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LA DICTADURA CHILENA Y LA CENSURA MUSICAL. EL CASO DEL GRUPO LOS PRISIONEROS ENTRE 1985 Y 1988



SUMARIO: Con sus letras contestatarias y pegajosos acordes, los primeros tres álbumes del grupo de rock Los Prisioneros lograron cristalizar el ambiente de Chile de mediados de la década de los 80: un país volcado hacia el modelo neoliberal con escaso desarrollo en derechos humanos y altas tasas de desigualdad. Ante el éxito del grupo entre la población juvenil, la dictadura realizó diversos acciones para limitar su alcance, censura cultural frecuente durante estos años. Sin embargo, el trabajo de Los Prisioneros aportó un elemento más para el cambio político y la identidad del país de finales de los 80.

[Este ensayo fue realizado para el curso"Historia de América Latina", materia impartida por la Dra. Isabel Povea en la maestría en Historia Moderna de México, de Casa Lamm. Versión en PDF.]

INTRODUCCIÓN

Un exitoso publicista con altas conexiones el gobierno, el principal antagonista de la película No (Larraín, 2012), le dice la siguiente frase a un grupo de ejecutivos de la bebida de cola Free tras ver un americanizado comercial televisivo que le habían solicitado: “Esto es todo lo que nuestra juventud necesita: música, rebeldía, romance, pero en orden y respeto”. Ambientada en los días previos al plebiscito chileno de 1988, en apenas los primeros minutos, el filme protagonizado por Gael García Bernal resume con esa frase el ambiente cultural que se vivía en Santiago a finales de la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte. En esencia, los medios masivos de comunicación estaban controlados para emitir un cierto modelo cultural aprobado por la oligarquía local y el gobierno militar, en donde no cabía el cuestionamiento ni la oposición al régimen. Aquellos que se oponían al orden establecido eran relegados a la tangencialidad o, en peor de los casos, asesinados o desaparecidos, como le sucedió en 1973 al polifacético cantautor comunista Víctor Jara, días después del golpe militar que le quitó el poder al presidente Salvador Allende (1970-1973).



En los años 80, el grupo de rock Los Prisioneros rompió la barrera cultural impuesta por el Estado. Pero el camino no fue sencillo. La agrupación originaria del barrio santiaguino de San Miguel vivió diversos actos de censura en su intento por romper el bloqueo cultural impuesto por la dictadura. En este trabajo se abordará ese episodio histórico que comprende de 1985 a 1988, años en donde el grupo alcanzó sus mayores éxitos entre la juventud chilena con LaVoz de los 80 (1984), Pateando Piedras (1986) y La Cultura de la Basura (1987), sus tres primeros álbumes. La reacción del Estado ante el éxito del grupo solo se puede entender al contextualizar el periodo político que sufrió Chile al imponerse la milicia en el gobierno, episodio que tuvo fuertes repercusiones culturales entre la población. Ambos temas serán abordados en este texto, el cual parte de la premisa que la Guerra Fría, iniciada al término de la Segunda Guerra mundial, dividió al mundo entre comunistas y capitalistas. La división bipolar trajo fuertes cambios en Latinoamérica, en donde Estados Unidos apoyó a diversos regímenes dictatoriales en su afán por detener el avance del comunismo, como sucedió en Chile. 

Al mismo tiempo, acusó de dictadores a otros que tenían gobiernos ajenos a sus intereses o guardaban tendencias socialistas o comunistas con la idea de justificar la estabilidad de la región. Dicha estabilidad solo se aseguró, en muchos casos, por medio de las fuerzas armadas. La política anticomunista “halló terreno fértil especialmente en algunos sectores de las fuerzas armadas, lo cual debe ser comprendido en el marco del autoritarismo y militarismo que caracterizaron tradicionalmente a las clases dominantes de los países latinoamericanos”, en la lógica de que el “surgimiento de democracias reformistas con apoyo popular, especialmente con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, condujo a las fuerzas militares a aproximarse definitivamente a los espacios de toma de decisión”.1 No solo eso, también se apropiaron de los espacios públicos y de su poder simbólico.2

En Chile, los militares impusieron límites al tipo de cultura masiva consumible. Sin embargo, a pesar de sus pegajosas canciones con letras ácidas y contestatarias, permitió a Los Prisioneros ofrecer conciertos y recitales en diversos lugares. Pero cuando el grupo alcanzó notoriedad entre los jóvenes y llegó a las pantallas de televisión chilenas, el brusco manotazo del Estado limitó su libertad de expresión. La “válvula de escape” que el teórico William Beezley confiere a las expresiones populares para criticar al clase dirigente, bajo ciertas reglas y ciertos contextos específicos3, se había cerrado. La parodia y la crítica simbólica podían llegar a los recitales en foros pequeños y medianos y a los tocacintas de los hogares, pero no a los medios masivos de comunicación, en particular a la pantalla televisiva, en donde la juventud debía divertirse y ser rebelde, pero siempre con “orden y respeto”.

I. UN ESBOZO DE LA DICTADURA DE AUGUSTO PINOCHET

Desde finales de la década de los 50, la política exterior de Estados Unidos en Latinoamérica se focalizó en detener las ideas socialistas y comunistas. Desde esa fecha y hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, el país que recibió mayor atención de los estadounidenses, solo después de Cuba, fue Chile. En esta nación, diversos documentos oficiales recientes han revelado que Estados Unidos tuvo una clara injerencia en el descabezamiento del gobierno socialista de Allende.* El informe Hinchey revela que “Washington financió a los partidos y medios de comunicación conservadores, elaboró campañas de propaganda negra, penetró en sectores influyentes de las Fuerzas Armadas y ya durante el gobierno de Allende promovió golpes de estado en distintas ocasiones”.4 Aunque la profundidad de ese respaldo a los militares chilenos aún se debate, la misma Agencia Central de Investigaciones (CIA, por sus siglas en inglés) ha admitido oficialmente que “apoyó activamente” al grupo opuesto a Salvador Allende.5 En pocas palabras, Estados Unidos no podía permitir una nueva Cuba al sur del continente. Ya en 1972, ese país había realizado un bloqueo económico a Chile con la intención de desestabilizar al gobierno de la Unidad Popular.

La actuación de Estados Unidos durante estos años se circunscribe dentro de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), la cual fue una ideología emanada del país del norte después de la Segunda Guerra Mundial. “Como ideología, reconoció sus orígenes en una visión bipolar del mundo desde la que, supuestamente, Occidente, liderado por los Estados Unidos, representaba el bien, la civilización, la democracia y el progreso”, afirma Velásquez.6 Así, la potencia se propuso conseguir la mayor cantidad de territorios para una integración política, relacionar al “enemigo” de estos territorios con el atraso y la Unión Soviética, y, entre otros objetivos, explotar las fallas de los opositores para mantener al territorio en continua inquietud.7 

El pueblo se encontraba indefenso ante la conspiración comunista que le quería arrebatar su “ser nacional”, una subversión que se reproducía en el interior mismo del país si las ideas de la URSS traspasaban el bloque de países occidentales. Ante todo, había que cuidar la seguridad nacional, papel que las fuerzas armadas desempeñarían al estar en el gobierno. Este militarismo se extendió por la región durante estos y puede entenderse cuando “la institución castrense al servicio de las clases dominantes asume una ideología específica y se proyecta como un súperpoder entronizado en el Estado burgués, erigiéndose en factor decisivo de la política del régimen con pretensiones de controlar, mediante una metodología de guerra, toda la vida nacional”.8 El modelo privilegia una economía neoliberal, en donde el régimen se vincula estrechamente con una reducida oligarquía que le otorga cada vez mayor poder a sus fuerzas armadas bajo una fachada democrática. Los derechos humanos pasan a segundo plano y las actividades de control social al primero.

Durante el periodo de tiempo referido, muchos de los militares que protagonizaron golpes o llegaron a poder por otras vías asistieron a la Escuela de las Américas (US Army School of the Américas) para ser instruidos en distintas técnicas castrenses y, claro, ser indoctrinados. Además de Chile, los golpes de Estado de Perú, Bolivia y Panamá llevaron el sello de la Escuela. Con el objetivo de extender la DNS, la institución ubicada en Ford Gulick, en la zona del Canal de Panamá, adiestro a los militares en la contrainsurgencia. Para septiembre de 1975, unos 33 mil alumnos habían sido graduados y otros miles asistieron a cursos especiales; desde principios de los 70, muchos de ellos ya se encontraban en altas posiciones clave de gobierno.9 La currícula incluía una serie de cursos para inculcar una ideología anticomunista y una fuerte carga pronorteamericana, tales como “Comunismo versus Democracia”, “Introducción a la Guerra Especial”, “Ideología Comunista y Objetivos Nacionales” y “La Amenaza Comunista”.10 

Para realizar un golpe exitoso, el proceso debía incluir una fase preparatoria, otra política y una de acción. Entretejido en esas fases, los militares eran entrenados para realizar programas de mejoramiento económico y social para generar confianza y simpatía hacia las autoridades. De esta forma, se pensaba, disminuiría la influencia comunista.11 El resultado de estas acciones fue “el menosprecio tácito y explícito hacia las instituciones democráticas”, la penalización de la protesta social, la consolidación de un pensamiento de derecha, la estructuración piramidal de la sociedad, la “fascinación hacia el estilo de vida estadounidense”, “la burocratización y el compromiso de lealtad con las elites criollas y el capitalismo transnacional”, y, finalmente, “la sublimación a la militarización de la vida civil”.12 En Chile, la Dirección Nacional de Inteligencia (1973-1977) y después la Central Nacional de Informaciones procuraron que los planes del Estado se realizaran bajo esas prerrogativas, frecuentemente con tácticas brutales y violatorias a los derechos humanos. En cualquier caso, había que luchar contra el “Estado Sacrílego” marxista.13

Cuando la amenaza externa percibida fue más fuerte, entre las décadas de 1960 y 1980, las dictaduras permitieron o apoyaron la operación de “escuadrones de la muerte” para eliminar cualquier subversión. Éstos fueron organizaciones clandestinas paramilitares, generalmente irregulares, que se especializaron en llevar a cabo asesinatos extrajudiciales y otras actividades violentas. Fueron instrumentos de terror dirigido por el Estado.14 En los años 60 y 70, los escuadrones realizaron desapariciones, torturas, ejecuciones y traslados “no oficiales” a través de las fronteras de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Perú en el marco de la “Operación Cóndor”, un sistema secreto que unió en noviembre de 1975 a los regímenes militares de esos países en su cruzada anticomunista, siempre con el apoyo clandestino, organizacional, tecnológico y financiero de los Estados Unidos (los documentos sobre la formación del mismo se revelaron hasta 1999).15 Aunque la cifra oficial nunca se ha dado a conocer, los investigadores concuerdan en que miles de personas fallecieron al llevarse a acabo estas operaciones clandestinas, en donde las “decisiones hechas por las élites locales fueron influenciadas por el ambiente internacional de la Guerra Fría y el régimen hemisférico de contrainsurgencia, así como sus propios intereses en su afán por aumentar su poder y riqueza”.16 Ya con Pinochet en el poder (1973-1990), la dictadura raptó y mató a 3,605 personas y encarceló y torturó a otros 40, 018, la mayoría de ellos en los años 70.17

En cuanto al sistema económico, el gobierno de Pinochet como presidente (a partir de 1974) planteó una refundación que lo distanciara de la crisis experimentadas durante el periodo de Allende. Estado, sociedad y mercado se entrelazaron con un nuevo orden basado en el miedo, la fuerza y la violencia, tal como lo plasmó la Constitución de 1980, salida desde el interior de la dictadura. Al mismo tiempo que disminuyeron los derechos civiles, decreció la inversión pública, el financiamiento a la educación pública, las compañías del Estado fueron vendidas a precios bajos. Según las intenciones de los “Chicago Boys” (economistas chilenos educados en la Universidad de Chicago), se desreguló el mercado y redujo el gasto público con la intención de contener la inflación. Para disminuir el desempleo, el cual alcanzó hasta 27% en 1984 entre la población activa, el gobierno proveyó empleos con bajos salarios, según Llanos. La crisis de 1982 representó un momento clave para el régimen, pues tuvo que rescatar a los bancos privados a través de la deuda pública, a pesar de las extremas reformas neoliberales implementadas después de 1973 que privatizaron industrias públicas, servicios, y el despido de unos 100,000 trabajadores públicos. Con la crisis, el sector industrial se contrajo. 18 Al mismo tiempo, las protestas y la violencia aumentaron hasta que, en 1987, la dictadura consideró un salida política pactada que permitiría nuevas elecciones presidenciales en 1989.

Sin embargo, algunos argumentan que, al final, la dictadura cumplió su cometido final: implantar un modelo de economía neoliberal en Chile y darle estabilidad política al país, lo que ofrece, al día de hoy, rasgos de continuidad entre ambos modelos de gobierno. El cambio solo se dio cuando poco más de la mitad de los votantes optaron por el “No” en el referéndum de 1988, superó el miedo y así rechazaron otros 10 años de Pinochet. “El terror ejercido por la dictadura, motivado en su origen por los fantasmas y tensiones de la Guerra Fría, sirvió de marco objetivo no sólo para la “pacificación” y el sometimiento de las demandas sociales levantadas en el ciclo 1963-1973, sino también para su extremo desmantelamiento”, afirma Pérez.19 Para eso, “destruyó cualquier intento de estado de bienestar o proyecto desarrollista”. En efecto, la dictadura se impuso no sólo por el apoyo norteamericano, afirma otra investigadora, sino porque la misma sociedad chilena ya estaba fuertemente divida entre corrientes oligárquicas y populares antes de su llegada.20 

La búsqueda de la sociedad chilena siempre fue la de superar sus desigualdades, rasgo que comparte con otras países de la región. El dictador contuvo temporalmente ese influjo pero traumatizó por siempre a sus gobernados y de esa forma recondujo la esencia de la sociedad hacia la búsqueda utópica de la libertad, historia común sobre la cual se construye la identidad de la región.21


II. EL CONTROL DE LA MÚSICA DURANTE LA DICTADURA

Sirvan las líneas anteriores para delinear el ambiente en el cual tuvo que subsistir la cultura, y en particular la música, durante los años de la dictadura chilena. Si bien a lo largo de estos años continuaron expresiones que no hicieron una crítica directa régimen, hablaron del amor, del existencialismo, o codificaron sus mensajes bajo una pesada losa de metáforas y simbolismos, lo cierto es que tras el asesinato del cantautor Víctor Jara en 1973, se impuso una especie de autocensura en las artes de difusión masiva. La cultura popular que sí criticó al régimen fue relegada a espacios subalternos, pero no por eso carentes de significado. Al respecto, ligando la Nueva Canción Chilena, el Canto Nuevo y el rock, Osorio afirma que entre 1976 y 1984 “la música, los conciertos y las publicaciones que circularon en el espacio público, actuaron efectivamente como puentes entre la experiencia privada de la juventud, y la proyección de estas experiencias en la construcción de un relato emblemático de aquellos que formaron parte de esta generación”.22 

En pocas palabras, con la música se cristalizaron recuerdos y con ello, una nueva cultura, siendo los jóvenes la vanguardia de la misma, pues en ellos recayó la capacidad de expresar el presente. Pero al venir del rompimiento histórico de 1973, esa nueva cultura se situaría “en torno a la continuación y restauración de una tradición entendida como democrática, en oposición a un presente marcado por el autoritarismo”. Antes del rock de Los Prisioneros, hacia finales de los años 70, las primeras estrategias de resistencia habían sido escuchadas en el movimiento conocido como la Nueva Canción Chilena, cargadas de líricas crípticas para evitar de tal forma la censura. A medida que avanzó la década de los 80, las protestas en las canciones se hicieron más transparentes y con eso se aportó un elemento adicional a una nueva cultura política juvenil y crítica, opuesta al proyecto modernizador- neoliberal del gobierno.23 

Para contrarrestar los cuestionamientos, se impuso un “apagón cultural” que vio “la disminución en la producción y el consumo de publicaciones (derivados del impuesto de 19% al libro), por la falta de público en los espectáculos culturales en virtud del alto precio de éstos [ se les aplicó un gravamen de 22%] y por la penetración hegemónica de una cultura internacional de masas, entendida como una cultura inexpresiva de la realidad social y política que se vivía en el país”.24 De la misma forma, hacia principios de los 80, la industria discográfica chilena estaba en quiebra.

Esto provocó dos sistemas paralelos de consumo cultural: el oficial, articulado por los medios masivos; y el clandestino, “reducido a las presentaciones en espacios acotados espacialmente, como es el caso de las peñas, o al uso privado de tecnologías de reproducción sonora, como es el uso del casete o la radiograbadora”.25 Otros actos de resistencia fueron eventos masivos convocados por la Iglesia Católica y algunos medios de comunicación alternativos (radio Cooperativa, revistas Apsi, Análisis o Cauce, La Bicicleta y el sello musical Alerce).

Curiosamente, los mismos instrumentos del neoliberalismo–avance tecnológico e influencia de ideas extranjeras del primer mundo–permitieron a los jóvenes conectarse con una música de ritmos modernos, con intenciones globalizantes.26 De esta forma, opina un autor, en Latinoamérica “el rock pasó de ser una expresión puramente extranjera que representaba la antítesis del ideal regional en los cincuenta, a una expresión de la clase media estudiantil que añoraba cierta libertad en los setenta y a un vehículo de representación y empoderamiento de la clase baja en los ochenta”.27 

De la periferia, y gracias al mercantilismo capitalista musical de principios de los 80, el rock pasó al centro de los gustos del consumidor sin el apoyo económico del Estado. Las clases medias urbanas se convirtieron en los principales creadores y consumidores de esta nueva corriente musical, produciendo una narrativa unificada de tramas cotidianos de lucha, soledad, alienación e inconformidad ante un régimen que producía desigualdad. En Chile, esa voz fue entonada por Los Prisioneros, quienes continuaron con las líricas reflexivas y combatientes de Violeta Parra y Víctor Jara. Pero a diferencia de esos grandes artistas de la música folclórica, el grupo del barrio de Santiago prefirió el rock, el pop y el ska para informar sobre los procesos históricos-ideológicos del momento, sacando provecho de la piratería y la escena underground de la capital chilena.28 

A pesar de la censura y la dificultad para ser escuchados en la radio oficial, “el grupo penetró en la memoria colectiva de los chilenos al proclamar la necesidad de que se produjese un cambio radical”, señalando al imperialismo de Estados Unidos como el causante de la decadencia de la sociedad chilena de principios y mediados de los 80. 29


III. LOS PRISIONEROS, EL RÉGIMEN Y LA CENSURA

El gran éxito de Los Prisioneros se debió, en gran parte, a la crítica cultural que realizaron al sistema en sus tres primeros discos. Sin mención directa a Pinochet, provocaron que sus audiencias reflexionaran melódicamente sobre la situación que estaban viviendo. Solo por mencionar algunas canciones, los álbumes iniciales del grupo incluyeron temas con títulos autoexplicativos como “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos”, “No necesitamos banderas”, “Mentalidad televisiva”, “Nunca quedas mal con nadie”, “Muevan las industrias”, “Por qué no se van”, “El baile de los que sobran”, “Quieren dinero”, “Por qué los ricos”, “Independencia cultural”, “De la cultura de la basura”, “Usted y su ambición”, “Jugar a la guerra”, “Maldito Sudaca”, “La estamos pasando muy bien” y “Poder elegir”. 

El repaso no estaría completo sin la canción “La voz de los 80”, incluida en el disco del mismo nombre, la cual proclamaba: “Ya viene la fuerza/ la voz de los 80/ En plena edad del plástico seremos fuerza/ seremos cambio/ no te conformes con mirar/ en los 80 tu rol es estelar/ tienes la fuerza/ eres actor principal/ de las entrañas de nuestras ciudades/ surge la piel que vestirá al mundo”. El conjunto formado por Jorge González, Miguel Tapia y Claudio Narea–los cuales apenas rozaban los 20 años–logró rápidamente insertarse en la cultura juvenil chilena, a pesar de recibir escaso tiempo al aire. En 1985, tras reeditar su primer álbum, firmaron con una filial de la disquera internacional EMI y vendieron miles de casetes en Chile a pesar de las trabas de las autoridades para tocar su música. De acuerdo con González, líder de la banda, se limitaban a expresar el resentimiento social de la época: “es una cosa lógica de la que no hay que tener vergüenza. ¿Acaso no tenemos motivo? Creen que todo se da en bandeja para ser feliz”.30 

El grupo se rebeló contra la música nostálgica, triste, que dominó las ondas oficiales durante los 70.31 Aún así, el grupo no hizo canciones de protesta política en esta época.

Desde la salida de su primer disco, el gobierno le siguió la pista a Los Prisioneros. La gente comenzó a cambiar los estribillos de sus canciones para ligarlos con mensajes políticos. Sin embargo, no hubo acciones de censura explícita sino hasta que se presentaron en la televisión. Esto sucedió en 1985, durante una transmisión encadenada del Teletón. El cantar “La Voz de los 80”, el canal 7 (parte del gobierno) cortó la señal y se fue a comerciales, la cual continuó en el canal 13, según Narea, el guitarrista del grupo, quien aseguró, años después, que “al parecer ya habían detectado que podíamos ser algo peligrosos para la estabilidad de Pinochet”, 32 “ahí nos dimos cuenta de que pasaban cosas raras”.33 Después siguieron varias censuras radiales, en particular de Concierto, una famosa estación radial enfocada en el mercado de alto poder adquisitivo. “Se notaba mucho nuestra procedencia y ellos querían llegar al mundo del dinero y el pelo rubio”.34 

A partir de 1986, cuando el grupo se convirtió, junto con los argentinos Soda Stereo, en el más conocido del país, la entrada a la televisión chilena se endureció, salvo por algunos espacios no estelares en los canales 11 y 13. En diciembre de 1986, el grupo hizo una aparición el programa infantil “Patio Plum”, de canal 11, en donde el guión se mantuvo en sigilo hasta el último momento para evitar censura de los directivos.35 El siguiente acto de censura ocurrió en 1987, cuando la agrupación fue ignorada para el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, uno de los más importantes del continente, con fuertes ligas al gobierno. “No pudimos porque se nos consideraba peligrosos”, aseguró Narea.36 

En cambio, los organizadores optaron por los grupos argentinos, en particular a Soda Stereo. Al respecto, Narea y González, el cantante y bajista del grupo, criticaron a ese grupo. Narea, en particular observó que los argentinos se dedicaban a cantar sobre “telarañas o cosas así”, en referencia a las metafóricas letras de Soda Stereo.37 En junio de ese año, Cerati les respondió que no conocía al grupo lo suficiente como para entrar en polémicas.38 Años después, el grupo aceptaría que las críticas a los argentinos fueron motivadas por celos y que su talento era innegable. Las revistas especializadas Vea, Tevegrama y Super Rock publicaron reportajes de Los Prisioneros, pero no con el despliegue dado a los argentinos. También en junio de 1987, un bando militar prohibió al grupo tocar en esa ciudad. Se dijo que promocionaban el sexo libre y que atentaban contra la moral y las buenas costumbres.39 En Arica, durante ese mismo año, en la frontera boliviana de Chile, el grupo fue monitoreado por varios vehículos de la Central Nacional de Informaciones.40

Sin embargo, 1988 fue el año en que la dictadura mostró su claro descontento con el grupo. Al final de una conferencia de prensa ofrecida 28 de marzo para detallar la gira musical por Chile de su tercer disco, el vocalista González expresó que votarían por la opción “no” en el referéndum a realizarse el 5 de octubre de ese año. La declaración fue retomada por el diario Fortín Mapocho, uno de los pocos opuestos al gobierno. A partir de ese momento, la gira se complicó. De los 40 conciertos anunciados, solo llevaron a cabo siete en el Instituto Miguel León Prado de San Miguel, Valparaíso, San Felipe, Los Andes, La Serena, Copiapó, es decir, aquellos programados en recintos privados. Los otros 33 eran locales del gobierno, en donde las autoridades justificaron la cancelación por exceso de actividades agendadas o simplemente se les negó el permiso a los organizadores. González y sus familiares, al igual que Narea, recibieron amenazas telefónicas durante ese año o misteriosas invitaciones para reunirse de personas que no conocían pero decían tener que resolver algún asunto legal de forma urgente.41 

“No me han amenazado directamente, sino a través de mi madre. En más de diez oportunidades la han llamado por teléfono para amenazarme. E incluso le han hecho llegar una carta”, dijo González, quien interpuso un recurso de protección.42 El gobierno de Pinochet entendía el arraigo popular que tenía el grupo. “Estábamos acostumbrados a la represión. Siempre tuvimos problemas", opinó Tapia, el baterista, años después.43 Después, Los Prisioneros participaron en varios conciertos públicos a favor del “no” y en el espacio televisivo dedicado a esa misma opción.

Sobre las dificultades del grupo para tocar durante la dictadura, Narea recuerda: “No tengo idea si la fama y la popularidad de la banda hubiesen sido iguales sin los milicos, pero me da la impresión de que no. Creo que pertenecemos a esa época, nos guste o no […] Nuestra banda será recordada siempre por los que vivieron durante la dictadura”.44

CONCLUSIÓN

Los Prisioneros aportaron un grano de arena al cambio político experimentado en Chile hacia finales de los años 80. Las letras “resentidas”–como fueron catalogadas en su momento–de sus primeros tres discos, los cuales denunciaron un modelo cultural volcado hacia los Estados Unidos con alta desigualdad social, los convirtieron en el grupo más importante entre la juventud chilena, a pesar de las acciones de censura del Estado. Así, la identidad de una generación de jóvenes chilenos se ligó inexorablemente al trabajo inicial del grupo. Desde el lanzamiento de su primer álbum y sus primeros conciertos exitosos, el grupo fue monitoreado por el gobierno de Pinochet, pero la censura no se hizo presente contra Los Prisioneros sino hasta que aparecieron por primera vez en la televisión. En ese momento, las autoridades y los grupos en el poder les cerraron espacios en los medios masivos y espacios públicos para expandir su música, lo que sin duda aumentó el arrastre popular de la banda.

OBRAS CITADAS

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CITAS
1Silvina Romano, "La Organización de Estados Americanos y la política de Estados en América Latina a comienzos de la Guerra Fría", Enfoque Social, 2008, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas, p. 86.
2Candelaria Sgró Rauta y Victor Humberto Guzman, “Espacio público y construcción de la amenaza. El caso de las dictaduras en Argentina, Chile y Uruguay”, A Contracorriente, vol. 10, núm. 1, otoño 2012, Estados Unidos, North Carolina State University, pp. 334-336.
3Beezley, William, Judas en el Jockey Club y otros episodios del México porfiriano, México, El Colegio de San Luis-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), 2010, p. 26.
*Véase la impresionante colección de archivos desclasificados del National Security Archive en la liga http://nsarchive.gwu.edu
4Mario Amorós, “La CIA contra Salvador Allende”, Cambio 16, 2000, Chile, Centro de Estudios Miguel Enríquez, p. 1.
5CIA, “CIA Activities in Chile September 18, 2000”, disponible en el sitio www.cia.gov , revisado el 7 de mayo del 2016.
6Édgar de Jesús Velásquez, “Historia de la Doctrina de la Seguridad Nacional”, Convergencia, núm. 27, enero-abril 2002, México, Universidad Autónoma del Estado de México, p. 11.
7Ibidem.
8Ibid, p. 16.
9Ibid, p. 17.
10Ibidem.
11Ibid, p. 21.
12Ibid, pp. 32-37.
13Iñaki Moulian, “Bipolaridad en Chile 1960-1973”, Revista Austral de Ciencias Sociales, núm. 5, 2001, Chile, Universidad Austral de Chile, p. 49.
14Patrice McSherry, “Death squads as parallel forces: Uruguay, Operation Condor, and the United States”, Journal of Third World Studies, vol. 24, núm. 1, 2007, Estados Unidos, Louisiana State University Shreveport, p. 13.
15Ibid, pp. 15-19.
16Ibid, p. 41.
17Claudio Llanos, “Del experimento socialista a la experiencia neoliberal. Reflexiones Históricas sobre Chile actual”, Estudios Ibero-Americanos, vol. 40, núm. 2, julio-diciembre 2014, Brasil, Programa de Pós-Graduação em História da Pontifícia Universidade Católica do Rio Grande do Sul, p. 210.
18Ibid, pp. 213-217.
19Carlos Pérez, “La democracia como dictadura”, Athenea Digital, vol. 14, núm. 4, diciembre 2015, España, Universitat Autónoma de Barcelona, pp. 284-285.
20Claudia González, “El legado de la oligarquía y la herencia de las dictaduras”, Polis, núm. 41, septiembre 2015, Chile, Universidad Bolivariana, p. 3.
21Ibid, p. 7.
22Javier Osorio, “La bicicleta, el Canto Nuevo y las tramas musicales de la disidencia. Música popular, juventud y política en Chile durante la dictadura, 1976-1984”, A Contracorriente, vol. 8, núm. 3, primavera 2011, Estados Unidos, North Carolina State University, pp. 256-257.
23Ibid, pp. 264-266.
24Ibidem.
25Ibid, p. 267.
26Patrick Durand, “La música en la construcción de la identidad política”, Dialéctica, núm. 26, 2010, Colombia, Fundación Universitaria Panamericana, p. 119.
27Ramón Garibaldo y Mario Bahena, “El ruido y la nación: cómo el rock iberoamericano redefinió el sentido de comunidad en Latino América”, Diálogos, vol. 16, núm. 1, enero-junio 2015, Costa Rica, Universidad de Costa Rica, p. 211.
28Patricia Vilches, “De Violeta Parra a Víctor Jara y Los Prisioneros: Recuperación de la memoria colectiva e identidad a través de la música comprometida”, Latin American Music Review, vol. 25, núm. 2, otoño-invierno 2004, Estados Unidos, Universidad de Texas, passim.
29Ibid, pp. 204-205.
30Magaly Arenas, “¿Los Prisioneros quieren dinero?”, Mundo Diners Club, vol. 5, núm. 60, noviembre 1987, Chile, p. 43.
31Walescka Pino-Ojeda, “A Detour to the Past: Memory and Mourning in Chilean Post-Authoritarian Rock”, Rockin' Las Américas : The Global Politics of Rock in Latin/o America (Zolov et al), Estados Unidos, University of Pittsburgh Press, 2004, p. 300.
32Claudio Narea, Mi vida como prisionero, Chile, Grupo Editorial Norma, 2009, p. 75.
33Ibid, p. 112.
34Ibid, p. 84.
35Ibid, p. 87.
36Ibid, p. 112.
37Hugo Infante, “La Sodamanía de los 80 y la rivalidad con Los Prisioneros”, en www.T13.cl, 4 de septiembre de 2014, revisado el 8 de mayo del 2016.
38EnRemolinos.com, “Gustavo Cerati critica a "Los Prisioneros" de Chile | Mar del Plata (13.06.1987)”, disponible en www.youyube.com, revisado el 9 de mayo del 2016.
39La Nación (sin autor), “El día que Los Prisioneros dijeron que no”, en www.lanacion.cl, 5 de octubre de 2008, revisado el 8 de mayo del 2016.
40Ibidem.
41Narea, Op.Cit, p. 114.
42La Nación, Op. Cit, Ibidem.
43Ibidem.

44Narea, Op.Cit, pp. 111-112.


OTRAS FUENTES
The National Security Archive 
Memoria Chilena

El sitio administrado por la Biblioteca Nacional de Chile cuenta con una enorme cantidad de artículos periodísticos de los años 80 que hablan sobre el grupo, desde recortes de revista de música, entrevistas, hasta reseñas de libros sobre la agrupación.


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