Cuestionar y convivir con el régimen. La devaluación del peso de 1976 vista desde las páginas de la revista Expansión
Sumario: Durante la devaluación del peso de 1976, la revista Expansión mantuvo su discurso a favor de la libre empresa y criticó al gobierno saliente del presidente Luis Echeverría cuando la relación con el empresariado mexicano se hizo insostenible. El medio, sin embargo, mantuvo su balance editorial y logró ver más allá de la crisis y el encono entre las partes, retomando un discurso conciliador con el presidente José López Portillo, lo que reforzó las conexiones con sus lectores sobre los elementos puramente informativos ofrecidos en cada edición.
Abstract: During the Mexican peso devaluation of 1976, Expansión magazine maintained its free enterprise rhetoric and criticized the outgoing government of president Luis Echeverría when the relationship with Mexican businessmen became unsustainable. The magazine did manage to preserve its editorial balance and saw beyond the crisis and the acrimony between both parties, resuming a reconciling discourse with president José López Portillo. By doing so, it managed to strengthen its connections with its readers beyond the informational elements offered in the magazine.
Key words: Mexican peso devaluation 1976, Mexican peso flotation 1976, Expansión magazine en of Echeverría periodo critic
[Este es el ensayo final de la Maestría en Historia Moderna de México que realicé en Casa Lamm. Versión en PDF. Presentación para seminario]
I. Introducción
En la era de la posverdad, en donde priman las emociones sobre los hechos, ¿tiene sentido analizar la historia desde el punto de vista de un medio impreso? Si tomamos en cuenta que un periódico o una revista es la materialización de una ideología, considero que la pregunta inicial aún tiene sentido, a pesar de las corrientes anti-intelectuales que circulan en los países industrializados después del triunfo de Donald Trump. En el caso de México, la relación no es ociosa. En el 2016 se cumplieron 40 años de la crisis económica que simbolizó la apertura de México hacia un modelo económico menos intervencionista y, gradualmente, cada vez más neoliberal. Ahora, el nuevo gobierno del país del norte amenaza con aplicar políticas proteccionistas que significarían justamente una brusca modificación de ese modelo económico aceptado por México–voluntariamente o no–en los detritos de la devaluación de 1976. Las consecuencias son imprevisibles.
Este es un trabajo de análisis histórico a través del uso de un medio en particular. No es un trabajo de historia económica o econometría. Dicho eso, he tratado de mantener los tecnicismos al mínimo, pero sería imposible obviarlos por completo. Los he tenido que incluir porque Expansión es un medio especializado en asuntos económicos y financieros, así que su uso se vuelve obligatorio para la comprensión detallada de este texto. La revista no hubiera podido alcanzar solvencia económica o peso duradero de haberse planteado como un órgano para lectura exclusiva de expertos, de ahí que su uso de terminología sectorial sea limitado. Sus textos, accesibles para un público instruido, pero no académico, eran solo una parte del paquete completo que el lector recibía en cada ejemplar, pues las conexiones con los lectores se formaban a través de otros elementos de la revista: entre otros, la calidad de la impresión, su publicidad, ofertas especiales para asistir a seminarios y rozar codos con expertos locales y foráneos, así como adelantos de capítulos de libros de temas de interés para su público, notablemente de administración, marketing y técnicas gerenciales.
En vista de lo anterior, este tipo de trabajos históricos son terra incognita. Algunos autores como Burkholder se han especializado en la historia de la prensa mexicana durante el siglo XX1. Sin embargo, no encontré otro trabajo que tratase en específico el tema de la crisis de 1976 a través de un medio informativo mexicano de corte económico. Por razones de tiempo y recursos monetarios, me ha sido imposible entrevistar a los periodistas que escribieron las páginas de Expansión de ese crítico momento de la historia nacional, lo cual merecería un nuevo trabajo de investigación, ahora enriquecido con sus testimonios de primera mano que nos hagan entender el cómo y el porqué de lo que finalmente apareció publicado en la revista.
En general hay muy poca historia acerca del periodismo económico en nuestro país. Lo que sí podemos decir es que la revista nació durante el cénit del desarrollo sustentable, cuando se estaban dando las mayores condiciones de crecimiento industrial en nuestro país.
Más allá de esa carencia, sustento que la revista Expansión apoyó los intereses de los empresarios mexicanos durante 1976, recalcando de esa forma que el Estado intervencionista y controlador del “milagro mexicano” estaba en franca disolución, a pesar de los inevitables riesgos que eso involucraba en los estertores del sexenio de Luis Echeverría Álvarez. Si bien su discurso nunca de fue abierta oposición, como sí lo fue el de algunos empresarios, llama la atención el juicio crítico de una revista de nicho, lejana en tiraje a los grandes diarios mexicanos de la época. A pesar de eso, no cabe duda de que su influencia era particularmente clave en los grupos empresariales del país, lo que me ha resultado doblemente interesante al hacer este trabajo: por un lado se cuestiona el control de la libertad de expresión con el que se le ha querido marcar al periodo de Echeverría; por el otro, se puede argumentar que en la revista se veían los primeros pasos hacia una prensa más libre y democrática, pero sin duda más apegada a los intereses económicos empresariales que a los políticos.
Cualquier calificativo cercano a “docilidad” que se le quiera hacer a Expansión, al menos durante el periodo analizado, queda eliminado en vista de las editoriales, reportajes, declaraciones y notas del “año de los infortunios”, lo cual supone, a mi parecer, un importante valor para la historia de los medios impresos mexicanos, en particular, y para el estudio de la historia de la democracia en nuestro país, en general.
Ahora bien, también considero indispensable recalcar que durante sus primeros años, la revista fue sumamente cercana al empresariado mexicano. Esas críticas al gobierno mencionadas anteriormente no provenían de un espíritu libre de intereses. El cuerpo de ejemplares analizados para este ensayo, por ejemplo, nunca incluyó una crítica a ninguna de las empresas anunciadas en sus páginas. La publicación fue un órgano de alta calidad de los grupos económico más fuertes del país (al principio no se vendía en los puestos de revistas, de hecho) y desentrañar los intereses de uno revela con cercanía los guiños del otro.
Eso no quiere decir que el periodismo que se hacía en la revista fuese de mala calidad, sino que se debe entender desde dónde se escribe: desde el punto de vista de los industriales más poderosos del país, los cuales fueron agradecidos con el régimen hasta que no les conviniera, como se verá más adelante. Si bien Expansión no perteneció a ninguno de los grandes grupos industriales mexicanos mencionados en este texto (al menos no se explicita así en ningún documento que yo haya encontrado), es notorio que su punto de vista está bastante lejos de las demandas sociales de los años 60 y la década siguiente.
Finalmente, este trabajo es un recordatorio para todos aquellos que demeritan a los medios impresos en la era del dominio digital. La inteligencia agregada de la revista, la cual pudo ver más allá de la retórica oficial de la época, ofreció un panorama más comprensible y amplio para todos aquellos que la leyeron antes y tras la devaluación de 1976. Sirva como ejemplo esa racionalidad–tan devaluada en nuestros días de la posverdad–para cerciorarse del poder y la responsabilidad que aún guardan los medios impresos en México, camino que puede trazarse a lo acontecido en 1976.
Para evidenciar estos argumentos detallaré la naturaleza y entorno en el cual nació la revista. Seguidamente, ofreceré un marco conceptual para entender el éxito de la revista y la interpretación desde la cual parte este ensayo. Después, abordaré la conexión histórica empresariado-Estado mexicano durante el desarrollo estabilizador, además del contexto sociopolítico de la época. En la quinta parte daré un repaso de las investigaciones que se han publicado sobre la crisis de 1976, y después redactaré la forma como Expansión vio la devaluación de ese año, sección que contiene los datos más importantes de este texto, pues dicho esfuerzo no había sido realizado previamente en otra investigación. Finalmente, cerraré con mi propia interpretación y conclusiones al respecto.
Algunos datos esenciales de la revista. El primer número de Expansión salió a la venta el 29 de enero de 1969, siendo su objetivo estratégico presentar información que los mexicanos usaran para tomar decisiones estratégicas, según la propia revista2. Ese primer ejemplar daba un panorama general de la importancia de los sistemas y la computación en las empresas, el aumento de salarios, distintos avances en la transportación de carga, oportunidades para pequeños empresarios en la agroindustria, así como una glosa sobre la industria de la construcción en Panamá y perspectivas económicas en la Argentina del dictador Juan Carlos Onganía.
“No existían las [empresas] mexicanas globales, pero Expansión nacía para acompañar a los empresarios mexicanos en el camino a crear las primeras”3. Desde sus inicios, se centró en los éxitos y fracasos de la comunidad de los negocios en México, y completó su enfoque con temas de innovación y emprendeurismo. Su primer editorial justificaba su existencia de la siguiente manera: “Hasta la fecha, en México no existía una revista de negocios de primera clase con la que el moderno empresario pudiera identificarse y que sirviera a la vez como medio de comunicación efectiva entre los hombres de negocios del país”4. También se planteaba como un puente entre hombres de negocios mexicanos y centroamericanos, con artículos “dirigidos específicamente a la alta gerencia que opera en la región”. Prometía una redacción dinámica y reportajes para el empresario pues “son los problemas de estos hombres de negocios los que creemos tendrán interés para a mayoría de nuestros lectores, pues esos problemas también son sus problemas, y cómo los ataquen y resuelvan es, por lo tanto, un intercambio de experiencia muy útil”5.
En esta primera época, siguiendo la pauta de otros medios como The Economist, sus artículos y editoriales no estaban firmados, siendo su intención darle mayor peso al medio que al autor del texto (salvo por su editorial, los artículos sí aparecen firmados en las ediciones de hoy en día). El medio se consideraba como un espacio de diálogo constante entre los hombres de negocios de la región. El contenido estaría separado de la publicidad, aseguraba. Sus primeras entregas fluctuaban entre 50 y 70 páginas, aunque con el paso del tiempo esa cifra aumentó considerablemente. La enorme mayoría de los anuncios iban dirigidos a empresarios de niveles socioeconómicos altos, con una fuerte presencia de marcas de licores, aerolíneas, clubes de descanso, aparatos tecnológicos, relojes, automóviles, máquinas industriales y materiales de construcción en sus páginas.*
Su fundador fue Harvey Popell, economista de Massachusetts, quien puso los primeros cimientos de la revista en la Ciudad de México en 1966 bajo el paraguas Publicaciones Ejecutivas de México. Su primera publicación fue el boletín Business Trends y después El Comerciante Moderno. Como dije anteriormente, Expansión se publicó hasta 1969. El capital inicial fue aportado por 20 empresarios6.
¿Quiénes eran estos empresarios? Desafortunadamente no me fue posible encontrar esos datos. Un nuevo trabajo con fuentes históricas orales podría revelar sus intereses y orígenes. Por el momento, queda como una asignatura pendiente. De Popell sabemos un poco más por los textos publicados por la misma revista: era un hombre austero en la oficina en la Ciudad de México, “celoso del dinero y con un gran sentido de la oportunidad en los negocios”7. En 1993, Popell y otro socio vendieron la compañía a la estadounidense Chilton Publishing por 55 millones de dólares. Después de ese hecho, la revista y el grupo de publicaciones al cual pertenece cambió de manos en varias ocasiones.
En el grupo fundador también estaba John Cristman y Gustavo Romero Kolbeck8, su primer director. Romero Kolbeck fue director general del Banco de México de 1976 a 1982, embajador mexicano en Japón, primero, en la Unión Soviética después. Antes de llegar a Expansión, el priista Kolbeck ya había sido catedrático de la UNAM y la UIA, presidente del patronato de la UAM, investigador del Departamento de Estudios Económicos del Banco Nacional de México (Banamex), subdirector de la Comisión de Inversiones (1954-1958) y director de Inversiones Públicas (1959-1961) de la Secretaría de la Presidencia.
Además de Kolbeck, el inicio de la revista tuvo como editor a Federico García Lara y un equipo de cuatro redactores. El medio tenía sus oficinas en la Ciudad de México en Lucerna 10, colonia Juárez, y se imprimía cada 15 días en Editorial Abeja, en Coyoacán. Los primeros números de Expansión tiraban entre 10 mil y 15 mil ejemplares, de acuerdo con datos publicados por la misma revista. Sin embargo, para el 2008 su tiraje alcanzaría 50 mil ejemplares y unos 175 mil lectores9.
En lo que respecta al periodo de análisis de este ensayo, Expansión, competía principalmente Business Week, Fortune, Management Today, Harvard Business Review, y Ejecutivo de Finanzas (ahora parte de Grupo Expansión). Como se puede ver, la mayoría de las publicaciones eran anglosajonas y compartían una tradición mucho más antigua de análisis de asuntos financieros económicos en Estados Unidos e Inglaterra. Sin embargo, Expansión aseguraba ser la más leída de las revistas de este tipo en México.10
Dicho eso, reconozco que ignoro el contenido exacto de esas otras publicaciones, pero sin duda sería interesante comparar en otra investigación cómo trataron el mismo asunto que aborda este ensayo. Por lo pronto, ese tema sale de los objetivos de este texto. Por cierto, vale la pena mencionar que los diarios especializados que vemos a la fecha en los puestos callejeros datan de los años 80: El Financiero (1981), El Centenario (1988, hoy desaparecido) y El Economista (1988).
Pero, ¿quiénes eran esos hombres de negocios con los que Expansión deseaba construir puentes? En promedio, según datos publicados por la misma revista, era un hombre de entre 28 y 66 años, que consideraba las áreas más útiles de su trabajo las de administración, planeación, finanzas y optimización de su tiempo y trabajaba unas 52 horas semanales. Sus ingresos iban de 750 mil al millón de pesos por año, un rango muy superior al del resto de los mexicanos a mediados de la década de los 70.
Laboraba, sigue el texto, en empresas de corte industrial o en la banca, la mayoría de ellas en el Distrito Federal y en menor medida en Monterrey; en ambas ciudades, casi la mitad de las empresas que eran sus sitios de trabajo tenían capital mexicano. Además, nueve de cada 10 tenía formación universitaria y de esos, 3 de cada 10 tenía algún posgrado. Sus áreas de estudio generalmente eran las ingenierías y administración de empresas o la contabilidad, agregaba Expansión. Su tiempo de permanencia de trabajo era de unos 14 años y llevaba alrededor de seis años como director. Las empresas generaban ventas anuales que iban de 100 millones a 1,000 millones de pesos y en un 49% realizaban algún tipo de exportación11.
Otros datos revelados por la revista en otro documento, mostraban que sus lectores eran en 98% hombres y más de la mitad de ellos ocupaba el puesto de director o gerente general y que la mayoría de las empresas en donde trabajaban tenían de 50 a 300 empleados12. En sus hogares vivían 3.8 personas, en promedio y más de la mitad tenía ingresos anuales que iban de 251,000 a 600,000 pesos, siendo que 8 de cada 10 era dueño de su propia casa o condominio y ese mismo número tenía de dos a tres autos. La mayoría de ellos prefería tomar bebidas importadas como whisky, vodka, brandi o cognac, aunque de vez en cuando tomaban vinos nacionales.
Todos decían tener radios, equipos modulares, televisión a color y en blanco y negro, cámara fotográfica y de dos a tres relojes. Pero además, 92% afirmaba usar regularmente su tarjeta de crédito y tres cuartas partes tenían acciones o valores. Los artículos sobre administración de negocios eran los más útiles para su trabajo. De la misma forma, aseguraba este medio, los lectores compraban Expansión porque contenía “artículos interesantes acerca de los negocios y hombres de negocios mexicanos” y porque les ayudaba “generalmente a estar informados acerca de los negocios de México”, así como mantenerlos informados de los negocios y tendencias económicas en en el país”13. La audiencia estaba claramente definida y la revista lo reconocía.
Como se observa, si bien existía un desfasamiento entre los lectores del medio y el perfil del empresario mexicano de mediados de la década de los 70, se puede asegurar que ambos grupos tenían un nivel de vida superior al resto del país. La revista les proporcionaba una forma de conectarse con otros hombres de su clase y posición económica, más allá de la información ofrecida, mediante una materialización de una ideología, en este caso, el de la vida de los negocios y el poder derivado de ello. Las conexiones, tanto simbólicas como materiales, resultaron ser un elemento unificador para sus lectores. Dichos enlaces, en mi opinión, acabaron por ser igualmente valiosos que la información en sí, pues continuaban la experiencia del estilo de vida empresarial incluso después de haber leído la revista y se expresaban por ejemplo, mediante su publicidad, seminarios, conferencias, y libros, propuestos, organizados o vendidos por Expansión. La unión de elementos fue su diferenciador clave.
II. Marco teórico conceptual: la teoría de las conexiones
Para este trabajo utilizaré como marco teórico los planteamiento de Bharat Anand, un académico de Harvard especializado en tecnologías y los efectos sociales del uso información.* De acuerdo con el autor, es una falacia creer que el elemento más importante de un medio impreso es la calidad de su contenido. Puesto que las personas se informan de distintas maneras, el medio debe lograr crear conexiones más allá de lo informativo, so pena de ser sustituido cuando un rival ofrezca datos similares en otro formato más atractivo pero no necesariamente más profundo.
A) Los tres pilares de los medios exitosos
En su obra The content trap, Anand detalla que las conexiones logradas entre lectores y medios impresos determinan con mucho mayor precisión el éxito y relevancia de ese bien informativo. Dichas conexiones deben ser de tres tipos para que el medio pueda sobrevivir en el tiempo y adquirir notoriedad: a) aquellas enfocadas en los lectores del medio; b) las pensadas en el producto y su desenvolvimiento a futuro; y c) las funcionales o contextuales, en donde el medio se inserta dentro de un contexto y una cultura específicos14.
Los medios impresos se han visto, metafóricamente, como la rueda de un automóvil en donde el contenido ocupa el centro absoluto y todo lo demás, tanto empleados como lectores, giran alrededor de ese núcleo. La estrategia es unidireccional. Anand opina que ese modelo es errado: los medios exitosos, en cambio, utilizan los brazos del metafórico rin para crear conexiones, las cuales ofrecen un efecto red que hace girar la rueda por sí misma en donde el centro es ocupado por el lector. Como se puede apreciar, en este segundo esquema, la estrategia ya no es unidireccional, sino que está interconectada. Los lectores del medio, no el contenido, juegan el papel más importante. Este efecto red es tal vez la única ventaja competitiva que un medio puede ofrecer, sobre todo cuando se toma en cuenta que “el consumo de los medios siempre ha sido un acto social”15. Un medio debe concebirse como una plataforma—no solo como un producto--que posibilite conexiones entre sus lectores, las cuales, asegura el autor, siempre serán más fuertes que su contenido16.
En síntesis, las conexiones enfocadas en los lectores propician su participación más allá del consumo de contenido. En el periodismo, en donde existen pocas sorpresas sobre el material que se publicará en un determinado margen de tiempo, la planeación de temas se vuelve fundamental, pues se busca a) diferenciación y b) razones para que el lector quiere volver al medio en un día, una semana, o un mes. Un ejemplo clásico de esta filosofía es la sección de “cartas de nuestros lectores”, en donde se ofrece un espacio que rara vez supera en calidad lo redactado por los periodistas de un medio, pero abraza simbólicamente al lector en un lugar interactivo que lo remite a comprar una nueva edición de la publicación con la esperanza de que su comentario haya sido tomado en cuenta. Al mismo tiempo, permite enfocar recursos económicos en materiales que son fácilmente reproducibles y baratos en cada nuevo número del material. Hasta ahí los nexos con el lector.
Ahora bien, las relaciones creadas entre el producto en sí y el lector se ligan con la teoría de los complementos. El autor afirma que un medio debe aspirar a ser un complemento de otra actividad del lector con el objetivo de que la suma de ambos le proporcione mayor valor que si hubiera hecho el consumo de forma individual y separada. Es decir, el valor de uno depende de la disponibilidad del otro. Un ejemplo conocido en la industria de los impresos es el repetido uso de productos, aparentemente inconexos, que se regalan en distintos medios tales como: películas en DVD, boletos de cine, música en CD, catálogos automotrices o de artículos de lujo, distintas partes de un juguete armable, pósteres o fotografías de gran formato e incluso artículos para la cocina.
Estos productos se regalan y son complementos de algunos de los contenidos de los medios impresos. Son un “gancho” para el lector y solo se pueden conseguir al adquirir el medio impreso, pues su número es limitado y exclusivo a la complementariedad acordada con el medio impreso para una serie de fechas previamente determinadas, con contenidos ligados. De nuevo, al realizar estas acciones, el medio le proporciona al lector oportunidades para socializar con otras personas más allá del contenido impreso. El valor ha pasado de la información a los complementos, añade el teórico. Es un valor agregado exclusivo facilitado por el medio. En el fondo, se trata de encontrar complementos en donde antes no los había sin dejar de lado el contenido de la publicación.
Por último, profundizaré en las relaciones funcionales o contextuales. En este sentido, simplemente se trata de aprovechar el legado histórico del medio impreso, así como el entorno en el cual se desarrolla. Por ejemplo, en una sociedad con un alto nivel de analfabetismo, los lectores de un medios impreso podrán encontrar “almas gemelas” al presumir su medio en un lugar público, pues el material indicará sus intereses personales, su forma de ver el mundo, y hasta su nivel socioeconómico. El contenido es importante, de nuevo, pero no lo es todo. De hecho, nota Anand, “el contexto determina el contenido y no al revés”17.
Así es posible entender por qué cada medio tiene una cultura distinta. Los más exitosos son aquellos que logran comunicar esa cultura tanto de forma interna, a sus propios trabajadores, como a su público. Con el tiempo esa cultura se hará imposible de imitar por otros competidores. Cada medio, recomienda el autor, debe hacerse la siguiente pregunta: “¿En donde vas a jugar y cómo vas a ganar?”18. Así se obliga al medio a pensar en su contexto y su propia cosmogonía, se empatan comportamientos con capacidades, lo que proporciona claridad de objetivos y públicos específicos a los que va dirigida la publicación.
B) La teoría de las conexiones y Expansión
Como señalé al principio de este trabajo, la revista Expansión nació como un medio dirigido principalmente a empresarios mexicanos y trabajadores de alto nivel de esas empresas. Con el tiempo, sin embargo, su influencia aumentó hasta alcanzar un publico primario compuesto adicionalmente por funcionarios del gobierno, empleados de empresas trasnacionales y una clase media alta interesada en asuntos económicos y oportunidades de negocios.
El efecto red del cual nos habla Anand se ve reflejado en Expansión en el año 1976 cuando se materializa el conjunto de lectores antes mencionados, sus intereses, y forma de ver el mundo frente a la crisis. Éstos eran hombres de poder que pertenecían a una reservada cofradía de toma de decisiones. El consumo de los contenidos y la adquisición de la revista en sí les ofrecía un pase de entrada a ese club. Colocarla en la mesa de juntas de la oficina o sobre el escritorio del despacho, hacia mediados de los 70, sería un hecho normal y visible para anunciar a otros hombres de poder que el lector estaba al día en los temas importantes y podía mantener el nivel de vida propuesto este medio, saturado de marcas importadas, lejanos destinos vacacionales, alcohol y tabaco.
Sus lectores estaban interconectados tanto por sus contenidos informativos como por el estilo highlife visibilizado en sus páginas. El producto—la revista—también ofrecía otras formas de lograr interconexiones entre lectores. Cada edición promocionaba un libro sobre marketing o negocios a un precio especial; a veces, incluso, se incluían uno o dos capítulos en el cuerpo de la revista. Con frecuencia se ofrecían seminarios y cursos de alta gerencia, accesibles solo para aquellos con recursos suficientes, o conferencias con altos ejecutivos de trasnacionales.
Generalmente, los actos se realizaban en salones de hoteles de la Ciudad de México o Querétaro. También, cada año, se le pedía a los lectores enviar información operativa de sus empresas mediante un formulario con el objetivo de enlistar a las compañías más importantes de México y, de esta forma, propiciar oportunidades de inversión, compra o venta de acciones o activos, en diversos sectores. En otras ocasiones se incluía una libreta con el perfil socio-demográfico de los lectores, el cual iba dirigido principalmente a los anunciantes, los cuales, junto con los lectores, ratificaban su sentido de exclusividad al glosar el documento.
De la misma forma, el contexto nacional de alta iniquidad remarcado en las grandes ciudades del país, habilitó a un producto de nicho, consecuencia y función de una sociedad rápidamente industrializada, con elevados niveles de consumo y un estilo de vida aspiracional. Los factores mencionados volvieron a Expansión un producto impreso con un valor agregado más allá de su contenido. Muchas de las acciones descritas anteriormente, enfocadas en lograr interconexiones simbólicas entre lectores tanto en el mundo de las ideas como en el físico, se mantienen en la revista.
III. El vínculo entre el Estado y el empresariado mexicano
La relación entre el grupo monopólico en el poder y los hombres de dinero locales fue un factor definitorio durante el periodo de tiempo estudiado en este ensayo. Los historiadores económicos concuerdan en que la rápida industrialización de la época posrevolucionaria no hubiera sido posible sin ese círculo de conveniencia mutua. Para 1976, con la crisis descrita en estas páginas, quedaba claro que el modelo económico debía cambiar, pero los descubrimientos de nuevos yacimientos petroleros en las costas mexicanas dieron un último respiro a ese modelo fuertemente guiado por el Estado e impulsado por deuda externa, el cual se desplomó definitivamente con la crisis de 1982 y se convirtió en el actual modelo económico neoliberal basado en gran parte en exportaciones.
El vínculo Estado-empresarios funcionó durante la primera parte del “desarrollo estabilizador”, concuerdan la mayoría de los investigadores. A grandes rasgos, dicho periodo de fuerte industrialización empezó a partir de 1940 y tuvo su auge en la década de los 60, cuando el país creció a tasas nunca antes vistas. Pero el esquema tenía límites engendrados por su mismo diseño: se protegió fuertemente a los empresarios locales mediante subsidios, bajos costos de insumos, y altos aranceles contra importaciones, lo cual derivó en baja competitividad.
Cuando el mercado interno se hubo satisfecho, no se dieron incentivos para aumentarlo vía exportaciones, las cuales eran desincentivadas con aranceles, por lo que realmente no hubo ninguna razón para mejorar la calidad de los bienes producidos. Así se crearon oligopolios y relaciones perversas entre funcionarios que otorgaban dinero público a empresas privadas con alguna participación del Estado o bien a paraestatales que tenían fuertes rezagos de productividad y competitividad. Para los años 70, un peso sobrevaluado con un cambio fijo que se mantuvo en 12.50 pesos por dólar de 1954 a 1976 creó una balanza comercial deficitaria: se importaban más bienes de los que se exportaban.
Claro que a esto se sumó el gastó público realizado por el gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), el cual intentó reactivar una economía con tendencias recesivas al iniciar su mandato. El dinero se obtuvo mediante endeudamiento, pues las reformas fiscales planeadas para obtener dicho influjo de dinero fueron bloqueadas por funcionarios de su misma administración o el empresariado. El resultado inevitable de ese esquema se describe en las páginas de este texto, pero con la particularidad referida en el título: se hará desde las páginas de una revista que apoyó claramente al medio empresarial mexicano durante el “desarrollo estabilizador” y el posterior “desarrollo compartido” echeverrista.
Ahora bien, es difícil definir exactamente quiénes fueron estos grandes grupos industriales que despegaron durante el “desarrollo estabilizador”, pues algunos tuvieron sus raíces antes de esa época y otros se reagruparon tras la crisis de 1982, haciendo difícil su rastreo. Lo que queda claro es que durante décadas han construido redes económicas fuertes que, en algunos casos, tienen un siglo funcionando en México.
Estas redes permiten sobrevivir a crisis políticas, económicas y experimentan ajustes con el tiempo, según Castañeda, quien los ha catalogado como Grupos Económicos (GE), Grupos Económicos Posrevolucionarios (GEP), y Grupos Económicos Globales (GEG), los cuales en algunos casos fundaron sus propios brazos financieros (en paréntesis): Grupo Alfa, Grupo Cuauhtémoc Moctezuma, Grupo Modelo, DESC, Protexa, Grupo Vitro, Grupo Condumex, Grupo Bimbo, Peñoles (Banca Cremi), ICA (Banco del Atlántico), Visa (Banca Serfin), Vitro (Banpaís), Grupo Chihuahua (Multibanco Comermex). Los que surgieron en los 80s, tras la reagrupación de la crisis fueron (en paréntesis se añade su principal líder o fundador): Grupo Carso-Inbursa (Carlos Slim), Grupo Sidek (Jorge Martínez Güitrón), Grupo Syncro (Crescencio Ballesteros, Claudio X. González, Agustín Legarreta y Antonio Ruiz Galindo), Grupo Cifra (Jerónimo Arango), Corporación San Luis (Antonio Madero Bracho, Miguel Alemán Velasco y Crescencio Ballesteros), Grupo Camesa (Agustín Legarreta y Prudencio López), Grupo Privado Mexicano (Antonio del Valle Ruiz) y Grupo Diblos (Juan Sánchez Navarro).
En los años 90, algunas de estas comenzaron a internacionalizarse, gracias al auge exportador impulsado por el Estado, y se convirtieron en GEG, tales como Alfa y sus subsidiarias: acero, Hylsamex; petroquímica, Alpek; alimentos, Sigma; telecomunicaciones, Onexa; autopartes, Versax; papel y empaques. Otras que entran en esta última clasificación, según Castañeda, son: IMSA, FEMSA, Gruma Herdez, América Móvil, Vitro, Cemex, Tamsa y las mencionadas DESC y Bimbo19. Desde su inicio y a lo largo del periodo estudiado, las páginas de la revista Expansión incluyeron publicidad, reportajes y menciones de las empresas antes mencionadas y los mismos elementos aún se pueden encontrar en los ejemplares a la venta.*
Dicho esto, ¿qué características y prácticas generales guardan estos GEP Y GEG? Parafraseando a Castañeda, dichos grupos: 1) son propiedad de algunas cuantas familias y un pequeño número de accionistas mayoritarios, con una estructura vertical, a veces diversificada; 2) generan vínculos de largo plazo entre empresas independientes mediante mecanismos informarles (relaciones familiares o sociales) o propiedad accionaria; 3) se financian vía ganancias retenidas distribuidas en su mercado interno de capitales, títulos en mercados financieros internacionales y crédito de sus propios brazos financieros (bancos, casas de bolsa, aseguradoras); 4) a veces puede existir cierto traslape entre sus accionistas mayoritarios, consejos de administración y altos ejecutivos. Su desarrollo histórico mexicano es “producto de un entorno en el que prevalece un Estado de derecho limitado, el cual se caracteriza por un marco legal que no surge del consenso, un sistema de procuración de justicia deficiente y un conjunto de creencias y patrones culturales que dan pauta a la corrupción, al oportunismo y a una confianza social estrecha”, pero además “la presencia de instituciones discrecionales (formales e informales), y el elevado costo que le generan a la actividad económica, propician la sustitución de los mecanismos de mercado por transacciones relacionadas”.
Sus acciones, en el fondo, tienen efectos macroeconómicos, producen crisis y recesiones, pues su éxito “vino acompañado de una baja productividad, falta de innovación, poca capacidad exportadora, una reducida carga fiscal, poco ahorro agregado y una mala distribución del ingreso”. Gracias a un fenómeno coevolutivo, sus accionistas mayoritarios impulsaron reformas institucionales y la modificación operativa de los grupos. Durante nuestro periodo específico de análisis “los GE se aprovecharon de los contratos de obra pública, de los precios subsidios de las paraestatales, de los mercados oligopólicos en un contexto de economía cerrada, y de las alianzas con empresas transnacionales que buscaban explotar el mercado cautivo mexicano”20.
Así, la naturaleza de estos grupos económicos produce problemas de productividad, pues su arquitectura organizacional (debajo de los dueños a veces hay un fideicomiso o un controlador) y gobierno corporativo preservan una estructura desigual y escaso desarrollo tecnológico, según el autor.
Las crisis de 1977, 1982, 1986, 1995 y 2001, asegura Castañeda, se entienden mejor cuando se considera que hubo una mala asignación de recursos a estos grupos, los cuales obtuvieron desmedido poder político y además contaban con la capacidad de desviar rentas al interior de las redes. Esto solo se hizo más grave por la cercanía de los GE con el gobierno en turno y el tono nacionalista, “mexicanizador”, del periodo posrevolucionario. Todo esto hizo que las empresas de los grupos mencionados fueran sensibles a la infiltración de sindicatos oficiales en donde las cabezas recibían prebendas para así garantizar la legitimidad del régimen. Es decir, “la negociación salarial no estaba ligada a la productividad de la empresa” y los GEP obtuvieron alta rentabilidad y la facultad de operar en mercados oligopólicos, sin vocación exportadora. A la larga, el resultado fue una mala distribución del ingreso21 .
Ante esto, vale la pena mencionar que los entes económicos mexicanos referidos no resintieron los procesos de “destrucción creativa” que se dan de forma cíclica en todos los ramos de la industria gracias a la introducción de nuevas tecnologías, pues “internalizaban los costos de dicha obsolescencia […] Asimismo, la continua expansión de los grupos incrementaba su poder en el mercado doméstico, con el consecuente costo para consumidores y empresas independientes”22.
Puesto que tenían un relativo control de los insumos básicos e intermedios, gracias a sus acuerdos con el Estado, se elevaron las barreras de entrada para la competencia, sintetiza Castañeda.*
Varios autores extranjeros notaron este vínculo de ganancias mutuas en pleno desarrollo estabilizador. Notablemente Raymond Vernon, del cual hablaré más adelante, y Clark W. Reynolds, quien llamó a la liga un “alianza para obtener utilidades”. En 1970, el historiador estadounidense publicó que desde los años 40 el crecimiento de la producción manufacturera era directamente atribuible a inversiones privadas. Esa decisión involucró un riesgo alto para el empresario mexicano durante los años intensivos de industrialización, por lo que requirieron una tasa de mayor rendimiento sobre el capital.
Dicha seguridad contra las pérdidas fue impartida por el Estado. Reynolds detalló que al ponerle números a su iniciativa, los industriales mexicanos debían tomar en cuenta “las expectativas acerca del futuro nivel y la tasa de cambio en la demanda final, los costos de pedir fondos en préstamo, costos de construcción, maquinaria y bienes intermedios, disponibilidad del personal calificado e incertidumbre”, pues invertir en países como México era mucho más riesgoso que, por ejemplo, Estados Unidos. En síntesis, la teoría ortodoxa afirma que “el apoyo y la protección explícitas de la manufactura por el sector público, al reducir la incertidumbre en los espíritus de los empresarios en potencia, puede hacer más que cualquier otro factor aislado para elevar la eficiencia marginal de la inversión neta por encima del costo marginal de los fondos invencibles en el mercado mundial”23.
El problema con ese postulado, tal como notó Reynolds, es que en países en vías de desarrollo es difícil generar un gran volumen de inversión privada a la tasa de interés vigente “independientemente de las políticas y las promesas gubernamentales”, de tal forma que puede ser necesario o subsidiar el costo de los fondos de los potenciales inversionistas privados o bien hacer inversiones públicas directas en manufactura. Los subsidios o la inversión directa del Estado se pueden justificar entonces cuando hay demasiado riesgo para los empresarios y se busca el bienestar público. Los peligros de dicha estrategia subrayados por el autor son exactamente los que sucedieron en México: que los industriales se acostumbren a préstamos baratos, protección a las importaciones, subsidios a impuestos y “presionen para que continúen dichas medidas mucho tiempo después de que sus expectativas hayan mejorado”24. Cito de forma directa al estadounidense:
Comenzando con la administración de Lázaro Cárdenas y particularmente desde la presidencia de Miguel Alemán, el gobierno y la industria privada han cooperado era su mutua ventaja en lo que podría denominarse “alianza para las utilidades”. Los resultados han sido alentadores, ya que han logrado establecer una amplia base industrial capaz de proporcionar un crecimiento económico sostenido y un volumen creciente de bienes manufacturados exportables. Pero la política pública, incluyendo los subsidios a la inversión, no fue suficiente por sí sola para la industrialización exitosa. En el caso de la manufactura mexicana, el espíritu de empresa fue la condición inicial para lograr tasas rápidas y sostenidas de inversión en la manufactura25.
A pesar de dicha perversión en esta alianza, Reynolds reconoce que el riesgo asumido por los empresarios que apostaron al futuro de su propia economía fue condición sine qua non del triunfo de la industrialización en México. Parte de ese dinero inicial, menciona, provino del pago que el Estado hizo a diversos agricultores durante la reforma agraria tras la Revolución. Así, los nuevos ricos vieron un camino claro para obtener prestigio tras la Revolución. “El establecimiento de una nueva aristocracia basada en la riqueza y no en el nacimiento ha hecho mucho para legitimar a la actividad de los negocios como un camino de éxito y de poder para los mexicanos ambiciosos procedentes de todos los niveles de la sociedad”26.
El resultado, al menos hasta 1970, había sido “un sector industrial moderno y altamente intensivo de capital que sólo comienza a reflejar su productividad potencial”, a pesar de los controles a la inversión extranjera. “Con todo, los inversionistas nacionales públicos y privados, así como los extranjeros, han mostrado un espíritu cada vez más cooperativo que se basa en la ventaja mutua [...] espíritu […] sin la cual la industrialización mexicana difícilmente habría alcanzado su éxito actual”27.
Otros autores coinciden con Castañeda. Para un investigador, las raíces del dilatado proceso de industrialización pueden encontrarse en el siglo XIX, la época independentista y hasta la Colonia: “en donde siempre se seguía una política extractiva, consistente en llevar los recursos de la colonia a la metrópoli (época colonial) o de la periferia a las ciudades centrales (en el desarrollo del capitalismo)”28. Los apoyos a la industria se han realizado casi siempre de forma arbitraria, sin criterios y procedimientos bien articulados, contaminado por el cabildeo de parte de las empresas, lo que ha resultado en pocos incentivos para la innovación y una visión de la empresa como algo que sirve para sustituir al comprar tecnologías maduras y optimizadas, mas no para evolucionar29.
Gracida define a este periodo como el desarrollismo, el cual va de 1950 a 1982 y “es el tiempo cuando la industrialización se erige en el objetivo económico fundamental de la sociedad mexicana”. La investigadora afirma que la modernización se dio bajo la dirección de la iniciativa privada apalancada por una fuerte participación del Estado. La estrategia de industrialización de largo plazo se hizo de forma no-deliberada al principio, pero después requirió de acuerdos para la política de sustitución de importaciones. Pero el crecimiento fue desequilibrado: se remplaza a la agricultura por la industria como centro “dinámico del desenvolvimiento del país” (en 1956 la manufactura es el principal generador del PIB) y ya en la segunda mitad de los años 60 se puede ver la desaceleración30.
Así, se distinguen dos grandes rasgos en esta época desarrollista: una primera que abarca la década de los años 50, en donde la intervención estatal se hace para fortificar a la industria manufacturera y una posterior, en los años 60, en donde el desarrollo estabilizador da resultados nunca antes vistos en el PIB y que, según Gracida, nunca se volverán a ver. Para que el país financiara los desequilibrios de este este sistema sin afectar los niveles de precios y del tipo de cambio, se recurrió al endeudamiento, captado a través del mecanismo de encaje legal, pero “a los antiguos rezagos se suman nuevos presiones conforme se refuerza el carácter inequitativa del crecimiento”31.
El Estado y los industriales no salieron de la norma con su planteamiento: las teorías del crecimiento en boga por esa época estipulaban que aquellos grupos con mayor capacidad de ahorro (los grupos de más altos ingresos) debían recibir el ingreso de la población con menor capacidad para ahorrar y de esa forma aumentar el desenvolvimiento económico. En México, esa ortodoxia no se pudo mantener por diversas presiones devaluatorias y la inflación. La estabilidad solo pudo ser temporal y se ligó cada vez más a la captación de capital foráneo.
Con el paso del tiempo se crearon más deformaciones porque se debía pagar más por el servicio de deuda (amortizaciones e intereses)32. El presidente Echeverría, sin embargo, refutó que el crecimiento económico fuera incompatible con la distribución equitativa del ingreso. Así lo hizo saber desde el inicio de su mandato. El mandatario sostenía que la excesiva concertación del ingreso y la marginación de grandes grupos sociales eran los principales obstáculos para la expansión de la economía. Su objetivo fue reformar aquellas prácticas de concentración, lo que creo el enconó de los industriales, quienes estaban acostumbrados a un tono muy distinto del gobierno, como veremos en el retrato que Expansión ofrece de la crisis de 1976.
El desarrollo compartido fue dado a conocer por Echeverría cuatro meses después de haber iniciado su mandato, pero no tomó en cuenta las dificultades internacionales y que el modelo de desarrollo estaba agotado. […] “La administración en turno no busca transformar la organización económica, aunque sí aminorar la concertación de los frutos del crecimiento”, recuerda Gracida33.
La tensión con los empresarios comenzó apenas dos semanas de haber iniciado el sexenio, pues no se les consultó, como dictaba la tradición, a propósito de la iniciativa fiscal sobre asuntos fiscales de 1970.
Los industriales querían mayor participación en las grandes decisiones del país, lo que provocó que la mayor parte de los subsecuentes proyectos del gobierno se sometieran a la opinión a su opinión, siendo muchos de ellos rechazados. Las dos tendencias al interior del gobierno tensaban la toma de decisiones: ahorro y estabilidad versus aumento del mercado interno a través del mayor gasto del sector público34.
La lucha desplegada entorno al proyecto de nación, opina Gracida, tenía en el centro de la discusión el papel del Estado. Así como los funcionarios se reunían a puerta cerrada, los empresarios hacían sus “Atalayas” para discutir con especialistas los principales problemas internacionales y las opciones para enfrentarlos, y claro, la posición frente a ellos que deberán tomar como grupo35. Resume la investigadora:
En contraste con lo que ocurría en el pasado, los actuales reclamos de una menor presencia estatal coinciden con los vientos que recorren el mundo. El paradigma keynesiano y la política económica que considera al Estado y a sus instituciones conductores del crecimiento, poco a poco van siendo objeto de condena y sustituidos por la teoría neoliberal y la reivindicación del predominio irrestricto del mercado, como nuevos ejes de la organización económica36.
Así, a mediados de los 70 disminuye la rentabilidad de las demandas interna y externa, lo que afecta a los industriales quienes aumentan los precios para conseguir más recursos. El gobierno emite más billetes, pero el círculo vicioso hace que se endeude más pues decide no devaluar la moneda y con eso continuar con su reforma económica. Los empresarios se inconforman con el programa de Echeverría: primero dejan de invertir, y después realizan fuga de capitales37.
Dicho todo lo anterior, la crisis de 1976 no puede entenderse sin mencionar que diversos factores externos incontrolables afectaron los planes de los funcionarios mexicanos. El primero fue el rompimiento del acuerdo Bretton Woods por parte de Estados Unidos, en 1971. El sistema respaldaba al dólar con reservas de oro. El gobierno no quiso devaluar el peso cuando el pacto se terminó.* También le afectó, como a muchos países industrializados, el embargo petrolero de los países árabes exportadores de petróleo en 1973 causado por la Guerra del Yom Kippur y el apoyo que Estados Unidos dio a Israel.
El barril de petróleo llegó hasta los 12 dólares en marzo de 1974 cuando antes del conflicto se vendía en tres. Previo a dichos acontecimientos, el periodo del desarrollo estabilizador no había sufrido “shocks” externos. De hecho, algunos investigadores aseguran que los periodos de crecimiento económico mexicano solo pueden darse cuando hay relativos periodos de estabilidad mundial, dada la fragilidad de nuestras finanzas y la dependencia que se tiene con el exterior. Un autor opina que las crisis son inevitables y cíclicas y que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se vinculan con las tasas de ganancias de Estados Unidos38.
En lo que se refiere a nuestro caso de estudio, la tendencia de la tasa de ganancias durante los años 70 tuvo como respuesta “una gran ofensiva capitalista para tratar de revertirla” durante las tres siguientes décadas hasta 2008, asegura otra investigadora39.
En esencia, como afirman la mayoría de los autores que han estudiado el tema, “la 'disciplina fiscal' es más bien una condición necesaria, mas no suficiente para mantener la estabilidad de precios y cambiaría en el país, por lo que las fluctuaciones externas normalmente resultan nefastas para la estabilidad interna”40.
Moreno-Brid y Ros establecen que estos periodos de expansión en México comparten tres elementos esenciales: 1) establecimiento de consenso en materia de política económica; 2) interpretación acertada por parte de los élites políticas y económicas en torno a las restricciones al desarrollo económico; y 3) desigual distribución de los beneficios del crecimiento económico, lo que trae como consecuencia la pérdida del consenso en las subsecuentes periodos de estancamiento41.
Estos autores subrayan que el “desarrollo compartido” de Echeverría tuvo como objetivos la distribución del crecimiento, mejorar el pobre desempeño de la agricultura, hacer una reforma de impuestos y mejorar la baja competitividad industrial en los mercados de exportación a través de la reordenación de la inversión pública. Sin embargo, en la iniciativa privada no gustó la retórica gubernamental y la inversión fija privada disminuyó con respecto al PIB y así, a medida que aumentó la volatilidad y el tipo de cambio se mantuvo fijo “la estrategia falló en reforzar la competitividad del sector exportador y la sustitución de importaciones en el sector de bienes de capital”. Hacia 1974-1975, la producción de bienes de capital representaba menos del 8% de la producción manufacturera y en cambio sumaba 50% de las importaciones totales42.
Otros autores abogan por erradicar de una vez por todas el adjetivo “estatizante” con el que se ha ligado al periodo analizado en este ensayo y aseguran que el crecimiento de los años 50s fue un esfuerzo esencialmente privado, dado que la tasa promedio anual de formación bruta de capital fijo creció 12.1% en el sector público de forma anual y la del privado 20.2%43.
A diferencia de la década de los 60, el crecimiento fue más balanceado y la inversión pública se centró en general en el petróleo, la electricidad, la industria, el sector financiero, y el turismo. Para esa segunda década, el esquema mostraba sus propias limitaciones por la falta de recaudación, tal como sucedía en otros países de América Latina. En México, se pidió al especialista en impuestos Nicholas Kaldor una propuesta de reforma fiscal, pero fue rechazada, tanto por cuestiones políticas como por la práctica proteccionista que el gobierno había seguido con los empresarios en la consecución de insumos importados, lo que afectó a los exportadores.
La exportación de manufacturas tropezó con su falta de competitividad porque la protección del mercado interno proveía aun incentivo perverso para producir a precios más altos y reducir costos a través de bajas tasas de inversión en tecnología. “Estas políticas de promoción industrial, una política crediticia a favor de las manufacturas y los altos costos de adquisición de los insumos importados fueron los principales factores causales de la desaceleración del crecimiento”44.
El complejo entorno internacional de principios de la década de los 70 mencionado anteriormente afectó el desarrollo industrial nacional porque “se proyectaron sobre un modelo de crecimiento en crisis”, agotado, que trataba de mantener sin cambios sus bases de crecimiento. El Estado, sin embargo, estaba obligado a dar respuesta a la inconformidad social expresada claramente en los sucesos del 68 y después de 1971, además de las guerrillas social y urbana. De ahí que aumentara su gasto público. “La expansión del gasto público abarcó tanto los tradicionales rubros de infraestructura productiva básica, salud y educación, como nuevos roles en la producción directa de bienes a través de la creación o ampliación de empresas paraestatales y la expropiación de empresas”.
Los resultados fueron de corto plazo: el PIB creció 3.7% en 1971, pero en los dos años siguientes el aumentó fue superior al 8% y después, en 1974 y 1975, un poco más del 5%; en 1976, fue de 4.42%. “El gasto público fue efectivo para detener la desaceleración económica, pero sin una solución real a los problemas del modelo de desarrollo las dificultados terminaba por reaparecer sólo que agravadas”, pues, como hemos visto en este apartado, se basó en gasto endeudamiento y la emisión monetaria y nunca se realizó una reforma capaz de “dar solvencia” a esa política expansiva, lo que creó deuda e inflación y, a la postre, la crisis de la que trata este artículo. En síntesis, “la política económica de la primera mitad de los setenta apostó por impulsar el crecimiento económico con instrumentos que, sin resolver los problemas de fondo, daban cauce a las demandas sociales y a la fuerte presión demográfica del país”45.
Sus raíces eran la ineficiencia del aparato productivo y la falta de producción nacional, empeorados por el entorno internacional. Ya en plena crisis, las fricciones entre gobierno y empresarios para tratar de identificar a los causantes de la debacle se hicieron más agudas, lo que mino los últimos meses de la administración de Echeverría, confianza que, como veremos más adelante, solo se recuperó (al menos momentáneamente) cuando José López Portillo (1976-1982) llegó al poder y cambió el discurso económico del Estado. Los grupos industriales estaban acostumbrados a la protección y a no preocuparse por la competencia foránea. El modelo de sustitución de importaciones fue truncado, realmente nunca se avanzó hacia bienes intermedios y la producción de maquinaria se vio obstaculizada por la falta de inversión en innovación tecnológica y la escasez de divisas. Un buen ejemplo de esta protección del Estado, y los límites del modelo seguido durante el desarrollo estabilizador, se puede ver en los grandes industriales de Monterrey. Opinan Márquez y Silva:
A pesar de los beneficios obtenidos a partir de un mercado protegido y el acceso a créditos subsidiados, los hombres de negocios crearon espacios independientes de las políticas públicas en materia laboral, al rechazar sistemáticamente el sindicalismo corporativo y preferir una relación con los obreros a través de organizaciones independientes, muchas veces denominadas sindicatos blancos. En Monterrey, la administración de las empresas y las decisiones de inversión dependieron en gran medida de las decisiones de las familias propietarias, ya fuera de las consolidadas en el porfiriato o de las surgidas al amparo del auge industrial de la posguerra, acrecentando su prestigio y presencia en la vida económica del país. El control familiar, lejos de impedir el desarrollo de habilidades gerenciales, las fomentó, y el ejemplo uñas caro al respecto fue la fundación del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) en 1943 por Eugenio Garza Sada con la intención de prepara cuadros directivos y promover un modelo educativo conectado con las necesidades de las empresas46.
Finalmente, cabe resaltar el trabajo de investigación de este periodo que ha realizado el historiador económico Cárdenas, quien opina que a lo largo del desarrollo estabilizador el Estado tuvo diversas ocasiones para modificar, de forma gradual, su plan económico. De acuerdo con ese autor, los cambios debieron haber comenzado a mediados de los años 60, cuando se mostraron signos claros de la desaceleración. Otro momento perdido fue el rompimiento del tratado Bretton Woods, dado que se podía haber dejado flotar el peso, como lo hicieron otros países con sus monedas, y con eso aligerar la presión que implicaba tener un tipo de cambio fijo. Al final los cambios no se hicieron, ya sea por cuestiones externas, como la presión empresarial, o decisiones intrínsecamente políticas. El desplome comenzó en 1976 y se agravó dramáticamente en 1982.
Cárdenas resalta, sin embargo, que los 20 años que comprendieron de 1962 a 1981 tuvieron una expansión notable: mejoró la distribución del ingreso, aumentó la urbanización y la clase media, creció el acceso a la salud, a la educación y a la vivienda, el promedio de años de escolaridad y la infraestructura de servicios. En general, la pobreza se redujo. Sn embargo, a pesar de que los años 60 han sido aceptados en el inconsciente colectivo como una época de bonanza, nota este investigador, también se han criticado por la fuerte concentración del ingreso y la riqueza, por no haberse realizado una reforma fiscal necesaria, el bajón que sufrió la agricultura y “por el conflicto estudiantil de 1968 como corolario de dificultades subyacentes en la economía y la política nacionales, entre otros problemas”47.
Así, “el proteccionismo fue de la mano de la política laboral del gobierno mexicano” y “el Estado no hizo los cambios requeridos por oposición de ciertos grupos de interés que el Estado prefirió no afectar, cuando en ese momento no eran indispensables en el corto plazo. Los problemas se difieren por varios años […] Las autoridades no actuaron en consecuencia”48. Para este investigador, el aparato proteccionista se instaló en 1947 y se expandió en la década siguiente.
A diferencia de otros autores que han estudiado el periodo que ponen más énfasis en el papel del gobierno o por el contrario en la iniciativa privada, Cárdenas nota que de 1963 a 1971, en particular, se dio un fenómeno de “crowding in”, en donde la inversión pública generó más infusión privada. “La colaboración entre el sector público y privado continuó, a pesar de cierta retórica contra la empresa privada a partir de la Revolución cubana. En la segunda mitad de los años sesenta hubo una gran complementariedad entre la inversión pública y la privada”, con lo que las “externalidades positivas de la primera se aprovechaban al máximo por el sector privado”49.
Y si bien el Estado se abocó a disminuir el impacto de los factores externos a la economía nacional, como el tipo de cambio o los precios internacionales de ciertos productos exportables, la realidad es que no tenía ningún control sobre ello. La mancuerna industriales-gobierno se enfocó en el desarrollo del mercado interno para “integrar verticalmente todas las actividades productivas de tal suerte que ahora la sustitución de importaciones debía profundizarse: debía buscarse la sustitución de importaciones en bienes intermedios y de capital” con el objetivo de complementar el proceso y depender cada vez menos de la tecnología extranjera “y de la capacidad de obtener divisas para adquirir aquello que se pudiera producir internamente”. En el fondo se buscaban reservar las “actividades estratégicas” para los mexicanos, tanto del sector privado como del sector público. Pero además, “existía una política cada vez más arraigada de buscar el consenso entre los diferentes actores para la toma de decisiones, lo cual retrasaba las decisiones y podía llevar en un momento dado a cierta inmovilidad”50.
Los problemas de competitividad, agrega, comenzaron a notarse desde los años 50, pues los sindicatos de empresas privadas se volvieron cada vez más poderosos al apegarse al gobierno para “consolidar sus conquistas a cambio del apoyo político del régimen”. Con el tiempo se reforzó la estructura de mercado monopólico del mercado mexicano, el cual arrastraba desde fines del siglo XIX. Para la década de los 60 “las empresas 'incipientes' ya habían tenido, la mayor parte de ellas, al menos un decenio de protección que les había permitido nacer, crecer y desarrollarse al amparo de la política proteccionista y de los demás estímulos fiscales de que había gozado”, lo que elevó el precio por la protección y mantuvo costos artificialmente bajos mediante subsidios estatales51.
El problema de esa baja competitividad es que estaba ligada al crecimiento del mercado interno, el cual por definición estaba limitado y reflejaba una mala distribución del ingreso.
Por tanto, la calidad y precio de los productos escondía ineficiencia, en ocasiones altas tasas de ganancia, reforzamiento de la estructura oligopólica, debilitamiento gradual de las finanzas públicas y un mercado laboral rígido, a costa del consumidor y de la sociedad en general, pues no había capacidad para enfrentar la competencia internacional52.
Como hemos visto, la expansión del modelo hacia bienes de capital no sucedió, pues además, eso hubiera implicado enfocarse al mercado externo y mayor demanda de importaciones, mayor participación de multinacionales. Así, “parece claro que fue precisamente en los años sesenta cuando se debió haber buscado la legitimación del régimen sin los apoyos corporativos del PRI, y se debió haber iniciado la apertura comercial para eliminar gradualmente el sesgo anti exportador y obligar a las empresas a ser más competitivas”53.
Eso no se llevó a cabo. Al contrario, en los años 60 se reforzó el esquema proteccionista y se apoyó una política de “mexicanización” de la industria, dado que se consideraba más sensato endeudarse que dejar entrara a la inversión extranjera para continuar con el crecimiento. En ese sentido, el papel de Nafinsa fue determinante, pues se convirtió en accionista mayoritario de Altos Hornos de México, Siderúrgica Nacional, Compañía Industrial Atenquique, Fábrica de Papel Tuxtepec, Ayutla Textil, Operadora Textil, Refrigeradora del Noroeste, Ingenio Rosales, Ingenio Independencia, Guanos y Fertilizantes de México, Chapas y Triplay, y Maderas Industrializadas de Quintana Roo. Todas, salvo Guanos y Fertilizantes de México, empezaron sus actividades como privadas. Además, Nafinsa era accionista minoritario en otras 29 empresas. Esto aparte de ser acreedora de 533 entidades privadas54.
Como hemos visto, el resultado de todas estas acciones fue el aumento del déficit. En 1970, la deuda pública llegó a 4, 262.7 millones de dólares o 12% del PIB, pues nunca se cerró la brecha entre ahorro e inversión. Las importaciones crecieron y las exportaciones disminuyeron y las reformas fiscales no se hicieron porque el “clima político” no era el adecuado. Para subsanar esto, el gobierno decidió aumentar el financiamiento del sector privado a los gastos públicos a través de la colocación de bonos gubernamentales en las carteras de los banco, observa Cárdenas55. Los siguientes datos resumen la problemática previa a la crisis de 1976: entre 1965 y 1970, de la inversión total de empresas públicas, el 31% fue financiado por ingresos propios, el 47.3% por transferencias del gobierno federal, y el 21.7% restante por endeudamiento externo56.
La particularidad del gobierno de Echeverría y de la crisis del fin de su sexenio tiene mucho que ver con el enfoque específico que dio a su mandato. En definitiva, se tienen elementos que lo acercan con el populismo económico instaurado en otros países durante la misma época. Cárdenas define esa tendencia como el apoyo de un gobierno a proyectos que no sean claramente productivos, generando déficit fiscales y de balanza de pagos excesivos. “El gasto en sectores poco productivos, sea con fines políticos o sociales, con el tiempo repercute en reducciones de la productividad general del país”. Esos proyectos populistas se pueden financiar con impuestos o con deuda o bien, como lo prefirió el gobierno de Echeverría, con la impresión de dinero, lo cual tuvo severas consecuencias inflacionarias57.
El dólar, como hemos señalado, se mantuvo en 12.50 pesos por unidad, lo que aumentó el nivel de importaciones. Los funcionarios de esa época eligieron endeudarse para obtener ingresos del exterior y con eso financiar el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. La consecuencia de esta iniciativa es una crisis externa generalizada que solo se agrava con el tiempo:
(Se) obliga a una devaluación del tipo de cambio, con el consecuente deterioro del nivel de vida de la población al encarecerse las importaciones y reglamentar el proceso inflacionario que ya está en marcha. La escasez de divisas y su alto precio-en un contento de dependencia tecnológica y por tanto de dependencia del aparato productivo de importaciones de insumos esenciales para la producción, de un sector exportador débil y poco diversificado, lo cual es típico de una economía en desarrollo-, genera una contracción de la oferta agregada y por tanto una recesión económica, con el consecuente deterioro del salario real en particular, y de los niveles de bienestar de la población en general58.
Como hemos visto, el gobierno que entró en 1970 lucho contra la recesión con el gasto público, a pesar de que el desarrollo estabilizador, según Cárdenas, había llegado a su fin. Aunque hoy esa decisión parezca claramente equivocada, el historiador observa que en esa época varias economías socialistas habían tenido éxito. “En países occidentales era aceptado que el mercado era importante, pero que la planificación estatal, al menos indicativa, era esencial para armonizar el proceso de desarrollo”59.
Así, se aceptaba la intervención del Estado, siempre y cuando ayudará al proceso de crecimiento. De ahí que el gasto público aumentara en 12.2% en 1972 y 23.2% en 1973 con el fin de subsanar la recesión de 1971. La inversión privada no hizo lo mismo: aumentó su gasto solo 2.5% y 3.0% en el mismo periodo. Tampoco le agradaba la retórica de izquierda del presidente. Dichas acciones crearon conflicto al interior del gobierno: Echeverría despidió a su secretario de Hacienda en 1973 y más o menos por el mismo periodo la iniciativa privada comenzó su fuga de capitales. El mandatario los criticó públicamente en su informe de labores de 1973 y el distanciamiento solo aumentó después de eso, en particular tras el asesinato de Eugenio Garza Sada el 17 de septiembre de ese año60.
El conjunto de acciones resultó en una inflación de 76.4% entre 1970 y 1975, con un peso sobre valuado en 50.57% y un déficit de cuenta corriente de 4, 443 millones de dólares61.
Para concluir, siguiendo las ideas de Cárdenas: el desarrollo estabilizador nunca consiguió un instrumento adicional para subsanar sus gastos relativos a la redistribución del ingreso. De ahí que la economía se desequilibrase. Hasta el inicio del gobierno echeverrista los tres instrumentos del desarrollo habían sido el nivel del gasto público, control monetario a través del depósito legal en el Banco de México y endeudamiento externo. Los objetivos habían sido claros: crecimiento económico, estabilidad de precios y estabilidad de la balanza de pagos representada por un tipo de cambio fijo.
Todo eso se vino abajo con un cuarto objetivo-la redistribución del ingreso- que nunca logró compensarse con una reforma fiscal. Cuando vino la devaluación de 1976, el gobierno no estaba preparado para aceptar la fuerte recesión o su desgaste político. De ahí que decretase un aumento salarial de emergencia de 23% y con eso envió un mensaje a los mercados de que no tenía intención reales de estabilización. El impacto inflacionario fue severo (27.2% hacia finales de 1976). La incertidumbre aumentó aún más la fuga de capitales62.
Las medidas sentaron muy mal con los empresarios, como veremos más adelante a partir de los textos de Expansión. La confianza sobre la cual se había fundamentado la “alianza para obtener utilidades”, como la nombró Reynolds, se había prácticamente disuelto.
IV. El contexto sociopolítico
Si bien Expansión salió a la venta durante los estertores del régimen de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), maduró en el siguiente sexenio. Durante periodo de Luis Echeverría Álvarez se fortalecieron los movimientos de izquierda63, se dieron diversos casos de represión, la controvertida salida de Julio Scherer de Excélsior, la masacre del jueves de Corpus, la guerrilla y la guerra sucia se convirtieron en asuntos de importancia nacional64 y se dieron los pasos, involuntarios o no, para la importante reforma de 1977 al sistema político mexicano65, uno que ya veía como el presidencialismo de décadas atrás perdía parte de su poder.
La crisis económica de 1976 fue tan solo uno más de los problemas de ese ajetreado sexenio, pero su impacto se sentiría años después tanto por lo que significó para la forma en que México había conducido su propia economía, con una notable intervención del Estado, como por el cambio mundial de liberalización económica en cual se insertó y que, a grandes rasgos, hoy subsiste en su forma más salvaje.
Como observó Cosío Villegas a mediados de la década de los 70, desde la Segunda Guerra Mundial los beneficios del acelerado y singular progreso material mexicano estuvieron ligados a la operación binómica de la estructura ligada al PRI y del presidente de la República, lo que generó una cruenta desigualdad en la distribución del ingreso de la cual “la mayor parte, mucho mayor, ha ido a los empresarios” en detrimento de los verdaderos intereses de los obreros y campesinos66.
Los propósitos originales de la Revolución habían sido desviados por otros intereses particulares, los cuales inevitablemente habían limitado y envenenado la acción del Ejecutivo:
Es de presumirse, además, que aparte de esos grupos opresores "privados", el Presidente también es objeto de continuas y fuertes presiones de los miembros de la Familia Revolucionaria, y que cada uno de ellos alegará que pretenden ganarse su beneplácito, no para engrandecer su propia persona, sino por abogar en favor de los intereses "superiores" de unos representados más o menos imaginarios67.
Con Echeverría ciertamente habían cambiado las cosas, notó este autor, tal vez hacia terrenos más libres pero desordenados, pues el gobierno no había sabido “señalar grandes objetivos a esa libertad, objetivos, además, que el sentir público entienda, apruebe y aplauda al grado de alistarse para activar su logro”, lo que le había generado consecuencias políticas inevitables68.
El cambio social proclamado en sus discursos electorales no había llegado, tanto por razones políticas como por los choques sociales que veían en esos posibles cambios una afectación a sus intereses.
El presidente había tratado de religitimar a su partido insistiendo, desde su campaña, que se debía hacer una fuerte redistribución social y económica, lo que lo acercaba, al menos discursivamente, al populismo y a veces al marxismo aunque los arreglos corporativos fueran aún parte central del gobierno.
Para estimular la participación legislativa de nuevos grupos políticos de oposición, se realizaron diversos cambios legales en 1971 y 1973. Sin embargo, durante su sexenio continúo la represión, notablemente con la masacre del Jueves Corpus del 10 de junio de 1971 (conocido también como “El Halconazo”) y la guerra sucia para apagar los movimientos guerrilleros tanto urbanos como rurales. El resultado de estos cambios sociales fue un mayor desgaste para las instituciones, lo cual, a su vez, complicó más la acción del Ejecutivo; cambió su imagen y las críticas en contra de su figura comenzaron a arreciar desde distintos sectores que pedían una pluralidad69.
El periodo de rápido crecimiento económico nacional mencionado por Cosío Villegas fue catalogado como un “milagro” gracias a los altos índices de crecimiento anual del PIB, los cuales, de interés central para nuestro trabajo, fueron en promedio de 6.28% de 1961 a 197670. En los años 50, con altibajos, también se mantuvo el crecimiento. A grandes rasgos, el “milagro económico” se presentó desde la Segunda Guerra Mundial, en donde aumentó exponencialmente el nivel de las exportaciones, hasta 1970, aunque los autores no se ponen de acuerdo en las fechas precisas del hecho (muchos tampoco lo llaman “milagro”, en vista de la alta desigualdad que persistió en el país en ese lapso).
En lo que sí coinciden es en afirmar que la conducción e intervención del Estado durante ese lapso–como notó el historiador–fueron determinantes para alcanzar esos indicadores económicos.
Pero ya desde 1963, al menos, Vernon había cuestionado el modelo de desarrollo mexicano. El investigador afirmó que a pesar del esquema de apoyo a la iniciativa privada mexicana y su posición negociadora con el gobierno, la realidad es que se mantenía una clara tensión entre ambas partes por el papel proteccionista e interventor del Estado, siendo determinante el tipo de inversiones que estaría dispuesto a permitir y su limitación de importaciones, lo que acababa de perjudicar más los intereses del país que los extranjeros71.
México, en opinión del mismo, requería cambios estructurales que pasaban por lo político y lo económico, pues “para que México crezca necesita tener un estímulo desde adentro, lo que requiere un cambio agudo en la político del gobierno. Debe cambiar o permitir mayor inversión de la IP, lo cual traería su vez cambios bruscos”72.
Esa protección a la industria nacional se convirtió en la norma durante los años del desarrollo estabilizador y compartido. “Lo malo”, como aseguró otro autor, “fue que no sólo se protegió a las industrias sino también a los hombres de negocios de la competencia externa”73.
En ese esquema, la Nacional Financiera (Nafinsa) jugó un papel fundamental, gracias a su aportación de recursos, aún en empresas paraestatales fracasadas. Para mantener el crecimiento nacional, el gobierno solicitó empréstitos internacionales y nacionales. Así, los precios se mantuvieron fijos y bajos, imperó la ineficiencia, y se subsidiaron a costa del erario. En los años 60, el débito comercial llegó a los 4,000 millones de dólares74.
“Pero el modelo había estado mal diseñado: el sector industrial no era competitivo. La estrategia implicaba el fortalecimiento de una estructura industrial oligopólica, lo que significaba la limitación de la competencia interna”75.
De la misma forma, el mercado interno comenzó a saturarse. El “desarrollo compartido” de Echeverría, quien cambió ligeramente el nombre del modelo para hacerlo más incluyente, al menos en teoría, funcionó en términos de crecimiento porque se basó en endeudamiento externo y porque, a pesar de que hacia finales de la década de los 60 una liberación económica era imperativa, nadie quería realizarla para no “alterar al estatus quo”, ni el gobierno ni el sector privado76.
El gobierno no quería perder su poder para conducir la economía ni su control sobre los empresarios, los cuales, a su vez, sabían que la apertura significaría mayor competencia y menores tasas de ganancia.
Loaeza, mientras tanto, opina que el milagro se acabó durante el periodo de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), en particular con los hechos de la masacre de Tlatelolco de 1968, durante uno de los periodo más críticos de la Guerra Fría77.
Una opinión similar tiene Plascencia, quien asegura que los años 60 trajeron deterioro político y la “toma de consciencia” de que con el crecimiento económico no se había llegado al desarrollo pleno, lo que vino aparejado de una disolución de la creencia de que el sistema político era perfecto: en esta época, y sobre todo tras los hechos violentos del 2 de octubre, se desdibujó el milagro económico78.
Ya con Echeverría se mostró un “tercermundismo militante”, tanto por su nacionalismo interventor como por su escasa habilidad para resolver problemas sociales y políticos con rasgos democráticos, en oposición a la violencia79. A eso se sumó el enfrentamiento con el empresariado, quienes rechazaron la actitud injerencista del gobierno de Echeverría y que vieron como el sexenio pasó entre constantes enfrentamientos por este tema: en 1972 el Embajador de Estados Unidos criticó el plan gubernamental para regular con mayor control a la inversión extranjera; la presentación, en 1973, de un plan para participar directamente en el control de los precios de bienes y servicios, rechazado por los industriales en pro de la libre empresa; el apoyo al gobierno de las centrales obreras y su solicitud de aumento de salarios, en donde éste los apoyó y excluyó a los empresarios; la crítica al impuesto patrimonial y el fracaso de la reglamentación de uso de suelo, ambos propuestos en 1975; y ya en noviembre de 1976, aún después de la devaluación, la expropiación de tierras en Sonora80.
Todas estas acciones supusieron de forma aditiva un rompimiento entre el gobierno y los industriales.
Otros opinan que el descenso inició desde la década de los 60 y que la estocada final fue la devaluación de 1976. A la salida de Echeverría “el desarrollo estabilizador era historia, el crecimiento económico se detuvo y la opinión nacional e internacional empezó a poner en duda la salud y viabilidad de la economía mexicana. Se dejó de hablar de 'milagro económico'”, afirman Meyer y Camín81.
Sea como fuese, a lo largo del mandato de Echeverría el mundo vio por primera vez un fenómeno económico para el cual no tenía respuesta inmediata: recesión con inflación. En México, mientras tanto, se planteaba la lucha entre dos modelos. Uno que proponía mayor apertura neoliberal, tal como ya se estaba dando en otros países industrializados; y otro que abogaba por mantener, con algunos cambios, la estructura proteccionista-nacionalista, con lazos ideológico en la Revolución mexicana.
En este segundo modelo se debe ampliar el mercado doméstico, fomentar la inversión privada, elevar el gasto público, fortalecer las finanzas públicas y aumentar los salarios. Echeverría y su equipo optaron por el segundo y reforzaron su retórica redistributiva al llegar al gobierno, lo que causó inquietud, primero, y después enfrentamiento con el empresariado.
Así, desde principios del sexenio, se realizaron varios cambios en disposiciones legislativas para fomentar las exportaciones. Pero ya en 1972 había quedado claro que la cúpula empresarial no estaba contenta con el presidente, pues no fueron consultados por el mandatario para hacer la política fiscal del país, como era la tradición. “A partir de entonces, las iniciativas públicas se sujetan de nuevo a la consideración de la élite de los hombres de negocios, con la consecuencia de que en muchas ocasiones no prosperan o se reforman hasta [frustrarlas]”82.
Uno de los primeros ejemplos de esta inconformidad se dio en 1972, cuando los empresarios amenazaron con sacar su dinero del país si el gobierno avanzaba con un proyecto de iniciativa de ley que pretendía eliminar el anonimato en los títulos de renta fija y en las acciones industriales. Al final, gobierno y empresarios acordaron un incremento a la tasa impositiva de los títulos al portador, pero se siguió guardando el monto total de los ingresos y de esa forma se limitó la posibilidad de redistribuir el impuesto global personal fijado a principios de ese mismo año, augurando el fracaso del gobierno por obtener recursos financieros83.
En 1972 y el año siguiente, el gasto público tuvo un aumento real de 22.9% en el primer caso y de 24% en el segundo, lo que propició un mayor crecimiento interno, a pesar de la inestabilidad económica internacional y el aumento de precios84. En marzo de 1973, el gobierno aplicó un plan antinflacionario: control del circulante; racionalización del gasto público y orientación del crédito a actividades de rápida recuperación; medidas reguladoras del proceso de comercialización y política de precios y salarios.
Poco después, en julio de ese año, se anunciaron otras acciones para controlar la inflación, pero no tuvieron éxito: el salario se depreció y comenzaron los amagos de huelga, a lo que Echeverría, en su IV informe de Gobierno, respondió que ellos no eran los culpables del aumento del costo de vida y decretó, un mes después, normas que regulaban el precio de ciertos productos.
Para 1974 quedaba claro que las medidas no estaban siendo efectivas y que el crecimiento se ralentizaba de 7.6% a 5.9%. El empresariado se inconformó. El deterioro aumentó85.
Los precios al mayoreo siguieron subiendo (22.5%), así como el costo de la vida obrera (32.8%), en 1974. Los hombres de negocios decidieron, entonces, intervenir en la vida publica del país y el 7 de mayo de 1975 crearon el Consejo Coordinador Empresarial, el cual agrupaba a la Concamin, Concanaco, Coparmex, a las asociaciones de Banqueros, Seguros, y al Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (la Canacintra no entró). Su objetivo era facilitar la acción de la iniciativa privada y, al menos en esta primera fase, no hay mayores diferencias entre su plan y la política pública. Ese mismo año se eliminaron varias normas para disminuir algunas políticas proteccionistas del gobierno86.
Esta fue la época del crecimiento sostenido por la deuda, en donde, entre 1973 y 1976, se financió con más de 30% de endeudamiento exterior, en contraste con 1.5% y 5.6% de 1971 y 1972, lo que no compensó la fuga de capitales que fue de 16, 625 millones de dólares en el primer periodo mencionado y un aumento de inversión extranjera directa de 5.6% en el mismo87. En pocas palabras, el dinero provenía cada vez menos de actividades productivas, se descapitalizó al país por pago de deuda e intereses y los capitales siguieron saliendo (851 millones de dólares en 1975)88. La devaluación era inminente.
Durante el periodo echeverrista “era obligatorio que la economía creciera y que además se redistribuyera el ingreso”, pero el costo de esa asignatura resultó demasiado alto para el gobierno, opina Rodríguez Kuri89. Ante la debilidad del gobierno por captar recursos vía impuestos para la inversión y el desarrollo, “se recurrió a dos herramientas para financiar el crecimiento: el manejo deficitario del presupuesto y los préstamos internacionales” por razones político institucionales: el Congreso, que debía regular dichos asuntos, estaba sujeto al partido oficial90.
V. Una devaluación, diversos puntos de vista
Como dije al principio de este texto, la crisis de 1976 ha sido analizada desde muchos puntos de vista, pero no desde el histórico-mediático. Sin embargo, considero importante que el lector conozca la literatura académica que aborda este tema para entenderlo con mayor profundidad. En general, como puede esperarse, el grueso de los documentos que tocan la crisis de 1976 han sido escritos por economistas, los cuales se pueden dividir en dos grandes campos: 1) aquellos que asignan un mayor peso a los factores exógenos que desencadenaron la devaluación y 2) los que colocan la culpa sobre todo en las decisiones del gobierno. En ninguno de los casos se ignoran los hechos externos al país, cabe resaltar, simplemente adquieren mayor o menor valor dependiendo del autor consultado.
Un escrito redactado por una publicación académica de la UNAM unos meses después del inicio de la devaluación, por ejemplo, pertenece a ese primer grupo. Los autores del texto, simplemente firmado por “El Comité Editorial”, critican la compleja industrialización a la que ha sido sometido el país con el objetivo de hacerlo más competitivo. La flotación anunciada en el verano de 1976 que borró el tipo de cambio de 12.50 pesos por dólar mantenida por el gobierno, no solo tiene que ver con las decisiones internas, sino también con acciones precisas que tomaron las trasnacionales que llegaron al país. El peso mexicano estaba sobrevaluado, sigue el escrito, lo que le daba una ventaja monetaria para importar, lo que aumentó el déficit en la balanza de la cuenta corriente de 597.2 millones de dólares en 1958 a 6,327 millones de dólares en 197591.
Para mantener el valor pre-devaluatorio se tuvieron que pedir préstamos a grandes bancos y empresas trasnacionales. “A su vez, la política de puertas abiertas al capital de las grandes empresas monopólicas, ha favorecido no solamente una mayor propensión a las importaciones sino que también ha facilitado la proliferación de practicas típicamente monopólicas que realizan las grandes empresas trasnacionales”92, agrega la carta dirigida a los lectores. En síntesis: “la devaluación del peso mexicano está originada estructuralmente en el carácter dependiente de la industrialización mexicana, así como en el carácter monopólico crecientemente acentuado por la absorción y fusión de empresas de capital nacional a grandes conglomerados trasnacionales”93.
La consecuencia perniciosa es, entonces, el aumento de la inflación y de la especulación, y una disminución real de los ingresos de los trabajadores, pues los aumentos salariales no compensaban el incremento de precios. Peor aún, las ganancias de la devaluación se concentraban en “algunas trasnacionales que controlan cada vez más las exportaciones del país”. Finalmente, los firmantes consideran que existe, a esa fecha, un “creciente desorden en el sistema monetario internacional” y una depresión económica generalizada que “afecta al capitalismo”94.
Por su parte, Salazar afirma que el proceso devaluatorio inició desde 1971, cuando Estados Unidos abandonó el tratado Bretton Woods, dejó de indizar el dólar al oro y devaluó su moneda. Desde ese año, el peso mexicano recibió presiones devaluatorias por la inestabilidad del rompimiento del acuerdo que prevalecía desde 1944, el cual había sido sancionado con la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Se esperaba que los demás países equilibraran su oferta y demanda de divisas, es especial aquellos que tuvieran déficit en su cuenta corriente, con devaluaciones en lugar de modificar su tenencia en dólares. El problema fue que a pesar de que los países devaluaron su moneda, no redujeron su demanda de dólares.“[…] la especulación que siguió al abandono del acuerdo del Bretton Woods puso en manos de la oligarquía financiera y convirtió en capital y ganancia de esa oligarquía, la enorme cantidad de activos externos que utilizaron los países superavitarios para beneficiarse del rompimiento”, pues revaluaron sus propias monedas95.
Si bien el autor no exculpa al gobierno mexicano de sus acciones particulares en el desencadenamiento de la devaluación y la crisis, pone especial énfasis en el papel de los grandes capitalistas foráneos.
“La oligarquía financiera se convirtió en la única capaz de satisfacer la demanda excedente de tales activos que de todas formas tenían los países deficitarios” dado que incrementaron el costo y redujeron los plazos de recuperación de sus préstamos, pero además impidieron que los siguieran utilizando en infraestructura productiva96. “México vio interrumpido el flujo de capitales que recibía de los bancos privados internacionales, pues los repatriaron a sus países de origen porque los utilizaron, precisamente, para participar en la especulación que siguió al rompimiento”97. En consecuencia, el país redujo sus pasivos con el FMI y fue por eso, asegura, que en 1971 y 1972—por primera vez desde 1954—México no tuvo superávit en su cuenta de capitales. La falla del gobierno mexicano fue no realizar los ajustes necesarios en 1971 para revaluar el peso frente al dólar, lo cual sí podría haber hecho, en opinión de Salazar, pues tenía las reservas de oro suficientes.
En cambio, “el gobierno mexicano tomó la controversial decisión de sostener la paridad dólar-oro que era vigente antes de que Estados Unidos rompiera el acuerdo del FMI”98. Para eso, devaluó en dos ocasiones el peso respecto al oro en la misma cantidad que devaluó el peso respecto al dólar, lo que redujo las reservas del metal, afirma Salazar. Para 1974, los demás países habían dejado de garantizar el intercambio de oro por dólares, lo que dejó a México “sin medios propios para pagar su deuda, obligándolo a recurrir a los créditos externos más caros y de menor plazo que le ofreció la oligarquía financiera” para compensar la salida de divisas de corto plazo de ese año99. Para 1976, el pago de los préstamos se había hecho impagable y el proceso de industrialización se había detenido.
El gobierno mexicano, subraya el autor, realizó un cambio estructural de grandes consecuencias: se amoldó a un esquema de “privatización, apertura y liberalización, requerido por los mismos acreedores para volver rentable al que, en la actualidad, es su principal negocio en la economía doméstica, que es el del endeudamiento” favorable a esas oligarquías financieras100. Dicho modelo es catalogado como un “capitalismo financierista” en donde los principales perdedores son los trabajadores, de quienes se utilizan sus ingresos para generar ganancias en corporaciones financieras internacionales que realizan actividades no-productivas101.
Para Rodríguez, la devaluación de 1976 marcó el fin del crecimiento económico con estabilidad. Al pasar el tipo de cambio de 12.50 a 20.60 pesos por dólar se desvanecieron 22 años ininterrumpidos de un modelo basado en la sustitución de importaciones y un desarrollo estabilizador centrado en un sector financiero mexicano con instituciones públicas y privadas que presentaban regulación “relevante” del Estado102. Así, previo a la devaluación “la política monetaria garantizó en esos momentos una buena transmisión de ahorro a inversión productiva, a través de tasas de interés reales positivas, así como financiamiento a sectores económicos claves y el fortalecimiento de la inversión estatal en infraestructura”103.
Pero después de ese verano de 1976 la economía mexicana sufrió profundas transformaciones que, según la autora, desencadenaron las condiciones de la gran crisis de deuda de 1982 pues “el sistema financiero efectuó transformaciones en el sector bancario, vía la consolidación de grupos financieros, se transformó en la llamada banca múltiple con acompañamiento de la banca de desarrollo”, la cual era también la intermediaria del financiamiento externo de grandes empresas104. Para 1982, los pasivos de la banca de desarrollo representaban más del 40% de toda la deuda pública105.
Otro que hace un análisis sistémico es Gil Villegas, quien asegura que el problema de países en desarrollo como México, en donde se aplicó una economía mixta enfocada en las masas, es que tanto el Estado como los privados acaban por asumir cuádruple responsabilidad difícil de cumplir: 1) construir y mantener el modo de producción; 2) complementar el mercado ; 3) sustituirlo cuando sea necesario; y 4) satisfacer las demandas y necesidades de los grupos menos favorecidos106. Pero el Estado debe “desempeñar todas sus funciones dentro de los márgenes de acción que le impone la racionalidad de una economía capitalista”, agrega, lo que delimita su capacidad rectora, pues, por un lado, debe intervenir para asegurar su lealtad legitimadora con las masas, pero por el otro debe limitar su nivel de intervención para mantener la libertad de inversión y asegurar una lógica de mercado de acumulación privada107.
Mientras tanto, Kildegaard se pregunta si los países como México pueden en realidad salir de sus crisis recurrentes, en vista del sistema especulativo que impera en todo el mundo desde el rompimiento del tratado Bretton Woods. En este sistema hay ciclos de sobrevaluación de monedas que se corrigen de forma súbita.
Además, los ataques especulativos dejan daños en las economías de los países afectados. El problema se hace mayor porque existe una gran incertidumbre alrededor del hecho de la sobrevaluación de una moneda. Algunos economistas lo tratan de predecir con modelos. Pero la teoría, al menos en el caso de México, pocas veces sustenta la sobrevaluación, lo que la hace imposible de predecir y solo se aprecia en retrospectiva108. En la globalización, opina por su parte Ibarra Puig, no hay ninguna garantía para México que no se repita una crisis como la de 1976 (o 1982 o 1994)109. Otra investigación ha tratado de cuantificar los años más prósperos de cada sexenio desde 1970, identificando cierto auge en el segundo y tercer años de cada periodo presidencial, independientemente del programa impulsado por el mandatario en turno110.
Un punto de vista similar es planteado por Díaz-Alejandro, quien observa que el derrumbe de 1976 fue provocado “sobre todo, por el colapso de los mercados financieros internacionales y por el cambio abrupto en las condiciones y reglas a que se sujetan los créditos internacionales”111.
La crisis fue el resultado de esos factores y “políticas arriesgadas o equivocadas”, no de uno de esos elementos por sí mismo. Jameson postula que Latinoamérica en particular muestra una alta dependencia hacia el dólar estadounidense, en donde México forma solo una parte de ese “dollar bloc” que condiciona las decisiones internas y contribuye al subdesarrollo, enfatizando relaciones asimétricas entre países112. Del lado más crítico con respecto a las acciones del gobierno federal se ubica Moreno Lázaro. El presidente Luis Echeverría Álvarez forjó un gobierno estatista, populista y autárquico que fracasó en la continuidad de industrialización a pesar del aumento de las exportaciones petroleras, lo que derivó en la intervención de Nacional Financiera en la bolsa de valores, el cual se convirtió en un nuevo instrumento de las necesidades gubernamentales, dice113.
Sus reformas de 1975 a la ley bursátil son equiparadas por este autor como una “nacionalización del mercado de valores” que nunca cumplió sus promesas iniciales de “mexicanizar a la industria” e irrigar con beneficios financieros a las clases medias, terminando en el peor desastre bursátil desde el histórico crash de 1929114. Igualmente crítico es Retchkiman, quien afirma que aún cuando el gobierno de Echeverría quiso anclar la culpa en los factores económicos exteriores, la realidad es que el país tenía una economía subdesarrollada y altamente dependiente con desequilibrios en los últimos tres sexenios115.
Además las medidas anunciadas por el gobierno para paliar las consecuencias de la devaluación se cumplieron solo a medias o quedaron en simple retórica de buenas intenciones de una “incompetente” administración pública.*
Rodríguez Díaz, a su vez, afirma que la crisis de 1976 se agravó por las condiciones inherentes al sistema mexicano que unían a la política con la economía desde 1940. “El gobierno de México no solamente era el árbitro de las controversias entre los factores económicos, sino que terminó por hacerse un sustituto estratégico de los mismos”, opina116.
Los acuerdos entre empresarios y gobierno mexicanos catalizaron un proteccionismo sui generis que fue arrastrado desde la Segunda Guerra Mundial, en donde un poder central y fuerte logró institucionalizar al país. El acuerdo funcionó, pero todo eso cambió a medida que avanzaron los años de la posguerra y el crecimiento comenzó a ralentizarse. En respuesta, se pasó del desarrollo sustentable al desarrollo compartido y Echeverría relanzó al Estado como un agente de gasto con fines redistributivos, lo que causó enojo en el sector privado al equiparar esa acción como un mayor intervencionismo estatal117.
Desafortunadamente, el gasto tampoco redujo sustancialmente los problemas de los grupos menos favorecidos y el gobierno solicitó préstamos para crear más empleos y soportar artificialmente a la economía y obtener algo de liquidez. Así, y a pesar de la retórica oficial, dice el autor, el gobierno de Echeverría mantuvo un esquema tributario favorable a los empresarios, lo que propició aún mayor concentración de la riqueza. “El régimen mexicano de aquellos años estaba mal y de malas”118. Otra de las consecuencias del desastre económico, según este autor, fue la solidificación de los poderes locales del Grupo Monterrey, el grupo Puebla y el grupo Estado de México a partir de la fragmentación del poder federal.
El desenlace fue el estrangulamiento de la movilidad social, lo que se sumó a la inconformidad de los años 60. La legitimidad del presidente se cuestionó durante buena parte del sexenio. Fue justamente esa falta de mayores reformas sociales y económicos lo que propició que el gobierno buscara legitimarse por la vía política y la pluralidad, lo que sucedería a la postre con las modificaciones legales de 1977, las cuales fueron preventivas y más que nada para mantener el poder en manos de unos cuantos119. “De ser el promotor reconocido del desarrollo y el constructor de la estabilidad, el gobierno mexicano transitó, en la percepción pública, al culpable de todos los males y quebrantos de la Nación”120.
Reyna también estudió las consecuencias sociales de la devaluación de 1976, concluyendo que la clase trabajadora resultó ser la más afectada121. Algo similar postula Fernández, quien asegura que la situación de un país deudor se hace más grave a medida que las cantidades en préstamo son negociadas y renegociadas para ser cubiertas mediante distintos tipos de pagos122. Del Villar, a su vez, considera que, ya desde 1970, el Estado sabía que sería muy difícil promover un crecimiento no inflacionario y garantizar el tipo de cambio de 12.50 pesos por dólar que se había mantenido desde 1954 dadas las condiciones financieras internacionales y los números que ya mostraba la economía interna123.
Peach considera que no se puede soslayar el mito sobre el cual se ha construido el Estado mexicano desde la Segunda Guerra Mundial, uno que lo considera un cuerpo unificado que dio a luz al “milagro económico” de los años de la posguerra. Ese mito ha hecho que el país caiga en crisis económicas recurrentes, pues, más allá de los mitos de la solidez económica y la doctrina capitalista, los fundamentos reales son débiles: alto endeudamiento externo, escasa generación de empleo, ingresos per capita estancados, falta de infraestructura y seguridad, y alta iniquidad distributiva124. Otros han preferido analizar la devaluación de 1976 desde el punto de vista técnico, sin hacer mayores juicios de valor sobre las acciones del gobierno o los sistemas financieros internacionales. En ese campo podemos encontrar a Buffie y Sangines125, así como a Ortiz126. Solís y Zedillo también han tocado el tema127. Tanto Gómez Oliver128 como Bird129 han realizado trabajos que cuestionan la viabilidad de un modelo de paridad fija frente al dólar, destacando el caso de México en 1976. Otra autora ha estudiado las acciones realizadas por el Consejo Nacional de la Publicidad para lavar la imagen del empresariado con el objetivo de contrarrestar las críticas de Echeverría hacia la iniciativa privada y su papel en el endeudamiento con el exterior130 .
VI. El discurso del poder y la crisis de 1976 en las páginas de Expansión
En esta sección ofreceré las evidencias para revelar la posición editorial que la revista Expansión tomó durante la devaluación y la crisis económica de 1976, es decir, la defensa del empresariado ante las acciones realizadas por el gobierno de Echeverria. Mi rango de análisis comprenderá de febrero de 1976 hasta los primeros meses de 1977, ya con López Portillo.
Dicho eso, me enfocaré sobre todo en las editoriales publicadas en cada edición, un espacio que destila con claridad el tono de cada número analizado. Como vimos, el empresariado mexicano había mantenido una notoria polémica con el presidente Echeverría por el intervencionismo estatal, quien reforzaba cada que podía el nacionalismo de ciertos empresarios y la influencia de capital extranjero que, a su parecer, tenían otros. Desde 1972, al menos, el presidente había suscitado el enojo de los grupos empresariales de Monterrey131.
Pero el Ejecutivo sabía mantener el tono cuando la ocasión así lo ameritaba, tal como se reflejó en las páginas de los principales diarios tras el asesinato del empresario regio Eugenio Garza Sada, el 17 de septiembre de 1973.
Tras el sepelio del industrial–que además agrupó a 250,000 personas en el cortejo fúnebre–el presidente aseguró en la propia capital nuevoleonesa que Garza Sada y los empresarios regios no habían “vendido negocios a capitales extranjeros y así han afirmado los intereses nacionales”132. Sin embargo, las voces críticas contra su administración no cesaron.
A lo largo de las ediciones analizados se nota un cambio en la posición de la revista. Hasta antes de la crisis Expansión había tomado una posición conciliadora con respecto a las acciones del gobierno echeverrista, pero eso cambio poco después de los hechos de la segunda devaluación del 27 de octubre, cuando el tipo de cambio llegó hasta a 26.50 pesos por dólar. El tono conciliador, haciendo eco del discurso del empresariado, regresó hasta la entrada de López Portillo.
A. Los avisos pre-devaluatorios
Ya desde el segundo mes del fatídico año, la revista notó fuertes presiones en la economía mexicana. En un editorial titulado titulado “Responsabilidades inflacionarias”, hizo un llamado a las empresas estatales y privadas para que dejaran de operar sin rentabilidad adecuada, que las inversiones se orientaran hacia actividades más productivas y menos especulativas. “De lo contrario”, argumentaba Expansión, “se arriesga no solo la economía del país, sino, además, el futuro de la empresa privada, en lo que a su participación en la actividad económica se refiere”, siendo el problema que esa falta de habilidad para invertir constituiría “un fenómeno inflacionario adicional, que presionará fuertemente el presupuesto federal”133. Palabras similares dirigió a los líderes laborales, los cuales, ante el aumento de precios, habían pactado “el espejismo de salarios inflados”.
En ese mismo número se publicó un extenso reportaje llamado “1976: perspectivas inflacionarias”, en el cual se advertía sobre las consecuencias de un aumento de ese indicador económico, citando a expertos que estimaban el alza anual entre 12% y 25% y contraponiéndolos con funcionarios del gobierno, los cuales estimaban un mínimo cambio en los precios.
Todos, sin embargo, coincidían en que la inflación era uno de los aspectos más vulnerables de la economía mexicana, siendo sus causas: el aumento de los precios al mayoreo; el 21% de aumento decretado para los salarios mínimos y los salarios mínimos profesionales por el gobierno de Echeverría; el aumento de los precios en servicios públicos y privados; un posible aumento del gasto público, tomando en cuenta que era el último año del gobierno en curso; aumento de producción en bienes y servicios menos que proporcional al que se esperaba por el lado de la demanda; una revisión anual de los contratos colectivos de trabajo, lo que influiría en el aumento de los costos de producción de las empresas; y, por último, la inflación en Estados Unidos.
Los efectos a esperar por el aumento inflacionario serían: mayor rigor en la política antinflacionaria del gobierno federal; mayor presión de las clases trabajadoras en demanda de incrementos salariales y prestaciones sociales; un déficit en el presupuesto del gobierno federal, lo que lo obligaría a financiarse con préstamos del exterior; mayores presiones a las empresas para aumentar sus niveles de producción; mayor rigor en el control de precios; y, finalmente, un mayor grado de intervencionismo estatal.
“De prolongarse el aumento de los precios, en combinación con otros factores como el déficit en la balanza comercial, posiblemente habrá una fuerte presión adicional sobre la economía nacional, y—al menos en teoría— sobre la estabilidad monetaria de la nación”, advertía el reportaje134. Para la empresa privada, todos estos factores resultarían en un año con una “situación económica poco propicia” para el desarrollo y la diversificación.
Para el 3 de marzo de ese mismo año, Expansión cuestionaba la economía mixta que había impulsado el gobierno y llamaba a los empresarios a tomar cartas en el asunto. Pero de forma velada, realmente criticaba el encontronazo que el presidente Echeverría había tenido con la clase empresarial. El editorial titulado “La encrucijada de la libre empresa” notaba la poca claridad con que el gobierno había definido las reglas de un juego en el que el sector privado, así como la base trabajadora de obreros y campesinos, habían participado solo como “pasivos espectadores”. También se criticaba una “actitud que ha tipificado a las posiciones encontradas” y una carencia de ponderación y moderación.
“Para los voceros oficiales, el sistema es la panacea; para sus detractores, la ruina”. La revista hacía énfasis en que los empresarios tendrían que participar activamente para darle un sentido real a una economía mixta, más allá del papel intervencionista que el Estado había tomado históricamente. Así: “las medidas que asuma el gobierno, aunque no necesariamente contra la iniciativa privada, sí implican para sus líderes responsabilidades adicionales”135.
Las críticas en contra del gobierno continuarían en otro largo reportaje publicado en ese número del tercer mes de 1976 llamado “Desajustes en la economía mixta”. Aquí se señalaba al Estado por su insistente intervencionismo en la economía, argumentando que “el ambiente actual no es propicio para su actividad”. ¿De dónde surgía este problema?
Según Expansión, de un modelo económico que había puesto desde hace décadas a la inversión extranjera directa sobre el empresariado nacional. Ahora, para contrarrestar la prevalencia del sector extranjero, el Estado había fortificado su papel como promotor de la actividad económica en detrimento de los locales, pues “se notó una clara tendencia del gobierno para participar en diversas formas y con decidido énfasis en campos en que predominaba el capital extranjero”136.
Ciertos sectores en los que antes operaba la inversión extranjera directa habían sido reapropiados por el Estado, notablemente: la industria del cobre, la energía eléctrica, los fertilizantes, las líneas aéreas, el azufre, los insecticidas, los alimentos balanceados, la industria automotriz, la petroquímica, el servicio telefónico y la fabricación de maquinaria para la construcción. “En cada caso particular, la intervención estatal tomó muy diversas formas, bien constituyendo empresas y organismos especializados, bien controlando las materias primas clave o adquiriendo compañías extranjeras, o bien legislando específicamente a este respecto”, recalcaba el escrito137.
La consecuencia del modelo mixto resultó en que las paraestatales desplazaron la actividad de la iniciativa privada, la cual fue relegada a actividades secundarias. El arreglo “ha desajustado sensiblemente el tradicional sistema de economía mixta”, decía Expansión. Para 1974, cita el texto, las paraestatales aportaron el 16% del PIB por cuestión de venta bienes y servicios (unos 129,658 millones de pesos), un 42% de aumento con respecto al año previo. “Que el Estado dependa tanto de ellas para sus ingresos y egresos significa que con muy pocas excepciones los precios de sus artículos y servicios deben ser económicamente adecuados, es decir, que cubran costos y permitan la expansión”, añadía el texto138.
El problema con este esquema, según la revista, es que el gobierno había prohibido vender acciones de estas empresas al sector privado.
La crítica al modelo mixto no quedó solamente del lado del gobierno, sino que también se dirigió al sector privado. Aunque habían sido hechos a un lado, los empresarios habían sido incapaces de presentar un frente común de negociación ante el Estado y habían agriado las relaciones con el gobierno, mantenía Expansión. Con su “actitud pasiva [...] no se establecerán las bases reales de ese entendimiento cabal”. Ante tal panorama, se concluía, no se debía esperar a la entrada del nuevo presidente, sino buscar soluciones para completar recursos, “en lugar de continuar con el enfrentamiento abierto y de antemano perdido”139.
El enfrentamiento con los empresarios fue razón suficiente para que otros dos textos sobre el tema fueran publicados en esa misma edición de marzo de 1976. El primero, titulado “Contienda imprudente” y uno más, de gran longitud, que fue 'cabeceado', no ingenuamente, como “El vicio circuloso”.
Cabe notar que aunque ambos textos ocuparon partes de la revista en donde irían textos estrictamente periodísticos, con la esperada objetividad en el tratamiento de los temas, la verdad es que los dos eran largas editoriales sin firma. Dicho tratamiento sería común en la revista Expansión durante esta época, lo mismo que el lenguaje eufemístico para hablar de ciertos temas presidenciales o del PRI. Tocaré los puntos más importantes de cada uno en los siguientes párrafos.
El primer reportaje citado reprobaba el tono virulento que ciertos legisladores del aparto oficial habían tomado contra “los malos mexicanos”, es decir, algunos empresarios que habían cuestionado el actuar del gobierno. Las declaraciones podían “distorsionarse” y “encender aún más el clima de tensión” que afectaba al país. Poco después, el texto calificaba como una “crisis” el choque con los empresarios, pero esperaba que “estas estériles polémicas” pudieran pasar pronto para lo cual recomendaba “la calma, no la pasiva, sino la reflexiva y crítica”140.
En cuanto al segundo texto, se criticaba que, a pesar de algunos avances económicos con respecto al 1975, imperase un clima de confrontación alrededor de los problemas de una economía mixta. La polarización entre gobierno y empresarios por una anunciada mayor intervención del Estado en ramas que consideraba básica para la economía hizo que la iniciativa privada tomara una actitud defensiva. Las condiciones económicas del país hacían aún más difícil la coyuntura.
Particularmente críticos eran el pobre crecimiento del PIB, el déficit de la balanza comercial que llegó, en 1975, a 3,721.5 millones de dólares y la contratación de créditos del exterior, que no solo financiaron importaciones, sino que ayudaron a que la balanza de pagos concluyera el año con un saldo positivo de 165 millones de dólares. En el fondo, se veían “deficiencias estructurales” en ese desequilibrio externo. Peor aún, la sustitución de importaciones reforzada por el gobierno a mediados de 1975 como una medida de emergencia, podría “aparejar distorsiones serías en el propio aparato industrial”. El crítico panorama requería de un culpable, sigue la narrativa del reportaje.
En ese sentido, el texto retomó la posición de algunos empresarios vertidas en VII Congreso Nacional de Industriales, incluyendo a Fernando Yllanes Gaxiola, de COPARMEX, quien acusó que el gobierno enviaba mensajes erráticos con respecto a su nivel de intervencionismo, así como de Julio A. Millán, representante patronal ante el INFONAVIT. En conclusión, según Expansión, el desarrollo económico se encontraba encerrada en una “caja de Pandora” en donde ninguno de los dos sectores había concretado el papel económico que le correspondía141.
El tambor devaluatorio ya tocaba fuerte en mayo de 1976. Una editorial llamada “Calma y nos amanecemos” documentó el revuelto ánimo social que imperaba en el país en ese momento. Algunos especialistas y empresarios aseguraban que inevitablemente sucedería, otros, en particular los más oficialistas, aseguraban que no.
El segundo grupo, nota el texto, señalaba que habría más desventajas que beneficios al devaluar la moneda, por lo cual se hacía poco probable; sin embargo, Expansión hacía hincapié en que esos mismos expertos no presentaban datos duros para sustentar su posicionamiento. Sea lo que fuese, la medida se debía evitar que una devaluación tuviese “que ser tomada de manera forzada y beneficie así los intereses de especuladores internacionales, con pocos resultados positivos para el país”, decía la revista142.
El texto terminaba con un llamado para que los empresarios mantuvieran la calma y exhortaba al gobierno a abrir sus canales de información en “todos los niveles”, pues “hablar claro y a tiempo nunca será perjudicial para nadie”. Esa opacidad sería la principal crítica de la revista hacia el gobierno en los próximos meses.
La misma edición de mayo del 1976 incluyó un texto sobre el futuro de la moneda nacional titulado “Echando volados con el peso”, el cual retomaba las voces de la prensa estadounidense quienes afirmaban que la moneda nacional estaba a punto de devaluarse. Según The Wall Street Journal, la devaluación era “inevitable”. Al respecto, la revista incluyó la respuesta del presidente Echeverría: “Este asunto es una cosa recurrente. Quienes elaboran y publican esa información todavía creen en el Sábado de Gloria”143. El presidente continuó: “...siempre dicen ‘ahora sí, ahora sí’. Llevan 22 años haciéndole por el Sábado de Gloria. Parece que tiene muchos deseos que ocurra tal cosa”144.
Juan José de Ollonqui, embajador de México en Estados Unidos, reforzó la posición del Ejecutivo, subrayando que el peso era una de las “monedas fuertes” del mundo. Después, Expansión sintetizó otro reportaje de The New York Times, en donde el renombrado periódico estimaba, con base en pronósticos de diversos especialistas entrevistados, que el peso sería devaluado con toda certeza en los próximos ocho meses. ¿La causa? La gran deuda exterior mexicana y la constante solicitud de préstamos foráneos. Del lado mexicano, alargaba el reportaje, Agustín F. Legarreta, en ese entonces presidente del Banco Nacional de México, S.A., así como el secretario de Hacienda Mario Ramón Beteta, aseguraban que no existía riesgo alguno para el peso. El funcionario añadió:
Todas las personas aquí presentes, y ausentes, pueden ir a los bancos mexicanos y al Banco de México y comprar todos los dólares que quieran a $12.50 pesos por un dólar. Si esto no es una refutación objetiva y no es una demostración de la falsedad de las afirmaciones que se han hecho acerca de la devaluación, yo quisiera que me digan qué otro tipo de argumento se puede presentar145.
Finalmente, se incluía en el mismo reportaje la posición de Sidney Wise, un periodista especializado en finanzas que argumentaba un cúmulo de desventajas con una posible devaluación: aumento del precio de las importaciones, alza de inflación, hostilidad del consumidor, desaliento a la inversión, aumento de la impopularidad del gobierno responsable, y mayor deuda exterior146.
En la edición del 26 de mayo de 1976 se analizó a profundidad el modelo de sustitución de importaciones aplicado por el gobierno durante décadas. El texto mantenía que, a pesar de que la opinión popular creía que dicho modelo duraría para siempre, la cambiante realidad podría deparar un cambio brusco para el país, el cual debía adaptarse a ese nuevo esquema. El reportaje criticaba la necesidad de recurrir cada vez con mayor frecuencia al capital extranjero para aliviar el déficit comercial creciente. Ese dinero provenía sobre todo de endeudamiento público o inversión extranjera directa en el país. También notaba el nulo desarrollo de bienes de capital en el país y bienes de consumo, y por el contrario, el aumento de la producción de bienes suntuarios e intermedios, así como de la industria automotriz.
Es decir, según el reportaje, México se había quedado paralizado en el primer periodo del modelo de sustitución de importaciones desde la Segunda Guerra Mundial, olvidado el desarrollo de bienes de capital y concentrándose en bienes de consumo que contaban con una demanda interna asegurada, y si bien se producían algunos bienes intermedios y bienes de consumo duradero, aún no había estructura para la de bienes de capital.
A largo plazo, el modelo se planteaba reducir la dependencia extranjera de bienes de capital y de insumos, crear empresas multinacionales latinoamericanas, dar más apoyo a pequeños y medianos empresarios, continuar la infraestructura industrial mexicana, ampliar la infraestructura y servicios de apoyo, sostener proyectos productivos, y, por último, desarrollar empresas productoras de bienes de capital. “Se entiende entonces que el proceso de industrialización del país ha llegado a una etapa en la que la evolución nacional parece requerir una remodelación de la política definida hasta la fecha”, afirmaba la revista147.
Al mes siguiente Expansión relataba el problema de las exportaciones mexicanas. La actualidad* “Sector externo: un dilema por solucionar”, tocaba la falta de habilidad de los empresarios para vender sus productos al mercado foráneo, con lo que “estarían limitando gravemente las posibilidades del desarrollo nacional”. El problema, aseguraba, es que las exportaciones habían caído y las importaciones habían aumentado durante los tres primeros meses de 1976 con respecto a las del año anterior. El gobierno debía hacer su parte para implementar una infraestructura adecuada en este rubro, añadía el texto148.
B. El 'shock' de la devaluación
Tras el anuncio gubernamental del 31 de agosto de dejar flotar el peso hasta que el propio mercado determinara su nivel con respecto al dólar estadounidense, Expansión optó por la calma. El 15 de septiembre de 1976 llamaba a los empresarios e industriales a evitar hacer ganancia a “río revuelto” o azuzar a los trabajadores como lo había hecho Fidel Velázquez, el “inefable” líder de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), como lo calificó la revista. “La calma, la información adecuada y el análisis prudente se imponen en este momento”149.
En ese mismo número se incluyó un largo texto sobre las consecuencias inmediatas de la medida. El reportaje notaba la “confusión en todo el país” por las acciones del gobierno. Ante esto, los dirigentes de las empresas debían mantener una “actitud racional” y analizar los efectos de la flotación a corto y largo plazos. Aunque el escrito no felicitaba al gobierno por su decisión, ciertamente veía las razones técnicas de la devaluación, las cuales tenían sentido desde el punto de vista económico-neoliberal:
No quiere decir lo anterior, sin embargo, que la sola flotación del peso sea la solución que mágicamente habrá de librar a México de todos sus problemas económicos pasados, presentes y futuros. Por el contrario, marca apenas el inicio de una nueva estructura mental que debe prevalecer en términos de la toma de decisiones en materia de política económica. Consecuentemente, la medida ha de verse como un intento serio, profesional, por librar al país – a sus empresarios, técnicos y gobernantes – de una traba, más síquica que económica, que impedía tomar decisiones más imaginativas y audaces en favor del desarrollo nacional150.
Las medidas anunciadas por el gobierno para acompañar a la flotación del peso, hechas a su vez para hacer a las exportaciones mexicanas más competitivas, implicaban una sobretasa a las exportaciones, supresión de los certificados de devolución de impuestos (CEDIs) por ser ahora innecesarios, y la reducción o eliminación de aranceles en la importación de materias primas, de ensamble de bienes necesarios, así como de equipos y maquinarias indispensables. Las medidas colaterales de la flotación del peso, sin embargo, aún eran “imposibles de cuantificar”, en especial en el corto plazo de la balanza de pagos.
Al contrario de ciertas esferas oficiales, decía Expansión, la medida no había sido bien recibida por el empresariado, “a pesar de un gran mutismo en este sentido”. Aún así, los industriales debían realizar inversiones de forma “imperativa” para tomar ventaja de una posible aceleración de la demanda, tanto interna como externa, en opinión de la revista. El gobierno debía proporcionar mayores incentivos para ese fin. “Ahora, más que nunca, es indispensable una estrecha comunicación entre los sectores público y privado”, añadía151. La clave en las próximas acciones del gobierno debía ser el control inflacionario, rubro en donde debía poner especial atención evitando “préstamos bancarios forzosos”.
En su segundo ejemplar de septiembre, la revista hacía énfasis en la importancia de contar con buena información para evitar tomar decisiones abruptas. En particular, criticaba los rumores que habían sido propagados en todo el país tras la devaluación, los cuales iban desde confiscaciones de cuentas bancarias hasta un golpe de Estado. Esos rumores eran peores cuando habían sido impulsados por la “ignorancia y la desinformación” e inconcebibles al “nivel del hombre de negocios, del ejecutivo en general”152. El editorial llamaba a los empresarios, gobierno federal y a los mismos medios, a ofrecer información que generase confianza. “Ante los rumores: conocimiento de los hechos fundamentales; ante los problemas vigentes: prudencia, decisión y confianza, pero ante todo, información, siempre la información”153.
La misma edición incluía una nota que veía, a largo plazo, algunas ventajas para los empresarios tras la devaluación: “ [...] si bien es inevitable que algunas compañías vayan a la quiebra, la devaluación tenderá a eliminar a las más débiles e ineficientes al reducir el proteccionismo que las ha mantenido a flote durante tantos años”, argumentaba la revista154. En el futuro, gracias al golpe devaluatorio, resurgiría una “relación simbiótica” entre todos los actores y niveles empresariales que necesitaba la economía nacional para continuar su crecimiento.
“Como lo comentó en privado un importante industrial mexicano: ‘Tuvo que haberse presentado una crisis para darnos cuenta de que todos necesitamos de todos’”155. Así, en conclusión, el país requeriría mayor capacidad productiva y los directivos de las empresas tendrían que enfocarse en una mayor eficiencia de sus operaciones y en el desarrollo de nuevas técnicas de administración156. De forma paralela, otro texto de la revista, publicado en ese mismo número, describía los beneficios de invertir en América Latina, la región con mayor posibilidad de crecimiento en el mundo, en donde Brasil, México y Argentina eran las tres economías más dinámicas157.
Para el 13 de octubre, el enfoque empresarial había tildado hacia la racionalización del gasto público y los aumentos de salarios, temas crítico si se esperaba mantener la inflación controlada. El decreto presidencial del 28 de septiembre, que restringía el gasto del gobierno, fue recibido con “alivio” en los círculos empresariales; sobre el segundo tema, la revista notó que los incrementos habían sido “bastante razonables”158.
Los acuerdos salariales se realizaron el 24 de septiembre entre representantes patronales y sindicales e iban desde 21% a 16%, dependiendo del rango de ingresos del trabajador. Según un empresario que no reveló su nombre, se logró que los trabajadores alcanzaran un mayor aumento a causa de “las 'mañas' y habilidades del dirigente cetemista Fidel Velázquez”159. Pero sobre todo:
El sector privado quedó satisfecho de haber realizado uno de sus principales propósitos: que se atribuyera el acuerdo directamente a la intervención del presidente Echeverría, ya que se consideraba que de otro modo el convenio se hubiera desintegrado a causa del descontento entre la base de ambos sectores160.
Sin embargo, los empresarios sí revelaron su inconformidad en aquellas empresas en donde ya se había dado un aumento salarial con motivo de la revisión anual de contratos. Estas empresas, decía Expansión, se enfrentan ahora a la “desagradable y evidentemente costosa necesidad de conceder el incremento de 'emergencia' por encima del alza que ya habían otorgado”, es decir, un aumento en los costos de mano de obra de hasta 50%, en algunos casos, sin que eso correspondiera a una mayor productividad de los trabajadores161.
En efecto, notaba, otras empresas también se estaban preparando para los aumentos anuales de salarios mínimos y del salario mínimo profesional, un elemento aparte del aumento de emergencia antes explicado. “Un estado de animo bajo, como resultado de no haber recibido aumento de sueldo es, además, algo que las empresas no quisieran tratar en estos momentos en que la productividad es la principal preocupación”, mantenía el reportaje162.
La poca flexibilidad en el aumento de precios, sin embargo, decepcionó a la mayor parte de los empresarios; de hecho, un total de 262 productos y cuatro servicios fueron congelados a su nivel de precios del 15 de agosto, limitando a las empresas que vendían productos que antes de esta medida no estaban sujetos a control y que ya habían subido sus precios163.
Los productos nuevos, sin embargo, no estarían sujetos a este control de precios, aunque sí tendrían que justificar al gobierno su precio en virtud de los ya existentes. El impacto de esta medida fue mayor para los empresarios que dependían de bienes importados, en donde se externaron “acres comentarios”, según el texto. Por último, el reportaje veía una contradicción en que el programa de austeridad del gobierno incluyese un anuncio de 4,000 millones de pesos para las empresas afectadas por la devaluación164.
La diversidad de opiniones de los empresarios y financieros con respecto a la caída del peso continuaría en otro texto del 13 de octubre. Para Richard Mason, entonces presidente de Aceros AHMSA Internacional, la devaluación haría a su producto más competitivo. Lo mismo veían Thomas C. Frost Jr, director del Frost Bank National en San Antonio, Texas, el empresario de bienes agrícolas George Bernhardt, y John R. Pitt, gerente general de ventas en Estados Unidos de Cervecería Cuauhtémoc, quien declaró que la devaluación estaba “mandada hacer para ayudar” a sus ventas165.
De opinión contraria se mostraban George W. Hansen, vicepresidente encargado de la División Occidental de la Armco Steel Corp, y “un oficial” de comercio exterior que preveía que el mercado mexicano tendría pronto un importante sobrante de acero para la exportación. Las tiendas y malls de la franja fronteriza, evidenciaba el escrito, habían sufrido una abrupta suspensión de visitantes mexicanos: “No ha quedado absolutamente ni un cliente en la tienda; creo que iré a jugar tenis”, dijo el presidente de una tienda departamental de Laredo166. Otros ganadores de la devaluación serían con toda certeza las maquiladoras fronterizas. El panorama parecía más o menos estable:
A pesar de todo, después de la conmoción inicial que se manifestado en compras de pánico y una elevación artificial de precios, un economista gubernamental predice que los precios llegarán a estabilizarse. “Los consumidores—afirma—sencillamente no tienen suficiente dinero para apoyar tan altos incrementos en los precios167.
Pero la edición del 27 de octubre recogió los acontecimientos de la “segunda devaluación” de 1976, ahora en la noche del 26 de octubre. En esta ocasión, la revista mostró menor tolerancia a las acciones del gobierno. La “flotación regulada” se había resentido en todos los sectores de la economía mexicana, de acuerdo con Expansión.
Los empresarios lo habían tomado con “más resignación que aceptación” y ahora estaban listos para “sobrevivir” los últimos dos meses del año con nulas utilidades168. Los mismos empresarios veían una esperanza de cambio–un restablecimiento automático de la confianza nacional–en la entrante administración de López Portillo, anotaba el texto. “La situación política y económica de hoy en día, apuntan, ha llegado a tal deterioro, que realmente lo que pueda hacer de inmediato la próxima administración será más bien limitado”169.
La segunda devaluación en menos de dos meses era un acto de poca habilidad técnica por parte del gobierno, opinaba Expansión, a pesar del argumento gubernamental de que fue hecha para frenar la fuga de divisas y la dolarización especulativa del aparato económico nacional. De acuerdo con este medio, la verdadera razón de esta segunda acción del gobierno fue la falta de confianza del sector privado respecto a la capacidad del gobierno para manejar asuntos económicos y financieros “de manera racional”. Pero más que eso, según esta explicación, había “nula necesidad” para realizarla.
Para justificar ese posicionamiento, se expusieron las siguientes razones: 1) la primera devaluación de finales de agosto no ayudó a los sectores de la economía que se supone iba a ayudar, principalmente a las exportaciones y al turismo; 2) la inflación aumentó 14.5% en ese lapso, y disminuyó la producción industrial: “hizo mucho daño”, sintetizaba; 3) bajaron las reservas del país en más de la mitad, de 1,600 millones de dólares del que había al 31 de agosto a 720 millones de dólares a mediados de octubre, una estimación de cifras no oficiales, advierte el escrito; 4) de nuevo, con base en estimaciones propias, la revista citaba que en el periodo descrito se fugaron 50 millones de dólares del país; y finalmente 5) las acciones del gobierno fueron motivadas por una mezcla de asuntos políticos y económicos, cuando en realidad debían haber imperado solo los segundos.
Al respecto, la revista recordaba la reciente controversia del presidente Echeverría con el empresariado de Monterrey de la siguiente forma “el punto culminante del deterioro de la confianza del sector privado en la actitud del gobierno para con la propia iniciativa privada”170. Sería hasta enero de 1977, ya con López Portillo, cuando se restablecerían un mejor ánimo entre el presidente con el Grupo Monterrey. Al respecto, la revista agregaba que ese enfrentamiento con Echeverría pudo haber sido la gota que derramó el vaso. Tras la segunda devaluación, el empresariado se había colocado en modo de “supervivencia” y no solo de “drástica disminución de utilidades”.
Ahora, confusión; el futuro, incierto. La situación actual está plena de interrogantes, y la indecisión es la característica del ambiente del negocio, por ahora. Las empresas, que apenas comenzaban a librarse de los efectos adversos de la primera devaluación, están enfrentándose ahora con la imposibilidad de planear, aun a corto plazo, ante la incertidumbre reinante171 .
El texto también notaba el papel del Fondo Monetario Internacional (FMI) en la posdevaluación, en especial la línea de crédito de 963 millones de dólares que podría aumentarse a 1,200 millones como apoyo a la balanza de pagos del país. Los bancos extranjeros privados, por su parte, se preparaban para recuperar lo que pudieran de los saldos de créditos otorgados y retirarse por completo del mercado mexicano, adelantaba Expansión.
Para el número del 10 de noviembre, la revista ya hablaba de una crisis en toda su extensión. Sin embargo, y como hemos visto a lo largo de este trabajo, el punto más cuestionado de las acciones del gobierno en este proceso había sido la falta de comunicación. El gobierno había actuado de forma “inaceptable”172.
El problema había surgido por la negativa tanto de Beteta, secretario de Hacienda, como del titular del Banco de México, Ernesto Fernández Hurtado, de hablar claramente con la prensa nacional sobre los alcances de la devaluación. Los datos habían sido confusos y escasos, lo que bloqueaba “un análisis en profundidad por parte de empresarios e inversionistas” y daba como resultado “la llamada 'crisis de confianza' que a estas alturas ya no está sujeta a ser negada, soslayada o minimizada”173. De tal forma, opinaba el medio que:
Está claro que la nueva devaluación, desvalorización, movimiento lógico dentro del sistema de flotación, o como quiera que se le nombre, no ha obedecido, en lo fundamental, a otro elemento más que a la salida de capitales y a la dolarización en el medio financiero-empresarial, puesto que, a un mes escaso de la última paridad, ninguna otra circunstancia pudo incidir tan dramáticamente para moverla a un nivel tan bajo174.
La situación solo podía ser resuelta con la entrada de un nuevo régimen, pues el de Echeverría había incurrido en demasiada desinformación, incongruencias, contradicción, confusión y rumores, a decir del medio. La entrante administración tendría que regenerar la vía de la confianza por medio de una comunicación clara. “Hablar claro y a tiempo nunca será tan perjudicial como el ocultamiento de las realidades; se ha visto ya cómo este procedimiento ha llevado a una situación profundamente crítica”, resumía175.
La nueva flotación se analizaba con mucho mayor profundidad en un extenso reportaje de ese mismo número. Los empresarios, narraba Expansión, no habían acabado de celebrar la derogación del impuesto a la exportación de manufacturas y semimanufacturas cuando se enteraron de la nueva devaluación anunciada por el director general de Banxico que llevó el tipo de cambio hasta 26.50 pesos por dólar, es decir, un cambio de 33% con respecto al valor del 31 de agosto, cuando había alcanzado 20.60 pesos por billete verde (aunque en esos días de octubre era de 19.90 pesos a la venta). En los círculos empresariales, “la situación en el mejor de los casos podía calificarse, ese día, como de plena confusión”176.
El funcionario del Banco de México explicó que las decisiones tomadas se remitían a darle mayor flexibilidad al peso y así alentar las exportaciones, el ingreso de turistas, y frenar la salida de turistas mexicanos al exterior y de capitales177. La “flotación”, sin embargo, no había sido entendida con claridad, lo que causó, según la propia revista que el 27 de octubre muchas personas acudieron a los bancos a comprar dólares a la nueva cotización de 26.60 pesos, para protegerse de otra inminente devaluación. La confianza se había roto entre el Ejecutivo y el empresariado.
Un nuevo reportaje sobre las exportaciones afirmaba que la devaluación no había traído los beneficios esperados a los productores mexicanos. Para resarcirse de las pérdidas, las empresas habían tenido que aumentar sus precios, lo que había hecho desvanecerse las ventajas de la devaluación. La solución propuesta por la revista era difícil por cualquier lado para el empresariado mexicano: aumentar su competitividad, so expensa de permanecer condenado a nuevas devaluaciones. “Las devaluaciones, en definitiva, no han resuelto el problema de la falta de competitividad y eficiencia del aparato productivo, ni lo podrían resolver a corto plazo”, opinaba Expansión178.
El sector había operado de forma “caótica” tras los hechos del 31 de agosto, desmintiendo los optimistas pronósticos de los funcionarios de Echeverría, en vista de que los exportadores habían operado durante los últimos 22 años (desde 1954), sin fluctuación alguna en la paridad cambiaria. Seis de cada diez exportaciones, hacía notar Expansión, iban para los Estados Unidos y la mayor parte de las importaciones venían de ese país, lo que había dejado hasta septiembre de 1976 una balanza comercial que rendía 2, 280 millones para México, pero 4,589 millones se iban al exterior179.
Las principales exportaciones de México eran el sector agropecuario, industrias extractivas, e industrias de transformación (en mayor grado, lo siguen siendo hoy día). Para finales de 1976, ya después de la devaluación, la balanza comercial se había movido, pero la diferencia era aún considerable: ese año se importaron 6,032 millones de dólares en bienes y se exportaron 3,264 millones de dólares, es decir, una diferencia de 2,767 millones de dólares180. La devaluación significó apenas una disminución del 25% con respecto a 1975, cuando la diferencia fue de 3,721 millones de dólares181.
C) La entrada de López Portillo y el restablecimiento temporal de la confianza
Percepción del candidato. La revista ya había publicado, casi un año antes de su entrada al poder, varios textos sobre López Portillo. En una editorial del 3 de febrero de 1976 titulada “La gira y los problemas del país”, cuestionó “las fórmulas mágicas, patrióticas, revolucionarias demagógicas y nada comprometedoras” emitidas durante el recorrido electoral de López Portillo, las cuales calificó como “perogrulladas”. El texto también notó que los principales problemas del país eran el desempleo, la inflación, el endeudamiento externo, la injusticia social y el hacinamiento urbano182.
Después, el 28 de abril, otro editorial destacó una entrevista que el futuro presidente le dio poco antes al diario francés Le Monde. Ahí, López Portillo ofreció su plan para invertir más en los sectores alimenticios y energéticos. La editorial llamada “Objetivos prioritarios” también notó el énfasis en la “justicia social” que el próximo presidente buscaría para el país, un mensaje que deberían tomar en cuenta todos los empresarios, según Expansión183.
Pasadas las elecciones de julio, la revista dedicó una editorial al resultado del proceso. En “Presidente habemus” vaticinaban que en el gobierno de López Portillo habría una continuidad de la política echeverrista con énfasis en participación del Estado de la economía, reforma impositiva, soluciones agrarias y acuerdos básicos con la iniciativa privada184.
Como dije anteriormente, uno de los puntos más recurrentes de la crítica en contra del gobierno federal fue su opacidad informativa. La revista no se guardó su opinión sobre la controvertida salida de Julio Scherer de Excélsior del 8 de julio de 1976. El editorial del 4 de agosto de 1976 llevó por título “Libertad en entredicho” y, de nuevo, subrayaba la escasa información pública al respecto, lo cual obligaba a los editores reservarse una “posición objetiva y desapasionada, por lo que el asunto ha quedado reducido al muy mexicano terreno de la especulación”. Y después agregaba: “No es posible que los hechos verdaderamente importantes para el país se mantengan siempre en la más absoluta obscuridad y que los ciudadanos, en consecuencia, se vean limitados a especular sobre la base de simples rumores”185.
La libertad de prensa estaba en entredicho, pues además otros medios del país habían mantenido “un silencio absoluto” sobre el asunto. La actitud de los medios podría “revertirse en su propia contra y derivar en circunstancias abiertamente limitantes para la libertad de todos. La libertad de prensa no solo puede exigirse, debe ganarse. Esto sólo se consigue ejerciéndola”186.
Un reporte del 1 de septiembre de ese año incluía un “informe especial” sobre López Portillo en donde se hacía un análisis de los discursos emitidos por el candidato en los mítines y reuniones de su campaña electoral. Ahí notaba que los temas más importantes para el ahora presidente electo habían sido: 1) el nacionalismo, 2) la democracia, 3) la expropiación, 4) una mejor distribución de los recursos para cerrar la brecha de la injusticia, 5) combate a la corrupción y 6) el apoyo a una economía mixta en donde la empresa privada participase con el Estado, pero en caso de no hacerlo así, ese mismo debe estar preparado para suplirla187. Otro texto de esa fecha también notaba la importancia del último informe presidencial de Luis Echeverría, diciendo que valdría la pena poner atención al discurso pues el 1 de septiembre “es una fecha en la cual comenzarán otras sorpresas”188.
En otro trabajo de ese número del noveno mes del año, mucho más profundo que los dos anteriores, Expansión notaba los principales problemas económicos que cargaba el país de frente al gobierno de López Portillo, presidente electo el 4 de julio. El amplio reportaje llevaba por nombre “El futuro ya no es como antes” y planteaba escenarios que podrían complicarse en el futuro inmediato: 1) la incertidumbre en cuanto al aumento de salarios de los trabajadores del gobierno y de los sindicalizados, lo cual complicaba la planeación del sector empresarial; 2) la flotación del peso, en donde muchos ejecutivos habían quedado “sin puntos de orientación”, al menos hasta que se estableciera una paridad definitiva frente al dólar; 3) la poca claridad crediticia; y 4) las medidas que se impondrán al control de importaciones, tomando en cuenta la recién anunciada flotación del peso. Ante esto, la revista recomendaba a los empresarios no incurrir en decisiones “poco racionales” y provocar una “espiral inflacionaria interminable”189.
Pero no todo sería malo con la flotación del peso, estimaba Expansión, ya que “las medidas a largo plazo habían mejorado”, en virtud de que se recuperaría el equilibrio económico del país con mayores exportaciones, demanda interna, turismo y creación de empleos. Al corto plazo, sin embargo, la flotación había provocado “impacto sicológico” y gran incertidumbre, lo que llevaría al gobierno entrante a disminuir la actividad económica, en particular de sus inversiones, y con eso entrar en un periodo recesivo.
“En consecuencia, el esfuerzo gubernamental para tornar la economía a niveles normales tiene que ser de mucho mayor envergadura y contar, necesariamente, con el complemento básico de la inversión privada”, resumía el escrito. El objetivo final de su sexenio, continúa, sería mantener el equilibrio en la economía mixta, dando un renovado papel a la IP, en particular por el aumento de población que se esperaba para las próximas décadas y el alto índice de desempleo ligado a bajos niveles formativos.
Pero al mismo tiempo, el reportaje también proyectaba que el sector público continuaría incrementando su participación directa, “como empresario, en la economía”. En el mejor de los casos, el nuevo gobierno dinamizaría la actividad del sector privado, y con eso, esperar avanzar más allá del conflicto político mantenido con el presidente Echeverría con el cual “ha faltado un nivel satisfactorio de confianza y entendimiento”, lo que ha limitado las oportunidades de desarrollo de empresas particulares. Ante esto, le recomendaba a la IP “tomar una actitud más positiva hacia el gobierno, que está enfrentándose a múltiples y muy serios problemas que, la verdad sea dicha, no todos son imputables a él”190.
Y después: “A pesar de todo, el crecimiento económico ha sido aceptable”. Así, el empresario tendrá que tomar en cuenta “los ajustes -deliberados o circunstanciales- que la economía misma tendrá que sufrir necesariamente a largo plazo”, siendo las empresas más beneficiadas las que se adaptasen a este cambio. Los factores de incertidumbre, aseguraba, debían ser monitoreados muy de cerca por el empresariado para planear sus movimientos financieros y de mercado191.
La percepción alrededor del nuevo presidente. Como observé más arriba, tanto los empresarios como la revista reentablaron la vías de confianza con el gobierno federal a la entrada de López Portillo. En su número del 22 de diciembre de 1976 notaban que la nueva administración había dado signos de cambio con la formación de su gabinete, el cual “superó las más optimistas expectativas” y calmaron las aguas de los “funestos rumores” que caracterizaron las últimas semanas del periodo echeverrista192. La revista también notaba la Alianza para la Producción del nuevo régimen, un total de 10 convenios firmados el 10 de diciembre entre el empresariado y el gobierno para definir con mayor claridad “las obligaciones y responsabilidades sectoriales dentro de esquema nacional de economía mixta”. “Así, los primeros pasos del nuevo gobierno no podían ser hasta ahora más sólidos ni mejor recibidos. Falta por ver si realmente TODOS vamos a colaborar con la SOLUCIÓN”(las mayúsculas son parte de la versión original del texto)193.
La resolución de la crisis de confianza, de acuerdo con Expansión, tendría que darse para alentar el retorno de capital y de ahí en adelante, buscar soluciones estructurales para superar la “desastrosa coyuntura económica”. El problema de la expropiación de tierra, según el medio, había alcanzado con Echeverría “niveles altamente peligrosos para la vida nacional”. Se debía buscar una definición clara para todos de las reglas del juego cambiario. “Lo que sobre estos asuntos se haga desde un principio, en uno y otro sentido, marcará con toda probabilidad la pauta del sexenio”194.
Para febrero de 1977, la revista concluía que el control de la inflación sería una prioridad del nuevo gobierno, con lo cual, de la misma forma, se alcanzaría la estabilidad de la moneda. En ese factor parecía “descansar todo el proceso de recuperación económica de México”195. El equilibrio de las variables económicas se tendría que definir por la mano invisible del mercado, y no “a través de una actitud policíaca”. Para ese fin, empresarios, obreros y el gobierno tendrían que trabajar con “responsabilidad”. Las demandas obreras tendrían que ser controladas por el nuevo gobierno, limitando los salarios a un máximo de 10%, según la revista, pero eso sería “mucho esperar”, pues los empresarios seguramente subirían sus precios y el poder de compra del primer grupo había sido mermado196. “Conciliar estos intereses encontrados es la responsabilidad del Estado, aunque también es cierto que, como se dice por ahí, 'la solución somos todos'”197.
Así, en vista de que 1976 había sido un año “nefasto, feo, para México”, el nuevo periodo sería el de las “secuelas a la vista”198. El panorama mejoraría tal vez para 1978, pues 1977 sería un año de transición y de retos “para conciliar las necesidades de largo plazo con los intereses de corto plazo”, y uno en donde debería prevalecer un auténtico espíritu de solidaridad “porque los problemas económicos tienen solución; lo que no tiene solución, empero, es la polarización de actitudes. 1976 fue testigo de ello”199.
VII. Interpretación de resultados y consideraciones finales
La crisis de 1976 fue un complejo fenómeno que rebasó el rango de acción de aquellos que previeron sus impactos y cuestionaron las políticas y programas del gobierno desde las páginas de la revista. Carezco de evidencias para afirmar que los textos de este medio provocaron al menos algún tipo de salida de capitales del país previos al 31 de agosto de 1976, pero es ingenuo pensar lo contrario tras leer los escritos que anunciaban, con todas sus letras, que una devaluación era posible y que el modelo económico mexicano requería un cambio de paradigma inmediato.
Esa variable tendrá que ser investigada en otro trabajo. Lo que sí queda claro es que, tras 22 años de estabilidad cambiaria, la devaluación resultaba poco probable y que, a pesar de los textos que cuestionaban las cifras macroeconómicas del gobierno de Echeverría, la revista en sí ofrecía un panorama lleno de posibilidades para el empresario dispuesto a gastar dinero y encontrar nuevas inversiones: una multiplicidad de anuncios de grandes marcas, invitaciones a clubes, seminarios administrativos con otros altos ejecutivos en diversos foros del país, libros sobre las ventajas de la libre empresa, y claro, la calidad de la impresión y la regularidad con la que se publicaba el medio.
Considero que esos factores simbólicos lograron una eficaz conexión entre el público de Expansión, principalmente empresarios y hombres que trabajaban con y alrededor de ellos, y los periodistas que se encargaron de redactar sus páginas durante la crisis. Entre ellos se creó un círculo ininteligible que reforzó el rompimiento entre los dos modelos económicos que imperaban en el México de esa época: el del capitalismo con un Estado interventor y el capitalista-neoliberal. Las conexiones invisibles se hicieron más profundas por la naturaleza social que implicaba el consumo mediático y se logró que la revista pasase de un medio a una plataforma, es decir, un espacio simbólico que posibilitó nuevos nexos entre lectores, como lo propone Anand, de quien retomé sus ideas para elaborar el marco teórico de este trabajo.
A la fecha, la revista sigue activa por estas razones y no solamente, como se podría creer al principio, por la calidad de sus textos. El medio prefirió el camino neoliberal trazado– tal vez a la fuerza–con los golpes devaluatorios: un pasaje alineado a las empresas en lugar de los movimientos políticos y los partidos. De cierta forma, esa lógica empresarial marcó una pauta en el manejo de los medios mexicanos al momento que se iniciaba la apertura y liberalización de la economía, un tema no lejano a la historia del avance de la democracia en nuestro país. Desde ese punto de vista, su influencia no puede ser soslayada.
Es un legado que no muchos comparten.
Si bien la revista siempre fue defensora del empresariado, es interesante notar el viraje que tuvo tras la segunda devaluación de octubre de 1976. En la primera flotación cambiaria, e incluso con textos anteriores, había cuestionado la forma en que gobierno y empresarios habían preferido la deuda y la importación al desarrollo sostenido de la economía. Los empresarios habían sido “pasivos” ante las acciones de Echeverría. Incluso tras el primer golpe al tipo de cambio del verano de ese año, el medio llamó a la calma y concluyó que, desde el punto de vista técnico, la devaluación eliminaría lastres en las finanzas del Estado y en el mundo de los negocios. Eso podría suceder siempre y cuando se diera la transparencia y el libre flujo de información.
Los datos nunca fluyeron y el medio criticó duramente al gobierno, aunque caba resaltar que para esa fecha el presidente López Portillo ya había sido electo. A él le tendió un ramo de olivo, pero con Echeverría, la situación degeneró en “inaceptable” tanto por su falta de pericia técnica como por las armas políticas que el gobierno mostró contra el empresariado en la segunda devaluación, a decir de Expansión. En definitiva, las lanzas se habían roto, siendo la falta de información clara y transparente la principal causa del enojo de los empresarios, así como del mismo medio, el cual también se debe considerar dentro de ese grupo.
Con López Portillo se debía avanzar más allá de la polarización y conseguir implantar un espíritu de solidaridad, según la revista, pues los problemas económicos podían tener solución, mas no el encono. Es decir, desde su propia trinchera y toda proporción guardada, este medio logró apaciguar, con el tiempo, la abierta desconfianza que la iniciativa privada tenía hacia el gobierno. Al hacer eso con la información publicada y los elementos complementarios mencionados más arriba, logró una de las conexiones más importantes a las que debe aspirar cualquier medio informativo: convencer a sus lectores que se deben concentrar en el avenir, no el pasado, para crear nuevas oportunidades de desarrollo, tanto públicas como privadas. En ese sentido, la tríada medio, lectores y gobierno son igualmente importantes y, en una democracia o un sistema que comienza a ser democrático, uno no puede existir sin el otro.
Las difíciles condiciones de la crisis de fin del sexenio de Echeverría obligaron a la revista a moldear un entorno con alguna luz al final del túnel, a pesar del caos en los sectores empresariales y financieros. El ambiente socio-económico forjó a la revista, pero a diferencia de otros medios que cayeron en la crítica sistemática a partir de ese momento, Expansión logró darle significado al complejo momento por el cual avanzada el país. Al hacer eso, mantuvo su posición como una importante voz del empresariado mexicano y legitimó la vía para optar por un nuevo modelo económico nacional, el cual, hasta la fecha, se mantiene en el país.
Es posible que el futuro cercano modifique bruscamente ese esquema, entrelazado con la suerte económica y los designios de Estados Unidos. Tal como sucedió hace 40 años el futuro es incierto. Frente esa imprevisibilidad, nuevas y relevantes historias tendrán que ser narradas desde las páginas de Expansión.
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1Al respecto, los trabajos de Arno Burkholder de la Rosa incluyen: “Construyendo una nueva relación con el Estado: el crecimiento y consolidación del diario Excélsior (1932-1968)”, en Secuencia, núm. 73, enero-abril 2009, México, Instituto Mora; “El periódico que llegó a la vida nacional. Los primeros años del diario Excélsior (1916-1932), en Historia Mexicana, vol. LVIII, núm. 4, abril-junio 2009, México, El Colegio de México; “El Olimpo fracturado. La dirección de Julio Scherer en Excélsior (1968-1976)”, en Historia Méxicana, vol. LIX, núm. 4, abril-junio 2010, México, El Colegio de México; y La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976, libro publicado en 2016 por el Fondo de Cultura Económica.
2Sin Autor, “A la vanguardia de los negocios”, Expansión, 17 de enero de 2014, p. 1.
3Ibídem.
4Sin Autor, “Por qué Expansión”, Op.Cit, pp. 16-17.
5Ibídem.
*Por su enorme extensión y variedad, considero que un análisis de esta publicidad valdría la pena para otro trabajo.
6Gisela Vázquez y Alejandra Xanic, “Anatomía de una venta (la nuestra)”, Expansión.mx, 20 de noviembre del 2011 [edición en línea], http://expansion.mx/expansion/2011/09/14/anatoma-de-una-venta-la-nuestra?internal_source=PLAYLIST Consultado el 16 de julio de 2017.
7Ibídem.
8Arlett Belmont, “Una revista para la industria”, Expansión.mx, 30 de mayo de 2009 [edición en línea], http://expansion.mx/manufactura/2009/05/30/un-medio-para-los-negocios-b2b Consultado el 16 de julio de 2017.
9Alan Albarran, The Handbook of Spanish Language Media, Estados Unidos, Routledge, 2009, p. 25.
10Sin Autor, “Perfil del ejecutivo mexicano”, un anexo a la edición de Expansión del 22 de noviembre de 1976, s/p.
11Ibid.
12Sin Autor, “Reporte del lector”, Expansión, abril de 1976, pp. 8-39.
13Ibídem.
*El autor también ha escrito los libros Making Sense of Media Conglomerates (2003), y co-escrito las obras The Business of Bias (2003) y The Message Supports the Medium (2004), entre otros. Tiene 18 artículos en revistas arbitradas, los cuales abordan el negocio de la información y los efectos de los medios y la publicidad, según su perfil en el sitio oficial de la universidad de Harvard.
14Bharat Anand, The content trap, Estados Unidos, Random House New York, 2016, pp. xxv-xxvii.
15Ibid, p. 16.
16Ibid, p. 23.
17Ibid, p. 202.
18Ibid, p. 232.
19Gonzalo Castañeda, “Evolución de los grupos económicos durante el periodo 1940-2008”, en Kuntz, Sandra, coordinadora, Historia económica general de México: de la Colonia a nuestros días, México, El Colegio de México-Secretaría de Economía, 2010, passim.
*Otro estudio del mismo tema que bien vale la pena analizar se titula Grandes empresas y grupos empresariales en México en el siglo XX, autoría de Mario Cerutti, María del Carmen Hernández y Carlos Marichal. En el documento se detallan los casos de Bachoco, Lala, Agrícola Tarriba, Grupo Bimbo, United Sugar Companies, Grupo Proeza, Toyoda y Sidena.
20Ibid, p. 603, p.605.
21Ibid, pp. 606-607.
22Ibid, p. 608.
*Esta aversión a la innovación tecnológica ha continuado hasta la fecha. En el 2003, según cifras del Conacyt retomadas por Castañeda, México apenas invirtió 2,300 millones de dólares para ese fin, de los cuales solo 0.8% provino del sector productivo nacional y extranjero del país. Los países líderes invierten alrededor de 72 mil millones de dólares al año.
23Clark W. Reynolds, La economía mexicana. Su estructura y crecimiento en el siglo XX, México, Centro Regional de Ayuda Técnica-Agencia para el Desarrollo Internacional (AID), 1973, pp. 223-223.
24Ibidem.
25Ibid, pp. 223-224.
26Ibid, p. 234.
27Ibid, p. 235.
28Óscar Martínez López, “Dependencia de la trayectoria en la industrialización de México en el siglo XX”, en García Castro, María Beatriz (coordinadora), Estudios sobre México en la crisis mundial: escenario nacional tras dos décadas de apertura y desregulación, México, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), 2012, p. 398.
29Ibid, pp. 418-419.
30Elsa M. Gracida, El desarrollismo, México, UNAM-Editorial Océano, 2004, pp. 13-15.
31Ibid, p. 17.
32Ibid, pp. 18-19.
33Ibid, pp. 70-71.
34Ibid, p. 72.
35Ibid, p. 78.
36Ibid, p. 79.
37Ibid, p. 80.
*Para entender el problema recomiendo el texto de Graciela Márquez y Sergio Silva Castañeda titulado Auge y decadencia de un proyecto industrializar, el cual citaré más adelante en otro tema. Los autores ofrecen, a mi parecer, la mejor síntesis de los fenómenos externos que afectaron a la economía mexicana durante los setenta. Sobre el rompimiento del acuerdo Bretton Woods y la guerra del Yom Kippur notan: “A principios de los años setenta, la aparición de un déficit comercial en los Estados Unidos y un desajuste en sus finanzas públicas por el enorme gasto militar producido por la guerra de Vietnam hicieron insostenible continuar con las reglas que se habían acordado en Bretton Woods. En 1971 la administración del presidente estadounidense Richard Nixon abandonó la paridad fija con el oro y en respuesta se produjo una ola de devaluaciones de las principales monedas del mundo. De esta manera se puso fin a una etapa de la economía internacional caracterizada por la expansión económica y la estabilidad de precios, e iniciaba otra donde la incertidumbre dejaba sus huellas en menores ritmos de crecimiento, contracción de los flujos comerciales y aumento de precios”. Y después, sobre el asunto petrolero: “Cuando los países occidentales aún trataban de ajustarse a la ruptura del sistema de Bretton Woods, tuvo lugar otro choque de enormes repercusiones para la economía internacional. En 1973 la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), un cartel establecido a principios de los años sesenta, declaró un embargo de petróleo en contra de los Estados Unidos y las principales economías de Europa en represalia por el apoyo estadounidense a Israel en la guerra de Yom Kippur. Durante casi un semestre la reducción en la oferta cuadruplicó el precio del barril de petróleo hasta alanzar los 12 dólares al final del embargo en marzo de 1974. Los efectos inflacionarios fueron inmediatos por ser la energía un costo clave en la producción mundial y a su vez esto contribuyó a desacelerarse el crecimiento en los años siguientes. Hay que señalar que al momento de este choque petrolero México era un importador neto de hidrocarburos...Los países exportadores invirtieron su excedente en los mercados internacionales de capital, lo que creo exceso de liquidez. Así, los bancos de EEUU, Europa y Japón recibieron millones de petrodólares y promovieron la contratación de préstamos en los sectores públicos y privados de América Latina”. Esto sucedió dado que el costo de financiamiento era atractivo porque las tasas eran bajas. Y aún cuando se rebasaba la capacidad de pago, la banca privada dio más préstamos para el pago de los intereses de la deuda acumulada. El compartimiento era muy arriesgado y las principales economías de América Latina entraron en una espiral de sobreendeudamiento.
38Sergio Cámara Izquierdo, “La dinámica coyuntural de la tasa de ganancia en Estados Unidos, 1947-2010”, en García Castro, María Beatriz (coord.), Estudios sobre México en la crisis mundial: escenario nacional tras dos décadas de apertura y desregulación, México, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), 2012, p. 184.
39 Rosa Albina Garavatío, “México: acumulación capitalista y estructura de la fuerza de trabajo”, en García Castro, María Beatriz (coord.), Estudios sobre México en la crisis mundial: escenario nacional tras dos décadas de apertura y desregulación, México, Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), 2012, p. 234.
40Enrique Cárdenas, El largo curso de la economía mexicana. De 1780 a nuestros días, México, FCE-Colmex-Fideicomiso Historia de las Américas, 2015, p. 604.
41Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros Bosch, Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana. Una perspectiva histórica, México, FCE, 2010, pp. 25-26.
42Ibid, pp. 177-178.
43Graciela Márquez y Sergio Silva Castañeda, “Auge y decadencia de un proyecto industrializador, 1945-1982”, en Márquez, Graciela (coord.), Claves de la historia económica de México. El desempeño de largo plazo (siglos XVI-XXI), México, FCE-CONACULTA, 2014, pp. 117-118.
44Ibid, pp. 120-121.
45Ibid, pp. 125-126.
46Ibid, p. 134.
47Cárdenas, Op. Cit, 573.
48Ibid, pp. 574-575.
49Ibid, pp. 576.
50Ibid, pp. 578-580, p. 583.
51Ibid, pp. 585-587.
52Ibid, p. 588.
53Ibid, pp. 589-590.
54Ibid, pp. 591-593.
55Ibid, p. 598, p. 602.
56Ibid, p. 603.
57Ibid, pp. 606-607.
58Ibid, p. 608.
59Ibid, p. 611.
60Ibid, pp. 618-619.
61Ibid, p. 622.
62Ibid, p. 628.
63Recomiendo la lectura de la obra de Barry Carr titulada La izquierda mexicana a través del siglo XX, Ediciones Era, México, 1996. Entre otras cosas, el autor plantea que la crisis de 1976 y sus consecuencias unificaron a los movimientos de izquierda en México, los cuales habían estado muy activos, pero dispersos hasta esa fecha.
64Carlos Monsiváis, “La izquierda mexicana: lo uno y lo diverso", Fractal, vol. II, núm. 5, abril-junio 1997, México, passim. La guerrilla apareció en 1971, según el autor, como consecuencia de las divisiones de la Juventud Comunista. Surgieron el Frente Urbano Zapatista, Comandos Armados del Pueblo, Lacandones, Movimiento de Acción Revolucionaria, Frente Revolucionario Armado Popular, Guajiros, Unión del Pueblo, “y de modo estelar, la Liga Comunista 23 de Septiembre”. Entre 1972 y 1975 murieron al menos 5,000 personas en acciones armadas y además hubo otros 500 desaparecidos. En Guerrero, la guerrilla rural fue protagonizada por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. La Liga 23 de Septiembre fue autora de diversos asesinatos, entre ellos el del empresario Eugenio Garza Sada, muerto el 17 de septiembre de 1973 en Monterrey, Nuevo León, en un frustrado secuestro.
65Ver la síntesis de José Woldenberg llamada Historia mínima de la transición democrática en México, México, El Colegio de México, 2012, 150 pp.
66Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano. Las posibilidades de cambio, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 34.
67Ibídem.
68Ibid, p. 103.
69Rogelio Hernández, “La transformación del presidencialismo en México”, en Bizberg, Ilán y Lorenzo Meyer, coords., Una historia contemporánea de México. Actores, México, Editorial Océano, 2005, passim.
70Jean-François Prud'homme, “El Estado y la participación política: las reformas electorales de 1977”, en Luis Medina Peña (coord.), El siglo del sufragio. De la no reelección a la alternancia, México, FCE-FE, 2010, p. 172.
71Raymond Vernon, El dilema del desarrollo económico de México: papeles representados por los sectores público y privado, México, Ed. Diana, 1967, pp. 42-44, p. 197.
72Ibid, p. 205.
73Enrique Cárdenas, “El proceso de industrialización acelerada en México (1929-1982)”, en Cárdenas Enrique,José Antonio Ocampo y Rosemary Thorp (comp.), Industrialización y Estado en América Latina, la leyenda negra de la posguerra. El Trimestre Económico 94, México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 251.
74Ibid, p. 268.
75Ibid, pp. 264-265.
76Ibid, p. 268.
77Soledad Loaeza, “Gustavo Díaz Ordaz: el colapso del milagro mexicano”, en Bizberg, Ilan y Lorenzo Meyer (coords.) Una historia contemporánea de México: actores, México, Ed. Océano, 2005, passim.
78Luis Medina Peña, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1994, México, FCE, 2010, p. 200.
79Ibid, p. 201.
80Ibid, pp. 231-232.
81Meyer, Lorenzo & Héctor Aguilar Camín, “El milagro mexicano 1940-1968” en Meyer Lorenzo y Héctor Aguilar Camín A la sombra de la Revolución Mexicana, México, Cal y Arena, 1996, p. 204.
82Elsa M. Gracida, El siglo mexicano: un capitulo de su historia, 1940-1982, México, UNAM, 2002, p. 107.
83Ibídem.
84Ibid, p. 110.
85Ibid, pp. 111-112.
86Ibid, pp. 116-119.
87Ibid, p. 124.
88Ibid, p. 125.
89Ariel Rodríguez Kuri, “El fracaso del éxito”, en Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2010, parr. 27.
90Ibid, parr. 31.
91S/A, “A nuestros lectores. La devaluación del peso mexicano”, en México, vol. VII, núm, 27, agosto-octubre 1976, México, UNAM, s/p. El material solo aparece firmado por “El Comité Editorial”.
92Ibídem.
93Ibídem.
94Ibídem.
95César Armando Salazar López, “La relevancia del tipo de cambio a 40 años de la gran devaluación”, Momento Económico, año 7, núm. 49, julio-octubre 2016, México, UNAM, p. 23.
96Ibid, p. 23.
97Ibid, p. 24.
98Ibídem.
99Ibid, p. 25.
100Ibid, p. 26.
101Ibid, p. 27, pp. 35-38.
102Patricia Rodríguez López, “Política monetaria y tipo de cambio en México”, Momento Económico, año 7, núm. 49, julio-octubre 2016, México, UNAM, p. 45.
103Ibídem.
104 Ibid, p. 46.
105 Ibídem.
106 Francisco Gil Villegas Montiel. “La crisis de legitimidad en la última etapa del sexenio de José López Portillo”, Foro Internacional, vol. XXV, núm. 2 (98), octubre-diciembre 1984, México, El Colegio de México, p. 194.
107 Ibídem.
108 Arne Kildegaard, “Fundamentals of real exchange rate determination: what role in the peso crisis?”, Estudios Económicos, vol. XXI, núm. 1, 2006, México, El Colegio de México, p. 4.
109 Vidal I. Ibarra Puig, “Política económica en la globalización. El manejo del tipo de cambio en México, 1976-2006”, Análisis Económico, vol. XXIII, núm. 54, tercer cuatrimestre de 2008, México, UAM-Azcapotzalco, passim.
110 Aníbal Terrones, Yolanda Sánchez & Juan Roberto Vargas, “Crecimiento económico y crisis en México, 1970-2009. Un análisis sexenal”, Expresión Económica, núm. 24, 2010, México, Universidad de Guadalajara, p. 87.
111 Carlos F. Díaz-Alejandro, “La deuda de América Latina: ‘creo que ya no estamos en Kansas'”, Estudios Económicos, vol. 1, núm. 1 (1), 1986, México, El Colegio de México, pp. 7-8.
112 Kenneth P. Jameson, “Dollar bloc dependency in Latin America: beyond Bretton Woods”, International Studies Quarterly, vol. 34, núm. 4, diciembre 1990, Oxford University Press, The International Studies Association, p. 520.
113 Javier Moreno Lázaro, “The stock exchange, the State and economic development in Mexico, 1932-1976”, Journal of Iberian and Latin American Economic History, vol. 33, núm. 2, 2015, España, Instituto Figuerola, Universidad Carlos III de Madrid, pp. 341.
114 Ibid, p. 343.
115 Benjamin Retchkiman Kirk, “Devaluación y fisco: un intento de racionalización”, México, año VIII, núm. 29, febrero-abril 1977, México, UNAM, pp. 36-43, passim.
*Las 13 medidas anunciadas por el gobierno, en síntesis del propio autor, fueron las siguientes: a) La flotaci6n será regulada por el Banco de Mexico. b) EI Banco de Mexico usará un sistema de crédito regulado. c) Estricto control de precios de los artículos de consumo general. d) La CONASUPO mantendrá los precios de los artículos que le vende. e) EI establecimiento inmediato de un impuesto a las utilidades excedentes. f) EI establecimiento -inmediato también-de un tributo a la exportación, por medio de una sobretasa que afecte el beneficio de las exportaciones, proveniente de la devaluaci6n. g) Supresión de los CEDIS (certificados de devoluci6n de impuestos). h) Aumento de los salarios, a partir del 30 de septiembre a los trabajadores del estado y a las fuerzas armadas. i) Incremento general a los salarios de los trabajadores del país. j) Reducción -y eliminación en su caso--de los controles administrativos y de los aranceles a la importación de materias primas, equipo y maquinaria necesaria para la continuación de la producción. k) Poner énfasis en el desarrollo y uso del presupuesto por programa. l) Mantenimiento del deficit gubernamental a niveles que permitan financiarlo con recursos no inflacionarios. m) Control y eliminación del contrabando.
116 Erwin Rodríguez Díaz, “Por la voluntad o por la fuerza. El escenario para la apertura democrática y la reforma política. Echeverría y López Portillo”, Estudios Políticos Novena Época, núm. 22, enero-abril 2001, México, UNAM, p. 85.
117 Ibid, p. 86.
118 Ibid, p. 96.
119 Ibid, pp. 103-104.
120 Ibid, p. 105
121 José Luis Reyna, “El movimiento obrero en una situación de crisis: México 1976-1978”, Foro Internacional, vol. XIX, núm. 3 (75), enero-marzo 1979, México, El Colegio de México, pp. 390-391.
122 Jorge Fernández, “La teoría del alivio de la deuda”, Estudios Económicos, vol. 10, núm. 2, julio-diciembre 1995, México, El Colegio de México, p. 163.
123 Samuel I. del Villar, “El manejo y la recuperación de la economía mexicana en crisis (1976-1978)”, Foro Internacional, vol. XIX, núm. 4 (76), abril-junio 1979, México, El Colegio de México, pp. 541-548.
124 James T. Peach, “Enabling myths and Mexico's economic crises (1976-1996), Journal of Economic Issues, vol. XXXI, núm. 2, junio 1997, Estados Unidos, Association for Evolutionary Economics, pp. 567-574, passim.
125 Ver su material titulado “Mexico 1958-86: from stabilizing development to the debt crisis”, Developing Country Debt and the World Economy, 1989, Estados Unidos, National Bureau of Economic Research, University of Chicago Press.
126 Guillermo Ortiz, “La dolarización en México: causas y consecuencias”, Documento no. 40, octubre 1981, México, Banco de México.
127 Ver Leopoldo Solís & Ernesto Zedillo, “Algunas consideraciones sobre la evolución reciente y perspectivas de la deuda externa en México”, Estudios Económicos, vol. 1, núm. 1 (1), enero-junio 1986, México, El Colegio de México.
128 Antonio Gómez Oliver, “La inflación interna y las causas de la devaluación del peso mexicano”, Seminario sobre la inflación reciente en América Latina, realizado del 29 de noviembre al 3 de diciembre de 1976 en Caracas, Venezuela, Comisión Económica para América Latina (CEPAL), pp. 47-48.
129 Graham Bird, “Exchange rate policy in developing countries: what is left of the nominal anchor approach?”, Third World Quarterly, vol. 19, núm. 2, 1998, Reino Unido, Taylor & Francis, p. 271.
130 Georgina Sosa Hernández, “El Consejo Nacional de la Publicidad (cnp). La 'voz' empresarial mexicana en tiempos no democráticos (1959-2000)”, Secuencia, núm. 95, mayo-agosto 2016, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, pp. 134-136.
131 Sin Autor, “Los empresarios regiomontanos recuerdan los excesos del expresidente y exclaman: 'no más Echeverría, ¡por favor!”, Proceso, 1 de octubre de 1995, disponible en http://www.proceso.com.mx.
132 Sin Autor, “Encabezó el Presidente LEA el Sepelio del Señor Garza Sada”, El Informador, 19 de septiembre de 1973, pp. 1-2A.
133 Sin Autor, “Responsabilidades inflacionarias”, Expansión, 18 de febrero de 1976, p. 4.
134 Sin Autor, “1976: perspectivas inflacionarias”, Ibid, pp. 7-8.
135 Sin Autor, “La encrucijada de la libre empresa”, Expansión, 3 de marzo de 1976, p. 4.
136 Sin Autor, “Desajustes en la economía mixta”, Ibid, pp. 42-43.
137 Ibídem.
138 Ibídem.
139 Ibídem.
140 Sin Autor, “Contienda imprudente”, Ibid, pp. 7-8.
141 Sin Autor, “El vicio circuloso”, Ibid, pp. 24-25.
142 Sin Autor, “Calma y nos amanecemos”, Expansión, 12 de mayo de 1976, p. 4.
143 Sin Autor, “Echando volados con el peso”, Ibid, p. 7.
144 Ibídem.
145 Ibid, p. 8.
146 Ibídem.
147 Sin Autor, “La importancia de las substituciones”, Expansión, 26 de mayo de 1976, p. 8.
*Una “actualidad” equivale a una nota periodística. Es una palabra importada del francés “actualité”.
148 Sin Autor, “Sector externo: un dilema por resolver”, Expansión, 9 de junio de 1976, p. 7.
149 Sin Autor, “Medidas de peso”, Expansión, 15 de septiembre de 1976, p. 4.
150 Sin Autor, “Flotación del peso: efectos inmediatos”, Ibid, pp. 7-16.
151 Ibídem.
152 Sin Autor, “A río revuelto: ganancia del rumor”, Expansión, 29 de septiembre de 1976, p.4.
153 Ibídem.
154 Sin Autor, “Una paridad temporal”, Ibid, pp. 7-9.
155 Ibídem.
156 Ibídem.
157 Sin Autor, “América Latina abre sus puertas a la inversión extranjera, Ibid, pp. 74-94.
158 Sin Autor, “Medidas necesarias”, Expansión, 13 de octubre de 1976, p. 4.
159 Sin Autor, “Algo más de claridad”, Ibid, pp. 7-10.
160 Ibídem.
161 Ibídem.
162 Ibídem.
163 Ibídem.
164 Ibídem.
165 Sin Autor, “Ganadores y perdedores en la flotación del peso”, Ibid, p. 41.
166 Ibídem.
167 Ibídem.
168 Sin Autor, “El peso a dieta”, Expansión, 27 de octubre de 1976, pp. 7-8.
169 Ibídem.
170 Ibídem.
171 Ibídem.
172 Sin Autor, “Crisis evidente”, Expansión, 10 de noviembre de 1976, p.4.
173 Ibídem.
174 Ibídem.
175 Ibídem.
176 Sin Autor, “¡De nuevo la flotación!”, Expansión, 10 de noviembre de 1976, pp. 7-26.
177 Ibídem.
178 Sin Autor, “Devaluación y exportación”, Expansión, 22 de diciembre de 1976, pp. 55-72.
179 Ibídem.
180 Sin Autor, “Comercio exterior en 1976: importante corrección”, Expansión, 16 de marzo de 1977, pp. 7-11.
181 Ibídem. El dato no incluía las exportaciones minerales, aclaraba la revista.
182 Sin Autor, “La gira y los problemas del país”, Expansión, 4 de febrero de 1976, p. 4.
183 Sin Autor, “Objetivos prioritarios”, Expansión, 28 de abril de 1976, p. 4.
184 Sin Autor, “Presidente habemus”, Expansión, 7 de julio de 1976, p. 4.
185 Sin Autor, “Libertad en entredicho”, Expansión, 4 de agosto de 1976, p. 4.
186 Ibídem.
187 Sin Autor, “López Portillo: ¿indicios en los discursos?”, Expansión, 1 de septiembre de 1976, pp. 41-54.
188 Sin Autor, “Te veré en septiembre ”, Ibid, p. 4.
189 Sin Autor, “El futuro ya no es como antes ”, Ibid, p. 19.
190 Ibid, p. 30.
191 Ibid, p. 31.
192 Sin Autor, “¿La solución somos todos?”, Expansión, 22 de diciembre de 1976, p. 4.
193 Ibídem.
194 Ibídem.
195 Sin Autor, “Prioridad para 1977”, Expansión, 16 de febrero de 1977, p. 4.
196 Ibídem.
197 Ibídem.
198 Sin Autor, “El feo, el malo, el bueno”, en Expansión, 16 de marzo de 1977, p. 4.
199 Ibídem.
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