SUMARIO:
Con sus letras contestatarias y pegajosos acordes, los primeros tres
álbumes del grupo de rock Los Prisioneros lograron cristalizar el
ambiente de Chile de mediados de la década de los 80: un país
volcado hacia el modelo neoliberal con escaso desarrollo en derechos
humanos y altas tasas de desigualdad. Ante el éxito del grupo entre
la población juvenil, la dictadura realizó diversos acciones para
limitar su alcance, censura cultural frecuente durante estos años.
Sin embargo, el trabajo de Los Prisioneros aportó un elemento más
para el cambio político y la identidad del país de finales de los
80.
[Este ensayo fue realizado para el curso"Historia de América Latina", materia impartida por la Dra. Isabel Povea en la maestría en Historia Moderna de México, de Casa Lamm. Versión en PDF.]
INTRODUCCIÓN
Un
exitoso publicista con altas conexiones el gobierno, el principal
antagonista de la película No
(Larraín, 2012), le dice la siguiente frase a un grupo de ejecutivos
de la bebida de cola Free tras ver un americanizado
comercial televisivo que le habían solicitado: “Esto es todo lo
que nuestra juventud necesita: música, rebeldía, romance, pero en
orden y respeto”. Ambientada en los días previos al plebiscito
chileno de 1988, en apenas los primeros minutos, el filme
protagonizado por Gael García Bernal resume con esa frase el
ambiente cultural que se vivía en Santiago a finales de la dictadura
de Augusto Pinochet Ugarte. En esencia, los medios masivos de
comunicación estaban controlados para emitir un cierto modelo
cultural aprobado por la oligarquía local y el gobierno militar, en
donde no cabía el cuestionamiento ni la oposición al régimen.
Aquellos que se oponían al orden establecido eran relegados a la
tangencialidad o, en peor de los casos, asesinados o desaparecidos,
como le sucedió en 1973 al polifacético cantautor comunista Víctor
Jara, días después del golpe militar que le quitó el poder al
presidente Salvador Allende (1970-1973).
En
los años 80, el grupo de rock Los Prisioneros rompió la barrera
cultural impuesta por el Estado. Pero el camino no fue sencillo. La
agrupación originaria del barrio santiaguino de San Miguel vivió
diversos actos de censura en su intento por romper el bloqueo
cultural impuesto por la dictadura. En este trabajo se abordará ese
episodio histórico que comprende de 1985 a 1988, años en donde el
grupo alcanzó sus mayores éxitos entre la juventud chilena con LaVoz de los 80 (1984),
Pateando Piedras (1986)
y La Cultura de la Basura (1987), sus tres primeros álbumes. La reacción del Estado ante el
éxito del grupo solo se puede entender al contextualizar el periodo
político que sufrió Chile al imponerse la milicia en el gobierno,
episodio que tuvo fuertes repercusiones culturales entre la
población. Ambos temas serán abordados en este texto, el cual parte
de la premisa que la Guerra Fría, iniciada al término de la Segunda
Guerra mundial, dividió al mundo entre comunistas y capitalistas. La
división bipolar trajo fuertes cambios en Latinoamérica, en donde
Estados Unidos apoyó a diversos regímenes dictatoriales en su afán
por detener el avance del comunismo, como sucedió en Chile.
Al mismo
tiempo, acusó de dictadores a otros que tenían gobiernos ajenos a
sus intereses o guardaban tendencias socialistas o comunistas con la
idea de justificar la estabilidad de la región. Dicha estabilidad
solo se aseguró, en muchos casos, por medio de las fuerzas armadas.
La política anticomunista “halló terreno fértil especialmente en
algunos sectores de las fuerzas armadas, lo cual debe ser comprendido
en el marco del autoritarismo y militarismo que caracterizaron
tradicionalmente a las clases dominantes de los países
latinoamericanos”, en la lógica de que el “surgimiento de
democracias
reformistas con apoyo popular, especialmente con posterioridad a la
Segunda Guerra Mundial, condujo a las fuerzas militares a aproximarse
definitivamente a los espacios de toma de decisión”.1
No solo eso, también se apropiaron de los espacios públicos y de su
poder simbólico.2
En
Chile, los militares impusieron límites al tipo de cultura masiva
consumible. Sin embargo, a pesar de sus pegajosas canciones con
letras ácidas y contestatarias, permitió a Los Prisioneros ofrecer
conciertos y recitales en diversos lugares. Pero cuando el grupo
alcanzó notoriedad entre los jóvenes y llegó a las pantallas de
televisión chilenas, el brusco manotazo del Estado limitó su
libertad de expresión. La “válvula de escape” que el teórico
William Beezley confiere a las expresiones populares para criticar al
clase dirigente, bajo ciertas reglas y ciertos contextos
específicos3,
se había cerrado. La parodia y la crítica simbólica podían llegar
a los recitales en foros pequeños y medianos y a los tocacintas de
los hogares, pero no a los medios masivos de comunicación, en
particular a la pantalla televisiva, en donde la juventud debía
divertirse y ser rebelde, pero siempre con “orden y respeto”.
I. UN
ESBOZO DE LA DICTADURA DE AUGUSTO PINOCHET
Desde
finales de la década de los 50, la política exterior de Estados
Unidos en Latinoamérica se focalizó en detener las ideas
socialistas y comunistas. Desde esa fecha y hasta el golpe de Estado
del 11 de septiembre de 1973, el país que recibió mayor atención
de los estadounidenses, solo después de Cuba, fue Chile. En esta
nación, diversos documentos oficiales recientes han revelado que
Estados Unidos tuvo una clara injerencia en el descabezamiento del
gobierno socialista de Allende.*
El informe Hinchey revela que “Washington financió a los partidos
y medios de comunicación conservadores, elaboró campañas de
propaganda negra, penetró en sectores influyentes de las Fuerzas
Armadas y ya durante el gobierno de Allende promovió golpes de
estado en distintas ocasiones”.4
Aunque la profundidad de ese respaldo a los militares chilenos aún
se debate, la misma Agencia Central de Investigaciones (CIA, por sus
siglas en inglés) ha admitido oficialmente que “apoyó
activamente” al grupo opuesto a Salvador Allende.5
En pocas palabras, Estados Unidos no podía permitir una nueva Cuba
al sur del continente. Ya en 1972, ese país había realizado un
bloqueo económico a Chile con la intención de desestabilizar al
gobierno de la Unidad Popular.
La
actuación de Estados Unidos durante estos años se circunscribe
dentro de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN), la cual fue una
ideología emanada del país del norte después de la Segunda Guerra
Mundial. “Como ideología, reconoció sus orígenes en una visión
bipolar del mundo desde la que, supuestamente, Occidente, liderado
por los Estados Unidos, representaba el bien, la civilización, la
democracia y el progreso”, afirma Velásquez.6
Así, la potencia se propuso conseguir la mayor cantidad de
territorios para una integración política, relacionar al “enemigo”
de estos territorios con el atraso y la Unión Soviética, y, entre
otros objetivos, explotar las fallas de los opositores para mantener
al territorio en continua inquietud.7
El pueblo se encontraba indefenso ante la conspiración comunista que
le quería arrebatar su “ser nacional”, una subversión que se
reproducía en el interior mismo del país si las ideas de la URSS
traspasaban el bloque de países occidentales. Ante todo, había que
cuidar la seguridad nacional, papel que las fuerzas armadas
desempeñarían al estar en el gobierno. Este militarismo se extendió
por la región durante estos y puede entenderse cuando “la
institución castrense al servicio de las clases dominantes asume una
ideología específica y se proyecta como un súperpoder entronizado
en el Estado burgués, erigiéndose en factor decisivo de la política
del régimen con pretensiones de controlar, mediante una metodología
de guerra, toda la vida nacional”.8
El modelo privilegia una economía neoliberal, en donde el régimen
se vincula estrechamente con una reducida oligarquía que le otorga
cada vez mayor poder a sus fuerzas armadas bajo una fachada
democrática. Los derechos humanos pasan a segundo plano y las
actividades de control social al primero.
Durante
el periodo de tiempo referido, muchos de los militares que
protagonizaron golpes o llegaron a poder por otras vías asistieron a
la Escuela de las Américas (US Army School of the Américas) para
ser instruidos en distintas técnicas castrenses y, claro, ser
indoctrinados. Además de Chile, los golpes de Estado de Perú,
Bolivia y Panamá llevaron el sello de la Escuela. Con el objetivo de
extender la DNS, la institución ubicada en Ford Gulick, en la zona
del Canal de Panamá, adiestro a los militares en la
contrainsurgencia. Para septiembre de 1975, unos 33 mil alumnos
habían sido graduados y otros miles asistieron a cursos especiales;
desde principios de los 70, muchos de ellos ya se encontraban en
altas posiciones clave de gobierno.9
La currícula incluía una serie de cursos para inculcar una
ideología anticomunista y una fuerte carga pronorteamericana, tales
como “Comunismo versus Democracia”, “Introducción a la Guerra
Especial”, “Ideología Comunista y Objetivos Nacionales” y “La
Amenaza Comunista”.10
Para realizar un golpe exitoso, el proceso debía incluir una fase
preparatoria, otra política y una de acción. Entretejido en esas
fases, los militares eran entrenados para realizar programas de
mejoramiento económico y social para generar confianza y simpatía
hacia las autoridades. De esta forma, se pensaba, disminuiría la
influencia comunista.11
El resultado de estas acciones fue “el menosprecio tácito y
explícito hacia las instituciones democráticas”, la penalización
de la protesta social, la consolidación de un pensamiento de
derecha, la estructuración piramidal de la sociedad, la “fascinación
hacia el estilo de vida estadounidense”, “la burocratización y
el compromiso de lealtad con las elites criollas y el capitalismo
transnacional”, y, finalmente, “la sublimación a la
militarización de la vida civil”.12
En Chile, la Dirección Nacional de Inteligencia (1973-1977) y
después la Central Nacional de Informaciones procuraron que los
planes del Estado se realizaran bajo esas prerrogativas,
frecuentemente con tácticas brutales y violatorias a los derechos
humanos. En cualquier caso, había que luchar contra el “Estado
Sacrílego” marxista.13
Cuando
la amenaza externa percibida fue más fuerte, entre las décadas de
1960 y 1980, las dictaduras permitieron o apoyaron la operación de
“escuadrones de la muerte” para eliminar cualquier subversión.
Éstos fueron organizaciones clandestinas paramilitares, generalmente
irregulares, que se especializaron en llevar a cabo asesinatos
extrajudiciales y otras actividades violentas. Fueron instrumentos de
terror dirigido por el Estado.14
En los años 60 y 70, los escuadrones realizaron desapariciones,
torturas, ejecuciones y traslados “no oficiales” a través de las
fronteras de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia,
Ecuador y Perú en el marco de la “Operación Cóndor”, un
sistema secreto que unió en noviembre de 1975 a los regímenes
militares de esos países en su cruzada anticomunista, siempre con el
apoyo clandestino, organizacional, tecnológico y financiero de los
Estados Unidos (los documentos sobre la formación del mismo se
revelaron hasta 1999).15
Aunque la cifra oficial nunca se ha dado a conocer, los
investigadores concuerdan en que miles de personas fallecieron al
llevarse a acabo estas operaciones clandestinas, en donde las
“decisiones hechas por las élites locales fueron influenciadas por
el ambiente internacional de la Guerra Fría y el régimen
hemisférico de contrainsurgencia, así como sus propios intereses
en su afán por aumentar su poder y riqueza”.16
Ya con Pinochet en el
poder (1973-1990), la dictadura raptó y mató a 3,605 personas y
encarceló y torturó a otros 40, 018, la mayoría de ellos en los
años 70.17
En
cuanto al sistema económico, el gobierno de Pinochet como presidente
(a partir de 1974) planteó una refundación que lo distanciara de la
crisis experimentadas durante el periodo de Allende. Estado, sociedad
y mercado se entrelazaron con un nuevo orden basado en el miedo, la
fuerza y la violencia, tal como lo plasmó la Constitución de 1980,
salida desde el interior de la dictadura. Al mismo tiempo que
disminuyeron los derechos civiles, decreció la inversión pública,
el financiamiento a la educación pública, las compañías del
Estado fueron vendidas a precios bajos. Según las intenciones de los
“Chicago Boys” (economistas chilenos educados en la Universidad
de Chicago), se desreguló el mercado y redujo el gasto público con
la intención de contener la inflación. Para disminuir el desempleo,
el cual alcanzó hasta 27% en 1984 entre la población activa, el
gobierno proveyó empleos con bajos salarios, según Llanos. La
crisis de 1982 representó un momento clave para el régimen, pues
tuvo que rescatar a los bancos privados a través de la deuda
pública, a pesar de las extremas reformas neoliberales implementadas
después de 1973 que privatizaron industrias públicas, servicios, y
el despido de unos 100,000 trabajadores públicos. Con la crisis, el
sector industrial se contrajo. 18
Al mismo tiempo, las protestas y la violencia aumentaron hasta que,
en 1987, la dictadura consideró un salida política pactada que
permitiría nuevas elecciones presidenciales en 1989.
Sin
embargo, algunos argumentan que, al final, la dictadura cumplió su
cometido final: implantar un modelo de economía neoliberal en Chile
y darle estabilidad política al país, lo que ofrece, al día de
hoy, rasgos de continuidad entre ambos modelos de gobierno. El cambio
solo se dio cuando poco más de la mitad de los votantes optaron por
el “No” en el referéndum de 1988, superó el miedo y así
rechazaron otros 10 años de Pinochet. “El terror ejercido por la
dictadura, motivado en su origen por los fantasmas y tensiones de la
Guerra Fría, sirvió de marco objetivo no sólo para la
“pacificación” y el sometimiento de las demandas sociales
levantadas en el ciclo 1963-1973, sino también para su extremo
desmantelamiento”, afirma Pérez.19
Para eso, “destruyó cualquier intento de estado de bienestar o
proyecto desarrollista”. En efecto, la dictadura se impuso no sólo
por el apoyo norteamericano, afirma otra investigadora, sino porque
la misma sociedad chilena ya estaba fuertemente divida entre
corrientes oligárquicas y populares antes de su llegada.20
La búsqueda de la sociedad chilena siempre fue la de superar sus
desigualdades, rasgo que comparte con otras países de la región. El
dictador contuvo temporalmente ese influjo pero traumatizó por
siempre a sus gobernados y de esa forma recondujo la esencia de la
sociedad hacia la búsqueda utópica de la libertad, historia común
sobre la cual se construye la identidad de la región.21
II. EL CONTROL DE LA MÚSICA DURANTE LA DICTADURA
Sirvan
las líneas anteriores para delinear el ambiente en el cual tuvo que
subsistir la cultura, y en particular la música, durante los años
de la dictadura chilena. Si bien a lo largo de estos años
continuaron expresiones que no hicieron una crítica directa régimen,
hablaron del amor, del existencialismo, o codificaron sus mensajes
bajo una pesada losa de metáforas y simbolismos, lo cierto es que
tras el asesinato del cantautor Víctor Jara en 1973, se impuso una
especie de autocensura en las artes de difusión masiva. La cultura
popular que sí criticó al régimen fue relegada a espacios
subalternos, pero no por eso carentes de significado. Al respecto,
ligando la Nueva Canción Chilena, el Canto Nuevo y el rock, Osorio
afirma que entre 1976 y 1984 “la música, los conciertos y las
publicaciones que circularon en el espacio público, actuaron
efectivamente como puentes entre la experiencia privada de la
juventud, y la proyección de estas experiencias en la construcción
de un relato emblemático de aquellos que formaron parte de esta
generación”.22
En pocas palabras, con la música se cristalizaron recuerdos y con
ello, una nueva cultura, siendo los jóvenes la vanguardia de la
misma, pues en ellos recayó la capacidad de expresar el presente.
Pero al venir del rompimiento histórico de 1973, esa nueva cultura
se situaría “en torno a la continuación y restauración de una
tradición entendida como democrática, en oposición a un presente
marcado por el autoritarismo”. Antes del rock de Los Prisioneros,
hacia finales de los años 70, las primeras estrategias de
resistencia habían sido escuchadas en el movimiento conocido como la
Nueva Canción Chilena, cargadas de líricas crípticas para evitar
de tal forma la censura. A medida que avanzó la década de los 80,
las protestas en las canciones se hicieron más transparentes y con
eso se aportó un elemento adicional a una nueva cultura política
juvenil y crítica, opuesta al proyecto modernizador- neoliberal del
gobierno.23
Para contrarrestar los cuestionamientos, se impuso un “apagón
cultural” que vio “la disminución en la producción y el consumo
de publicaciones (derivados del impuesto de 19% al libro), por la
falta de público en los espectáculos culturales en virtud del alto
precio de éstos [ se les aplicó un gravamen de 22%] y por la
penetración hegemónica de una cultura internacional de masas,
entendida como una cultura inexpresiva de la realidad social y
política que se vivía en el país”.24
De la misma forma, hacia principios de los 80, la industria
discográfica chilena estaba en quiebra.
Esto
provocó dos sistemas paralelos de consumo cultural: el oficial,
articulado por los medios masivos; y el clandestino, “reducido a
las presentaciones en espacios acotados espacialmente, como es el
caso de las peñas, o al uso privado de tecnologías de reproducción
sonora, como es el uso del casete o la radiograbadora”.25
Otros actos de resistencia fueron eventos masivos convocados por la
Iglesia Católica y algunos medios de comunicación alternativos
(radio Cooperativa, revistas Apsi,
Análisis
o Cauce,
La Bicicleta
y el sello musical Alerce).
Curiosamente,
los mismos instrumentos del neoliberalismo–avance tecnológico e
influencia de ideas extranjeras del primer mundo–permitieron a los
jóvenes conectarse con una música de ritmos modernos, con
intenciones globalizantes.26
De esta forma, opina un autor, en Latinoamérica “el rock pasó de
ser una expresión puramente extranjera que representaba la antítesis
del ideal regional en los cincuenta, a una expresión de la clase
media estudiantil que añoraba cierta libertad en los setenta y a un
vehículo de representación y empoderamiento de la clase baja en los
ochenta”.27
De la periferia, y gracias al mercantilismo capitalista musical de
principios de los 80, el rock pasó al centro de los gustos del
consumidor sin el apoyo económico del Estado. Las clases medias
urbanas se convirtieron en los principales creadores y consumidores
de esta nueva corriente musical, produciendo una narrativa unificada
de tramas cotidianos de lucha, soledad, alienación e inconformidad
ante un régimen que producía desigualdad. En Chile, esa voz fue
entonada por Los Prisioneros, quienes continuaron con las líricas
reflexivas y combatientes de Violeta Parra y Víctor Jara. Pero a
diferencia de esos grandes artistas de la música folclórica, el
grupo del barrio de Santiago prefirió el rock, el pop y el ska para
informar sobre los procesos históricos-ideológicos del momento,
sacando provecho de la piratería y la escena underground
de la capital chilena.28
A pesar de la censura y la dificultad para ser escuchados en la radio
oficial, “el grupo penetró en la memoria colectiva de los chilenos
al proclamar la necesidad de que se produjese un cambio radical”,
señalando al imperialismo de Estados Unidos como el causante de la
decadencia de la sociedad chilena de principios y mediados de los 80.
29
III. LOS PRISIONEROS, EL RÉGIMEN Y LA CENSURA
El
gran éxito de Los Prisioneros se debió, en gran parte, a la crítica
cultural que realizaron al sistema en sus tres primeros discos. Sin
mención directa a Pinochet, provocaron que sus audiencias
reflexionaran melódicamente sobre la situación que estaban
viviendo. Solo por mencionar algunas canciones, los álbumes
iniciales del grupo incluyeron temas con títulos autoexplicativos
como “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos”, “No
necesitamos banderas”, “Mentalidad televisiva”, “Nunca quedas
mal con nadie”, “Muevan las industrias”, “Por qué no se
van”, “El baile de los que sobran”, “Quieren dinero”, “Por
qué los ricos”, “Independencia cultural”, “De la cultura de
la basura”, “Usted y su ambición”, “Jugar a la guerra”,
“Maldito Sudaca”, “La estamos pasando muy bien” y “Poder
elegir”.
El repaso no estaría completo sin la canción “La voz
de los 80”, incluida en el disco del mismo nombre, la cual
proclamaba: “Ya viene la fuerza/ la voz de los 80/ En plena edad
del plástico seremos fuerza/ seremos cambio/ no te conformes con
mirar/ en los 80 tu rol es estelar/ tienes la fuerza/ eres actor
principal/ de las entrañas de nuestras ciudades/ surge la piel que
vestirá al mundo”. El conjunto formado por Jorge González, Miguel
Tapia y Claudio Narea–los cuales apenas rozaban los 20 años–logró
rápidamente insertarse en la cultura juvenil chilena, a pesar de
recibir escaso tiempo al aire. En 1985, tras reeditar su primer
álbum, firmaron con una filial de la disquera internacional EMI y
vendieron miles de casetes en Chile a pesar de las trabas de las
autoridades para tocar su música. De acuerdo con González, líder
de la banda, se limitaban a expresar el resentimiento social de la
época: “es una cosa lógica de la que no hay que tener vergüenza.
¿Acaso no tenemos motivo? Creen que todo se da en bandeja para ser
feliz”.30
El grupo se rebeló contra la música nostálgica, triste, que dominó
las ondas oficiales durante los 70.31
Aún así, el grupo no hizo canciones de protesta política en esta
época.
Desde
la salida de su primer disco, el gobierno le siguió la pista a Los
Prisioneros. La gente comenzó a cambiar los estribillos de sus
canciones para ligarlos con mensajes políticos. Sin embargo, no hubo
acciones de censura explícita sino hasta que se presentaron en la
televisión. Esto sucedió en 1985, durante una transmisión
encadenada del Teletón. El cantar “La Voz de los 80”, el canal 7
(parte del gobierno) cortó la señal y se fue a comerciales, la
cual continuó en el canal 13, según Narea, el guitarrista del
grupo, quien aseguró, años después, que “al parecer ya habían
detectado que podíamos ser algo peligrosos para la estabilidad de
Pinochet”, 32
“ahí nos dimos cuenta de que pasaban cosas raras”.33
Después siguieron varias censuras radiales, en particular de
Concierto,
una famosa estación radial enfocada en el mercado de alto poder
adquisitivo. “Se notaba mucho nuestra procedencia y ellos querían
llegar al mundo del dinero y el pelo rubio”.34
A partir de 1986, cuando el grupo se convirtió, junto con los
argentinos Soda Stereo, en el más conocido del país, la entrada a
la televisión chilena se endureció, salvo por algunos espacios no
estelares en los canales 11 y 13. En diciembre de 1986, el grupo
hizo una aparición el programa infantil “Patio Plum”, de canal
11, en donde el guión se mantuvo en sigilo hasta el último momento
para evitar censura de los directivos.35
El siguiente acto de censura ocurrió en 1987, cuando la agrupación
fue ignorada para el Festival Internacional de la Canción de Viña
del Mar, uno de los más importantes del continente, con fuertes
ligas al gobierno. “No pudimos porque se nos consideraba
peligrosos”, aseguró Narea.36
En cambio, los organizadores optaron por los grupos argentinos, en
particular a Soda Stereo. Al respecto, Narea y González, el cantante
y bajista del grupo, criticaron a ese grupo. Narea, en particular
observó que los argentinos se dedicaban a cantar sobre “telarañas
o cosas así”, en referencia a las metafóricas letras de Soda
Stereo.37
En junio de ese año, Cerati les respondió que no conocía al grupo
lo suficiente como para entrar en polémicas.38
Años después, el grupo aceptaría que las críticas a los
argentinos fueron motivadas por celos y que su talento era innegable.
Las revistas especializadas Vea,
Tevegrama
y Super Rock
publicaron reportajes de Los Prisioneros, pero no con el despliegue
dado a los argentinos. También en junio de 1987, un bando militar
prohibió al grupo tocar en esa ciudad. Se dijo que promocionaban el
sexo libre y que atentaban contra la moral y las buenas costumbres.39
En Arica, durante ese mismo año, en la frontera boliviana de Chile,
el grupo fue monitoreado por varios vehículos de la Central Nacional
de Informaciones.40
Sin
embargo, 1988 fue el año en que la dictadura mostró su claro
descontento con el grupo. Al final de una conferencia de prensa
ofrecida 28 de marzo para detallar la gira musical por Chile de su
tercer disco, el vocalista González expresó que votarían por la
opción “no” en el referéndum a realizarse el 5 de octubre de
ese año. La declaración fue retomada por el diario Fortín
Mapocho, uno de los
pocos opuestos al gobierno. A partir de ese momento, la gira se
complicó. De los 40 conciertos anunciados, solo llevaron a cabo
siete en el Instituto Miguel León Prado de San Miguel, Valparaíso,
San Felipe, Los Andes, La Serena, Copiapó, es decir, aquellos
programados en recintos privados. Los otros 33 eran locales del
gobierno, en donde las autoridades justificaron la cancelación por
exceso de actividades agendadas o simplemente se les negó el permiso
a los organizadores. González y sus familiares, al igual que Narea,
recibieron amenazas telefónicas durante ese año o misteriosas
invitaciones para reunirse de personas que no conocían pero decían
tener que resolver algún asunto legal de forma urgente.41
“No me han amenazado directamente, sino a través de mi madre. En
más de diez oportunidades la han llamado por teléfono para
amenazarme. E incluso le han hecho llegar una carta”, dijo
González, quien interpuso un recurso de protección.42
El gobierno de Pinochet entendía el arraigo popular que tenía el
grupo. “Estábamos acostumbrados a la represión. Siempre tuvimos
problemas", opinó Tapia, el baterista, años después.43
Después, Los Prisioneros participaron en varios conciertos públicos
a favor del “no” y en el espacio televisivo dedicado a esa misma
opción.
Sobre
las dificultades del grupo para tocar durante la dictadura, Narea
recuerda: “No tengo idea si la fama y la popularidad de la banda
hubiesen sido iguales sin los milicos, pero me da la impresión de
que no. Creo que pertenecemos a esa época, nos guste o no […]
Nuestra banda será recordada siempre por los que vivieron durante la
dictadura”.44
CONCLUSIÓN
Los Prisioneros aportaron un grano de arena al cambio político
experimentado en Chile hacia finales de los años 80. Las letras
“resentidas”–como fueron catalogadas en su momento–de sus
primeros tres discos, los cuales denunciaron un modelo cultural
volcado hacia los Estados Unidos con alta desigualdad social, los
convirtieron en el grupo más importante entre la juventud chilena, a
pesar de las acciones de censura del Estado. Así, la identidad de
una generación de jóvenes chilenos se ligó inexorablemente al
trabajo inicial del grupo. Desde el lanzamiento de su primer álbum y
sus primeros conciertos exitosos, el grupo fue monitoreado por el
gobierno de Pinochet, pero la censura no se hizo presente contra Los
Prisioneros sino hasta que aparecieron por primera vez en la
televisión. En ese momento, las autoridades y los grupos en el poder
les cerraron espacios en los medios masivos y espacios públicos para
expandir su música, lo que sin duda aumentó el arrastre popular de
la banda.
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de Texas, pp. 195 - 215.
CITAS
1Silvina
Romano, "La Organización de Estados Americanos y la política
de Estados en América Latina a comienzos de la Guerra Fría",
Enfoque Social,
2008, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas, p. 86.
2Candelaria
Sgró Rauta y Victor Humberto Guzman, “Espacio público y
construcción de la amenaza. El caso de las dictaduras en Argentina,
Chile y Uruguay”, A
Contracorriente, vol.
10, núm. 1, otoño 2012, Estados Unidos, North Carolina State
University, pp. 334-336.
3Beezley,
William, Judas en el
Jockey Club y otros episodios del México porfiriano, México,
El Colegio de San
Luis-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología
Social (CIESAS), 2010, p. 26.
*Véase
la impresionante colección de archivos desclasificados del National
Security Archive en la liga http://nsarchive.gwu.edu
4Mario
Amorós, “La CIA contra Salvador Allende”, Cambio
16, 2000, Chile,
Centro de Estudios Miguel Enríquez, p. 1.
5CIA,
“CIA Activities in Chile September 18, 2000”, disponible en el
sitio www.cia.gov
, revisado el 7 de mayo del 2016.
6Édgar
de Jesús Velásquez, “Historia de la Doctrina de la Seguridad
Nacional”, Convergencia,
núm. 27, enero-abril 2002, México, Universidad Autónoma del
Estado de México, p. 11.
13Iñaki
Moulian, “Bipolaridad en Chile 1960-1973”, Revista
Austral de Ciencias Sociales,
núm. 5, 2001, Chile, Universidad Austral de Chile, p. 49.
14Patrice
McSherry, “Death squads as parallel forces: Uruguay, Operation
Condor, and the United States”, Journal
of Third World Studies,
vol. 24, núm. 1, 2007, Estados Unidos, Louisiana State University
Shreveport, p. 13.
17Claudio
Llanos, “Del experimento socialista a la experiencia neoliberal.
Reflexiones Históricas sobre Chile actual”, Estudios
Ibero-Americanos,
vol. 40, núm. 2, julio-diciembre 2014, Brasil, Programa de
Pós-Graduação em História da Pontifícia Universidade Católica
do Rio Grande do Sul, p. 210.
18Ibid,
pp. 213-217.
19Carlos
Pérez, “La democracia como dictadura”, Athenea
Digital, vol. 14, núm. 4, diciembre 2015,
España, Universitat Autónoma de Barcelona, pp. 284-285.
20Claudia
González, “El legado de la oligarquía y la herencia de las
dictaduras”, Polis,
núm. 41, septiembre 2015, Chile, Universidad Bolivariana, p. 3.
22Javier
Osorio, “La bicicleta, el Canto Nuevo y las tramas musicales de la
disidencia. Música popular, juventud y política en Chile durante
la dictadura, 1976-1984”,
A Contracorriente,
vol. 8, núm. 3, primavera 2011, Estados Unidos, North Carolina
State University, pp. 256-257.
26Patrick
Durand, “La música en la construcción de la identidad política”,
Dialéctica, núm.
26, 2010, Colombia, Fundación Universitaria Panamericana, p. 119.
27Ramón
Garibaldo y Mario Bahena, “El ruido y la nación: cómo el rock
iberoamericano redefinió el sentido de comunidad en Latino
América”, Diálogos,
vol. 16, núm. 1, enero-junio 2015, Costa Rica, Universidad de Costa
Rica, p. 211.
28Patricia
Vilches, “De Violeta Parra a Víctor Jara y Los Prisioneros:
Recuperación de la memoria colectiva e identidad a través de la
música comprometida”, Latin
American Music Review,
vol. 25, núm. 2, otoño-invierno 2004, Estados Unidos, Universidad
de Texas, passim.
30Magaly
Arenas, “¿Los Prisioneros quieren dinero?”, Mundo
Diners Club, vol. 5,
núm. 60, noviembre 1987, Chile, p. 43.
31Walescka
Pino-Ojeda, “A Detour to the Past: Memory and Mourning in Chilean
Post-Authoritarian Rock”, Rockin'
Las Américas : The Global Politics of Rock in Latin/o America
(Zolov et al), Estados Unidos, University of Pittsburgh Press, 2004,
p. 300.
37Hugo
Infante, “La Sodamanía de los 80 y la rivalidad con Los
Prisioneros”, en www.T13.cl,
4 de septiembre de 2014, revisado el 8 de mayo del 2016.
38EnRemolinos.com,
“Gustavo Cerati critica a "Los Prisioneros" de Chile |
Mar del Plata (13.06.1987)”, disponible en www.youyube.com,
revisado el 9 de mayo del 2016.
39La
Nación (sin autor), “El día que Los Prisioneros dijeron que
no”, en www.lanacion.cl,
5 de octubre de 2008, revisado el 8 de mayo del 2016.
44Narea,
Op.Cit,
pp. 111-112.
OTRAS FUENTES
The National Security Archive
Memoria Chilena
El sitio administrado por la Biblioteca Nacional de Chile cuenta con una enorme cantidad de artículos periodísticos de los años 80 que hablan sobre el grupo, desde recortes de revista de música, entrevistas, hasta reseñas de libros sobre la agrupación.
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