Este es un ensayo realizado para la maestría en Historia Moderna de México de Casa Lamm como parte de la materia "Introducción a la Historia Económica de México", impartida por la Dra. Iliana Quintanar Zárate.
- Introducción
Las primeras décadas de vida independiente de la Nueva España
representan un periodo complejo para el estudio de la historia
económica del recién formado país. En este ensayo se tratarán de
sintetizar las principales consecuencias económicas que se vivieron
tras ese hecho, las cuales fueron profundas. Dicho eso, se verá que,
al menos en las primeras décadas de vida independiente, la economía
mexicana ralentizó su desempeño, pero nunca se detuvo. Si bien las
condiciones de producción se vieron afectadas por la guerra, el
territorio no sufrió una debacle total.
Acabado el conflicto comenzó
poco a poco a recuperarse, siendo los problemas
político-administrativos más graves que los económicos hacia la
mitad del decimonónico. Cabe señalar que en este texto hablaremos
de condiciones económicas y hacendarias del Mexico independiente con
los pocos datos que otros historiadores han recolectado de ese poco
investigado periodo--en términos económicos--, mas no de las
condiciones de desarrollo de la población. El periodo de análisis
aquí expuesto irá de los años inmediatos a la independencia hasta
el segundo imperio.
Las consecuencias económicas inmediatas de la guerra de independencia
La caída del imperio español produjo un desajuste institucional en
la Nueva España, la cual afectó el desempeño de la macroeconomía
del país, situación que produjo menos empleo y un crecimiento
retardado de la renta nacional. De acuerdo con los investigadores
Salvucci y Salvucci, tanto la guerra como la inestabilidad política
y el militarismo “alteraron las pautas de inversión y consumo,
impidieron una eficaz distribución de los recursos y dificultaran la
colocación al nuevo sistema de comercio internacional de principios
del siglo XIX.1
Si tomamos en cuenta que la independencia de la Nueva España fue
motivada por razones políticas y no necesariamente mejoras
socioeconómicas para aquellos con menos recursos, como los indios y
castas, hablamos de una época de retraso, no de absoluto
detenimiento.
Los mismos autores han estimado que la renta anual al final de la
época colonial era de 208 millones de pesos corrientes (la cifra es
un consenso de diversas fuentes recolectadas por Salvucci y Salvucci,
pues, como dijimos al principio, es difícil encontrar datos
homogéneos sobre el tema).2
A inicios de la vida independiente, de nuevo por consenso, la renta
era de 222 millones de pesos corrientes3.
Vemos que la diferencia es notable, pero no es catastrófica. Para
darle un poco de contexto a estos datos, es útil mencionar que la
media de gastos por consumo por persona en la capital de México
hacia 1841 era de 68 pesos al año (1.5 reales al día).4
La inestabilidad política de 1830 y 1840 traería otros problemas
igual o más graves en este renglón.
La lucha de los insurgentes sí afectó la inversión y el
crecimiento potencial de la producción, aseveran Salvucci y
Salvucci . Esa fue la razón por la que la renta por persona se
estancó. Al no haber producción e inversión, cae la creación de
empleos y el consumo disminuye. En sus mismas palabras: “el
crecimiento sufre cuando el excedente económico se consume en lugar
de invertirse”.5
Vale la pena recordar que México seguía siendo en este momento un
país ligado económicamente a la producción de la plata. A mediano
plazo, como sucedería en las décadas posteriores a la
independencia, la balanza de pagos se volvería negativa porque se
tuvo que importar cada vez más para seguir con la producción
platera. La deuda pública aumentó porque el gobierno expidió cada
vez más pagarés internacionales. Es así como la minería entró en
recesión.
Entretanto, durante la guerra de independencia las dos facciones en
pugna alteraron el orden de los ciclos productivos de la economía.
Aquellas minas, comercios o haciendas que eran vistas como parciales
hacia uno de los bandos fueron destruidas.
Los caminos eran
frecuentemente bloqueados y usados para pedir más peaje a los
comerciantes. En el caso de las minas, se hacían inservibles
temporalmente cuando los insurgentes las “ahogaban” (inundaban) o
se destruía su infraestructura interior. El objetivo era afectar los
ingresos económicos del grupo contrario. El renglón productivo
minero fue aún más perjudicado por el conflicto que España mantuvo
con el invasor Francia, pues el azogue y otros materiales necesarios
para obtener la plata trabajada aún se importaban de Europa.
La economía mexicana durante los dos imperios y los primeros gobiernos federales y centrales del siglo XIX
Como adelantamos más arriba, durante este lapso de la historia del
país las desavenencias económicas están ligadas en muchos casos a
las decisiones administrativas tomadas por los gobernantes del recién
formado México. La fuerte carga fiscal que algunos insurrectos
creyeron acabaría con la independencia de la Corona no fue así.
El corto imperio de Agustín de Iturbide (1821-1823), fundamentado
en el militarismo y los costos que eso implicaba, sufrió problemas
desde muy pronto. Nunca recibió los esperados ingresos de gravar el
comercio exterior, los cuales subsanarían al tesoro. El problema de
su régimen fue la falta de ingresos. Al principio de su gestión
eliminó ciertos gravámenes. Después disolvió al Congreso y bajo
una Junta Instituyente diseñó nuevos impuestos para reducir su
déficit, decreto un préstamo forzoso de 2 millones 800 mil pesos y
la emisión de papel moneda por 4 millones de pesos así como un
gravamen para cada provincia por medio del cual cada persona tendría
que contribuir con cuatro reales, mientras que todos los propietarios
de bienes seculares pagarían el 40% del valor de sus
tierras, aunque que la iglesia sólo el 5%6.
En opinión de Tenenbaum, el primer imperio sentó las bases de tres
desafortunados precedentes económicos del México del siglo XIX: 1.
el rechazo de las élites a pagar más impuestos de 1821 a 1834; 2.
la dependencia del régimen hacia los militares, los cuales se
rebelaron frecuentemente entre 1821 y 1856 cuando el gobierno no le
pagaba a los ejércitos; y 3. la insistencia de los gobernantes
mexicanos para enfocarse en los gastos, no los ingresos, como
principal problema de las finanzas nacionales7.
La primera república federal de 1824-1829 también
vivió problemas. Con la ayuda de un préstamo inglés se incentivó
la creación de una tesorería central que permitiría al ejecutivo
conocer el estado de los ingresos y gastos, pero su funcionamiento en
el periodo señalado fue defectuosa, debido a los problemas en la
aplicación práctica de sus funciones y en la indecisión de
organizar la oficina central de la misma.8
La idea--que no era exactamente nueva, pues se habían sentado las
bases de reforma fiscal durante los últimos años de la
Colonia--chocó con la forma en que los estados organizaban sus
operaciones hacendarias, los cuales aún mostraban vestigios de una
administración colonial. En ambos casos, también hubo escasez de
funcionarios para administrar el dinero recolectado y el gasto del
gobierno.
En este sentido, los estados mantenían prácticas que
chocaban con las órdenes decretadas desde el centro del país, un
problema que emanaba desde la forma de estructurar la Federación, en
donde cada estado, a través de un pacto, guardaba su propio espacio
de funcionamiento, lo que equivalía en la práctica a fuertes
regionalismos. Así, en 1824 se acordó que los estados recibirían
los impuestos directos, los derechos de oro y plata, novenos,
vacantes, anualidades, mesadas, medias anatas, pulques, gallos y lo
que restaba de la venta del tabaco y el papel sellado y las alcabalas
interiores (que cada estado podía fijar). En esencia, cada estado
debía cuidar su propio sistema de rentas pues sólo así podría
enfrentar sus necesidades particulares.9
A la federación, iban los impuestos indirectos: los derechos de
importación y exportación. El problema con este esquema es que los
puertos y las fronteras estaban afuera de la capital, lo cual
convirtió al nuevo sistema hacendario en un circo de dos pistas.
Después, para cubrir el déficit que resultó de la repartición de
ingresos públicos, se creo el contingente, el cual era una cuota
asignada a cada estado dependiendo de su capacidad productiva. Esa
cantidad era transferida a la Federación dentro de un tiempo
señalado. El contingente fue rechazado en diversos estados, pues lo
vieron como una intromisión a su soberanía fiscal. Otros de plano
no pagaron, lo que firmó el fracaso del esquema ante la falta de
autoridad mostrada por el gobierno, en donde se subrayó la
desorganización e indefinición de las tareas de la tesorería
general de la Federación.10
Entre 1836 y 1844, los gobiernos centrales limitaron la
soberanía fiscal de los estados. Los cambios políticos de la época
y la eliminación de las facultades estatales trajeron la
implementación de departamentos y tesorerías departamentales que
funcionaría como oficinas recaudadoras. Pero tal como sucedió con
el primer gobierno federal, los gobiernos centralistas encontraron
muchos problemas para implementar en la practica su plan hacendario a
lo largo del país. Fue por eso que prefirieron la imposición de
impuestos directos, es decir, sobre el capital, como la patente sobre
giros mercantiles y derecho de uno o dos al millar sobre fincas
rústicas y urbanas.
De acuerdo con un investigador, el sistema
fiscal de esta época refleja los primeros pasos concretos “del
tránsito de un Estado de antiguo régimen a un Estado moderno”.11
Esta es la época en que México se enfrentó a las potencias
Francia y Estados Unidos y surgió la figura de Antonio López de
Santa Anna para encabezar gobiernos dictatoriales. El derrocamiento
del mismo tras el revolución de Ayutla de 1854 traería una lucha
entre liberales y conservadores y la consecuente imposición del
emperador Maximiliano I por estos últimos.
El segundo imperio no mejoró las finanzas públicas del país. La
historiadora Erika Pani comenta que las finanzas públicas mexicanas
se encontraban muy mal al momento del arribo de Maximiliano y no
mejoraron entre 1864 y 1867. Más bien, el segundo imperio trató de
subsistir aplicando impuestos heredados del Antiguo Régimen:
alcabala, derechos de oro y platas, papel sellado, y peajes. Pero
además, dependió de entradas aduanales y de préstamos a menudo
usurarios.12
El intento por modernizar las finanzas fracasó por las obligaciones
económicas con Francia y por la inexistencia de un plan que llevará
a la práctica la subsistencia de un gobierno por parte de su
población. En general, los mexicanos no pagaban impuestos en esta
época, a pesar de los esfuerzos imperiales por centralizar el
sistema fiscal y crear un padrón de contribuyentes más certero.
Pero la carga más pesada del segundo imperio fue tal vez la deuda
externa y sus acreedores, mismo problema que había perseguido a los
anteriores gobiernos mexicanos. Al entrar Maximiliano, se acordó que
México estaría obligado a pagar a Francia los costos de la
expedición que realizó. Esto a partir de 1864, cuando pagaría 6
millones 600 mil francos al año al gobierno francés. Pero la carga
aumentó en 1866 al firmar un convenio en donde se le concedía al
gobierno de Francia la mitad de los productos de todas las aduanas
marítimas del imperio (la República Restaura desconoció los
compromisos adquiridos por el “usurpador”. Tampoco respetaría
los empréstitos imperiales acordados con los franceses. Sin embargo,
la deuda externa continuaría).13
José María Lacunza (1809-1869), designado por Maximiliano como
director de Hacienda en 1866, lo vio de forma clara. Su fracasado
plan hacendario trató de convencer a los mexicanos de que debían
despertar y asumir que la independencia, el orden y la seguridad
costaban, y que era preciso sacrificarse para pagarlos, por lo que
creo la Ley de Fincas de 1866, la cual gravaba el producto líquido
de las mismas a razón de la sexta parte del precio del arrendamiento
para las fincas urbana, así como la séptima parte del precio de
arrendamiento para las fincas rústicas. 14
La ley se derogó apenas dos meses después de haberse promulgado por
las presiones de los grandes propietarios. Así, al imperio no le
quedó mas que aumentar la cuota de patente, subir multas, y crear
contribuciones extraordinarias y préstamos forzosos.
Una revaloración del desempeño económico de México de la primera mitad del siglo XIX
Como señalamos al principio de este texto, las escasez de datos
económicos fiables de la primera mitad del siglo XIX hacen difícil
la labor de interpretación del periodo. Dejando de lado el
desarrollo de la calidad de vida de la población, algunos autores
postulan que el desempeño macroeconómico de México durante la
primera mitad del decimonónico no fue desastroso, como se ha creído,
sino que se dio un crecimiento muy modesto, a pesar de los problemas
administrativos derivados de los gobiernos y la inestabilidad.
Después de revisar el PIB de la época y hacer diversas
estimaciones numéricas, Sánchez Santiró llega a la conclusión de
que sí hubo crecimiento. En primer lugar están las estimaciones del
PIB per capital, el cual era en 1810 de 36.9 pesos corrientes, 42.8
hacia 1839 y 36.9 en 1869. 15
El autor llega a ese punto después de valorar también los
indicadores de población, industria, comercio, agricultura y
minería. Los primeros en general aumentaron; la minería tuvo
altibajos. El ligero crecimiento fue sostenido a partir de un lustro
después de la guerra de independencia y hasta la guerra de Reforma.
La recuperación fue lenta y desigual “de manera que los distintos
sectores económicos [...] mantuvieron la expansión hasta la crítica
coyuntura de 1854-1857, en la cual se truncó la senda del
crecimiento hasta los setenta del siglo XIX”.16
El mismo autor señala que las razones de este crecimiento fueron
varias y sobre todo materiales: la pérdida de centralidad de la
Ciudad de México en la acuñación de metales preciosos; la conexión
directa del norte minero con los puertos del Golfo y el Pacífico,
sin tener que transitar por la vieja vía México-Puebla-Veracruz; la
correlativa alteración de las rutas de entrada de mercancías
foráneas; la constitución de compañías mercantiles de capital
extranjero en el país (en ocasiones en colaboración con
comerciantes nacionales); la llegada de capital foráneo a la
industria minera y textil; la introducción de tecnología moderna en
estas mismas actividades; y la incipiente transformación tecnológica
de ciertas agroindustrias—como la del azúcar y la harina de trigo.
“Esto derivó en una economía más abierta a la del viejo régimen,
con lo que se pudo redistribuir la economía en términos sectoriales
y regionales”, afirma Sánchez Santiró.17
Conclusión
En este breve ensayo hemos revisado las condiciones económicas que
impactaron a México en las décadas inmediatas posteriores a la
independencia, así como durante los años de la lucha. En general,
podemos ver que, si bien no fue una época de crecimiento, sino más
bien de estancamiento o muy limitado crecimiento, el país nunca se
detuvo por completo, al menos en el ámbito macroeconómico. Esto, a
pesar de las decisiones gubernamentales que causaron problemas
hacendarios y fiscales para recolectar y distribuir los ingresos. Es
una hecho que la inestabilidad política de los gobiernos de las
décadas posteriores a la separación de la Corona afectaron el
desarrollo económico del país, pero no al grado de destruirlo.
Dicho eso, convendría estudiar en otro trabajo y con mayor
detenimiento la calidad de vida de las personas de esa época, pues
los indicadores de la macroeconomía de ese entonces no reflejan ese
rubro con el detalle que merecen.
OBRAS CITADAS
- Jáuregui, Luis. “La primera
organización de la hacienda pública federal en México, 1824-1829”
en José Antonio Serrano Ortega y Luis Jáuregui (eds.), Hacienda y
política. Las finanzas públicas y los grupos de poder en la primera
república federal mexicana, México, El Colegio de
Michoacán/Instituto Mora, 1998, pp. 227-264.
- Pani, Erika. “El ministro que
no lo fue: José María Lacunza y la Hacienda Imperial” en Leonor
Ludlow (coord.), Los secretarios de Hacienda y sus proyectos
(1821-1933), t. II, México, UNAM, 2002.
- Salvucci, Richard y Linda
Salvucci. “Consecuencias económicas de la independencia de
México”, en Leandro Prados de la Escosura y Samuel Amaral
(coords.), La independencia americana. Consecuencias económicas,
Madrid, Alianza, 1993, pp. 31-53.
- Sánchez Rodríguez, Martín.
“Política fiscal y organización de la hacienda pública durante
la república centralista en México, 1836-1844” en Carlos Marichal
y Daniela Marino, (comps.), De colonia a nación. Impuestos y
política en México, México, Instituto Mora, 2001, p. 189-214.
- Sánchez Santiró, Ernest. “El
desempeño de la economía mexicana, 1810-1860: de la Colonia al
Estado-nación” en Sandra Kuntz (coord.), Historia económica
general de México. De la Colonia a nuestros días, México, El
Colegio de México, 2000, pp. 275-301.
- Tenenbaum, Barbara. “Sistema
tributario y tiranía: las finanzas públicas durante el régimen de
Iturbide, 1821-1823” en Luis Jáuregui y José Antonio Serrano
Ortega (coords.), Las finanzas públicas en los siglos XVIII-XX,
México, Instituto Mora, 1998, pp. 209-226.
NOTAS
1Richard
& Linda Salvucci. “Consecuencias económicas de la
independencia de México”, en Leandro Prados de la Escosura y
Samuel Amaral (coords.), La independencia americana.
Consecuencias económicas, Madrid, Alianza, 1993, pp. 31-32.
2Ibid,
p. 33.
3Ibid,
p. 38.
4Ibid,
p. 39.
5Ibid,
p. 41.
6
Barbara Tenenbaum. “Sistema tributario y tiranía: las finanzas
públicas durante el régimen de Iturbide, 1821-1823” en Luis
Jáuregui y José Antonio Serrano Ortega (coords.), Las finanzas
públicas en los siglos XVIII-XX, México, Instituto Mora, 1998,
pp. 221-222.
7Ibid,
p. 222-224.
8Luis
Jáuregui. “La primera organización de la hacienda pública
federal en México, 1824-1829” en José Antonio Serrano Ortega y
Luis Jáuregui (eds.), Hacienda y política. Las finanzas
públicas y los grupos de poder en la primera república federal
mexicana, México, El Colegio de Michoacán/Instituto Mora,
1998, p. 229.
9Ibid,
p. 230.
10Ibid,
p. 250.
11Martin
Sánchez Rodríguez. “Política fiscal y organización de la
hacienda pública durante la república centralista en México,
1836-1844” en Carlos Marichal y Daniela Marino, (comps.), De
colonia a nación. Impuestos y política en México, México,
Instituto Mora, 2001, p. 191.
12Erika
Pani. “El ministro que no lo fue: José María Lacunza y la
Hacienda Imperial” en Leonor Ludlow (coord.), Los secretarios
de Hacienda y sus proyectos (1821-1933), t. II, México, UNAM,
2002, p. 30.
13Ibid,
p. 35.
14Ibid,
p. 39.
15Sánchez
Santiró, Ernest. “El desempeño de la economía mexicana,
1810-1860: de la Colonia al Estado-nación” en Sandra Kuntz
(coord.), Historia económica general de México. De la Colonia a
nuestros días, México, El Colegio de México, 2000, p. 277.
16Ibid,
p. 297.
17Ibid,
p. 298.
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