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Algunas interpretaciones sobre el papel de las clases sociales en la obra Ocho Mil Kilómetros en Campaña, de Álvaro Obregón



I. INTRODUCCIÓN

Dentro de la extensa producción documental escrita sobre la etapa del conflicto armado de la Revolución mexicana, la obra Ocho mil kilómetros en campaña, autoría de Álvaro Obregón, ofrece una visión privilegiada sobre el concepto de clase y la interacción entre las mismas para el caudillo sonorense. Aunque son pocos, considero que los comentarios en el libro sobre este tema dan algunos destellos que después ayudarán a entender la plataforma política y gobierno obregonista. La conocida practicidad del sonorense—militar y social—se revela en las páginas de su texto, siendo el respeto a la autoridad legítima, la tensión entre clases y el trato deferencial a sus hombres de confianza los tres elementos centrales del mismo. Por tiempo y espacio, en este ensayo solo hablaré del segundo tema.

(Este ensayo se realizó para la materia Origen, desarrollo y caída del estado revolucionario, 1911-2000, impartida por la Dra. Paola Chenillo Alazraki/ Casa Lamm)

II. PERSPECTIVAS SOBRE LA REVOLUCIÓN

Existen básicamente dos puntos de vista sobre el proceso revolucionario. La primera, más ortodoxa, postula que la Revolución tuvo un alto componente popular, en donde las demandas de estos grupos fueron esenciales para la construcción del régimen surgido a partir de la década de 1920 tras el álgido conflicto armado de 1910-1917. Esta primera vertiente no soslaya la importancia de distintos líderes del movimiento, pero, en mayor o menor grado, coloca a las masas en un papel central. El otro punto de vista afirma que la Revolución fue un movimiento comandado por distintas élites regionales que supieron sacarle provecho a su capacidad para arengar a las masas y con eso buscar representación en un régimen que no les había permitido mucho juego. En el fondo, se siguió con el mismo sistema económico y las masas lograron obtener pocos beneficios reales tras este cambio en las cúpulas.

De acuerdo con Knight, el centro de la rebelión fue impulsado por el resentimiento popular agrario que había provocado el Porfiriato, al fijar su modelo de desarrollo en un sistema de tierras que privilegiaba la especulación y los cultivos de alto valor. Aunque los jefes de la clase media o burguesía iniciaron y terminaron el drama, afirma Knight, el movimiento popular de la Revolución fue un fenómeno esencialmente rural.1 La posesión y uso de la tierra se unió al conflicto por el poder político local, en particular en las serranías, en donde la centralización porfirista no tenía tanto alcance. No es casualidad, entonces, que dos grupos apegados al maderismo—en contra de los cacicazgos y los abusos—estuvieran en Chihuahua occidental (Villa, Orozco). De forma simultánea, durante el conflicto armado se libraron batallas ideológicas entre cuatro grupos bien definidos: a) el viejo régimen (Díaz, Huerta), b) los civiles liberales (Madero), c) el movimiento popular (Villa, Zapata) y d) la síntesis nacional (Carranza, Obregón, Calles).2 

Al final, argumenta el autor citado, ninguno de estos grupos se impuso en el poder, sino que se formaron coaliciones basadas en lealtades que tenían un núcleo con ciertos atributos consistentes, los cuales “afectaron decisivamente el proceso de reclutamiento y de integración mediante los cuales se establecieron las coaliciones nacionales”.3 El punto decisivo del conflicto se dio en el Bajío, en las batallas de León y Celaya de 1915, en donde se impuso el grupo de Carranza. Dicha corriente revolucionaria tuvo elementos de caudillaje, pero supo obtener el apoyo de las masas, “con una base impersonal, nacional y confederada [...] en la búsqueda de los objetivos económicos neoporfirianos, logró crear una base amplia y más estable que la de don Porfirio; igualmente, la nueva autoridad, inicial e inevitablemente modelada al estilo militar”.4 

En conclusión, el objetivo del grupo vencedor de la Revolución fue ganar estabilidad a través de la burocracia para continuar con el proyecto neoporfiriano de la economía. Los caudillos dejaron su lugar a estructuras más modernas y confederadas. “Podemos advertir nuevas formas de autoridad, cada vez más civiles y burocráticas, con sólidos fundamentos racional-legales […] fue la innovación real de la Revolución”.5

Womack atribuye menor importancia a las clases populares. Para este autor, la Revolución fue una lucha de gestión política, más que una social. En ella intervinieron elementos frustrados y favorecidos de las clases alta y media y la participación de las clases menores fue esporádica, con diferencias regionales. A pesar de la violencia, sintetiza, el principal papel de la Revolución mexicana fue la “tenacidad capitalista en la economía y la reforma burguesa del Estado, lo que contribuye a explicar la estabilidad del país durante las luchas de los decenios de 1910 y 1930”.6 

Womack divide al conflicto en siete momentos: a) octubre de 1910-febrero de 1913, en donde se da la salida de Díaz y Madero llega al poder; b) febrero de 1913-agosto de 1914, la traición de Huerta y el levantamiento constitucionalista en su contra, apuntalado por Venustiano Carranza. Zapata se levanta en Morelos; c) agosto de 1914-octubre de 1915, cuando se da el derrumbe de la vieja economía y las viejas estructuras del antiguo régimen, pero al mismo tiempo comienzan las luchas por el poder entre los villistas y los constitucionalistas, en donde el segundo saldrá vencedor; d) octubre de 1915-mayo de 1917, siendo aquí cuando Carranza se plantea la reconstrucción del Estado mexicano; e) mayo de 1917-octubre de 1918, reconocimiento de Estados Unidos al gobierno de Carranza; f) noviembre de 1918-junio de 1920, etapa en que se da el rompimiento entre Carranza y Obregón por la elección de Ignacio Bonillas (Plan de Agua Prieta) como candidato presidencial por parte del primero y el asesinato del jefe coahuilense de Cuatro Ciénagas; y g) junio de 1920-diciembre de 1920, llegada de Obregón al poder después del breve periodo provisional de Adolfo de la Huerta y la conmemoración oficial de la insurrección de Madero de diez años antes. 

El resultado de todo esto fue la llegada al poder de una fracción de la burguesía del noroeste “que no había sido consagrada internacionalmente, pero que se encontraba atrincherada de forma inexpugnable en los niveles más altos del Estado y dispuesta a dirigir una 'reconstrucción' ” que sería mediante pactos con facciones de otras clases.7 El nuevo Estado sería un partido burgués para mantener la soberanía del capitalismo mexicano y alejar las amenazas extranjeras y de clases sociales bajas.8

III. EL HOMBRE, EL LIBRO

Ocho mil kilómetros en campaña, publicado en 1917, pertenece a la primera colección de obras escritas sobre la Revolución. Según Knight, aquí están los participantes y observadores del conflicto, muchas veces comprometidos con una de las partes beligerantes, así como influyentes comentaristas extranjeros. Además de intelectuales como Silva Herzog, Isidro Fabela, Andrés Molina Enríquez, Francisco Bulnes y Frank Tannenbaum, incluye a los militares que tomaron parte en los hechos, tales como Gabriel Gavira, Salvador Alvarado y el mismo Álvaro Obregón. 

La clave de esta primera generación fue que “forjaron una imagen de la Revolución popular, campesina, agraria, nacionalista, que fue coetánea de la Revolución misma. Estaban, por supuesto, comprometidos; pero justamente por ello pescaron algo del sabor intangible de la experiencia revolucionaria”.9 Este es el paradigma de la “vieja ortodoxia”, afirma Knight, en donde además la confrontación a gran escala fue una de campesinos contra terratenientes, impulsados por sentimientos nacionalistas. De ahí que, desde este punto de vista, el Porfiriato sea caracterizado como un régimen opresivo, autoritario y extranjerizante que fue eliminado por una “auténtica revolución social” que produjo un régimen nuevo, nacionalista y reformista.10 

De la primera generación se derivan los posteriores trabajos revisionistas hechos para cuestionar el discurso oficial revolucionario, en donde se le quita el énfasis al carácter popular y agrario del conflicto.11 Para Knight, la visión ortodoxa de la Revolución forjada por su primera generación de escritores tiene mucho defectos, pero en el fondo “aún tiene mucha validez”.12

Valga lo anterior para contextualizar los datos biográficos esenciales que daré sobre el autor de Ocho mil kilómetros en campaña. Álvaro Obregón nació el 17 de febrero de 1880 en un rancho del distrito de Álamos, Sonora, el menor de 18 hijos. Aunque la mayor parte de su vida fue autodidacta, asistió a la escuela primaria en Huatabampo, en donde también se hizo carpintero. A los 13 años obtuvo de un pedazo de tierra y sembró tabaco, llegando a vender el producto bajo la etiqueta “América”, su propia marca. Después, a causa de problemas económicos, trabajó como mecánico en una hacienda de Sonora, lo que le proporcionó destreza con las máquinas. 

A los 20 años fue a Navolato, Sinaloa, donde trabajó como mecánico en un ingenio azucarero y ascendió a puesto de capataz. Para 1904 ya había vuelto a las labores agrícolas: en Navolato alquiló un pedacito de tierra para sembrar garbanzo con dinero que le prestaron sus amigos, cantidad que también usó para contratar a un grupo de campesinos. Con el tiempo, tuvo éxito en este rancho que llamó “Quinta Chilla”. En 1905 comenzó a leer el diario Regeneración, de los hermanos Flores Magón. En 1911 vio por primera vez a un grupo de maderistas que ocuparon Huatabampo bajo el mando de Benjamín Hill. 

El hecho marcó a Obregón, que ya se consideraba un “maderista inactivo”. Poco después, bajo el partido Antirreelecionista, ganó la presidencia municipal de Huatabampo. Cuando el gobernador de Sonora pidió apoyo a los alcaldes de su estado para luchar a favor de la causa de Madero contra el levantista Pascual Orozco, en Chihuahua, Obregón se presentó con algunos hombres. Para abril de 1912, ya tenía unos 300 hombres, en su mayor parte vecinos de la región y propietarios de tierras, como él. A este grupo se le conoció como el “Batallón Rico”, por pertenecer a clases acomodadas. Fueron a Hermosillo y entonces se constituyó el Cuarto Batallón Irregular de Sonora. En esa ciudad se le confirmó el rango de teniente coronel y comandante. A partir de ese momento inició su ascendente carrera militar hasta llegar a la presidencia en 1920.13

Vemos entonces que Obregón es el hombre que se ha hecho a sí mismo. El “soldado ciudadano” que se dio cuenta del gran desequilibrio que existía entre los obreros y la clase privilegiada. No debe sorprender, entonces, que hacia finales de 1914, durante la Convención de Aguascalientes, se diera cuenta de la necesidad de atraerse el apoyo de los sectores obrero y campesino, tanto para lograr apoyo político como para llenar las filas de su ejército, lo cual lograría bajo el halo de la Confederación Revolucionaria, una organización de corte liberal en donde cabían jefes civiles y militares, estudiantes, abogados, artistas, obreros, mujeres, campesinos.14 

Aquí se encuentran las raíces unificadoras del Partido Nacional Revolucionario, fundado después de su asesinato.15 El libro de Obregón, compuesto en gran medida por recuentos de sus victorias militares y diatribas contra los reaccionarios—es decir, porfiristas, huertistas y orozquistas—y también contra los villistas, se convierte en una extensa carta argumentativa para su propia colocación en el centro del poder, o al menos alguien que aspira a estar ahí. ¿Cómo oponerse al hombre que venció a Pancho Villa y su temible División del Norte? ¿Cómo argumentar en contra de su genio militar, expuesto racionalmente a lo largo de 500 páginas en una prosa llana, y su minucioso recuento de los papeles en el conflicto de más de 2,000 hombres que aparecen en el texto? En el libro, Obregón porta el sombrero de alguien preparado para gobernar sobre los demás hombres, un color más del camaleón que ajustaba su discurso de acuerdo al público que lo escuchaba.16 La narrativa nos revela a una persona con una conciencia total sobre la intensidad dramática de la Revolución.17

IV. OCHO MIL KILÓMETROS EN CAMPAÑA Y SU REPRESENTACIÓN DE LAS CLASES SOCIALES

Aunque son pocas, las referencias a las clases sociales en el texto obregonista dejan pocas dudas sobre su papel en la lucha revolucionaria. Se debe decir, para empezar, que el caudillo tiene una visión dicotómica de la sociedad, tensa por naturaleza. Existe “el pueblo” mexicano, en abstracto, que es abnegado y fiel. Lo mismo opina de su ejército, el cual recibe loas prácticamente durante toda su obra (los cuales se baten siempre “con arrojo”, “como leones”, o “con bizarría”) y en particular aquellos miembros de su ejército que son cercanos a él. Pero ambos sectores sólo le merecen buena opinión cuando están de su lado. Como dije arriba, cuando habla de las fuerzas villistas, huertistas o porfiristas, no extiende los mismos términos aprobatorios (hace una excepción cuando describe los lances finales del ejército villista en el Bajío en las batallas de León y Celaya de 1915; Villa, en cambio, siempre es un “bandolero”). Del otro lado simplemente están aquellos que explotan a la sociedad.

Los primeros capítulos de la extensa obra son esenciales para entender este binomio. Durante el Porfiriato, relata el sonorense, estaban aquellos que explotaban y apoyaban al Gobierno de la dictadura y aquellos de la oposición. Obregón se asume en el segundo grupo, toda vez que perteneció “al gremio obrero” y que “administró algunos haciendas”. Ahí se pudo dar cuenta, afirma, del maltrato que recibían los peones por parte de los capataces y los patrones. Había monopolios y privilegios. Díaz es “el tirano”.18 

La figura de Madero se alza contra Díaz. Es en ese momento cuando Obregón aprecia el movimiento como un externo, como un “maderista pasivo”. Aquí el hilo narrativo se hace más fino: al momento que Madero escapa a Estado Unidos y estalla la Revolución, Obregón precisa que los hombres en apoyo del “apóstol” se dividieron en dos: aquellos dispuestos a levantar las armas, que “abandonan los hogares y rompían toda liga con la familia” y los que están “atentos al mandato del miedo”, sin armas y con ligas familiares. El autor afirma que “tuvo la pena” de pertenecer a la segunda, pero después—al admirar a los rebeldes en Huatabampo—reconoció que “para defender los sagrados intereses de la patria sólo se necesita ser ciudadano; y para esto, desoír cualquier voz que no sea la del deber”.19 En oposición sólo está “la reacción”, “el gobierno criminal”, aquellos que apoyan a Díaz.

Transcurren así un buen número de páginas en la frontera de Sonora y Chihuahua, en donde los ejércitos orozquitas y huertistas son aniquilados ante las tácticas de Obregón, quien se asume como un soldado, tomando órdenes de distintos jefes (en especial del general Sanguinés). El peor escarnio para los perdedores de estas batallas fronterizas, precisa, es deponer las armas al cruzar la línea con Estados Unidos, lo cual documenta en varias ocasiones. Ahora bien, una vez que la reacción hubo sido exterminada de Sonora, Obregón regresa a Hermosillo para hablar con el gobernador Maytorena, con quien tiene fuertes diferencias. En particular, le reprocha su miedo y su vacilación. Lo ve como una persona débil que no está dispuesta a luchar contra la traición de Huerta. Al final, el gobernador escaparía de su propio estado20 y según el propio Obregón, confesaría su amistad con el grupo de los científicos.21 

Al llegar Pesqueira como interino al poder, Obregón aprovecha para hacer una parada militar en Hermosillo y lanzar un manifiesto al pueblo de Sonora. El escrito incita a las masas a levantarse contra una “jauría” que mancilla y profana el recuerdo de Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez. También llama a renunciar a las “delicias del hogar” para defender una patria ultrajada.22 Entre las fuerzas que se han unido a Huerta están varios contingentes sonorenses, incluyendo el prefecto político de Álamos, quien “de acuerdo con los principales acaudalados de las cabeceras de distrito, tenia alrededor de 200 hombres, entre los que figuraban los principales capitalistas que se habían afiliado sin escrúpulos al gobierno usurpador”.23

Sobre el clero, Obregón hace varios comentarios críticos. En Tepic denuncia la participación de religiosos a favor de Huerta mediante la publicación de los diarios El Hogar Católico y El Obrero de Tepic, los cuales critican el avance de los constitucionalistas con “acres calificativos”. El sonorense ordena la intervención de los archivos de esos diarios, el procesamiento de un obispo y la expulsión de otros clérigos.24 

Vuelve a criticar a los religiosos cuando los constitucionalistas toman Guadalajara, en particular a los fanáticos que critican el Plan de Guadalupe y las Leyes de Reforma.25

Los comentarios sociales más interesantes de todo el libro tal vez sean aquellos que se centran en la Ciudad de México. Cuando el ejército del noroeste entra a la capital, el 15 de agosto de 1914, el entusiasmo de las “clases populares” alcanza su máximo, con miles de hombres desfilando desde el Monumento de la Independencia hasta el Palacio Nacional. Lo mismo en Puebla, hacia enero de 1915, “en donde el espíritu de las mayorías, sobre todo en las clases trabajadoras, era simpatizador de nuestro movimiento”.26 Pero en la Ciudad de México, por esas mismas fechas, cuando entraron las tropas constitucionalistas, Obregón nota “hostilidad determinante” hacia su ejército por parte del clero, del comercio “en gran escala, de la Banca, de los industriales acaudalados y de la mayor parte de los extranjeros”, los cuales se oponen a las órdenes salidas de su cuartel. Afirma el caudillo:

Esta hostilidad, sinceramente creo que, en la mayor parte de los casos, no era hija de sus convicciones y sí de su conveniencia, porque se les resistía suponer que nuestro ejército, siendo tan reducido en número y tan limitado de pertrechos también, fuera capaz de resistir a los ejércitos de Villa y Zapata, que habían visto desfilar en la misma capital, y que sumaban cinco veces más que los elementos nuestros, y creían, naturalmente, que nuestro ejército tocaría muy pronto su fin […] De ahí que su principal objetivo, al seguir esa actitud hacia nosotros, era el de ser consecuentes exclusivamente con sus intereses materiales.27

Ante esta situación, el general toma medidas radicales, es decir, pasar por encima de los intereses materiales de estos grupos para defender la propia causa e intereses morales de su ejército. Impone contribuciones obligatorias a comerciantes, “grandes acaparadores” y clero para “conjurar la terrible miseria que abatía a nuestras clases pobres” con el objetivo de financiar expendios para que el pueblo pudiera obtener artículos básicos a precios bajos, objetivo que logra después de refinar las medidas para llevarlas acabo. Obregón critica en particular a los grandes comerciantes, clero y extranjeros que no aceptan las medidas. Los pequeños comerciantes, dice, “acudieron gustosos a cubrir el impuesto”.28 

Aquellos que se opusieron a las medidas impositivas fueron aprehendidos, haciéndoles ver su “reprobable actitud” (los comerciantes fueron liberados al aceptar pagar su cuota; los sacerdotes más viejos fueron puestos en libertad u obligados a marchar con las fuerzas de Obregón al salir de la capital). Al final, asegura, en la capital se logró una “corriente de simpatía” hacia el constitucionalismo y en general de todas las personas “que no habían sido corrompidas con las prebendas de la dictadura”, las cuales se pudieron dar cuenta de la “criminal oposición” que presentaban a sus medidas las clases privilegiadas y el clero, en particular del gremio de los obreros.29 

Según el caudillo sonorense, recibió tal apoyo de las clases populares en la Ciudad de México que fácilmente podría haber conseguido 25 mil hombres para su ejército, pero se tuvo que conformar con armar a cuatro mil y hacer otro contingente desarmado de cinco mil, la mayor parte obreros sindicados de “La Casa del Obrero Mundial”.30 Pero también se unieron empleados comerciales que abandonaron “lucrativas posiciones en casa comerciales, bancarias, industriales” de la capital y dieron un “bello ejemplo de patriotismo y abnegación” luchando “por la causa del pueblo” en Veracruz.31

  1. CONCLUSIÓN
En este ensayo he tratado de demostrar que en Ocho mil kilómetros en campaña se pueden esbozar, aunque sea de forma muy tenue, los planteamientos básicos del ethos que llevó al poder al caudillo de Sonora. Esta mezcla de practicidad, astucia política y genio militar la resumió Obregón en su ideario al afirmar que “los pueblos se pacifican con leyes, y las leyes se defienden con rifles” para cimentar su poder en el raciocinio de un Estado legal. En efecto, Obregón utilizó el juego político y la tensión entre las clases para subrayar la necesidad de un discurso unificador, fiel solamente a los intereses de la Patria. A pesar de que el grupo que lo llevó al poder se distanció de ese precepto —así como lo hizo Obregón al ser reelecto en 1928—es indudable que éste ya se vislumbraba en el texto publicado tres años antes de llegar por primera vez a la presidencia, inspirado durante el conflicto armado.

OBRAS CITADAS

- DILLON, RICHARD H. “Del rancho a la presidencia” en Historia mexicana, v. 6, no. 2 (22) (oct.-dic. 1956), pp. 256-269, El Colegio de México.
- EINEIGEL, SUSANNE. Reseña del libro The Last Caudillo: Álvaro Obregón and the Mexican Revolution (Jurgen Buchenau, 2011) en The Latin Americanist (2013), pp. 99-100, Southeastern Council on Latin American Studies and Wiley Periodicals, Inc.
- HALL, LINDA B. “Álvaro Obregón y el Partido Único Mexicano” en Historia mexicana, v. 29, no. 4 (116) (abr.-jun. 1980), pp. 602-622, El Colegio de México.
- KNIGHT, ALAN. “Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917” en Brading, David A., Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 32-85.
----------------. “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana” en Secuencia, no. 13, (ene.-abr. 1989), pp. 23-43, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México.
- MORTON, LUIS JR. Reseña del libro Ocho mil kilómetros en campaña (Álvaro Obregón, edición de 1959 del Fondo de Cultura Económica) en The Hispanic American Historical Review, v. 40, no. 3 (agosto 1960), pp. 457-458, Duke University Press.
- OBREGÓN, ÁLVARO. Ocho mil kilómetros en campaña. Estudios preliminares de Francisco L. Urquizo y Francisco J. Grajales; apéndice de Manuel González Ramírez. México, Fondo de Cultura Económica, 1959, 615 pp.
- WOMACK, JOHN JR. “La revolución mexicana” en Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina, tomo 9. México, América Central y el Caribe, c. 1870-1930, Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pp. 78-145.
1Alan Knight. “Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917” en Brading, David A., Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 34-38.
2Ibid, p. 59.
3Ibid, p. 65.
4Ibid, pp. 83-84.
5Ibid, p. 85.
6John Womack Jr. “La revolución mexicana” en Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina, tomo 9. México, América Central y el Caribe, c. 1870-1930, Barcelona, Editorial Crítica, 1992, pp. 79-80.
7Ibid, p. 145.
8Idem.
9Alan Knight. “Interpretaciones recientes de la Revolución mexicana” en Secuencia, no. 13, (ene.-abr. 1989), Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México, p. 23.
10Ibid, p. 24.
11Ibid, pp. 30-31.
12Ibid, pp. 36-37.
13Dillon, Richard H. “Del rancho a la presidencia” en Historia mexicana, v. 6, no. 2 (22) (oct.-dic. 1956), El Colegio de México, passim.
14Linda B. Hall. “Álvaro Obregón y el Partido Único Mexicano” en Historia mexicana, v. 29, no. 4 (116) (abr.-jun. 1980), El Colegio de México, pp. 602-605.
15Ibid, p. 620.
16Susanne Eineigel. Reseña del libro The Last Caudillo: Álvaro Obregón and the Mexican Revolution en The Latin Americanist (2013), Southeastern Council on Latin American Studies and Wiley Periodicals, Inc., p. 99.
17Luis Morton Jr. Reseña del libro Ocho mil kilómetros en campaña en The Hispanic American Historical Review, v. 40, no. 3 (agosto 1960), Duke University Press. p. 458.
18Álvaro Obregón. Ocho mil kilómetros en campaña. Estudios preliminares de Francisco L. Urquizo y Francisco J. Grajales; apéndice de Manuel González Ramírez. México, Fondo de Cultura Económica, 1959, p. 4.
19Ibid, pp. 5-6.
20Ibid, pp. 26-33.
21Ibid, p. 265.
22Ibid, p. 34.
23Ibid, p. 35.
24Ibid, p. 123.
25Ibid, p. 143.
26Ibid, p. 258.
27Ibid, pp. 267-268.
28Ibid, pp. 277-278.
29Ibid, p. 288.
30Ibid, p. 289.

31Ibid, p. 290.

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