Aquellos que conocen algo de su propia historia nacional, recordarán que en la década de los 20 del siglo pasado el país se dividió entre aquellos que apoyaron el movimiento Cristero y los que no. La Cristiada de 1926-1929 causó miles de muertos y una enorme división social. En ese momento, el gobierno de Calles trató de frenar la intervención de la Iglesia en asuntos de la vida pública. El poder, como lo quería Calles, implicaba reducir la influencia que de facto había impuesto la Iglesia en la sociedad mexicana. El mismo asunto fue un dolor de cabeza para Álvaro Obregón, primero, y para Lázaro Cárdenas después, quien tuvo que lidiar con la oposición religiosa a los contenidos de índole social y tendencias comunistas que oficializó en los programas educativos de la SEP. El grito de entonces, como ahora, se hizo con el objetivo de alejar al gobierno de dos temas que debían permanecer entre privados: 1) la voluntad del Estado por educar a los niños y 2) la protección de la familia.
Calles, Obregón y Cárdenas entendían que la formación de un Estado liberal moderno podía incluir a todos, siempre y cuando se respetasen las reglas básicas aplicables para ellos. Sus familias eran eminentemente tradicionales (padre-madre-muchos hijos), pero las reglas que proponían aplicaban tanto para los más ortodoxos como los más liberales. Calles, por ejemplo, fue bien conocido por detestar a los judíos, anarquistas, socialistas, comunistas, sinarquistas y religiosos obcecados (Calles rara vez entraba a una Iglesia). Es decir, básicamente a cualquiera que no se alineara con su idea de Estado, en donde él y su partido (lo que ahora mutó en el PRI), jugaban el papel central.
Podremos odiar a Calles y a su pandilla, pero lo que es innegable es que el Estado que se formó tras la Revolución mexicana fue estructurado por las ideas liberales que habían re-adaptado del juarismo. Obregón y Cárdenas fueron igual o más importantes que Calles para lograr ese objetivo. En su versión del Estado, el gobierno tiene un papel central y nunca se soslaya el papel de la iniciativa privada. Es más, este nuevo Estado liberal necesita de la iniciativa privada y del libre intercambio de ideas para lograr su máximo potencial, de ahí su enorme conflicto con grupos que desean vivir en el pasado.
La comparación no es gratuita. Ayer, durante la marcha del Frente Nacional por la Familia, escuché en sendas ocasiones "¡Viva Cristo Rey!", un grito que podría helar la sangre de cualquier mexicano que haya estudiado, aunque sea en Wikipedia, el conflicto cristero mencionado arriba. Aunque la excusa para salir a las calles ha cambiado, el fondo es el mismo: la no-intervención del gobierno federal en un asunto que, dicen, debe ser privado. En esta ocasión le tocó a los gays y todos aquellos que proponen la formación de familias no tradicionales. Pero un Estado liberal moderno, aquel que iniciaron Obregón, Calles y Cárdenas, entiende que todos, en especial las minorías, deben tener voz y representación social. Esa es la marca de la democracia.
Toca al arbitro central (legisladores y políticos) decidir en dónde se realizará el diálogo para dirimir la inconformidad de un grupo nada despreciable de la sociedad que ayer se manifestó en la calles de la capital. La opción más fácil es darles por su lado para conseguir votos. Otra, más inteligente, es tratar de encauzar el diálogo hacia la negociación. El problema es que sobre la mesa estarían los derechos de otro grupo social--uno más liberal--que aunque sean pocos, siguen siendo muy influyentes.
Y los derechos humanos, como todos sabemos, no se negocian.
A continuación muestro algunas imágenes representativas de la marcha. Al final de esta entrada incluyo algunas fotografías de los puntos de vista de aquellos que proponen una legislación más liberal.
Y aquí algunas fotografías de aquellas personas con ideas más liberales.
Comentarios
Publicar un comentario