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Síntesis I: En el Enjambre (Byung-Chul Han, 2013)

En este análisis resumiré brevemente las principales ideas de los capítulos iniciales de la obra En el Enjambre (2013, primera edición), del filósofo coreano de formación alemana Byung-Chul Han. 

El texto representa una férrea crítica a las sociedades hiper-conectados que avanzan bajo la guía del neoliberalismo, la digitalización y la transparencia. 

Sin embargo, aquellos factores que dieron luz a esta sociedad inevitablemente causan su erosión por la extrema individualización, soledad y carencia de afecto de la misma. Este es el enjambre que se diferencia de la sociedad de masa del siglo XX porque el primero, a decir de Han, no tiene alma y, por lo tanto, materialización. 

Prefiere mantenerse en el híper-espacio, en donde puede ventilar su cólera de forma anónima (shitstorm) detrás de un teclado hasta que surja una nueva persona que le cause indignación. El homo digitalis, afirma, carece de silencio, y por lo tanto, de tiempo de reflexión.

Cabe resaltar que Han reinterpreta algunos de los principales postulados de Marshall McLuhan a lo largo de su obra. El canadiense fue uno de los principales impulsores de la ecología mediática en la segunda mitad del siglo anterior y, a medida que este centenio avanza, sus palabras adquieren mayor peso en vista de la dependencia que los humanos hemos desarrollado hacia nuestros dispositivos electrónicos. 

McLuhan, al igual que muchos de sus colegas de la ecología mediática, creían que la tecnología eléctrica, y su inevitable hijo, la electrónica, llegarían a seducir a los humanos de tal forma que se harían inseparables de él. De hecho, llegarían a trasformar su conciencia que, mediante su continuo uso y habituación, se carnificarían al cuerpo de aquel que las usa. Esto sería un proceso invisible pero seguro. Lo mismo opina Han. 

El cambio ha sido tan radical que apenas nos hemos dado cuenta de él. Afecta no solo nuestra comunicación más obvia, la oral, “sino nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia. Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez” (p. 6).  

Pero esa borrachera hace que perdamos respeto por los demás, pues la tecnología y el acercamiento que tenemos a la lógica de la red borra la línea entre lo público y lo privado. Elimina las distancias, tanto espaciales como mentales, pues aquello que antes era privado ahora se vuelve “exposición pornográfica”, nunca dejamos de ser vistos. La destrucción del respeto va de la mano del anonimato, uno de los pilares del internet. 

Como se eliminan los “nombres”, se elimina la confianza y el respecto, pues “el medio digital, que separa el mensaje del mensajero, la noticia del emisor, destruye el nombre” (p. 8). Mediante las redes sociales se cataliza la cólera de las masas porque el medio en sí, los pequeños espacios que permiten la expresión sintética de caracteres y fotografías, carecen de mediación tanto de aquel que comunica como de aquel que recibe el mensaje. 

La horizontalidad entre interlocutores hace que el ruido aumente pues no hay nadie, no hay nombres, que den un manotazo en la mesa y digan “hasta aquí”. Para Han, la única forma de detener este ruido y la ausencia de respeto es la característica innata que tienen los seres humanos cuando se presentan cara a cara: “El carisma como expresión aurática del poder sería el mejor escudo protector contra shitstorms. No puede hincharse en absoluto” (p. 9). Solo los soberanos pueden crear el silencio. La soberanía es lo más raro en esta era digital, enfatiza el autor, porque estamos rodeados de ruido, de barullo digital. El silencio permite la reflexión, la profundización, el diálogo. Ninguno de ellos es posible en las redes. 

Han es particularmente crítico cuando habla acerca de la indignación digital. A diferencia de las masas de carne y hueso, precisa, las digitales son fluidas y volátiles pues “no son apropiadas para configurar el discurso público, el espacio público. 

Para esto son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas” (p. 13). Es decir, la indignación es temporal y con sucesos que tienen escasa “importancia política y social”, pues la misma es parte de la sociedad del escándalo, la cual carece de firmeza. En el fondo, es reflejo de una sociedad egoísta:  “Tampoco la preocupación de los llamados «indignados» afecta a la sociedad en conjunto; en gran medida, es una preocupación por sí mismo. 

De ahí que se disperse de nuevo con rapidez” (p. 13). No existe la ira que mueve hacia el heroísmo (La Iliada), sino la cólera, que es más bien un estado afectivo que “interrumpe un estado existente” y que no crea ningún futuro. 

Han atribuye lo dicho hasta aquí a la tecnología. “Sin duda hoy nos encontramos en una nueva crisis, en una transición crítica, de la cual parece ser responsable otra transformación radical: la revolución digital” (p. 15). Pero a diferencia de las masas del pasado, las cuales salían a las calles en forma de sindicatos, por ejemplo, las digitales no tiene peso, están disgregadas y solo las liga lo electrónico. 


Al enjambre digital le falta un alma o un espíritu de la masa. Los individuos que se unen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros. Este no se distingue por ninguna concordancia que consolide la multitud en una masa que sea sujeto de acción. El enjambre digital, por contraposición a la masa, no es coherente en sí. No se manifiesta en una voz. Por eso es percibido como ruido. (p. 16)

Así, el homo digitalis mantiene su individualidad, la ansía, aún cuando es parte del enjambre, “no es anónimo porque es un nadie”, no se congrega, “no construye un nosotros”, está aislado, como un hikikomori, disfrutando de su soledad interactiva (Poullet). 

En el fondo, tampoco cuestiona las relaciones de poder dominante. Se autoexplota y vive en un imperio global neoliberal adentro de otro imperio digital. Es decir, vive en un mundo en donde es posible la “explotación sin dominación” (p. 19). Es consumidor y productor a la vez que mira de una ventana a otra ventana, pues mira de forma desmediada, sin periodistas, en donde cada uno quiere estar presente en el hecho y dar su opinión sin intermediarios. 

De una sociedad de la representación se pasa a una sociedad de la presencia o de la co-presentación, se exige más transparencia y más participación, pues la sociedad de representación requiere de espacios privados, éstos eliminados por la tecnología con la cual convivimos. La cultura se deja de lado, de hecho “el lenguaje y la cultura se vuelven superficiales, se hacen vulgares” (p. 24), pues cada quien se aferra a su propio punto de vista, no hay espacio para la maduración o el silencio. 

“La transparencia está dominada por presencia y presente”, sintetiza (p. 24), lo que hace que las opiniones disidentes ni siquiera se verbalicen. Escribir literatura de peso se hace cada vez más difícil, a pesar de que la producción de obras ha aumentado como nunca. El ruido alrededor del mismo acto de escribir, sin embargo, destruye el silencio, el medio del espíritu. “Sin duda, la comunicación digital destruye el silencio. Lo aditivo, que engendra el ruido comunicativo, no es el modo de andar del espíritu” (p. 26).

El medio digital, añade Han, elimina el “carácter” táctil y corporal de la comunicación (p. 28). Puesto que la gran mayoría de nuestros mensajes se transmiten por vías no orales, lo digital potencia que las personas eviten comunicarse cara a cara, que eviten confrontarse con un “enfrente real”. A eso se le considera una “resistencia”. 

Por eso la comunicación digital carece de cara y cuerpo, pues lo digital “Desmonta lo real y totaliza lo imaginario. El smartphone hace las veces de un espejo digital para la nueva edición posinfantil del estadio del espejo. Abre un estadio narcisista, una esfera de lo imaginario, en la que yo me incluyo. A través del smartphone no habla el otro” (p. 29). 

El móvil, peor aún, engendra la visión a corto plazo y crea lagunas de positividad, reduce la posibilidad de lo negativo al mínimo. Lo positivo continúa “lo igual” (p. 29).  El “contra” se reduce al mínimo en relación al “contra” de la materialidad.  

La mirada del otro se extiende en el mundo real, pero en lo digital la mirada es pobre. Ejemplo: la asimetría de Skype, en donde los amantes nunca se ven directamente a los ojos por la colocación de las cámaras y las pantallas. Así, “el medio digital nos aleja cada vez más del otro” (p. 31), aleja el encuentro de ojos. Lo mismo con la posibilidad “touch” de los smartphones. Es una pantalla opaca que se palpa y que provoca apetito. “La intencionalidad de la exposición destruye toda interioridad, aquella reserva que constituye la mirada” (p. 32), resume.

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