la etapa del
conflicto armado de la Revolución mexicana, la obra Ocho
mil kilómetros en campaña,
autoría de Álvaro Obregón, ofrece una visión privilegiada sobre
el concepto de clase y la interacción entre las mismas para el
caudillo sonorense. Aunque son pocos, considero que los comentarios
en el libro sobre este tema dan algunos destellos que después
ayudarán a entender la plataforma política y gobierno obregonista.
La conocida practicidad del sonorense—militar y social—se revela
en las páginas de su texto, siendo el respeto a la autoridad
legítima, la tensión entre clases y el trato deferencial a sus
hombres de confianza los tres elementos centrales del mismo. Por
tiempo y espacio, en este ensayo solo hablaré del segundo tema.
(Este ensayo se realizó para la materia Origen, desarrollo y caída del estado revolucionario, 1911-2000, impartida por la Dra. Paola Chenillo Alazraki/ Casa Lamm)
II. PERSPECTIVAS SOBRE LA REVOLUCIÓN
Existen básicamente dos puntos de vista sobre el proceso
revolucionario. La primera, más ortodoxa, postula que la Revolución
tuvo un alto componente popular, en donde las demandas de estos
grupos fueron esenciales para la construcción del régimen surgido a
partir de la década de 1920 tras el álgido conflicto armado de
1910-1917. Esta primera vertiente no soslaya la importancia de
distintos líderes del movimiento, pero, en mayor o menor grado,
coloca a las masas en un papel central. El otro punto de vista afirma
que la Revolución fue un movimiento comandado por distintas élites
regionales que supieron sacarle provecho a su capacidad para arengar
a las masas y con eso buscar representación en un régimen que no
les había permitido mucho juego. En el fondo, se siguió con el
mismo sistema económico y las masas lograron obtener pocos
beneficios reales tras este cambio en las cúpulas.
De
acuerdo con Knight, el centro de la rebelión fue impulsado por el
resentimiento popular agrario que había provocado el Porfiriato, al
fijar su modelo de desarrollo en un sistema de tierras que
privilegiaba la especulación y los cultivos de alto valor. Aunque
los jefes de la clase media o burguesía iniciaron y terminaron el
drama, afirma Knight, el movimiento popular de la Revolución fue un
fenómeno esencialmente rural.1
La posesión y uso de la tierra se unió al conflicto por el poder
político local, en particular en las serranías, en donde la
centralización porfirista no tenía tanto alcance. No es casualidad,
entonces, que dos grupos apegados al maderismo—en contra de los
cacicazgos y los abusos—estuvieran en Chihuahua occidental (Villa,
Orozco). De forma simultánea, durante el conflicto armado se
libraron batallas ideológicas entre cuatro grupos bien definidos: a)
el viejo régimen (Díaz, Huerta), b) los civiles liberales (Madero),
c) el movimiento popular (Villa, Zapata) y d) la síntesis nacional
(Carranza, Obregón, Calles).2
Al final, argumenta el autor citado, ninguno de estos grupos se
impuso en el poder, sino que se formaron coaliciones basadas en
lealtades que tenían un núcleo con ciertos atributos consistentes,
los cuales “afectaron decisivamente el proceso de reclutamiento y
de integración mediante los cuales se establecieron las coaliciones
nacionales”.3
El punto decisivo del conflicto se dio en el Bajío, en las batallas
de León y Celaya de 1915, en donde se impuso el grupo de Carranza.
Dicha corriente revolucionaria tuvo elementos de caudillaje, pero
supo obtener el apoyo de las masas, “con una base impersonal,
nacional y confederada [...] en la búsqueda de los objetivos
económicos neoporfirianos, logró crear una base amplia y más
estable que la de don Porfirio; igualmente, la nueva autoridad,
inicial e inevitablemente modelada al estilo militar”.4
En conclusión, el objetivo del grupo vencedor de la Revolución fue
ganar estabilidad a través de la burocracia para continuar con el
proyecto neoporfiriano de la economía. Los caudillos dejaron su
lugar a estructuras más modernas y confederadas. “Podemos advertir
nuevas formas de autoridad, cada vez más civiles y burocráticas,
con sólidos fundamentos racional-legales […] fue la innovación
real de la Revolución”.5
Womack
atribuye menor importancia a las clases populares. Para este autor,
la Revolución fue una lucha de gestión política, más que una
social. En ella intervinieron elementos frustrados y favorecidos de
las clases alta y media y la participación de las clases menores fue
esporádica, con diferencias regionales. A pesar de la violencia,
sintetiza, el principal papel de la Revolución mexicana fue la
“tenacidad capitalista en la economía y la reforma burguesa del
Estado, lo que contribuye a explicar la estabilidad del país durante
las luchas de los decenios de 1910 y 1930”.6
Womack divide al conflicto en siete momentos: a) octubre de
1910-febrero de 1913, en donde se da la salida de Díaz y Madero
llega al poder; b) febrero de 1913-agosto de 1914, la traición de
Huerta y el levantamiento constitucionalista en su contra, apuntalado
por Venustiano Carranza. Zapata se levanta en Morelos; c) agosto de
1914-octubre de 1915, cuando se da el derrumbe de la vieja economía
y las viejas estructuras del antiguo régimen, pero al mismo tiempo
comienzan las luchas por el poder entre los villistas y los
constitucionalistas, en donde el segundo saldrá vencedor; d) octubre
de 1915-mayo de 1917, siendo aquí cuando Carranza se plantea la
reconstrucción del Estado mexicano; e) mayo de 1917-octubre de 1918,
reconocimiento de Estados Unidos al gobierno de Carranza; f)
noviembre de 1918-junio de 1920, etapa en que se da el rompimiento
entre Carranza y Obregón por la elección de Ignacio Bonillas (Plan
de Agua Prieta) como candidato presidencial por parte del primero y
el asesinato del jefe coahuilense de Cuatro Ciénagas; y g) junio de
1920-diciembre de 1920, llegada de Obregón al poder después del
breve periodo provisional de Adolfo de la Huerta y la conmemoración
oficial de la insurrección de Madero de diez años antes.
El
resultado de todo esto fue la llegada al poder de una fracción de la
burguesía del noroeste “que no había sido consagrada
internacionalmente, pero que se encontraba atrincherada de forma
inexpugnable en los niveles más altos del Estado y dispuesta a
dirigir una 'reconstrucción' ” que sería mediante pactos con
facciones de otras clases.7
El nuevo Estado sería un partido burgués para mantener la soberanía
del capitalismo mexicano y alejar las amenazas extranjeras y de
clases sociales bajas.8
III. EL
HOMBRE, EL LIBRO
Ocho
mil kilómetros en campaña,
publicado en 1917, pertenece a la primera colección de obras
escritas sobre la Revolución. Según Knight, aquí están los
participantes y observadores del conflicto, muchas veces
comprometidos con una de las partes beligerantes, así como
influyentes comentaristas extranjeros. Además de intelectuales como
Silva Herzog, Isidro Fabela, Andrés Molina Enríquez, Francisco
Bulnes y Frank Tannenbaum, incluye a los militares que tomaron parte
en los hechos, tales como Gabriel Gavira, Salvador Alvarado y el
mismo Álvaro Obregón.
La clave de esta primera generación fue que
“forjaron una imagen de la Revolución popular, campesina, agraria,
nacionalista, que fue coetánea de la Revolución misma. Estaban, por
supuesto, comprometidos; pero justamente por ello pescaron algo del
sabor intangible de la experiencia revolucionaria”.9
Este es el paradigma de la “vieja ortodoxia”, afirma Knight, en
donde además la confrontación a gran escala fue una de campesinos
contra terratenientes, impulsados por sentimientos nacionalistas. De
ahí que, desde este punto de vista, el Porfiriato sea caracterizado
como un régimen opresivo, autoritario y extranjerizante que fue
eliminado por una “auténtica revolución social” que produjo un
régimen nuevo, nacionalista y reformista.10
De la primera generación se derivan los posteriores trabajos
revisionistas hechos para cuestionar el discurso oficial
revolucionario, en donde se le quita el énfasis al carácter popular
y agrario del conflicto.11
Para Knight, la visión ortodoxa de la Revolución forjada por su
primera generación de escritores tiene mucho defectos, pero en el
fondo “aún tiene mucha validez”.12
Valga
lo anterior para contextualizar los datos biográficos esenciales que
daré sobre el autor de Ocho
mil kilómetros en campaña.
Álvaro Obregón nació el 17 de febrero de 1880 en un rancho del
distrito de Álamos, Sonora, el menor de 18 hijos. Aunque la mayor
parte de su vida fue autodidacta, asistió a la escuela primaria en
Huatabampo, en donde también se hizo carpintero. A los 13 años
obtuvo de un pedazo de tierra y sembró tabaco, llegando a vender el
producto bajo la etiqueta “América”, su propia marca. Después,
a causa de problemas económicos, trabajó como mecánico en una
hacienda de Sonora, lo que le proporcionó destreza con las máquinas.
A los 20 años fue a Navolato, Sinaloa, donde trabajó como mecánico
en un ingenio azucarero y ascendió a puesto de capataz. Para 1904 ya
había vuelto a las labores agrícolas: en Navolato alquiló un
pedacito de tierra para sembrar garbanzo con dinero que le prestaron
sus amigos, cantidad que también usó para contratar a un grupo de
campesinos. Con el tiempo, tuvo éxito en este rancho que llamó
“Quinta Chilla”. En 1905 comenzó a leer el diario Regeneración,
de los hermanos Flores Magón. En 1911 vio por primera vez a un grupo
de maderistas que ocuparon Huatabampo bajo el mando de Benjamín
Hill.
El hecho marcó a Obregón, que ya se consideraba un “maderista
inactivo”. Poco después, bajo el partido Antirreelecionista, ganó
la presidencia municipal de Huatabampo. Cuando el gobernador de
Sonora pidió apoyo a los alcaldes de su estado para luchar a favor
de la causa de Madero contra el levantista Pascual Orozco, en
Chihuahua, Obregón se presentó con algunos hombres. Para abril de
1912, ya tenía unos 300 hombres, en su mayor parte vecinos de la
región y propietarios de tierras, como él. A este grupo se le
conoció como el “Batallón Rico”, por pertenecer a clases
acomodadas. Fueron a Hermosillo y entonces se constituyó el Cuarto
Batallón Irregular de Sonora. En esa ciudad se le confirmó el rango
de teniente coronel y comandante. A partir de ese momento inició su
ascendente carrera militar hasta llegar a la presidencia en 1920.13
Vemos
entonces que Obregón es el hombre que se ha hecho a sí mismo. El
“soldado ciudadano” que se dio cuenta del gran desequilibrio que
existía entre los obreros y la clase privilegiada. No debe
sorprender, entonces, que hacia finales de 1914, durante la
Convención de Aguascalientes, se diera cuenta de la necesidad de
atraerse el apoyo de los sectores obrero y campesino, tanto para
lograr apoyo político como para llenar las filas de su ejército, lo
cual lograría bajo el halo de la Confederación Revolucionaria, una
organización de corte liberal en donde cabían jefes civiles y
militares, estudiantes, abogados, artistas, obreros, mujeres,
campesinos.14
Aquí se encuentran las raíces unificadoras del Partido Nacional
Revolucionario, fundado después de su asesinato.15
El libro de Obregón, compuesto en gran medida por recuentos de sus
victorias militares y diatribas contra los reaccionarios—es decir,
porfiristas, huertistas y orozquistas—y también contra los
villistas, se convierte en una extensa carta argumentativa para su
propia colocación en el centro del poder, o al menos alguien que
aspira
a estar ahí. ¿Cómo oponerse al hombre que venció a Pancho Villa y
su temible División del Norte? ¿Cómo argumentar en contra de su
genio militar, expuesto racionalmente a lo largo de 500 páginas en
una prosa llana, y su minucioso recuento de los papeles en el
conflicto de más de 2,000 hombres que aparecen en el texto? En el
libro, Obregón porta el sombrero de alguien preparado para gobernar
sobre los demás hombres, un color más del camaleón que ajustaba su
discurso de acuerdo al público que lo escuchaba.16
La narrativa nos revela a una persona con una conciencia total sobre
la intensidad dramática de la Revolución.17
IV.
OCHO MIL
KILÓMETROS EN CAMPAÑA Y SU REPRESENTACIÓN DE LAS CLASES SOCIALES
Aunque son pocas, las referencias a las clases sociales en el texto
obregonista dejan pocas dudas sobre su papel en la lucha
revolucionaria. Se debe decir, para empezar, que el caudillo tiene
una visión dicotómica de la sociedad, tensa por naturaleza. Existe
“el pueblo” mexicano, en abstracto, que es abnegado y fiel. Lo
mismo opina de su ejército, el cual recibe loas prácticamente
durante toda su obra (los cuales se baten siempre “con arrojo”,
“como leones”, o “con bizarría”) y en particular aquellos
miembros de su ejército que son cercanos a él. Pero ambos sectores
sólo le merecen buena opinión cuando están de su lado. Como dije
arriba, cuando habla de las fuerzas villistas, huertistas o
porfiristas, no extiende los mismos términos aprobatorios (hace una
excepción cuando describe los lances finales del ejército villista
en el Bajío en las batallas de León y Celaya de 1915; Villa, en
cambio, siempre es un “bandolero”). Del otro lado simplemente
están aquellos que explotan a la sociedad.
Los
primeros capítulos de la extensa obra son esenciales para entender
este binomio. Durante el Porfiriato, relata el sonorense, estaban
aquellos que explotaban y apoyaban al Gobierno de la dictadura y
aquellos de la oposición. Obregón se asume en el segundo grupo,
toda vez que perteneció “al gremio obrero” y que “administró
algunos haciendas”. Ahí se pudo dar cuenta, afirma, del maltrato
que recibían los peones por parte de los capataces y los patrones.
Había monopolios y privilegios. Díaz es “el tirano”.18
La figura de Madero se alza contra Díaz. Es en ese momento cuando
Obregón aprecia el movimiento como un externo, como un “maderista
pasivo”. Aquí el hilo narrativo se hace más fino: al momento que
Madero escapa a Estado Unidos y estalla la Revolución, Obregón
precisa que los hombres en apoyo del “apóstol” se dividieron en
dos: aquellos dispuestos a levantar las armas, que “abandonan los
hogares y rompían toda liga con la familia” y los que están
“atentos al mandato del miedo”, sin armas y con ligas familiares.
El autor afirma que “tuvo la pena” de pertenecer a la segunda,
pero después—al admirar a los rebeldes en Huatabampo—reconoció
que “para defender los sagrados intereses de la patria sólo se
necesita ser ciudadano; y para esto, desoír cualquier voz que no sea
la del deber”.19
En oposición sólo está “la reacción”, “el gobierno
criminal”, aquellos que apoyan a Díaz.
Transcurren
así un buen número de páginas en la frontera de Sonora y
Chihuahua, en donde los ejércitos orozquitas y huertistas son
aniquilados ante las tácticas de Obregón, quien se asume como un
soldado, tomando órdenes de distintos jefes (en especial del general
Sanguinés). El peor escarnio para los perdedores de estas batallas
fronterizas, precisa, es deponer las armas al cruzar la línea con
Estados Unidos, lo cual documenta en varias ocasiones. Ahora bien,
una vez que la reacción hubo sido exterminada de Sonora, Obregón
regresa a Hermosillo para hablar con el gobernador Maytorena, con
quien tiene fuertes diferencias. En particular, le reprocha su miedo
y su vacilación. Lo ve como una persona débil que no está
dispuesta a luchar contra la traición de Huerta. Al final, el
gobernador escaparía de su propio estado20
y según el propio Obregón, confesaría su amistad con el grupo de
los científicos.21
Al llegar Pesqueira como interino al poder, Obregón aprovecha para
hacer una parada militar en Hermosillo y lanzar un manifiesto al
pueblo de Sonora. El escrito incita a las masas a levantarse contra
una “jauría” que mancilla y profana el recuerdo de Cuauhtémoc,
Hidalgo y Juárez. También llama a renunciar a las “delicias del
hogar” para defender una patria ultrajada.22
Entre las fuerzas que se han unido a Huerta están varios
contingentes sonorenses, incluyendo el prefecto político de Álamos,
quien “de acuerdo con los principales acaudalados de las cabeceras
de distrito, tenia alrededor de 200 hombres, entre los que figuraban
los principales capitalistas que se habían afiliado sin escrúpulos
al gobierno usurpador”.23
Sobre
el clero, Obregón hace varios comentarios críticos. En Tepic
denuncia la participación de religiosos a favor de Huerta mediante
la publicación de los diarios El
Hogar Católico
y El
Obrero de Tepic, los
cuales critican el avance de los constitucionalistas con “acres
calificativos”. El sonorense ordena la intervención de los
archivos de esos diarios, el procesamiento de un obispo y la
expulsión de otros clérigos.24
Vuelve a criticar a los religiosos cuando los constitucionalistas
toman Guadalajara, en particular a los fanáticos que critican el
Plan de Guadalupe y las Leyes de Reforma.25
Los
comentarios sociales más interesantes de todo el libro tal vez sean
aquellos que se centran en la Ciudad de México. Cuando el ejército
del noroeste entra a la capital, el 15 de agosto de 1914, el
entusiasmo de las “clases populares” alcanza su máximo, con
miles de hombres desfilando desde el Monumento de la Independencia
hasta el Palacio Nacional. Lo mismo en Puebla, hacia enero de 1915,
“en donde el espíritu de las mayorías, sobre todo en las clases
trabajadoras, era simpatizador de nuestro movimiento”.26
Pero en la Ciudad de México, por esas mismas fechas, cuando entraron
las tropas constitucionalistas, Obregón nota “hostilidad
determinante” hacia su ejército por parte del clero, del comercio
“en gran escala, de la Banca, de los industriales acaudalados y de
la mayor parte de los extranjeros”, los cuales se oponen a las
órdenes salidas de su cuartel. Afirma el caudillo:
Esta
hostilidad, sinceramente creo que, en la mayor parte de los casos, no
era hija de sus convicciones y sí de su conveniencia, porque se les
resistía suponer que nuestro ejército, siendo tan reducido en
número y tan limitado de pertrechos también, fuera capaz de
resistir a los ejércitos de Villa y Zapata, que habían visto
desfilar en la misma capital, y que sumaban cinco veces más que los
elementos nuestros, y creían, naturalmente, que nuestro ejército
tocaría muy pronto su fin […] De ahí que su principal objetivo,
al seguir esa actitud hacia nosotros, era el de ser consecuentes
exclusivamente con sus intereses materiales.27
Ante
esta situación, el general toma medidas radicales, es decir, pasar
por encima de los intereses materiales de estos grupos para defender
la propia causa e intereses morales de su ejército. Impone
contribuciones obligatorias a comerciantes, “grandes acaparadores”
y clero para “conjurar la terrible miseria que abatía a nuestras
clases pobres” con el objetivo de financiar expendios para que el
pueblo pudiera obtener artículos básicos a precios bajos, objetivo
que logra después de refinar las medidas para llevarlas acabo.
Obregón critica en particular a los grandes comerciantes, clero y
extranjeros que no aceptan las medidas. Los pequeños
comerciantes, dice, “acudieron gustosos a cubrir el impuesto”.28
Aquellos que se opusieron a las medidas impositivas fueron
aprehendidos, haciéndoles ver su “reprobable actitud” (los
comerciantes fueron liberados al aceptar pagar su cuota; los
sacerdotes más viejos fueron puestos en libertad u obligados a
marchar con las fuerzas de Obregón al salir de la capital). Al
final, asegura, en la capital se logró una “corriente de simpatía”
hacia el constitucionalismo y en general de todas las personas “que
no habían sido corrompidas con las prebendas de la dictadura”, las
cuales se pudieron dar cuenta de la “criminal oposición” que
presentaban a sus medidas las clases privilegiadas y el clero, en
particular del gremio de los obreros.29
Según el caudillo sonorense, recibió tal apoyo de las clases
populares en la Ciudad de México que fácilmente podría haber
conseguido 25 mil hombres para su ejército, pero se tuvo que
conformar con armar a cuatro mil y hacer otro contingente desarmado
de cinco mil, la mayor parte obreros sindicados de “La Casa del
Obrero Mundial”.30
Pero también se unieron empleados comerciales que abandonaron
“lucrativas posiciones en casa comerciales, bancarias,
industriales” de la capital y dieron un “bello ejemplo de
patriotismo y abnegación” luchando “por la causa del pueblo”
en Veracruz.31
- CONCLUSIÓN
En
este ensayo he tratado de demostrar que en Ocho
mil kilómetros en campaña
se pueden esbozar, aunque sea de forma muy tenue, los planteamientos
básicos del ethos
que llevó al poder al caudillo de Sonora. Esta mezcla de
practicidad, astucia política y genio militar la resumió Obregón
en su ideario al afirmar que “los pueblos se pacifican con leyes, y
las leyes se defienden con rifles” para cimentar su poder en el
raciocinio de un Estado legal. En efecto, Obregón utilizó el juego
político y la tensión entre las clases para subrayar la necesidad
de un discurso unificador, fiel solamente a los intereses de la
Patria. A pesar de que el grupo que lo llevó al poder se distanció
de ese precepto —así como lo hizo Obregón al ser reelecto en
1928—es indudable que éste ya se vislumbraba en el texto publicado
tres años antes de llegar por primera vez a la presidencia,
inspirado durante el conflicto armado.
OBRAS
CITADAS
-
DILLON,
RICHARD H. “Del
rancho a la presidencia” en Historia
mexicana,
v. 6, no. 2 (22) (oct.-dic. 1956), pp. 256-269, El Colegio de México.
-
EINEIGEL,
SUSANNE. Reseña
del libro The
Last Caudillo: Álvaro Obregón and the Mexican Revolution
(Jurgen Buchenau, 2011) en The
Latin Americanist (2013),
pp. 99-100,
Southeastern Council on Latin American Studies and Wiley
Periodicals, Inc.
-
HALL,
LINDA B. “Álvaro
Obregón y el Partido Único Mexicano” en Historia
mexicana,
v. 29, no. 4 (116) (abr.-jun. 1980), pp. 602-622, El Colegio de
México.
-
KNIGHT,
ALAN. “Caudillos
y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917” en Brading,
David A., Caudillos
y campesinos en la Revolución Mexicana,
México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 32-85.
----------------.
“Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana” en
Secuencia,
no. 13, (ene.-abr. 1989), pp. 23-43, Instituto de Investigaciones Dr.
José María Luis Mora, México.
-
MORTON,
LUIS JR. Reseña
del libro Ocho
mil kilómetros en campaña
(Álvaro Obregón, edición de 1959 del Fondo de Cultura Económica)
en The Hispanic American Historical Review, v. 40, no. 3 (agosto
1960), pp. 457-458, Duke University Press.
-
OBREGÓN,
ÁLVARO. Ocho
mil kilómetros en campaña.
Estudios preliminares de Francisco L. Urquizo y Francisco J.
Grajales; apéndice de Manuel González Ramírez. México, Fondo de
Cultura Económica, 1959, 615 pp.
-
WOMACK,
JOHN JR.
“La revolución mexicana” en Bethell, Leslie, ed., Historia
de América Latina,
tomo 9. México,
América Central y el Caribe, c. 1870-1930,
Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pp. 78-145.
1Alan
Knight. “Caudillos y campesinos en el México revolucionario,
1910-1917” en Brading, David A., Caudillos
y campesinos en la Revolución Mexicana,
México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 34-38.
6John
Womack Jr. “La revolución mexicana” en Bethell, Leslie, ed.,
Historia
de América Latina,
tomo 9. México,
América Central y el Caribe, c. 1870-1930,
Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pp. 79-80.
9Alan
Knight. “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana”
en Secuencia,
no. 13, (ene.-abr. 1989), Instituto de Investigaciones Dr. José
María Luis Mora, México, p. 23.
13Dillon,
Richard H. “Del rancho a la presidencia” en Historia
mexicana,
v. 6, no. 2 (22) (oct.-dic. 1956), El Colegio de México, passim.
14Linda
B. Hall. “Álvaro Obregón y el Partido Único Mexicano” en
Historia
mexicana,
v. 29, no. 4 (116) (abr.-jun. 1980), El Colegio de México, pp.
602-605.
16Susanne
Eineigel. Reseña del libro The
Last Caudillo: Álvaro Obregón and the Mexican Revolution
en The
Latin Americanist (2013),
Southeastern Council on Latin American Studies and Wiley
Periodicals, Inc., p. 99.
17Luis
Morton Jr. Reseña del libro Ocho
mil kilómetros en campaña
en The
Hispanic American Historical Review,
v. 40, no. 3 (agosto 1960), Duke University Press. p. 458.
18Álvaro
Obregón. Ocho
mil kilómetros en campaña.
Estudios preliminares de Francisco L. Urquizo y Francisco J.
Grajales; apéndice de Manuel González Ramírez. México, Fondo de
Cultura Económica, 1959, p. 4.
Comentarios
Publicar un comentario