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Síntesis: Historia de la Neurociencia. El conocimiento del cerebro

En su texto Historia de la Neurociencia. El conocimiento del cerebro y la mente desde una perspectiva interdisciplinar (2014), el filósofo español Carlos Blanco establece la importancia del estudio de la Neurociencias desde una perspectiva interdisciplinaria. 

Para el autor, se debe mantener un diálogo entre la filosofía, las disciplinas humanísticas y las Neurociencias, pues solo así se puede entender el desarrollo del estudio científico del cerebro. En sus propias palabras, “Las especulaciones filosóficas sobre la naturaleza de los estados mentales se revelan incompletas si no se integran con los conocimientos disponibles” como la neuroanatomía, electrofisiología, mecanismos celulares y moleculares y la Neurociencia cognitiva. (p. 25) 

A su vez, afirma Blanco, la Neurociencia solo se entiende cuando se estudia su historia, pues dicha profundización va directamente a la comprensión de la naturaleza humana y de aquello que lo diferencia de otras especies. Para ello, divide la primera parte de su texto en siete capítulos, a saber: 

1. Antigüedad Clásica y Edad Media; 2. El nacimiento de la medicina moderna; 3. El hallazgo de la actividad eléctrica del sistema nervioso en el siglo XVIII; 4. Localización cortical de las funciones cerebrales en el siglo XIX; 5. La Neurociencia en el siglo XX: reduccionismo y holismo; 6. Los éxitos de la aproximación reduccionista; y 7. La aproximación holística al estudios científico de la mente. 

En la segunda parte del libro aborda la relación entre percepción y Neurociencia. En la tercera,  estudia la memoria y el aprendizaje, las emociones, el lenguaje y la conciencia. Ante todo, el autor quiere “presentar de forma amena pero rigurosa los episodios de mayor importancia de la historia de la Neurociencia”. (p. 12)  

En pocas palabras, aborda el estudio del cerebro de manera neurobiológica y busca encontrar la relación con las facultades psíquicas más características de la especie humana, pero siempre con un pensamiento filosófico, pues ésta “ha de prestar gran atención a los desarrollos teóricos que surjan en el marco de la teoría de la evolución, para así contribuir a poner de relieve sus virtualidades y sus limitaciones”.  (p. 19)

Conceptos más relevantes

Como expliqué arriba, Blanco no está interesado en estudiar la Neurociencia desde un punto de vista único. De hecho, clarifica que la historia de esta área del conocimiento humano es muy didáctica para las personas con una formación humanista, dados los cruces entre ambas áreas, aparentemente disímiles, que pueden ayudar a profundizar las ciencias de ambos campos. (p. 11)  

En la introducción al Capítulo 1 del libro, titulado “Categorías Fundamentales de la Historia de la Neurociencia”, el escritor repasa las tres categorías fundamentales que la ciencia biológica usa para condensar “los conocimientos actualmente disponibles sobre la vida: las de evolución, célula y ADN” (p. 17). 

En ese apartado recalca la importancia del trabajo de Charles Darwin
(1809-1882) y Alfred Russell Wallace (1823-1913), quienes ofrecen el “marco conceptual para  entender la historia natural de la vida. Citando al alemán Mayr (1904-2005), recalca que lo escrito por Darwin–el paradigma evolucionista–se puede sintetizar en cinco grandes proposiciones de gran alcance científico: 

1) la vida no se mantiene de forma estática, hay variaciones en los organismos a través del tiempo; 
2) todas las formas de vida vienen de un ancestro común, lo que implica que todos los reinos biológicos tienen un origen compartido; 
3) el número de especias varía en la Tierra, no hay constantes; 
4) los cambios evolutivos suceden de forma gradual, pues la naturaleza no da “saltos”; y 
5) la selección natural es un mecanismo que explica la evolución de unas formas de vida hacia otras, en vista de que la naturaleza favorece a los seres mejor adaptados a un medio específico. (p. 18) 

Así, la evolución se rige por un “filtro” para determinar las variaciones que tendrán mayor eficacia para la supervivencia de la especia. Según Blanco, ese pensamiento es tan relevante que afecta todas las demás ciencias del hombre.

Seguidamente, el autor profundiza en la célula, ese elemento que “construye los bloques de la vida”, tiene o no un núcleo y material genético disperso por el citoplasma. También aborda aquello relativo al ADN, en donde se “desentrañó la clave de la vida”, pues “transmite la información genética que nos vincula con los orígenes mismos “de la aventura de la vida en la Tierra hace más de tres mil millones de años”. (p. 21) 

Sobre el tema, el ibérico establece la importancia de los estudios de Erwin Schrödinger, quien ha mediados del siglo XX dio un gran empuje a la biología molecular cuando definió al gen como un “polímero aperiódico” y su “distinción entre fuerzas legislativas y fuerzas ejecutivas en la célula”. (p. 21) 

Todas las formas de vida, entonces, buscan la reproducción y “dimanan de un proceso evolutivo, todas se hallan compuestas por células y todas incorporan la información genética en el ADN”. (p. 22) En ese proceso, la centralización del sistema nervioso en una médula espinal a lo largo de un eje longitudinal del cuerpo fue un cambio evolutivo fundamental para la especie humana.

Pasada la introducción, el autor aborda la historia de las Neurociencias desde la Antigüedad clásica a la Edad Media. En este resumen solo hablaré del primer periodo. En esta etapa, el tema central es encontrar la sede de las funciones sensoriales, motoras y mentales. Los griegos, en general, se dividen en dos campos, aquellos que dan al tema un enfoque cardiocéntrico y los que prefieren una visión encefalocéntrica. 

Sin embargo, precisa Blanco, desde el paleolítico ya se realizaban perforaciones al cráneo con fines quirúrgicos, muchas veces ligados a concepciones mágicas, de acuerdo con los restos humanos encontrados en Francia, Israel, África y también el Perú prehispánico, según lo identificado por el antropólogo Pierre-Paul Broca en la segunda mitad del siglo XIX. (p. 29) 

Ahora bien, según el texto, la mención más temprana al órgano encefálico data de un papiro de Egipto del siglo XVII a. C., a pesar de que esa cultura adoptó una visión cardiocéntrica: “en el corazón se asentarían las facultades superiores del ser humano”, lo mismo que en India. (p. 30) Mesopotamia y China dividirían en distintas partes del cuerpo distintas funciones humanas. 

Según Blanco, el primer ejemplo de encefalocentrismo, es decir, que el cerebro controla las sensaciones, el movimiento y la cognición, es atribuible al griego Alcmaeón de Crotona (c. 450 a.C.), quien postuló que el cerebro sintetiza las sensaciones, pues todos los sentidos se hallan conectados con él. Es facultad exclusiva del hombre, agrega, el “entender”. Después vendría Hipócrates de Cos (460-377 a.C.). 

Sus aportaciones serían centrales para darle a la medicina una óptica naturalista, germen de la “visión científica del cosmos”–desligada, aunque no netamente “moderna”, advierte el autor, de lo sobrenatural. (p. 32) En su tratado sobre la epilepsia (Sobre la Enfermedad Sagrada) establece que el cerebro es la fuente del placer, dolor, emociones, pensamiento, percepción, locura y temor. 

El cerebro es un “intérprete” que se alimenta de aire suministrado por las venas, afirma Hipócrates. 

Para finalizar este apartado, el autor resume los pensamientos al respecto de Platón y Aristóteles. El primero sigue la línea del encefalocentrismo hipocrático, al afirmar en La República que el alma tiene tres partes: la parte racional está en el cerebro, la emocional-energética en el corazón y la apetitiva en el hígado. 

Los cambios hormonales que producen flema o bilis afectan al alma entera, dice. Es una visión dualista. El cuerpo es la prisión del alma inmortal, inseparable, la cual aspira al mundo de las ideas. (p. 34) Dicho pensamiento sería retomada siglos después por el cristianismo. 

De forma opuesta piensa Aristóteles. La psyque (alma), es el principio vital del individuo. No está separada de la materia. El hombre es aquel que tiene una psyque racional “que informa todo su ser y lo faculta para la volición y el intelecto, así como para las funciones que ostentan también las plantas y los animales”. (p. 35) Así, en la visión aristotélica, cuando muere el cuerpo, también muere el alma.

Conclusión

El texto de Blanco me pareció sumamente ilustrativo, pues el autor, de formación filosófica, explica el complejo mundo de la Neurociencia con palabras accesibles para lectores no versados en el tema. Es relevante la conexión que hace entre las humanidades y esta disciplina, pues los cuestionamientos filosóficos nos ayudan a hacer avanzar a las Neurociencias y éstas aportan innegable riqueza a la comprensión del comportamiento humano. 

Referencia

Blanco, C. (2014). Historia de la Neurociencia. El conocimiento del cerebro y la mente desde una perspectiva interdisciplinar. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.

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