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Mostrando entradas de mayo, 2011

Boda a caballo

Hoy la gente se casa por todos lados. En buques, playas, casinos y hasta en caballos. La colonia Roma de la Ciudad de México es un lugar extraño. Su decadencia, arquitectura abigarrada, y sorpresas art nouveau le dan un aire particular, muy distinto a cualquier sitio de la Ciudad, incluso la Condesa, que está al lado, y que se ha convertido en el ombligo hipster del país. Su iglesia del Sagrado Corazón, a unos pasos de avenida Chapultepec, atrae a gente interesante. Está al lado del parque Brasil, en donde hay un inmenso David, entonces al menos llegarán uno que otro ateo a sus puertas, aunque sea por error, así como miles de personas que se refugian del calor bajo su bóveda cuando turistean por la zona. Como es sábado en la tarde, hay boda. Los novios están arriba de un caballo. Ella con blanco clásico. Él de charro negro. Los invitados, de vestido largo y frac. El calor de las tardes de mayo incómoda a los novios y se nota, pero eso no importa este día. A uno

Coraza

Nos adaptamos a nuestro medio ambiente. Si hace frío, nos hacemos más altos para buscar el Sol. Si vivimos junto al mar, Nuestro cabello se llena de rizos para difuminar el calor. Si vivimos en el desierto, crecemos cargadas cejas y nuestros ojos se hacen en forma de almendra, para defendernos más fácilmente de la arena. Y si trabajamos horas y horas frente a la computadora, nuestro cuerpo comienza a formar una coraza en donde antes nacía la espalda y llega hasta el cuello. Un tipo de “C” que nos hace muy fuertes ante un ataque, pero nos deja muy débiles en el frente, en donde se extiende el estómago en varios bultos y el pecho cae cada vez más, hacia el suelo, porque contra la gravedad nadie puede. El cuello, antes flexible, ahora enjuto, ha perdido su movilidad horizontal. Sólo puede moverse de arriba para abajo. Ha perdido fuerza en los lados pero gana en rapidez para ir hacia arriba y hacia delante. Excélsior. Los glúteos pierden tamaño y lo ganan los muslos

Mediatizado

No sé ustedes, pero yo me topo cada vez más con personas que van por la calle de la Ciudad de México con el dispositivo manos libres de su teléfono celular, como el de la foto de arriba. Veo a gente que gesticula, que le grita al aire, que constriñe los músculos de su cara con conversaciones públicas, a la vista de todos, quieras o no. Lo más común es escuchar pláticas sobre aspectos mundanos de la oficina. Que si fulanito gana más que yo, que si la asistente que acaba de entrar está más buena que la anterior, que si el Licenciado Rodríguez ya entregó los papeles del avalúo, en fin, toda un torrente de información que no tengo por qué saber y me resulta absolutamente superflua a mis intereses vitales. El segundo campo más grande de conversaciones para todo el público son aquellas de la pareja. Aquí pongo mi límite. Cuando empiezo escuchar como los enamorados se refieren al otro en un renglón reservado para la privacidad, me bloqueo. Osito, cariñinto, rein