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El “milagro mexicano”. El principio del fin del programa revolucionario


SUMARIO: El llamado “milagro mexicano” fue un periodo de contrastes y paradojas, las cuales, por su misma ambigüedad, acabaron sepultando en los años 70 las intenciones del gobierno por obtener un desarrollo estable, controlado y lograr una verdadera industrialización competitiva. Cambiar la cara del país de uno violento a otro en camino de la modernidad trajo profundos consecuencias para el régimen emanado de la Revolución, el cual vio desmoronarse su programa original de justicia social.

  1. INTRODUCCIÓN
En este trabajo abordaré el periodo conocido como el “milagro mexicano”, definido éste como el lapso entre 1940 y 1968 que vio un repunte macroeconómico dirigido por acciones específicas del Estado y la actividad del sector privado. Si bien los indicadores macroeconómicos presentaron un desempeño positivo en esta época, el sistema político se modificó poco. En buena parte lo mismo sucedió con las demandas sociales que buscaban mayor apertura y libertad, las cuales rompieron con el paradigma del “milagro” tras los hechos violentos de 1968. Tras esa fecha, llegaron diversas crisis.

[Este trabajo forma parte del curso "Origen, desarrollo y caída del estado revolucionario, 1911-2000", impartido por la Dra. Paola Chenillo como parte de la Maestría en Historia Moderna de México, de Casa Lamm. Versión en PDF]

Comparto la visión de Viales cuando afirma que el desenlace de la Primera Guerra Mundial catalizó el proceso industrializador iniciado en México en las últimas décadas del siglo XIX. Es decir, para entender al “milagro mexicano” no se puede perder de vista que la atención económica regional se posó sobre Estados Unidos después del referido conflicto bélico. Sin embargo, las consecuencias de la crisis del 29 hicieron repensar a los gobiernos latinoamericanos un modelo de excesiva dependencia con ese país. El resultado de este rebalanceo poscrisis se puede sintetizar en los siguientes cambios, de acuerdo con Viales, en donde los gobiernos tomaron las siguientes acciones: a) reforzaron el sector exportador agrícola, tradicional y dependiente del comportamiento del mercado internacional; b) implementaron el modelo de sustitución de importaciones en la manufactura para industrializar al país, pero además lo extendieron–en ocasiones­–a los sectores agrícola y de servicios para recuperar el sector no-exportador; y c) activaron una política económica en donde el Estado tomó un papel central.1 Estas tres “fuerzas” catapultaron el desarrollo de México, pero no sin consecuencias. A largo plazo, este cambio trajo problemas: a) la contracción del mercado interno protegido que no estimuló la producción para la exportación; b) la pequeña escala de la gran mayoría de los establecimientos comerciales; y c) una baja productividad del trabajo.2

En su momento, el modelo fue cuestionado por Raymond Vernon, quien, en 1963, vislumbró que el “milagro” pronto se acabaría de no estimularse el país desde adentro, lo que requeriría “un cambio agudo en la política del gobierno” para permitir mayor inversión de la iniciativa privada y un cambio en el grupo de poder.3 Esto, claro, traería movimientos bruscos en el estatus quo

La otra opción era seguir el rumbo. Ambas decisiones implicaban riesgos, tanto seguir el camino del modelo fincado al menos desde 1940 a pesar de sus señales de ralentización o bien optar por mayor apertura para cambiar la maquinaria política y con ello avanzar hacia los cambios económicos necesarios, asumiendo los peligros de esa segunda opción. Aunque hoy sabemos que México eligió un camino sui géneris inclinado hacia la primera disyuntiva y se llegó a la segunda en décadas posteriores (con dolorosas consecuencias y aprendizajes), la pregunta lanzada por Vernon causó gran polémica. Algunos intelectuales de la época criticaron fuertemente al estadounidense+, a lo que éste respondió que, fuese cual fuese, México debía elegir un camino claro y apegarse a él, con todas las consecuencias que eso implicara, y dejar de lado las ambigüedades características del modelo mexicano, so pena de quedar rezagado en su camino hacia el desarrollo.4 

Según otro autor, se debía elegir entre el desarrollo estabilizador o desarrollo institucional.5

En este ensayo trataré de analizar las ambigüedades del “milagro” desde tres áreas distintas––política, económica y social—con el objetivo identificar la naturaleza del mismo. Es decir, el “milagro mexicano” sólo puede entenderse cuando se aprecia como una serie de acciones encadenadas al régimen posrevolucionario y su búsqueda para cimentar un Estado fuerte, nacionalista, aunque ideológicamente diverso y dispuesto a la negociación con ciertos sectores específicos. Esa paradoja provocó la suficiente presión sobre el modelo para que se desmoronase en la década de los 70.

II. LAS CARACTERÍSTICAS DEL MILAGRO MEXICANO

Si bien las tres categorías de análisis que he limitado en la sección anterior tienden a mezclarse y repercutir en sus distintas esferas, he considerado más práctico dividir en tres este apartado. Al abarcar un periodo relativamente largo–de 1940 a 1968, el cual incluye los periodos presidenciales de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán Valdés (1946-1952), Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1979)–, nuestro objeto de estudio afecta de forma transversal a distintas áreas. Me limitaré a explicar cómo es que las acciones de cada una de ellas repercutió en el “cuadro completo” que trato de ilustrar, el cual sólo se entiende si se ven los cambios y continuidades de este periodo como uno íntimamente ligado a la construcción del régimen iniciado con Carranza, Obregón y Calles. De la misma forma, los problemas vistos en la década de los 70 no nacieron en el vacío, sino que encuentran sus raíces en el “milagro mexicano”.

A) Política y Estado

La relativa calma de este periodo se debió, en gran parte, a los pactos y acuerdos logrados entre tres grupos muy específicos: el Estado, el sector privado y el sector extranjero, principalmente de Estados Unidos, que aglutinaba a grandes bancos y compañías transnacionales.6 Al frente del Estado había tres grupos pertenecientes a una élite muy identificable: burócratas muy preparados; políticos pertenecientes a la jerarquía del PRI; y, por otro lado, un ejército profesional que eliminó cualquier atentado violento contra el régimen. 

De la misma forma, debemos entender que las políticas emanadas de este Estado influyeron principalmente en una nueva y creciente clase media, las masas rurales y las masas de trabajadores urbanos. De esa forma, “la tensión entre ambos significó que el Estado pudo controlar a los tres y nunca permitir su unión total, con lo cual hubiera perdido ese poder”.7 La estabilidad fue necesaria para el crecimiento.

Así, Ávila Camacho continuó con la labor iniciada con Lázaro Cárdenas que vislumbró un país de instituciones, con una Revolución que pasó de los conflictos políticos al progreso continuado, unificado, “institucionalizado”. En efecto, además de fundar el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Ávila Camacho renombró al Partido de Revolución Mexicana (PRM) como Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1946. El “Presidente caballero” mantuvo, en general, buenas relaciones con Estados Unidos y los Aliados y les dio apoyó durante la Segunda Guerra Mundial. Eso se tradujo en el cierre de filas a favor de un proyecto primordialmente capitalista, en oposición a cualquier idea nazi-fascista o comunista. 

Su victoria en unas polémicas elecciones que causaron el enojo de los anticardenistas que apoyaron a Juan Andrew Almazán significó un cambio de rumbo en el país que había tendido, a veces con poco éxito, hacia el socialismo. Para limitar esas críticas, Ávila Camacho asumió un papel a favor de la libre empresa, la industrialización y el modelo de sustitución interna de importaciones. Después, Alemán continuó y amplió el proceso de industrialización de sustitución de importaciones que había comenzado durante la guerra. La clave de su gobierno fue lograr una alianza entre Estado e iniciativa privada, tanto local como internacional, para lo cual mantuvo un discurso de unificación de clases, en donde el Estado sería el árbitro final. En su gestión se identifican los siguientes rasgos, los cuales durarían por muchas décadas más en el sistema político mexicano: la imposición de un solo grupo gobernante; la eliminación de la izquierda de la coalición oficial; la dominación estatal del movimiento obrero; y el cultivo y la cooptación de los líderes de los sectores.8 

De la misma forma, en 1949 revirtió un estatuto del PRI que eliminó las primarias públicas (los candidatos serían elegidos por asambleas internas). Después, Ruiz Cortines otorgó derechos políticos a las mujeres y con eso amplió la base popular del régimen. El resultado inmediato fue una victoria aplastante de López Mateos en las siguientes elecciones presidenciales. En un hábil movimiento político, el capitalino inició su sexenio diciendo que aplicaría la extrema izquierda de la Constitución, con lo cual aisló al Partido Popular Socialista de Vicente Lombardo Toledano y a otros marxistas.9 

En cuanto al problema que se desarrolló entre Cuba y Estados Unidos al empezar la década de los 60, favoreció, después de mucha presión, el bloqueo de los norteamericanos a la isla. Ya con Díaz Ordaz en el poder, el Estado gobernó con mano de hierro. Las reformas que Carlos Madrazo intentó negociar al interior del PRI acabaron con el avionazo de 1969 que le quitó la vida. La maquinaria electoral continuó su dominación. En resumen, los presidentes del partido único privilegiaron el orden durante este periodo.

Cabe destacar que durante este lapso se promulgó una reforma electoral que garantizó al menos cinco escaños en la Cámara de Diputados a los partidos que obtuvieran más de 2.5% del total de los votos y otros escaño por cada 0.5% adicional, hasta un máximo de veinte. La reforma de 1963 se hizo para cooptar a los partidos que habían aparecido en épocas recientes: el anteriormente citado PPS (1948), PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, 1954) y el PAN (Partido Acción Nacional, 1939). Los dos primeros habían nacido después de considerar que ya no cabían en el proyecto del PRI; por su parte, Acción Nacional apuntaló desde su nacimiento una crítica a un régimen que veía como monolítico y totalizador en pensamiento y acción política. La batalla de estos pequeños partidos contra un gigantesco sistema creó una “leal oposición” que “reforzaría al régimen, especialmente después de la represión del período 1958-1959 y a la luz de la revolución cubana”.10 

Así se pudieron evitar, al menos por un tiempo, las críticas de autoritarismo. Si bien los presidentes ejercieron un poder considerable, el “milagro mexicano” no estuvo exento de problemas políticos y disidencias. La clave del mismo fue su constante renovación en las capas directivas y una sucesión negociada en la presidencia (el “dedazo” y el “destape”), con los inevitables desgastes y enojos que eso implica. El régimen implantó un sistema institucional y dejó de lado los personalismos.
Durante esta época, entonces, se intentó alcanzar la imagen de un país ordenado y tolerante, cercano a Estados Unidos, cierto, pero con un Estado que jugó un papel central, promoviendo el desarrollo y la organización social y política. “La ampliación de su autoridad era una clave de progreso”.11 

El Estado era visto como un garante de la democracia, entendida ésta como el desarrollo económico y cambio social. Sin embargo, a pesar de que el discurso revolucionario seguía en pleno auge y sirvió para legitimar a los gobernantes, los avances de la modernidad comenzaron a distanciar la realidad de las palabras. Paradójicamente, el progreso dirigido por el mismo Estado sólo haría que la sociedad pidiera más cambios. “Fue ése un salto ideológico crucial y tiene su propia historia: la conversión del hecho revolucionario en un presente continuo y un futuro simple promisorio”, de acuerdo con Aguilar Camín y Meyer.12 

Se hizo una “idea de eterno futuro” en donde se “reconocen algunos hechos del pasado, etapas, pero hay continuidad, no simultaneidad con el presente”.13 Como gran aglutinador de esta idea progresista estaría el partido único (PNR-PRM-PRI) para convertir a su causa a grupos burocráticos y políticos, además de los sectores campesinos (CNC), obreros (CTM), y las clases medias populares (CNOP). Al inicio, el partido incluyó al sector militar. Un autor considera que la estabilidad política iniciada con Ávila Camacho se debió en gran parte a que esta generación de políticos buscó la paz constructiva a toda costa, pues vivieron la etapa más violenta de la Revolución, y con ello se cristalizaron las instituciones. 14 

De ahí que, tras la polémica elección de 1940 que vio algunos hechos violentos, la ley electoral de 1946 creó un Consejo de Padrón Electoral con el objetivo de quitarle poder a los caciques locales. En 1951, éste mutó a Registro Nacional Electoral. Pero la estabilidad se convirtió en estancamiento. Hacia 1964, “la autocomplacencia pareció incrementarse al grado tal de considerarse perfecto y acabó lo que empezaba a llamarse el sistema político mexicano”.15

B) La economía y el desarrollo estabilizador

Como mencioné al inicio, el sistema económico implementado en esta época fue una mezcla de estatización, proteccionismo y una buena dosis de políticas liberales para impulsar a la libre empresa. Pero el modelo seleccionado tuvo fecha de caducidad desde el momento que fue aplicado. Para la década de los 70, la naturaleza del mismo no soportó su propio peso y se vino para abajo, con severas consecuencias sociales. Al menos un observador, Vernon, prendió las alertas de la viabilidad del modelo cuando analizó la ralentización de la economía a principios de los años 60. 

Al final, el gobierno decidió no hacer los cambios necesarios y tuvo que pasar un trago amargo cuando comenzó su apertura económica, ya en la década de los 80, proceso que sigue en la actualidad. Pero, ¿cómo se llegó a ese periodo de crisis? Sin duda, los factores externos como la Segunda Guerra Mundial y las teorías de la modernización en boga durante esa época influyeron en el diseño del mismo. A pesar de eso, en las acciones del Estado hay una clara dirección para llevar a cabo un crecimiento controlado, lo cual, creo, fue la misma causa de su propio fracaso, dada en gran parte por las ambigüedades de su origen.

De nuevo, retomando a Vernon, tras la crisis nacida de los problemas económicos mundiales de 1928-1929, el gobierno mexicano se dio cuenta de que no podía depender de sus exportaciones como fuente primaria de ingresos, en vista de su constante necesidad de importar distintos productos, principalmente de Estados Unidos. Ante eso, decidió fortalecer su proyecto de industrialización, iniciado en década pasadas, con el modelo de sustitución de importaciones. 

Para eso, creó grandes paraestatales (hacia 1970 había unas 800) y apoyó a diversos empresarios, tanto mexicanos como extranjeros (pero en especial los primeros), con el objetivo de satisfacer las necesidades del mercado interno con distintos bienes manufacturados. Este esquema obligó a tejer un apoyo cercano entre Estado, empresarios locales y extranjeros para guardar la estabilidad y conseguir el desarrollo esperado. El nivel de endeudamiento debía ser estrictamente controlado. Como vimos arriba, esta estabilidad política generó estancamiento, a la larga. Pero al menos en el plano macroeconómico, entre 1940 y 1960, el Producto Interno Bruto subió de 21,700 a 74,300 millones de pesos, en donde las manufacturas llegaron a representar hasta el 38.5% del mismo, ya bien entrados los años 70, un promedio de 7 por ciento anual.16 

El sector manufacturero se concentró en textiles, comestibles, bebidas, calzado, jabón y productos intermedios como el hule, el alcohol y el vidrio para satisfacer al mercado interno. El problema de este modelo es que se dejó de lado la producción de bienes de capital (tecnología y maquinaria pesada). De ahí que la expansión mexicana dependiera de cantidades considerables de productos importados, los cuales no podían pagarse por medio de las exportaciones. Así, siguió dependiendo del comercio internacional. Otra desventaja fue la escasez de capital a largo plazo: industria y manufactura requirieron de la llegada de compañías extranjeras. Hacia 1960 había más de mil millones de dólares en inversión extranjera directa.17 

Cuando el crecimiento comenzó a decaer en los años 60, el gobierno comenzó a pedir créditos extranjeros y para 1970 ya tenía una deuda de 3,200 millones de dólares, la cual subió a 17,000 millones de dólares hacia mediados de los 70 y llegó hasta 100,000 millones de dólares en los 80.18 De la misma forma, la sustitución de importaciones redujo el nivel de competencia en el sector industrial y muchas empresas y paraestatales se hicieron ineficientes (algunas recibían subsidios, con lo que el gobierno podía controlar el precio final con los consumidores), y peor aún, cuando se declaraban en quiebra, eran vendidas a la paraestatal Nacional Financiera (Nafin). 

Esto provocó corrupción entre empresarios y gobierno: costes bajos y beneficios altos. Los productos nacionales distaban mucho de ser competitivos, pues la maquinaria para hacerlos no estaba al día y no se producía ni se invertía una cantidad significativa en investigación y desarrollo. Ese proteccionismo afectó el desarrollo a largo plazo. Además, el dinero que entró de las ventas petroleras, en donde México se convirtió en un productor importante, se usó para gastos públicos.

El campo fue un sector particularmente afectado. Durante este lapso mantuvo precios muy bajos, subsidiados por el gobierno, para que los centros urbanos consumieran dichos productos. También aumentaron las exportaciones. Pero el modelo se desgajó en 1975, cuando México comenzó a importar cereales y con eso perdió su autonomía alimentaria. Poco antes, distintas compañías extranjeras ya habían entrado al país y habían desplazado a millones de campesinos, quienes desde la época de Cárdenas, en su mayoría, habían sido poco productivos a causa del modelo ejidal y la propiedad colectiva de tierras. Ellos se concentraron en la producción de maíz y recibieron menos créditos que las grandes empresas agrícolas, quienes privilegiaron las exportaciones de alimentos de lujo, como el aguacate y el tomate.19

A lo largo del “milagro mexicano” hubo acuerdos entre gobierno y empresarios, pero la relación no estuvo exenta de tensiones. Ruiz Cortines, por ejemplo, trató de imponer multas a aquellos que trataran de encarecer el costo de vida y rebajó el precio del maíz y del frijol. A los empresarios no les pareció la intervención del Estado en un aparente mercado libre y respondieron, en 1953, con una fuga de capitales y una redacción de inversiones. En 1954, el gobierno los alentó con mayores créditos y ventajas fiscales y devaluó el peso de 8.65 a 12.20 pesos por dólar con el objetivo de proteger la producción nacional. Tal como sucedió en la Segunda Guerra Mundial, estas medidas y la coyuntura internacional de la Guerra de Corea, mejoraron la economía nacional.20 

López Mateos incrementó el papel del Estado en la economía. El gobierno compró la American and Foreign Power Company y compró acciones en la industria del cine. Pero en 1963 elevó el precio de muchos productos básicos y aumentó el salario mínimo de los trabajadores. Durante su sexenio se estimuló la inversión extranjera. Con Díaz Ordaz, el gobierno estrechó sus lazos con los empresarios: en conjunto, se planeó una reforma fiscal para que ambos salieran ganando. En 1965, se aprobó un impuesto de 6% adicional sobre las importaciones y se crearon más categorías gravables. A cambio, “los ingresos procedentes de la renta del trabajo como proporción de los ingresos públicos totales obtenidos del impuesto sobre la renta individual ascendieron del 58.1 en 1960 al 77.9% en 1966”.21

Durante el periodo, la inversión pública jamás superó a la privada y las importaciones superaron a las exportaciones en todos los años desde el 45 al 70 (salvo en 1957).22 Así, la relación entre ambos sectores, sintetizada en el “desarrollo estabilizador”, logró la estabilidad de precios y del tipo de cambio (por muchos años 12.50), para estimular el ahorro y la inversión privada, nacional y extranjera.23 Pero hacia 1975, el objetivo no se había logrado: el 20 por ciento de las familias más ricas concentraba el 62 por ciento de la riqueza nacional.24 La repartición de riqueza y la justicia social, objetivos iniciales del plan estabilizador, no llegaron, pero sí se acumuló el capital, tomando en cuenta las acciones del Estado para controlar los precios y mejorar su balanza de pagos.25

C) Los límites del desarrollo y la inconformidad social

Los cambios políticos y económicos anteriormente expuestos trajeron bruscos cambios en la sociedad mexicana, la cual se transformó rápidamente y creció de poco menos de 20 millones a casi 49 millones personas entre 1940 y 1970. La efervescencia intelectual (sobre todo con el impulso que se le dio a la novela que cuestionaba al régimen posrrevolucionario), la cercanía con los Estados Unidos, y los cambios en los hábitos de los mexicanos que habitaban las grandes ciudades (hasta 35% de la población total hacia 1970) crearon, poco a poco, más inconformidad dentro del sistema. Si bien el conflicto y desenlace de Tlatelolco es el más conocido de ellos, otros problemas sociales que sucedieron durante el “milagro mexicano” sumaron golpes a la coraza de un Estado poco dispuesto al cambio. 

En esencia, a pesar del desarrollo económico, para la década de los 60 la sociedad se comenzó a dar cuenta de que no había llegado a un desarrollo pleno. Los rezagos seguían siendo los de siempre, lo mismo que la desigualdad. En las grandes urbes, muchos trabajadores afiliados a la CTM fueron domesticados por los acuerdos alcanzados entre el líder Fidel Velázquez y el gobierno, con lo que se redujeron las huelgas, pero crecieron los favoritismos y los arreglos poco transparentes entre sindicatos y Estado, a cambio de distintos favores. Así, el Estado reafirmó su control sobre muchos trabajadores.

Los esfuerzos oficiales por limitar la influencia de la Revolución cubana y las ideas de izquierda surtieron limitado efecto. En la década de los 50 surgió una izquierda marxista y cosmopolita, con influencia francesa, con lo cual superaron el dogmatismo del Partido Comunista mexicano. “Eran procubanos, prodemócratas, antiimperialistas, universitarios y emprendedores”.26 

Esta corriente inconforme causó resonancia con una idea apuntalada por Pablo González Casanova en su libro La Democracia en México (1965): la estabilidad política había servido para imponer un sistema económico injusto, contrario a lo que pregonaba el PRI. De similar pensamiento eran Carlos Fuentes, Victor Flores Olea, González Pedrero, Francisco López Cámara, Luis Villoro, Jaime García Terrés, entre otros. La situación se hizo más crítica cuando, en 1965, Díaz Ordaz recortó el presupuesto estudiantil. Al presidente se le hizo una imagen de castigador de estudiantes, una en donde había cerrado la vía de avance social del estudiantado a partir del estudio. Poco después vino la huelga de los médicos (1964-1965), la huelga de la Facultad de Derecho de la UNAM (1966) y las protestas de la Universidad nicolaita de Michoacán, la cual acabó con la incursión del ejército en el campus. Las inconformidades destacaron porque fueron protagonizadas por elementos de la clase media.

El punto de quiebre sucedió en 1968, cuando un conflicto entre preparatorianos subió dramáticamente de nivel y ganó el apoyo de estudiantes de la UNAM y el IPN, los cuales salieron a la calles para protestar de forma organizada contra el sistema por la represión y uso de la violencia contra los jóvenes, entre otras demandas, muchas de las cuales recibieron el apoyo de Javier Barros Sierra, entonces rector de la UNAM. La respuesta del gobierno fue brutal, tal vez por temor a una amenaza comunista. Al día de hoy no se conoce con precisión la cifra de muertos del choque entre estudiantes y elementos del ejército del 2 de octubre, pero se estima en centenares, además de otros miles de detenidos. Lo que sí sabemos es que a partir de ese momento, “de la asamblea y la acción directa se pasó a la acción organizada” y surgió el ultraizquierdismo violento y el sindicalismo universitario.27

Antes de esta fecha de rompimiento se deben mencionar a otros conflictos que involucraron a sectores muy específicos de la sociedad y al gobierno. Ahí están la huelga de ferrocarrileros de 1958-1959, quienes habían protestado enérgicamente desde 1948 contra la devaluación del peso, haciendo visibles a los disidentes Luis Gómez Z. y Valentín Campa. El conflicto se agravó por la intervención del gobierno en la vida sindical del gremio ferrocarrilero y, al poco tiempo, por las huelgas convocadas por Demetrio Vallejo en los años 50. La policía lo encarceló, así como a miles de sus seguidores. La represión también pegó al artista inconforme David Alfaro Siqueiros, así como al líder campesino Rubén Jaramillo. El segundo fue asesinado en 1962; el primero pasó cinco años en la cárcel. El resultado de todas estas acciones fue el retiro del apoyo que la clase intelectual había dado al régimen, quienes habían sido determinantes en su apoyo ideológico-revolucionario.

III. CONCLUSIÓN

A lo largo de este texto he tratado de subrayar las ambigüedades del “milagro mexicano”, las cuales, a la larga, intensificaron las consecuencias de las crisis de los años 70. Se optó por un Estado rector, pero con amplia participación del sector privado, se descuidó el campo y a las clases populares para privilegiar a ciertos empresarios y sindicatos. Además, no se apostó por la ciencia y la investigación para desarrollar bienes de capital y con eso reducir las cantidades de endeudamiento. Al final, la industrialización y la urbanización aumentaron la presión sobre ciertos sectores poco favorecidos y críticos del modelo implementado, el cual comenzó un fuerte desmoronamiento en la década de los 70. Fue un “milagro” confeccionado para durar un cierto tiempo, bajo ciertas variables, pero no un modelo basado en la competencia, sino en el proteccionismo y en el estancamiento político.

OBRAS CITADAS

Aguilar Camín, Héctor y Lorenzo Meyer. A la sombra de la Revolución Mexicana, México, Cal y Arena, 1990, 155 pp.

El Colegio de México. “Coloquio 'Revisitando a Raymond Vernon: a medio siglo de The Dilemma of Mexico´s Development'”, publicado en YouTube el 30 de octubre de 2013 y disponible en el siguiente vínculo: https://www.youtube.com/watch?v=SLmKB9QahPE

Loaeza, Soledad. “Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-1968”, en AA. VV., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, 818 pp.

Medina, Luis Medina. Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1994, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, 417 pp.

Navarrete, Ifigenia M. de. “El retorno de Quetzalcóatl: comentarios al libro de Raymond Vernon: El dilema del desarrollo económico de México”, en Investigación Económica, vol. 29, núm. 113 (enero-marzo de 1969), México, UNAM, pp. 105-117.

Smith, Peter H. “México, 1946-c. 1990”, en Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina tomo 13 México y el Caribe desde 1930, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, 350 pp.

Vernon, Raymond. El dilema del desarrollo económico de México: papeles representados por los sectores público y privado, México, Diana, 1967, 235 pp.

------------------------. “Réplica de Raymond Vernon a Ifigenia M. de Navarrete, acerca del artículo 'El retorno de Quetzalcóatl'”, en Investigación Económica, vol. 29, núm. 114 (abril-junio de 1969), México, UNAM, pp. 319-321.

Viales Hurtado, Ronny. “La crisis de 1929 en América Latina: Del viejo paradigma al nuevo paradigma explicativo. Alcances y limitaciones”, en Revista de Historia de América, núm. 126, 2000, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, pp. 85-111.

1Ronny Viales Hurtado, “La crisis de 1929 en América Latina: Del viejo paradigma al nuevo paradigma explicativo. Alcances y limitaciones”, Revista de Historia de América, México, núm. 126, 2000, p. 101.
2Ibid, p. 104.
3Raymond Vernon, El dilema del desarrollo económico de México: papeles representados por los sectores público y privado, México, Diana, 1967, p. 205.
+Véase la reseña de Ifigenia M. de Navarrete, “El retorno de Quetzalcóatl: comentarios al libro de Raymond Vernon: El dilema del desarrollo económico de México”, Investigación Económica, vol. 29, núm. 113 (enero-marzo de 1969), México, pp. 105-117.
4Raymond Vernon, “Réplica de Raymond Vernon a Ifigenia M. de Navarrete, acerca del artículo 'El retorno de Quetzalcóatl'”, Investigación Económica, vol. 29, núm. 114 (abril-junio de 1969), México, p. 321.
5La frase es de Ignacio Marván, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), y fue enunciada en el coloquio "Revisitando a Raymond Vernon: a medio siglo de The Dilemma of Mexico´s Development", publicado por el Colegio de México en YouTube el 30 de octubre de 2013 y disponible en el siguiente vínculo: https://www.youtube.com/watch?v=SLmKB9QahPE
6Peter H. Smith, “México, 1946-c. 1990”, en Bethell, Historia de América Latina tomo 13 México y el Caribe desde 1930, Barcelona, Editorial Crítica, 1998, p. 95.
7Ibid, p. 96.
8Ibid, p. 100.
9Ibid, p. 110.
10Ibid, p. 111.
11Soledad Loaeza, “Modernización autoritaria a la sombra de la superpotencia, 1944-1968”, en AA. VV., Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, s/p.
12Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, A la sombra de la Revolución Mexicana, México, Cal y Arena, 1990, p. 189.
13Ibid, p. 191.
14Luis Medina, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1994, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 157.
15Ibid, p. 167.
16Smith, Op. Cit, p. 85.
17Aguilar Camín y Meyer, Op. Cit, p. 196.
18Smith, Op. Cit, p. 85..
19Ibid, p. 88.
20Ibid, pp. 101-102.
21Ibid, p. 117.
22Loaeza, Op.Cit, s/p.
23Ibidem.
24Aguilar Camín y Meyer, Op.Cit, p. 194.
25Ibid, pp. 198-199.
26Medina, Op.Cit, p. 203.

27Ibid, pp. 214-215.

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