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El referendo a la globalización



El referendo de este jueves es en realidad un cuestionamiento a la globalización. Miles de británicos tienen en sus manos la ruta que seguirá gran parte del mundo una vez que se conozca el resultado final del ejercicio. El próximo frente será Estados Unidos. Ambos tendrán innegables consecuencias para el resto de los países porque son un cuestionamiento público al sistema económico y social implantado de facto desde 1980.

La globalización no ha gustado a todos. En México, en donde llegamos tarde a la fiesta, las consecuencias y las ventajas de cohabitar en un mundo interconnectado apenas empiezan a notarse. La unión del teléfono y las computadoras ha cambiado nuestra sociedad al grado de paralizarse si de un día a otro la infraestructura técnica decide fallar. Comercio, transporte y desarrollo social son solo algunas de las áreas que ofrecen beneficios para todos aquellos que estén dispuestos a jugar por las reglas. La periferia, en algunos rubros, también puede competir con el centro.

Pero los británicos y el resto del mundo industrializado han cuestionado la viabilidad global desde hace unos años. En específico, desde la Gran Recesión del 2007-2009. Algunas voces piden el regreso a las bases nacionalistas que les trajeron gloria en el pasado.  Es decir, regresar a una sociedad que dependa del exterior lo menos posible y faculte a los habitantes de estas sociedades para desarrollarse con sus propios medios. Los discursos nacionalistas, racistas, xenófobos que hemos visto desde el inicio de este año son solo la máscara que cubre el ansia por regresar a un pasado más simple.

La pregunta es la siguiente: ¿estará dispuesto un inglés a pagar 30 por ciento más por sus bienes producidos en fábricas locales y no China, siempre y cuando tenga trabajo? ¿Querrá pagar más por su gasolina, diésel o productos electrónicos? De ser así, la globalización y sus beneficios recibirán un golpe irreductible. Los cuestionamientos hacia ese sistema se harán más fuertes. En esencia, a pesar de vivir en un mundo globalizado, otros países querrán mantener sus dádivas nacionalistas y aprovechar las ventajas que ofrece la interconnexión entre fronteras. Los caminos parecen divergentes.

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