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Chile y el mestizaje “al revés”. El papel de la mujer española hacia el final del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII

La vuelta del malón, de Ángel Della Valle (1892).


Cuando se habla de América Latina se habla de mestizaje. El binomio ha resultado imposible de separar desde que Colón encontró la masa continental. En América, el mestizaje se asoció históricamente con la imposición de la fuerza del hombre español sobre la mujer indígena. Todas las fuentes documentales de la época constatan ese hecho en las localías que recibieron la llegada de españoles o portugueses. Pero en Chile este proceso fue distinto. Si bien la enorme mayoría de los mestizos nacieron de uniones entre hombre blanco y mujer indígena, la región mapuche de Chile fue el teatro de una violenta y larga lucha entre indios y españoles. El final del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII fueron las etapas más sangrientas de este conflicto.

A medida que los españoles avanzaron en su colonización hacia el sur del territorio, se toparon con una férrea resistencia en la región araucana. En las batallas y ataques a los poblados de ambos grupos beligerantes muchas mujeres fueron muertas, raptadas o ultrajadas. Pero a diferencia de la gran mayoría de los reinos y provincias de América Latina en donde la mujer española estuvo ausente o llegó al territorio una vez que los nativos hubiesen sido pacificados, los cronistas españoles que llegaron a Chile durante esta época documentaron el mestizaje “al revés” ocurrido entre mujer blanca e indio. De acuerdo con sus textos, las uniones sucedieron cuando las peninsulares fueron capturadas, esclavizadas y frecuentemente obligadas a cohabitar con algún cacique. Sumado al proceso que ya se estaba dando entre españoles y mujeres nativas, ese mestizaje “no derecho” dio como resultado a la actual sociedad chilena.

[Este trabajo se realizó para la materia Historia de América Latina, impartida por la Dra. Isabel Povea para la Maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm, México en abril 2016. Una versión en PDF puede descargarse aquí]

En este texto abordaré el hecho antes descrito desde el punto de vista de Alonso de Ovalle (1603 -1651) y Diego de Rosales (1601-1677), dos cronistas de la Compañía de Jesús que estuvieron en Chile en el XVII en donde, junto con sus propias observaciones del territorio y la sociedad local, recolectaron testimonios que dieron fe del mestizaje “al revés”. Otros cronistas--tanto soldados como religiosos--escribieron textos sobre este nuevo territorio, tales como: Jerónimo Vivar (Relación copiosa y verdadera del Reyno de Chile),  Alonso de Góngora Marmolejo, (Historia de Chile), Pedro Mariño de Lobera (Crónica del Reino de Chile), Felipe Gómez de Vidaurre (Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile), Juan Ignacio Molina (Saggio della storia civile del Cile) y Miguel de Olivares (Historia militar, civil y sagrada de lo acaecido en la Conquista y Pacificación del Reino de Chile). En este ensayo sólo me concentraré en el trabajo de Alonso de Ovalle y Diego de Rosales. Considero que éstos dos son suficientes para acercarse al fenómeno del mestizaje “al revés” chileno.

I. EL ENCUENTRO DE DOS MUNDOS

El inicio de la conquista de Chile sucedió en el año 1541. El español Pedro de Valdivia llegó a ese territorio y, junto con su grupo de expedicionarios, pasó los próximos 50 años intentando pacificar a los indios de esta región. Con el título de teniente de gobernador otorgado por Francisco Pizarro, Valdivia llegó desde Perú y poco a poco logró establecer algunas poblaciones, fuertes y encomiendas con ayuda de los religiosos que lo acompañaban. En el año anteriormente citado logró comprar algunos territorios a un cacique para fundar Santiago. Después se movió más hacia el sur, hasta el territorio mapuche, y marcó la frontera entre españoles e indios en los márgenes del río Bio Bio.

En esta misma región, ya como capitán general interino del reino y después como gobernador, estableció ciudades en territorios indígenas, allende al margen de Bio Bio, como Concepción (1550), La Imperial, Valdivia (1552), Villarrica (1552), y Los Confines (1553). En ese mismo año de 1553 fue capturado y muerto por el indio Lautaro tras la batalla de Tucapel, cerca de Concepción, la cual se encuentra unos 430 kilómetros al sur de Santiago. Los indios se rebelaron en 1598-1599 y lograron destruir las ciudades sureñas antes mencionadas. Con esa acción, los españoles se retiraron a la parte central del  territorio y se estableció una tenso orden que duró hasta 1612, cuando los jesuitas Horacio Vechi, Martín de Aranda, y el nuncio Diego de Montalban murieron a manos de los mapuches.

A partir de ese momento empezó otra guerra que duró hasta 1640, cuando la mayoría de los nativos capituló. Sin embargo, muchos indios permanecieron en rebeldía, realizando incursiones violentas en los límites previos de la región de Arauco, periodo en el que el intercambio de prisioneros, religiosos y mujeres de ambos lados se dio con frecuencia. Los relatos del mestizaje “al revés” fueron recogidos después de la destrucción de las ciudades fundadas por Valdivia y datan de ese periodo de colonización que siguió al de la conquista española, cuando ya habían llegado mujeres ibéricas a las ciudades sureñas.

Como en muchos otros lugares a donde llegaron los españoles, los primeros 50 años de la conquista involucraron batallas, muerte, ardor bélico y religioso. Miles de indios fueron hechos esclavos, aunque otros se unieron a favor de la causa peninsular. Las “huestes de Valdivia” rápidamente establecieron la encomienda y lograron identificar los recursos naturales de la región, en particular de oro. Para un autor, la mano de obra se convirtió en el principal problema de los encomenderos, pues debieron encontrar un balance entre la población indígena de esta zona dedicada a los trabajos pesados y aquellos guerreros que nunca estarían dispuestos a la esclavitud1, los cuales de hecho ya contaban con mujeres esclavas que les realizaban un buen número de trabajos domésticos sin remuneración alguna. Puesto que la poligamia era aceptada entre los mapuche, muchas mujeres se dedicaron a realizar distintos trabajos para los hombres, desde cocinar hasta cortar madera para fuego.



Durante este periodo la religión cristiana se impuso a los nativos, acción en la que los jesuitas tuvieron un papel destacado gracias al trato que le dieron a los indios, así como su oposición y denuncia a muchas de las prácticas codiciosas de los seculares españoles. El trabajo de los religiosos fue esencial para estrechar las relaciones sociales y comerciales entre europeos y nativos durante la primera mitad del siglo XVII, cuando se estableció la tensa frontera entre ambos grupos. En la segunda mitad de ese siglo, ya cuando la esclavitud se había abolido (1683), se intensificó el trueque y el mestizaje, pues se deslegitimó el principal incentivo de la guerra. A lo largo de estos años, pero en particular durante los primeros 50 de la conquista, los españoles se abocaron en convertir a los indígenas al cristianismo y hacerles súbditos de la Corona, pensamiento en donde se involucraba, inevitablemente, la posesión de la tierra.

No hacerles caso a esta orden implicaba rebeldía. Así, se legitimó el uso de la fuerza española por encima de los gobiernos nativos, pues ellos mismos, se dijo, se habían impuesto por la fuerza a otros pueblos. Esto se hizo más claro para España al aceptar los nativos un estado de sumisión a la monarquía española.2  Después de intensos debates entre religiosos como Juan Ginés de Sepúlveda, Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria, una bula papal de 1537 ratificó que los indios, en efecto, eran hombres y podían disponer libremente de sus propiedades, lo cual también implicó que el europeo pudo comerciar y establecerse en los nuevos territorios para pacificar y cristianizar a los aborígenes.3 Dicha pacificación, oficializada en 1573, también implicó mayor ordenamiento en la repartición de territorios del nuevo mundo, en vista de que sólo se podían dar en concesión real, ya no mediante la usurpación. A cada poblador, por disposición monárquica, se le asignó un pedazo de tierra específico y delimitado para vivir, cultivar y usar en tareas agrícolas. La asignación se hacía dependiendo de los méritos de la persona (peonías o caballerías). No se podían vender las tierras, había que usarlas. Después la Corona decidió poner las tierras a subasta del mejor postor. La Corona también pidió a la gente demostrar que en efecto era dueña de sus tierras.

En el orden español, también había haciendas, estancias, encomiendas, mayorazgos y tierras compradas a los indios. Sin embargo, esto propició abusos por parte de los españoles. Muchos vendieron sus tierras, a pesar de ser ilegal, y con eso crearon latifundios, en donde grandes extensiones de tierra fueron compradas por unas cuantas familias. Antes de ser prohibido por la Corona, las órdenes religiosas también llegaron a realizar prácticas latifundistas. En la práctica, a pesar de las prohibiciones, las órdenes siguieron acumulando propiedades.4 En mayor o menor grado, esta situación no excluyó a Chile, sitio en donde los españoles se habían encontrado a pobladores sin ciudades o asentamientos con alta urbanización y uso avanzado de la agricultura, como sí los había en México y Perú. Este grupo de nativos, según Dussel, tenía cierto conocimientos del mundo vegetal, pero no eran netamente agricultores. Cultivaban el maíz, calabazas y papas.5 A pesar de esto, en las crónicas de época queda claro que los mapuche comparten algunos elementos con las civilizaciones nativas más desarrolladas, tales como su concepción de las deidades. Para los del sur, que no tenían una religión institucionalizada como sí lo existía para mexicanas, incas y mayas, también había un “tiempo místico”, en oposición al tiempo lineal europeo. Así, vivían cada acto en ese tiempo inmemorial, como documentan las crónicas.

II. EL PAPEL DE LA MUJER EN LA CONQUISTA Y PACIFICACIÓN DE CHILE

Tanto Alonso de Ovalle como Diego de Rosales fueron jesuitas que tuvieron un pie en la Edad Media y otro en el Renacimiento, además de un claro pensamiento modernizador, aunque no por eso dejan de ser barrocos en muchas de sus expresiones. En esencia, eso significó que su valoración del ser femenino fue distinta a la del hombre. En su lógica, la mujer sólo alcanza la perfección cuando cumple con su obligación reproductiva pero además permanece devota a la religión católica. Esto es doblemente difícil para la mujer, pues su misma naturaleza la hace propensa a desvaríos. De ahí que una mujer devota y con hijos, para los religiosos de esta época, fuera un ser sumamente valorado, pues se acercaba al ideal mariano establecido en la Biblia.

Con dichas afirmaciones es más fácil comprender la extrema conmoción que causó el mestizaje “al revés” en estos religiosos, tomando en cuenta que la lucha contra la idolatría dominó gran parte de su discurso y acción en el Nuevo Mundo. De esta forma, asegura Botta, los religiosos que llegaron a América en distintas misiones “manufacturaron al otro” para legitimar el discurso del catolicismo y de la Corona, lo que inevitablemente alteró las prácticas de los nativos, y neutralizar la escandalosa naturaleza plasmada en la descripción de sus costumbre.6 De esta forma, “lo otro” siempre se opone a “lo normal”, lo establecido por órdenes divinas. El mismo término de mestizaje “al revés”, acuñado por Diego de Rosales, revela esta forma de pensar. La mujer blanca europea se convirtió así en un preciado bien tanto para españoles como para indígenas. Para los primeros significó la conexión y extensión con su mundo y sus costumbres, valioso sustituto ante la escasa posibilidad de aumentar su riqueza con oro o plata; para los segundos, un botín, pero también una forma de acercarse y convertirse por apropiación en el misterioso extranjero, acción en donde iban confundidos sentimientos de ternura, odio y venganza.7

Así, de acuerdo con Montecino, los hijos de españolas e indígena no sufrieron de la discriminación que sí vivieron los vástagos de español e india, pues en el primer caso la identidad se heredaba por el nombre propio, no la pureza de sangre. La identidad, entonces, se convirtió en algo adquirido, sin importar que la sangre hubiese sido “contaminada” por lo europeo.8 El mestizaje “al revés”, claro, también ofreció nuevas posibilidades de fusión cultural.  Montecino argumenta que, en el caso chileno, las mujeres mapuche y las españolas fueron sujetos centrales del advenimiento del ethos mestizo.9 Los indios buscaron “el otro” a través de las mujeres españolas, quienes se convirtieron en una bisagra de dos mundos.10 Estas mujeres “chiñurras”--“señora huirica” en mapuche, término que se traduce más o menos como señora “resentida”, “ofendida” o “con sentimiento”--tuvieron la oportunidad de ver al “otro” de una forma muy distinta a como lo hicieron los hombres españoles, pues, de forma violenta, pasaron del grupo dominante a ser las criadas de aquellos que veían como inferiores y, en muchos casos, madres y co-esposas en una sociedad que aceptaba la poligamia.11

A) El mestizaje “al revés” según Alonso de Ovalle

En su Histórica relación del reino de Chile (1646), un documento de más 500 páginas divido en ocho libros en donde se describe con texto e imágenes las condiciones geográficas y sociales del territorio, el religioso jesuita da cuenta de este fenómeno en varias ocasiones. A lo largo de toda la obra enfatiza la crueldad de los mapuches, pero también realza su gran capacidad como guerreros. En el libro VI describe el sitio de la ciudad de Concepción de finales del siglo XVI, en donde, tras penetrar la defensa española y romper el sitio que se había mantenido durante un año, los indios tomaron venganza al desnudar a todos los europeos.

Las mujeres sufrieron “inhumano cautiverio” y las hicieron vestirse como indias, vivir sin comodidades, hacer y comer maíz mote (cocido con agua simple), el cual se convirtió  en “pan que mezclaban con lágrimas”. Pero además las obligaron a realizar trabajos domésticos fuertes: hacer el fuego, guisar la comida, traer el agua del río en cubetas, moler el maíz.12 El religioso reconoce la valentía de estas mujeres, algunas de las cuales eran monjas, por haber aguantado esa vida durante años. Además, fueron esclavas que murieron con frecuencia cuando los caciques hacían sus borracheras. A pesar de todo esto, subraya, aquellas que fueron rescatadas mantuvieron su fe cristiana. Después describe con detalle el mestizaje “al revés”:

Con el puñal en los pechos, por la constancia que mostraban en la defensa de su honor, fue lance sin remedio el de su desdicha, y última calamidad, la cual lloramos hasta hoy sin consuelo; viendo violados los templos vivos de Dios, y la sangre de los Españoles, y cristianos viejos mezclada con la de aquellos bárbaros gentiles, que en cuarenta y seis años ha que dura este cautiverio, han tenido tantos hijos mestizos, que pueden ya hacer generación de por sí, y lo que más lastima el corazón es ver a estos medios españoles totalmente indios en sus costumbres gentilicias, sin tener muchos de ellos de cristianos más que el bautismo, que algunos de los españoles cautivos,  o sus madres les daban naciendo; pero como se han criado entre los indios, sin enseñanza de la fe, han pedido sus costumbres, sin diferenciarse de ellos en nada, ni saber palabra de la lengua española; y de esto no me maravillo, porque como sus madres, no tienen con quien hablar en su lengua castellana, sino alguna vez con algún cocautivo; no han tenido ocasión los hijos de aprender, porque como la tierra es tan vasta, y dilatada, no les ha sido lícito jamás a estos pobres prisioneros y esclavos de los indios, estar juntos.13 

Estos nuevos mestizos, agrega, son buenos soldados, pues en ellos se ha unido la sangre araucana y española. Por eso, cuando las “señoras españolas” eran finalmente liberadas y debían regresar a sus esposos éstas sufrían vergüenza y confusión, pues ahora iban “cargadas de hijos de los indios” a los cuales amaban, pero al mismo tiempo, por ser hijos de uniones “no derechas”, su alma corría el peligro de la condenación eterna: los vástagos “aunque lo sean de padres tan desiguales, son amarras al corazón, que asiendo del, lo tienen a raya”.14 Más adelante, en libro VII, cuando habla del saqueo del fuerte de Angol, relata cómo le causa lástima ver a las españolas que llegaron desfiguradas por trabajar como esclavas, “sirviendo a sus mismos criados, las que criaron para mandarlos, y servirse de ellos”. Los bárbaros les robaron “la mejor joya del alma, y el inevitable tesoro de su pureza, con la incalculable violencia que les hizo el furor de su arrebatada pasión y absoluto poder”.15

De especial interés es el relato que Ovalle hace del araucano Anganamon, cacique de Purén, en el año 1612. La historia se desarrolla en la zona de Paicaui, cerca Purén y La Imperial. Gracias a la intercesión del padre Luis de Valdivia, españoles e indios acordaron intercambiar prisioneros en un gesto para alcanzar la paz. Los religiosos lograron convencer a los naturales que estaban ahí para sacarlos del atraso y de su “estado de perdición”, lo cual constataron con reales cédulas en donde se ordenaba que los indios debían ser bien tratados. Los grupos hicieron las paces e intercambiaron prisioneros, lo cual implicaba que ambos serían libres de pasar de un lado a otro del río Bio Bio, la antigua frontera entre españoles y mapuches.  Pero durante las negociaciones escaparon tres mujeres de Anganamon y se refugiaron con los españoles, incluyendo una española que había tenido dos hijos con él. La acción de las mujeres afectó la reputación del gran cacique y le causó sufrimiento. Decide entonces recuperar con gran pasión a sus mujeres e hijas, pero los religiosos le argumentan que, por ser cristianas y haber sido bautizadas, es preferible que sigan del lado europeo.

Las mujeres, cuenta Ovalle, eran prendas de seguridad para que no hubiera otra guerra. Enfurecido, Anganamon mató a los propios caciques araucanos que habían negociado con los españoles. Después, los padres tomaron el papel de enviados diplomáticos y le explicaron que sería muy fácil recuperarlas si él siguiese la misma fe cristiana. Pero el araucano se negó. Tampoco le interesó la paga que recibiría en lugar de las mujeres. Seguidamente, de forma brutal, mató a los tres religiosos jesuitas que intentaron negociar con él: Horacio Vechi, Martín de Aranda, y el nuncio Diego de Montalbán. En ese momento se rompió la paz entre españoles y araucanos. El conflicto duraría al menos otros 40 años, según Ovalle.16

B) El mestizaje “al revés” según Diego de Rosales

La Historia General de Chile. Flandes indiano, escrita en 1676 pero publicada hasta 1877 por Benjamín Vicuña, consta de tres tomos y más de mil 500 páginas. En ella, como en el libro de Ovalle, se describen las condiciones naturales y sociales del territorio chileno, además de la interacción de los españoles con los nativos. Rosales acuña el término “mestizo al revés” cuando describe a un guerrero mapuche, hijo de una “señora española bien principal” llamada Doña Aldonza de Castro y Aguilera, cuñada del Gobernador Alonso de Rivera.17

Más adelante detalla como fue capturada en el pueblo de Chillán la esposa del militar Juan de Azebedo, una “señora muy hermosa, honesta y principal”, así como su suegra Doña María de Escobar, un hijo, dos mozos españoles, y quince indios e indias de su servicio. La joven mujer peninsular le daba pecho a su hijo cuando fue capturada, no sin antes haber visto como los indios tomaron al bebé y lo estrellaron contra la pared.18 Este tipo de descripciones son muy frecuentes en esta obra de Rosales. En general, se remarca la naturaleza barbárica de los nativos y sus actos sanguinarios. En otro apartado describe el momento de liberación de prisioneras españolas, las cuales salían avergonzadas de su cautivero por llevar hábitos de indias y parecerles “cutres” y “poco decentes”.19

Aún más adelante describe a una española “niña de veinte años, hermosa y bien dispuesta” que causó enorme felicidad a su esposo cuando fue liberada en intercambio de su cautivero. Cuando se cambió el hábito de india a ropa de gala que le había comprado su marido, vestimenta “decente y conforme a su calidad”, se trasformó de esclava a reina ante los ojos de los naturales y de los propios europeos.20 Sin embargo, considero que el pasaje más interesante del libro es un testimonio de la forma pensar de los araucanos con respecto a la guerra. Rosales transcribe el ardiente argumento del toqui Lincopichón* para guerrear contra los españoles, un largo razonamiento que incluye, de hecho, la captura de mujeres blancas. A continuación expongo un fragmento:

¿Cuándo nuestros antepasados rindieron parias a los españoles? ¿Somos nosotros menos que ellos? ¿No heredamos   su sangre y su valor? ¿Pues, por qué hemos de degenerar de su valentía? ¿Qué importa que nos maten cuatro ni seis soldados, pues nosotros les matamos los españoles de cuarenta en cuarenta y de sesenta en sesenta? ¿Qué perdemos cuando nos lleven por esclavas cuatro mujeres, cuando nos sirven las suyas y nos hacen chicha* sus españolas, y nos paren hijos más blancos y animosos y alentados? […] ¿Para qué hemos de dar la paz? 21

En su Manifiesto apologético de los daños de la esclavitud del reino de Chile (1670), Rosales cifra en esa práctica todos los males y la causa de la interminable guerra en la Araucania. La esclavitud se pensó medicina pero se ha convertido en veneno y eterniza la guerra. Los indios se han hecho más duros a causa de la codicia española. El religioso critica que los europeos tomen por esclavas a mujeres indias con el falso argumento de ser apóstatas, a pesar de que, al momento de la redacción del escrito, la mayoría de los mapuches habían aceptado el vasallaje. Así, ¿cómo puede hacerse esclavo a un mestizo que es hijo de español? En turno, esto provoca que los naturales rapten a mujeres españolas, las obliguen a cohabitar con ellos y las traten como esclavas. Pero a diferencia de los españoles, los vástagos de las mujeres blancas son tratados como libres y no como esclavos.22

En otra de sus obras, Rosales habla de los hijos de mujeres españolas que viven sin doctrina, infieles, bajo costumbre bárbaras (en particular, con muchas borracheras y en poligamia), a pesar del intento de las madres de bautizarlos.23 Dichas prácticas llevan a la perdición. En un caso, como el Rodrigo de Cuebas que nació entre los mapuches, se habla de poligamia y una vida licenciosa, existencia que sólo se recompuso cuando el citado se “inclinó a la virtud”. Uno más habla de una niña de nombre Tomasa, quien fue capturada siendo muy joven y olvidó el castellano, lo cual le provocó muchos problemas al tratar de retomar las oraciones católicas.24 En el mismo texto se explica el trabajo de un sacerdote que se dedicó a conseguir limosnas para que españolas y mestizas salidas del cautivero vistiesen “el traje de Españolas, y dejasen el de indias”, además de buscarles soldados para casarlas “para que la necesidad no las obligase a ser malas”.25 En el libro de Rosales, otro padre se lamenta que la “sangre Española” haya sido “tan derramada entre bárbaros nacidos y criados en sus costumbres, por haber nacido en tierra de guerra, sin noticia de Dios”.26

III. CONCLUSIÓN

En este ensayo he tratado de evidenciar que el mestizaje chileno guardó diversas particularidades gracias al papel que jugó la mujer española en él, a diferencia de lo que pasó en la mayoría de los países a donde llegaron los españoles durante el siglo XVI. Si bien no dudo que en algunos casos este proceso se haya llevado a cabo con ternura, coincido con Montecino cuando afirma que “encuentro”, en el contexto de la pacificación araucana y el choque entre españoles e indios, significa “violencia”. Los documentos aquí consultados dejan poco espacio para pensar lo contrario, situación más interesante cuando se consideró que la región no fue oficialmente pacificada sino hasta 1881.

Algunas de las mujeres españolas que llegaron a ese territorio pensando que vivirían como peninsulares en América, es decir, asentando una forma de vida conocida mejorada con las riquezas de la tierra americana y la mano de obra indígena, se encontraron en medio de un ciclo violento en donde su sobrevivencia se convirtió en su único motivo de vida. Pensaron que ennoblecerían las ciudades sureñas de Chile ordenando en señoríos y encomiendas de indios pero, como hemos visto en diversos casos, pasaron a la esclavitud. En muchos casos, la cautiva se convirtió en cuerpo en movimiento al atravesar fronteras prohibidas y, con eso, realizó un viaje acicateada por el terror y la curiosidad, en donde se enamoró de su propia nostalgia, de su propia salida de la civilización a causa de un acto sexual impuro, lejos de la ley natural y el mandato divino. Esta mujer europea vivió una “doble extranjería”, tanto en el lugar en donde fue mantenida en cautiverio como al momento de ser liberada o rescatada de éste.27  Dicha situación marcó una parte esencial del mestizaje chileno, huellas que aún se aprecian en la conformación social del país andino.

OBRAS CITADAS

- BOTTA, SERGIO. Manufacturing Otherness: Missions and Indigenous Cultures in Latin America. Reino Unido. Ed. Newcastle upon Tyne : Cambridge Scholars Publishing (e-book), 2013, 295 pp.

- DUSSEL, ENRIQUE. Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la Historia Universal. Chaco, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 1966, 249 pp.

- GÁLVEZ, LUCÍA. Mujeres de la conquista. Argentina, Ed. Sudamericana, 1999, 218 pp.

- IGLESIA, CRISTINA. “La mujer cautiva: cuerpo, mito y frontera” en Duby G. & Michelle Perrot, Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Discurso y disidencias, Madrid, Ed. Taurus, 1993, 414 pp.

- JARA, ÁLVARO. Guerra y sociedad en Chile. La transformación de la guerra de Arauco y la -esclavitud de los indios. Santiago, Ed. Universitaria, 1971, 255 pp.

- KONETZKE, RICHARD. Historia universal Siglo XXI. América Latina. II. La época colonial. Madrid, Siglo XXI, 1977, 406 pp.

- MONTECINO, SONIA. Palabra dicha. Escritos sobre género, identidades, mestizajes. Colección de libros electrónicos, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, 1997, 195 pp. Edición electrónica consultada disponible en la liga http://www.libros.uchile.cl/files/presses/1/monographs/239/submission/proof/index.html#/195/zoomed

---------------------------- Sangres cruzadas: mujeres chilenas y mestizaje. Chile, Servicio Nacional de la Mujer, 1993, 61 pp. Edición electrónica consultada disponible en la liga http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-85021.html.

- OVALLE, ALONSO DE. Histórica relación del reino de Chile. Roma, 1646, 455 pp. Incluye anexos y mapas. Edición electrónica consultada disponible en la liga http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-8380.html.

- ROSALES, DIEGO DE. Historia General del Reino de Chile, Flandes indiano. Valparaíso, Ed. Benjamín Vicuña Mackenna, 1877, tomo III, 502, pp. Edición electrónica consultada disponible en la liga http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-8025.html.

----------------------------- “Manifiesto apologético de los daños de la esclavitud del reino de Chile” en Amunátegui, D., Las encomiendas de indíjenas en Chile. Memoria histórica presentada a la Universidad de Chile, en cumplimiento del artículo 22 de la lei de 9 de enero de 1879, Santiago, Imprenta Cervantes, 1909, 272 pp. Edición electrónica consultada disponible en la liga http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-98898.html

----------------------------- Seis misioneros en la frontera mapuche. Del libro IV de la conquista espiritual del reino de Chile. Volumen I. Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1991, 362 pp.

NOTAS

1 Álvaro Jara. Guerra y sociedad en Chile. La transformación de la guerra de Arauco y la esclavitud de los indios. Santiago, Ed. Universitaria, 1971, p. 215.


2 Richard Konetzke. Historia universal Siglo XXI. América Latina. II. La época colonial. Madrid, Siglo XXI, 1977, pp. 20-34, passim.


3 Ibidem.


4 Ibidem.


5 Enrique Dussel. Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la Historia Universal. Chaco, Argentina, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 1966, pp. 118-121.


6 Sergio Botta. Manufacturing Otherness: Missions and Indigenous Cultures in Latin America. Reino Unido. Ed. Newcastle upon Tyne : Cambridge Scholars Publishing (e-book), 2013, p. 11.


7 Lucía Gálvez. Mujeres de la conquista. Argentina, Ed. Sudamericana, 1999, “Introducción”.


8 Sonia Montecino. Palabra dicha. Escritos sobre género, identidades, mestizajes. Colección de libros electrónicos, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, 1997, p. 127.


9 Sonia Montecino. Sangres cruzadas: mujeres chilenas y mestizaje. Chile, Servicio Nacional de la Mujer, 1993, p. 57.


10 Ibid, p. 27.


11 Ibid, p. 55.


12 Alonso de Ovalle. Histórica relación del reino de Chile. Roma, 1646, p. 256.


13 Ibid, p. 262.


14 Ibid, p. 263.


15 Ibid, p. 305.


16 Ibid, pp. 275-282.


17 Diego de Rosales. Historia General del Reino de Chile, Flandes indiano. Valparaíso, Ed. Benjamín Vicuña Mackenna, 1877, tomo III, p. 144.


18 Ibid, pp. 275-282.


19 Ibid, p. 187.


20 Ibid, pp. 262-263.


*  Toqui significa “jefe” o “hacha de guerra”, palabra de uso contextual para los mapuches.


* La bebida alcohólica más popular de los mapuches, hecha de fermento de maíz, otros cereales o frutos.


21 Ibid, p. 156.


22 Diego de Rosales. “Manifiesto apologético de los daños de la esclavitud del reino de Chile” en Amunátegui, D. Las encomiendas de indíjenas en Chile, Santiago, Imprenta Cervantes, 1909, p. 219.


23 Diego de Rosales. Seis misioneros en la frontera mapuche. Del libro IV de la conquista espiritual del reino de Chile. Volumen I. Temuco, Ed. Universidad de la Frontera, 1991, p. 57.


24 Ibid, pp. 62-63.


25 Ibid, p. 345.


26 Ibid, p. 349.

27 Cristina Iglesia. “La mujer cautiva: cuerpo, mito y frontera” en Duby G. & Michelle Perrot, Historia de las mujeres. Del Renacimiento a la Edad Moderna. Discurso y disidencias, Madrid, Ed. Taurus, 1993, pp. 296-297.

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